Por Luis E. Sabini Fernández.
Pocas veces puede haber sido más apropiado en la historia el comentario del bolivariano que edificó el bolivarianismo, Hugo Chávez Frìas, advirtiendo la presencia del namberguán de lo que se pretende como Gran Democracia del Norte: −¡Aquí huele a azufre!, como anoche, cuando el ingeniero agrónomo Héctor Huergo abrió la “mesa de debate” coordinada por Eduardo Anguita en CN23, “Argentina en Debate”, con los panelistas como el nombrado más Gastón Fernández Palma (ingeniero agrónomo, presidente de AAPRESID), Alfredo Galli (ingeniero agrónomo orejano) y Pedro Peretti (FAA).
Huergo, el hombre clave de Clarìn Rural, probablemente un Mefistófeles inconsciente, si uno apuesta a su aspecto que irradia tanta bonhomía, jugó blancas –concedido sin duda por el “director” del debate E. Anguita, que previsoramente se proclamó ignaro en la cuestión que se abordaba−, explicando: ‘No hay acercamiento ni amorío entre el gobierno y los sojeros ni medidas gubernamentales que hayan bajado los decibeles de algún conflicto; es sencillamente que la cosecha viene buena, y empiezan a llover dólares.’
No los que realmente se podrían obtener, aclaró didácticamente, para subrayar las falencias del orden político, pero sí los suficientes para suavizar la situación y vivir una suerte de veranillo, remató.
Traducido al buen romance nos “explica” Huergo: la soja es dólares. La sojización son dólares. Lo que entra es guita.
Nadie, empero, a lo largo del “encuentro” que resultó no sólo entre contertulios, puesto que la campechanía fue el denominador común que al parecer pasó por la condición de rugbiers de varios de los presentes, nadie digo, mencionó la soga en la casa del ahorcado: la contaminación. La propagación de venenos y consiguientemente enfermedades y por lo tanto muerte, que el ensalzado o no tan ensalzado modelo sojero encarna.
Se sabe la leyenda de Mefisto: al doktor Fausto se le concede una juventud larga aunque no eterna, recuperación de todos los placeres de la vida, algunos que ya con la vejez se empezaban a perder, dinero, mujeres, poder… y el humilde Mefistófeles apenas le pide a cambio, y a largo plazo, el alma. Con lo cual Fausto accede al negocio y se va convirtiendo en un tipo poderoso y ruin…
Ese fue el negocio que el Ministerio de Agricultura de EE.UU., con Monsanto como ariete le ofreció a “las pampas argentinas”: un negocio privilegiado para la Argentina, que iba a devenir así, junto con ”las praderas norteamericanas” en los dueños de los alimentos del mundo. Esto fue, a mediados de los ’90, con el desarrollo de ingeniería transgénica aplicada a granos, clave, y la Argentina menemiana aceptó gustosa la invitación a semejante negocio.
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Argentina es el polo opuesto de Noruega: en Noruega están prohibidos los transgénicos tanto animales como vegetales, tanto como alimento para humanos como alimento para animales de consumo humano…
En Argentina, en cambio, todo eso pasó “como por un tubo” y el país, prácticamente todo el país, se convirtió de aquel país jardín de infantes de que nos advertía María E. Walsh, en un “país laboratorio” donde todos resultamos conejillos de Indias.
Bueno, ahora ya se sabe: los Médicos de Pueblos Fumigados lo empezaron a ventilar, ya juntos, en 2010. Y ciertamente que lo sabíamos desde el siglo pasado: la contaminación, la enfermedad, la muerte avanza. Por doquier. Lo inmortalizó el programa televisivo de La Liga, en 2009, donde Eduardo de Angeli alega su total ignorancia/inocencia con una histórica cara de piedra, sobre si la soja implica venenos y remite a la periodista preguntona a asesorarse con el técnico agrónomo que “controla” sus cultivos.
Como bien dice Soledad Barruti en su imperdible Malcomidos, “lo que sucede en el campo debería ser un escándalo nacional. […] Desaparecieron los sapos, y cada vez se vieron menos abejas. Los peces de los arroyos, lagunas y riachos se envenenaron […] hasta que los marcadores biológicos empezaron a ser también ellos: las personas que vivían junto a esos campos de soja […] chicos que nacían con riñones envejecidos, con los dedos retorcidos o sin dedos. Con esbozos de algo en lo que deberían ser los brazos, manos, pies. Chicos a los que la piel se les llenaba de sarpullidos […] chicos con piel de cristal, con piel de lagarto. Bebés sin piel.”
Me permito recordar que en un reportaje en el siglo pasado a un técnico agrario, José Seri, su remate, más que preocupado, fue: “estamos comiendo bombas de tiempo” (que publicamos en Transgénicos: la guerra en el plato. La increíble y triste historia de la cándida Argentina y su tío desalmado, Sam).
Éste es el verdadero escándalo argentino: que no haya ley alguna que impida envenenar gente, matar vida, para enriquecerse. Tanto los sojeros, trasmutados reyes Midas que convierten en oro lo que siembran y en veneno el oro, como los gobiernos que so pretexto de distribuir “entre los pobres” se permiten justificar este gran envenenamiento colectivo. Contra semejante genocidio habrá que pedir cuenta tarde o temprano no solo a los sojeros, principales responsables, junto con los estamentos políticos, sino también interrogarse sobre la abulia o la anemia médica y laboratoril, y la judicial… es la sociedad la que está en quiebra…
Es decir, a los que rastrillan pragmáticamente como Huergo, a los que prefieren ir aplicando el freno porque deben haber visto el precipicio (pero luego de haberlo gestado y “aprovechado”), como Fernández Palma y los que pretenden producir soja pero con políticas distributivas “de izquierda”, como Peretti (y su FAA o “la otra”, de quienes han sabido “casarse” con “los grandes” del campo, Mesa de Enlace mediante).
La televisión ha demostrado una vez más su capacidad para escamotear las cuestiones principales y, eso sí, analizar con mucho pluralismo y enorme capacidad consensual lo que sucede en el país y menos importa.