Por Luis E. Sabini Fernández /
Introducción a Shell-Shocked: On the Ground Under Israel’s Gaza Assault (Traumatizados por el bombardeo: en el lugar, durante el asalto de Israel a la Franja de Gaza). El libro que escribió Mohammed Omer, palestino, periodista y habitante, con su familia, en la Franja.
Ahora, un año después de la última guerra en Gaza, me encuentro a mí mismo reflexionando acerca de mi primer encuentro con Jalal Jundia. Fue durante el verano de 2014 cuando lo vi sentado encima de las ruinas de su hogar familiar, rodeado de polvo y escombros. Aunque procuraba permanecer calmo, me di cuenta que su rostro estaba surcado por líneas de sufrimiento. Como tantos en Gaza había perdido todo durante el asalto israelí, el más reciente de una serie de ataques que llegan con frecuencia predeterminable, cada 3 o 4 años. Jalal se preguntaba qué había sido de su esposa y seis hijos. ¿Adónde podría haber ido cuando se les destruyó el hogar por completo? ¿Estarían a salvo? Estaban atrapados en Gaza y no podían abandonar la franja. Todo lo que podían hacer era esperar a que los bombardeos terminen y rogar porque venga un tiempo en que los drones no ocupen màs el cielo. Tal vez para entonces habría suficiente paz como para que su familia pudiera reconstruir e intentar un retorno a alguna suerte de vida normal.
Un año después, Jalal sigue sin hogar. Su casa no ha sido reedificada y su familia sobrevive, apenas es sobreviviente. En cuanto a mí mismo, trato de permanecer optimista, lo cual no deja de ser una proeza en esta cáscara en ruinas que alguna vez fue un enclave costero hermoso y autosuficiente. Nuestra realidad depende enteramente de la determinación de Israel de desplazarnos de nuestros hogares para siempre. Despuès de la purga de 1947 y 1948, que fue una limpieza étnica de habitantes no judíos expulsados de los territorios que Israel ansiaba para sí y que no habían sido cedidos por la ONU, la Franja de Gaza se convirtió en un territorio seguro para decenas de miles que huían de las matanzas que las bandas del Irgun, del Stern y de Lehi llevaban a cabo. Eran organizaciones que se definían a sí mismas como terroristas, y fueron las antecesoras del ejército, la policía y los servicios secretos (Shin Bet) del Israel actual. Entretanto, nuestros mayores actuales, los hombres, mujeres y niños que huyeron antes de que llegaran las milicias sionistas, todavía conservan consigo las llaves de los hogares que les fueron arrebatados. Esas llaves representan una esperanza y una determinación. Tienen la esperanza de volver un día al hogar.
En las secuelas de este último ataque, la enorme mayoría de los niños de Gaza han quedado traumatizados. Continuamos viviendo bajo estado de sitio, limitados en cuanto a qué comprar, exportar, importar. No podemos ir a otros sitios y resulta muy difícil para la gente llegar a visitarnos. Escuchamos resignadamente como activistas de derechos humanos festejan el que ’nosotros los palestinos podemos resistir la agresión’, simplemente porque hemos sobrevivido hasta ahora. Esto puede ser cierto pero plantea la cuestión: ¿por què tendríamos que estar forzados a continuar soportando esta miseria? La Segunda Guerra Mundial duró seis años; el asalto del Tercer Reich y su limpieza étnica de aquellos que condenó como indeseables duró doce años. Nuestra opresión ha durado hasta ahora 67 años, haciendo de la ocupación israelí de Palestina uno de las más largas de la historia.
Cada minuto de cada día vivimos una realidad distorsionada, una catástrofe llevada a cabo por el hombre a efectos de proteger y guardar como reliquia una peculiar manifestación de racismo abierto que garantiza privilegios y vida únicamente sobre la base de religión y raza, que niega, precisamente, que existan. Su propósito es hacer insoportables las vidas de aquellos de nosotros que pertenecemos a la raza y/o a la religión no favorecida. El objetivo que tienen es forzarnos a que “voluntariamente” abandonemos nuestro propio país, los negocios, la familia, los hogares, nuestra cultura y nuestros ancestros. La herramienta para semejante persecución es sistémica e infecta todos los aspectos de la vida. Abarca desde impedirnos que reconstruyamos nuestras viviendas hasta agresiones militares, asesinato de gente marcada, encarcelamientos, dietas para hambrearnos, reforzadas por el sitio y toda una ristra de castigos que deshumanizan y nos despojan de nuestros derechos. Y, ciertamente, los obstáculos para poder movernos; los muros y los puestos de control, por la “seguridad”.
Y pese a todo eso, nosotros estamos todavía. Es verdad. En Gaza encontramos algunos recursos para ir sobreviviendo. Nuestras mujeres reciclan los desechos de los materiales que han convertido a nuestros hogares en macetas. Los estudiantes retornan a sus escuelas deshechas por los bombardeos, igualmente empeñados en terminar su educación. Los libros retorcidos y maltrechos son rehechos, a los lapiceros se los repone juntando partes no desechadas. En la noche, los estudiantes leen sus textos a la luz de velas. El corte tan frecuente de gas, agua y electricidad es otra de las realidades cotidianas en la Franja. Y así la vamos llevando, concentrándonos en lo más básico y embarrándonos con orgullosa determinación. Somos humanos, con sueños y pesadillas, tan fuertes y tan vulnerables como todos. Nos enorgullecemos de nuestra autosuficiencia y humildemente damos gracias a Dios por la ayuda de otros en tanto mantenemos la esperanza y rogamos por justicia.
Justicia que tiene que llegar. Cada vez que Jundia me ve me pregunta cuándo Occidente, que siempre está pontificando sobre democracia y existencialismo vinculado con los derechos humanos, va a actuar haciendo respetar sus ideales. ¿No escuchan acaso los ataques de Israel a la Franja de Gaza? Sus ojos buscan en mí un poco de esperanza. Sabe que yo he estado fuera de la Franja y que he hablado a menudo con gente influyente de Occidente. A menudo, me siento incapaz de encontrarme con su mirada de asombro. Soy consciente que los poderes occidentales se preocupan poco y nada de los sufrimientos humanos si acaecen en Gaza. Aquí, se siente fácilmente que los casi dos millones de habitantes de la Franja no existen. No puedo franquearle esta verdad tan perturbadora a Jundia. Màs bien, fortalezco su esperanza asegurándole que voy a continuar compartiendo este historia con el mundo. Le prometo que su voz se va a oír.
Como Jundia, soy un residente de Gaza y sufro a través de los ataques diarios, así como los ataques mayores que sobrevienen cada pocos años. Ésta ha sido mi experiencia de vida, primero como niño, luego como joven y ahora como padre y esposo; nací unos años antes de lo que resultó la primera intifada [1987]. Al día de hoy cuatro generaciones han vivido durante esta ocupación. La mayoría de nosotros en la Franja de Gaza no han conocido nada más. Ahora, el último ataque, el mayor, está un año atrás de nuestras vidas. Durante 51 días en el verano pasado, soportamos una devastación inexpresable. Con cada ataque emergíamos màs compactamente unidos, más resilientes y determinados. Estamos unidos por esta voluntad de sobrevivir y reconstruir nuestras vidas. Hay una esperanza de que tal vez este verano pasado fue el útimo ataque mayor; que nunca màs la población de Gaza tendrá que ser forzada a sucumbir con tanto sufrimiento. Esperanza, pero no mucha fe.
a Shell-Shocked: On the Ground Under Israel’s Gaza Assault (Traumatizados por el bombardeo: en el lugar, durante el asalto de Israel a la Franja de Gaza). El libro que escribió Mohammed Omer, palestino, periodista y habitante, con su familia, en la Franja.
Ahora, un año después de la última guerra en Gaza, me encuentro a mí mismo reflexionando acerca de mi primer encuentro con Jalal Jundia. Fue durante el verano de 2014 cuando lo vi sentado encima de las ruinas de su hogar familiar, rodeado de polvo y escombros. Aunque procuraba permanecer calmo, me di cuenta que su rostro estaba surcado por líneas de sufrimiento. Como tantos en Gaza había perdido todo durante el asalto israelí, el más reciente de una serie de ataques que llegan con frecuencia predeterminable, cada 3 o 4 años. Jalal se preguntaba qué había sido de su esposa y seis hijos. ¿Adónde podría haber ido cuando se les destruyó el hogar por completo? ¿Estarían a salvo? Estaban atrapados en Gaza y no podían abandonar la franja. Todo lo que podían hacer era esperar a que los bombardeos terminen y rogar porque venga un tiempo en que los drones no ocupen màs el cielo. Tal vez para entonces habría suficiente paz como para que su familia pudiera reconstruir e intentar un retorno a alguna suerte de vida normal.
Un año después, Jalal sigue sin hogar. Su casa no ha sido reedificada y su familia sobrevive, apenas es sobreviviente. En cuanto a mí mismo, trato de permanecer optimista, lo cual no deja de ser una proeza en esta cáscara en ruinas que alguna vez fue un enclave costero hermoso y autosuficiente. Nuestra realidad depende enteramente de la determinación de Israel de desplazarnos de nuestros hogares para siempre. Despuès de la purga de 1947 y 1948, que fue una limpieza étnica de habitantes no judíos expulsados de los territorios que Israel ansiaba para sí y que no habían sido cedidos por la ONU, la Franja de Gaza se convirtió en un territorio seguro para decenas de miles que huían de las matanzas que las bandas del Irgun, del Stern y de Lehi llevaban a cabo. Eran organizaciones que se definían a sí mismas como terroristas, y fueron las antecesoras del ejército, la policía y los servicios secretos (Shin Bet) del Israel actual. Entretanto, nuestros mayores actuales, los hombres, mujeres y niños que huyeron antes de que llegaran las milicias sionistas, todavía conservan consigo las llaves de los hogares que les fueron arrebatados. Esas llaves representan una esperanza y una determinación. Tienen la esperanza de volver un día al hogar.
En las secuelas de este último ataque, la enorme mayoría de los niños de Gaza han quedado traumatizados. Continuamos viviendo bajo estado de sitio, limitados en cuanto a qué comprar, exportar, importar. No podemos ir a otros sitios y resulta muy difícil para la gente llegar a visitarnos. Escuchamos resignadamente como activistas de derechos humanos festejan el que ’nosotros los palestinos podemos resistir la agresión’, simplemente porque hemos sobrevivido hasta ahora. Esto puede ser cierto pero plantea la cuestión: ¿por què tendríamos que estar forzados a continuar soportando esta miseria? La Segunda Guerra Mundial duró seis años; el asalto del Tercer Reich y su limpieza étnica de aquellos que condenó como indeseables duró doce años. Nuestra opresión ha durado hasta ahora 67 años, haciendo de la ocupación israelí de Palestina uno de las más largas de la historia.
Cada minuto de cada día vivimos una realidad distorsionada, una catástrofe llevada a cabo por el hombre a efectos de proteger y guardar como reliquia una peculiar manifestación de racismo abierto que garantiza privilegios y vida únicamente sobre la base de religión y raza, que niega, precisamente, que existan. Su propósito es hacer insoportables las vidas de aquellos de nosotros que pertenecemos a la raza y/o a la religión no favorecida. El objetivo que tienen es forzarnos a que “voluntariamente” abandonemos nuestro propio país, los negocios, la familia, los hogares, nuestra cultura y nuestros ancestros. La herramienta para semejante persecución es sistémica e infecta todos los aspectos de la vida. Abarca desde impedirnos que reconstruyamos nuestras viviendas hasta agresiones militares, asesinato de gente marcada, encarcelamientos, dietas para hambrearnos, reforzadas por el sitio y toda una ristra de castigos que deshumanizan y nos despojan de nuestros derechos. Y, ciertamente, los obstáculos para poder movernos; los muros y los puestos de control, por la “seguridad”.
Y pese a todo eso, nosotros estamos todavía. Es verdad. En Gaza encontramos algunos recursos para ir sobreviviendo. Nuestras mujeres reciclan los desechos de los materiales que han convertido a nuestros hogares en macetas. Los estudiantes retornan a sus escuelas deshechas por los bombardeos, igualmente empeñados en terminar su educación. Los libros retorcidos y maltrechos son rehechos, a los lapiceros se los repone juntando partes no desechadas. En la noche, los estudiantes leen sus textos a la luz de velas. El corte tan frecuente de gas, agua y electricidad es otra de las realidades cotidianas en la Franja. Y así la vamos llevando, concentrándonos en lo más básico y embarrándonos con orgullosa determinación. Somos humanos, con sueños y pesadillas, tan fuertes y tan vulnerables como todos. Nos enorgullecemos de nuestra autosuficiencia y humildemente damos gracias a Dios por la ayuda de otros en tanto mantenemos la esperanza y rogamos por justicia.
Justicia que tiene que llegar. Cada vez que Jundia me ve me pregunta cuándo Occidente, que siempre está pontificando sobre democracia y existencialismo vinculado con los derechos humanos, va a actuar haciendo respetar sus ideales. ¿No escuchan acaso los ataques de Israel a la Franja de Gaza? Sus ojos buscan en mí un poco de esperanza. Sabe que yo he estado fuera de la Franja y que he hablado a menudo con gente influyente de Occidente. A menudo, me siento incapaz de encontrarme con su mirada de asombro. Soy consciente que los poderes occidentales se preocupan poco y nada de los sufrimientos humanos si acaecen en Gaza. Aquí, se siente fácilmente que los casi dos millones de habitantes de la Franja no existen. No puedo franquearle esta verdad tan perturbadora a Jundia. Màs bien, fortalezco su esperanza asegurándole que voy a continuar compartiendo este historia con el mundo. Le prometo que su voz se va a oír.
Como Jundia, soy un residente de Gaza y sufro a través de los ataques diarios, así como los ataques mayores que sobrevienen cada pocos años. Ésta ha sido mi experiencia de vida, primero como niño, luego como joven y ahora como padre y esposo; nací unos años antes de lo que resultó la primera intifada [1987]. Al día de hoy cuatro generaciones han vivido durante esta ocupación. La mayoría de nosotros en la Franja de Gaza no han conocido nada más. Ahora, el último ataque, el mayor, está un año atrás de nuestras vidas. Durante 51 días en el verano pasado, soportamos una devastación inexpresable. Con cada ataque emergíamos màs compactamente unidos, más resilientes y determinados. Estamos unidos por esta voluntad de sobrevivir y reconstruir nuestras vidas. Hay una esperanza de que tal vez este verano pasado fue el último ataque mayor; que nunca màs la población de Gaza tendrá que ser forzada a sucumbir con tanto sufrimiento. Esperanza, pero no mucha fe.