29 enero 2016
por Luis E. Sabini Fernández.
Abya Yala o América del Sur ─designación de originarios o de europeos─ es el continente, la porción de tierra planetaria más húmeda, más rica en agua. Al menos en estado líquido, de superficie o subterránea. Son tales sus dimensiones territoriales, cerca de 20 millones de km2, que alberga en su seno también vastas regiones secas e incluso desérticas.
En esa nave inmensa, parte apenas de la nuestra planetaria, nos encontramos en Uruguay. Un territorio física y políticamente pequeño. Comparado con el abanico mundial de estados, estamos precisamente en la media de superficie (alrededor de unos cien estados más extensos y otros cien más pequeños); en términos poblacionales, en cambio, vivimos en un territorio más bien despoblado respecto de la media mundial (hay dos tercios de estados mayores y sólo un tercio de menos poblados). 1
Tenemos una de las tierras mejor irrigadas del mundo entero, lo cual habilita su uso para ganadería y agricultura. La calidad ganadera del país ─rebautizado en algún momento vaquería─ la comprobó hace ya cuatro largos siglos Hernando Arias de Saavedra, ”nuestro” Hernandarias, gobernador español del Paraguay.
¿País minero?
Por sus dimensiones más bien reducidas, por las características del suelo, todo verde, la “propuesta”, formulada por José Mujica Cordano, a la sazón presidente del Uruguay, de que ‘así como el país había sido ganadero dos siglos [se refiere, infiero, a los de vida “independiente”], bien podía ser ahora minero’ merece ser elevada a los anales de la estulticia. Basta observar donde se emplazan las principales actividades mineras de la humanidad para darse cuenta: en tierras yermas, que el clima y el suelo hacen poco propicias para cultivos; en la cordillera de los Andes, por ejemplo.
Otro rasgo característico: países con fuerte desarrollo minero coinciden en general con enorme disposición de tierras, como son los casos de Canadá, Australia, EE.UU. o China que rondan los 10 millones de km2 cada uno (Australia, algo menos), es decir unas 60 veces la superficie del “paisito”. 600 km no es lo mismo que 10 km. Ni 600 km2, 10 km2. El país alberga propiedades de 10 000 ha. Y también mucho mayores. Pero no de 600 000…
Uruguay es un país “verde” y goza, propiamente, uno de los porcentajes más altos de cubierta verde de todos los países del planeta, alrededor del 90% de su superficie. 2 Como bien explica Víctor Bacchetta en su “vivisección” del proyecto Aratirí: 3 “En el caso de Uruguay, la minería no se practica en montañas o desiertos sin cobertura vegetal. El primer obstáculo para llegar al mineral es la base de una pradera natural […]. Este “detalle” que al parecer le pasó inadvertido a José Mujica Cordano, tiene un doble costo: el de eliminar la pradera para ejercer la minería y el de perder la actividad económica que con dicha pradera puede hacerse; como vimos, siglos de ganadería, que le otorgó al Uruguay en el concierto de las naciones periféricas y más o menos excoloniales una asombrosa calidad alimentaria.
Respecto de la “película” verde que recubre casi todo el suelo oriental, hay una propuesta de la empresa Zamin Ferrous, titular del proyecto Aratirí, que también nos presenta Bacchetta, y que es ilustrativa de la relación centro-periferia, para el caso entre los consorcios industriales y los países más o menos periféricos, más o menos coloniales, en que se asientan. Zamin Ferrous tiene la peculiaridad de su origen indio, pero su comportamiento es exactamente equiparable al de los consorcios primermundianos.
Cuando Zamin Ferrous-Aratirí presenta su proyecto aclara que esa cubierta del suelo “será retirada para ser devuelta a su lugar original [¡sic!] al final de la explotación.” 4 Advierta el lector que estamos hablando de un período de al menos década y media… ¿Conservando el suelo verde?… ¿dónde?, ¿cómo?
La ocurrencia tiene un penoso parentesco con la propuesta de la Barrick Gold en provincias andinas de la Argentina: cuando las asociaciones vecinales criticaron el proyecto minero que contaba con arrasar un glaciar, Barrick Gold entonces “tranquilizó” a los pobladores ofreciendo trasladar ese glaciar (y eventualmente dos más) a otros sitios para que no se perdieran o fundieran…
Sólo una visión muy “administrativa” de la naturaleza, en este caso el clima de montaña y su biota, y una visión también “administrativa” de la biota en el caso de la cubierta vegetal compuesta por animales y plantas (microfauna y microflora), puede permitirse argumentar que se puede cambiar el lugar de un glaciar como si fuera un florero o que se puede retirar un suelo vivo y reponerlo décadas después…
En rigor, ambos ejemplos, extraídos de dos grandes consorcios mineros, remiten a los vidrios de colores con que algunos europeos avisados engañaban o seducían a nativoamericanos en sus primeros contactos…
¿País agroindustrial?
Las dimensiones del país tampoco hacen propicio el territorio para los cultivos agroindustriales. Más allá de toda consideración ambiental que plantea una problematicidad gravísima que abordaremos a continuación.
Por su tamaño, Uruguay puede ofrecer a gatas una potencialidad marginal: basta ver los estados que han apostado a la agroindustria para darse cuenta cuándo hablamos de explotación plena y cuándo de explotación marginal. La agroindustria con su dotación de cosechadoras gigantescas rinde en países con llanuras inmensas, como las de EE.UU., Canadá, Argentina, Brasil, Australia, o siquiera como las ucranianas.
La razón por la cual el gobierno populista argentino de la primera década del siglo actual, el gobierno K, se pudo dar el lujo de retener hasta un tercio del precio de la venta bruta de soja transgénica como regalía para el estado, proviene de la extraordinaria rentabilidad, absolutamente excepcional, de tales cultivos, que permitió que los sojeros aceptaran esa “expropiación” porque aun así, sus ganancias eran increíblemente altas. En el territorio uruguayo, no pampeano sino ondeado, con subidas y bajadas tan visibles en nuestras carreteras y rutas, el rendimiento de tipo agroindustrial es menor.
La actividad agroindustrial, es decir la producción de bienes rurales como cereales o carnes con los rasgos de una actividad industrial, presenta un aspecto ambiental que anunciamos y que a su vez es sustancial: se trata de una actividad humana altamente contaminante. De actividades que están llevando a la humanidad a un callejón sin salida, fruto de una tecnobiología (biotech) desbocada.
Es precisamente ese aspecto más la menguada rentabilidad que lo agroindustrial puede desplegar en un territorio como el nuestro, lo que ha llevado a más de un analista a desechar el cultivo de commodities como apuesta del país al mercado mundial. Una pésima solución para la economía nacional, aunque muy promovida por las empresas transnacionales que tejen el dominio corporativo de la economía planetaria actual.
Tenemos una superficie demasiado pequeña para lograr un ingreso significativo adaptándonos a las “necesidades” de esas megaempresas a menudo con presupuestos mucho mayores que los de los estados nacionales que las “albergan”.
Nuestra opción, entendemos, teniendo en cuenta la ubicación geográfica (el hemisferio sur está mucho menos contaminado que el norte), la dimensión territorial, y la abundancia de agua, podrían ser specialities, no commodities. En lugar de venta a granel de productos alimenticios “del montón”, optar por la producción de alimentos orgánicos y naturales. Lo cual permitiría darle sentido a la consigna “Uruguay natural” que ha sido puramente turística y demagógica (basta ver como tratamos a los “residuos”), consigna que se sigue usando con creciente, penosa falsedad. La producción orgánica, slow-food, comida sin ingredientes químicos está siendo crecientemente demandada por la población y particularmente por los sectores más atentos a la problemática ambiental, que se van separando cada vez más notoriamente de la comida basura y la cancerización consiguiente.
Claro que semejante apuesta significaría aprender a producir ingredientes sanos, con mucho menores cargas químicas, y consiguientemente apostar a las pequeñas unidades productivas, y tejer una red económica de circulación material y sostén de tal tipo de actividades. Esa potencialidad existe en nuestro territorio; un desafío para que exista también en nuestra sociedad.
Por las dimensiones del territorio nuestro, la actividad minera como actividad económica principal no parece la mejor opción, porque la irradiación de cualquier actividad de ese tipo es de varios kilómetros a la redonda (y no hace falta que sea de minerales radiactivos para que haga daño y nos afecte). Lo acabamos de vivenciar con la cantera abierta al lado de Suárez, donde el polvo y el ruido afectaba a sus tan cercanos “vecinos”.
La fabricación de commodities rurales no sólo nos condena a una subalternidad económica permanente ante países de grandes extensiones y por lo mismo con mejor competitividad como, precisamente, nuestros linderos, Argentina y Brasil, sino que además crea las bases para una contaminación generalizada que si es criminal en cualquier territorio, en cualquier estado, es además propia de estúpidos en un territorio pequeño, por la facilidad con que se nos hace patente.
Baste reparar en el “percance” del río Dulce en Minas Geraes, Brasil, hace apenas algunas semanas: un dique de cola de esos que se construyen garantizados para que duren indefinidamente, aunque demasiado a menudo el tiempo indefinido se trunca sorpresivamente, como en este caso, cuando una de sus paredes cede. El enorme piletón de contención de los desechos metálicos, químicos, tóxicos de una extracción minera de años empezó a escurrir río abajo hacia su desembocadura, en el océano Atlántico, a 650 km. Tardó algunos días desplazándose esa masa de lodo tóxico a razón de unos 50 km. por día… Dejó decenas de muertos humanos, desolación y contaminación a lo largo del río, totalmente inutilizado a partir de entonces como fuente de agua o de pesca… ¿Qué habría significado para Uruguay un desastre de similares proporciones? Basta mirar dos mapas, los de Uruguay y de Brasil, para darse cuenta de la diferencia de impacto a escala nacional.
Y sin embargo, si bien el plan de cambiar de matriz productiva de la ganadería a la minería no ha “marchado”, afortunadamente, la implantación de la agroindustria, con “titulares de primera” como Monsanto y UPM, por ejemplo, sí se ha llevado adelante.
¡Cómo no va a prosperar la agroindustria si los grandes consorcios no pagan casi impuestos, el gobierno les ofrece zonas francas y ni siquiera atienden al desgaste cada vez mayor de las rutas, deshechas por el peso de las grandes cargas de rolos y soja! ¡No pagan siquiera por los muertos en ruta por ese motivo!
Y aquí llegamos al agua.
En rigor, podríamos decir que lo que se llevan las empresas extractivas del Uruguay es humedad en forma de rollos de las plantaciones de eucaliptus y pinos y otra vez humedad en forma de granos de soja.
El negocio es penosamente asimétrico: se llevan agua procesada por organis-mos vivos (los árboles, las oleaginosas, por ejemplo) y nos dejan agua contaminada. Porque para hacer aquella extracción y que la misma resulte rentable, se la incre-menta de dos maneras: mediante fertilizantes que aumentan el tamaño y el peso de las plantas, y mediante plaguicidas que evitan que las plantas de la actividad agroem-presaria tengan “competencia”. Los fertilizantes y plaguicidas derramados en los campos de cultivo no son sólo absorbidos por pinos, eucaliptos o porotos de soja… van a parar, siguiendo la ley de la gravedad, a cañadones, arroyos, ríos y por esa vía a las fuentes de agua potable de los uruguayos. Los venenos no son fácilmente separables puesto que suelen presentarse en partículas ínfimas que seguramente “superan” muchos filtros; los fertilizantes favorecen el florecimiento de algas y otras organismos vivos elementales que tienden a suprimir el oxígeno de los espejos de agua que los albergan; eutrofización, que es pérdida de toda fuerza vital en el agua; el agua pasa a estar muerta, privada de vida. Ese proceso suele iniciarse con una plétora de algas, de las que muchas son tóxicas para humanos (y para otras especies).
Y ésa es la situación del Uruguay actual: tenemos algas tóxicas en nuestras fuentes proveedoras de agua… potable, que ya no es tal.
Algo que era un orgullo uruguayo, disponer desde agua corriente, se ha convertido en un problema.
Porque inicialmente, el agua corriente se sobreentendía que era agua potable. A ningún ingeniero del s XIX se le habría ocurrido hacer esa formidable obra, el tendido de redes, para proveer agua no potable o agua tóxica.
Pero tal es la situación hoy. La cuenca del río Santa Lucía abastece a unos dos tercios del país, de agua corriente que ya no es potable. Montevideo, Canelones, Florida… La Laguna del Sauce provee de agua al departamento de Maldonado. Los departamentos litoraleños, Artigas, Salto, Paysandú, Río Negro, Soriano solían proveerse de agua del río Uruguay, pero con la floración abrumadora de algas y el reconocimiento de alteraciones del sabor y calidad en el agua, se ha encarado la extracción de agua desde perforaciones. En estos parajes del Uruguay, la perforación debería hacerse para alcanzar el Acuífero Guaraní, aunque por cómo ya ha sido afectado por la mano del hombre, esa agua tendría que ser controlada y eventualmente potabilizada…
¿Cómo es posible que lo que fuera orgullo de modernización hace cien años haya devenido en causa de pesar y vergüenza, de desconfianza y enfermedad?
Los organismos oficiales de control nos aseguran la calidad y la potabilidad en remitidos que dan vergüenza ajena. 5 Conocedores, investigadores del área, como Daniel Panario, terminan recomendando filtros hogareños, puesto que los públicos y generales presentan tantas fallas.
En medio de esta vergüenza nacional, las compañías embotelladoras de agua (mineral o mineralizada) proclaman, contentas, que han hecho pingües ganancias. Chocolate por la noticia. Quede para otra nota el examen de esa alegría.
1 Con un rasgo llamativo y no exento de problematicidad; hay toda una lista de estados nacionales que medio siglo atrás estaban menos poblados que Uruguay y ahora superan su población, incluso la duplican o triplican: Paraguay, Nicaragua, Honduras, Panamá, Nueva Zelandia, Liberia, Libia…
2 Países con generoso volumen de “tierras cultivables” son, por ejemplo, Bangla Desh u Holanda (alrededor de dos tercios de su superficie); se trata de países con menor o mucho menor extensión que la del Uruguay.
3 Aratirí y otras aventuras, Doble clic editoras, Montevideo, 2015, p. 27.
4 Ibíd, p. 28.
5 La ministra Eneida de León comunicó que “los últimos resultados de las muestras obtenidas arrojaron un porcentaje de agua potable superior al 99 %, dato que consideró «más que admisible» al compararlo con Europa y América Latina, donde el promedio se sitúa en el 93 % y el 76 %, respectivamente.” (Ag. EFE, 11/5/2015). Una pena que la ministra no hubiera revelado las fuentes de semejantes afirmaciones. Y ni hablar de los olvidos de semejante fraseo…