por Luis E. Sabini Fernández –
Sabemos que vivimos en un ardoroso y continuo presente, que condena toda temporalidad. Está casi prohibido recordar, porque eso nos puede ayudar a una confrontación, un análisis comparativo y otros zarandajas conceptuales de escaso curso actual.
La protesta popular del lunes 19 ha recogido según los partes oficiales, 88 policías con heridas y contusiones de (muy) distinta consideración, 70 manifestantes igualmente contusos (o heridos), 60 detenidos… Y una versión, igualmente contusa, herida, o tal vez peor.
De acuerdo con el medio informativo, desaparece alguna de esas tres categorías; la más ausente, tal vez por la profusión de medios amigables con el cambio, ha sido la desaparición de los70 lesionados.
Los lanateucos han recuperado la voz. Y la sed de justicia. Como Catones, han preguntado una y otra vez por la ausencia de voces opositoras condenando los desmanes.
Algunos han recibido las grabaciones de diálogos entre policías pidiendo “manos libres” y la voz de mando diciendo: −no por ahora, todavía no… protéjanse y esperen.
¿Por qué hay que esperar? se preguntan los lanateucos, así como los policías ayer se preguntaban, bajo la lluvia de piedras.
El cálculo de los mandos policiales ha sido bien sencillo, casi contable: esperar hasta compensar –mediáticamente hablando− los atropellos y abusos cometidos por la Gendarmería el jueves, para poder, luego, salir y dar y dar y dar, pero ya legitimados.
Bajo el mando exultante de la adiestrada en Israel Patricia Bullrich, la Gendarmería hizo el jueves 14 una demostración de la pesadilla del poder represivo en la calle. Con un equipamiento costosísimo que el estado argentino habrá de pagar a precio de oro, la Gendarmería actuó como actúan los militares; sin diálogo.
La diferencia fundamental entre policías y militares es que los policías, aun con comportamientos abusivos, están conformados como parte de la sociedad c i v i l. Los militares, en cambio, son entrenados y configurados para actuar ante e l e n e m i g o. Por eso, los militares no están ni capacitados ni interesados en dialogar con población. No hablan, no contestan, ni siquiera preguntan. Y la Gendarmería es un cuerpo militar(izado) para el cuidado de fronteras. Situarlo en la tarea policial de despejar una ruta o de custodiar el Palacio de las Leyes es un sinsentido que solo una ministra militarizada puede concebir (y un gobierno que no distingue claramente los derechos de la sociedad civil puede aceptar; lamentablemente parece que ni la sociedad civil lo advierte).
Por eso pasó lo que pasó el jueves pasado.
Pero al no estar con restricciones dictatoriales (más allá de cierto direccionamiento informativo y algunas persecuciones), la sociedad pudo ver el comportamiento represivo, se indignó y en consecuencia, aunque el gobierno “ganó” la calle, perdió puntos.
Se dieron cuenta. No podían seguir así. Porque la sociedad civil se dispuso a ganar la calle, otra vez, ahora reforzada con la indignación.
El gobierno, atento, cambió la táctica. La sociedad civil refractaria al gobierno y contrariada por la infamante quita a los jubilados (que viene doblada, con la concesión de menor presión tributaria a los más acaudalados; lo que se llama un “gobierno de clase”) se presentó masivamente en los alrededores del Congreso para repudiar el proyecto.
Y la policía tranqui. Aquí entran en juego dos estrategias y quien esto escribe no acierta cuál ha sido la más empleada. Los grupos más radicalizados, al ver la pasividad policial, se agrandan, pueden imaginar, delirando, hasta una ofensiva. Y la pueden emprender con más vehemencia (léase piedras, cubiertas quemadas…).
A su vez, así como abundan los trolls[1] que calientan las pavas informáticas, hay servis al estilo de los mistarvim[2] israelíes que “calientan” la calle.
Una vez disparado este segundo round con jóvenes impacientes, inquietos, indignados o voluntariosos energúmenos, o con la segunda variante, “ alumnos” que seguramente ha capacitado la ministra de Seguridad, “el bardo” ya es suficiente para que la policía entre en acción, pero legitimada.
Pasado el momento gandhiano, viene el desquite.
Y aquí entran nuestros lanateucos. Indignados por el sufrimiento acumulado por la policía este lunes 19. ¿Cómo dejaron con las manos libres a esos salvajes? ¿Por qué tuvieron que soportar ese castigo?
Los lanateucos tienen la memoria corta, casi instantánea, como en “El país de no me acuerdo”. Ya no recuerdan los pasitos del jueves 14.
Y ellos arrancan con su flamígera moral el mismísimo lunes 18. Allí hacen las cuentas morales.
El gobierno y Jaimito los deben mirar con complacida indulgencia.
[1] Un espécimen periodístico de alta floración.
[2] El nombre proviene de la mitología nórdica: duendes.
[3] Los cuerpos represivos israelíes han desarrollado toda un área de camuflaje para combatir, reprimir y diezmar una sociedad, la palestina, sobre la cual se han asentado, pero que por eso mismo ha seguido conviviendo en un mismo suelo (aunque cada vez menos, menos suelo para palestinos, y más para israelíes). Son judíos sionistas perfectamente adiestrados como natives palestinos. Con sus ropas, su lengua.