EN RECONOCIMIENTO A LEO MASLÍAH
Por Luis E. Sabini Fernández –
Una medida, otra, del gobierno uruguayo que no hace sino premiar al mundo empresario, a costa de la población.
El punto ha sido tratado con justeza y precisión en notas como la de Gerardo Honty, “El contaminado paga” o a través de diversas consideraciones de Eduardo Gudynas en “Aumentan el agua potable en Uruguay para subvencionar a los contaminadores”.
Hay empero, un aspecto que entiendo no ha sido relevado.
Las notas de estos dos comentaristas aciertan en el significado de la política gubernamental, y proponen que, por el contrario, quien contamine pague. Para lo cual se ensayan diversas consideraciones sobre tasas de recargo que vayan contra los contaminadores y no contra la inerme población, como acaba de decidirlo el sr. ministro Danilo Astori.
Pero las tasas no resuelven el problema, ni siquiera las tasas cobradas al contaminador. Honty lo dice expresamente: “El principio contaminador-pagador no tiene como fin directo reducir los impactos ambientales o la contaminación”.
Es decir, el pago aun el justo de las tasas, no resuelve el problema. En todo caso, puede resultar moralmente más aceptable que la política del gobierno de descargar sobre la población perjudicada el incremento de los costos ocasionados por los contaminadores.
Gudynas lo señala claramente: “La tasa ambiental de Astori es una pésima señal económica. Se le está diciendo a los contaminadores, sean [tanto] agropecuarios como industriales, que podrían seguir contaminando sin gastar mucho más, ya que la descontaminación al final la pagaremos todos nosotros.”
En concreto, la crítica a la política de conceder impunidad a los contaminadores descargando los costos en los contaminados no se resuelve enderezando los términos, como dice Honty, al referirse a un reino del revés.
Si logramos entrar a un reino del derecho, los contaminadores pagando, estarán igual contentos por algo que se conoce desde hace décadas en el mundo empresario: desembarazarse de una dificultad, sacarse de encima una obligación, mediante un pago.
No es cierto que aplicando una tasa ambiental sobre los contaminadores hará que éstos “no tengan ventajas económicas” como sostiene Gudynas.
Tampoco es cierto, lo que Honty plantea, que ‘se envía una señal económica induciendo a los contaminadores a tomar medidas preventivas que resulten menos onerosas que un impuesto’.
En el mundo empresario, se conoce desde hace mucho “el pagar para tener la libertad de contaminar”. Están rigurosamente calculados los costos empresariales por los cuales las empresas pagan de buena gana una tasa (o una multa) si eso les permite seguir producir con menos costo incluyendo contaminación.
Porque la descontaminación suele ser mucho más onerosa, para la empresa. La producción limpia anulando la externalización, por ejemplo; que las empresas asuman los costos de intoxicados en lugar de hacerlo los hospitales; que las empresas se hagan cargo del costo de los desechos en lugar de que los municipios los cambien de lugar o los hagan “desaparecer de la vista” (y así sucesivamente) aumenta costos y/o baja tasas de ganancias. Y ése es el verdadero callo de la planta industrial… Eso es lo que los dueños del capital no están tan dispuestos a transigir.
Y como dicen nuestros comentados, las tasas ambientales ─aun las del reino del derecho y no las del revés─ no solucionan ni quieren siquiera solucionar el asunto de fondo. Porque el asunto de fondo es la contaminación. Y es imperioso restringir ese proceso, tender a su extinción.
Porque, avanzando en la senda que se autocalifica de “agricultura inteligente”, los que perdemos somos todos, la sociedad, los humanos (los más expuestos más, como siempre; el campesinado pobre, el que trajina directamente con los productos contaminantes, pero a la larga nos llega a todos y no sólo a los humanos, obviamente; a la biodiversidad, a la microfauna y microflora, y a los organismos mayores….
Tenemos que empezar a entender que un mundo contaminado no es sustentable. Y que es costosísimo. En salud, en dolor, en atención. Pero además, porque nuestro suelo, otrora considerado de los más feraces del planeta, va bajando su rendimiento… por la contaminación.
Acabamos de ver cómo han sido arrasados varios pequeños chacareros, productores de nuestros alimentos, morrones, tomates, a orillas de un subafluente del Santa Lucía porque un sojero aguas arriba usó agrotóxicos para su “agricultura inteligente”; soja para exportación y alimento de cerdos en Asia. Una soja de la que nadie se hace responsable. A diferencia de los productores de tomates y morrones que se destinan al consumo local y montevideano en particular. Los tóxicos regados en los campos, con descuido, con desprecio, se deslizan hacia las corrientes de agua de la cual se nutren los agricultores que irrigan, aguas abajo, por goteo su producción. Así se les ha envenenado la producción.
El suelo, el agua, ya no es confiable. Porque el comportamiento de los cultores de los agrotóxicos es particular pero los resultados son comunes; nos son comunes a todos. Porque el suelo, el agua y el aire es lo más “comunista” o “comunitarista” que existe.
Por eso, la contaminación, cada vez más generalizada, es suicida. Porque lo que estamos viviendo, ya en el planeta entero, es una pérdida de biodiversidad que ha obligado a los investigadores del área a verificar que hemos entrado a una sexta era planetaria de extinción masiva de biodiversidad en la historia del planeta.
Pero que ésta es la primera que tiene carácter antropogénico; estamos estrechando peligrosamente la biodiversidad planetaria.
Monsanto propuso en su momento diseñar drones polinizadores ante la extinción masiva de abejas y otros insectos polinizadores. No es claro el diagnóstico pero hay un avanzado acuerdo científico para inferir que la muerte o desaparición de abejas está altamente vinculada con tóxicos de los producidos precisamente por Monsanto (ahora Bayer).
Hay gente que parece imaginar un mundo sin naturaleza. Otros consideramos que sin natura tampoco nosotros vamos a sobrevivir. Porque nosotros somos naturaleza.