por Luis E. Sabini Fernández –
No digo con ello nada nuevo, por cierto.
Son muchos ya quienes observan, observamos, un presentizaciòn creciente de nuestras sociedades y vidas cotidianas.
Se trata de un movimiento actitudinal que entiendo progresivamente acelerado. Tal vez mojón referencial haya sido el colapso soviético, a fines de los ’80 y ya decisivamente a comienzos de los ’90.
Aunque la idea de futuro (socialista) era ideología pura, en el peor sentido del término que nos recordara Karl Marx hace ya mucho ─“enmascaramiento de la realidad”─ hasta el derrumbe de la URSS la dimensión futura seguía perteneciendo a nuestra cultura, por más que ya muchos, y cada vez más, lo viéramos como pesadilla y no como “sueño de la humanidad” que los “profetas del socialismo” quisieron durante largo tiempo insuflar.
Pero en estos últimos escasos treinta años, el proceso de presentización se ha ido agudizando.
Y más allá de los cambios de cosmovisión o mejor dicho del derrumbe de la profecía socialista, ha habido otro factor decisivo en la cuestión de la presentización (y que habría que relacionar con los cambios políticos).
Y es la presencia cada vez más dominante de la imagen.
Mientras la palabra, por definición, constituye una mediación del sujeto con la realidad, un puente, una intelección, y la palabra escrita acentúa esa proceso porque nos ingresa a la dimensión abstracta, la imagen, en cambio, parece saltear toda mediación y se nos presenta como directa, tan real como la realidad misma.
Por cierto que eso mismo la ha transformado en formidable, temible arma persuasiva; las falsificaciones visuales suelen ser las más difíciles de discernir; el ciudadano apolítico, en rigor despolitizado ─un ejemplar que abunda en nuestras sociedades─ puede sospechar de la palabra (aunque sea veraz, verdadera, verídica), puede sospechar de la palabra oída, grabada, porque ─nos va a decir─ puede estar fraguada (lo cual puede ser cierto, claro), pero ese mismo sujeto se tragará íntegra la imagen. Allí sí, cree. Allí, desde allí, se alimenta la credulidad.
Las imágenes tienen un enorme magnetismo. Baste pensar lo caras que nos resultan a todos, algunas. Del ser amado, sobre todo si está lejos, de un paisaje con carga afectiva….
Basta verlo en el turismo que se ha masificado en las últimas décadas y que viven mejor dicho que pervive de… las fotos, los videos. Ése es el pan turístico de cada día.
Veamos de qué imagen hablamos cuando hablamos de imagen. Por empezar, se trata de imágenes indirectas; no es el ojo que mira la realidad sino el ojo que mira una imagen de la realidad, de la presunta realidad.
Hagamos algunos cortes… en la sociedad.
Los nenes, los pequeñines de 2, 3, 4 años, que disponen cada vez más de celulares (no sabemos si ya propios o todavía de los padres), con sus deditos, ya hábiles, atentos, van observando, concentrados el desplazamiento de…. imágenes. Como hipnotizados, subyugados, paralizados, siguen el curso visual que con los deditos van aprendiendo a encauzar. Si son juegos, en rigor, los encauzan a ellos. Pero ese diálogo cautivo es muy marcado.[1]
Se dice, con mucha materialidad, que “el saber ocupa lugar”. Y eso, la capacidad finita ─aunque inmensa es siempre limitada─ de nuestros recursos intelectuales nos permite inferir que toda la energía que aplicamos a ver (y a distraernos) con la imagen va en desmedro de otras intelecciones.
El dominio de la imagen ha ido afianzándose con el paso del tiempo: baste pensar la fuerza que debieron tener en su momento las imágenes en grutas como las de Altamira, los progresos de la imagen hasta llegar al Renacimiento, los desarrollos pictóricos y escultóricos, arquitectónicos de la modernidad, la fuerza milenaria de la imagen teatral y la formidable irrupción del cine ya muy a fines del siglo XIX, para llegar a un dominio ya incontestado, generalizado y (cada vez más) global con la TV durante toda la segunda mitad del siglo XX. Desde entonces es que podemos decir que estamos en una “civilización de y por la imagen”.
Como los procesos de cambio social nunca son unívocos, la temporalidad nuestra, humana, de pasado, presente y futuro, pervivió esos avances de la fuerza de la imagen. Hasta la década de los ’90, dijimos, cuando, con la imagen ya entronizada en nuestra cultura cotidiana y en nuestras mentalidades, sobreviene el crac (final, categórico) del futuro socialista.[2]
Vayamos al caso argentino.
Los doce años kirchneristas fueron muy celosos de un relato. Que se proclamó inicialmente peronista, pero que casi desde el vamos fue perfilándose con rasgos propios. Dentro de lo que se denomina generalmente populismo; confianza en alcanzar un capitalismo bueno (lo que para algunos constituye una contradicción en sus propios términos), atención material a las capas de la sociedad con menor poder adquisitivo (aunque siempre preservando al sector con mayor poder adquisitivo), pero en la cuestión que nos interesa ─la temporalidad─ el kirchnerismo constituía un relato con raíces históricas, reclamándose no solo dentro del peronismo, sino dentro de la resistencia a la omnipotencia estadounidense (que al mismo tiempo se la facilitaba en varios aspectos, como con el auge de los productos transgénicos; así de contradictorio es el populismo). Así vimos su contribución a impedir la concreción del ALCA, estrategia de “integración deglutidora” de Bush y la craneoteca estadounidense a comienzos del s. XXI.
En resumen, el kirchnerismo, peronismo, se anclaba en un pasado, se afirmaba en un presente y postulaba un futuro.
Las elecciones de 2015 parecen haber consumado una revolución en lo que tiene que ver con la temporalidad. El nuevo gobierno, el nuevo elenco, por empezar se presenta sin historia, ahistórico, surgido de “nada”. Aun con parentescos muy nítidos con gobiernos anteriores, su grado de identificación con el universo empresarial parece ser su rasgo principal y cuando decimos universo empresarial sabemos que hablamos de la entidad civil menos democrática de todas las existentes en la modernidad, económicas, políticas, gremiales, artísticas, culturales, etcétera; la empresa es la política del cuartel aplicacda a la economía.
Cambiemos, lo dice su nombre, postula un tiempo nuevo, que conserva rasgos muy acusados del viejo tiempo como el despotismo empresarial a gran escala “naturalizado”.
A un año de instalado rompe expresamente con la historia oficial, (paradójicamente, ése solía ser un atributo de la izquierda, porque rechazaba o criticaba la consolidación de injusticias, por ejemplo) y vemos así la sustitución de las imágenes “históricas” que siempre habían circulado en los billetes, por “imágenes de animales”. “Cositas chiquitas lindas” según el ministro Marcos Peña, a cargo de la renovación gráfica y artística de los billetes que forma parte de esa nueva disposición temporal ante lo histórico.[3] (Queda por ver qué pasará en los centros educacionales con esta flamante ahistoricidad)
Como bien dice François Hartog, “Vivimos en un presente que se encierra en sí mismo.” [4]
Hay dos episodios, relativamente recientes, donde la imagen ha cumplido un papel protagónico y mi tesis es que ambos pertenecen a este nuevo mundo construido por la imagen, por el cual han transitado, por ejemplo, diversos episodios de las llamadas “primaveras árabes”.[5]
2001 – El 11 de setiembre de ese año, las cadenas televisivas, todas ellas conectadas con las transmisoras estadounidenses nos retuvieron, al lado de la caja boba, mostrando alternadamente los incendios y otras peripecias en los edificios gemelos de las torres neoyorquinas.
Fueron 24 horas nos stop de espectáculo. La imagen se tragó la realidad. Y sobre todo, nos tragó a nosotros, sus espectadores. Espectadores de un inusual espectáculo; aviones chocando con los edificios y al cabo de un rato, derribados como por implosión. Porque los choques aéreos crearon focos de incendio, sobre todo por el derrame de los tanques de combustible, pero no parecían poner en peligro toda la estructura arquitectónica, aunque sin duda ponía en aprietos, enormes, toda evacuación. A los miles de muertos entre los que se encontraban en los edificios entonces (inusualmente pocos y sobre todo de higiene y maestranza, por la hora), hubo que sumar a lo largo del día centenares del personal de bomberos y salvataje, con muertes atroces durante el cumplimiento de sus deberes.
Jamás se alcanzó claridad sobre los orígenes de la doble catástrofe. Los desmoronamientos parecieron más producto de implosiones que de choques sobre las paredes externas.
Hubo personal muy vinculado al relevamiento e investigación que pidieron refugio y abandonaron EE.UU.
El halo de misterio y desconfianza no se ha difuminado, más bien al contrario.
2016 – El que fuera subsecretario de Obras Públicas del gobierno K, José López, munido de un fusil hipermoderno, casi de película yanqui de superhéroes y/o villanos, con un bolso con ocho millones y medio de dólares y la mirada perdida, toca timbre, a las 3 de la madrugada en las afueras del Gran Buenos Aires a 55 km. de la capital, en el Monasterio de Nuestra Señora del Rosario de Fátima, que al parecer visitaba a menudo.
Si el fusil como arma de protección parece absolutamente fuera de lugar (¿quién podría manejar ese artefacto en una coyuntura rápida, de asalto, por ejemplo?) el bolso repleto de billetes verdes y su portador luciendo una mirada más bien extraviada aumenta el desconcierto, la extrañeza: Si todo eso es muy bizarro, adquiere una dimensión demencial el hecho que todo ello haya sido filmado, hasta los timbrazos iniciales y reiterados de López al convento, lo cual es comprensible, tratándose de las 3 de la mañana).
¿Qué traía López consigo?; ¿su ayuda de cámara (en este caso fílmica)? o fue filmado por el vecino del convento que lo habría denunciado (según la versión policial), o tal vez, ¿la monja nonagenaria lo esperaba con un equipo de filmación para conmemorar su visita?
No tenemos más remedio que suponer que no fue filmado desde el móvil policial que sin embargo llegó muy presto a la puerta del convento, pero al parecer no tanto como para haber registrado la llegada de López.
Nunca supimos cómo se procesó dicha filmación. Tal vez ya ni sea relevante en esta nueva fase social, a pura imagen… Fue, sin embargo, generosamente difundida Como pasara en su momento con el fuego en el WTC.
Ese trabajo fílmico nocturno, como en su momento el del WTC, es clave en algo: la obtención de imágenes. Tras el espectáculo del WTC sobrevino la invasión cruenta de Afganistán destrozado y poco después, todavía en la estela de aquel episodio espectacular o espectáculo episódico, llegó el arrasamiento con saqueo incluido de Irak.
Con López, su bolso y sus dólares la carta K perdió su impulso, con un gobierno que ya estaba “de salida”, con todo su elenco tomando presta distancia. La opción K se debilitó y sobre todo la del gobierno de Macri, Cambiemos, se afianzó.
En los viejos relatos de detectives a la francesa, se decía: “Cherchez la femme”. En los nuevos, informacionales, habrá que empezar a decir: “Cherchez l’image”.
[1] Cautivo tiene una etimología común con mentecato. Mente capto. Mente captada: los pequeñines son todos mentecatos. Y en lugar de apenarnos por ello, en general los adultos parecen complacerse…
[2] Justamente porque nunca hay procesos unívocos, en ese momento habrá varias sociedades, partidos, países, que se seguirán reclamando socialistas, como la Venezuela bolivariana, la Cuba castrista, Corea del Norte y probablemente otras.
[3] La incorporación de imágenes animales a los billetes no sólo deshistoriza. Así como la historia contada hasta ahora en los billetes siempre fue sesgada, defendiendo o postulando historias y acontecimientos históricos compartibles o no, este nuevo tiempo con imágenes de animales porta sus propios contenidos ideológicos; por ejemplo, el rostro de la ballena franca está ligeramente antropomorfizado. Y la reivindicación de “autóctono” es materia harto discutible puesto que las ballenas francas (australes) tienen como hábitat común todos los mares del sur del planeta (lindando con América del Sur, Antártida, Oceanía). Es un sinsentido atribuirle territorialidad marítima argentina. En el caso de los rorcuales que habitan toda la superficie oceánica planetaria, no cabe ningún adueñamiento local, son literalmente planetarios.
[4] “Un presente perpetuo”, entrevistado por G. Entin y A. Delmas, La Nación, Buenos Aires, 10/10/2009.
[5] Su trascendencia es tanta, sobre todo en vidas humanas destrozadas, que merece un análisis específico.
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