por Luis E. Sabini Fernández –
A Marta Fraga, socióloga sabia, cada vez más sabia y menos socióloga
“No creo en brujas, pero que las hay, las hay”. Refrán para apuntar a lo inexplicado
El abordaje de Marcelo Aguiar Pardo, por su amplitud, complejidad y alcance con su “El conspiracionismo, entre la psicología y la ideología” podría ser catalogado como miniensayo.
Pero hay preguntas, o cuestiones que no aborda y otras que contesta escueta e insuficientemente, y finalmente expresa una fe que resulta al menos sorprendente para sus postulados racionalistas.
Vayamos a lo primero.
Ante el cúmulo de vías conspiranoicas que Aguiar repasa (y otras que no menciona); terraplanistas, alienígenas, illuminati, veganos, antiOGM, masones, bilderbergianos, sionistas, plutocracia, antivacunas, refractarios a las ondas electromagnéticas y a las ideologías de género, a los chemtrails, al implante de chips subcutáneos, a los globalifóbicos, y no agregamos a los luditas porque no han aparecido rompedores de celulares o plataformas cibernéticas de última generación, la primera pregunta que cabe hacerse, sin tomar partido necesariamente ni a favor ni en contra, es:
¿Por qué están brotando como hongos, no sabemos después de qué tormenta, tantas explicaciones, o mejor dicho tantas necesidades de explicación (después veremos si todas, algunas o siquiera alguna, explica algo).
Entiendo insoslayable reconocer que estamos entrando en un universo de mayor complejidad y aumento de heteronomía. Y es este último fenómeno −cada vez somos menos autónomos− el que “nos impulsa” a tratar de entender el mundo y, como nos cuesta, a forjar hipótesis , que a veces mediante comprobación y a veces por pura creencia, bajan un peldaño epistemológico y nos encontramos así con pruebas que no lo son, con datos mucho más que hipotéticos.
Respecto de lo segundo; lo que señalamos que contesta escuetamente; en nota a pie de página Aguiar Pardo aclara que su crítica “a la teoría conspirativa del NOM” no pretende negar, ni mucho menos, “conspiraciones reales” como para derribar gobiernos o ejercer influencia en estructuras administrativas, suponemos que de cualquier estado (nota 1 en su trabajo).
La primera interrogante que nos brinda este deslinde es por qué la conspiración existe con fines parciales (derribar un gobierno, un asunto no tan parcial, imponer un producto en el mercado…) y no tiene que existir si dicha conspiración tuviera o pretendiera tener efectos totales.
Los conspiradores, genéricamente hablando, si de algo carecen es de modestia, limitacionismo autoimpuesto. Conspirar otorga, al contrario, una sensación de poder –generalmente bastante real y muchas veces exitosa− Así que el deslinde de su nota 1 deja “gusto a poco”…
Por otra parte, ¿qué es parcial o limitado?
Cuando en setiembre de 2000 la craneoteca demócrata estadounidense, con Alvin Bernstein, Thomas Donelly, David Epstein, Robert Kagan, William Kristol, Mark Lagon, Steve Rosen, Gary Schmitt, Abram Shulsky, Paul Wolfowitz, para nombrar apenas algunos de la treintena de firmantes, presenta al gobierno (y no públicamente, a través de los aparatos mediáticos masivos) el paper “Rebuilding America’s Defenses. Strategy, Forces and Resources […] for a New American Century”, ¿de qué se trata? Es algo limitado o estructuradamente abarca “todo”?
Leyéndolo, nadie podría decir que se trata de un proyecto limitado; más bien, todo lo contrario. EE.UU., como nación “preponderante” era llamado a hacer un futuro consigo mismo como protagonista indiscutido y sobre todos los órdenes de la vida social del planeta entero, particularmente los “securitarios”. Y empleando toda la violencia necesaria…
Semejante proyecto, ¿qué es para quienes NO constituimos “el nuevo siglo de EE.UU.?
Vayamos a otro ejemplo. La fiebre conspiranoica (que sin duda existe) ha enfilado, por ejemplo, contra los alimentos transgénicos. Muchos referentes alimentarios; funcionarios de organizaciones internacionales como la FAO o el PMA, investigadores de diversos laboratorios, han desechado esos temores y rechazos como no apoyados en bases científicas. Y han impulsado el empleo cada vez más generalizado de alimentos transgénicos.
Algunos reparos, empero, han sido significativos: los militares de la provincia china de Heilongjiang han tomado nota, en 2016, de que los servicios sanitarios provinciales estuvieron verificando año a año el deterioro sanitario de su población. La hipótesis de tales militares es si acaso ese deterioro no coincide con la introducción (masiva) de alimentos transgénicos (fundamentalmente provenientes de Argentina y Brasil). Ya en 2014, las autoridades militares habían pedido “la prohibición de alimentos GM para sus tropas”. [1] El establishment chino, nutrido desde los emporios de ingeniería genética madeinUSA intentó desmontar esa resistencia creando un organismo con apariencia de ciencia y “sin fines de lucro”; la Academia China de Ciencia Agrícolas.
Pero en 2016, el Ministerio de Agricultura chino resolvió la clausura de la Academia mencionada. Una de las “gotas que derramó el vaso” fue la toma de estado público, gracias a un “whistleblower” chino, que dicho ministerio se valía de informes falsos que legitimaban la ingeniería genética.
¿Y esto qué es? ¿conspiración, lobby, secreteo?[2]
Los alimentos transgénicos han modificado la alimentación en el mundo entero. Contra el juicio de algunos investigadores refractarios. En 1999, un documento contra el uso irrefrenable de alimentos transgénicos fue firmado por 22 investigadores de alcance internacional, como Arpad Pusztai o Stanley Ewen. Monsanto hizo circular de inmediato otro documento firmado por unos 600 investigadores que aseguraban la total inocuidad de los alimentos transgénicos. Si fuera hoy, estos últimos firmantes podrían muy bien advertirnos contra actitudes cautelosas sin pruebas, conspiranoicas.
¿Con qué nos quedamos? ¿Con 22 firmas de investigadores refractarios, críticos de un avance tecnológico y sus implicaciones, que no confían en la versión oficial, que temen “un complot de las corporaciones [Monsanto, ahora Bayer] y los gobiernos [el de EE.UU.] para tapar los perjuicios de los cultivos transgénicos” (Aguiar Pardo dixit), o con 600 amanuenses del laboratorio protagonista de ese presunto avance tecnológico, que nos cuentan que no hay nada que ocultar ni que temer, que es sencillamente un progreso tecnológico más y “aceptar que, realmente, nadie tira de los hilos” (Aguiar Pardo dixit).
Podríamos hacer análogas incursiones en varios otros terrenos que Aguiar Pardo identifica como fértiles a lo conspiranoico: el mundo mediático, el sionismo.
Pero concentrémonos en el nudo problemático: a mi entender, Aguiar Pardo ha repetido un viejo mecanismo mental que probablemente todos debemos aprender a sofrenar: el de tirar el bebito con el agua sucia.
Viendo que hay tantas variantes conspiranoicas, y al menos muchas insostenibles; enajenadas, apodícticas, la tendencia es, grosso modo, desestimarlas. Pero con ello, se nos escurre una serie de mecanismos de poder que son precisamente los más complejos, los menos directos y tal vez por ello, por su sofisticación inherente, tal vez los más peligrosos.
Con lo cual, a mi modo de ver, Aguiar Pardo termina abrazando una idea de poder lineal, monocolor, escolar, simple, increíblemente alejada de los verdaderos resortes de los poderes reales, pero eso sí, sin conspiración a la vista.
Queriendo evitar los fantasmas, hemos ido a parar a los cuentos de hadas.
Porque concedamos por un momento, y así vamos a la tercera objeción, que la ciencia es perfecta o infalible, que por una serie de recaudos epistemológicos, podamos hacer una construcción científica segura.
La objeción al cientificismo radical, permanece. Porque la cuestión no es la ciencia sino los científicos. Aun concediendo seguridad o perfección −que es discutible− el quid no está en la ciencia sino en los científicos; los humanos que plasman esa presunto saber inapelable.
La historia nos muestra infinidad de penosos ejemplos donde los científicos resolvieron y concluyeron “científicamente” una sarta de barbaridades o atrocidades. Que en rigor no eran científicas.
Presentemos, sucintamente, algunos ejemplos.
CÁNCERES. Décadas atrás, era considerada, por los médicos, “enfermedad de la vejez”. La realidad golpeó ese presunto saber médico, cuando mediando el siglo XX, aparecieron leucemias infantiles. Los cánceres, con las décadas fueron ocupando más y más zonas del cuerpo humano, más y más especializaciones médicas y asistenciales. Y más teorías interpretativas. Hizo furor la de los cánceres genéticos (y una cura asegurada mediante ingeniería genética). Se tardó décadas en reconocer que la mayor parte de los cánceres tienen origen ambiental. En esas idas y vueltas, ¿cuáles han sido los quilates científicos?
Las dos grandes redes de atención al cáncer en EE.UU., la American Cancer Association (ACS) y el National Cancer Institute (NCI) promueven la detección precoz. Pero a combatir la aparición de cáncer, por ejemplo, el NCI destina un 5% de su presupuesto.[3] Escuálido. Tal vez porque una conciencia pragmática les dice que para achicar radicalmente la tasa de cáncer habría que vivir distinto; sin agroindustria, es decir, sin aditivos, sin góndolas de consumo masivo…
La detección precoz apuesta a salvar vidas pero no a evitar cánceres. Y además, permite que estas dos enormes redes federales mantengan estrechas relaciones con la industria de aparatología para combatir cánceres y con los laboratorios gigantes dedicados a atender los ya clínicamente declarados.
Aquí vemos un ejemplo de conocimiento científico realmente condicionado.
RACISMO. Para encarar este tema no debemos ir décadas atrás, sino siglos. Para ver su despliegue, en “El Nuevo Mundo” y correlativamente en África. Y para ver la participación científica de ese concepto, algo menos en el tiempo, pero igualmente un par de siglos… ¿Qué fue “la carga del hombre blanco” a la que escritores y poetas europeos dedicaron tantas brillantes líneas? La certeza, científicamente abonada, que los hombres caucásicos son superiores, científicamente comprobado, que el resto de los humanos. Incluso más: “los monos antropomorfos, como ha señalado el profesor Schaafhausen, serán exterminados sin ninguna duda. La distancia entre el hombre y el animal se agrandará, puesto que se extenderá entre un hombre en estado de civilización superior, como podemos esperar, al del Caucásico actual, y algún mono tan inferior como el Babuino, en lugar de como actualmente, entre el negro o el Australiano y el gorila.” [4]
No es sólo ciencia dominada por consorcios tecnológicos ni racismo recubierto y amparado por “ciencia”; el desarrollo tecnocientífico de nuestra humanidad eurocentrada, carente de un basamento verdaderamente racional y comprensivo, se conforma con mucho menos.
PRAGMATISMO. ¿Qué es sino ALARA para habilitar nuevos inventos o gadgets tecnológicos? Las instituciones reguladoras de la seguridad alimentaria emplean, para aprobar ingredientes no alimentarios en alimentos, el “As Low As Reasonably Achievable”, es decir “Tan bajo como razonablemente se pueda”. Nada de conocimiento científico ni de rigor y mucho de pragmatismo.
En la misma senda de crudo pragmatismo tenemos o al menos tuvimos en la década del ’80 en Suecia, la política médica con las mamografías. Se había avanzado tanto culturalmente como para que el saber médico incluyera la noción de daño por la radiactividad y a la vez se sabía todo lo que podía dar la radiactividad como información. Entonces, se recomendaba a las mujeres menores de 36 años a no hacerse mamografías y a las mayores, sí.
Porque el daño de la radiactividad podía ser mayor en las más jóvenes que la detección de cánceres y consiguiente cura; estadísticamente, esa relación se invertía luego de los 36; allí, el daño inevitablemente causado por la irradiación era estadísticamente menor que el valor de la detección de cánceres. El lector sabe que se está hablando de daños distintos; se trata sólo de sumas algebraicas de tipo estadístico.
Es cierto lo que anota Aguiar Pardo: seamos cautos ante “la falacia naturalista”. Esa tendencia a imaginar que si retornáramos al estado de naturaleza estaríamos dichosos, mejor que hoy.
Pero al mismo tiempo, seamos conscientes de que es la humanidad, no la Naturaleza, la que está creando su propio infierno, valida fundamentalmente de los desarrollos tecnocientíficos. Repaso apenas un tramo de la reflexión de Abdulla Öcalan, otrora líder del PKK, un partido marxista-leninista kurdo enfrentado al régimen turco, aprisionado en 1999 y desde entonces en régimen de aislamiento. Sabemos que ha aplicado su tiempo como preso y rehén a pensar. Así ha abandonado el dogma marxistaleninista y ha ido gestando una suerte de anarquismo ecologista o, tal vez más precisamente una ecología ácrata: “El sistema ha ido llevando la crisis social hacia el caos, el medio ambiente ha empezado a enviar señales de socorro en forma de catástrofes que amenazan la vida. Ciudades cancerígenas, aire contaminado, la capa de ozono perforada, la rápida y acelerada extinción de especies animales y vegetales, la destrucción de los bosques, la contaminación del agua por los desechos, la acumulación de montañas de basura y el crecimiento demográfico antinatural han llevado al medioambiente al caos y a la insurrección. Se trata de obtener el máximo beneficio, independientemente de cuántas ciudades, personas, fábricas, transportes, materiales sintéticos, aire y agua contaminados pueda absorber nuestro planeta. Este desarrollo negativo no es el destino.”
Se podría decir que Öcalan le otorga conciencia al mundo natural, pero nos corresponde hacer la lectura sustantiva, no quedar en detalles de formulación.
Agrega: “Es el resultado de un uso desequilibrado de la ciencia y la tecnología en manos del poder. Sería un error hacer responsable a la ciencia y la tecnología de este proceso […].” Coincido una vez más, salvo en su incondicionalidad con lo tecnológico: entiendo que hay tecnologías que se han desarrollado y han prosperado y son nocivas al ambiente, a la vida, al planeta.
Desarrollos más vinculados con intereses de dominio, que rompen toda alianza, toda conciliación con el mundo tal cual era (ya no podemos decir “tal cual es”).
Lo conspiranoico es peligroso, coincidimos. Pero la fe ciega en la ciencia y los engendros tecnológicos no lo son menos. Y para remate, tienen buena prensa; no sitios de ufólogos y rincones paranoides sino respetables semanarios de alta racionalidad.
notas:
[1] Alejandro Villamar, “Un regalo de año nuevo lunar en China”, ALAI AMLATINA, 30/1/2017.
[2] Finalmente, la provincia china de Heilongjiang (unos 45 millones de habitantes) mantiene una suspensión del consumo de alimentos transgénicos por 5 años: quieren verificar si sobrevienen cambios en el panorama sanitario.
[3] Samuel S. Epstein et al., The Breast Cancer Prevention Program, Mac Millan, Nueva York, EE.UU., 1997.
[4] Charles Darwin, The Descent of Man, and Selection in Relation to Sex, John Murray ed., Londres, 1871, «On the Extinction of the Races of Man», p. 201 (cit.p. Juan M. Sánchez Arteaga, “La racionalidad delirante: el racismo científico en la segunda mitad del s XIX”).