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Category: Salud. Y enfermedad

COVID 19: La medicalización de la sociedad

Posted on 04/12/2020 - 29/12/2020 by ulises

por Luis E. Sabini Fernández

Tenemos una declarada pandemia que colorea todo el planeta con un problema nuevo.

Las pandemias históricas justamente no son un problema nuevo. Lo que ha sido nuevo ha sido el establecimiento de cuarentena sobre población no enferma, ni siquiera sospechable o candidata a. En casi todo el planeta. Ese rasgo configura, realmente, un problema nuevo, una pandemia sui generis.

Lo decretado por la OMS como pandemia y su peculiar tratamiento ha revelado rasgos sociales básicos.

En primer lugar, el cambio de naturaleza de la OMS: una organización pública engendrada por organismos públicos −estados− financiada y orientada desde organismos privados, como laboratorios y fundaciones…, es decir, de hecho privatizada. En la órbita de las empresas transnacionales (farmacéuticas) y apenas formalmente en la de los estados nacionales.

Otro aspecto, ya no organizativo y político sino social y psíquico, es que volvemos a ver al miedo como gran consejero de nuestros comportamientos.  Y la OMS se ha dedicado a insuflarlo cotidianamente. Dando cifras de muertos, contagiados y cuarentenados. Ha sido sobre la base de sus propios informes y autoridades científicas  conexas que se ha logrado implantar en la mayor parte del mundo una cuarentena sobre la población sana.

En base a una enfermedad virósica de aparentemente muy alta contagiosidad aunque baja mortalidad. Los agoreros anunciaron la muerte de decenas de millones de humanos en los primeros meses; al día de hoy, estamos muy lejos de eso y  la mortalidad sigue rondando el 2% (algo más que la gripe común, que se estima en el 0,5% y algo menos que la mortalidad de las neumonías, que anda más próxima al 8%).

Se ha evitado toda información que integre los datos del Covid 19 con el de otras enfermedades, que sin embargo, también siguen provocando morbilidad y mortalidad humanas y expandiendo lo que hoy, con el avance de la desocupación, se denomina el precariado mundial…

Cada vez hay más estudiosos, sanitaristas, que consideran que es mayor el perjuicio provocado por las medidas de respuesta a la pandemia –aislamiento, suspensión de actividades y relaciones económicas y de sustento, suspensión o bloqueo de otros tratamientos médicos, de actividades pedagógicas y socioafectivas, tensión y sobrecarga psíquica como consecuencia de los aislamientos− que el perjuicio directo de la llamada pandemia.

También el desconocimiento inicial de su enorme contagiosidad hizo dar palos de ciego. Y hay quienes insisten que ése es su peligro; una enfermedad  tipo “pez diablo”, que dispara falencias del cuerpo contagiado, a veces  con desenlace mortal. Pero allí, el quid está en la falencia del cuerpo contagiado. Por eso es tan falaz invocar que este virus es “democrático”, alcanza a todos…

Hoenir Sarthou en sus notas semanales en Uruguay sostiene que tenemos que ver esta declarada pandemia, bajo un cuádruple eje: financiero, sanitario, mediático y represivo.

Y Heiko Schöning, médico alemán fundador de Médicos por la Verdad, afirma a su vez que ésta es una pandemia de índole política, no médica.

Desde antes del Covid 19 se percibían rasgos crecientes de medicalización de nuestra sociedad y al respecto nos ha señalado el filósofo Iván Illich: » «La medicalización de la vida no es sino un solo aspecto del dominio destructor de la industria sobre nuestra sociedad».[1]

Y a la vista de esta declarada pandemia Giorgio Agamben nos advirtió que: «se está convirtiendo en el campo de batalla de una guerra civil mundial.” Aunque el concepto de “guerra” nos lleve a pensar en el uso generalizado de armas, las secuelas que se están gestando y consolidando nos hablan de transformaciones propias de una guerra civil, aunque sin empleo de armas tradicionales; tan significativos resultan los trastornos que estamos observando.

Esta mezcla entre política y salud (o enfermedad) da pie a muy problemáticos planteos. Por más que se haya encarado una muy saludable reacción a encontrar conspiraciones en todas partes, los sesgos que entendemos que se ven claramente en las políticas institucionales establecidas ante la pandemia, dan pie a, por ejemplo, un documentado trabajo de Ron Unz, periodista y editor estadounidense, que ha analizado con detalle la siguiente secuencia:[2] laboratorios estadounidenses investigando sobre biología sintética (formadora de las llamadas quimeras mediante ingeniería genética) para aplicarlas a la guerra biológica; han logrado diseminar partículas infectadas en Wuhan, mediante una delegación militar que fue allí por certámenes deportivos en 2019, oportunidad en que alguien o algunos de la delegación hicieron el “sembrado” en el momento pico de flujo de personas; poco antes del Año Nuevo Lunar chino, con población desplazándose de un lugar a otro del país. El régimen chino logró domeñar la expansión de la patogenia, que parece francamente reducida en toda China, mientras las cepas diseminadas se filtran hacia Occidente, donde sociedades como la de EE.UU. o Italia, por ejemplo, son tomadas por sorpresa y sus autoridades sanitarias encaran con ignorancia el problema produciendo algo cercano a un colapso económico, sanitario y hasta político.

¿Podemos decir que la visión de Unz está totalmente alejada de la realidad, que es meramente conspiranoica? Las investigaciones sobre quimeras son atrozmente ciertas.

Mientras no se hagan “bien las cuentas” de los muertos y no se reconozca que contagiados sanados son un plus, no un minus, no estaremos acercándonos con claridad  a la realidad.

Sostiene el biólogo español Máximo Sandin, que la historia médica oficial está sesgada ideológicamente para ver “la lucha contra la naturaleza”, no nuestra asociación y dependencia de ella, por disponer de “una concepción competitiva de una Naturaleza poblada de enemigos que domina la biología desde hace 200 años.”  Como dice Sandin, “los virus están en nosotros, protegen el equilibrio de nuestro organismo y son parte (la mayor parte) de nuestro genoma.” [3]

Al parecer la competencia darwiniana ha dominado el imaginario biológico y sanitario más que el asociacionismo kropotkiniano.[4]

Quiero rematar estas líneas con una afirmación, que desecha, una vez más, lo conspiranoico como hilo conductor: los palos de ciego dados durante estos 8 o 10 meses alrededor del ¿qué hacer? con el Covid 19 nos muestran claramente que la ignorancia guía (o desnortea) nuestros pasos. Basta ver la cantidad de avances y retrocesos, de vueltas y revueltas que las autoridades investidas para enfrentar la llamada pandemia han tenido: barbijos, sí; barbijos, no; barbijos a la intemperie, barbijos en habitaciones cerradas; vacunas o inmunidad natural, distancias de uno, de metro y medio, de dos metros; que los niños no contraen Covid 19, que son los más expuestos…

La definición de la OMS de pandemia es peculiar, lo mismo que las definiciones de enfermos o muertos por el Covid 19.

Los simulacros antipandémicos previos son por lo menos llamativos.

La recurrencia −de la que tan nítidamente se burla Máximo Sandin (ibíd.)− a los murciélagos, que han devenido el deus ex machina de todos los brotes epidémicos de los últimos años, nos haría reír si no fuera asunto tan grave.

La política informacional nunca muestra los muertos por todas las causas y siempre los del Covid 19; al margen de su definición sesgada, si se mostrara la mortalidad multicausal de cada sociedad, se debilitaría el concepto de pandemia Covid 19 o al menos el miedo consiguiente.

Porque una pandemia, para que merezca el nombre de tal, tiene que ocasionar muchas más muertes que la mortalidad “normal”. Y esa cuenta, cuesta hacerla…

Sobre vacunas, que suelen procesarse en por lo menos 8 años, y se están procesando para “poner en el mercado” en 8 meses,  prefiero no abrir juicio; anoto esto nomás.

notas:

[1]  Némesis médica. La expropiación de la salud, Barral, 1975.

[2]  https://www.unz.com/runz/american-pravda-our-coronavirus-catastrophe-as-biowarfare-blowback

[3]  https://ecotropia.noblogs.org/files/2020/05/Coronavirus-sobre-asesinos-y-estrategias.pdf

[4]  A fines del s. XIX y comienzos del XX, Piotr Kropotkin recopiló datos de integración biológica entre  especies, confrontando con el darwinismo, entonces, como ahora, dominante. El apoyo mutuo, 1902.

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COVID 19: Más que una política, una ideología

Posted on 27/08/2020 - 09/09/2020 by ulises

por Luis E. Sabini Fernández

En nota anterior, nos preguntábamos si el covid 19 era natural o político. En rigor, podía contener ambos rasgos; ser natural en su origen y político el instrumental con el que la humanidad lo ha enfrentado.

La pregunta provenía, precisamente, no tanto de la respuesta tecnosanitaria sobre el origen del virus y sobre sus manifestaciones patógenas, sino sobre el encare dado a su recepción y tratamiento en las sociedades humanas.

Dada la interacción creciente y tan alta hoy: lo que llamamos globalización o más precisamente, con la carga política correspondiente, globocolonización, “todo el mundo” prácticamente está “tocado” por la situación.

Y bien: el examen de esa recepción, información, evaluación, nos depara una conclusión cada vez más categórica: el covid 19, pese a su origen biológico, junto con dicho origen, sin desmentirlo y sin siquiera tener un acabado conocimiento de dicho origen, el covid 19 se manifiesta políticamente; más que políticamente, ideológicamente.

Solo ello podría explicar la presentación históricamente habida; las medidas tomadas por “autoridades” y gobiernos.

“Al árbol, por sus frutos lo conoceréis.”

¿Qué frutos nos depara esta pandemia mundializada?

· la atención concentrada en contagiados y muertos del covid 19 con total prescindencia de otros contagios y muertes. De modo tal que parecería que no hay otras enfermedades, otras muertes que las del covid 19.

· las instrucciones de un organismo filantrópico; la OMS (otrora financiada por estados nacionales, constituyentes de la ONU, ahora por multimillonarios que aportan mucho mayores cuotas al sostenimiento de la OMS que aquellos estados constituyentes), que se presenta, por su apariencia como órgano médico y ha dispuesto que en las actas de defunción se registre como causa principal de muerte al covid 19 aun cuando el occiso tenga otras afecciones incluso graves (un paciente con cáncer avanzado al contraer covid 19, un enfermo con septicemia por infección intrahospitalaria ocasionada por internación con covid 19, en franca recuperación de lo primero pero atacado mortalmente por bacterias, son registrados como muertes por covid 19, y así sucesivamente).

· El caso de la capital argentina. La Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA), ha registrado de acuerdo con el número de habitantes el mayor embate de la llamada pandemia en Argentina. Allí, la cantidad de muertos ha sido estadísticamente similar en los mismos meses de los últimos años, incluido el “pandémico” (véase recuadro):

             2017     2018      2019       2020

mar      3477     3262      3197         3155

abr.      3411     3108       2114         3254

may     4057     3422      3340       3365

jun.      4789     3881     3770         3742

subt.   15734   13673     12421      13516

  • El caso uruguayo. En los 4 meses de declarada oficialmente la pandemia, han habido unos 3000 muertes en general (causa primera; afecciones coronarias (coronarias, del corazón, no del covid 19). En ese ínterin, han muerto, oficialmente, por covid 19 treinta y cuatro (hasta 23 jul 2020).

Pero se sabe del deterioro en la atención médica y sanitaria por la torsión habida en los servicios médicos para adaptarse a la presunta presencia de “la pandemia”: no concurrir a hospitales y sanatorios, atención telefónica (hasta llegar a la teleconsulta).

¿Cuántos de los 3 mil muertos en estos 4 meses a causa de infartos, embolias, cánceres, infecciones, incluso accidentes de tránsito, se habrían salvado o prolongado su existencia de existir la atención normal? No lo sabemos, pero si estimamos un 1%, entonces se habrían salvado tantos como los que murieron oficialmente por covid 19.

Penosa suma aritmética. Y si llegamos a estimar que el deterioro de atención sanitaria, mutual, hospitalaria, no pudo impedir la muerte de un 5%, unos 150, los muertos ocasionados por la pandemia son cinco veces más que los muertos oficiales del covid 19.

Si transitamos por la cifras de fallecidos asignados a la pandemia en Brasil o en EE.UU. nos encontramos que en años previos, sin pandemia, registran aproximadamente la misma cantidad de muertos; en similar período. Este paralelismo no se cumplió, empero, con los países europeos en el momento del mayor embate del covid 19; en España, Italia, el Reino Unido, la cantidad de muertos de los peores meses de 2020 fue superior a la media que tenían para esos mismos períodos.

Pero allí puede intervenir, nos parece, la cuestión etaria: en poblaciones más envejecidas aumentan las probabilidades de letalidad con el covid 19 (que es por otra parte lo que pasó en Suecia, sin cuarentena). [1]

Porque el covid 19, altamente contagioso, tiene la característica de golpear decisivamente a quienes tienen otras muchas diversas afecciones, lo que le ha permitido decir a algunos médicos que los muertos por covid 19 son  quienes están tan averiados, sanitariamente hablando, que van a morir más o menos indefectiblemente en el próximo infarto, la próxima pulmonía, el próximo enfriamiento…

Si los números no expresan una mortalidad diferenciada (salvo en los casos como los de los países europeos del pasado invierno), mi hipótesis es que todo el concierto mediático no se puede haber informado tan mal, tan sesgadamente por pura impericia. Tiene que haber habido una política informacional; una estrategia mediática. Que casi convierte a los muertos por país en una competencia; ‘ahora Brasil ha pasado al segundo puesto, apenas superado por EE.UU.; México ha logrado un tercer puesto neto superando a España, Italia, Reino Unido  de sus viejas posiciones’… y sigue la retahíla “deportiva”.

Mientras nos entretienen con los números de muertos y contagiados quitados de todo contexto, las “esperanzas” están –nos lo dicen un día sí y otro también−  en una vacuna. Una de las decenas o centenares que se están ensayando “a toda velocidad” para supuestamente protegernos de un virus de bajísima letalidad. Y que, por cómo se ha ido presentando, parece tener alta mutabilidad (que inutiliza a corto plazo la presunta protección de la vacuna).

La opción vacuna desecha el camino emprendido por Suecia o Bielorrusia, que se han negado a seguir estas instrucciones “mundiales”. Las políticas de estos países han sido menos criticadas que ignoradas.

Pero volvamos al virus. Un personaje que está apareciendo más activa y frecuentemente en los últimos tiempos. Y tratar de entender por qué.

Vale escuchar lo que el equipo ETC (Erosión, Tecnología y Concentración) ha ido confeccionando sobre el particular. Una de sus investigadoras, Silvia Ribeiro, señala que la cría de animales para consumo humano por sus carnes −cerdos, pollos, vacas−  se ha intensificado “optimizando” el momento de la faena; en lugar de seis meses, tres, en lugar de tres meses, dos.[2]

Esto resulta en animales de vida acortada (respecto de su longevidad “natural”). El mundo bacteriano tiene que adaptarse a esos ciclos vitales reducidos para su propio desarrollo y por eso las mutaciones de los virus “huéspedes” de esos animales tienden a acelerarse.

Y por eso mismo van a aparecer con más intensidad, con más frecuencia, distintas plagas causadas por tales virus, digamos, “de ciclo corto”.

En una entrevista Ribeiro recuerda a otro investigador, Rob Wallace: “un biólogo que ha estudiado un siglo de pandemias durante 25 años, y que es también filo geógrafo, por lo que ha seguido el trayecto de las pandemias y los virus; dice que todos los virus infecciosos de las últimas décadas están muy relacionados a la cría industrial de animales. Nosotros -del grupo ETC y de GRAIN-, ya habíamos visto con el surgimiento de la gripe aviar en Asia, y de la gripe porcina (que luego le pusieron AH1N1 para que sea un nombre más aséptico), también del SARS, que está relacionado a la gripe aviar, que son virus que surgen en una situación en dónde hay una especie de fábrica de replicación y mutación de virus que es la cría industrial de animales. Es porque hay muchos animales que están juntos, hacinados […]” [3]

El Grupo  ETC atribuye al sistema alimentario agroindustrial, el rol de “productor” de epidemias en décadas recientes.

Porque “la cría industrial de animales en confinamiento (avícola, porcina, bovina) es una verdadera fábrica de epidemias animales y humanas. Grandes concentraciones de animales, hacinados, genéticamente uniformes, con sistemas inmunitarios debilitados, […] un perfecto caldo de cultivo para producir mutaciones de virus más letales y bacterias multirresistentes a los antibióticos, que con los tratados de libre comercio se distribuyen por todo el globo […] desde el feedlot hasta la cría de cerdos, de pollos, y de pavos, muy hacinados, crean una situación patológica de reproducción de virus y bacterias resistentes […] Los animales que salen de sus hábitats naturales, sean murciélagos u otro tipo de animales, incluso pueden ser muchos tipos de mosquitos que se crean y se hacen resistentes por el uso de agrotóxicos.” (ibídem)

Y Ribeiro y ETC no sólo apuntan a este cariz ecológico; saben ver el aspecto económico, la falta de justicia inherente al sistema en que vivimos: “¿a quién afecta más en este momento la pandemia? A la gente más vulnerable: a quienes no tienen casa, a quienes no tienen agua.” (ibídem) Diríamos, los mismos de siempre.

Marc Vandepitte, filósofo y economista, dedicado a la investigación de las relaciones llamadas Norte-Sur,  coincide grosso modo con la interpretación del grupo ETC-Grain. Plantea: “Desde principios del siglo pasado sabemos que casi todas las epidemias modernas son el resultado de la intervención del hombre en su entorno ecológico inmediato. Los mamíferos y las aves son portadores de cientos de miles de virus que son transmisibles a los seres humanos. Debido a la explotación de zonas naturales anteriormente inaccesibles cada vez hay más posibilidades de que estos virus se transmitan a los seres humanos.” [4]

Hemos revisado el sesgo mediático de esta “movida” planetaria denominada  pandemia.

También el papel del significado de la industrialización aplicada a organismos vivientes; cereales, frutas y verduras por un lado; cría de animales de carne para consumo humano por el otro.

Estamos en un mundo cada vez más medicalizado y tecnologizado, con ejes de acción que pasan por la contaminación generalizada para atender las necesidades que quienes guían el mundo consideran las imprescindibles.

Como explicaba Mahatma Gandhi, “En la Tierra hay suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no tanto como para satisfacer la avaricia de algunos.”

La humanidad ha roto con la naturaleza. A través de las civilizaciones, las rupturas han sido de muy diverso grado, pero generalmente se trata de rupturas radicales.

Sin embargo, las civilizaciones tradicionales conservaban un ligamento psíquico y también físico con nuestra dimensión natural.

La cultura moderna, la del encumbramiento de nuestra dimensión tecnológica, nos ha ido llevando a una creciente autonomía de nuestros cuerpos y vidas respecto de la naturaleza.

El proyecto del historiador (y a la vez futurólogo) israelí Yuval Harari de alcanzar la amortalidad,[5] resume, como tal vez ningún otro ejemplo, la pretensión de ruptura radical con nuestra dimensión natural.

Sin embargo, algunos empezamos a visualizar la modernidad y sus proyectos más radicales, como intrínsecamente contradictorios con la vida, con nuestra vida como especie, que es indisoluble de la vida de los (demás) seres vivos de nuestro planeta.

Porque los seres vivos terráqueos están siendo sometidos a un exterminio generalizado que nos tememos sin precedentes.

Siempre se habla que en la larga historia del planeta −donde la vida humana no ocupa sino los últimos instantes de toda una jornada de acontecimientos− han existido cinco extinciones masivas de vida. Y que está en curso una sexta extinción masiva de vida. Deberíamos considerar que se trata más bien de exterminio masivo que extinción masiva, como fueran las anteriores. Porque en nuestro presente, la acción de la especie humana, eliminando otras especies, es más que considerable, por momentos arrolladora.

Y la pregunta crucial es si la especie humana puede prescindir de la naturaleza, como los más enardecidos tecnólatras se afanan por alcanzar.

Para quienes consideramos que el basamento natural de nuestra especie y de los reinos animal y vegetal es inevitable (y deseable), nos queda encontrar la vía cómo conciliar nuestro desarrollo histórico y nuestras condiciones bio-fisio-psicológicas: si destrozamos el hábitat terráqueo, no sobreviviremos.

Y los humanos ya han hecho mucho, muchísimo, para destrozarlo. Estamos al filo de la navaja. Tal vez ya hayamos pasado el punto de no retorno. Nos queda la resistencia. Y lo incierto por venir.

Me permito sopesar estas ominosas observaciones con otra, de otro  carácter, más sombrío, si cabe: la pandemia implantada globalmente ha permitido el ensayo y puesta en práctica de una serie de recursos tecnológicos que van, todos, en el sentido de un mayor control y registro de nuestros pasos, todos ellos.

No es nada nuevo; apenas otro paso. Un ejemplo, apenas: el otorgamiento de señas de identificación para que eventualmente, si aparece un contagio vinculable a una persona, esa  seña identificatoria pueda geolocalizar a todos los que hayan tenido cont-acto con ella en la fecha de contagio potencial. Los resultados sanitarios serán débiles, escasos, pero el seguimiento de nuestros pasos será estrecho, certero, omnisciente.

Me permito cerrar estas observaciones con la última frase de Giorgio Agamben, en una nota escrita cuando estallara la llamada pandemia, muy repudiada por bienpensantes:

“Nuestro vecino ha sido abolido. Es posible, dada la inconsistencia ética de nuestros gobernantes, que estas disposiciones se dicten por quienes las han tomado con el mismo temor que pretenden provocar, pero es difícil no pensar que la situación que crean es exactamente la que los que nos gobiernan han tratado de alcanzar repetidamente: que las universidades y las escuelas se cierren de una vez por todas y que las lecciones sólo se den en línea, que dejemos de reunirnos y hablar por razones políticas o culturales y sólo intercambiemos mensajes digitales, que en la medida de lo posible las máquinas sustituyan todo contacto  −todo contagio−   entre los seres humanos.” [6]

notas:

[1]  Se considera una fuerte correlación entre letalidad y edad; para menores de 39 años, 0,2%; para la franja etaria 50-60, se ha estimado un 3%, para personas de 70 a 80 años, 8% y para mayores de 80, un 15%.

[2]  “Gestando la próxima pandemia”, RLSF, 26 04 2020.

[3]  Silvia Ribeiro entrevistada por Claudia Korol, “No le echen la culpa al murciélago”, 3/4/2020.

[4]   «El coronavirus y el fin de la era neoliberal» (30/7/2020). https://rebelion.org/el-coronavirus-y-el-fin-de-la-era-neoliberal/

[5]  Homo Deus. Breve historia del mañana. Israel. En la edición en castellano, Pinguin Random House, Bs. As., 2016, p. 37.

[6]  “Contagio”, 11 / 3 /2020, https://ficciondelarazon.org/2020/03/11/giorgio-agamben-contagio/

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Conspira.virus, una vuelta de tuerca para restaurar la fe en la ciencia

Posted on 05/06/2020 - 09/08/2020 by ulises

por Luis E. Sabini Fernández –

A Marta Fraga, socióloga sabia, cada vez más sabia y menos socióloga

“No creo en brujas, pero que las hay, las hay”. Refrán para apuntar a lo inexplicado

 El abordaje de Marcelo Aguiar Pardo, por su amplitud, complejidad y alcance con su “El conspiracionismo, entre la psicología y la ideología” podría ser catalogado como miniensayo.

Pero hay preguntas, o cuestiones que no aborda y otras que contesta escueta e insuficientemente, y finalmente expresa una fe que resulta al menos sorprendente para sus postulados racionalistas.

Vayamos a lo primero.

Ante el cúmulo de vías conspiranoicas que Aguiar repasa (y otras que no menciona); terraplanistas, alienígenas, illuminati, veganos, antiOGM, masones, bilderbergianos, sionistas, plutocracia, antivacunas, refractarios a las ondas electromagnéticas y a las ideologías de género, a los chemtrails, al implante de chips subcutáneos, a los globalifóbicos, y no agregamos a los luditas porque no han aparecido rompedores de celulares o plataformas cibernéticas de última generación, la primera pregunta que cabe hacerse, sin tomar partido necesariamente ni a favor ni en contra, es:

¿Por qué están brotando como hongos, no sabemos después de qué tormenta, tantas explicaciones, o mejor dicho tantas necesidades de explicación (después veremos si todas, algunas o siquiera alguna, explica algo).

Entiendo insoslayable reconocer que estamos entrando en un universo de mayor complejidad y aumento de heteronomía. Y es este último fenómeno  −cada vez somos menos autónomos− el que “nos impulsa” a tratar de entender el mundo y, como nos cuesta, a forjar hipótesis , que a veces mediante comprobación y a veces por pura creencia, bajan un peldaño epistemológico y nos encontramos así con pruebas que no lo son, con datos mucho más que hipotéticos.

Respecto de lo segundo; lo que señalamos que contesta escuetamente;  en nota a pie de página  Aguiar Pardo aclara que su crítica “a la teoría conspirativa del NOM” no pretende negar, ni mucho menos, “conspiraciones reales” como para derribar gobiernos o ejercer influencia en estructuras administrativas, suponemos que de cualquier estado  (nota 1 en su trabajo).

La primera interrogante que nos brinda este deslinde  es por qué la conspiración existe con fines parciales (derribar un gobierno, un asunto no tan parcial, imponer un producto en el mercado…) y no tiene que existir si dicha conspiración tuviera o pretendiera tener efectos totales.

Los conspiradores, genéricamente hablando, si de algo carecen es de modestia, limitacionismo autoimpuesto. Conspirar otorga, al contrario, una sensación de poder –generalmente bastante real y muchas veces exitosa− Así que el deslinde de su nota 1 deja “gusto a poco”…

Por otra parte, ¿qué es parcial o limitado?

Cuando en setiembre de 2000 la craneoteca demócrata estadounidense, con Alvin Bernstein, Thomas Donelly, David Epstein, Robert Kagan, William Kristol, Mark Lagon, Steve Rosen, Gary Schmitt, Abram Shulsky, Paul Wolfowitz, para nombrar apenas algunos de la treintena de firmantes, presenta  al gobierno (y no públicamente, a través de los aparatos mediáticos masivos) el paper “Rebuilding America’s Defenses. Strategy, Forces and Resources […] for a New American Century”, ¿de qué se trata? Es algo limitado o estructuradamente abarca “todo”?

Leyéndolo, nadie podría decir que se trata de un proyecto limitado; más bien, todo lo contrario. EE.UU., como nación “preponderante” era llamado a hacer un futuro consigo mismo como protagonista indiscutido y sobre todos los órdenes de la vida social del planeta entero, particularmente los “securitarios”. Y empleando toda la violencia necesaria…

Semejante proyecto,  ¿qué es para quienes NO constituimos “el nuevo siglo de EE.UU.?

Vayamos a otro ejemplo. La fiebre conspiranoica (que sin duda existe) ha enfilado, por ejemplo, contra los alimentos transgénicos.  Muchos referentes alimentarios; funcionarios de organizaciones internacionales como la FAO o el PMA, investigadores de diversos laboratorios, han desechado esos temores y rechazos como no apoyados en bases científicas. Y han impulsado el empleo cada vez más generalizado de alimentos transgénicos.

Algunos reparos, empero, han sido significativos: los militares de la provincia china de Heilongjiang han tomado nota, en 2016, de que los servicios sanitarios provinciales estuvieron verificando año a año el deterioro sanitario de su población. La hipótesis de tales militares es si acaso ese deterioro no coincide con la introducción (masiva) de alimentos transgénicos (fundamentalmente provenientes de Argentina y Brasil). Ya en 2014, las autoridades militares habían pedido “la prohibición de alimentos GM para sus tropas”. [1] El establishment chino, nutrido desde los emporios de ingeniería genética madeinUSA intentó desmontar esa resistencia creando un organismo con apariencia de ciencia y “sin fines de lucro”; la Academia China de Ciencia Agrícolas.

Pero en 2016, el Ministerio de Agricultura chino resolvió la clausura de la Academia mencionada. Una de las “gotas que derramó el vaso” fue la toma de estado público, gracias a un “whistleblower” chino,  que dicho ministerio se valía de informes falsos que legitimaban la ingeniería genética.

¿Y esto qué es? ¿conspiración, lobby, secreteo?[2]

Los alimentos transgénicos han modificado la alimentación en el mundo entero. Contra el juicio de  algunos investigadores refractarios. En 1999,  un documento contra el uso irrefrenable de alimentos transgénicos fue firmado por 22 investigadores de alcance internacional, como Arpad Pusztai o Stanley Ewen. Monsanto hizo circular de inmediato  otro documento firmado por unos 600 investigadores que  aseguraban la total inocuidad de los alimentos transgénicos. Si fuera hoy, estos últimos firmantes  podrían muy bien advertirnos contra actitudes cautelosas sin pruebas, conspiranoicas.

¿Con qué nos quedamos? ¿Con 22 firmas de investigadores refractarios,  críticos de un avance tecnológico y sus implicaciones, que no confían en la versión oficial, que temen “un complot de las corporaciones [Monsanto, ahora Bayer] y los gobiernos [el de EE.UU.] para tapar los perjuicios de los cultivos transgénicos” (Aguiar Pardo dixit), o con 600 amanuenses del laboratorio protagonista de ese presunto avance tecnológico, que nos cuentan que no hay nada que ocultar ni que temer, que es sencillamente un progreso tecnológico más y “aceptar que, realmente, nadie tira de los hilos” (Aguiar Pardo  dixit).

Podríamos hacer análogas incursiones en varios otros terrenos que Aguiar Pardo identifica como fértiles a lo conspiranoico: el mundo mediático, el sionismo.

Pero concentrémonos en el nudo problemático: a mi entender, Aguiar Pardo ha repetido un viejo mecanismo mental que probablemente todos debemos aprender a sofrenar: el de tirar el bebito con el agua sucia.

Viendo que hay tantas variantes conspiranoicas, y al menos muchas insostenibles; enajenadas, apodícticas, la tendencia es, grosso modo, desestimarlas. Pero con ello, se nos escurre una serie de mecanismos de poder que son precisamente los más complejos, los menos directos y tal vez por ello, por su sofisticación inherente, tal vez los más peligrosos.

Con lo cual, a mi modo de ver, Aguiar Pardo termina abrazando una idea de poder lineal, monocolor, escolar, simple, increíblemente alejada de los verdaderos resortes de los poderes reales, pero eso sí, sin conspiración a la vista.

Queriendo evitar los fantasmas, hemos ido a parar a los cuentos de hadas.

Porque concedamos por un momento, y así vamos a la tercera objeción, que la ciencia es perfecta o infalible, que por una serie de recaudos epistemológicos, podamos hacer una construcción científica segura.

La objeción al cientificismo radical, permanece. Porque la cuestión no es la ciencia sino los científicos. Aun concediendo seguridad o perfección  −que es discutible− el quid no está en la ciencia sino en los científicos; los humanos que plasman esa presunto saber inapelable.

La historia nos muestra infinidad de penosos ejemplos donde los científicos resolvieron y concluyeron “científicamente” una sarta de barbaridades o atrocidades. Que en rigor no eran científicas.

Presentemos, sucintamente, algunos ejemplos.

CÁNCERES. Décadas atrás, era considerada, por los  médicos, “enfermedad de la vejez”. La realidad golpeó ese presunto saber médico, cuando mediando el siglo XX, aparecieron leucemias infantiles. Los cánceres, con las décadas fueron ocupando más y más zonas del cuerpo humano, más y más especializaciones médicas y asistenciales. Y más teorías interpretativas. Hizo furor la de los cánceres genéticos (y una cura asegurada mediante ingeniería genética). Se tardó décadas en reconocer que la mayor parte de los cánceres tienen origen ambiental. En esas idas y vueltas, ¿cuáles han sido los quilates científicos?

Las dos grandes redes de atención al cáncer en EE.UU., la American Cancer Association (ACS) y el National Cancer Institute (NCI) promueven la detección precoz. Pero a combatir la aparición de cáncer, por ejemplo, el NCI destina un 5% de su presupuesto.[3] Escuálido. Tal vez porque una conciencia pragmática les dice que para achicar radicalmente la tasa de cáncer habría que vivir distinto; sin agroindustria,  es decir, sin aditivos, sin góndolas de consumo masivo…

La detección precoz apuesta a salvar vidas pero no a evitar cánceres. Y además, permite que estas dos enormes redes federales mantengan estrechas relaciones con la industria de aparatología para combatir cánceres y con los laboratorios gigantes dedicados a atender los ya clínicamente declarados.

Aquí vemos un ejemplo de conocimiento científico realmente condicionado.

RACISMO. Para encarar este tema no debemos ir décadas atrás, sino siglos. Para ver su despliegue, en “El Nuevo Mundo” y correlativamente en África. Y para ver la participación científica de ese concepto, algo menos  en el tiempo, pero igualmente un par de siglos… ¿Qué fue “la carga del hombre blanco” a la que escritores y poetas europeos dedicaron tantas brillantes líneas? La certeza, científicamente abonada, que los hombres caucásicos  son superiores, científicamente comprobado, que el resto de los humanos. Incluso más: “los monos antropomorfos, como ha señalado el profesor Schaafhausen, serán exterminados sin ninguna duda. La distancia entre el hombre y el animal se agrandará, puesto que se extenderá entre un hombre en estado de civilización superior, como podemos esperar, al del Caucásico actual, y algún mono tan inferior como el Babuino, en lugar de como actualmente, entre el negro o el Australiano y el gorila.” [4]

No es sólo ciencia dominada por consorcios tecnológicos ni racismo recubierto y amparado por “ciencia”; el desarrollo tecnocientífico de nuestra humanidad eurocentrada, carente de un basamento verdaderamente racional y comprensivo, se conforma con mucho menos.

PRAGMATISMO. ¿Qué es sino ALARA para habilitar nuevos inventos o gadgets tecnológicos? Las instituciones reguladoras de la seguridad alimentaria emplean, para aprobar ingredientes no alimentarios en alimentos,  el “As Low As Reasonably Achievable”, es decir “Tan bajo como razonablemente se pueda”. Nada de conocimiento científico ni de rigor y mucho de pragmatismo.

En la misma senda de crudo pragmatismo tenemos o al menos tuvimos en la década del ’80 en Suecia, la política médica con las mamografías. Se había avanzado tanto culturalmente como para que el saber médico incluyera la noción de daño por la radiactividad y a la vez se sabía todo lo que podía dar la radiactividad  como información. Entonces, se recomendaba a las mujeres menores de 36 años a no hacerse mamografías y a las mayores, sí.

Porque el daño de la radiactividad podía ser mayor en las más jóvenes que la detección de cánceres y consiguiente cura; estadísticamente,  esa relación se invertía luego de los 36; allí, el daño inevitablemente causado por la irradiación era estadísticamente menor que el valor de la detección de cánceres.  El lector sabe que se está hablando de daños distintos; se trata sólo de sumas algebraicas de tipo estadístico.

Es cierto lo que anota Aguiar Pardo: seamos cautos ante “la falacia naturalista”. Esa tendencia a imaginar que si retornáramos al estado de naturaleza estaríamos dichosos, mejor que hoy.

Pero al mismo tiempo, seamos conscientes de que es la humanidad, no la Naturaleza, la que está creando  su propio infierno, valida fundamentalmente de los desarrollos tecnocientíficos. Repaso apenas un tramo de la reflexión de Abdulla Öcalan, otrora líder del PKK, un partido marxista-leninista kurdo enfrentado al régimen turco, aprisionado en 1999 y desde entonces en régimen de aislamiento. Sabemos que ha aplicado su tiempo como preso y rehén a pensar. Así ha abandonado el dogma marxistaleninista y ha ido gestando una suerte de anarquismo ecologista o, tal vez más precisamente  una ecología ácrata: “El sistema ha ido llevando la crisis social hacia el caos, el medio ambiente ha empezado a enviar señales de socorro en forma de catástrofes que amenazan la vida. Ciudades cancerígenas, aire contaminado, la capa de ozono perforada, la rápida y acelerada extinción de especies animales y vegetales, la destrucción de los bosques, la contaminación del agua por los desechos, la acumulación de montañas de basura y el crecimiento demográfico antinatural han llevado al medioambiente al caos y a la insurrección. Se trata de obtener el máximo beneficio, independientemente de cuántas ciudades, personas, fábricas, transportes, materiales sintéticos, aire y agua contaminados pueda absorber nuestro planeta. Este desarrollo negativo no es el destino.”

Se podría decir que Öcalan le otorga conciencia al mundo natural, pero nos corresponde hacer la lectura sustantiva, no quedar en detalles de formulación.

Agrega: “Es el resultado de un uso desequilibrado de la ciencia y la tecnología en manos del poder. Sería un error hacer responsable a la ciencia y la tecnología de este proceso […].” Coincido una vez más, salvo en su incondicionalidad con lo tecnológico: entiendo que hay tecnologías que se han desarrollado y han prosperado y son nocivas al ambiente, a la vida, al planeta.

Desarrollos más vinculados con intereses de dominio, que rompen toda alianza, toda conciliación con el mundo tal cual era (ya no podemos decir “tal cual es”).

Lo conspiranoico es peligroso, coincidimos. Pero la fe ciega en la ciencia y los engendros tecnológicos no lo son menos. Y para remate, tienen buena prensa; no sitios de ufólogos y rincones paranoides sino respetables semanarios de alta racionalidad.

notas:

[1]   Alejandro Villamar, “Un regalo de año nuevo lunar en China”, ALAI AMLATINA, 30/1/2017.

[2]  Finalmente, la provincia china de Heilongjiang  (unos 45 millones de habitantes) mantiene una suspensión del consumo de alimentos transgénicos por 5 años: quieren verificar si sobrevienen cambios en el panorama sanitario.

[3]  Samuel S. Epstein et al., The Breast Cancer Prevention Program, Mac Millan, Nueva  York, EE.UU., 1997.

[4] Charles Darwin, The Descent of Man, and Selection in Relation to Sex, John Murray ed., Londres, 1871, «On the Extinction of the Races of Man», p. 201 (cit.p. Juan M. Sánchez Arteaga, “La racionalidad delirante: el racismo científico en la segunda mitad del s XIX”).

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