por Luis E. Sabini Fernández –
Tras la pandemia 2020-2022 declarada por la OMS se han trastornado las normas sanitarias y dejado un cúmulo de interrogantes absolutamente graves (porque tienen que ver con la muerte).
CAPÍTULO URUGUAY
En mi país, desde una tasa de mortalidad de aproximadamente 1% anual, estamos, desde la decretada pandemia, en casi 1,33%, una “sobremuerte” de decenas de miles.
Repasando las muertes registradas antes de la pandemia, el promedio entre 1997 y 2020 arroja 32 473 muertes cada año.[1] (el año con menos muertes, 1997 con 30454 y 34807, el que tuvo más (no señala año).
Es congruente con el concepto mismo de pandemia que durante su trascurso haya habido más muertes. Pero veremos graves incongruencias.
Veamos los tres últimos años; es decir los dos “pandémicos” y el último, ya fuera del ciclo de emergencia decretado por OMS:
2020, 32638: mantiene una continuidad con los guarismos de los años anteriores (recordemos el promedio de los últimos 17 fue 32473).
Pero luego: 2021, 44158 muertes; 2022, 39322 muertes.
El promedio de muertes de los penúltimos 18 años había sido aprox. 32 mil.
El promedio de muertes de los últimos 2 años, entonces, ha sido aprox. 42 mil.
Recordemos que en 2021 se inició la vacunación masiva y muy inducida.
El MSP [2] discrimina por causa de muerte. Aun cuando subsiste un porcentaje ‘de origen desconocido’ que impide una apreciación más cabal, se puede distinguir claramente las causas de muerte que han aumentado más, mucho más, que las restantes: digamos que “cosechan” buena parte del aumento de mortalidad que hemos señalado. Se trata de muertes relacionadas con vías respiratorias, del tracto génitourinario y las del ítem “Síntomas no clasificados” (las causas de mortalidad más frecuentes; tumores y corazón-arterias, no revelan aumento ni disminución).
CAPÍTULO EE.UU.
(no es que no existan datos de otros estados; es solo que nuestra condición, periférica, colonial, nos permite acceder más fácilmente a los de EE.UU.)
Tomamos datos de EE.UU. recopilados por Paul Craig Roberts acerca de las secuelas registradas tras las vacunaciones, en “Silencio ensordecedor sobre vacunas”.[3]
“Miocarditis y pericarditis son afecciones que sobrevienen particularmente entre varones jóvenes vacunados.”[4]
“Algunos niños que han tenido inflamaciones cardíacas luego de las vacunas COVID, meses después tienen todavía huella de tales inflamaciones. De 40 niños examinados se descubrieron anormalidades cardiacas en 26.” [5] Observe el lector la cantidad de afectados. ¡Más del 50%!
Como entiende Roberts: “Hay una cantidad mayor de estudios científicos que concluyen que la vacuna COVID [Pfizer o Moderna] es peligrosa que estudios que concluyen que es segura.”
Del relevamiento de Roberts, extraemos estos otros párrafos:
”La miocarditis puede causar muertes, incluso muertes súbitas, y muertes por miocarditis después de que se haya confirmado la vacunación en varios países, incluidos Corea del Sur, Estados Unidos y Alemania.
”Investigadores de Corea del Sur informaron en junio que la miocarditis inducida por la vacuna causó ocho muertes repentinas, todas en personas de 45 años o menos, y un nuevo análisis encontró que la vacunación contra la COVID-19 estaba relacionada con un mayor riesgo de muerte relacionada con el corazón.
”Algunos críticos señalan los riesgos y los altos porcentajes de personas que han sido vacunadas, infectadas o ambas.[6]
Pero si estamos hablando de trastornos producidos por esta campaña de vacunación de emergencia de alcance mundial (al punto que la misma OMS prescindió del carácter obligatorio que ha acompañado a muchas vacunas basándose en el ahorro de vidas, secuelas y sufrimientos); trastornos como las alteraciones cardiacas señaladas, adquieren otra trascendencia y peligrosidad cuando empezamos a registrar aumento de muertes. Como hemos visto en Uruguay, sin mayores comentarios oficiales, ni sanitarios, ni médicos.
Un informe basado en VAERS,[7] –el servicio de control médico federal de EE.UU.–, publicado en España,[8] otorga datos preocupantes. Con registro de trastornos en población de 5 a 17 años.
Sobre 687402 casos reportados,[9] se comprobaron 28 muertes, 62 anafilaxias, 6102 escalofríos (además; el resto, fatiga, cefaleas, mareos).
Otras investigaciones revelan una tendencia a suministrar vacunas a humanos a cada vez más temprana edad. Neil Miller, director del Institute of Medical and Scientific Inquiry in Santa Fe, Nuevo México, sostiene: ‘los nacimientos prematuros y el bajo peso son causas más comunes de muerte de neonatos, pero desde que hay vacunas que se administran a las 24 horas del nacimiento, es posible que algunas de esas muertes se precipiten a causa de las vacunas dadas al momento casi del nacimiento.’ [10]
De todos modos, desde que causas de muerte asociadas con vacunación infantil no existe, los médicos y el personal especializado no pueden sino calificar a las muertes relacionadas con administración de vacunas a recién nacidos, como «otras causas».
Hay otro aspecto, cultural, en esta cuestión de la pandemia, su peligrosidad sanitaria y, entiendo, su más alta peligrosidad cultural y política. Hemos visto que la vacunación COVID 19 es asociable con muertes. Varias, diversas muertes. Hay quienes sostienen que la mortalidad, en miles y centenares de miles de humanos atribuidos al virus COVID en realidad deberían se atribuidas a las presuntas curaciones que se han hecho para enfrentar al COVID (por ejemplo, con la política inicial de poner en respiradores a afectados que murieron no porque les faltaba aire, sino porque se les había alojado sangre en los pulmones).
Pero sin ingresar en terreno tan resbaladizo como el de las causas de muerte, ya está comprobado que la vacunación COVID 19 ha matado gente. Algo que, por ejemplo, no siempre ha pasado con vacunas (hay algunas con muerte cero en su vacunación, aunque sí se hayan registrado reacciones patógenas como anafilaxia).
La peligrosidad potencial de las vacunas COVID 19 ha llevado, por ejemplo, a situaciones como la que está viviendo la médica Kelly Sutton. Se trata de una médica estadounidense titulada ejerciendo en California, desde la década de los ’70.
Esta médica ha protegido a niños médicamente vulnerables de vacunas potencialmente dañinas. Por eso exoneró a lo largo de años a ocho niños de recibir vacunas en sus escuelas.
En California se ha criticado a médicos “exoneradores” de vacunas, acusándolos de recibir dinero de los padres para establecer esas excepciones. Que se sepa, no ha habido pruebas de tales sobornos. En cambio, sí se conocen reacciones patológicas de algunos niños ante vacunas. Y sobre esos antecedentes es que Sutton optó por exonerar a esos niños de recibir vacunas, generalmente a instancias de sus padres, preocupados por los riesgos.
Las autoridades sanitarias optaron por retirarle la licencia a Sutton, en una campaña para restringir las excepciones a las vacunaciones. Llama la atención y preocupan, las razones esgrimidas: que “carece de buen carácter moral” [sic], que “mina la confianza pública en la integridad de la profesión médica.” [sic, sic]
No se trata de medicina, ni de salud; ¡se trata de un cuestionamiento moral y otro táctico!
El nivel conceptual desplegado para “defender las instituciones” es lastimoso. Y revela más bien el significado de la autoprotección institucional. El aparato institucional, ha estado sin duda crecientemente preocupado por “el aumento incesante de padres que solicitan exención a las vacunaciones de sus hijos”. Las autoridades californianas reaccionaron entonces con una reglamentación que restringe el derecho de los padres a exceptuar a sus hijos de recibir vacunas, amparados en sus creencias personales; ya no alcanzaba la sola voluntad de los padres. Se hizo necesario una autorización de personal médico apto que verifique que esos padres han recibido información pertinente sobre los riesgos de no estar vacunado.
En 2015, a raíz de un brote de sarampión en Disneyland, del cual los medios masivos de comunicación acusaron a niños no vacunados, así como a la existencia de un bajo número de alumnos de escuelas públicas vacunados, los senadores del estado presentaron una proyecto de ley para borrar toda apelación a creencias particulares para no recibir vacunas.
El orden institucional se va imponiendo sobre las libertades individuales y familiares. Ése fue el “clima” y los fundamentos para retirarle la licencia médica a Kelly Sutton y a colegas que habían tenido hasta entonces consideración a la voluntad “informada” de progenitores.
Queda prístino que es una política de sujeción a un ordenamiento médico cada vez más generalizado. Un ordenamiento, empero, que no parece acreditar las excelencias que pregona y postula cumplir. Junto con indudables avances científicos, sociales, tecnológicos, el Big Pharma se ha ido adueñando de más y más recursos en todos los sentidos: los grandes consorcios farmacéuticos transnacionales no parecen la mejor garantía para la salud de la población. Señalo apenas dos ejemplos para recordar. En su impresionante estudio sobre el cáncer de pecho, el médico estadounidense Lappé explica como la política sanitaria desarrollada en EE.UU. (y concomitantemente, en muchos otros sitios) es para alcanzar la detección precoz de cánceres; nunca para evitarlos. Porque lo primero asegura el desarrollo (económico, empresario) de aparatología y laboratorios, y lo segundo cuestionaría el estilo de vida dominante, con alimentos obtenidos con métodos y sustancias tóxicas.
Y segundo: en cualquier congreso médico que se precie de tal y de no ser una operación de Public Relations, ¿cuál es el capítulo inicial, generalizado a visualizar?: la iatrogenia. Se estima hoy que la tercera causa de muerte, junto con trastornos cardiacos y circulatorios y cánceres, es la producida por productos, recetas, medicamentos, en una palabra, la panoplia médica.
Un ejemplo entre tantos: durante el Covid 19, se dijo que con un 70% de vacunados se alcanzaría “inmunidad de rebaño”. Cuando un país sobrepasó ese guarismo, no se suspendió la vacunación. ¡Ni cuando se comprobó que los no vacunados contagiaban a los vacunados!
Que un no vacunado contraiga Covid 19, vaya y pase; ahora que un vacunado también, ¿para qué se vacunó? La insistencia de proseguir hasta el 100% de vacunados nos dice que el contagio es irrelevante y que lo que importa ha siso alcanzar con la vacunación a todos. ¿para qué? Buena pregunta.
¿Es salud o colocación de mercancía?
notas:
[1] Luis Anastasia, “Sigue exceso de muerte en el Uruguay”, 1o. ago 2023.
[2] MSP, Ministerio de Salud Pública del Uruguay, cuadros cit. p. Anastasia.
[3] ”The Deafening Silence About the Vax, Unz Review, 2023 08 07.
[4] https://markcrispinmiller.substack.com/p/bronco-kj-hamler-steps-back-lsu-coach.
[5] Zachary Stieber, “Heart Scarring Observed in Children Months After COVID-19 Vaccination: Study”, The Epoch Times / Maryland, 2023 08 05.
[6] https://www.theepochtimes.com/mkt_app/health/some-vaccinated-children-have-heart-scars-after-myocarditis-long-term-study-5446348
[7] VAERS Vaccine Adverse Event Reporting System (Sistema de notificación de eventos adversos de las vacunas). Es un programa federal en EE.UU. para la seguridad de las vacunas, coadministrado por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades [CDC] y la Administración de Alimentos y Medicamentos [FDA].
[8] https://www.analesdepediatria.org/es-eventos-adversos-vacunas-covid-19-una-articulo-S1695403322002557.
[9] Para no distorsionar el efecto de estas impresionantes cifras, hay que tener en cuenta que los casi setecientos mil casos reportados se extraen de todos los millones de vacunaciones efectuadas sobre la población infantil y adolescente de EE.UU., seguramente decenas de millones de individuos, que no registran alteraciones.
[10] Cit. p. Angelo de Palma, https://childrenshealthdefense.org/defender/infant-vaccines-all-cause-mortality/