Por Luis. E. Sabini Fernández.
Tal parece ser el motto que algunos referentes, de mucho peso en el tema, tienen como impulso básico de sus posiciones sobre sexualidad, la sexualidad humana.
Se trataría de construir nuestros destinos sexuales. Que ya no son de ninguna manera destinos. Sino construcciones. Que vamos haciendo de acuerdo con nuestros gustos y necesidades.
La diversidad sexual se presenta en nuestra sociedad cada vez más como un asunto de elección. ¿De elección dónde, desde qué? De elección en un mundo de ofertas posibles, potenciales. Eso se expresa en un ámbito ¿que podríamos llamar un mercado sexual? Uno puede salir ¿a la sociedad, al mundo, al mercado? a construir su sexualidad como un niño podría pedir construir, con un mecano, un lego, una ciudad maravillosa o un animal casi con movimiento…
La construcción es algo que hace lo que hace desde afuera. Se construye algo que es siempre un objeto. Uno a veces lo termina y se considera satisfecho. −Me gustó lo que hice, lo que construí. Con ingenio, talento, gracia, paciencia (y buenos materiales, claro; no todos somos poetas como Miguel Hernández para construir los poemas que él hizo con dolor, palabras y señas…).
Pero la noción misma de construcción nos lleva a pensar un poco más. Lo construido es por definición lo artificial. El lenguaje nos lo delata. Cotidianamente usamos la expresión: −Esta explicación me suena una construcción…
Frente a ese concepto, lo construido, existe el de identidad. Que, al contrario, es algo que va de adentro hacia afuera. Es lo que existe y se expresa. Existo, luego me expreso. Y no: me presento así y luego soy.
La identidad es algo que proviene desde adentro del ser. No sé si es algo dado, concepto hoy en día tan cuestionado. Pero sé al menos que no puede ser algo que procede por adición, por suma, por agregados, por influencias. Mejor dicho, claro que puede ser así, pero no es algo deseable ni auténtico.
El mercado es el sitio de las adquisiciones. De las compras o trueques. De las in-corporaciones. De lo que uno mete en el cuerpo, literalmente. Pero para la identidad, el cuerpo estaba allí, antes. No lo hace el mercado. Si no, pobre nuestra identidad.
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Una entrevistada, Claudia Castrosin (“Cayó el reinado de la heterosexualidad, hoy vale preguntarse ¿quién soy?”, El Barrio. Villa Pueyrredón, no 179, Buenos Aires, marzo 2014) vicepresidenta de toda una federación LGBT nos dice que por el momento hay en Argentina cinco identidades sexuales, pero que su número puede ser ilimitado.
Como aludiéramos en el título: no limits. Seriamos nosotros los que vamos construyendo las identidades en el decurso de nuestra sexualidad.
Claudia nos recuerda taxonómicamente, para la Argentina las identidades hétero, homo, bi, transexual y transgénero. Y yo me acuerdo de la polémica formidable que estalló hace años en Suecia, acerca de los transgéneros héteros y los transgéneros homos. Los transgéneros héteros se quejaban que por haberse nucleado históricamente en la RFSU (Riksförbund för Sexuell Upplysning, Asociación Nacional de Información Sexual), que ha sido la organización-paraguas para los homosexuales “tradicionales” suecos, dicha organización ha tenido mayor comprensión hacia los transgéneros homos que hacia los transgéneros héteros. La RFSU ha sido de larga data, una organización con un enorme arraigo defendiendo los derechos homosexuales (tanto los provenientes de hombres, perdón… y mujeres).
Dejo para lectores más avisados que yo, las diferencias funcionales entre los mencionados transgéneros.
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Pero indudablemente vivimos una sociedad líquida, como nos lo ha explicado Zygmunt Bauman, y la identidad sexual se ha licuado. Así que no se trata de oponerse a los planteos como el de Castrosin, sino de mejor situarlos y comprenderlos.
Porque llevar la identidad sexual al plano “libre” de la construcción, nos lleva por una pendiente que entiendo más que problemática.
Lo mismo podríamos aplicar a los criterios de identidad nacional, otro aspecto igualmente importante, igualmente identificatorio, en nuestras vidas. En este aspecto vemos también el fluir de la globalización y el debilitamiento de la identidad nacional. Sin embargo, eso a menudo no es sino la concesión, inconsciente, al orden de los grandes titulares de la gobernanza global, asentados en las elites principalmente de EE.UU., el Reino Unido, Israel, el mundo en inglés, que otorga una identidad en lugar de la nacional que teníamos desde nuestros países de origen.
A la vez, la persistencia de la conciencia nacional, en poblaciones amenazadas en sus condiciones de vida y sobrevivencia. Y ni hablar en aspectos lúdicos, como el fútbol.
Los criterios constructivos encierran una problematicidad, no es todo superación.
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Claudia menciona como prueba de su homosexualidad hoy asumida como adulta con plena conciencia, que cuando era niña, escolar, se había enamorado de una maestra suya. Y que su propia madre confundió ese enamoramiento suyo infantil con una gran admiración por la maestra. Me pregunto por qué tengo que entender dicho enamoramiento como prue-ba de homosexualidad. Podría haber sido al revés. ¿Si Claudia hubiese tenido un maestro del cual se llegara a enamorar, habría reafirmado un carácter hétero? (observe el paciente lector que esta última hipótesis se basa únicamente en la idea de construcción social).
Hace poco, se produjo un cambio de identidad en los documentos identificatorios de una niña de muy corta edad. La estructura judicial argentina reveló con ello su invertebralidad, plegándose al “aire de época”. El mismo con el que se aplaude mucho más los nacimientos habidos entre dos cuerpos masculinos o dos femeninos (claramente apoyados en vientres, úteros o espermas ajenos), que los nacimientos “tradicionales” (la presidenta, por ejemplo, ha salido madrina de bautismo de un hija de dos mujeres y el gobierno hace de esto toda una política).
“El gobierno de la provincia de Buenos Aires [sic] anunció que rectificará la partida de nacimiento de L…” (Mariana Carbajal, “Un nuevo espejo para ver la identidad” Página 12, 26/9/2013). Es llamativo que la resolución venga por vía del Ejecutivo y no desde el ámbito judicial. La madre ha explicado cómo su vástago eligió su género a los 2 años y cómo desde los 4 años “vive como niña”. Con 6, finalmente se la reconoce.
La decisión de la madre y la del aparato político contrasta con lo poco que sabemos. Una psicoanalista, licenciada en Educación, Noemí Lapacó, impugna claramente “el giro de los acontecimientos” alrededor de L… Lapacó (“Los niños y la identidad sexual”, Página 12, 5/12/2013) nos recuerda que no existen los niños que puedan ser tan precisos en su identidad sexual ni al año y medio ni a los dos años, como surge de las frases atribuidas a L… al año y medio: “Yo nena, yo princesa”.
Lapacó niega la calidad de ese testimonio y aclara que “ese reclamo de cuya existencia no dudamos, resulte mucho más tardío que los dos años, que es la edad a la que se le atribuye insistentemente. A los siete años que ahora tiene en cambio, es muy posible que haya tenido tiempo de percibir y adoptar o rechazar el modo en que se lo nombró, y en qué lugar fue esperado, consciente o inconscientemente por los que lo alojan en su deseo.” (mi subrayado).
El comentario de Lapacó es lapidario, porque el deseo de L… en realidad aparece como el deseo de quienes impulsan su cambio de identidad sexual. Aquella madre desprejuiciada y atenta a devenires identificatorios resulta ser la que imprime el cambio de género de su pequeñísima e inerme hija. Y al estado cómplice, una vez más, estado bobo.
Lapacó es categórica: de ningún modo antes de la pubertad “cada quien se las ve con lo que su sexo le hace desear”. Lapacó revela su preocupación si “decisiones” como la que estamos comentando se generalizan. Porque veremos el despliegue de decisiones sobre niños que aún “no pueden tomar esa decisión” por sí mismos.
En resumen, que contra los plácemes de la progresía sobre tanto cambio de sexo, tanto plasticidad de género, tendríamos que aprender a percibir cómo la ideología dominante nos ajusta mucho más a un diseño de sociedad capitalista y consumista, pletórica de ofertas diversionistas, que a la ansiada liberación que tanta veces hemos impulsado creyendo que estamos “construyéndola”.