por Luis E. Sabini Fernández –
El ascenso “irresistible” de Donald Trump debió ponernos sobreaviso. Tal vez antes, el ascenso aparentemente, tan impune como el de Trump, del discrecionalismo sionista, un ejercicio de absolutismo políticomilitar tan sofisticado y en permanente expansión. Pero la inercia es una constante de nuestros corazones. Y a menudo nos corroe el entendimiento.
Ahora con el ascenso, igualmente irresistible de Jair Bolsonaro, se nos presenta una vez más el signo de los tiempos.
Algunos hablan de neoabsolutismo, una buena aproximación.
Abandono de la universalidad
Urge entender que hemos entrado en un cono de sombra planetario. ¿Qué es lo que queda en la sombra? La contaminación cada vez más omnipresente; la democracia tal vez (aunque no necesariamente toda cáscara democrática; algunas servirán a nuevas estrategias); los derechos humanos universales; el calentamiento global cada vez más generalizado; aquel nuevo espíritu de época que vino con valores terrenales, oponiéndose a los tradicionales del espíritu a secas.
Con la modernidad vimos el surgimiento del jusnaturalismo, el desarrollo de las ciencias, y luego, con el prestigio de la cientificidad, el de las llamadas ciencias sociales, que procurarán ajustarse a cánones probabilísticos, aunque nuestra temporalidad no permite el mismo tratamiento ni el mismo conocimiento que el logrado con las llamadas ciencias duras.
Ese nuevo mundo se nos presentaba enarbolando justicia y libertad. O si se quiere, libertad, igualdad, fraternidad.
Todo este corpus de ideas, con el liberalismo primero e inmediatamente después con el socialismo como eje o protagonista ideológico, es lo que aparece ahora abandonándose, junto con el desbarajuste ambiental, que acompaña como su sombra los “milagros” tecnológicos.
Por cierto, no se trata de una tormenta en cielo sereno, todo lo contrario. Recordemos a Hillary Clinton, la que perdiera la carrera presidencial con Trump, cuando, todavía al “mando” del viejo mundo, hoy trastabillando, festejó con un gorjeo el asesinato vil, desnudo, mercenario de Muammar Gaddafi. Un asesinato del peor calibre en el mundo de la modernidad, el universalismo, la democracia, la justicia, la libertad. Ése, que Hillary “representaba”. Es apenas un ejemplo de que “las cosas” no iban bien en el mundo que hoy vemos en proceso de disolución ante el cono de sombra al que hice referencia inicialmente.
Auge de una dureza absolutista (neoabsolutismo)
Esta furia de intolerancia tuvo sus adelantados, como Meir Kahane, A. Behring Breivik, el ISIS y, ¿por qué no? toda la caterva de asesinos enloquecidos y anónimos que transitan ─con total tranquilidad, es cierto─ las calles y los colegios estadounidenses, y muy particularmente en la floración de paramilitares, maras y policías especiales que han ido haciendo pesadillas en la vida cotidiana en tantos países al sur del río Bravo, para mencionar lo que conocemos o al menos atisbamos un poco más, aunque seguramente en Asia y sobre todo en África, esos rasgos se presentan de modo todavía más intensos, mortales, atroces.
Resquebrajamiento de un sistema-mundo (¿neofeudalización?)
Todo lo cual nos permitiría y hasta nos llevaría a pensar en lo que parece ser un neoabsolutismo ─descaecimiento de los resortes decisorios más o menos institucionales─ como si se tratara de una “nueva edad media”, en los términos de disloque cultural de lo establecido, de crisis de la globalización (de la mundialización como dicen los franceses), como la presentaran, hace por lo menos 40 años, Umberto Eco[1] o Furio Colombo,[2] por ejemplo, o como se presentara el colapso soviético, hace ya casi tres décadas.
Escribía Colombo en su ensayo: “[…] el poder se ha desplazado fuera del proceso normal de decisión a una zona que no está clara ni se conoce.” ¿Qué es lo que vemos hoy? El ordenamiento internacional no tiene la menor vigencia real; un estado o conjunto de estados desencadena una invasión contra otro estado, presunto infractor de vaya uno a saber qué leyes (como pasó con Francia e Inglaterra sobre Libia en 2011 o EE.UU y “su” coalición sobre Irak en 2003, o también EE.UU. sobre Afganistán en 2001, o Israel sobre El Líbano en 1982, o el mismo Israel, asaltando “preventivamente” a Egipto en 1967, por ejemplo). Para tales decisiones no se “necesitaron” instancias legislativas, ni siquiera judiciales, y mucho menos el peso y la actitud de las sociedades cuyos gobiernos actuaron así; ha sido el “puro” poder ejecutivo el asiento de la decisión.
Pero cuando pensamos en el ejecutivo, pensamos todavía en instancias políticas. Incluso, para algunos, “la política” por excelencia.
Pero Colombo nos acerca un poco más a lo real (y pensemos que estamos citando un texto anterior a 1973…). Plantea que estamos ante “una redefinición de los modos de decisión.” [3] Una nueva constelación que se caracteriza por la invisibilidad del gobierno real, porque “el poder se ha desplazado fuera del proceso normal de decisión a una zona que no está clara ni se conoce.” Difícil de precisar el quién, y Colombo anota un par de rasgos significativos de tales intervenciones: su carácter privado (“es decir relativo a los intereses exclusivos de los grupos incluidos”) y con una connotación militar (“rápida, secreta, indiscutible, disuasora, ejemplar”).
Si retornamos a las intervenciones que hemos señalado a título de ejemplos; las de Israel, EE.UU., Francia, el Reino Unido, vemos que esos dos requisitos se han cumplido al pie de la letra, aun invocando todos los “deberes” públicos o cívicos imaginables.
Los ejemplos que acabo de enumerar, empero, tienen todos el mismo rango, ocupan el mismo alvéolo, militar, de invasiones más o menos en regla.
Pero el planteo de Colombo nos permite otros desarrollos, percibir otros sitios donde el poder se ejerce fuera de los ámbitos institucionales invocados o previstos; observar el desplazamiento de las instancias expresas y/u oficiales de gobierno hacia muchos otros ámbitos; ¿cómo se resuelven las inversiones transnacionales, por ejemplo? El territorio receptor es apenas eso. Las tratativas son secretas, ocultas. So pretexto de “secretos comerciales”, lo que se hace secreto es el trámite de usurpación territorial, de señorío y adueñamiento de las riquezas a las que los respectivos consorcios transnacionales le han echado el ojo.[4]
Crisis de valores de “las luces”, sí, ¿pero neofeudalización?
Tenemos así un desvalimiento progresivo y cada vez mayor para encarar este estado de cosas. Porque solemos retener las viejas fórmulas de un legalismo caduco y de valoraciones que han dejado de ser compartidas.
¿Qué le importa a Bolsonaro la libertad de expresión, la de investigación, la de cátedra?
¿Qué le importa la igualdad racial por la cual luchamos, lucharon negros como Patrice
Lumumba, Franz Fanon, Malcolm X, Desmond Tutu, Muhammad Alí o Nelson Mandela, y blancos como John Pilger, Roger Waters, y tantos otros, desconocidos (en ese torrente me incluyo)?
Sin embargo, la hipótesis de una neofeudalización, encarada por los autores citados (y otros) en la década de los ’70 no se adecua al estado actual de situación, por cuanto si algo caracteriza a la constelación vigente y actuante de poder es su cada vez mayor entrelazamiento, lo que Frei Betto ha calificado como “globocolonización” y la expansión de un “mundo unificado”.
Neofeudalización señala una pulverización de los centros de poder; ni siquiera la disputa creciente entre EE.UU. y China por el control de los recursos planetarios nos permitiría llegar a la idea de neofeudalización; en todo caso, a una reedición de la lucha “entre potencias” aunque el listado de “actores” se haya modificado un tanto (en la segunda posguerra, EE.UU. y URSS; hoy más bien un eje EE.UU.-Reino Unido-Israel con Occidente detrás, vs. China que de todos modos parece a su vez unida o aliada a los réprobos de Occidente; Rusia e Irán).
¿La cabe alguna responsabilidad a la izquierda progresista?
Tenemos por delante llegar a entender ese dato que apuntamos como “crisis de las luces”.
Mi hipótesis: que el populismo “inclusivo”, de izquierda, el llamado progresismo, ha coope-rado ─con total ignorancia del desenlace─ con esta aparición de hombres nuevos tan atroces.
Porque el progresismo, declamatoriamente solidario, confundió las cartas. Deliberada, tácticamente.
El progresismo fue la carta de los doctores socialistas para seguir siendo “socialistas” sin tener que ser anticapitalistas (escamoteando esa metamorfosis). El progresismo empezó a valorar determinados objetivos, alegando realismo ─lo mejor es enemigo de lo bueno─, mediante un cambio del lenguaje, procurando cierta conciliación con el capital que de todos modos beneficiara a los desposeídos, y cada vez más apostando a la rentabilidad que guía el comportamiento empresarial, ignorando deliberadamente que el lucro no atiende las necesidades sociales, biológicas, ecológicas.
Hay que tener en cuenta que con el surgimiento de la URSS, una experiencia de política hiperrepresiva, de absolutismo político, que cuestionó radicalmente las nociones de derecha e izquierda provenientes de la Revolución Francesa al instaurar un régimen de control político total que sin embargo se proclamaba revolucionario, vanguardia de izquierda ─y que arrastró consigo a buena parte del caudal político de la izquierda tradicional─ surgieron nuevas composiciones políticas, en un sentido más sofisticadas o de doble lenguaje; con la desaparición de la URSS, tuvo lugar el fenómeno, casi mágico, de convertir a referentes socialistas en titulares capitalistas…
En países como el nuestro, la “conversión” no tuvo que ser tan intensa; a lo sumo una actualización doctrinaria, realzando aspectos que no habían fructificado hasta entonces. En Argentina, peronismo mediante, ni siquiera se necesitó un salto ideológico mortal; el peronismo siempre fue, al menos de palabra, antioligárquico y procapitalista.
Crisis de la idea de progreso
La actualización doctrinaria que estamos procurando desentrañar se basa en la ideología del progreso. Se dibujan con facilidad dos campos: un campo previo, tradicional; el retardatario que los manuales de ideología asignaban a la Iglesia Católica, al medievalismo, a la tradición oscurantista. Y enfrentado dialécticamente con él, otro campo, de avanzada con el acceso a “las luces” de la modernidad, deísmo (masonería), desarrollo tecnocientífico, liberalismo, laicidad, socialismo.
Con ese maniqueísmo, no es tan arduo el pasaje de la intelectualidad que proclamaba hace medio siglo el socialismo, a la defensa de lo estatuido, al mundo-tal-cual-es (aunque siempre procurando evitar ser confundida con “lo viejo”).
Pero el desastre planetario pone al progreso bajo otra luz: darle carta abierta, luz verde al capital, confiar en “acuerdos de caballeros” con semejante partner, está destrozando el planeta.
El desarrollismo parece apenas un viaje de ida. El capital, dejado a sí mismo es un pacman planetario, sin tasa ni límite. Pero el planeta, empero, tiene límites. Igual que las vidas de los seres, cualesquiera que ellos sean; microscópicos o humanos; todos tenemos límites.
Solo actitudes obtusas como las que encarna hoy Donald Trump pueden seguir sosteniendo que la contaminación generalizada, adueñándose de mares, suelos y atmósfera, no tiene importancia; que la plastificación de nuestro hábitat protagonizada por un material no biodegradable, no tiene consecuencias… Estamos esperando que la FDA nos diga cuántas partículas microscópicas de polietileno, polivinilcloruro y poliamida, podremos ingerir con nuestros peces, por ejemplo, para que el pescado siga siendo GRAS (sigla en inglés que se refiere a alimentos considerados seguros dada su inocuidad)…
Estamos jugando con fuego: porque el calentamiento global es ya insoslayable, porque la pérdida de protección a la radiactividad aumenta, porque las aguas frías y los hielos se achican en todo el planeta y los necios se alegrarán pudiendo plantar duraznos cerca del casquete polar, sin preguntarse qué hará la población de las franjas tórridas ecuatoriales del planeta (las zonas de mayor densidad humana…).
Tenemos, afortunadamente, una gama creciente de recursos médicos y de sabiduría científica para enfrentar enfermedades. Pero el dato fuerte en cuestiones de salud no es ése, sino el aumento irrefrenable de enfermedades. Alergias, cánceres, parkinson, de comportamiento, de la piel, respiratorias, psíquicas, nerviosas, reumas, articulares, diabetes, obesidad…
Como bien explicara el oncólogo estadounidense Samuel Epstein, las principales redes médicas de atención al cáncer en EE.UU. no están dedicadas a luchar contra la proliferación del cáncer[5] sino a conseguir el diagnóstico precoz y achicar así los índices de mortalidad. Con “madurez” institucional, no pretender incursionar en las causas de cánceres que escapan a los marcos médicos establecidos. Lo otro, ya sería querer cambiar la sociedad… ¿dónde se ha visto?
Tácticas progresistas. Un ejemplo
Lula presentó su candidatura presidencial tres o cuatro veces, antes de, finalmente ganar. Lo hizo entonces, aliado con una fuerza retardataria, de evangelistas, con lo cual fue malogrando sus propias reivindicaciones iniciales.
¿Qué fuerza liberatoria puede tener la Biblia? Desmond Tutu, pastor anglicano, lo expresa claramente: ‘Llegaron con la Biblia, nosotros estábamos en la tierra. Cerramos los ojos. Pasado un tiempo, abrimos los ojos, nosotros teníamos la Biblia y ellos la tierra”.
Hoy vemos, ya a la luz del día, un proceso que lleva décadas, de creciente implantación de iglesias llamadas genéricamente protestantes: evangélicas, pentescostales, nazarenas, neoapostólicas, puritanas, sabatistas, anabaptistas, asamblearias, anglicanas, luteranas, calvinistas, presbiterianas, congregacionistas, cuáqueras, mormonas, metodistas, pietistas, neoapostólicas, adventistas y hasta valdenses (que constituyen una suerte de protestantismo anterior al movimiento histórico que recibe ese nombre).
Hay enorme diversidad tales iglesias. Las más recientes suelen ser las más vociferantes y una prueba de su alegado espiritualismo y descarado materialismo es la apelación a la prosperidad, verdadero eje ideológico para atraer “necesitados”.
El creciente papel del Estado de Israel y el sionismo en esa constelación antiliberal, racista, excluyente
Buena parte de estas iglesias, sobre todo las surgidas en EE.UU. en el siglo XX y más aún en el presente siglo, han ido generando una creciente identificación con el Estado de Israel. A tal punto que muchas de ellas, fundamentalistas y ortodoxas, mantienen un antisemitismo radical (depositado en tiempos apocalípticos, es decir futuros) y al mismo tiempo encarnan un ferviente apoyo al sionismo. Tal vez el caso paradigmático hoy sea el de la IURD, iglesia universal del reino de dios, que hace culminar la pleitesía de sus miembros mediante un viaje “de elevación espiritual” hasta los sitios sagrados, en Israel, precisamente.
El casamiento ideológico, de doctrina, entre las iglesias protestantes más fundamentalistas y el sionismo es un fenómeno de larga data, pero que ha tomado peculiar vuelo en los últimos tiempos, coincidiendo con la expansión israelí en diversos terrenos fuera de fronteras, particularmente en Europa y las Américas.
El sionismo ha apelado a un fondo ideológico común; el Antiguo Testamento, una retahíla de relatos agresivos, racistas, puristas, que coexisten con otros que hacen al fondo común de la sabiduría humana. Hay allí una voz común para su entrelazamiento con tantas iglesias protestantes. Algunos cristianos han sabido ponderar tales valores, realzando los del Nuevo Testamento como principales, pero muchas sectas protestantes, salvacionistas, increíblemente ombliguistas, al contrario, han legitimado el Antiguo Testamento.
Las iglesias vociferantes, carismáticas, pentecostales, ponen el acento en el papel que la Biblia le atribuye al pueblo judío. El elegido por dios. El conectado directamente (¿a un paso de decir, ‘el único conectado?)
Porque el sionismo, inicialmente laico y hasta irreligioso, ha ido elaborando su proyecto de dominación cada vez más absoluta con la Biblia en la mano, en su caso la Torah. Y de allí proviene su íntima alianza con sectas protestantes, de enorme influencia en EE.UU.
Y EE.UU. es el único estado industrializado, no periférico, del mundo donde el papel de lo religioso no ha decrecido, como en Suecia, Holanda, Escocia, Italia, Francia, etcétera, sino aumentado. Incluso más: mientras la adhesión a las religiones ha decrecido algo en la población, se mantiene “al tope” en los elencos políticos. [6] El papel de las iglesias se ve así claramente en el Congreso de EE.UU. (un sitio donde se reconoce la influencia proverbial de la AIPAC, American Israel Public Affairs Committee, Comité de Asuntos Públicos de EE.UU e Israel), que Wikipedia define como “lobby pro-israelí en EE.UU. Lo de “asuntos públicos” es una licencia… ¿poética?
De todos modos, la acción del sionismo excede ese “derrame” sobre sectas protestantes (sobre todo americanas y más bien americans) así como también ha sobrepasado su “destino” inicial; el “pueblo judío”.
En el mundo árabe ha incursionado de varios modos, a cada cual más cruento. Sucintamente podríamos hablar de tres modalidades o momentos: 1) reprimiendo con cerebral crueldad la vida y sobrevida de palestinos; 2) aliándose con la secta wahabita de los saudíes, la rama más retrógrada y bestial del Islam [7] y 3) prohijando, fabricando, sosteniendo al ISIS, y probablemente a Al Qaeda y otras muy diversas formas de terrorismo islámico que demasiado a menudo han recibido el nombre de freedom fighters desde los medios occidentales de incomunicación de masas.
Baste esta única cita para percibir la escalofriante geopolítica sionista actual: “Me gustaría ver que ISIS gobierne toda Siria; ISIS y sus ramificaciones no representan una amenaza para el estado israelí.” [8] Lo proclamó este año el ministro de Defensa israelí, del gabinete más agresivo que ha tenido nunca Israel (lo cual es decir…). Su autor es Moshe Ya’alon, ministro de “Defensa” [sic] israelí. Apenas sinceró lo que ya sabíamos: Netanyahu visitando terroristas islámicos heridos que Israel ha internado en hospitales para “recauchutarlos” (y largarlos otra vez a la pelea); que ni el DAESH ni el EI ni el ISIS han hecho alguna vez un atentado contra “el estado judío”.
Queda negro sobre blanco que buena parte de la mortandad intraislámica es madeinIsrael.
Resumiendo
Estamos ante un panorama amenazante. El eje EE.UU.-Reino Unido-Israel se va engrosando con la proliferación de gobiernos de mucha o extrema derecha, del cual ya mencionamos en el continente americano al más significativo por sus dimensiones y por sus posiciones; el de Brasil.[9] Pero ya conocemos la situación de Honduras, Paraguay, Colombia en tierras americanas y podríamos extender el collar reaccionario por varias “perlas” europeas (Polonia, Hungría, República Checa…).
La coacción sobre las sociedades africanas es inenarrable pero merece un tratamiento expreso que no me siento en condiciones de abordar.
notas:
[1] “La Edad Media ha comenzado ya”, La nueva Edad Media, Alianza Editorial, Madrid, 1984 (1a. edic., 1974).
[2] “Poder, grupos y conflicto en la sociedad posfeudal”, en La nueva Edad Media, ob. cit.
[3] “Poder, grupos…, ob. cit.
[4] Así, por ejemplo, se tramita el establecimiento de una procesadora de celulosa en Uruguay, sin que los habitantes estén siquiera medianamente informados de los trastornos ambientales de los que van a ser destinatarios y menos todavía, de las condiciones de explotación territorial, donde la empresa extranjera dispone, legisla y establece qué debe acompasarse a la estrategia empresaria, modificando, por ejemplo, sus redes viales e incursionando hasta en los planes pedagógicos del país receptor… todo esto para que finalmente el país-asiento pierda un poco más de soberanía y autonomía y sea despojado “legalmente” de sus recursos naturales.
[5] The Breast Cancer Prevention Program, MacMillan, N.Y., 1998. Coautor: David Steinman.
[6] Más del 90% de los congresales se declaran cristianos (dos tercios aprox. protestantes, un tercio católico).
[7] El tratamiento dado a Jamal Khashoggi, pariente real saudí, disputante de poder y periodista en un cotidiano estadounidense, en las fauces, propiamente dichas, de la monarquía saudí es una expresión atrozmente veraz del comportamiento de estos sátrapas, que brutalizan a sus jóvenes mediante ejercicios mnemotécnicos masivos con las suras islámicas, mientras martirizan geopolíticamente al vecino arábigo del sur que se desvía de su credo: Yemen ha sufrido la mayor matanza de las últimas décadas.
[8] Richard Galustian, “Israel y la conexión yihadista”, Global Research, 1/12/2018.
[9] Dos de los tres hijos varones, adultos, de Jair Bolsonaro no tuvieron nada mejor que festejar a su padre desfilando como hombres-sandwich por calles israelíes con emblemas a pecho o espalda del ejército israelí o de su ya tan atrozmente famoso servicio de seguridad, el MOSSAD.