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Categoría: Agronecrófilos

Agua podrida

Publicada el 05/02/2017 por ulises

EN RECONOCIMIENTO A LEO MASLÍAH

Por Luis E. Sabini Fernández –

Una medida, otra, del gobierno uruguayo que no hace sino premiar al mundo empresario, a costa de la población.

El punto ha sido tratado con justeza y precisión en notas como la de Gerardo Honty, “El contaminado paga” o a través de diversas consideraciones de Eduardo Gudynas en “Aumentan el agua potable en Uruguay para subvencionar a los contaminadores”.

Hay empero, un aspecto que entiendo no ha sido relevado.

Las notas de estos dos comentaristas aciertan en el significado de la política gubernamental, y proponen que, por el contrario, quien contamine pague. Para lo cual se ensayan diversas consideraciones sobre tasas de recargo que vayan contra los contaminadores y no contra la inerme población, como acaba de decidirlo el sr. ministro Danilo Astori.

Pero las tasas no resuelven el problema, ni siquiera las tasas cobradas al contaminador. Honty lo dice expresamente: “El principio contaminador-pagador no tiene como fin directo reducir los impactos ambientales o la contaminación”.

Es decir, el pago aun el justo de las tasas, no resuelve el problema. En todo caso, puede resultar moralmente más aceptable que la política del gobierno  de descargar sobre la población perjudicada el incremento de los costos  ocasionados por los contaminadores.

Gudynas lo señala claramente: “La  tasa ambiental de Astori es una pésima señal económica. Se le está diciendo a los contaminadores, sean [tanto] agropecuarios como industriales, que podrían seguir contaminando sin gastar mucho más, ya que la descontaminación al final la pagaremos todos nosotros.”

En concreto, la crítica a la política de conceder impunidad a los contaminadores descargando los costos en los contaminados no se resuelve enderezando los términos, como dice Honty, al referirse a un reino del revés.

Si logramos entrar a un reino del derecho, los contaminadores pagando, estarán igual contentos por algo que se conoce desde hace décadas en el mundo empresario: desembarazarse de una dificultad, sacarse de encima una obligación, mediante un pago.

No es cierto que aplicando una tasa ambiental sobre los contaminadores hará que éstos “no tengan ventajas económicas” como sostiene Gudynas.

Tampoco es cierto, lo que Honty plantea, que ‘se envía una señal económica induciendo a los contaminadores a tomar medidas preventivas que resulten menos onerosas que un impuesto’.

En el mundo empresario, se conoce desde hace mucho “el pagar para tener la libertad de contaminar”. Están rigurosamente calculados los costos empresariales por los cuales las empresas pagan de buena gana una tasa (o una multa) si eso les permite seguir producir con menos costo incluyendo contaminación.

Porque la descontaminación suele ser mucho más onerosa, para la empresa. La producción limpia anulando la externalización, por ejemplo; que las empresas asuman los costos de intoxicados en lugar de hacerlo los hospitales; que las empresas se hagan cargo del costo de los desechos en lugar de que los municipios los cambien de lugar o los hagan “desaparecer de la vista” (y así sucesivamente) aumenta costos y/o baja tasas de ganancias. Y ése es el verdadero callo de la planta industrial… Eso es lo que los dueños del capital no están tan dispuestos a transigir.

Y como dicen nuestros comentados, las tasas ambientales ─aun las del reino del derecho y no las del revés─ no solucionan ni quieren siquiera solucionar el asunto de fondo. Porque el asunto de fondo es la contaminación. Y es imperioso restringir ese proceso, tender a su extinción.

Porque, avanzando en la senda que se autocalifica de “agricultura inteligente”, los que perdemos somos todos, la sociedad, los humanos (los más expuestos más, como siempre; el campesinado pobre, el que trajina directamente con los productos contaminantes, pero a la larga nos llega a todos y no sólo a los humanos, obviamente; a la biodiversidad, a la microfauna y microflora, y a los organismos mayores….

Tenemos que empezar a entender que un mundo contaminado no es sustentable. Y que es costosísimo. En salud, en dolor, en atención. Pero además, porque nuestro suelo, otrora considerado de los más feraces del planeta, va bajando su rendimiento… por la contaminación.

Acabamos de ver cómo han sido arrasados varios pequeños chacareros, productores de nuestros alimentos, morrones, tomates, a orillas de un subafluente del Santa Lucía porque un sojero aguas arriba usó agrotóxicos para su “agricultura inteligente”; soja para exportación y alimento de cerdos en Asia. Una soja de la que nadie se hace responsable. A diferencia de los productores de tomates y morrones que se destinan al consumo local y montevideano en particular. Los tóxicos regados en los campos, con descuido, con desprecio, se deslizan hacia las corrientes de agua de la cual se nutren los agricultores que irrigan, aguas abajo, por goteo su producción. Así se les ha envenenado la producción.

El suelo, el agua, ya no es confiable. Porque el comportamiento de los cultores de los agrotóxicos es particular pero los resultados son comunes; nos son comunes a todos. Porque el suelo, el agua y el aire es lo más “comunista” o “comunitarista” que existe.

Por eso, la contaminación, cada vez más generalizada, es suicida. Porque lo que estamos viviendo, ya en el planeta entero, es una pérdida de biodiversidad que ha obligado a los investigadores del área a verificar que hemos entrado a una sexta era planetaria de extinción masiva de biodiversidad en la historia del planeta.

Pero que ésta es la primera que tiene carácter antropogénico; estamos estrechando peligrosamente la biodiversidad planetaria.

Monsanto propuso en su momento diseñar drones polinizadores ante la extinción masiva de abejas y otros insectos polinizadores. No es claro el diagnóstico pero hay un avanzado acuerdo científico para inferir que la muerte o desaparición de abejas está altamente vinculada con tóxicos de los producidos precisamente por Monsanto (ahora Bayer).

Hay gente que parece imaginar un mundo sin naturaleza. Otros consideramos que sin natura tampoco nosotros vamos a sobrevivir. Porque nosotros somos naturaleza.

 

 

 

 

 

 

 

Publicado en Agronecrófilos, Globocolonización

Ciencia vs. comercio en la OMS

Publicada el 17/09/2016 - 19/09/2016 por ulises

Glifosato: la Organización Mundial de la Salud cede ante empresas

por Luis E. Sabini Fernández

Hagamos un pequeño racconto: el glifosato es el herbicida de uso màs extendido hoy día. Se venía usando extensivamente, sobre todo para los abundantes céspedes de EE.UU., porque se había verificado que no tenía la virulencia de otros temidos herbicidas, con letalidad inmediata comprobada (el paraquat, el temido “Agente Naranja, por ejemplo, que es una mezcla de 2,3,7,8-tetraclorodibenzodioxina (TCDD) y 2-4-5-t. O un “primo” suyo de menor potencia pero aun altamente tóxico, el “abundante” y muy presente en campos argentinos 2-4-d y otros también temibles; atrazina, glufosinato, carbamatos…

El glifosato se multiplicó con la implantación de cultivos transgénicos, precisamente preparados para soportar glifosato que tiende a eliminar a los demás vegetales.

Por su baja letalidad inmediata, se lo consideró inofensivo. Estuvo durante muchos años considerado no tóxico, atóxico o como el lector prefiera piropearlo.

Sin embargo, investigaciones reiteradas de biólogos como el argentino Andrés Ca-rrasco, descubrieron y describieron preocupantes índices de intoxicación… con glifosato.

Gilles-Eric Seralini, francés, por ejemplo, retomó las experiencias de la “investigación” que Monsanto había hecho con conejillos de Indias y que le habían dado total inocuidad y así lo había publicado en revistas “científicas” y en comunicados emitidos, no por el laboratorio transnacional que podría considerarse parte interesada sino a través de organizaciones que proclaman ser “sin fines de lucro”, aunque precisamente están fundadas, montadas y financiadas por empresas, como es el ILSI, International Life Sciences Institute,  que responde por entero a Monsanto, o  Croplife International que está patrocinada, financiada, etcétera por Syngenta, Monsanto, Bayer, Basf, Sumitomo Chemical y otros entre los mayores laboratorios del mundo.

Séralini observó que los estudios de Monsanto se habían limitado a tres meses, exactamente. Entonces repitió exactamente la misma hoja de ruta (cantidad de glifosato administrado, mismo tamaño de los conejillos y el mismo tipo de encierro, de comida, etcétera pero lo prolongó después de los tres meses. Y pudo verificar que ya en el mismísimo cuarto mes empezaban a aparecer alteraciones en la salud de los animalitos de prueba, cada vez más patentes, como por ejemplo, enormes tumores. Las conclusiones sobre inocuidad del glifosato quedaban barridas, literalmente.

Entre 1996, momento de implantación de cultivos transgénicos (soja, fundamentalmente) y 2014, es decir durante casi dos décadas, la Organización Mundial de la Salud (OMS) aceptó como inocuo al glifosato pese a que sobre todo en el correr de los años del s. XXI, se empezaron a verificar preocupantes efectos contaminantes desde los campos “transgénicos”. Los ya mencionados hicieron sus verificaciones, Carrasco en 2009 y Séralnii en 2012.

No fue, sin embargo, hasta 2014 momento en que finalmente, la OMS (a través de su Agencia Internacional para la Investigación sobre Cáncer, IARC)  declaró al glifosato “probablemente cancerígeno”. Durante los años previos su latiguillo había sido que ”no estaba suficientemente probado”.

2014 se presenta así como condena de muerte para Monsanto. Como dicen los jóvenes, “se les vino la noche”; a Monsanto, Syngenta y a todos los laboratorios comprometidos con la quimiquizaciòn de los campos.

Monsanto, por ejemplo (que es el laboratorio con mayor participación en los “negocios transgénicos” del mundo entero) obtenía unos cinco mil millones de dólares anuales por la venta de glifosato (bajo su marca Round Up Ready).

Monsanto, y seguramente todo el pool de laboratorios con el mismo enfoque y administración de agroquímicos, se dedicaron a cuestionar e invalidar el resultado asumido por IARC. Observe el lector que el IARC se había tomado su tiempo para el dictamen que invalidaba el uso y abuso de glifosato.

Pero la ciencia es hoy día más compleja. O al menos más complicada sus relaciones con los intereses… empresariales.

Hemos mencionado a la OMS, al IARC, que es una institución dependiente de la OMS (diríamos una de sus reparticiones); hemos mencionado a ILSI y a CropLife que no son sino pantallas empresariales, naves de campaña de empresas que optan por no presentar sus intereses a través de propaganda sino escondiendo sus intereses a través de sedicentes “organizaciones sin fines de lucro”.

Como dice la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad y la Naturaleza de América Latina (UCCSNAL), “A través de un ejército de ejecutivos de la industria, profesionales de relaciones públicas y científicos de algunas universidades públicas, la empresa despliega su trabajo contra el IARC y sus resultados sobre el glifosato.” (Revista  Biodiversidad, nro. 89, julio 2016). La empresa es Monsanto, faltaba más.

Así llegamos a una reunión en mayo de 2016 de JMPR en que le vuelve al alma al cuerpo a Monsanto y demás cultores de la transgenetización de los campos.

Porque la JMPR  declara: “Es poco probable que haya riesgo de que el glifosato sea carcinógeno para los seres humanos, en una exposición a través de la dieta.”

Pero ¿qué es JMPR? Es la sigla de Joint Meeting FAO-WHO of Pesticide Residues (Reunión Conjunta FAO/OMS sobre Residuos de Plaguicidas).

Como reza su folletería en internet: “La JMPR desempeña funciones de asesoramiento científico para establecer los límites máximos para residuos que pudieran producirse como resultado de la utilización de los plaguicidas”.

Y abunda: Examina los datos toxicológicos y conexos. Estima las ingestas diarias admisibles (IDA) de plaguicidas para las personas.” Aquí estamos entrando a un terreno resbaladizo. Cuando se hace “de necesidad virtud”. Los laboratorios no sólo emplean, y abundantemente, tóxicos para ofrecernos alimentos sino que nos quieren hacer creer que eso es saludable.

Solo así se explica el término “admisible”. Ingesta diaria resultado de una determinada forma de producir alimentos, que puede ser discutible, que si fuere necesaria habría que reconocer que es tóxica pero que mediante Public Relations nos quieren hacer creer que es admisible.

Esta comisión JMPR asesora a la FAO,  a la OMS y a sus estados miembros. Ahora empezamos a entender porqué costó tanto tiempo referirse a la toxicidad del glifosato.

Tal vez lo más significativo esté en cómo se integra la JMPR.

Dice su folletería oficial en internet: “Selección de los miembros. Los expertos desempeñan sus funciones a título personal, y no como representantes de su país u organización.” En una palabra, no responden sino a su interés personal, que es seguramente muy, pero muy bien atendido por laboratorios que ganan miles de millones de dólares anuales. Constituido entonces por una casta de profesionales cooptados.

Y observe el lector cuáles son las funciones que la misma JMPR presenta como propias; “Establece las IDA y las dosis agudas de referencia tomando como base los datos toxicológicos y la información conexa disponible;

Recomienda límites máximos para residuos de plaguicidas […].”

Cuando declaran que “es poco probable que haya riesgo… en una exposición a través de una dieta” ignoran a los que trabajan con dicha sustancia, ignoran a los miles de campesinos que se han suicidado (especialmente en India) con menos de un vaso de glifosato. Está claro: se trata de una comisión organizada desde el mundo empresario, con profesionales adictos, pero investida de autoridad a través de las redes de la ONU como para que se presenten como “ciencia” y se dedica a calibrar cuanto veneno, cuántos tóxicos podemos ingerir… sin caer fulminados tan de inmediato como para que se rastree fácilmente la causa.

Publicado en Agronecrófilos

Apicultores dicen basta

Publicada el 08/09/2016 - 19/09/2016 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández

UN COMUNICADO MEMORABLE: 1o. SETIEMBRE 2016

El comunicado público del 1º. de setiembre de 2016 de los apicultores de Piedra del Toro, al fondo de Pinamar, Canelones, sobre la contaminación afectando los cultivos de miel es increíblemente certero, precisando los papeles de distintos contendientes.

Este comunicado a su vez comenta las observaciones de la Dirección General de la Granja (DIGEGRA), repartición del Ministerio de Ganadería y Agricultura, que “advierte” a los apicultores de que eviten “herbicidas para el control de malezas en los apiarios”. Para que no se pierdan mercados internacionales “por los controles de residuos de agroquímicos” aparecidos en la miel, apostrofa.

La respuesta del Grupo Apícola de Piedra del Toro es un dechado de veracidad, precisión y  valentía.

Aclaran lo elemental: que la miel cosechada en el país presenta agrotóxicos, pero no por estar rociados los mínimos territorios de los propios apicultores sino porque el gobierno nacional y la Dirección Nacional de la Granja han aprobado y fomentado ”la utilización de las prácticas de grandes extensiones de monocultivos con tecnologías que aplican peligrosos tóxicos biocidas.” Un sistema productivo, explican, “estimulado, controlado y resguardado por el propio MGAP, y que se ha expandido en forma masiva en toda el área rural y hasta urbana. Logrando que casi todas nuestras aguas estén contaminadas […].”

Observe el lector que los apicultores dan con el verdadero motivo del bloqueo sanitario a la miel uruguaya; la contaminación ambiental, tolerada y en rigor y sin decirlo, promovida por las autoridades, la agroindustria, los sojeros y la monoforestación. Y que nombrando la soga en la casa del ahorcado nos muestran la duplicidad de las autoridades que procuran achacarle a otros (a los apicultores en este caso) fallas propias. Eso en ética tiene un calificativo y los apicultores de Piedra del Toro lo conocen y lo aplican: “el comunicado de DIGEGRA es canallesco” con “la pretensión de querer trasladar a nuestro sector la responsabilidad de contaminar […]. Antes también nos habían dicho que la contaminación generalizada de las aguas eran “el principal vehículo que lleva a la contaminación de gran parte de los alimentos que estamos consumiendo.”

Porque la pregunta de fondo, como bien advierten nuestros apicultores es por qué gobiernos autorizan “a producir comida con veneno”. Ése sí es un escándalo. El escándalo.

Por cierto que hay montañas de empresarios dispuestos a usar venenos en sus elaboraciones alimentarias.  Se conocen históricamente multitud de casos. La cuestión se agrava cuando además de empresarios dispuestos a sacrificar la salud ajena por la prosperidad propia, hay estados que se hacen partícipes de tales operativos (con las más diversas coartadas; de que no es tan venenoso, de que usemos apenas, de que así abaratamos…).

Los apicultores de Piedra del Toro visualizan el problema en sus justos términos. “No queremos ser dependientes y rehenes de las grandes empresas multinacionales”.

Tal vez lo que los ubique en forma tan clara, conceptual y éticamente, sea su aclaración inicial: “Antes que profesionales, artesanos, comerciantes, somos seres humanos. Somos madres, padres, abuelas, abuelos, hermanas, hermanos. Que hemos elegido desarrollar una actividad valorada en todo el mundo por su directo relacionamiento a los más altos valores, cuando se analiza desde la alimentación, la salud, el servicio a la sociedad y medio ambiente.”

Aquí están las reservas de una sociedad como la nuestra. En el suelo, en el territorio, trabajando “desde el pie”.

Da confianza, alegría. Ehorabuena.

Publicado en Agronecrófilos, Nuestros alimentos

Uruguay, agua y sentido común

Publicada el 30/01/2016 por ulises

29 enero 2016

por Luis E. Sabini Fernández.

Abya Yala o América del Sur ─designación de originarios o de europeos─ es el continente, la porción de tierra planetaria más húmeda, más rica en agua. Al menos en estado líquido, de superficie o subterránea. Son tales sus dimensiones territoriales, cerca de 20 millones de km2, que alberga en su seno también vastas regiones secas e incluso desérticas.
En esa nave inmensa, parte apenas de la nuestra planetaria, nos encontramos en Uruguay. Un territorio física y políticamente pequeño. Comparado con el abanico mundial de estados, estamos precisamente en la media de superficie (alrededor de unos cien estados más extensos y otros cien más pequeños); en términos poblacionales, en cambio, vivimos en un territorio más bien despoblado respecto de la media mundial (hay dos tercios de estados mayores y sólo un tercio de menos poblados). 1
Tenemos una de las tierras mejor irrigadas del mundo entero, lo cual habilita su uso para ganadería y agricultura. La calidad ganadera del país ─rebautizado en algún momento vaquería─ la comprobó hace ya cuatro largos siglos Hernando Arias de Saavedra, ”nuestro” Hernandarias, gobernador español del Paraguay.

¿País minero?
Por sus dimensiones más bien reducidas, por las características del suelo, todo verde, la “propuesta”, formulada por José Mujica Cordano, a la sazón presidente del Uruguay, de que ‘así como el país había sido ganadero dos siglos [se refiere, infiero, a los de vida “independiente”], bien podía ser ahora minero’ merece ser elevada a los anales de la estulticia. Basta observar donde se emplazan las principales actividades mineras de la humanidad para darse cuenta: en tierras yermas, que el clima y el suelo hacen poco propicias para cultivos; en la cordillera de los Andes, por ejemplo.
Otro rasgo característico: países con fuerte desarrollo minero coinciden en general con enorme disposición de tierras, como son los casos de Canadá, Australia, EE.UU. o China que rondan los 10 millones de km2 cada uno (Australia, algo menos), es decir unas 60 veces la superficie del “paisito”. 600 km no es lo mismo que 10 km. Ni 600 km2, 10 km2. El país alberga propiedades de 10 000 ha. Y también mucho mayores. Pero no de 600 000…
Uruguay es un país “verde” y goza, propiamente, uno de los porcentajes más altos de cubierta verde de todos los países del planeta, alrededor del 90% de su superficie. 2  Como bien explica Víctor Bacchetta en su “vivisección” del proyecto Aratirí: 3 “En el caso de Uruguay, la minería no se practica en montañas o desiertos sin cobertura vegetal. El primer obstáculo para llegar al mineral es la base de una pradera natural […]. Este “detalle” que al parecer le pasó inadvertido a José Mujica Cordano, tiene un doble costo: el de eliminar la pradera para ejercer la minería y el de perder la actividad económica que con dicha pradera puede hacerse; como vimos, siglos de ganadería, que le otorgó al Uruguay en el concierto de las naciones periféricas y más o menos excoloniales una asombrosa calidad alimentaria.
Respecto de la “película” verde que recubre casi todo el suelo oriental, hay una propuesta de la empresa Zamin Ferrous, titular del proyecto Aratirí, que también nos presenta Bacchetta, y que es ilustrativa de la relación centro-periferia, para el caso entre los consorcios industriales y los países más o menos periféricos, más o menos coloniales, en que se asientan. Zamin Ferrous tiene la peculiaridad de su origen indio, pero su comportamiento es exactamente equiparable al de los consorcios primermundianos.
Cuando Zamin Ferrous-Aratirí presenta su proyecto aclara que esa cubierta del suelo “será retirada para ser devuelta a su lugar original [¡sic!] al final de la explotación.” 4  Advierta el lector que estamos hablando de un período de al menos década y media… ¿Conservando el suelo verde?… ¿dónde?, ¿cómo?
La ocurrencia tiene un penoso parentesco con la propuesta de la Barrick Gold en provincias andinas de la Argentina: cuando las asociaciones vecinales criticaron el proyecto minero que contaba con arrasar un glaciar, Barrick Gold entonces “tranquilizó” a los pobladores ofreciendo trasladar ese glaciar (y eventualmente dos más) a otros sitios para que no se perdieran o fundieran…
Sólo una visión muy “administrativa” de la naturaleza, en este caso el clima de montaña y su biota, y una visión también “administrativa” de la biota en el caso de la cubierta vegetal compuesta por animales y plantas (microfauna y microflora), puede permitirse argumentar que se puede cambiar el lugar de un glaciar como si fuera un florero o que se puede retirar un suelo vivo y reponerlo décadas después…
En rigor, ambos ejemplos, extraídos de dos grandes consorcios mineros, remiten a los vidrios de colores con que algunos europeos avisados engañaban o seducían a nativoamericanos en sus primeros contactos…

¿País agroindustrial?
Las dimensiones del país tampoco hacen propicio el territorio para los cultivos agroindustriales. Más allá de toda consideración ambiental que plantea una problematicidad gravísima que abordaremos a continuación.
Por su tamaño, Uruguay puede ofrecer a gatas una potencialidad marginal: basta ver los estados que han apostado a la agroindustria para darse cuenta cuándo hablamos de explotación plena y cuándo de explotación marginal. La agroindustria con su dotación de cosechadoras gigantescas rinde en países con llanuras inmensas, como las de EE.UU., Canadá, Argentina, Brasil, Australia, o siquiera como las ucranianas.
La razón por la cual el gobierno populista argentino de la primera década del siglo actual, el gobierno K, se pudo dar el lujo de retener hasta un tercio del precio de la venta bruta de soja transgénica como regalía para el estado, proviene de la extraordinaria rentabilidad, absolutamente excepcional, de tales cultivos, que permitió que los sojeros aceptaran esa “expropiación” porque aun así, sus ganancias eran increíblemente altas. En el territorio uruguayo, no pampeano sino ondeado, con subidas y bajadas tan visibles en nuestras carreteras y rutas, el rendimiento de tipo agroindustrial es menor.
La actividad agroindustrial, es decir la producción de bienes rurales como cereales o carnes con los rasgos de una actividad industrial, presenta un aspecto ambiental que anunciamos y que a su vez es sustancial: se trata de una actividad humana altamente contaminante. De actividades que están llevando a la humanidad a un callejón sin salida, fruto de una tecnobiología (biotech) desbocada.
Es precisamente ese aspecto más la menguada rentabilidad que lo agroindustrial puede desplegar en un territorio como el nuestro, lo que ha llevado a más de un analista a desechar el cultivo de commodities como apuesta del país al mercado mundial. Una pésima solución para la economía nacional, aunque muy promovida por las empresas transnacionales que tejen el dominio corporativo de la economía planetaria actual.
Tenemos una superficie demasiado pequeña para lograr un ingreso significativo adaptándonos a las “necesidades” de esas megaempresas a menudo con presupuestos mucho mayores que los de los estados nacionales que las “albergan”.
Nuestra opción, entendemos, teniendo en cuenta la ubicación geográfica (el hemisferio sur está mucho menos contaminado que el norte), la dimensión territorial, y la abundancia de agua, podrían ser specialities, no commodities. En lugar de venta a granel de productos alimenticios “del montón”, optar por la producción de alimentos orgánicos y naturales. Lo cual permitiría darle sentido a la consigna “Uruguay natural” que ha sido puramente turística y demagógica (basta ver como tratamos a los “residuos”), consigna que se sigue usando con creciente, penosa falsedad. La producción orgánica, slow-food, comida sin ingredientes químicos está siendo crecientemente demandada por la población y particularmente por los sectores más atentos a la problemática ambiental, que se van separando cada vez más notoriamente de la comida basura y la cancerización consiguiente.
Claro que semejante apuesta significaría aprender a producir ingredientes sanos, con mucho menores cargas químicas, y consiguientemente apostar a las pequeñas unidades productivas, y tejer una red económica de circulación material y sostén de tal tipo de actividades. Esa potencialidad existe en nuestro territorio; un desafío para que exista también en nuestra sociedad.

Por las dimensiones del territorio nuestro, la actividad minera como actividad económica principal no parece la mejor opción, porque la irradiación de cualquier actividad de ese tipo es de varios kilómetros a la redonda (y no hace falta que sea de minerales radiactivos para que haga daño y nos afecte). Lo acabamos de vivenciar con la cantera abierta al lado de Suárez, donde el polvo y el ruido afectaba a sus tan cercanos “vecinos”.
La fabricación de commodities rurales no sólo nos condena a una subalternidad económica permanente ante países de grandes extensiones y por lo mismo con mejor competitividad como, precisamente, nuestros linderos, Argentina y Brasil, sino que además crea las bases para una contaminación generalizada que si es criminal en cualquier territorio, en cualquier estado, es además propia de estúpidos en un territorio pequeño, por la facilidad con que se nos hace patente.
Baste reparar en el “percance” del río Dulce en Minas Geraes, Brasil, hace apenas algunas semanas: un dique de cola de esos que se construyen garantizados para que duren indefinidamente, aunque demasiado a menudo el tiempo indefinido se trunca sorpresivamente, como en este caso, cuando una de sus paredes cede. El enorme piletón de contención de los desechos metálicos, químicos, tóxicos de una extracción minera de años empezó a escurrir río abajo hacia su desembocadura, en el océano Atlántico, a 650 km. Tardó algunos días desplazándose esa masa de lodo tóxico a razón de unos 50 km. por día… Dejó decenas de muertos humanos, desolación y contaminación a lo largo del río, totalmente inutilizado a partir de entonces como fuente de agua o de pesca… ¿Qué habría significado para Uruguay un desastre de similares proporciones? Basta mirar dos mapas, los de Uruguay y de Brasil, para darse cuenta de la diferencia de impacto a escala nacional.

Y sin embargo, si bien el plan de cambiar de matriz productiva de la ganadería a la minería no ha “marchado”, afortunadamente, la implantación de la agroindustria, con “titulares de primera” como Monsanto y UPM, por ejemplo, sí se ha llevado adelante.
¡Cómo no va a prosperar la agroindustria si los grandes consorcios no pagan casi impuestos, el gobierno les ofrece zonas francas y ni siquiera atienden al desgaste cada vez mayor de las rutas, deshechas por el peso de las grandes cargas de rolos y soja! ¡No pagan siquiera por los muertos en ruta por ese motivo!
Y aquí llegamos al agua.
En rigor, podríamos decir que lo que se llevan las empresas extractivas del Uruguay es humedad en forma de rollos de las plantaciones de eucaliptus y pinos y otra vez humedad en forma de granos de soja.
El negocio es penosamente asimétrico: se llevan agua procesada por organis-mos vivos (los árboles, las oleaginosas, por ejemplo) y nos dejan agua contaminada. Porque para hacer aquella extracción y que la misma resulte rentable, se la incre-menta de dos maneras: mediante fertilizantes que aumentan el tamaño y el peso de las plantas, y mediante plaguicidas que evitan que las plantas de la actividad agroem-presaria tengan “competencia”. Los fertilizantes y plaguicidas derramados en los campos de cultivo no son sólo absorbidos por pinos, eucaliptos o porotos de soja… van a parar, siguiendo la ley de la gravedad, a cañadones, arroyos, ríos y por esa vía a las fuentes de agua potable de los uruguayos. Los venenos no son fácilmente separables puesto que suelen presentarse en partículas ínfimas que seguramente “superan” muchos filtros; los fertilizantes favorecen el florecimiento de algas y otras organismos vivos elementales que tienden a suprimir el oxígeno de los espejos de agua que los albergan; eutrofización, que es pérdida de toda fuerza vital en el agua; el agua pasa a estar muerta, privada de vida. Ese proceso suele iniciarse con una plétora de algas, de las que muchas son tóxicas para humanos (y para otras especies).
Y ésa es la situación del Uruguay actual: tenemos algas tóxicas en nuestras fuentes proveedoras de agua… potable, que ya no es tal.
Algo que era un orgullo uruguayo, disponer desde agua corriente, se ha convertido en un problema.
Porque inicialmente, el agua corriente se sobreentendía que era agua potable. A ningún ingeniero del s XIX se le habría ocurrido hacer esa formidable obra, el tendido de redes, para proveer agua no potable o agua tóxica.
Pero tal es la situación hoy. La cuenca del río Santa Lucía abastece a unos dos tercios del país, de agua corriente que ya no es potable. Montevideo, Canelones, Florida… La Laguna del Sauce provee de agua al departamento de Maldonado. Los departamentos litoraleños, Artigas, Salto, Paysandú, Río Negro, Soriano solían proveerse de agua del río Uruguay, pero con la floración abrumadora de algas y el reconocimiento de alteraciones del sabor y calidad en el agua, se ha encarado la extracción de agua desde perforaciones. En estos parajes del Uruguay, la perforación debería hacerse para alcanzar el Acuífero Guaraní, aunque por cómo ya ha sido afectado por la mano del hombre, esa agua tendría que ser controlada y eventualmente potabilizada…
¿Cómo es posible que lo que fuera orgullo de modernización hace cien años haya devenido en causa de pesar y vergüenza, de desconfianza y enfermedad?
Los organismos oficiales de control nos aseguran la calidad y la potabilidad en remitidos que dan vergüenza ajena. 5 Conocedores, investigadores del área, como Daniel Panario, terminan recomendando filtros hogareños, puesto que los públicos y generales presentan tantas fallas.
En medio de esta vergüenza nacional, las compañías embotelladoras de agua (mineral o mineralizada) proclaman, contentas, que han hecho pingües ganancias. Chocolate por la noticia. Quede para otra nota el examen de esa alegría.

1  Con un rasgo llamativo y no exento de problematicidad; hay toda una lista de estados nacionales que medio siglo atrás estaban menos poblados que Uruguay y ahora superan su población, incluso la duplican o triplican: Paraguay, Nicaragua, Honduras, Panamá, Nueva Zelandia, Liberia, Libia…
2  Países con generoso volumen de “tierras cultivables” son, por ejemplo, Bangla Desh u Holanda (alrededor de dos tercios de su superficie); se trata de países con menor o mucho menor extensión que la del Uruguay.
3  Aratirí y otras aventuras, Doble clic editoras, Montevideo, 2015, p. 27.
4  Ibíd, p. 28.
5  La ministra Eneida de León comunicó que “los últimos resultados de las muestras obtenidas arrojaron un porcentaje de agua potable superior al 99 %, dato que consideró «más que admisible» al compararlo con Europa y América Latina, donde el promedio se sitúa en el 93 % y el 76 %, respectivamente.” (Ag. EFE, 11/5/2015). Una pena que la ministra no hubiera revelado las fuentes de semejantes afirmaciones. Y ni hablar de los olvidos de semejante fraseo…

Publicado en Agronecrófilos

Monsanto, los clanes Kirchner y Macri y un común denominador

Publicada el 10/12/2015 por ulises

por Luis E. Sabini Fernàndez.

En esta lucha tan ardorosa, que parece campear en nuestra América Lapobre, entre progresistas y neoliberales o, si se quiere, entre inclusionistas y promitentes demócratas made in USA, algunos puntales permanecen inamovibles.
Es el caso de Lino Barañao, actual ministro de Ciencia y Técnica.
Durante el menemato, a fines, alcanzó la jefatura de CONICET, nombramiento y premio seguramente vinculado con su pasaje como investigador por universidades en EE.UU.
Con el cambio de siglo formó parte del equipo monsantiano que logró implantar una hormona transgénica en las vacas para incrementar su “producción” de leche.
Se trató de una transgénesis que fue muy cuestionada por varias autoridades bromatológicas y alimentarias, por ejemplo en la Unión Europea y en Canadà.
Por lo cual, EE.UU y Argentina quedaron como únicos cultores de tal “adelanto” tecnocientífico. 1
La implantación de somatropina en EE.UU. su cuna, no fue hecha con facilidad. Samuel Epstein, un muy destacado oncólogo estadounidense que pusiera al desnudo la pésima política del establishment médico de EE.UU. ante los cánceres, cada vez más omnipresentes en la sociedad, dijo sobre la somatropina: “Con la complicidad de la FDA [Dirección Federal de Alimentos y Medicamentos de EE.UU.] el país entero está siendo sometido a un experimento que implica la adulteración de la dieta común establecida de antiguo, por un producto biotecnológico de pobres características y sin etiquetar… esto supone grandes riesgos potenciales para la salud de toda la población estadounidense.” 2
Pero ‘para eso están los amigos’. Argentina se convirtió en el aliado principal de EE.UU. en la implantación de dicha hormona, siendo el primer estado con producción de leche transgénica con dicha hormona. Y sin tantos cuestionamientos como los vividos “en casa”. Lo ha recordado con orgullo Lino Barañao.  3
Esa alianza iba a prosperar: durante el resto del s XX. EE.UU. y Argentina fueron los únicos estados del planeta que cultivaban soja transgénica. Una vez más, desde EE.UU. se diseñaba la política con una estrategia tecnocientífica y en Argentina se aplicaba dicho diseño. Se trataba de un proyecto de grandes proporciones puesto que con el s XXI, la soja GM pasó a extenderse por buena parte de la humanidad.
La craneoteca del USDA (United States Department of Agriculture; Ministerio de Agricultura de EE.UU.) creía que iban a alimentar al mundo con cultivos transgénicos “plantados en las praderas norteamericanas y en las pampas argentinas”.4 De allí esa exclusividad de la Argentina del menemato; una satelización integral y gozosa.
Lógicamente, para que el plan tuviera éxito, la soja GM vino con mucho dinero bajo el brazo. Fue el acuerdo fáustico que estableció el USDA con el elenco político-gremial y tecnocientífico argentino de entonces (el Poder Ejecutivo, la CONABIA y los sojeros). Se cosechaban dólares a granel apenas a cambio de “una pizca” de contaminación; difusión de agrotóxicos y de formas de vida sin antecedentes… que podían salir bien o no se sabe… genes sin experiencia alguna anterior.
La aparición de los dólares provino de la maravillosa estructura del mercado de valores agropecuarios asentado en Chicago, EE.UU., que entre otros instrumentos para valorizar la soja fomentó la venta a futuro, un mecanismo que facilita enormemente los sobreprecios. En Argentina durante años, los dólares parecían cumplir aquel adagio de que “caían de las ramas de los árboles”, en rigor de las matitas de la soja.
El ejecutor de esa política fue, en EE.UU. y en Argentina, Monsanto.
A caballo de lo que los gobiernos llaman desarrollos científicos, aunque en realidad se trata de caminos elegidos para determinado desarrollo científico totalmente contingente, la soja transgénica implantada en Argentina como país laboratorio, o mejor dicho país cobayo, se hizo permanente.
Ni la Alianza ni los gobiernos transitorios del 2001 procuraron desembarazarse de ella. ¡Cómo para perder la gallina de los huevos de oro!, justo en el momento histórico, único, en que las materias primas periféricas tenían buena cotización en el mercado de Chicago.
Si la gallinita a la vez envenenaba el aire, el agua, la tierra… era un asunto menor. Que “escapaba” a la ciencia, mejor dicho a los titulares de las empresas que se presentan como tecnocientíficas. Ahora ya sabemos: los principales afectados fueron, son, “los pobres del campo”.
En realidad, hace tiempo lo sabemos o deberíamos saberlo: la política alimentaria de EE.UU. es la que convierte a los alimentos en “arma de destrucción masiva” como tan gráficamente nos lo expresara Paul Nicholson en su momento coordinador de la región europea de la Vía Campesina. 5

Con antecedentes, como su estrecha colaboración con Monsanto, no es de extrañar que el gobierno K nombrara a Lino Barañao ministro de Ciencia y Técnica. “La década ganada” conservó celosamente la orientación tecnocientífica que había desembarcado en el país durante el menemato. 6
Lo anterior no quiere decir que el kirchnerismo haya sido la continuación del menemato; el mismo Barañao en su gestión K puso el acento en lo nacional en muchos aspectos, a diferencia de la colonización mental y satelitaria del menemato, porque el gobierno K es lo más parecido a la primera presidencia de Perón que ha vivido la Argentina en el último medio siglo.
Pero hay permanencias, como la sacralización que se invoca de lo tecnocientífico como un saber incuestionado e incuestionable.
Por eso lo abrazaron los menemistas para vehiculizar su entrega a “las relaciones carnales”; lo abrazaron los kirchneristas para reinstaurar un ciclo inclusionista de distribución (parcial, por cierto) de la riqueza; lo abraza el elenco Macri, porque esto ─pese a la frase gancho de “Cambiemos”─ NO se cambia….

Declaraciones muy recientes de Lino Barañao hacia el final del ciclo K han sido significativas: “Mi principal compromiso es más pragmático que ideológico.” 7
Esta forma de pensar, tan característica en EE.UU., presupone que se puede actuar objetivamente, sin sesgo ideológico. Que se puede actuar sin ideología. Y que los que pueden hacer eso son, claro está, los científicos. El saber científico como un saber incontaminado.
Ya vamos a ver lo que semejante pureza ha significado en el desarrollo real de la modernidad en que estamos sumidos.
Pero antes rematemos el análisis de las tan frescas declaraciones de LB. Ya vimos que NO es “ideológico”.
Nos dice que es “pragmático”. Lo que presupone un valor primordial de lo pragmático. Poniendo lo utilitario por encima… ¿de qué?, ¿de la salud?, ¿de la vida?, ¿de los seres vivos? Porque eso es precisamente lo que vemos: que el desarrollo tecnocientífico que se ostenta está volcado a la destrucción sistemática, a manos de científicos y técnicos pragmáticos, extractivistas, eficientistas, de todo el planeta, cada vez más. A la extracción y al uso, aprovechamiento inmisericorde de todo lo existente, tanto lo mineral como la biodiversidad; la flora y la fauna. Sin medir consecuencias ni secuelas, en el aire, en el agua. Y que semejante despreocupación, por todo lo que sistemática y calculadamente destruimos, constituye una curiosa irresponsabilidad que podríamos llamar infantilización mediante la cual no nos hacemos cargo de toda la caca que “producimos”, aunque en rigor es mucho más contaminante, tóxica, que la simple mierda.
Tendríamos que decir que la ciencia y la técnica que la modernidad nos ha deparado nos ha servido primordialmente para poder gastar por encima, muy por encima, de nuestros recursos. Como decía muy bien Friedrich Soddy, hace casi un siglo, consumiendo en un par de siglos la energía solar acumulada bajo la forma de petróleo (gas, carbón) que le llevó al planeta varios millones de años elaborar. Y lo que llamamos “desarrollo tecnocientífico” no nos ha servido solo para aprender a dilapidar: la ciencia y la técnica ─eso sí, bien pragmáticas─ nos han servido asimismo para desentendernos de nuestros desechos que ahora han alcanzado todos los rincones del planeta, envenenándolo. Y no cualquier rincón: los plásticos blandos ocupan superficies oceánicas de mayor tamaño que países como Argentina… y tales “islas” de ruptura radical de ciclos bióticos, es decir de muerte, se repiten ya en todos los océanos. Y sin embargo, hay algo aun peor: tal vez lo crucial es que el principal reservorio de vida de todo el planeta, ─los fondos oceánicos─ están recubiertos en un porcentaje altísimo por partículas, a veces microscópicas, de plástico, que interrumpen así toda cadena biótica.
En realidad, más que “ciencia y técnica” lo que nos ha conducido al presente callejón sin salida aparente han sido quienes se han arrogado su representatividad; los grandes consorcios, civiles y militares que motorizan la modernidad.
Además de dilapidar, y “producir” desechos, hemos aprendido entonces a desentendernos de ellos. 8 Nosotros nos desentendemos de nuestros desechos, pero ellos vuelven sobre nosotros aniquilando los circuitos vitales.
Y eso es en gran medida, porque nuestras ínfulas sobre los desarrollos tecnocientíficos no han sabido medir consecuencias o secuelas, o mejor dicho, se han despreocupado de ello.
Un ejemplo bien claro de esa ignorancia arropada en suficiencia: la “ciencia” económica. Hizo buena parte de sus desarrollos basados en la noción de externalización de costos. Sólo así las empresas más modernas no solo cubrieron sus costos sino que, detalle agravante, obtuvieron sus (fastuosas) ganancias (y los deslumbrantes avances, es cierto). Pero la externalización de costos, el pagadiós, como el boomerang australiano, está alcanzándonos. En agua degradada, en temporales más frecuentes, en aumento del nivel del mar océano, en derretimiento de las nieves y los polos, en aumento de radiactividad, en atmósfera con menos ozono, en alimentos cada vez más artificializados, en cánceres, en infecundidad. 9
Estamos forjando una humanidad a la vez más sabia y más ciega, con mejoras en la calidad de vida, en el conocimiento, y más frágil y menos potente, aunque disponga cada vez más de mejores prótesis. Para empeorar el cuadro todavía más, prolifera una pérdida generalizada de calidad de vida de muchísimos humanos que no están alcanzados por las ventajas de la modernidad; particularmente en regiones y países más castigados, como en África, Asia, el Caribe (y un poco en todas partes).
Siempre ha habido dos, varias humanidades; la de amos y esclavos, la de ricos y pobres… y aunque los desarrollos tecnocientíficos alcancen ahora a casi todo el mundo, el abismo, la grieta, que separa privilegiados y desamparados sigue abierta, ahondándose.
Cada vez son menos quienes tienen la mitad de la riqueza del mundo y controlan la economía planetaria. Una plutocleptocracia. La que nos quiere hacer creer que estamos sólo en el mejor de los mundos, que nunca hemos tenido tantos chiches, tanto tiempo libre, tantas posibilidades a nuestro alcance, con avances realmente formidables en investigación, en cirugía, en velocidad, en los medios de transporte, en los de comunicación. Nos cuesta darnos cuenta que estamos mejor y peor a la vez y el cuadro se dificulta cuando los cientificistas invocan incluso el desarrollo sustentable…
Únicamente si vemos el deterioro generalizado del planeta, la pérdida de biodiversidad, la contaminación generalizada de los mares, la expansión irrefrenable de las alteraciones hormonales; peces con ambos sexos pero atrofiados, cocodrilos de la península de Florida con penes tan empequeñecidos que no pueden aparearse; gaviotas norteamericanas que confunden funciones sexuales y constituyen parejas con dos hembras,  10 podemos darnos cuenta que no todo anda tan bien como se nos quiere hacer creer. ¿Por qué vamos a creer que lo que pasa ─y está fehacientemente comprobado─ con peces, gaviotas, cocodrilos, no nos va a pasar a nosotros? ¿Porque los humanos seamos tan creativos que una alteración hormonal sirva para forjar un movimiento de derechos cívicos de nuevo tipo?
¿Acaso los científicos como Lino Barañao no se han dado cuenta que sus “adelantos” y “progresos” van dejando, sistemáticamente, el tendal?
Hasta Karl Marx, hace siglo y medio, cuando todavía no se había llegado al grado de intoxicación ambiental generalizado de nuestra contemporaneidad, cuando todavía estábamos muy lejos de la selva química contemporánea con decenas de miles de productos de los que en el 90% de los casos se desconoce sus efectos salvo alguno bien preciso y utilitario (que es el que dio lugar a su existencia), cuando no había ingeniería genética ni agrotóxicos que “ahorran” trabajo; cuando no existía la nanotecnología que permite generar entidades fuera de los órdenes naturales (animales, vegetales), en aquella “prehistoria” que conoció Marx, hasta un cientificista como él, gracias a su percepción de la compleja realidad, se pudo dar cuenta que ‘cada progreso económico es al mismo tiempo una calamidad social’, como la sombra sigue al cuerpo.

En esto estamos ahora. Lino Barañao representa de manera estable, continua, la ciencia que nos está llevando al abismo, en todo caso, al paraíso y al abismo. Una ciencia pragmática como con perspicacia, tal vez involuntaria, lo ha expresado el mismo actual ministro de Ciencia y Técnica.
Su nombramiento, una vez más, nos muestra el hilo conductor de la sociedad que vivimos. De la sociedad que algunos cráneos nos están diseñando para vivir.
El desarrollo tecnocientífico de nuestro tiempo es el reino de la heteronomía. Cuidadosamente cultivada por las élites que disfrutan el vértice de la pirámide.
Pero si el quiebre del constructo humano, cada vez menos natural (es decir cada vez menos ligado a las reglas o constantes de la naturaleza) en que vivimos se llega a fracturar ─mediante el calentamiento global o cualquier otro factor irruptivo─ la crisis no va a ser solo nuestra, los del suelo planetario; también abarcará a los actuales privilegiados y usufructuarios del agribusiness, la nube digital, el mundo de las corporaciones y lo que ahora llamamos ─en neocastellano básico─ sus CEOS: la tecnoesfera que nos mostrara Andrew Kimbrell no puede existir sin las respectivas socioesfera y biosfera.

1  No sabemos si el desarrollo de dicha hormona, también llamada somatotropina (la versión transgénica se apocopa: somatropina) estuvo relacionado con un accidente o incidente laboral en Azul, prov. de Buenos Aires, en 1987, donde murieran dos ordeñadores. Y no lo sabemos porque esas muertes quedaron siempre en la penumbra.
2  Ecologistas en acción, no 15, Madrid, dic. 1998.
3  Diario de Río Negro, 2/10/2003.
4  Dennis Avery, Hudson Institute, Indianápolis, 1995.
5  Vìa Campesina es la internacional de trabajadores rurales a la que pertenece, p. ej., el MST brasileño. Entrevista publicada en futuros, no. 6, Río de la Plata, otoño 2004.
6  En realidad viene de lejos. Expresa sencilla y lacónicamente la relación entre el centro planetario y la periferia colonial o neocolonial; esa relación es de dependencia y hasta de deslumbramiento. Por eso en EE.UU. se pueden rastrear los Epstein y en Argentina los Barañao. Pero eso cambia. Lo probó Andrés Carrasco. Pese a lo que podría preferir el flamante gobierno de Argentina 2015: conservar la fe en una ciencia apolítica.
7  La Nación, Buenos Aires, 3/12/2015.
8  El significado del reciclado, la recuperación y otras eres que se han ensayado no cambian la estructura general de nuestra sociedad, que en términos económicos es lineal ─extracción, industrialización, consumo, desechos─ y no circular como eran las sociedades tradicionales ─elaboración, uso, reúso, recuperación, compostaje─. Los intentos, es cierto que cada vez más frecuentes e intensos para recuperar desechos, no modifican sustancialmente el cuadro, sobre todo, porque mucho de lo que se recicla es cuidado de imagen, modificaciones cosméticas. Lo cual no significa que no haya que hacerlo; sencillamente advertir que NO es la solución.
9  En EE.UU. se han hecho estadísticas sobre la calidad espermática: a lo largo de las cinco décadas de la segunda mitad del s XX, la calidad espermática de los estadounidenses ha disminuido escalón a escalón sin interrupción. Y lamentablemente como todo lo del american way of life este dato escalofriante también nos alcanza a todos, a lo sumo, apenas diferido (Our Stolen Future, hay traducción al castellano; Nuestro futuro robado; Colborn, Myers y Dumanovski, Ecoespaña, Madrid, 2001).

10  Estudios de campo relevados en el libro precitado, Our Stolen Future.

Publicado en Agronecrófilos

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