por Luis E. Sabini Fernández – 16 diciembre 2022
Estamos, estaríamos a la vez, en el mejor y en el peor de los mundos posibles.
Si escuchamos a los dirigentes y gurúes del Foro Económico Mundial, como Klaus Schwab, William Bill Gates o Yuval Harari anunciando las bondades del gobierno mundial, a los programadores de la Agenda 2030 que articulan su estrategia de “superación” o eliminación de los estados nacionales desde la ONU, a la industria farmacéutica con sus nuevos y milagrosos medicamentos y aparatología médica sin precedentes que en rigor articula una medicalización generalizada, sustituyendo la condición de ciudadano por la de paciente, si escuchamos a los gobernantes de, por ejemplo, EE.UU. y la UE, jamás hemos alcanzado tal grado de conciencia y responsabilidad sobre el planeta y nuestro destino humano.
Si atendemos, empero, a abordajes que registran el estado planetario, la primera y principal conclusión a que llegan muy diversos analistas es si el planeta es todavía siquiera parcialmente salvable o recuperable, o si ya hemos entrado en un proceso de deterioro irreversible. Como explicita Herbert Girardet: ¿Ante una emergencia de alcance planetario, es todavía posible una ‘megametamorfosis’ de la sociedad moderna? [1] Girardet aclara que el desarrollo tecnológico a costa del saqueo permanente del mundo natural –que denomina “biosfera” y cuya integridad ve bajo absoluto peligro− nos ha ido llevando a un desarrollo antieconómico: “deforestación, pérdida de recursos, contaminación y trastornos climáticos afectan inevitablemente la relación entre la humanidad y el planeta.” (ibíd.)
La perspectiva política que vemos desarrollándose, el papel referencial de los que rigen los movimientos económicos, de los dirigentes profesionales, de quienes ocupan los lugares claves de las instituciones, la red córporomílitocleptocrática (al bien decir del analista Gustavo Salle), decisiva en muy diversos órdenes de nuestras sociedades, nos lleva a entrever un muy sombrío panorama para nuestras vidas.
ERROR DE DIAGNÓSTICO O DE COMPRENSIÓN
Abundan datos y signos de porqué el abordaje de estas grandes instancias institucionales no nos puede llevar a buen puerto. Como explicara Ernst Schumacher en su tan invocado Lo pequeño es hermoso (1973), hace ya medio siglo: “El hombre moderno no se piensa a sí mismo como parte de la naturaleza sino como una fuerza exterior destinada a dominarla y conquistarla. Se refiere incluso a una batalla contra la naturaleza, olvidando que, si ganara semejante batalla, él mismo pertenecería al bando perdedor.” Sólo podemos verificar que hoy estamos todavía peor, mucho peor, en términos de contaminación planetaria, de angostamiento de recursos, destrozo del mundo natural –todavía visto hoy como entorno a nuestro servicio− que cuando Schumacher describiera la situación.
Baste pensar en uno de los desquiciantes proyectos de Yuval Harari, de procurar, con el auxilio médico, sanitario, científico, alcanzar la amortalidad humana.
Este personaje, presentado en todos los circuitos mediáticos como historiador y filósofo para tener en cuenta, advierte que no postula alcanzar la inmortalidad porque, aclara que, si un cuerpo humano es alcanzado por un impacto automovilístico o de aviación, por ejemplo, el colapso vital es irreversible e inevitable. Pero, nos cuenta, que tenemos tal grado de nivel médico y operacional que sí podemos sustituir arterias, muelas, riñones, tendones, diversos órganos gastados, el corazón incluido, de tal modo que, satisfactoriamente reemplazados, podremos sí, alcanzar una edad indeterminada: “prolongar nuestra vidas indefinidamente se está convirtiendo en un objetivo cada vez más alcanzable.” [2]
La falta de sentido del proyecto harariano, su desvarío ombliguista, nos da la dimensión de tantos proyectos de “la modernidad”. Tal proyecto resulta contrario a lo vital, y su fluir. No solo llama la atención su estulticia sino su crudo racismo o aristocratismo, porque es evidente que el proyecto de la amortalidad no va a ser para los humanos en general sino para una muy restringida minoría, amparados en todos los resortes de poder a su servicio que ya sabemos; sociales, científicos, militares, políticos. Si la discrecionalidad del poder y la desfachatez consiguiente lo permite, el proyecto de amortalidad se destinará a muy contados centros hospitalarios, digamos en Nueva York o Londres; ya sabemos que no va a alcanzar a los habitantes pobres de Dacca o Tegucigalpa, por ejemplo.
El proyecto “Harari”, con todo su daño a la noción de la vida inescindible de la muerte, es apenas un capitulejo de una agenda con un objetivo geopolítico inescapablemente totalitario.
HACIA EL GOBIERNO MUNDIAL
Y el primer ensayo a escala general, universal (o casi) de sociedad planetaria, de gobierno común de la humanidad, ha sido la pandemia decretada desde ONU-OMS en 2020, con mucho mayor “éxito” que otros intentos también pandémicos en décadas previas de este mismo siglo.
El lector recordará el mar de ignorancia en que nos movimos a comienzos de 2020 con una pandemia que se habría desencadenado en China, con un segundo brote en Irán y un tercero en el norte italiano: una pandemia que no alcanzaba geográficamente ese estatuto de “en todas partes” y que a la vez era curiosamente saltarina en términos puramente geográficos.
Espiguemos algunos episodios del Covid19. El periódico Perfil de Buenos Aires declaraba: “COVID-19 presenta mayor riesgo de causar afecciones cerebrales que vacunas.” [3] ¡Menos mal! Porque tenemos menudo conflicto entre el soneto y su enmienda. Que expresa la penosa realidad de lo transcurrido bajo el tiempo pandémico; sopesar qué causaba mayor daño; si el Covid19 o las inoculaciones que con la designación oficial de vacunas se suminstraban (se suministran) para combatirlo. Y no sólo las llamadas vacunas, sino otras medidas sanitarias. Porque hay muchísimos investigadores, virólogos, médicos, infectólogos que sostienen que ha sido peor el remedio que la enfermedad a la vez que hay una multitud de investigadores, virólogos, médicos, infectólogos, generalmente integrados a las estructuras sanitarias, públicas o privadas o a los grandes laboratorios transnacionales, que nos tranquilizan refiriéndose a todas la ventajas que ofrecerían estos suministros.
Algo, empero, resulta claro: las secuelas del suministro de las llamadas vacunas Covid19 han resultado increíblemente más numerosas que las sobrevenidas con cualquier otra vacuna de las forjadas por la ciencia médica hasta ahora.
Espiguemos las consideraciones de Tess Lawrie,[4] médica inglesa (University of Witwatersrand) consultante de la OMS: “Ahora es evidente que estos productos en el torrente sanguíneo son tóxicos para humanos. Se requiere una interrupción inmediata del programa de vacunación mientras se realiza un análisis de seguridad independiente para investigar el alcance total de los daños que según los datos de la tarjeta amarilla del Reino Unido incluyen tromboembolismo, enfermedad inflamatoria multisistémica, inmunodepresión, […] y anafilaxia.”
Otro pasaje suyo señala: “Centenares de millones de seres humanos han sido introducidos en el experimento médico más grande de toda la historia humana. La vacunación en masa en estas condiciones no tiene precedentes. […] Políticos y otro personal no médico son los que dictan lo que estamos autorizados a hacer con los enfermos, de modo tal que nosotros los médicos hemos sido puestos ante exigencias que ponen en entredicho nuestro juramento hipocrático. Jamás había sido hasta ahora tan importante nuestro rol como médicos porque nunca antes nos hemos convertido en cómplices para causar tanto daño.”
Lawrie ha sostenido que, científicamente, la ivermectina salva vidas. Y que ha sido mediante corrupción institucional que se ha evitado que dicha medicina salvara millones de seres humanos, y el consiguiente dolor y horror.
Como toda la parafernalia construida para, se supone, combatir el Covid19 se ha hecho en cortísimo lapso, la OMS no tuvo los tiempos para cumplir con las cuatro etapas de control que necesita la aprobación de toda vacuna; en rigor se lanzó al mercado una inoculación en plena etapa experimental, superponiendo etapas de control y testigos con placebos, con inoculación real a población general. Eso es lo que Lawrie tipifica como un ensayo con cuerpos humanos sin precedentes.
Tales pasos pueden considerarse el más extendido ejemplo de juego del aprendiz de brujo. Y Lawrie, además, alude a razones comerciales para atender la decretada pandemia.
El historiador argentino Sergio Wischñevsky ha llevado adelante una suerte de biografía del laboratorio más destacado en este asunto del Covid19; Pfizer.
No se puede decir que la conducta de tamaño laboratorio inspire la mayor confianza.
* En 2019, Pfizer fue condenado por ocultar datos respecto de medicamentos útiles “para prevenir alzheimer”.
* Una publicación de visitadores médicos argentinos publicó un fallo judicial de 2012 que condenara a Pfizer por “financiar un oscuro sistema de compras y sobornos a médicos en el marco de la cadena de comercialización de medicamentos”.
* Por su parte, Médicos sin Fronteras rechazó una donación de Pfizer de un millón de vacunas para su empleo en África porque llegaron a enterarse que esas vacunas eran de descarte para el laboratorio que había rehecho la vacuna, se supone que sin los defectos que tenían las que tan “generosamente” ofrecía para africanos.
* En 1996 el Washington Post denunció que los experimentadores de Pfizer usaron una niña, nigeriana, como cobayo para ver el curso de una enfermedad, grave, sin actuar. Escarneciendo el juramento hipocrático y dejándola morir.
Hasta aquí, sucintamente lo revelado por Wizchñevsky.[5]
La verdad que, tanto los testimonios y aportes de Lawrie como los de Wizchñevsky no hacen sino iluminar el comportamiento sombrío de algunos de los motores de la globalización sanitaria forzosa.Otros escarceos de poderosos
La opción globalifílica que procura arrear a toda la humanidad hacia “tan venturoso futuro” cuenta mucho más con la ciencia y la conciencia que con la fuerza. Una senda social blanda, medicinal, nos aguarda, mucho más que una militar (que nunca se descarta).
En rigor, Aldous Huxley lo entrevió hace ya un siglo, con su formidable “novela” Un mundo feliz (1931). Huxley era escéptico de la visión orweliana (que en 1948, a la luz de las atrocidades de la IIGM no pudo menos que entrever una opresión de tipo brutal, aunque ya muy teñida de persuasiones y conversiones de tipo ideológico, en su relato también distópico y también formidable; 1984).
Huxley le escribió, inmediatamente después de publicado 1984 a su autor: “Parece dudoso que la política de la bota en la cara pueda continuar indefinidamente. Mi propia creencia es que la oligarquía gobernante encontrará formas menos arduas y derrochadoras de gobernar y de satisfacer su ansia de poder, y estas formas se parecerán a las que escribí en Un Mundo Feliz. Dentro de la próxima generación, creo que los gobernantes del mundo descubrirán que el condicionamiento infantil y la narcohipnosis son más eficientes, como instrumentos de gobierno, que los palos y las prisiones, y que la lujuria de poder puede ser completamente satisfecha tanto sugiriendo a la gente que ame su servidumbre como azotándolos y pateándolos para que obedezcan.” [6]
Objetivo de poderosos: el gobierno mundial
La idea de gobierno mundial, desencadenada con el triunfo aplastante de “Los Aliados” en 1945,[7] ha tenido en 2020 su ensayo general con la declaración de pandemia de la OMS que procuramos reseñar. Entendemos que lo actuado por la OMS y los medios de incomunicación de masas a su servicio merecen un análisis riguroso, un abordaje racional, elementos de difícil acceso justamente por la presencia apabullante de “historia oficial”. Pero la vida es terca y el tendal de muertos con tratamientos equivocados y paralizaciones institucionales tarde o temprano serán abordados.
Los datos duros se harán insoslayables.
La (reiterada) promesa de la Agenda 2030
La Agenda 2030 repite un viejo juego al que las dirigencias políticas mundializadas recurren: estaríamos mal, pero no tanto; tenemos un porcentaje (tolerable) de, pongamos por caso, “necesidades básicas insatisfechas”, si cumplimos este Plan bajaremos su impacto a la cuarta parte. Diez años después, se verifica que el achique previsto no se verificó, y que en realidad, el deterioro cualitativo es mucho más grave, que la contaminación abarca muchas más áreas, antes insospechadas, que los patógenos se han expandido como nunca antes y que lo que se daba por ganado, como el agua potable, está cada vez más cuestionada o que el “hambre cero” sigue siendo a lo sumo un buen deseo…
Pero ¿por qué y para qué sirvió ese diseño de cauto optimismo? Para inducirnos a creer que estábamos en la buena senda, que podíamos confiar en llegar a un buen estadío. La realidad, en cambio, nos “informa” que estamos cada vez más contaminados, más medicalizados, que las bacterias intrahospitalarias se han convertido en un agente patógeno insoslayable, que los microplásticos han penetrado todos nuestros cuerpos y alojado en nuestros órganos, que los contingentes de refugiados climáticos se agigantan en varios continentes, a causa de la desertificación de campos y zonas rurales (previamente expoliados por la agroindustria, por ejemplo), que los refugiados sociales y políticos también son cada vez más porque las estructuras de poder siguen cumpliendo una función monopolizadora subordinada a la tecnociencia comercial o empresaria y a la agroindustria, que se enfocan en el rendimiento material o crematístico y dilapida tantos recursos en sus emprendimientos a gigaescala.
La urbanización progresiva, empero, sigue haciendo la vida más cómoda a un mayor número. Y nos cuidamos de hacer una suma algebraica de beneficios y perjuicios para todos.
En resumen, que frases y consignas, tan al uso en la Agenda 2030 como “poner fin a la pobreza”, “combatir las desigualdades”, “facilitar el acceso a la justicia”, “reducción de la desigualdad de ingresos” no son sino señuelos.
POR ÚLTIMO, PERO PARA NADA LO ÚLTIMO…
Tendremos una vez más decidir, si los poderes que nos guían y condicionan a través de los medios masivos, de las cadenas mediáticas de persuasión y lavado cerebral, de los celulares “inteligentes”, nos ayudan o nos intoxican. Nos ayudan y nos intoxican a la vez.
Tendremos que aprender a conocer qué es lo que nos intoxica.
Si nos asumimos como lo que somos, seres de carne y hueso, y tratamos de aplicar nuestro discernimiento, o si aceptamos ser guiados por entidades tan falibles como todos nosotros, pero con unos intereses creados incomparablemente mayores que los de cualquier ser humano, de carne y hueso.#
notas:
[1] The Ecologist, CAT, nov.-dec. 2022.
[2] http://openlifespan.org/yuval-noah-harari-immortality-trap
[3] 25 oct. 2021. En sección Business.
[4] https://www.thedesertreview.com/opinion.letters_to_editor/dr-tess-lawrie-the-conscience-of-medicine/article_ff67eca-ac2d-11eb-adaa.ab952b1d2661.html
[5] https://uy.radiocut.fm/audiocut/excelente-reflexion-del-sergio-wischnevsky-sobre-vacuna-pfizer
[6] Cit. p. Jim Quinn en The Burning Platform, “We Are Trapped In ‘A Truman Show’ Directed By Psychopaths”, 2 dic. 2022.
[7] Invito al lector a leer una nota mía anterior sobre este asunto: “El estado mundial: lo que nos ofrecen los dueños del mundo”, https://revistafuturos.noblogs.org.