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Ser y no ser del socialismo

Publicada el 27/10/2018 - 23/11/2018 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández

Estamos a un siglo del  cambio político que dio lugar a la Unión Soviética, para muchos  –y sobre todo en la llamada izquierda− a la instauración del socialismo en el planeta.

Parece fecha propicia para reexaminar una cuestión que ha sido abordada reiteradamente, aunque en general sin mayores resultados; ya veremos que la iconografía socialista es pertinaz (lo cual, por otra parte, no tiene porqué ser un defecto).

El socialismo ha sido una de las principales corrientes de pensamiento de la modernidad. Tras el Renacimiento y el acceso a todos los océanos por parte de la  navegación de origen europeo, el mundo cambia.

La globalización, el sistema de intercomunicación humana que nos dejara a las puertas de esa modernidad, en los siglos XIV y XV tenía como Mare Nostrum, el viejo mar de los romanos; el Mediterráneo, entre África y Europa. En sus costas estaban los principales centros culturales y comerciales de lo que ahora llamamos el Mundo Antiguo, que se denominaba el Poniente, o en árabe el Magreb. Hacia el Asia, entonces, estaba el Levante, el Masriq árabe, las Célebes,  el Mar de China.

Así, las bibliotecas de Alejandría en Egipto y la de Timbuctú en el actual Mali constituían centros de irradiación cultural, al que concurrían los intelectuales de la época. Por su parte, Gaza (actual Palestina), Fenicia (actual Líbano) eran nexos, portuarios, entre el Levante y el Poniente.

Con el arribo de la Corona Española a Abya Yala, en 1492, y la consiguiente toma de posesión que lleva a cabo Colón, asombrado de lo fácilmente esclavizables que son sus habitantes ─lo cual nos dice mucho sobre la mirada europea─, se va configurando una nueva globalización, ahora con el Atlántico Norte como nuevo Mare Nostrum.

En el nuevo eje Viejo Mundo-Nuevo Mundo, África es subalternizada, y Asia dejada a un lado.

Aquellas universidades que se habían ido forjando en Europa desde los siglos XII y XIII con un pensamiento cada vez menos teológico, iban dando lugar a un pensamiento civil y laico. La primera, la de Bologna, en el siglo XII y las de París, Oxford, Montpellier, Cambridge, Salamanca, Padua, Nápoles. Toulouse, Orleans, Siena, Valladolid y Lisboa en el siglo XIII, irán cambiando el eje de las preocupaciones intelectuales e ideológicas, alejándonos del pensamiento teocrático y acercándonos al abordaje de la realidad y la sociedad, el mundo de los vivos y carnales.[1]

Con el Renacimiento, la Ilustración, los enciclopedistas y el enorme empujón material que significa el aprovechamiento de las riquezas del Nuevo Continente, junto a una navegación que se independiza de las costas, se va configurando  una actualización de la actividad intelectual, reconociendo e incorporando los avances científicos, en astronomía, física, química, biología, antropología, arqueología, medicina.

Los descubrimientos geográficos, gestan  nuevos intereses en crónicas de viajes que van a su vez ampliando el conocimiento de las nuevas realidades sociales; en tales relatos se despliegan diversos planes o sueños de nuevas sociedades; en 1516 Thomas Moro, teólogo,  crea Utopía y en 1602 tenemos a Tommaso Campanella, monje domínico,  creando su Ciudad del Sol.

Se va socializando un ansia de vida diferente; lo que genéricamente conocemos como socialismo utópico ─del cual son ejemplos  pioneros los relatos de Moro y Campanella─ irá configurando la cuestión política cada vez con mayor fuerza. Un rasgo común a esos sueños o ensueños sociales es un acentuadísimo autoritarismo; “liberar” al género humano será visualizado como el reino de lo exacto, el control absoluto, las decisiones objetivas, la regimentación total de la vida cotidiana.[2]

Así llegamos al s XIX. Para entonces, los planteos y aportes de Karl Marx resultan protagónicos dentro de las corrientes socialistas, en medio de un multitud de variantes, algunas incluso muy enfrentadas con los desarrollos marxianos o marxistas, como es el caso, sin ser las únicas, de las corrientes ácratas o antiautoritarias.[3]

El aporte de Marx, enfrentado al socialismo utópico, fue una nueva mirada sobre el acontecer social; las transformaciones sociales no son fruto de la voluntad de políticos, magnates o reyes; Marx fue contundente en explicar que existen causas ajenas a la voluntad que modifican y transforman las sociedades.

Después de Marx ya no se pudo insistir en el voluntarismo para las modificaciones políticas y sociales (aunque se siguió insistiendo), algo que había caracterizado a los socialistas utópicos pero no sólo a ellos. El aprender a ver, el tratar de analizar causas objetivas es su aporte fundacional para otra forma de entender la realidad y sus transformaciones. Pero Marx dio otro paso; algo habitual cuando se siente haber alcanzado una verdad fuerte, nueva; no limitarse al análisis de la realidad presente, sino inferir científicamente “el camino” que la sociedad habrá de tomar, según esas legalidades “independientes de la voluntad”. Por ello, con la audacia propia del pionero tachó a su diseño político de “socialismo científico”; una denominación que iba a tener fuerte impronta en un momento en que los desarrollos científicos estaban tomando enorme vuelo.

El abordaje que hizo Marx colocó en un mundo por venir la realización de las transformaciones socialistas.

A diferencia del debate político entonces existente en que se analizaba el pasado para entender el presente, Marx (y Engels) se plantean analizar, criticar y entender el pasado para conocer (inferir) lo futuro, lo que no existía entonces. Lo que otorgaba a esos “conocedores” un papel mucho más trascendente que el mero conocer; la undécima tesis contra Feuerbach, aun al margen de la dimensión temporal, apunta a una pretensión más incisiva: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.”

Junto entonces con la idea de un compromiso total con la transformación de la sociedad, todo fundido en un magma único −realidad, conocimiento de la realidad, protagonistas−, el pensamiento moderno –marxismo, positivismo− introdujo la idea de cognoscibilidad de lo futuro. Algo que desde el universo burgués, en ascenso, tuvo buena acogida.

Vale decir que en tiempos modernos, posmedievales y posrenacentistas, adueñarse de lo por venir empezó a ser concebible, deseable, sentido al alcance del discernimiento humano y tal aspiración se hizo común entre pensadores tanto burgueses como antiburgueses (tratando de ser fiel al espíritu de Marx, habría que decir posburgueses, puesto que Marx siempre apoyó el desarrollo burgués, sólo que no aceptó quedarse en él como el non plus ultra, característico de los intelectuales del novel capitalismo, como habría sido el caso de su maestro, G. W. F. Hegel).

La lucha de pobres contra ricos, por ejemplo, tan característica de tiempos medievales, perdía validez a ojos de Marx; ahora había que asumir, aceptar, propender que el rico fuera más rico para mejor desarrollar a su “enterrador”; el proletariado.

El conocimiento de lo futuro

La dimensión de futuro había sido aceptada hasta ahora, únicamente desde la magia, la cábala, la astrología. O en todo caso, “captada” desde lo mítico.

Pero Marx trajo la dimensión futura al más acá, a nuestro mundo. Consideró que había inteligido procesos, momentos, y que el desarrollo burgués, que provenía históricamente del medioevo, iba a desembocar, ineluctablemente, en el socialismo.

Esos momentos históricos se vehiculizaban con respectivas clases sociales y así como atribuyó el ascenso capitalista por sobre las viejas sociedades agrarias a los burgueses, análogamente atribuyó al proletariado el protagonismo de esa nueva, entrevista sociedad; la socialista.

En pleno siglo XX, el historiador suizo Bernhard Gröthuysen hizo un jugoso análisis del ascenso burgués en Francia, en los siglos XVII y XVIII. Que a mi modo de ver inhabilita toda la construcción histórica, marxiana o marxista, de secuencia aristocracia-burguesía-proletariado (que tanto se propagó en manuales de divulgación marxista militante como asumido por la intelectualidad socialista en general).

Gröthuysen se dedicó a analizar los sermones de los púlpitos de las parroquias provinciales francesas de esa época y advirtió ciertas legalidades: los sacerdotes estaban a menudo inquietos por la presencia, mejor dicho la ausencia, de unos vecinos que “olvidaban” los deberes religiosos… por trabajar. Eran señores, cristianos, pero tibios, que en lugar de cazar y dedicarse a las armas (como la aristocracia) o a la vida ultraterrena (como el clero), centraban su actividad en algo que hasta entonces sólo había sido una maldición que tenían que sobrellevar los pobres; el trabajo.

Allí estaban estos anómalos, con sus aparatos, de mensura, de óptica, de relojería…

Eran el núcleo burgués que se estaba configurando. No eran los aristócratas que vivían de sus heredades. O al menos, no solamente de ellas. Estaban gestando nuevos comportamientos. Pasado el tiempo, la banca, el comercio y las nuevas ramas técnicas generaron nuevas capas dirigentes que finalmente sustituyeron a la aristocracia… y en buena medida al clero.

Este ascenso burgués poco y nada tiene que ver con las profecías del ascenso socialista. Mediante la política. Porque lo que rastrea Gröthuysen no es un cambio político y masivo de una clase por otra; es más bien el surgimiento desde adentro de un nuevo tejido social y material dentro del viejo y carcomido, en vías de caducidad…

Sin embargo, la espera del socialismo a lo largo de todo el siglo XIX fue ganando terreno. Su advenimiento ─ése solía ser uno de los calificativos más usuales─ denotaba el carácter religioso, bíblico, de tales expectativas. Pero imaginado desde cambios más bien rotundos en las clases. Y materiales. No es raro; generalmente lo nuevo y lo viejo se entretejen y a menudo se hace difícil discernir lo nuevo dentro de lo viejo.

Pero lo decisivo de la investigación de Gröthuysen  es la diferencia radical  entre el surgimiento registrado por él y el advenimiento imaginado por la militancia socialista.

Tantas fueron las ansias depositadas en “el mundo nuevo” que cada episodio más o menos significativo fue entrevisto como el dichoso advenimiento. Así, la Comuna de París de 1871, después del ensayo general de la comuna de la misma ciudad en 1848, se sobreentendió como plasmación del proyecto socialista que significativamente se calificó como “primer asalto al cielo” (volvemos al mito redentor, propio de la religión en este caso cristiana o, mejor dicho, judeocristiana…).

La creencia en el advenimiento del socialismo se fue extendiendo por las sociedades europeas de finales del s XIX y principios del s XX a tal punto que intelectuales reaccionarios y antisocialistas compartían dicho visión (sólo que lamentándolo y no ansiándolo como los “socialistas”).

No es por lo tanto extraño que el enorme cimbronazo político que acabó con el zarismo en febrero de 1917, con el establecimiento de un gobierno “moderno”, antimonárquico, partidario de una actualización política democrática, que tuviera un andar agónico, incapaz de satisfacer las demandas populares, que incluían reclamos obreros como la ley de 8 horas, pero sobre todo, alimentos; enfrentar el problema del hambre cada vez más generalizada, que semejante gobierno pretendiera como finalidad, el socialismo.

Se podría decir que casi todo 1917 (febrero a octubre) fue el de una Rusia ya no imperial, pero carente de firmeza para seguir una política satisfactoria para masas cada vez más hambrientas y crecientemente conscientes de sus derechos.

Y en octubre [4] de ese año, propiamente revolucionario, tuvo lugar una suerte de golpe de estado (Lenin diciéndole a sus camaradas: ‘un día antes puede ser prematuro y fallido, un día después, resultar demasiado tarde’) donde los bolcheviques se hacen cargo de los principales resortes del estado ruso y del Palacio de Invierno, sede del gobierno provisional, casi sin disparar un tiro.

Los bolcheviques avanzan inmediatamente suprimiendo instancias democráticas, como el Parlamento ruso, la Duma, donde los socialistas revolucionarios de izquierda tenían la mayor bancada, que ideológicamente se identificaba con el campesinado ruso en tanto los bolcheviques, con su impronta marxista, creían encarnar al proletariado y se sentían totalmente alejados del universo campesino (esa impronta perdurará durante las siete décadas de gobierno “comunista” soviético…).

Así que una vez más, como en 1871, un sacudón social fue interpretado como  advenimiento del socialismo; el cumplimiento à la lettre de la profecía de Marx.

Tanto es así, que pasados los setenta y tantos días de la toma de poder bolchevique, Lenin, pese a su habitual severidad, bailará conmemorando que ya habían sobrepasado los “días que había durado la Comuna” sin haber sido derribados… el ‘segundo asalto al cielo’ parecía mejor encaminado…

Y así, se sobreentendió que lo que se había instaurado en Rusia, con el golpe de mano bolchevique era un gobierno socialista. Y prácticamente la humanidad empezó a contar los días de la “Revolución Rusa” como pertenecientes al nuevo mundo socialista.

Es increíble con qué facilidad se puede generalizar, planetariamente, una confusión, un enredo semántico, una “verdad”…

Sin embargo, y más allá de toda fraseología revolucionaria, lo que se fue instaurando en Rusia ya con los zares decapitados, fue un régimen de creciente dureza y control social, no de obreros y campesinos, ni siquiera de obreros y soldados, sino de una dirección supremacista, que no admitía críticas ni diferencias, con el carácter inflexible de un Calvino, un Robespierre en acción, con la rigidez mental de las utopías archiautoritarias.

Con una pretensión totalitaria de enorme fuerza. Panait Istrati, indio, una visita pionera a la URSS a principios de los ’20, testimoniará la furia obsesiva de las primeras autoridades soviéticas de “registrarlo todo”, medirlo todo; los humanos, las vacas, pero también los árboles, ¡las lombrices! Con el presupuesto cientificista de que llegarían a soluciones “perfectas” teniendo todos los elementos a disposición. Algo que abonaba la idea de “mecanismo”.

Esos “datos” vendrían bien para los personajes “cientificistas” que ridiculizaba Gustave Flaubert en pleno siglo XIX −Bouvard y Pécuchet−, pero aquella “fiebre” a caballo del “socialismo científico” seguirá conformando la idea de lo por venir −embretándonos−ya bastante entrado el siglo XX…

El concepto de temporalidad en el socialismo

La experiencia histórica de los llamados estados socialistas, plantea una problemática filosófica que nos obliga a observar los conceptos propios de la temporalidad.

Todo el edificio soviético y las ampliaciones socialistas consiguientes se basan o se basaron en lo podríamos llamar la ‘profecía del socialismo científico’.

En política, en nuestras sociedades y vidas, colectivas y particulares, la cognoscibilidad de lo futuro no existe. Y su pretensión no nos guía a mayor conocimiento sino a mayor desnorteo.

Fueron el positivismo y el marxismo, sus teorías del conocimiento, las que introdujeron cierta equidistancia, una simetría dentro de lo temporal entre pasado y futuro.

Hace un siglo, los cursos de idioma castellano, al menos en España, enseñaban los artículos gramaticales de un modo altamente significativo en esta cuestión de la temporalidad, y con un enorme valor filosófico: se hablaba de el pasado y lo futuro. Justamente rompiendo toda “equivalencia” temporal, toda pretensión de tratamiento comparable. El pasado fue. Objetiva y categóricamente. Nuestra dificultad en todo caso consiste en asirlo, conocerlo. Por eso la complejidad de la labor de historiadores y todas sus ramas y actividades conexas. Por su extraordinaria diversidad, podríamos incluso sostener que el pasado es inabarcable y su conocimiento siempre perfectible.

De lo futuro, nada podemos inferir, registrar; en todo caso, abrir hipótesis, a veces muy fuertes. Pero aun en tales casos, es más que frecuente que “la liebre salte por donde menos se piensa”. Es un dicho popular, llano, de conocimiento empírico, pero no por ello menos sabio.

Pasado el auge filosófico del positivismo y el marxismo, desde fines del s XX se va fortaleciendo la conciencia de lo que designamos la incognoscibilidad de lo futuro; hay más y más filósofos que adscriben a esa idea, a tal punto que podríamos decir que, culturalmente ya pertenece a nuestro presente. Pienso en referentes culturales del peso del recientemente fallecido Zygmunt Bauman, por ejemplo, o Ernest Garcia, filósofo catalán, Ivonne Gebara, monja y filósofa brasileña, y hasta Joaquín Miras, que aun marxista sostiene, como los antes mencionados,  el carácter incognoscible de lo por venir.

Como que ya no es el tiempo de las “etapas” que “nos” iban a conducir para desembocar en el socialismo; pienso en Pléjanov, en Lenin, Lefebvre… y tantos otros marxólogos y diamatistas. Ese tiempo, con el horizonte socialista “a la vista”, ha sido, culturalmente, borrado. Enhorabuena.

URSS

Tempranas visitas, como las de Fernando de los Ríos, socialista burgués y de Ángel Pestaña, anarcosindicalista, en 1919, españoles invitados para ir gestando una nueva Internacional diferenciada de la Segunda [5] mostraron que era idiota hablar de ‘control obrero de la revolución’ cuando lo visible y evidente era el control sobre los obreros…                                 

Las manifestaciones opositoras fueron siendo ahogadas mediante la represión directa de la policía política (Tcheka o Cheka). Viktor Serge, un bolchevique, exanarquista, que curiosamente no adoptó el comportamiento del recién llegado y conservó el carácter díscolo, que probablemente tuviera en tiempos ácratas, recordará que la última manifestación política callejera, con críticas públicas al gobierno bolchevique, será el entierro de Piotr Kropotkin, octogenario, figura pública, geógrafo, zoólogo, anarquista, a principios de febrero de 1921. Se trató de una clara manifestación política bajo la forma de procesión portando un féretro, que agrupó, en lo más fiero del invierno, a decenas de miles de manifestantes (algunos estiman centenares de miles). De los anarquistas encarcelados, que ya se contaban por centenares, el gobierno bolchevique, para bajar la presión, autorizó concurrir al entierro a un puñado, menos de una veintena, mediante una excarcelación de 24 hs. Todo el acto; manifestación de hecho, entierro, estuvo vigilado por la Cheka. Al fin del día los anarquistas liberados serán reingresados a las prisiones de las cuales saldrá al exilio una exigua cantidad (algunos serán matados abiertamente y la mayoría conocerá la condición de desaparecidos…). Al mismo Kropotkin, el gobierno le rindió mínimos honores por sus trabajos como climatólogo, zoólogo[6] y hasta  prometió el nombre de una calle, pero se negó a reconocer su actuación política, crítica.[7]

En marzo de 1921, tendrá lugar la represión masiva, militar, a la rebelión del soviet de campesinos y soldados de Kronstadt, ciudad-fortaleza, al fondo del Golfo de Botnia, que se insurreccionaron para alcanzar “la Tercera Revolución” (secuenciando febrero como primera y el segundo semestre de 1917 como segunda).

 “─Mátenlos como conejos” dirá entonces el comandante en jefe del ya constituido Ejército Rojo, Lev Trotski. El ahogo de dicha desobediencia costará la vida de unos cincuenta mil insurrectos, refractarios y rebeldes.

El engendro soviético que tantos socialistas confundieron con la llegada del socialismo a la Tierra irá cosechando una pesadilla colectiva que fue anunciada permanentemente por militantes que  iban de visita, a menudo ilusionados, pero que no estaban de antemano comprometidos con privilegios de diversa índole (becas, obsequios, viajes) o por quienes se animaban a analizar esa “edificación social” sin anteojeras.

La lista de objetores y desengañados es enorme (pero sin duda la de adictos e incondicionales fue, por décadas, mucho mayor). Aparte del puñado ya nombrado, mencionemos algunos pocos más cuyos nombres nos han alcanzado: V. Volin, B. Suvarin, P. Archinoff, J. Majaiski, B. Rizzi, A. Gide, entre los que revelaron verdades en la década del ’20 y aun antes. Y en la del ’30, A. Ciliga, K. Korsch, C. Berneri… El goteo continuará década a década; V. Kravchenko, V. González, hasta enterarnos −Stalin extinto−, de las principales obras de Alexander Solzhenitsyn, ésas sí muy difundidas en Occidente por el bien provisto campo anticomunista pro-occidental, por geopolítica, no por respeto a la verdad.

En los ’70, ya no estaban, muchos matados, los críticos del 17 y los de la generación revolucionaria de la década del ’20. En un pasado más reciente −nuestro presente para los veteranos actuales−, la URSS internaba en psiquiátricos a disidentes y refractarios al sistema soviético. Así se había modernizado, actualizado, “suavizado”, el sistema represivo que procuraba ahora simular su regulación total(itaria). Fruto posestalinista, la modernización escondía el ritmo terrorista de cárceles, internaciones concentracionarias y juicios sumarísimos para internación psiquiátrica.

Habiendo alcanzado el paraíso proletario o estando a punto de lograrlo, o mejor dicho, haciendo como si estuvieran a punto de, repitiendo mutatis mutandis las bambalinas de Potemkin, los dirigentes soviéticos no podían entender, o por mero afán de conservación de privilegios, aceptar, que alguien se rebelara ante el ordenamiento (llamado) socialista. Si alguien tenía tales planteos era porque estaba sencillamente loco.

Así, fueron internados en psiquiátricos algunos de los llamados disidentes, como Andrei Siniavski –el extraordinario analista, pulverizador del realismo socialista. En 1978, por ejemplo, es finalmente expulsado de la URSS un exinternado psiquiátrico, Piotr Bukovsvki, acogido en el país que también a mí me había aceptado como “refugiado político”; Suecia.

Bukovski, que estaba todo menos loco, vaticina en su presentación en su país de acogida, la inviabilidad a largo plazo de la URSS, explica sus trabazones internas, el estado anímico de la población, el papel devastador de la burocracia soviética y por todo ello vaticina que no puede durar más de seis años.

Imagino que muy pocos de los que lo escuchamos puedan haber aceptado, acordado, con semejante vaticinio. Bukovski jugaba con la fecha de Orwell, 1984. Sin embargo, muy poco tiempo después empecé a entender la justeza de su vaticinio. Por cierto que erró la fecha, pero si pensamos en las siete largas décadas del régimen soviético, que el mismo haya implosionado en 1991 y no en el pronosticado 1984 es apenas una minucia de siete años (y aun menos, porque el derribo del Muro de Berlín, en 1989, ya prefiguraba todo el desenlace).

El colapso soviético no significó la desaparición lisa y llana del llamado, mal llamado, “mundo socialista”. En esa década y en el resto del siglo XX, vimos regímenes socialistas como el albanés, el cubano, el norcoreano, el vietnamita, el intento moldavo, los proyectos bolivarianos. Y Cuba. Entrando ya en el siglo XXI, son muy pocas las formaciones estatales que se proclaman socialistas. Y cada vez a más distancia de lo que se denominara “socialismo real”.

Tirando el bebito con el agua sucia

Hecho este sucinto itinerario por los estados socialistas, entendemos fundamental diferenciar esa acepción de socialista, atada a los estados que se proclamaran tales, de otra que se atenga a diferenciar la propiedad privada  de los medios de producción, por ejemplo, de la producción colectiva o social de esos mismos medios. El sentido del socialismo estriba en negar el sentido de la propiedad privada para entender los procesos materiales, biológicos, económicos y hoy diríamos ecológicos. ¿Se puede pretender, que tenga sentido la propiedad privada de la tierra, el agua, el aire? Y yendo incluso a aspectos más parciales, ¿se puede entender, aceptar circunscribir a la propiedad privada áreas como las de la salud o la atención de los pequeñuelos y los discapacitados?

La que entró definitivamente en crisis, entendemos, es la idea de socialismo anclada en el  conocido “campo socialista”,  países socialistas. Pero eso no inhabilita hacer una crítica radical, socialista, a la idea de propiedad privada.

Porque ya sabemos que la propiedad socialista estatal es abusiva. Pero ya sabemos que la propiedad privada es también abusiva.

¿Socialismo o socialismo?

¿Podríamos decir que “el mundo ha vivido equivocado”? Es aterrador, puede resultar presuntuoso proponerlo. Sin embargo, la humanidad ha vivido a menudo, en grandes porciones de la especie, de ese modo. Las creencias en el alma, en el infierno, en el dominio viril, varonil o masculino, han sido “ideas” compartidas por una mayoría, a menudo aplastante en amplios sectores de la humanidad. Sin embargo, cada vez nos suenan más falsas.

El socialismo fue una idea motriz de enorme propagación y trascendencia que se basa en una verdad de a puño, que ya hemos abordado: la propiedad privada daña el ambiente, la naturaleza y por consiguiente a todos nosotros. Pero la dura experiencia nos ha señalado que la propiedad colectiva, comunal, comunitaria, pública ─elíjase la preferida─ también daña al ambiente, a la naturaleza y, transitivamente, a nosotros mismos.

¿Qué recursos tenemos los humanos para distinguir verdad y falsedad, justicia e injusticia, olvido y memoria, lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, la libertad y el terror?

Lo más escalofriante del experimento soviético no es solo haberle atribuido un carácter ideológico pre-determinado sino que, durante décadas, en la humanidad hubo un gran contingente de población ─los comunistas─ convencido que allí se había instaurado el mejor de los mundos y aunque millones de tales cultores jamás pisaron los territorios “emancipados” constituyendo así un fenómeno de pura creencia, hubo sí varios, miles a lo largo de los años, y desde los más diversos rincones del planeta, que visitaron y convivieron con el universo soviético y testimoniaron convencidos que ése era el mejor mundo posible o al menos el camino hacia ese mundo. Aunque hubo quienes vivieron ese universo, o lo conocieron, y estaban exactamente convencidos de lo contrario.

En esa segunda humanidad, renuente al “logro revolucionario”, tenemos que distinguir entre quienes rechazan el experimento soviético luego de haber participado en él directamente, a veces como sostenedores, a veces como convivientes; población rusa, por ejemplo, o sindicalistas y socialdemócratas o luchadores antizaristas; gente como el ya citado Anton Ciliga, croata, con su formidable alegato El País del silencio y la gran mentira. Y quienes también repudiarán la URSS a partir de la propaganda anticomunista que desde Occidente y en particular, luego de 1945, desde usinas de poder en EE.UU. y Europa Occidental descargarán furibundas críticas anticomunistas. Estos segundos fueron en general reclutados por los aparatos ideológicos “occidentales”, como el Congreso por la Libertad de la Cultura, y su crítica al “campo socialista” aun, cuando llegaban a emplear buenos argumentos, obedecía a una estrategia de enfrentamiento del capital cada vez más mundializado contra un competidor, supuestamente anómalo.

Eran otros “cretinos útiles” tan penosamente idiotas como los que fabricara la maquina propagandística soviética. Una cosa es Ciliga; otra Commentary.

El capitalismo mundializado trató de unificar la oposición a la URSS. Pero los que conocieron 1917, los que pasaron por la experiencia traumática de Ucrania dividida en cuatro sectores político-militares (bolcheviques, machnovistas, petlurianos y zaristas, al menos entre 1917 y 1921), enfrentados entre sí, los que procesaron el levantamiento rebelde de Kronstadt en 1921 por la “Tercera Revolución socialista”, contra el viejo régimen y contra los bolcheviques; los que conocerán las prisiones que le hará decir a Ciliga que en 1930 los únicos lugares con debate político dentro de la URSS eran las cárceles, puesto que la vida social, económica, política de la URSS, estaba ahogada en terror, nada tienen que ver con el anticomunismo pos 2GM.

Cuento una cortísima anécdota personal para ver si puedo traslucir el grado de abyección en que se fue cayendo, tal vez lentamente.

Comienzos de la década de los ’80, reinado de las dictaduras militares occidentalistas en el Cono Sur americano. Mi situación entonces era la de refugiado político en Suecia.  Europa era “chica” para nuestras medidas geopolíticas, y el nivel de ingresos generoso mirado con ojos rioplatenses.

Fui a conocer París. Algo que en los cuarenta largos años previos ni siquiera había estado en agenda. Allí residía una uruguaya hermana de un gran amigo. Refugiada política ella también. Fui a visitarla y resultó en pareja con un joven, también uruguayo y comunista como ella. Lo más llamativo para mí era que el consorte era un “rentado” .

Conocía y bastante concienzudamente  el penoso y cómplice papel del PCU con los militares, torturadores, aunque la jerga partidaria los considerara “patrióticos”. Ese conocimiento  estaba, para mejor, reforzado con el penosísimo y vergonzante papel que el PCA había tenido ante la dictadura militar argentina, en 1976 (antes y después). Tuve varios episodios, por mano propia, sobre todo en el universo carcelario, donde la política estaba mucho más explícita (como contara Anton Ciliga de las cárceles soviéticas de las décadas del ’20 y ’30).

En París, entonces, nos saludamos, nos presentamos y entramos a hablar de política. En las primeras de cambio, le confesé al funcionario que tenía una duda, que quería saber cómo se planteaba él, y podríamos decir hoy el PC(U), frente a la terrible realidad de la actividad concentracionaria soviética, el papel y el destino de los que habían ido a parar “a los campos”, de su vigencia, si persistían o si eran historia.

Era una pregunta que, hasta 1956 e incluso alguna década después, habría sido contestada con un arrebatado: −¡sos un agente de la CIA! o –¡sos un provocador!, ¿quién dirige tu voz de chirolita? Pero con el posestalinismo y cierto pesado aprendizaje democrático à la occidental, también podría haber sobrevenido un: “−Terrible problema que sufrió la URSS a causa del estalinismo; pero hemos aprendido que fue un error gravísimo, un horror inaceptable, y al día de hoy se han desmantelado todos los campos [no es de estilo seguir llamándolos de concentración].”

Tales eran las respuestas que esperaba según fuera más o menos eurocomunista, y pensaba como más probable la segunda estando “refugiados” en Europa… El rentado contesta: “─No te puedo decir, nada, es un tema que no conozco, no tengo la menor idea…

A lo que no tuve más remedio que contestarle: ─Entonces no tenemos mucho más que hablar. Porque te hice un pregunta medular y vos estás profesionalmente integrado a la organización responsable de semejantes comportamientos, de millones de seres humanos que me temo fueron masacrados por esa maquinaria ideológica que me decís que no conocés. No tengo idea cómo compaginás tu carácter de rentado con semejante prescindencia. Pero es cosa tuya. Pero entonces, no tenemos nada más que hablar.

Me levanté, y me fui. Contrariado por su total indiferencia, irresponsabilidad, aparatismo… la facilidad que tenemos los seres humanos para proteger hasta los comportamientos más miserables, crueles, atroces, si contamos con una coartada, un amparo, un taparrabos ideológico que apenas guarde nuestras “vergüenzas”….

Y esto es lo peor del siglo XX socialista. El desprecio por la verdad  y la dignidad de nuestras vidas. Tal vez algo peor; nuestra aquiescencia, nuestra indiferencia. El abuso y cierta comodidad generalizada.[8]

Para remate, tanto el nazismo como el sionismo han  invocado el socialismo en sus banderas… y el cuidado de sus prójimos.

Qué es lo nuestro, qué vamos a cuidar para no dañarnos a nosotros mismos, a nuestros prójimos…

La propiedad común respeta continuos naturales y culturales, pero no parece fácil ni seguro empeñarnos en esa senda.

Y de todos modos, los planteos ecologistas, gaianos, nos llevan a desconfiar radicalmente de la propiedad privada. Lynn White, Frederick Soddy, Andrew Kimbrall, Nicholas Georgescu-Roegen, Rachel Carson, Lars Berg, Joan Martínez Allier, Dahr Jamail nos llevan, nos señalan, si todavía queremos conservar el nombre, otro socialismo.

notas:

[1]  Interesante anotar que la primera universidad noruega, país del primerísimo mundo, data del s. XIX; 1811, en Christiania, poco antes de que se fundara la primera en Uruguay, 1849. 

[2]  Escasa minoría de utopías no autoritarias dejarán también su marca en este nuevo universo ideológico; valga el Notices of Nowhere (que podría leerse como Notices of Now Here; es decir en lugar de Noticias de ninguna parte, Noticias de aquí y ahora), de William Morris. Y pocas más…

[3]  Se le atribuye a K. Marx un deslinde, elemental y sin embargo significativo: habría dicho que él no era marxista, rompiendo lanzas por un pensamiento original.

[4] La “Revolución de Octubre” tuvo lugar el 7 de noviembre según el calendario desde entonces adoptado.

[5] Y de otros proyectos como la llamada Segunda y media Internacional…

[6]  Autor de El apoyo mutuo, un abordaje de las relaciones interespecies e intraespecies que constituyó un enfoque diametralmente enfrentado al de Charles Darwin con su Origen de las especies. Con el capitalismo en auge y el industrialismo en su marcha triunfal, las tesis de Darwin se acomodaron mucho mejor al clima imperante; una forma “científica” de Homo homini lupus, de Thomas Hobbes, del capitalismo temprano de mediados del s. XVII. Con la mirada que hemos ido elaborando con la crisis ambiental a lo largo del s. XX, tiendo a considerar mucho más respetables y acertadas las tesis kropotkinianas. Carente de apoyos institucionales El apoyo mutuo ha quedado mucho más en la sombra. Sin embargo, la biología más reciente, ha captado la calidad científica de muchas de sus observaciones en tanto el darwinismo, vampirizado por el sistema dominante, ha sido usado como una suerte de neo-hobbesianismo.

[7]  Kropotkin le escribió un par de cartas abiertas a Lenin criticando “el nuevo curso” y cabe pensar que al verticalismo bolchevique no le cayó bien, aunque se cuidó de reprimir a un octogenario famoso. El tributo institucional de la nueva dictadura se cumplió: efectivamente una calle moscovita recibió el nombre de Kropotkin. Ironía de la historia: ha sido el asiento de las juventudes bolcheviques (Komsomol)  durante la era soviética.

[8] Un fenómeno de identificación y racionalización de  similar ‘ceguera voluntaria’ podríamos rastrear en el fascismo y el nazismo, y hoy en día, en el sionismo.

Publicado en Conocimiento, Sociedad e ideología

Acerca de la ideología de los que prescinden de toda ideología

Publicada el 10/09/2018 - 10/09/2018 por raas

“El siglo corto” que va desde la ruptura de la ilusión del progreso con la Gran Guerra en 1914 hasta la del comunismo en 1989/1991 (Iván Berend, cit. p. Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX, p. 10) ha terminado con la caída del Muro —simbólicamente— o con la URSS —literalmente—, pero la sociedad actual —salvo sus capas más recientes, casi adolescentes— ha conocido, ha convivido con aquel mundo ahora fenecido; el de “capitalismo y socialismo”. Junto con aquella realidad fuimos nutridos, o malnutridos, por una serie de lugares comunes como el de la existencia de dos sistemas económico-sociales filosóficamente contrapuestos, con una serie de roles atribuidos a cada “actor” en aquel escenario mundial que prácticamente ocupó todo el siglo XX. Derecha e izquierda, idealismo vs. materialismo, justicia o libertad.

Por Luis E. Sabini Fernández
luigi14@gmail.com

Por cierto que, al lado de aquellos ethos dominantes, el burgués y el presuntamente socialista, coexistieron multitud de actitudes mentales y sociales, que encarnaban otras filosofías de la vida, y se pueden así considerar diversos ethos; cristiano, nazi, musulmán, budista, libertario, existencial, la multitud de configuraciones tradicionales, a menudo cruzadas con diversos ethos de los precedentes, así como aquellos entre sí, y otras innumerables, pero que no ocuparon —salvo esporádicamente— el centro de la escena política mundial.

Lo burgués y lo socialista se atribuyeron a sí mismos o a su oponente, características que, examinadas, devienen demasiado a menudo, significativamente, en su opuesto.

Vamos a procurar abordar este “juego de espejos” en un territorio delimitado —con las imperfecciones de todo límite en este terreno—, el de la ideología o falta de, en ese enfrentamiento que hemos aceptado como fundamental de todo nuestro pasado reciente, tan reciente, que pervive en nuestras categorías conceptuales y en nuestras actitudes políticas. Y lo hacemos porque sus estrategias de poder están asimismo plenamente vigentes en la realidad política actual, aunque ya no bajo la forma de enfrentamiento entre “dos verdades” sino como lo que ha dado en llamarse “pensamiento único”.

Una constante de aquella confrontación —capitalismo-socialismo—, que presentó siempre como su expresión más aguda la de los EE.UU. vs. la URSS, ha sido, que el campo occidental se ha presentado sin ideología alguna, o con ideologías débiles, secundarias (como las expresadas a través de diversas iglesias o campañas moralizadoras) y, en cambio, ha cargado las tintas respecto del carácter ideológico de la penetración comunista, en tanto que “el campo socialista” sí se ha atribuido un contenido ideológico; el verdadero, el bueno, el materialista, el del lado progresivo de la historia.

Ambos enfoques han estado curiosamente travestidos: el bolcheviquismo en particular y el marxismo en general han constituido un movimiento ideológico de tipo religioso (en el sentido etimológico del término religare; que otorga una comunidad entre humanos; véase, p. ej. la filmografía del germanooriental Frank Breyer), cuyos rasgos dominantes han sido la negación de lo material (“vulgar”) como guía de la acción y cierto voluntarismo intrusivo, tan caro a todos los salvacionismos. Por el contrario, desde la red de poder dominante en los EE.UU. se ha hecho un culto público de lo ético, lo religioso, lo espiritual, tan idealista todo ello, aunque su práctica ha sido crudamente material. Pero para intentar entender estos discursos inversores de la verdad, precisemos conceptos.

Aproximación al concepto de ideología

Una definición fuerte y generalmente aceptada, ya usada por el mismo Marx, es la de ideología como “enmascaramiento de la realidad”.

Otra definición, más “blanda” y más afín al uso común del concepto, es la de constituir una base más o menos racional para la toma de decisiones políticas, sustrato instrumental para el análisis de lo social que respondería más a la etimología de la palabra; estudio de la idea. En ambos casos, empero, la ideología política es concebida como principio de solución para la cuestión social, como vía de superación o salvación ante un estado de cosas que se considera deficiente.

Bueno es observar que, pese a su aparente oposición, ambos conceptos de ideología se pueden percibir, procesalmente, como lo mismo. Lo ideológico se va constituyendo como sustrato racional para interpretar la realidad social, y a su vez se va consolidando, para caer, insensiblemente en lo que Carlos Vaz Ferreira calificaba “pensar por sistemas”, y de ese modo se accede a un segundo momento, en el cual la realidad va siendo adaptada, incluida en los análisis ideológicos, que de ese modo van constituyéndose cada vez más como previos, parti-pris, respecto de la realidad que se procura entender y modificar.

W. E. H. Lecky resumió magistralmente, en 1876, esta idea: “[…] siempre que es creída y practicada la doctrina de la salvación exclusiva, se formarán en torno de ella hábitos mentales diametralmente opuestos al espíritu de investigación y absolutamente incompatibles con el progreso humano. La indiferencia a la verdad, un espíritu de credulidad ciega y al mismo tiempo voluntariosa, recibirá estímulos que multiplicarán las ficciones de toda clase, asociará a la investigación las ideas de peligro y pecado, hará que los hombres reputen por cosa impía la imparcialidad de juicio y el estudio que son el alma misma de la verdad, y castrará así sus facultades hasta producir un embotamiento general en todos los individuos.” (cit. p. Eric Roll, p. 273). Procuraremos ver cómo se ha aplicado esta malformación a los sistemas de pensamiento dominantes en el siglo XX.

Génesis económica del capitalismo, génesis política del socialismo

Que lo ideológico era atributo exclusivo del campo socialista, y que en la década del 30 lo compartía con la otra gran alternativa política del momento, el nazifascismo, lo suponía el mismísimo Hitler: “[…] en esta guerra se están enfrentando entre sí la burguesía y los estados revolucionarios. Nos ha resultado fácil derribar a los estados burgueses porque eran completamente inferiores a nosotros en su preparación y en su actitud. Los países con ideología son superiores a los estados burgueses [… en el este] nos enfrentamos con un adversario al que también alienta una ideología, aunque sea equivocada” (del Diario de Goebbels, año 1943, p. 355, de su edición de Nueva York, 1948, cit. p. Hannah Arendt, p. 426).

Hay una explicación histórica, empero, para que el campo socialista se haya sentido protagonista de la lucha ideológica y titular de “la ideología científica por excelencia”. El ascenso burgués tiene, históricamente, una contextura muy distinta, opuesta, a la del “ascenso socialista”. El ascenso burgués se hizo antes de su ideologización, se trató de un desarrollo o una “maduración objetiva”, para decirlo en términos caros al marxismo.(1) El advenimiento, en cambio, del “primer país socialista” fue precedido por su anuncio a todo lo largo del siglo XIX (que dicho advenimiento haya tenido lugar en un país de los que menos se ajustaba a la “profecía” socialista es otra cuestión).

Pero esa diferencia constitucional, de origen, entre los dos sistemas que parecieron disputarse todo el siglo XX, y que terminara a comienzos de su última década con el knock out técnico de uno de sus contendientes, dista mucho de legitimar las caracterizaciones que hemos calificado como oficiales.

¡Con qué afanes, los ideólogos del campo socialista han procurado atribuir el denostado idealismo al mundo burgués, reclamando para sí el materialismo! El Diccionario Filosófico de Iudin y Rosenthal, vaca sagrada de la teoría marxosoviética reza en su entrada “Behaviorismo”, lúcidamente ubicado como nervio motor de la ideología norteamericana dominante: “[…] sustituyeron las bases materialistas pavlovianas por el operacionalismo y el positivismo lógico [… y mantiene]” Por su parte, V. Afanasiev en su intemporal manual de escolástica marxosoviética, Fundamentos de filosofía, comienza con esta frasecilla: “La filosofía marxista, como cualquier otra ciencia, tiene su objeto de estudio.” (p. 5) Ya tenemos la ciencia de nuestro lado. Ahora, el error o el horror, a la vereda de enfrente: “El problema fundamental de la filosofía. Contrariedad [sic: indudablemente una mala traducción de contradicción] del materialismo y el idealismo. […] El materialismo moderno es una concepción del mundo verdaderamente científica. Al ofrecer un cuadro verdadero del mundo, presentándolo tal y como es en realidad,(2) el materialismo es un fiel aliado de la ciencia […]. El materialismo es un enemigo inconciliable de la religión: en el mundo donde no existe sino materia en movimiento no queda lugar para Dios.” (p. 7)

Afanasiev, así como el marxismo en general, llega a atisbar el fondo materialista del universo burgués, pero se ve obligado a borrar ese rasgo ante la necesidad de su apropiación exclusiva: “En el período de establecimiento del capitalismo sirvió como arma ideológica a la burguesía en sus batallas contra los feudales y la Iglesia. En nuestros días, el materialismo es un poderoso medio de lucha de la parte progresista de la sociedad contra las fuerzas de la reacción […]” (p. 8).

Veamos “el otro lado”: la realidad de los EE.UU. revela una poderosa religiosidad. Noam Chomsky anota que es el único país en el mundo donde una fuerte industrialización no ha aparejado una merma de religiosidad (La quinta…, p. 365), por el contrario existe una verdadera exaltación de la actividad religiosa. Creemos que esta realidad se ajusta como el guante a la mano a la explicación que el historiador George Sabine da para el florecimiento estoico durante la pax romana: “Ninguna concepción política estaba tan bien cualificada como la doctrina estoica del estado universal para introducir un cierto idealismo en el negocio, demasiado sórdido, de la conquista romana.” (p. 137)

Confrontemos la versión soviética antes reseñada con las del behaviorista, conductista, Burrhus F. Skinner, tal vez el ideólogo más representativo del sistema de dominación que tiene como eje la civilización estadounidense: “Lo que necesitamos es una tecnología de la conducta. Podríamos solucionar nuestros problemas con la rapidez suficiente si pudiéramos ajustar, por ejemplo, el crecimiento de la población mundial con la misma exactitud con que determinamos el curso de una aeronave; o si pudiéramos mejorar la agricultura y la industria con el mismo grado de seguridad con que aceleramos partículas de alta energía […]” (p. 3). Aquí tenemos una deliberada identificación de las ciencias exactas o “duras” con las llamadas ciencias sociales. Pero no en el sentido de una flexibilización epistemológica, sino de todo lo contrario: la sociedad comparable a una ecuación, a un movimiento celeste.

Skinner insiste en su pretensión de omnicontrol: “El problema no estriba en liberar al hombre de todo control sino de ciertas clases de control. Y este problema sólo puede ser resuelto si nuestro análisis tiene en cuenta todo tipo de consecuencias” (p. 40).

Pero es tal su altanería intelectual que jamás colocaría sus lucubraciones sobre el control de los acontecimientos y de las personas dentro de ningún esquema ideológico. Lo suyo es ciencia pura. Valga un par de ejemplos tomados, casi al azar, entre epígonos. Representantes de sociedades y asociaciones conductistas del país, SUATEC, ALAMOC, sostienen: “No es posible relacionar con régimen de gobierno alguno, o posición política, una ciencia y su filosofía.” (Brecha, Montevideo, 20/8/95). Una frase digna de Afanasiev. Y la sociedad conductista uruguaya, SUAMOC, a través de varios de sus integrantes sostiene: “Por ser una disciplina científica, la psicología conductista no tiene relación con postura ideológica alguna […]” (ibidem).

Pese a semejante apodicticidad, que debería enmudecer las réplicas, el docente Rolando Ojeda, ajustándose a la tesis de Skinner, precisamente, una crítica: “Promover la formación de caracteres dóciles y sumisos. Eso está implícito en el conductismo que considera primordial predecir y controlar conductas. Esa es su base ideológica.” (Brecha, 24/5/91).

Es muy ilustrativo ver el método conductista en acción, pues revela las formas de homogeneizar y licuar los datos de la realidad. Elizabeth Koppitz, otra connotada docente de la misma escuela, enrolada en ese esfuerzo de “conocerlo todo” no tiene mejor que establecer tablas de maduración etaria, según las cuales un chico débil mental de, por ejemplo, once años se equipara con uno normal de cuatro. Por cierto, sus investigaciones le deben haber permitido establecer correspondencias de motricidad y alcances pictóricos entre esas dos situaciones. Pero el hecho definitivo, irreductible, es que un niño con retraso mental de once años no es (como) un niño de cuatro años con desarrollo normal.

Para rematar el carácter ideológico de la interpretación conductista, tan atada al control del estímulo y la respuesta, vale esta observación de Jean-Michel Vappereau: “A diferencia del psicoanálisis, las técnicas surgidas del conductismo descuidan esa dimensión, que es la del deseo, esa inconsistencia, y pretenden ir derecho a la solución, como si hubiera un camino directo.” (Página 12, Buenos Aires, 19/9/96)

Juegos de espejos

Resulta curioso, y penoso, advertir que el ser humano es a menudo mucho más simple de lo que imagina. Miles de intelectuales sostuvieron durante décadas el carácter socialista de la formación engendrada en Rusia a partir de 1917, y gastaron ríos de tinta y de saliva cumpliendo con el mecanismo de la profecía autocumplida,“revelando” su superioridad respecto del capitalismo (también hablaron o escribieron sobre sus desventajas o perjuicios, pero, en general poco, y más bien mantenido como secreto de alcoba de la nueva iglesia). Todos los reparos y observaciones que lúcidos y osados como Jan Majaiski, Bruno Rizzi, Anton Ciliga, expusieron para patentar el abismo que separaba esa realidad de los anuncios, la teoría y la imaginería socialista precedentes, fueron arrumbados a un lado.

Del mismo modo, otros miles y miles de excelentes (3) burgueses o de sus voceros intelectuales, han estado convencidos y han procurado convencer al resto de la humanidad, de que el capitalismo era un sistema objetivo, real, sin connotación ideológica. Las agorerías sobre “la muerte de las ideologías” ha sido una cantinela recurrente de los especímenes más representativos de la ideología dominante. Y cuando estos ideólogos —Daniel Bell en los ‘50, Francis Fukuyama en los ‘90 bajo la forma del “fin de la historia”— han anunciado semejante muerte, por cierto han dado por descontado que las estructuras mentales en donde ellos se movían carecían de ideología, eran objetividad pura.

Esa negación de lo ideológico por parte del sistema de dominación con epicentro en el Atlántico Norte, ha significado un escamoteo mucho mayor y mayor dificultad para su tratamiento, su reconocimiento. Cada sistema ha enmascarado sus realidades con modalidades distintas. La ideología socialista era y es directa, expresamente ideológica. Analiza y critica lo político, lo asumido como tal. La ideología y la acción ideológica del sistema dominante en los EE.UU. y Occidente en general, es indirecta, se transmite a través de las actividades generales de la sociedad y no se ve siquiera necesitada de invocar su carácter de representación (y de inevitable falsificación) de la realidad. Para sentirse re-presentada, el sistema de poder dominante en los EE.UU. tiene el pensamiento pío.

Los comunistas se identificaban separándose del resto de los humanos, a quienes, proselitismo mediante, se procuraba ganar, persuadir, convertir. Semejante situación engendra todo un perfil, en donde las figuras del converso, del militante, del esclarecido, de la vanguardia, eran fundamentales.

El modelo madeinUSA hace exactamente lo contrario: se presenta como algo común o propio para todos. Esa universalidad proclamada contrabandea un sistema de valores y de materialidades que únicamente se puede realizar si está restringido, es decir, invoca una universalidad irrealizable. La condición para que la población de los EE.UU. y la del Primer Mundo en general (o, como se dice en la actualidad, sus tercios integrados) disponga del nivel de vida que goza, es precisamente que buena parte de la humanidad carezca de él. Lo interesante es que la imagen que recibimos es la invertida: en los EE.UU. se vive como si todos pudiéramos hacerlo, y tuviéramos que. Y la fuerza ideológica del mensaje es tal, que cada vez más son los que quieren hacer y vivir como en los EE.UU.

Occidente, ha ido afinando sus mediaciones y conciencias, su idealismo ético (4) y su conciencia de sí al mismo tiempo que ha incrementado la miseria cultural y material de los pueblos y sociedades periféricos o ajenos a su universo, no ya mediante el despojo característico de las primeras etapas de europeización del mundo, sino mediante la heteronomía creciente. Ese desarrollo impulsado desde los centros de poder de Occidente, ha sido crudamente material.

La ideología en los EE.UU. se cuela, por así decirlo, en el modo de vida. En el modo cotidiano de vida. Cuando la propaganda de una bebida sin alcohol proclama que “es un modo de vivir”, dice precisamente una verdad (más allá de la falsedad del mensaje o de su inanidad lógica). Dice la verdad en el sentido que el modo de vida dominante se dirige a una juventud (cada vez más toda la humanidad) que no necesita pensar políticamente. ¿Por qué semejante apoliticidad de ese puro “vivir”? Porque ya está todo pensado (políticamente). Porque hay quienes se dedican a eso. Y porque no tiene sentido cuestionarlo.

Lo que caracteriza al sistema ideológico norteamericano es que, a diferencia del que otrora encarnara la URSS y en general, el socialismo, se trata de un sistema tácito, nutrido por una ideología no asumida como tal. Esa es una de las causas de su vigor.

El sistema de ideas dominante en Occidente, con centro irradiador principal desde los EE.UU., ha revelado su potencia como conformador de las representaciones colectivas, de una manera mucho más radical y amplia que la penetración ideológica socialista o soviética en cualquier momento de la historia. Esta última siempre se limitó a la esfera racional, política y en cambio, la primera, se nos ha ido filtrando por toda nuestra existencia cotidiana. Y ni siquiera se ha presentado como modelo ideológico.

No han sido textos de dialéctica ni prácticas colectivistas ni ha exigido conversiones más o menos apasionadas, más o menos lúcidas. Ha sido el automóvil, (5) el pelo rubio, la coca-cola, el western, el rock, la comida-basura, el inglés, el confort, Walt Disney, time is money.

Se ha presentado “apenas” como LA realidad. El satisfecho materialismo cientificista de su intelectualidad técnica los lleva a pensar que las representaciones del mundo imperantes dentro del sistema vigente no reflejan sino la realidad, sin mediación ni velos, sin atender coartadas políticas, sin valerse de una visión política de la realidad y el mundo; como si no defendieran una estructura de poder (ella sí, totalmente contingente, parcial, interesada).

Pero es una realidad muy bien fabricada, “productora de consenso” como lo califican N. Chomsky y E. Herman en The Political…. El cine es paradigmático. El Código Hays de producción cinematográfica hollywoodense, de 1934 —tan paralelo a las disposiciones del Proletkult soviético contemporáneo—, que fijaba el tenor de cada escena, el margen de personaje en cama autorizado, la duración de los besos, la necesidad del final feliz, da la pauta del cuidado que pusieron los titulares del poder norteamericano en pautar su industria cinematográfica, es decir, en transmitir la ideología correcta a sus múltiples espectadores (que con el fin de la segunda guerra mundial y el apogeo del modelo american en todo el orbe hayan cambiado sustancialmente las técnicas de transmisión cinematográfica no desmiente lo precedente; únicamente que los titulares del poder en los EE.UU. descubrieron que se podían controlar las representaciones públicas de muy otra manera; el control restrictivo y taxativo, parecido al del viejo sistema de dominación monacal, irá cediendo lugar a otra modalidad de control, a través de la paralizante plétora comunicacional junto con los dictámenes económicos, ésos sí “únicos”).

Son archiconocidas las inflexiones políticas a las que se vio sometido Eisenstein a lo largo de su labor como cineasta. De ‘la estética innovadora de Potemkin a la construcción mítica y legendaria de Nevski o Iván en los cuales el relato se torna hierático’ (B. C. Crisorio, Ciclos, p. 178). Hablamos con facilidad de la carga ideológica del cine soviético, algo indudable, pero ¿qué ha pasado con la producción fílmica norteamericana? Hollywood ha sido la máquina ideológica de producción cinematográfica, propagandística y cultural más formidable que conoció el siglo XX. La máquina de sueños norteamericana no nombra lo innombrable. Se presenta como una producción “natural” y apolítica, hija del mercado, de las cabezas pensantes, del azar de las cuentas corrientes de los productores.

No deja de ser paradójico. Los titulares del agit-prop soviético no podían presentar una película sin que los exégetas descubrieran mensajes ocultos: la bolchevización era una constante contra la cual se erigían todos los refractarios de lo foráneo. Y sin embargo, aparecen películas norteamericanas con mensajes ideológicos clarísimos, como La guerra de las galaxias, El día de la independencia o Viva América y el aspecto ideológico de esas construcciones pasa inadvertido en la generalidad de los discursos. Nadie considera tales películas como de propaganda, cuando manifiestamente lo son.

Es interesante además diferenciar dos pasos básicos de la labor ideológica en el cine: al primer momento de ‘fabricación de sueños’ sobreviene un segundo momento, el de la distribución. Las empresas estadounidenses son las dueñas virtuales de todos los mercados locales significativos en el mundo occidental (al menos), con el resultado que las demás cinematografías entran a dichos mercados de modo residual, con un goteo más bien miserable. Sólo así se entiende que al Río de la Plata llegue una película de Chabrol cada quince años o que no podamos acceder a todas las películas de Goretta o de Loach, por nombrar apenas algunos ejemplos. ¿Por qué no conocemos cine turco o noruego o de la India (que lo hay y muy bueno)?

Si la fabricación de cine revela una actividad ideológica fuerte, ¿qué decir del control deliberado de la distribución asfixiante de las películas ajenas, no ya dentro de fronteras sino por encima de ellas? (6)

¿Por qué una ideología que no se reconoce como tal es más peligrosa, más insidiosa? Porque la ideología tiene de por sí, por su calidad de discurso pretendida y sentidamente coherente, una capacidad autopersuasiva prácticamente ilimitada. Armado de ideología el individuo, el grupo, la iglesia, el estado, puede llegar a cometer los actos más aberrantes sin problemas éticos, sin que les “duela la conciencia”. Una ideología expresa está siempre más expuesta a su desmontaje, a la crítica que la inhabilite total o parcialmente; una ideología que no se expresa como tal tiene más bloqueada la senda de la crítica, sus caminos de acceso se hacen más dificultosos (en las mentes de sus adherentes).

Nos dice el ensayista norteamericano John Nef: “La filosofía moral exalta el lugar que ocupa el intelecto en los asuntos humanos, en una época en que los norteamericanos han negado que la mente tenga un papel que desempeñar en una existencia civilizada, independiente del interés privado o del experimento y la observación científica.” (p. 257). En la medida en que la sociedad norteamericana le niega a la razón cualquier papel relevante —más allá de la racionalidad tecnológica y a lo sumo tecnocientífica que implique el desarrollo material, y de una racionalidad mercantil digna del rey Midas— y le otorga únicamente ese papel instrumental, podemos definir a la cultura norteamericana como una cultura sin valores éticos o trascendentes en el sentido de comunes a los hombres de distintas coyunturas históricas o de distintas sociedades. Una cultura con valores atentos a la utilidad, no a la verdad. La razón, con un papel meramente vasallo.

Esta descripción tiene una coda, similar a los diversos momentos que viéramos con el producto cinematográfico: todo dista de ser tan natural; los EE.UU. tienen la mayor red policial y militar del mundo entero, la mayor red mundial de centros de tortura fue norteamericana en los ‘70, como nítidamente la relevaron Chomsky y Hermann (op. cit.).

Para apreciar los aspectos policiacos del control del consenso baste la siguiente referencia: “El gobierno se dedica a infiltrarse subrepticiamente en las iglesias y en las sesiones de culto, utilizando informadores y agentes secretos para que graben cintas de conversaciones o de oficios religiosos, […] una práctica habitual en las sociedad totalitarias que los ‘conservadores’ han adoptado como modelo.” (Daniel Yankelovich, Issues in Science and Technology, 1984, cit. p. Chomsky, La quinta…, p. 365). Algo que el conocimiento “vulgar” sabía atribuir, sin esfuerzo y con razón, al universo soviético, pero que hay que aplicar, con mayor énfasis, al “sueño americano”.

Neoliberalismo: una vieja ofensiva ideológica con fuerza renovada

La década del 90, con la proclama del fin de la historia, y de la muerte de las ideologías, ha sido en rigor, teatro de una ofensiva ideológica sin precedentes, sobre todo por la falta de oposición.

Uno de los rasgos que otorgan peligrosidad a los contenidos ideológicos es el de su unicidad. Su carácter de verdad exclusiva y salvadora (Lecky, ut supra). Ese fue un rasgo constante del socialismo diz que científico: todos recordamos la suficiencia con que “la ideología del proletariado” apostrofaba sobre etapas históricas necesarias, sobre procesos de transición (a ningún teórico, empero, se le ocurrió la transición históricamente verificada hace pocos años del socialismo al capitalismo; claramente en el esquema entonces vigente en las cabezas de los ideólogos socialistas, esta realidad no cabía). El auge del liberalismo y la democracia liberal en los ‘90, indudablemente ligado al crash soviético, se ha presentado a su vez como único, sin alternativa, unidireccional.

En rigor, este neoliberalismo revitalizado no es sino un neoconservadurismo porque liga las tesis más caras del liberalismo —el estado mínimo, la sospecha hacia “lo social”, las consiguientes privatizaciones— con la cuarentena de lo público y el despotismo de lo privado, que por operar sin mediar ningún tipo de transformación social, constituye la mera confirmación del dominio de las viejas capas dominantes.

La tópica utopía no era sólo socialista

Cualquier persona atenta al acontecer histórico es consciente de la densidad política con que fue gestada la URSS. Allí, en su formación y en su mantenimiento, hubo una indisimulable cuota de voluntad. “El primer estado socialista” del mundo fue “un hijo encargado”. Tiene todas las virtudes que para el pensamiento revolucionario, conlleva semejante origen, buscado, elaborado, expresamente gestado. Para otros podría tener los vicios de toda obra programada, faltante de ese ir constituyéndose desde la necesidad de la gente y la sociedad, carente del rasgo de naturalidad con que se constituyeron tantos países antiguos y modernos.

La reflexión política que ha sabido captar los rasgos frankensteinianos del experimento soviético no ha reparado, sin embargo, en el origen, curiosamente simétrico, de los EE.UU., también como experimento, también como origen buscado, como acto de voluntad política (y religiosa) de grupos humanos que se sintieron llamados a realizar un destino exclusivo en la Tierra, un mandato divino.

“Los filántropos como William Jay, en los EE.UU. y Joseph Sturge, en Inglaterra, corroboraban la creencia muy extendida de que los ingleses y los norteamericanos tenían el deber especial de velar por el mejoramiento de los hombres.” (F. Thistlethwaite, El gran experimento, p. 106). Ese afán de “mejoramiento de los hombres” parece muy pronto circunscribirse: “[…] al fijar nuestros límites debemos tener en cuenta el porvenir inmenso y glorioso que nos impone el Destino Manifiesto de la raza anglosajona. Brindo por los EE.UU. limitando al norte por el Polo Norte, al sur por el Polo Sur, al este por el sol naciente y al oeste por el sol poniente.” (brindis de Jonh Fiske entre “notables de la Unión”, Ideas políticas americanas, Buenos Aires, Peuser, 1902, cit. p. Rafael San Martín, Biografía del Tío Sam, p. 413). Como se desprende de las citas, se restringe el mejoramiento a algunos humanos; lo que no parece restringirse es su intención apropiadora. Para completar la idea que los “buenos norteamericanos” tienen de sí, no hay como acompañarla de la idea que de ellos tienen los “latinoamericanos buenos”: “La invariable e inalterable política de mi gobierno será siempre favorable a la actitud civilizadora de los EE.UU. respecto de los países americanos, cuya libertad defienden y cuyo progreso protegen sin motivos ulteriores o egoístas. Creo que las intervenciones no constituyen un peligro para América sino una ayuda para las naciones débiles.” Así rubricaba su “límpido” pensamiento Augusto Leguía, dictador peruano de la década del ‘20 (La Nación, 9/3/1928, cit. p. G. Selser, Sandino, p. 185).

La “dictadura del proletariado” ha sido a los rusos lo que “el destino manifiesto” ha sido a los norteamericanos. La “construcción del socialismo” en la URSS tiene su correspondiente en el ilustrativo título de Lawrence Friedman sobre el origen de los EE.UU: Inventors of the Promised Land [Inventores de la Tierra Prometida].(7)

La carga ideológica en la construcción de los EE.UU. ha sido extraordinaria. Y extraordinaria y omnipresente como ha sido, todavía más extraordinario ha sido la poca relevancia que semejante configuración ideológica ha merecido. Cuando impregna tan profundamente el comportamiento individual de la población de ese país, (8) y el comportamiento público como estado (y como imperio), esta omisión parece doblemente significativa.

Allan Bloom en la Introducción de The closing of American mind nos presenta a los EE.UU. “como un experimento totalmente nuevo en política [..]”. No hay de qué extrañarse. Los peregrinos del Mayflower abandonaban la impía Inglaterra para cumplir más cabalmente con la Biblia en la Tierra. Bien es cierto que empezaron nutriéndose de los alimentos que los americanos nativos les ofrecieron, enseñándoles a los recién llegados incluso a sembrar el maíz que ellos tenían como alimento principal (contra el clisé imperialista y eurocentrado según el cual los cultivos fueron algo que los europeos otorgaron a los americanos); cierto es asimismo que muy poco después, les arrebatarían sus tierras a los indios mediante el cómodo y radical recurso de incendiar sus campos, y sus aldeas con las mujeres y los niños adentro (Noam Chomsky, Man kan inte…, p. 703). Pero eso es de escasa importancia, nos diría Tikkanen. Los ingleses trasplantados compartían con otros europeos, españoles y portugueses, la seguridad de su propia excelencia respecto de esos otros hombres de segunda que tuvieron a bien hacer desaparecer de la vista —no muy misericordiosa, parece— del Creador.

Con la conciencia limpia en su proceder de fundadores de una nación única, llevaron adelante ese experimento tan especial.

“Los EE.UU. no eran simplemente otro estado nacional sino un experimento nuevo de gobierno […] hasta cierto punto los ciudadanos norteamericanos eran ciudadanos del mundo.” (Thistlewaite, p. 90). Confirmando la especial construcción de esta utopía piadosa, el mismo autor agrega: “Los barcos […] llevaban a los EE.UU. a viajeros […que] deseaban satisfacer su curiosidad acerca del experimento norteamericano.” (A ese título Alexis de Tocqueville nos dejará su inolvidable La démocratie en Amérique.). Conocemos las consecuencias del brindis de don Fiske.

Semejanzas y diferencias: el mesianismo

John Pittman, miembro del buró político del partido comunista norteamericano tuvo alguna vez la desfachatez de iniciar su artículo “Orígenes del mesianismo norteamericano”: “El mesianismo es un rasgo tradicional de la ideología de los círculos gobernantes de EE.UU. Es la fe en la misión histórica de Norteamérica y en la absoluta legitimidad de las aspiraciones expansionistas de estos círculos.” (p. 23). La cita no tiene desperdicio y es correcta punto por punto. Lo extraordinario es que seguiría siendo igualmente correcta si sustituyéramos el nombre de “Norteamérica” por el de “Unión Soviética”. Con el condimento justo de que hasta la misma expresión “misión histórica” permanecería inalterada, acorde con el marxismo, a su pesar teleológico.

Sin embargo, justo es destacar que el carácter del mesianismo es radicalmente diverso. El mesianismo proletario, aun pasado por las horcas caudinas de “la dictadura del proletariado”, es indudablemente universalista; el mesianismo norteamericano es expresamente limitacionista, noreuropeísta y francamente racista. Y la configuración primigenia dista de ser irrelevante. Cabe recordar, siguiendo la ley de Murphy, que cuando las cosas empiezan bien, terminan mal, ni pensar cómo terminan cuando empiezan mal.

Es que la teoría a la que una práctica política se debe, opera de algún modo sobre ésta. Y la coherencia interna, o la ausencia de ella, en un mensaje ideológico tiene su peso; no se reclama con el mismo valor político contra un despojo ejercido ilegítimamente que contra un despojo que “cumple” con los preceptos teóricos de sus perpetradores. La situación es políticamente distinta, tanto para las víctimas como para los victimarios del acto.

Semejanzas y diferencias: el imperialismo

La promesa del socialismo para todo el planeta galvanizaba a los propietarios de los medios de producción, de difusión, de control ideológico occidental y, en verdad a muchos trabajadores e intelectuales que adquirían conciencia cabal de los aspectos pesadillescos de un mundo totalmente regido desde centros únicos e investidos del poder absoluto que otorgaba “el conocimiento científico de las leyes de la sociedad y el progreso”. Los cuadros políticos (y a veces militares) del campo socialista difundían a los cuatro vientos las bondades de la inminente e inevitable dictadura proletaria. No es una casualidad que semejante ansia de universalidad, semejante arrogancia y todas sus consecuencias prácticas, hayan sido tantas veces tipificada como imperialismo, aunque sus voceros la denominasen “internacionalismo proletario”. Ya hemos visto los magros resultados de esta profecía; el historiador francés François Furet, recientemente fallecido, definía al comunismo como “una catástrofe inútil” (Página 12, 15/7/97). Desde los EE.UU. también se ha procurado negar lo imperial.

No es novedoso. La Italia fascista en 1935 justificó su invasión a Etiopía sosteniendo que iba a destruir “el último bastión de la esclavitud” (Baravelli titula así su obra). Y cuando el Japón expansionista de las décadas del ‘30 y ‘40 instala su red de expoliación sobre las naciones del sudeste asiático lo hace bajo el nombre de “Esfera de Co-propiedad de la Gran Asia Oriental” (Hobsbawm, p. 48). Del mismo modo, la AID, Programa de Ayuda de EE.UU., podría llevar a creer que se trata de ayudar a los países donde actúa, cuando en realidad, se trata de un organismo de “autoayuda” norteamericano (gestiona “préstamos atados”, otorga “facilidades” para que las mercaderías norteamericanas ingresen a un mercado ajeno, etcétera). La USAID podría ser leída más literalmente, Agencia Internacional de Desarrollo de los EE.UU. (como vemos, no hace falta que se lo lea en el Pravda). El expansionismo imperial american ha inhibido en su propio discurso toda idea imperialista, e incluso durante largos períodos ha pregonado hasta una política de aislamiento.(9)

El ciudadano de los EE.UU. se siente a sí mismo como un cultor más de un excelente modo de vida. Si van a Vietnam es porque “los amigos” allí, reclaman su ayuda para “defender la libertad”. Ese es el “pensamiento espontáneo” del norteamericano promedio. El sistema de desinformación dominante no permitirá que se afecte tamaña buena conciencia. La Guerra del Golfo Pérsico la verán —la veremos gracias a la americanization— como un entretenimiento en la pantalla, y sin imágenes, valga la paradoja (la Guerra de Vietnam dejó la enseñanza de los inconvenientes de las imágenes crudas para manipular con tranquilidad el consentimiento; dándole prioridad a los intereses del poder sobre la libertad de información, la de Irak se presentó de otra manera, es decir, no se informó de la realidad de los acontecimientos).

Y los marines proseguirán sus entrenamientos con ideológicamente cuidadas canciones en que prometen a las dictaduras que pululan en la Tierra su visita justiciera (Academia de Maryland para supermanes).

Sin embargo, el discurso latente existe y no permite malos entendidos: “Poseemos cerca del 50% de la riqueza mundial pero sólo el 6,3% de su población. En esta situación, no podemos evitar ser objeto de envidias y resentimientos. Nuestra tarea principal en el próximo período consiste en diseñar un sistema de relaciones que nos permita mantener esta disposición de disparidad sin ningún detrimento positivo de nuestra seguridad nacional. Para hacer eso tenemos que prescindir de todo sentimentalismo […] no debemos engañarnos a nosotros mismos pensando que hoy en día nos podemos permitir el lujo del altruismo […] hemos de dejar de hablar de objetivos vagos e irreales para el Lejano Oriente tales como los derechos humanos, el aumento del nivel de vida y la democratización.” George Kennan, jefe de planificación del Depto. de Estado, 1948 (cit. p. Chomsky, La quinta…, p. 80). Y hablando de América Latina, el mismo consejero sostiene que una de las mayores preocupaciones de la política exterior debe ser “la protección de nuestras materias primas” [¡sic!], los recursos materiales y humanos que “nos pertenecen” y remata, combatiendo ‘la peligrosa herejía’ dice Chomsky, de “la amplia aceptación de la idea [en América Latina] según la cual el gobierno tiene una responsabilidad directa en el bienestar del pueblo.” (id., p. 83). Esta preocupación, medio siglo después, el señor Kennan se la puede sacar de encima. Los gobiernos ya han abdicado totalmente de semejante locura.(10)

Lavado de cerebro, lavados de cerebros

En muchas cuestiones, a lo largo del siglo corto hemos aprendido a percibir los horrores de la configuración soviética sin advertir sus equivalentes, a veces peores, en la meca de la democracia.

La actitud básica de quien procuraba ser lúcido y no estaba enrolado, ha sido a menudo atribuir los daños del imperialismo económico a los EE.UU. y al colonialismo europeo, con razón, y atribuir los vicios ideológicos al que fuera el emergente campo socialista. La expoliación de materia prima, a las transnacionales; las privaciones y miserias del discurso único, a la URSS.

Si hablamos de lavado de cerebro, aparte del nítido ejercicio de las sectas religiosas de todo tipo, pensamos en la falta de libertades públicas, típicas del modelo soviético, con una prensa única (el estalinismo nos quería hacer creer que “la libertad de expresión” se salvaguardaba con las dimensiones de los tirajes). ¿Qué mejor ejemplo de ideología opresiva que la que remite a los psiquiátricos a los disidentes? Es la posición de Cornelius Castoriadis en Devant la guerre: el imperialismo joven y temible, la URSS; el imperialismo gastado, obsoleto, los EE.UU.

Y sin embargo, los EE.UU. ostentan sin duda, el dudoso privilegio de tener el sistema de lavado de cerebros más fuerte que se conoce. Y que se ha conocido a todo lo largo del siglo corto. Programadores de comportamiento animal y humano, moldeadores de conducta, administradores del talante, construcción de nuevas personalidades, producción de gente más vivaz o más chata, control de los pasos dados por la gente, formación de superconsumistas, superatletas o superasalariados, bebes en probeta encargados de acuerdo con “los deseos” de los progenitores, úteros alquilados, modificación de estructuras genéticas de los fetos, control de calidad de seres humanos, producción de individuos de capacidad “superior”, reajustes cronobiológicos, desarrollo de una formidable y omnipresente ingeniería humana (de la cual los trasplantes son un único capítulo, el más ventilado, tal vez por su parentesco con la sangre, que siempre es noticia), formación de humanos más vigorosos (cuando hay cada vez indicios más significativos sobre pérdida de vigor, por ejemplo espermático), moldeo ad infinitum del hombre considerado plástico, es apenas un resumen incompleto de la agenda de temas que trata Vance Packard en Los moldeadores de hombres.

Y esta reseña dista de ser antojadiza: Robert Hutchins en su fermentaria La Universidad de Utopía nos dice: “En los EE.UU. existe una tremenda presión hacia el conformismo.” Y el especialista Edward Bernays, prócer de los EE.UU. por haber ideado la disciplina de las “relaciones públicas” lo declara abiertamente: “La manipulación consciente e inteligente de los hábitos organizados y de las opiniones de las masas son un elemento importante en una sociedad democrática… las minorías inteligentes son las que necesitan utilizar la propaganda continua y sistemáticamente. El progreso y el desarrollo de los EE.UU. radica en la realización de un proselitismo activo en el que coinciden los intereses egoístas con los públicos.” (cit. p. Thomas McCann, An American Company, p. 45, a quien a su vez cita Chomsky en La quinta…, p. 370).

Como sostenía Alvin Achenbaum, “Hacer que la gente sienta o actúe de una manera determinada no es manipularla.” (cit. p. V. Packard, p. 125). Significativo neohabla. El sistema político imperante resulta todo menos casual, espontáneo.

En 1965 William Ebenstein, un analista norteamericano dedicado a examinar el totalitarismo en su libro homónimo nos dice: “El totalitarismo necesita una eficiente red de transporte (carreteras, líneas férreas y aviones). Aún más importante, tal vez, es que necesita comunicaciones eficaces (teléfonos, telégrafo, radio y últimamente televisión). Todo ello, junto a los más recientes métodos administrativos [la computación, entonces, comparativamente, en pañales] provee los medios para que […] un gobierno totalitario mantenga el control de las operaciones en todo nivel […]”. He suprimido ex profeso los pasajes en los cuales el autor adosaba obviamente a la URSS el cuadro descrito. A Ebenstein —un Pittman travestido— ni le pasa por las mientes que acaba de enumerar todos los elementos de que dispone el sistema de poder establecido en los EE.UU. Como en el caso anterior, no se trata de que su descripción sea falsa, sino sencillamente insensata, inconducente. Porque la cuestión aquí es preguntarse si el establecimiento de semejantes elementos no expresa o conduce a una red de control más bien totalitaria. ¿La televisión —su núcleo fundamental; un emisor único, una multitud multimillonaria de receptores—, un “adelanto técnico” desarrollado en los EE.UU., no en la URSS (como podríamos haber supuesto sobre la base de 1984), no ha sido acaso concebido dentro de un determinada estructura de poder, en donde “la necesidad de guiar a las masas” era un asunto primordial?

Cada vez que un discurso sobre la verdad se nos presenta como único, excluyente, que no da lugar a alternativas, debiera despertar nuestras más profundas sospechas. Cuando ese discurso además se constituye en el lugar común de un determinado momento histórico, su peligrosidad, su toxicidad adquiere características de metástasis.

notas:
1) Es muy ilustrativo al respecto el recorrido que el historiador Bernhard Groethuysen realiza en su análisis del ascenso burgués en los siglos XVII y XVIII, a través de los sermones que los párrocos de provincia hacían en Francia desde mediados del 1600 aproximadamente, alarmados por la presencia inesperada de un “hombre nuevo” en sus parroquias, que apostaba al trabajo como su actividad principal —no ya a la caza y a las armas como la vieja y conocida aristocracia, ni a los ruegos y a la vida ultraterrena, como los monjes y los creyentes fervientes en general—. Los párrocos advertían que se trataba de cristianos, pero tibios, que concurrían a los oficios casi por inercia o por obligación, y que centraban su vida en algo que hasta entonces sólo había sido una maldición que tenían que sobrellevar los pobres.
2) Cuando uno lee semejante monserga, no puede menos que recordar el modo en que la “verdad” soviética se constituía, y que, ya veremos, no difiere tanto de la verdad made in USA. Contaba el humor de la época que en una competencia de élite entre el mejor corredor ruso y el number one norteamericano, corrida en Moscú, el periódico Pravda, vocero del Partido Comunista de la URSS, cuyo título significa en ruso “verdad”, describía así el resultado de la competencia: “Nuestro representante ocupó un glorioso segundo puesto; el norteamericano a gatas llegó penúltimo.”
3) Excelentes en el sentido griego del término: que no necesita probar su virtud. Al estilo del filósofo finlandés Tikkanen, generalmente conocido como humorista, uno de cuyos aforismos reza: “Mi moral es tan, pero tan buena, que puedo hacer cualquier cosa sin que se dañe.”
4) La carga piadosa del modelo american siempre ha sido significativa, también off shore: la dictadura más sanguinaria de América, tomando en consideración la cantidad de muertos en relación con la población general, la de Guatemala en los recientes años ‘70 y ‘80, fue presidida por un pío miembro de una iglesia cristiana que tiene su cuartel general en los EE.UU.; asimismo, Fujimori ascendió al poder apoyándose en otra secta cristiana protestante.
5) Se habla de la “era del automóvil”, denominación precisa si las hay. El automóvil constituye una síntesis de la concepción ideológica en la cual se inscribe: un cierto protagonismo de la “gente como uno” (porque el automóvil fue pensado para minorías, para “inmensas minorías”, pero minorías al fin), una expansión de la autonomía individual —la sensación de dominio que otorga el volante—, una afirmación individualista y agresiva (reparemos que el auto ha tenido más parentesco con el tanque, acorazado, que con la bicicleta, despojada), un desprecio radical por las consecuencias ambientales devastadoras, algunas de las cuales se supieron desde muy temprano (década del ‘20), la atracción irresistible por la velocidad y, cada vez más, las consecuencias trágicas para los mismos usuarios (el automovilismo se ha constituido, en algunos países en diversos tramos etarios, en la principal causa de muerte).
6) No sólo capitales estadounidenses han ocupado muchísimos mercados cinematográficos locales luego de la destrucción de las viejas redes de distribución, desembarco que han hecho acompañando las exhibiciones con maíz acaramelado, coca-cola y sonrisas forzadas de los acomodadores, sino que es fundamental confrontar esta nueva invasión con lo que pasa dentro de EE.UU.: a los extranjeros les está vedado adquirir salas de cine. Un detalle más para desnudar el carácter político: durante 2 años desde EE.UU. se “brindò” al público ruso recién “liberado” películas gratis. Ahora el cine ruso está quebrado y las películas yanquis ya no son gratis…
7) Con ominosas referencias bíblicas.
8) Dicho esto, claro está, en general, y teniendo en cuenta que la generalidad, cuando hablamos de los habitantes de un país, rara vez excede de una minoría; cuando se alega, y con motivo, que los orientales tenemos una marcada conciencia del ridículo, no quiere decir que todos y cada uno de nosotros dependa de ese rasgo tan penoso, pero basta que, por ejemplo, un 10 o un 20 % lo tenga de modo fuerte y otro 10 o 20 % como modalidad débil, para que lo sintamos por doquier.
9) Un buen ejemplo de la falta de universalismo, de sus rasgos limitacionistas y en última instancia, del racismo del sistema político norteamericano es la política de aislamiento, vigente durante largos tramos de la primera mitad del s XX. Tan invocada como negada con la diplomacia cañonera. Para la mentalidad norteamericana dominante, esa política, sin embargo, conservó su coherencia: el aislamiento constituyó una política respecto de Europa, y de las potencias continentales con las que podía lidiar el poder norteamericano; las intervenciones a menudo violentas en que siguió incurriendo en ”el patio trasero” o en otras áreas del mundo, no violaban la política de aislamiento porque dichas intervenciones no pertenecían al orden de la política (de la “alta política”, la que se tramitaba entre caballeros) sino sencillamente al orden fáctico de las necesidades materiales (minerales, materias primas, mano de obra, etcétera).
10) “Las violaciones sistemáticas [a la libertad de información] después de la Segunda Guerra Mundial comenzaron el 24 de setiembre de 1951, cuando el presidente Truman ordenó a los departamentos y agencias federales que reservasen y retuviesen las noticias, tal como ya lo venían haciendo los departamentos de Estado y de Defensa, aplicando categorías de ‘reservado’, ‘muy secreto’, ‘secreto’, ‘confidencial’ y ‘restringido’. Bajo la presión de las organizaciones periodísticas, el presidente Eisenhower eliminó la categoría ‘restringido’, lo cual no tuvo mucho efecto ni sentido pues la de ‘reservado’ absorbía casi todo.” (Curtis McDougall, p. 61) [la anglificación de la lengua castellana que apenas expresa el avasallamiento cultural y político imperial ha llevado a popularizar la insensata expresión “clasificado” ─que en castellano significa otra cosa─ para traducir “classified” en lugar de nuestro “reservado”].

Referencias:
· Afanasiev, V., Fundamentos de filosofía, Moscú, Ediciones en Lenguas Extranjeras, s/f.
· Arendt, Hannah, Los orígenes del totalitarismo 3.Totalitarismo, Madrid, Alianza, 1982
· Baravelli, G. C., Le dernier rempart de l’esclavage, Roma, Società Editrice di “Novissima”, 1935.
· Bloom, Allan, The closing of American mind, s/d, 1987.
· Castoriadis, Cornelius, Devant la guerre, París, Fayard, 1981.
· Ciliga, Anton, El país del miedo y la gran mentira, s/d, 1934.
· Crisorio, Beatriz Carolina, “El problema de las nacionalidades en la ex-URSS”, Ciclos, n° 10, Buenos Aires, 1996.
· Chomsky, Noam, La quinta libertad, Barcelona, Crítica, 1988.
· Man kan inte mörda historien, Gotemburgo, Epsilon, 1995. [Hay traducción al castellano del libro de la cita, bajo los títulos Año 501: la conquista continúa. y El miedo a la democracia
· Edward Herman, The Political Economy of Human Rights, Boston, South End Press, 1979.
· Ebenstein, William, El totalitarismo, Buenos Aires, Paidós, 1965.
· Groethuysen, Bernhard, La formación de la conciencia burguesa en Francia durante el siglo XVIII, 1927.
· Hobsbawm, Eric, Historia del siglo XX, Barcelona, Crítica, 1996.
· Iudin, P. F. y M. M. Rosenthal, Diccionario Filosófico, Montevideo, E.P.U., 1965
· MacDougall, Curtis, Reportaje interpretativo, México, Diana, 1983.
· Majaiski, Jan Wacklav, Le socialisme des intellectuels, París, Éditions du Seuil, 1979.
· Nef, John, EE.UU. y la civilización, Buenos Aires, Paidós, 1971.
· Packard, Vance, Los moldeadores de hombres, Buenos Aires, Crea/Huemul, 1980.
· Pittman, John, “Orígenes del mesianismo norteamericano”, Revista Internacional, Moscú, 1986 n° 3.
· Rizzi, Bruno, Da ‘il collettivismo burocratico’, 1939.
· Roll, Eric, Historia de las doctrinas económicas, México, FCE, 1955.
· Sabine, George, Historia de la teoría política, Madrid, FCE, 1994.
· San Martín, Rafael, Biografía del Tío Sam, Buenos Aires, Argonauta, 1988.
· Selser, Gregorio, Sandino, general de hombres libres, Buenos Aires, Editorial Abril, 1984.
· Skinner, Burrhus F., Bortom frihet och värdighet, Estocolmo, Norstedts, 1971 (hay edición en castellano, Más allá de la libertad y la dignidad, Barcelona, Salvat, 1987, de donde provienen los números de página citados).
· Thistlethwaite, Frank, El gran experimento, México, Editorial Letras, 1959.
· Tikkanen, Dagens Nyheter, Estocolmo, 1983
· Vaz Ferreira, Carlos, Lógica viva, Montevideo, 1910.

Editado por primera vez, Cuadernos de Marcha, nº 130, Montevideo, agosto 1997.

fuente: https:revistafuturos.noblogs.org

Publicado en Poder mundializado, Sociedad e ideología

Israel, ¿modelo de democracia occidental?; la Torah, ¡libro de historia!

Publicada el 01/09/2018 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández –

A menudo resulta ilustrativo analizar a los críticos de ciertos actos políticos porque con sus  críticas no hacen sino legitimar un estado de cosas que evite ese aspecto criticado, legitimando todo el resto de la construcción ideológica de que se trate.

Este fenómeno se repite con extraordinaria frecuencia en la cuestión palestino-israelí: críticos de “el estado judío” recientemente proclamado por el gobierno de B. Netanyahu y su equipo de genocidas confesos[1] “bajan un cambio” en el apoyo pero para reafirmarse en posiciones anteriores, que de ese modo consideran inatacables.

Así, Claudio Fantini, un periodista de los principales medios rioplatenses[2] presenta una nota; “Una pulsión oscura en Israel”[3], con una coloratura crítica ya en el título, refiriéndose a la muy reciente declaración de Israel como “el estado judío”.

¿Qué plantea nuestro comentarista? “Israel fue moldeado en el modelo liberal-democrático del Estado de Derecho” Sic, sic, sic. Lo cual revela un formidable escamoteo histórico o una ignorancia supina. El estado sionista, el sionismo, jamás se entendió así, salvo como recurso de propaganda “occidental”. Se postuló vehículo para la liberación de los judíos y para establecer un estado  étnico. Partiendo de la base ─equivocada─ que los judíos eran un pueblo. Y aunque el sionismo eludió al principio una religiosidad vertebradora, aceptó sí la versión de los libros sagrados judíos como fuente documentaria, algo que ningún historiador se atrevería a hacer.

Por eso, su afirmación de que en Israel “todos los ciudadanos son iguales ante la ley y tienen las mismas libertades y garantías” deviene un chiste de pésimo gusto. Israel procedió en la primera mitad de 1948 a expulsar la mayor cantidad de palestinos de sus viviendas y aldeas con violencia, con violaciones, con asesinatos; así huyeron de su tierra una cantidad de palestinos estimada entre 700 mil y 800 mil, grosso modo la mitad de la población palestina.  Los que quedaron fueron colocados bajo leyes marciales y desde el primer momento de la fundación del estado israelí, toda la población judía pasó a revistar en su ejército y ningún palestino sobreviviente en ese territorio fue convocado a filas. Todo eso era meridianamente claro entonces. ¿De que igualdad de derechos y garantías nos habla Fantini?

Fantini teme que Netanyahu pueda “diluir esas vigorosas garantías de igualdad y seguridad”. Se puede escribir cualquier cosa; ni el papel ni el teclado lo desmiente. Pero Fantini habla de algo que nunca existió.

Por eso temer, como al final de su columna, que la nueva ley ─que lo que hace es estrangular todavía más a los no judíos en el Estado de Israel─ desvanezca “los valores seculares, igualitaristas y democráticos de la fundación” es una falsedad histórica que asombra en su descaro. Y por ignorar que el sionismo fue construyendo un estado dentro de la Palestina colonia, primero turca, luego británica, un estado racista,  alegando la judeidad como denominador religioso; un estado de los judíos, ahora consagrado.

Un solo ejemplo: cuando el sionismo funda una central sindical en Palestina, la Histadrut, no aceptaba asalariados no judíos; era la central sindical de los judíos. Y no era una central sindical al estilo democrático occidental sino al estilo corporativista, que promovían los fascistas, albergando en su seno a obreros y patronos.

El sesgo pro-israelí de la mayor parte de la prensa occidental es indudable. Sabemos porqué. Pero al menos deberían procurar garabatear con más solvencia.

[1]  Esto no es ninguna boutade; basta leer declaraciones de ministros como Ayelet Shaked,  Avigdor Lieberman o Naftali Bennet, que postulan la matanza lisa y llana de palestinos.

[2] El País, Montevideo, Noticias, Buenos Aires.

[3] El Paìs, Montevideo, 21 jul 2018.

Publicado en Medios de incomunicación de masas, Palestinos / israelíes

La jugada de Israel y EE.UU. con la embajada a Jerusalén

Publicada el 19/08/2018 - 10/09/2018 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández –

La Gran Marcha del Retorno de los palestinos que conmemoraba los 70 años de la Nakba, la operación de despojo y saqueo del movimiento sionista sobre el territorio palestino, 14 de mayo de 1948, que consistió en manifestaciones a lo largo de varios viernes hasta los lindes entre la Franja de Gaza y el Estado de Israel, agrupó a decenas de miles de pobladores palestinos, sobre todo los virtualmente sitiados y puestos bajo un régimen de escasas calorías, casi sin luz ni calefacción y sobreviviendo en un mar de viviendas destruidas. La marcha se hacía cada viernes sin armas ni piedras, a lo sumo banderas palestinas y carteles.

Ese collar de manifestaciones de los viernes de abril y mayo (empezó el 30 de marzo de 2018) recibió viernes a viernes la balacera de centenares de soldados israelíes, entre ellos un centenar de francotiradores que les permitió “cosechar” cientos de asesinados y miles de heridos.

Pero no sólo eso. EE.UU. decidió a impulsos de Trump la mudanza de su embajada a Jerusalén el 14 de mayo, precisamente. Para lo cual Trump y su equipo ha ignorado deliberada y olímpicamente el status de ciudad internacional que la ONU otorgara a Jerusalén, en 1948, para disminuir siquiera simbólicamente el despojo, basándose en el carácter de asiento de las tres religiones monoteístas más grandes del mundo, y que por lo tanto no quedara dentro del estado sionista ni del inexistente estado palestino.

Israel se adueña en 1967 de Jerusalén por las armas, y la ONU, como habitualmente,  calla.  Ahora, en 2018, EE.UU. respalda a Israel y lo ejemplifica con la mudanza de su embajada desde Tel-Aviv.

Poniendo sal en la herida.

Obviamente, en esta fecha la Gran Marcha del Retorno sufrió todavía más víctimas de las que estuvo sufriendo viernes a viernes.

Si bien la matanza de cientos de palestinos y las lesiones a veces graves de otros miles de seres humanos,[1]  no parecen necesitar, en el concierto internacional, de condena alguna, la violación de Jerusalén apropiado por Israel no ha sido tan bien recibida.

Israel ha invitado a los estados que tienen representación diplomática en Israel a mudar las embajadas y apenas uno, Guatemala, lo ha hecho y dos más, Honduras y Paraguay,  lo proyectan.

Esos estados tienen una muy significativa relación con Israel que les ha aportado armas, técnicos en represión y tortura y/o guardias de corps: Guatemala ha mudado de inmediato su embajada, cumpliendo con la exhortación. Fue “asesorado” por Israel a principios de la década de los ‘80.[2]

Honduras tiene una doble relación, un doble agradecimiento (o una doble dependencia) hacia Israel; fue uno de los estados “asesorados” cuando las matanzas de los paramilitares en América Central en los ’80, como Guatemala, y a la vez es uno de los estados que en los últimos años ha ingresado a la ola de golpes de estado  blandos, de América al sur del río Bravo., junto con Paraguay.[3] “Golpes de palacio” más bien. Con “amparos” legislativos. Estos dos últimos han sido asesorados desde Israel, al punto que Israel “brindó” en el caso de Honduras no sólo armas sino incluso aparatos con radiación emética. Y guardias presidenciales. Y en el de Paraguay, personal en la guardia presidencial.

La escasa resonancia que hasta el momento caracteriza el enroque de las embajadas en Israel parece ser, sin embargo, el máximo de crítica a la acción absolutamente abusiva, prepotente, que ejerce Israel en su plan de adueñarse de todo el territorio palestino (y algunos otros; pensemos en los Altos de Golan, un territorio sirio, anexado por Israel en los ’80, en la ocupación por décadas del territorio libanés al sur del río Litani o las periódicas ocupaciones de la península de Sinaí, otra vieja aspiración territorial sionista).

Sin embargo, y aunque a nivel institucional, Israel sigue contando con el aval de EE.UU. y la mayor parte de Europa  amén del mundo anglófono (Canadá y Australia fundamentalmente), existe un runrún, apenas audible pero ya perceptible en muchos tejidos sociales, que repudian la política de matón de Israel.

La verdad, junto con la sabiduría, tienen un vuelo tardío, pero a la larga se abren paso ante las fulgurantes llamaradas de la mentira oficial. Claro que el costo es altísimo. En las vidas de las víctimas. Y tan menguado, suele ser, en la de los violadores. Pero hay que seguir siendo empecinadamente resistentes.

notas:

[1]  Tenemos que recordar lo obvio; que parece olvidado por la llamada comunidad internacional: los palestinos son seres humanos, algo sistemáticamente negado por el Estado de Israel al desconocer derechos tan elementales como el de movimiento, de protesta, de salud, parto asistido… el derecho a beber agua, incluso. Y a no morir en ninguna de esas acciones vitales, mínimas.

[2]  La coyuntura política “obligó” entonces a EE.UU. a abandonar su “protección” en América Central y delegó en regímenes de su confianza la tarea de mantener la represión ─genocidio maya incluido─ con miras a la Tercera Guerra Mundial, como se decía entonces. Los estrategos yanquis encontraron en la Argentina del dictador L. F. Galtieri y en los colonialistas agresivos de Israel los mejores candidatos (v. N. Chomsky, La quinta libertad, Editorial Crítica, Barcelona, 1988, p. 250).

[3]  Así como la llegada al gobierno de Cuba de Fidel Castro generó una oleada de movimientos guerrilleros en América del Sur y Central y sobrevino después una de dictaduras militares o cívicomilitares que asoló el subcontinente durante los ’70, nuestro subcontinente sigue experimentando nuevas oleadas. Las dictaduras poco a poco fueron sustituidas por un “sarampión” democrático con el que vimos el cambio de siglo. Poco después ha ido asomando una nueva generación de golpes de estado, menos sangrientos que los del ’70, más administrativos. Algunos fracasados como el realizado en Ecuador en 2010 o en Venezuela en 2011. Otros exitosos, como contra F. Lugo en Paraguay y M. Zelaya en Honduras.

Publicado en Centro / periferia, EE.UU., Palestinos / israelíesEtiquetado como EE.UU.

Dimensión canalla de los comportamientos israelíes

Publicada el 14/08/2018 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández –

Israel ha ido acrecentando su presión sobre la población palestina, desmantelando sus medios de vida, comunicación, transporte, sanitarios, educacionales, convirtiendo a  la población palestina en islotes cada vez más segregados en los territorios mayores aun no deglutidos por el Estado de Israel ─Cisjordania fundamentalmente─ y en el caso de la Franja de Gaza, un régimen de cárcel a cielo abierto donde la segregación y el sitio que sufren ese más de millón y medio de palestinos parece contar con la anuencia mundial, en rigor la de los grandes poderes planetarios. “[…] la estrategia de asedio de las fuerzas israelíes de ocupación en Gaza y Cisjordania, una combinación peculiar de lo medieval y lo moderno. Aquí tenemos literalmente un estado de sitio que es permanente, una forma indefinida del ‘estado de excepción’ cuyo final es difícil de imaginar o concebir. Poblaciones enteras han sido deliberadamente aisladas de la posibilidad de seguir una vida cotidiana normal en lo que efectivamente era una ocupación colonial tardía […]”. Así define Jules Etjim [1] esa situación.

El “estado de excepción” dictado por el EdI es el que facilitó que la Marcha del Retorno, un reclamo palestino para volver a las tierras que le fueran violentamente arrebatadas primero y confiscadas después, programada y llevada a cabo desde el 30 de marzo ppdo. se convirtiera en la razón o la oportunidad para que las fuerzas armadas israelíes mataran, a lo largo de varios viernes, a centenares de palestinos desarmados y sin piedras [2] e hirieran a  varios miles.

La Marcha del Retorno, entonces puso en blanco sobre negro el carácter racista, despótico, genocida del EdI.

¿Cómo se atreve Netanyahu y la plana mayor israelí a tales atropellos, a semejante comportamiento? Porque campea la impunidad.

La dimensión canalla se expresa multifacéticamente. Otro ejemplo: el gobierno israelí ha llevado a sus más minúsculos niveles el suministro de energía a la FdG. En el anuncio de tan drástica reducción, que significa una vida cotidiana para casi dos millones de habitantes o mejor dicho sobrevivientes en el territorio gazatí, con muy escasas horas de energía diaria (6, 4, 2, no sabemos), aclaran que mantendrán los servicios de ayuda humanitaria.

Suponemos que esa última aclaración es de las que tranquilizan las conciencias democráticas y occidentales.

Lo registro como expresión de pensamiento doble tan bien descrito por George Orwell.

Pero la dimensión canalla y el pensamiento doble proliferan.

A fines de junio fueron secuestrados tres jóvenes israelíes. Poco después se encontraban sus cadáveres. Observe el lector que desde el 30 de marzo las fuerzas de seguridad israelíes inauguraron ese nuevo círculo del infierno decidiendo el asesinato colectivo de gente desarmada como explicamos en los párrafos precedentes.

El asesinato de esos tres israelíes es la respuesta sorda, la venganza, mínima, simbólica de palestinos desesperados e impotentes ante la imposición brutal de matanzas colectivas. Pero cómo reacciona la dirección sionista: “Beniamìn Netanyahu aseguró que Hamas pagará por el asesinato de los jóvenes […] El Gabinete israelí se expresó a favor de una acción militar. El ministro de Exteriores de Israel, Avigdor Lieberman, pidió una gran ofensiva aérea y terrestre en la Franja de Gaza. […] A su vez, el ministro de Defensa israelí, Moshe Yaalon, reiteró ayer sus palabras del día anterior: Consideramos a Hamas responsable del secuestro y asesinato. Seguiremos persiguiendo a los asesinos de los adolescentes. No descansaremos hasta que les pongamos la mano encima.”

“El presidente estadounidense, Barack Obama, ya había condenado ‘de la forma más contundente posible’ el asesinato de los jóvenes, lo que fue ratificado por el Departamento de Estado un día después. Sin embargo, la portavoz Harf no aportó pruebas concretas sobre la responsabilidad de Hamas en el asesinato aunque reiteró en varias ocasiones que existen ‘muchos indicios’. [3]”

La cita de los últimos párrafos  proviene de infonews que encabeza su texto con el equívoco título de “Crímenes de israelíes”. Obviamente se refería al asesinato de los tres israelíes a manos palestinas y no el de centenares de palestinos a manos israelíes.

Esa reacción de Lieberman, Yaalon, Netanyahu, desgarrándose las vestiduras por la sangre vertida es lo que consideramos canalla cuando esos mismos dirigentes han sido fundamentales en el derramamiento de sangre palestina, acontecida justamente antes, mucho antes e inmediatamente antes.

El comportamiento israelí ha ido dando cada vez más razón a aquellos judíos temerosos ante el avance sionista. Uno de ellos aludía “al gato que estrangula sin hacer sangre”.

¿Qué nos advertía, por ejemplo, Isaac Leib Peretz en 1906, cuando el sionismo se estaba desarrollando con enorme vigor?

“[…] temo que sobre las ruinas, en lugar de lo nuevo construyáis algo pero, más oscuro y frío. […] y la justicia […] os abandonará. Y no lo notaréis, porque para eso son ciegos los que triunfan y oprimen. […] Construiréis cárceles para encerrar a quienes extienden el brazo señalando el abismo en que caeréis.” [4]

Pero Peretz era un judío que hablaba de humanidad. Ese concepto parece raído y caduco para el sionismo. Y la lengua de Peretz era el yiddish. Que el sionismo desprecia.

Poco antes Peretz había señalado: “¿No decís acaso que la humanidad cual ejército hacia el frente, deberá marchar al compás que marquen vuestros tambores? Pero la humanidad no es un ejército.”

La cuestión hoy es si Israel es una sociedad que tiene su ejército o un ejército que tiene una sociedad.

[1]   “Notas sobre Siria y el advenimiento de la tanatocracia global”, www.rebelion.org., 24/7/2018.

[2]  Porque las pedradas eran la justificación de repetidos asesinatos de apedreadores o, en el  caso de niños, de quebradura sistemática de los huesos de sus bracitos.

[3]  http://www.infonews.com/nota/151882/para-ee-uu-hay-indicios-que-apuntan-a-hamas.

[4]  Esperanza y temor, Asociación Racionalista Judía, Buenos Aires, c:a 1940.

Publicado en Palestinos / israelíes

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