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Sternhell visualiza en el sionismo algo del “nazismo incipiente”

Publicada el 16/03/2018 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández

Zeev Sternhell ha escrito una nota removedora en Le Monde sobre el drama palestino-israelí.[1] ‘En Israel crece un racismo cercano al del nazismo en sus comienzos.’ La sola mención al nazismo, la mera asociación de la trayectoria sionista con la del nazismo, aunque se limite a sus primeros pasos, es lo que explica la conmoción.

ZS es docente e historiador del mundo académico israelí, crítico al menos de las últimas etapas del proceso histórico del Estado de Israel.

Se lo conoce por trabajos eruditos como Los orígenes de Israel,[2] entre otros.

Zeev Sternhell hace un buen contraste con Israel Shahak, otro judío, investigador, denunciador y traductor de obras escritas en hebreo que tradujo al inglés porque observó el papel de “reserva informacional” de dichas obras como legibles solo por israelíes, concebidas como instrumento de dominación. También llegado adolescente al Israel de la primera hora, encarnó una conciencia crítica ente el desempeño del sionismo, con su deliberada liga con lo religioso.

Sternhell, en cambio, ha reafirmado siempre, no ya su sionismo; “No soy sólo un sionista, soy un supersionista”. “Para mí, el sionismo es y sigue siendo el derecho de los judíos a controlar su propio destino y su futuro.” [3]

Tenemos así en estos dos adolescentes judíos llegados al flamante Israel en 1951 dos actitudes diametralmente opuestas.

Shahak recuerda un hecho decisivo en su ruptura con el sionismo y la religión, cuando es testigo del rechazo de un judío piadoso a usar su teléfono para salvar la vida de alguien en emergencia, puesto que era sábado, sabbath. No se trataba de un judío necesitando auxilio, lo cual revela que para Shahak el compromiso de asistencia no era para la propia comunidad sino para todos, un prójimo humano a secas.

Sternhell  ha entrevisto en el gabinete inigualado de Bibi Netanyahu una serie de síntomas nazificantes.[4] Chocolate por la noticia. ¿Cuánto hace que el gobierno y el elenco dominante en Israel se ha ido identificando con posiciones racistas, supremacistas, de fuerte desprecio hacia los ocupados y desplazados palestinos?

Basta ver la cantidad de niños encarcelados, detenidos en la noche, en pleno sueño, método que en cualquier otro estado calificaría como de atroz y abusiva tiranía, o el maltrato y ninguneo sistemático y programado que los soldados israelíes imponen en los puestos de control sobre la población originaria palestina. Que esos jóvenes conscriptos hagan esas bajezas bajo órdenes o por impulso propio tiene escasa importancia, medida en los cuerpos de los victimados…

Sternhell cree ver un dramático parentesco entre los comportamientos sionistas del presente con los del nazismo de la primera hora.

Preguntas: ¿cómo hace para preservar su fe supersionista?; ¿qué parentesco vislumbra?; ¿por qué lo descubre tan tardíamente?

Sternhell se atreve a una comparación en el título de su nota con la cual, a mi modo de ver, procura atemperar el daño que el sionismo ocasiona. Porque el sionismo depredando el territorio palestino ya ha sobrepasado el nazismo incipiente.

Hay rasgos, además, en “el nazismo incipiente”, distintos, a los iniciales del sionismo (así como hay diferencias entre sionismo y nazismo en etapas ya no incipientes).

Cuando el gobierno nazi inicia la política de traslado y reasentamiento de la población judía, en la segunda mitad de la década del ’30 y se van estableciendo los guetos y el control policial aumenta sobre la población judía, hay escenas −que fueron incluso filmadas−, en que vecinos con cierto sentido del humor son reverenciales, demasiado reverenciales, ante “las nuevas autoridades”, y algún capitanejo nazi, engreído, se lo cree.

Eso revela falta de miedo, por ejemplo; necesidad de sujetarse a las nuevas normas nazis, pero sin la existencia de terror, y todavía sobrellevado con cierto humor.

A comienzos de los ’40 esos mismos barrios o guetos judíos estarán llenos de famélicos, niños enfermos en las calles, incluso cadáveres abandonados, señal del brutal deterioro que estableciera el régimen nazi –ya nada incipiente− sobre esa población.

En Palestina, no existe, no existió, nada semejante. En ningún momento la colonización dio espacio a la burla ante el ocupante. Tal vez por la idiosincrasia de cada población, lo cierto es que el dominio sionista se fue estableciendo,  ocupando “legalmente” tierras habitadas y trabajadas por palestinos, donde las expulsiones siempre fueron dramáticas y algunas veces resistidas con violencia. Lo que dio lugar a oleadas incluso de asesinatos de judíos recién llegados, aunque a la larga hubo cada vez más represión y asesinatos organizados contra palestinos resistentes por parte de sionistas y británicos; “los señores”, cada vez más unidos entre sí.

Esa “primera” etapa de asentamiento sionista, cuando incluso zanjan a sangre y fuego las diferencias entre el antiguo yishuv y el moderno o nuevo yishuv, ¿qué tiene que ver con el asentamiento “incipiente” nazi?

 

¿Çómo logra Sternhell defender el establecimiento de Israel condenando como muy preocupante el desarrollo en sus etapas más recientes, y sólo en ellas? Mediante el cómodo y conocido método de glorificar el pasado y condenar el presente, advirtiendo de paso, un futuro preocupante.

Sternhell es muy indulgente con todos los síntomas que permitieron a algunos judíos, y por cierto, a una enorme cantidad de árabes, palestinos y no judíos, calibrar como ominoso el camino emprendido por los teóricos y dirigentes sionistas, desde los orígenes, a fines del s XIX.

Las reacciones juveniles suelen ser muy intensas y definitorias. Con 30 años de diferencia respecto a Sternhell (y a su contemporáneo Shahak), Gilad Atzmon, nieto de un sionista militante seguidor del fascista Zeev Jabotinski, de armas tomar, inicia el servicio militar con enorme fe sionista y fascista. Desprecio por los palestinos que había conocido en la sociedad israelí.

Durante el servicio militar le toca conocer palestinos presos. Y allí descubre algo inesperado, algo que lo confunde y deslumbra: dignidad, presos con dignidad. Cuando en uno de sus trajines le toca llegar a un cuartel donde ve una cantidad de casuchas, de metro y medio por metro y medio o más chicas, imaginó que se trataba de casillas para perros. Pero burlona y despectivamente los veteranos le “informan” que ‘allí los ponen un tiempo y que salen ablandaditos…’

Su rechazo, su oprobio, su vergüenza, fueron tan inmensos que abandonó el sionismo que lo había enardecido como adolescente ignorante. Advirtió donde estaba realmente: “diablos, ¡es que estoy viviendo en territorio palestino!‘  Optó por abandonar Israel… y el judaísmo.

Atzmon ha desarrollado observaciones muy precisas acerca de la instauración del sionismo en el Estado de Israel. Y cómo, articulado con los dramáticos episodios del tiempo nazi, ante los cuales seguramente acuerda con la observación del mismo Sternhell, de que “prácticamente todos los judíos y judías de Alemania y Austria pudieron salir a tiempo” [5] sostiene que: “Desarrollando la conversión del ‘Holocausto’ en religión, se ha hecho innecesaria la presencia de un dios como Yahvé: ‘En vez de requerir un dios abstracto para que designe a los judíos como Pueblo Elegido, en la religión del Holocausto los judíos suprimen a este intermediario divino y simplemente, se eligen a sí mismos.’˝[6]

 

El sionismo se ha nutrido, desde sus raíces, de una visión eurocéntrica –baste recordar el papel que su fundador Theodore Herzl le asigna a los sionistas como ‘ariete de la civilización europea en la bárbara Asia’−, algo que podríamos captar infundió los pasos de EE.UU. y “el mundo occidental” en Irán, en Afganistán, en Iraq, en Siria (y ni hablar del África…) y en general, en el planeta.

El sionismo se propuso habitar, mejor dicho rehabitar una tierra habitada. Su consigna tan inmortallzada como falsa acerca de Palestina como “una tierra sin hombres para hombres sin tierra” no es sino, como ocurre tantas veces, la inversión de la verdad: justamente porque se trata de negar lo real es que se invoca su inexistencia. Pero habitar la tierra de otro es precisamente el nervio de todo colonialismo. Y el colonialismo, por definición, no puede ser sino racista: solamente una visión racista, supremacista, soberbia, permite autorizarse a faltarle tan decisivamente el respeto al otro. Al punto de negar su existencia.

Para reasegurar ese mecanismo mental, nada mejor que negar la existencia del otro, una existencia que merezca el nombre de tal, su dignidad. Por eso el colonialista, racista menoscaba la humanidad, la dignidad del ocupado, del colonizado, del invadido.

Para que ese mecanismo haya funcionado tan impecablemente como funcionó con la forja del Estado de Israel, hay que negar todo rango humano al ocupado. ¿Y qué mejor para tomar esa distancia que provenir del mismísimo dios, que no suele tener tantos prosélitos en el mundo? Eso podría explicar de por qué un movimiento político nacionalista, inicialmente laico, prescindente en materia religiosa como el sionismo, termina ligado con la Biblia de la forma penosamente inconsecuente con que lo hizo: −‘somos laicos porque no creemos las fábulas religiosas pero Yahvé nos dio esta tierra en usufructo y por eso venimos a adueñarnos de ella.’

Validos de tamaño salvoconducto moral, que verificamos en los escritos de los “padres fundadores” de Israel, los que fueran perseguidos como víctimas en 1943, 1944, 4 o 5 años después, apenas, los vemos atareados como victimarios, en 1948, 1950, 1952…

Victimarios con una enorme impunidad moral: los palestinos despojados –la Nakba− volvían por la noche con sus herramientas de campo, azadas, palas, a seguir cuidando sus cultivos –no les cabía que el despojo fuera definitivo− y los sionistas, sonrientes, jugaban tiro al blanco con ellos. Morían, eran asesinados en medio de la mayor inconsciencia de lo que estaba en juego.

El peso de tanta bajeza ha llevado a algunos judíos veteranos, más o menos exsionistas, a arrepentirse y entrar al infierno de la conciencia.

Por qué, ¿qué cobertura ideológica hay que tener, qué coartadas morales, qué enceguecimiento para pasar de la condición de torturado, víctima, a la de torturador, victimario?

¿Qué mecanismo de enorme impunidad moral puede haber gestado esa especie de ley transitiva para castigar en un tercero el daño que uno ha recibido de otro?

Porque en Palestina no cabe siquiera el ajuste de cuentas, más allá del nazismo declarado de algún dirigente palestino, como Husseini.

En rigor, nos equivocamos si procuramos rastrear en el nazismo el arranque sionista. La cronología nos ayuda y no nos permite semejante error: el sionismo no es respuesta al nazismo. Y la existencia de cierto paralelismo entre el despojo de nazis sobre judíos y de sionistas sobre palestinos es totalmente secundaria; sin relación causal alguna. El sionismo encaró desde el vamos una colonización, mediante usurpación de tierra ajena, pero bíblicamente sagrada. Lo bíblico fue más pesante que lo social. Y lo bíblico permitió un estilo tiránico, pero consagrado;  un despojo de campesinado pobre (y por eso mismo más fácilmente expropiable): el mandato bíblico permitía no ver la humanidad de los despojados.

Vimos cómo Sternhell paga un alto precio para defender la propagación del sionismo.

Vimos también que las semejanzas del sionismo con el nazismo incipiente son  más difíciles de asir que de declararlo.

Por el contrario, se pueden rastrear también diferencias. Primera y principal, su alojamiento en momentos históricos distintos. Pero también, por ejemplo, que el sionismo ha buscado, históricamente, un padrino; el Gran Turco, el Imperio Británico, EE.UU., y el nazismo, en su momento, por el contrario, procuró desasirse de toda constelación de ese tipo, reivindicando un protagonismo más absoluto que es lo que seguramente le permitió, con insensatez, apostar a una guerra mundial con una relación en contra de 6 habitantes a 1, de 6 soldados por x 1… Otro rasgo diferencial: el nazismo reivindicó la calidad de los retoños humanos al estilo de Esparta, e Israel, en cambio, ha generado una red de apoyo a minusválidos, haciendo gala de “bondad” (por cierto, exclusivamente con judíos ‘con capacidades diferentes’).

Más allá de diferencias, como las anotadas, la lista de elementos comunes es sobrecogedora; esa afirmación de la comunidad propia al margen y por encima del resto de los mortales; ese espíritu etimológicamente aristocrático, de sentirse “los mejores” y actuar, necesaria e inevitablemente en consecuencia, parecen rasgos francamente comunes.

De todos modos, hay que agradecerle a Sternhell que, como sionista, se rebele contra algunas falsas verdades de vieja circulación entre sionistas,  como por ejemplo la pregonada diferencia radical entre nazismo y sionismo. Que su lucidez pueda permitirnos nuevos aportes.

No conocemos estadísticas de nazis suicidas. Los datos sobre militares judíos suicidas revelan que aumentan en número. No sabemos si es una diferencia con nazis; en todo caso, podría revelar un límite al supremacismo, un reencuentro con lo humano.

[1] París, 28 feb. 2018, “En Israel pousse un racisme proche du nazisme à ses debuts. Traducción de Laurent Cohen Medina, <kaosenlared.net>.

[2]  Traducido y editado en castellano por LMd, en su colección Capital Intelectual, Buenos Aires, 2013.

[3]  Haaretz, 2001.

[4]  Véase mi nota “Racismo, nervio motor del sionismo”, 18 nov. 2015, publicada en diversos medios-e, donde señalo que el gabinete de Netanyahu está integrado por asesinos de palestinos confesos y orgullosos, con un descaro ideológico y ético inigualado.

[5]  Sternhell, artículo citado de Le Monde.

[6]   La identidad errante, Editorial Canaán, Buenos Aires, 2013, p. 186.

Publicado en Palestinos / israelíes

Destino de país. Uruguay 2018, Qué comienzo!…

Publicada el 02/03/2018 - 03/04/2018 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández –

Esquemáticamente, hay dos formas de enfrentar las dificultades que se han presentado “inopinadamente” este enero y febrero; el cuestionamiento a la política del gobierno hacia “el campo” y el recrudecimiento de violencia en las calles.

El gobierno ha desechado los reclamos inicialmente y luego se avino a alivios fiscales en el primer caso y en el segundo, ha sopesado cómo atender y/o enfrentar a pobres embravecidos por las privaciones o estropeados por la droga.

Otra opción es rastrear orígenes. Ver así la clave de estos dos problemas en una causa. Casi todos los habitantes de barrios empobrecidos de la capital, vienen o han venido “del campo”. “−Mi viejo laburaba con ovejas, las esquilaba, las cuereaba… pero quedó sin trabajo… se  acabaron los asados de cordero y anduvimos yirando… en Guichón, en Paysandú y ahora en el Manga…

Con el sacudón de Durazno en enero se ha repetido hasta el cansancio: en los últimos diez años  han desaparecido 11 000 producciones agropecuarias; el 90% pequeñas y con ello, han desaparecido entre 100 000 y 200 000 pobladores rurales.

¿Dónde están? En Montevideo, en Casavalle, Piedras Blancas, Manga, Conciliación, Casabó, Maroñas, Marconi, Malvín Norte…

¿Qué es lo que expulsa la población del campo? Desde tiempo inmemorial: la gran propiedad. Antes era el latifundio. Ahora, las agroindustrias. Aquél, alambrando campos, expulsaba población que no “necesitaba”; éstas, mediante tecnificación, globalización, mercado mundial.

Pero ahora se ha presentado un nuevo factor en juego: la agroindustria acrecienta productividades “racionalizando” mano de obra, pero sobre todo, contaminando suelos y aguas.

Es el estado actual del Uruguay: uno de los países mejor irrigados del planeta, pero como un reconverso rey Midas, la agroindustria hace mierda el agua que toca.

Pero no es mierda. La mierda, en un organismo sano, es apenas el residuo del cual se desprenden los organismos vivos; la tierra agrícola se prepara como potrero de vacas, cabras u ovejas: ese estiércol favorecerá los cultivos.

La agroindustria es un rey Midas que no hace ni mierda ni oro; hace dólares y veneno. Lo segundo es un subproducto inevitable. Por eso es tan peligroso exaltar “las virtudes” de “la revolución tecnológica”: como con las vaquitas de Yupanqui, los dólares son para los agroindustriales y el estado; el veneno, para el pobrerío.

De los acontecimientos sonados en enero y en febrero de 2018 pasar a causas mediatas no significa ignorar eslabones intermedios, desde los cuales a menudo hay que operar sobre la realidad. Pero con este abordaje optamos por tratar de ir al fondo de los problemas, no arar en el mar.

 

 

La intensificación decisiva de la agroindustria fue impulsada desde las usinas ideológicas del USDA (Ministerio de Agricultura de EE.UU., por su sigla en inglés), a mediados de los ’90 para, “las praderas norteamericanas y las pampas argentinas”.[1] Ésa es la razón por la cual durante el siglo XX hubo solo dos países con cultivos “industriales” de soja transgénica en todo el mundo; EE.UU. y Argentina, en ese orden. La bandera de sumisión pirata fue la de Monsanto.

La alta rentabilidad que tanto seduce a productores modernos y gobiernos ávidos de dólares tiene, tiene esa gravosa contracara: la contaminación, un verdadero pacto fáustico.

¿No vemos acaso cada vez más niños, o adultos, en la calle, en paradas de ómnibus, con deformaciones óseas, pelo ralo, niños con manos sin dedos? ¿No vemos acaso cada vez más seres humanos con miradas erráticas, extraviadas (las enfermedades mentales también figuran entre las producidas por la contaminación)? Si los que aquí vivimos no nos damos cuenta, basta preguntar a forasteros, que se asombran de la frecuencia de tales presencias.

Los que vivimos permanentemente en un sitio normalizamos situaciones que pueden resultar absolutamente anormales; el periodista italiano Gaetano Pecoraro visitó a fines de 2016 las zonas sojeras argentinas y ha vuelto a Italia espantado haciendo un informe sobre las atroces secuelas de la agroindustria.[2] En Argentina, los medios de incomunicación de masas apenas si lo han registrado.

Ese proceso, que vimos desarrollado por el USDA, ese círculo vicioso, empezó en Argentina en 1996. En Uruguay, en 2002. Ya estamos ingresando al  mismo espanto.

Junto con ese proceso de “desarrollo tecnológico” tenemos también la tasa de suicidio más alta de América Latina. Los suicidios no brotan de la depresión sino de la exclusión, el desarraigo, la crisis de las relaciones socio-afectivas (y en muchos casos, también causados por  la contaminación).

La alternativa, entonces,  no es incrementar la agroindustria con monocultivos forestales o sojeros, con su acompañamiento inevitable de fertilizantes y plaguicidas. Algo que vemos como “solución”, para tantos referentes de los nucleados en Durazno, en enero. Para éstos, las “mochilas” pasan por los costos altos, los ahogos crediticios, los endeudamientos, el precio asfixiante de la energía. Todas esas objeciones son certeras, pero hay que asumir que encarar tales “mochilas” sirve para afianzar la agroindustria; seguir contaminando y despoblando el campo.

El éxito de los feed-lot en Argentina, donde se puede producir carne concentrando mil vacas en 1 ha convertida en un lago de excrementos las 24 hs., con las consiguientes enfermedades y matanza de vaquillonas (porque la sobrevida en esas condiciones es corta), no ha podido reproducirse (con tanto éxito) en Uruguay. Alegrémonos. Tenemos óptimas condiciones naturales para apostar a otro tipo de producción en lugar de commodities. Están las specialities, que exigen mucha mano de obra y no necesitan contaminación, ni tanto suelo.[3]

El FAEPNM acentuó la política de “modernización” y extranjerización de la tierra de la mano de una filosofía presuntamente científica, en rigor regida por los desarrollos de emporios tecnológicos transnacionales.

Durante los últimos años de la primera década del s. XXI la Bolsa Agrícola de Chicago mantuvo como estrella a la soja transgénica− su “viento de cola” aparejó un cierto éxito para gobiernos inclusionistas, como el FAEPNM, el kirchnerismo, el PT y su “hambre cero”. Ese ciclo se ha evaporado.

El FAEPNM acentuó la geopolítica de dependencia al capital monopólico transnacional que llevaban adelante los partidos “tradicionales”, en particular el Colorado, tan identificado con el centro geopolítico estadounidense. El imperio, globalizador, es insaciable.

En los ’70 se expandieron las zonas francas, reencarnación de las economías de enclave del viejo colonialismo. Otra forma  de “prestar” o ceder población a empresas extranjeras. Y no solo población. Ahora también rolos…

¿Tenemos que aceptar el avance de enfermedades por contaminación, el de la locura de los frustrados, el de la pobreza sobre los desplazados del proceso de concentración económica, quebrando el espinazo del proyecto de país que, como sociedad, tanto hemos valorado?

[1]  Dennis Avery, Salvando el planeta con plásticos y plaguicidas, Hudson Institute, Indianapolis, Indiana, EE.UU., 1995.

[2]  Hay traducción: “Italia difunde la tragedia argentina de los agroquímicos”, El Federal, Bs. As., 3/11/2016.

[3]  Ya lo explicó César Vega, agrónomo: plantando ajo se gana tanto como con soja o maíz transgénicos, pero con la centésima parte de la tierra.

Publicado en Agronecrófilos, Centro / periferia, Uruguay. Qué hacer

Lo que está en juego con el 23 enero 2018

Publicada el 06/02/2018 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández –

DETONANTE

Como era inevitable los reclamos planteados en Durazno alrededor de la cuestión agropecuaria han disparado enfrentamientos ya conocidos y rastreables a través de los partidos políticos.

Aunque sea con otros enroques, es indudable que se ha manifestado la puja interpartidaria. Hay incluso pasajes del documento final (“Un solo Uruguay. Proclama y propuesta”) que la abona, como referirse a “ideologías absurdas” o a “razones ideológicas de otros tiempos” en obvia referencia al entramado ideológico del Frente Amplio Encuentro Progresista Nueva Mayoría (en adelante FAEPNM). En ese aspecto, un cierto apoyo de Unidad Popular al encuentro rompe tales simetrías porque ese agrupamiento, escindido del FAEPNM, se reivindica aún más puro heredero de esa “ideología de otros tiempos”…

Pero no es la puja ni la chicana político-partidaria lo que importa de lo acontecido el 23 de enero en Durazno.

A mi modo de ver, lo sustantivo es en primer término el afloramiento social de una crítica a la política del gobierno, algo sin precedentes, socialmente hablando con el FAEPNM y –lo más relevante− no tanto la crítica que ha salido a la luz sino el perfil de la crítica ausente. Porque de los Reclamos solo queda claro que los movilizados del 23/1 han percibido el achique de sus ingresos y ganancias. Los que “la hacían con pala” advierten baja en la tasa de ganancias; los que pelechaban con lo justo, están cada vez más ahorcados, pasándola insoportablemente mal.

El documento final centra su crítica en el estado manirroto e ineficiente con que cuenta el Uruguay, y cómo esos rasgos se habrían acentuado, precisamente con el FAEPNM que se supone venía a no repetir los desgobiernos blanquicolorados sino a ejercer un gobierno más racional, técnico y más justiciero y con mejor tonicidad democrática.

Los sucesivos gobiernos frenteamplistas han cometido demasiados errores para no percibirlos como una política. Como sus aciertos. Ha habido, por ejemplo, una persistente política de inclusión social, que ha permitido mejorar niveles de vida de algún sector de la población; para lo que se ha valido de blanquear ingresos, lo que ha permitido, con lo recaudado extender prestaciones. Buena parte de los aciertos de esa política ha sido fruto de una coyuntura de buenos precios para commodities producidas en el país.[1] Pero esa bonanza que desde 2014 se ha ido haciendo cada vez más precaria y reversible, ha sido acompañada por su contracara. Como todo pacto con Mefistófeles, tenía un reverso: creciente satelización de la economía del país, creciente contaminación, creciente extranjerización de la tierra, creciente expulsión de población rural, aumento sostenido de empleos públicos como reiteración de una trama cultural del país; la de hacer “la fácil”. Por algo Benedetti designó a nuestro país como “la primera oficina pública elevada al rango de república.” En este aspecto, el FAEPNM apenas continuó al batllismo, en todo caso superando sus marcas.

Entendemos que los grandes fiascos de SOYP-FRIPUR, PLUNA, la gasificadora, Aratirí, para mencionar apenas las más recientes, más la hipoteca de soberanía que significa la entrega de zonas  francas o la concesión a papeleras, no hacen sino proseguir una política que nos viene de “afuera”, que no inició el FAEPNM, pero que continuó y acentuó. Una política  pautada desde el centro planetario ante el cual hemos sido sumisos y sin chistar (algo que podría parecer paradójico pensando en el origen del FAEPNM. Pero solo parecer).

Por algo el Financial Times hace pocos años designó al ministro Danilo Astori como el “mejor ministro de Hacienda del mundo entero”. Más allá de lo llamativo que semejante designación se la lleve el ministro de un estado con las dimensiones económicas mínimas del Uruguay, lo cierto es que eso revela lo conforme que ha estado el gran capital globalizador[2] (en adelante, globocolonizador) con nuestro país y el papel modélico que le asigna.

Sin negar que la queja del 23/1 contra el estado despilfarrador sea comprensible y correcta, lo que falta es la crítica, no a la superestructura estatal sino a la política económica. Que sigue punto por punto lo que decide e impulsa el consorcio globocolonizador.

Ese poder mundializado opera con redes transnacionales “asesoras” y “lazarillos” como el BM, la OMC, el FMI, la USAID.[3] Y los estados nacionales  más acordes o más integrados con esa globocolonización y los que con su legislación la llevan adelante, constituyen, a nuestro entender, un eje supracontinental; EE.UU., Reino Unido e Israel. Todo ese conglomerado de fuerzas, estrictamente organizadas, tiene diversas entidades operativas, como el USDA (Dpto. de Agricultura de EE.UU.), la FDA y la EPA, entidades reguladoras de ese mismo origen, y la red de laboratorios que han pasado a ser primordiales en los nuevos modelos agrícolas, como Monsanto, Bayer, Syngenta, Nidera y pocos más.

 

LAS HERRAMIENTAS DEL ENEMIGO NO PERMITEN HACER CAMINO AMIGO

El llamado del 23 de enero arrastra una dificultad originaria y es elaborar un planteo, crítico, con las ideas contra las que precisamente, al menos algunos,  quieren rebelarse. Pensar con categorías prestadas justamente del pensamiento globocolonizador. Algo que inevitablemente embarulla (claro que eso puede responder a motivos muy diversos, contradictorios entre sí: algunos bien pudieran querer seguir usando el “diccionario” de la agroindustria rampante porque no tienen ningún interés en abandonarla y toda la fricción proviene de ver menguada su otrora altísima rentabilidad que reclaman recuperar; otros, en cambio están movidos por el endeudamiento y la desesperación).

Vayamos a ejemplos para evaluar estas escaramuzas semánticas. El uso del concepto de «agricultura inteligente». Es una consigna acuñada por la agroindustria y los emporios del «último grito tecnológico» con el que se quiere significar, aunque no se lo diga expresamente, que la agricultura, que lleva milenios, ha sido hecha por gente no inteligente. Campesinos.

Como si el campesinado no hubiese tenido inteligencia. Como si hubiera podido desarrollar la agricultura que conocimos hasta mediados del siglo XX sin inteligencia. Como si los injertos, las rotaciones, los cruzamientos, el control biológico de plagas, el conocimiento de siembras, cultivos y cosechas, el de las fases lunares, el ciclo de las estaciones, se pudiera haber hecho tontamente, sin conocimiento, sin racionalidad, sin ciencia, en suma.

Hay un desprecio tácito hacia el conocimiento campesino en las “cocinas ideológicas” del actual centro planetario. Por eso prosigue una campaña y un empeño campesinicida, en nuestro tiempo. Aterciopelado en la modalidad uruguaya, mucho más rústico y militarizado en el Paraguay, y en muchas regiones africanas o del sudeste asiático.[4]

Mencionar algo tan atroz, como un campesinicidio merece una explicación. Aunque no se diga la verdadera razón, el motivo del gran cambio en los usos y costumbres agrícolas y ganaderos que caracteriza nuestra contemporaneidad  −que nos permite decir que hay más diferencias en su ejercicio entre lo que se hacía un siglo atrás y hoy que lo que se hacía en milenios anteriores hasta hace menos de cien años−  obedece no tanto al alegado progreso y superación de ignorancias que toda propaganda institucional nos insufla, sino a la autonomía rural, ésa que permite que un ser humano pueda alimentarse por sí mismo o con intercambios locales. Una autonomía que conspira contra el mercado global a través de las góndolas, articulado con los desarrollos tecnocientíficos.[5]

Otro ejemplo: cuando se alcanza la capacidad tecnocientífica para reconocer y operar con e  incidir en genes con diferentes agentes modificadores, se habló, lógicamente, de «ingeniería genética». Es lo que fue prosperando entre las décadas del ’70 y del ’90, cuando finalmente esta disciplina arriba a los alimentos. Entonces, se advierte la resonancia seca, rechazable, de lo ingenieril aplicado a alimentos, a vegetales o animales que habrán de ser presentados, y embellecidos, en las góndolas.

Y con los debidos asesoramientos de Public Relations se rebautiza la ingeniería genética como biotecnología. Aunque su significado sea mucho menos exacto. Porque la humanidad se valía de recursos biotecnológicos desde tiempo inmemorial: todos los fermentos, los hongos, las levaduras, los mohos con que la humanidad aprendió a hacer vinos, panes, cervezas, quesos, como el roquefort, emplean procesos biotecnológicos. Pero no transgénicos, claro.

Pero el USDA, Monsanto y demás piezas del conglomerado globocolonizador usurparon esa denominación como propia,  por cuestiones de imagen.

 

LA AGROINDUSTRIA NO NOS LLEVA AL PARAÍSO SINO AL DESPEÑADERO PLANETARIO

Lo que hay que entender es que los titulares de la autoproclamada «agricultura inteligente», los partidarios del uso de biotecnología (biotech) son los titulares de la «agroindustria».

La agroindustria pretende ser una forma de «modernizar» la agricultura. Ostenta lo que brilla, no su contracara. Escamotea que hay una cierta irreductibilidad entre lo industrial, fabricación de productos inertes, y el cuidado de seres vivos. No es lo mismo atender ladrillos que peces o tomates. Hay semejanzas, claro, pero la calidad de viviente es una diferencia cualitativa para tener en cuenta.

Con la agroindustria se acentúa lo industrial y languidece lo agrícola o agricultural.

¿Sobre qué basa su fuerza de persuasión lo agroindustrial? En los rendimientos a gran escala. El primer diseño de ingeniería genética para alimentos programada por el USDA (mediados de los ’90) fue “para las praderas norteamericanas y las pampas argentinas” (textual, en el Hudson Institute).[6]

La agroindustria se basa en dos aspectos decisivos e íntimamente relacionados: 1) ahorro de mano de obra y 2) uso irrestricto de plaguicidas y de “fertilizantes” químicos (que justamente por su uso intensivo devienen también agrotóxicos; las aguas de nuestros ríos son el más claro aunque mudo testigo.

En este punto se revela la sabiduría de los tercos campesinos de la India de la década de los ’60 que reseñamos en la nota 1. Cuando Rachel Carson, bióloga estadounidense, escribe Primavera silenciosa (1962), estaba advirtiendo, finalmente, el resultado de soluciones sobre la base de muertes generalizadas: la de los pájaros (y de la minifauna que los nutría).

 

Luego de ese sucinto recorrido planetario, volvamos al Reclamo del 23 de enero.

SIGNIFICADO DE LA SUPRESION “MODERNA” DE LA MANO DE OBRA

En Uruguay se habla de “pequeños productores” agrarios como titulares de, pongamos,  500 ha. Es la más feroz comprobación que más allá de las chácharas campesinistas del FAEPNM (como las de la vicepresidenta Lucía Topolansky), estamos inmersos en la agroindustria. Que se va “comiendo” a los productores pequeños, a los campesinos. Que en el mejor de los casos los renta y en el peor, los despoja y arrumba en los cordones periféricos urbanos.

El proceso de agroindustrialización es un proceso donde “el pez grande se come al chico”. Porque basa su rentabilidad en los grandes números. Las grandes extensiones uniformizables (el campo uruguayo, acuchillado, no se presta por cierto tanto como las pampas argentinas, pero igual, algo se logra…).

Ese aumento de escala y de aparente productividad externaliza los verdaderos costos planetarios, ambientales: la contaminación, cada vez más generalizada. El patético asunto de nuestras aguas debería ser un buen punto de referencia. ¡Y eso que todavía no hemos entrado en la espiral de contaminación progresiva e incontenible con la “tercera celulosera”!

¿Por qué el Uruguay tiene los índices más altos de cáncer en el continente americano? Junto con EE.UU. y Canadá (en ese patético primer grupo están, fuera de las Tres Américas, prácticamente toda Europa Occidental y Australia). Esa franja primera se constituye con países que tienen más de 243 enfermos por cada cien mil habitantes por año. Una segunda franja, constituida en América por Argentina y Brasil y que tiene otros países como Rusia y Polonia, se establece con quienes tienen una tasa de cánceres entre 172 y 243 casos por cada cien mil hab.

Sin embargo, en los índices de mortalidad por cáncer la situación de Uruguay empeora: en el grupo con los índices más altos solo queda un país americano: Uruguay (junto con Rusia, Polonia, Turquía y otros, por encima de 116 muertos anuales por cada cien mil habitantes). Los otros dos países americanos que señalábamos con la mayor tasa de casos de cáncer, se sitúan un escalón más bajo, junto con Argentina y Brasil; entre 100 y 116 muertos por cada cien mil hab. Hay otras franjas con tasas de mortalidad menores: una con muertes entre 90 y 100, donde se sitúa Bolivia, Suecia, Noruega, Australia, etcétera. Y otra franja de menor tasa de mortalidad (entre 73 y 90) donde se sitúa Venezuela y Finlandia, por ejemplo.[7]

Más grave, si cabe: ¿Por qué Uruguay tiene la tasa de suicidios más alta de las Américas (a la par de Cuba)? En tablas mundiales anda por el vigésimo puesto entre los cien estados que declaran cifras al respecto. Existen estudios que asocian suicidios con ciertos grados de conta-minación por agrotóxicos que afectan nuestros cerebros. Otra hipótesis sombría: la plombemia, reconocida en un sector tan amplio de la población uruguaya, también podría estar relacionada.

LA ESCALA Y LA DISPONIBLIDAD TERRITORIAL

Los commodities,  como eje productivo necesitan de grandes extensiones. Así mirada, Argentina o Brasil tienen potencialidades (aunque también en esos casos, los costos y pasivos ambientales aumenten proporcionalmente).

Pero no es el caso nuestro. En ese sentido, la apuesta a la agroindustria tiene, para nuestro país, patas cortas. Porque no sólo se contaminan los suelos y todos los seres vivos que sobre (o dentro de) él vivimos, y lo hace con relativa velocidad, sino porque el suelo del Uruguay es limitado… 16 millones de ha.

Por eso, una apuesta que procure ser realmente inteligente tendería a lo que en economía hoy se llaman specialities y no commodities.

Porque las specialities sí tienen un mercado seguro, creciente y bien pago. Así como ha ido entrando en crisis la comida chatarra, la comida rápida y demás versiones gastronómicas made in USA, análoga y correspondientemente crece un movimiento a favor de la comida saludable (p. ej. búsqueda de dietas sanas, demanda por alimentos orgánicos, la moda del slow food). Europa está ávida de esos alimentos. Y no sólo Europa (la salud, diríamos, está ávida).

Y Uruguay tiene, al menos tenía, uno de los territorios mejor irrigados del planeta. Con lo cual, si evitáramos descalabros y atrocidades como las producidas por la contaminación agroindustrial, tendríamos potencialidades óptimas.

Ya lo explicó el agrario orgánico César Vega, que plantando ajos en apenas una centésima del área que se usa para commodities se podía obtener más dinero (y mejores cultivos). Pero, para ello, hay que trabajar. Y ésa es una dificultad para un país adormecido con dólares y electrodomésticos, reales o ilusorios.

PAPEL AUSENTE DEL ESTADO

Como algo lacerante tenemos el episodio en la cuenca del Canelón Chico de hace un año, en Sauce: un agroindustrial derramando ponzoña por toda la región, arruinando cultivos para el consumo local. Y cómo esos agroindustriales, que probablemente en su país de origen pudieran tener alguna dificultad para seguir contaminando, aquí con “el estado bobo” que deja y deja y deja hacer, no tienen problema en reincidir: acaba de ser denunciado un segundo episodio con similares características, con los mismos actores haciendo el daño, con los mismos agrotóxicos; sólo se han renovado las víctimas y apenas el escenario; ahora en Mangangá, Tala (informe de Tania Ferreira y Betania Nuñez).

El nervio motor que une a la agroindustria con la contaminación y la difusión fuera de control de enfermedades graves pasa por la difusión de agrotóxicos y por la escala.

Con la gran escala, se pierden los cuidados, se pierde la noción de los tachos con agrotóxicos  (o con restos de), por ejemplo, se hace muy difícil “cuidar los desechos con respeto” (Mae-Wan Ho), reabsorberlos cuando son reabsorbibles, hacerse cargo de lo irrecuperable y darle un destino aceptable.

La gran escala constituye una escuela de irresponsabilidad, de pagadiós; que la naturaleza se haga cargo. Sabemos que no es cierto. Que eso significa lisa y llanamente contaminar-nos.

¿Cómo afrontar los mensajes masivos que nos invitan al consumo inmediato y permanente, como si el dinero fuera maná?

Apostar a las specialities significa trabajar. Trabajar con las manos, con empeño. Pero, sobre todo, con conocimiento. Reemprender el cuidado de los suelos implica recuperar los estudios agronómicos que muestran qué plaga es espantada por cuál aroma, qué especie es predador benéfico de plagas nuestras… Sobre todo eso hay mucha cultura acumulada (hoy en día en vías de desaparición, porque los laboratorios resuelven “todos” los problemas con agentes químicos, salvo los problemas que ellos han generado: enfermedades nuevas, debilitamiento de la riqueza biológica de los suelos, extinción masiva de especies, pérdida de biodiversidad, alteraciones climáticas, malformaciones congénitas.

Nuestra apuesta, pensamos, debería ser, contar con menos dólares y aprender a vivir con menos enfermedades. Preparados –como sociedad− no estamos. ¿Dispuestos?

[1]  Pese al rechazo terminante de todo parentesco entre kirchnerismo y vazque-mujiquismo que se observa en Uruguay, los recientes gobiernos simultáneos del Plata han aprovechado la misma coyuntura de buenos precios internacionales de commodities,  impulsados desde el centro planetario, para sus respectivas políticas distribucionistas… coincidentes.

[2]  En francés a la modalidad económica actual, dominante, se la denomina mondialisation. Entendemos que el ajuste semántico de Frei Betto mejora la comprensión del fenómeno: globocolonización.

[3]  En la periferia los análisis suelen distinguir organizaciones supranacionales como la OMC o el BM de organizaciones directamente estadounidenses como USAID. Pero los manuales del centro planetario no hacen tan “innecesarios” distingos.

[4]  En la década del ’60, cuando irrumpen los plaguicidas químicos, los grandes laboratorios líderes enfilaron sus baterías hacia la India, uno de los países con mayor cantidad de campesinos de todo el mundo.  Y se tropezaron con inesperada dificultad para colocar sus soluciones “maravillosas”: que los campesinos, se negaban a querer matar a los insectos que predaban sus cultivos. “Un 10% de lo que producimos es para ellos”, alegaban. Los promotores de la solución tóxica a la presencia de insectos y plagas en general trataban de persuadir que lo mejor era quedarse también con ese 10%. Claro que no tomaban en cuenta para esa ganancia extra, el costo que habría de salirle a los campesinos la compra y la administración de tales venenos. Ni hablar del costo social, sanitario, ambiental, que hace medio siglo no estimaban ni los laboratorios ni el estado ni los políticos… (cit. p. Frances Moore Lappé y Joseph Collins, L’industrie de la faim, 1977).

[5]  Que tiene por cierto su contracara; el consabido y opresivo peso de lo tradicional. Esa difícil dialéctica que nos permite ver a la vez lo progresivo y lo regresivo en una misma situación.

[6] Al capital mundializado le importa poco diferencias nacionales, fronteras de soberanía y esa batería de leyes nacionales “obsoletas”…  Por eso diseñaron un modelo agrícola para –simultáneamente− EE.UU. y Argentina. Que entonces hubiera un presidente argentino partidario de “las relaciones carnales” facilitaba, claro, el ensamble…

[7]   http://www.bbc.com/mundo/noticias/2016/02/160203_cancer_graficos_impacto_men

Publicado en Globocolonización, Nuestros alimentos, Poder mundializado, Uruguay, Uruguay. Qué hacer

La filosofía no dicha de Alejandro Nario

Publicada el 19/01/2018 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández

Alejandro Nario: aprobación de nuevos transgénicos fue «un error importante». Montevideo Portal.

El director de DINAMA, Alejandro Nario, ha lamentado la aprobación de algunos nuevas variedades transgénicas sin aplicar el principio precautorio, sin atender necesidades propias del país, como p. ej. en el caso de la aprobación de un maíz que se sembrará solo para atender un mercado exterior, que poco y nada dejará al Uruguay, salvo, eso sí, los residuos químicos propios de los cultivos agroindustriales.

Nario lamenta pero aclara, apresurado, que él no está en contra de los transgénicos. Análoga actitud cuando habla de la calidad del agua, por ejemplo en el río Negro, ante el uso proyectado de UPM de esa corriente; quiere estar atento a la calidad del agua, y aclara que lo hace porque se trata de una corriente pequeña, que si se tratara de una celulosera al borde del Atlántico, no le importaría −lo dice risueñamente− que vertiera al océano la cantidad de tóxicos sin preocuparse de ello.

Nario nos aclara así que no es ecologista ni lo quiere ser. Y que es, en cambio,  un partidario de los desarrollos de la agroindustria. Acepta dicho desarrollo pero lo quiere hacer con cierta prolijidad. Sus fundamentos ideológicos, los del FA, no le permiten ni vislumbrar la trampa ecológica en que la tecnoindustria, ésa sí fundamentalista, nos ha ido encajonando a prácticamente a toda la humanidad y muy particularmente a nuestro país.

Ni se le pasa por las mientes que la catástrofe ambiental que el planeta está viviendo, con una pérdida de biodiversidad planetaria ya muy perceptible, que el daño generalizado al mar océano que todos los investigadores y oceanógrafos testimonian con dolor y desesperación,[1] con todos los trastornos climáticos (como que nieve en el Sahara y que el casquete polar ártico esté a punto de desaparecer), que todo el aumento de radiactividad que está afectando a todos los seres biológicos, incluidos los humanos; que la aparición de enfermedades nuevas o la expansión de otra no nuevas; que la ya comprobada crisis de fertilidad de incontables especies incluida la humana, no son bendiciones bíblicas como algún optimista quisiera creer, tampoco son todas medidas arbitrables y dominables mediante los avances tecnológicos (que existen, ciertamente, y mejoran muchos aspectos, pero que son totalmente insuficientes y hasta contraproducentes ante otros).

Nuestro hombre quiere mejorar los procedimientos productivos. Pero en rigor, sus recaudos no resultan sino una coartada para poder aceptar con elegancia la ofensiva de la agroindustria. Que no es por cierto, local; proviene del centro planetario.

Concretamente los cultivos transgénicos se implantan a mediados de los ’90[2] y eso se lleva a cabo por el USDA, el Ministerio de Agricultura de EE.UU. (con su gerente de tareas, Monsanto). Y desde allí se difunde la orientación general, universal. Desde esa red de organizaciones tecnocientíficas surgirá la cantidad de papers suficientes para atiborrar los recaudos de Nario.

 

Un buen ejemplo es lo que ha pasado con cierta toxicidad del glifosato, el herbicida más usado del mundo entero. Durante años, desde fines del s. XX, diversos investigadores han estado advirtiendo sobre su toxicidad, carácter cancerígeno incluido. Finalmente, en marzo de 2015 el IARC (Agencia Internacional para la Investigación sobre Cáncer, por su sigla en inglés) que es un ente asesor de la OMS, declara: “que el glifosato es probablemente cancerígeno”. Con esa medida observación se le quita al glifosato su aura de inocuidad tan cuidadosamente cultivada por Monsanto y el USDA durante tantos años.

¡Para qué! Monsanto salió de inmediato –pese a que se ha comprobado judicialmente que varias de sus aserciones han resultado falsas o más bien fraudulentas− con el comentario que el glifosato era menos peligroso que el alcohol (una curiosa manera de hablar de su inocuidad).

Observe el lector: la OMS aceptó tipificar al glifosato como peligroso luego de más de 15 años de reclamos fundamentados en diversas investigaciones. Un año más tarde –apenas uno− la OMS da marcha atrás con su dictamen.

¿Cómo es posible?  Porque en los meses posteriores a la bendita declaración de no inocuidad, un Comité Conjunto sobre Residuos de Pesticidas (JMPR, por su sigla en inglés), que también es un ente asesor de la OMS, desechó el dictamen de IARC.

Pero ¿qué es el JMPR? Un ente reconocido por la OMS,  constituido por técnicos a título personal, que se dedican a “recomendar límites máximos para residuos de plaguicidas” [sic]. Reparemos en cuán lejos estamos de una agricultura que promueva la salud: el  JMPR se limita a promover, en todo caso, el menor envenenamiento posible.

JMPR es la coartada que tiene la industria para contaminar legalmente. De ella se vale, ciertamente Monsanto (y tantos otros consorcios con envenenamiento “bajo control”). Con técnicos reconocidos institucionalmente pero designados por su interés o posición personal.

No podemos dudar de su funcionalidad. Y de la fineza auditiva del USDA para remolonear con las críticas al glifosato y tener tanta presteza ante los “sobreseimientos”…

 

Con el avance de la globalización, que reconoció un fuerte empuje con el colapso soviético, la orientación general y las particulares de cada estado nacional han quedado cada vez más incluidas, o sumidas, en lo que algunos llamamos globocolonización.

Basta ver cómo los alimentos transgénicos entraron manu militari en Paraguay o en Brasil para reconocer la escasa autonomía política que hemos tenido en la periferia para decidir. El llamado a la modernización, a la tecnificación, a la integración, implica el pasaje de una agricultura de pequeña o mediana escala a una de grandes dimensiones.  Y el apuro para esa conversión ha sido tanto que, por ejemplo, en Argentina, en 1996, se aprueban los primeros “eventos transgénicos” en idioma inglés, aunque el idioma oficial del país seguía siendo  –oh maravilla− el castellano.[3]

La agroindustria, el fruto más ponderado de la modernización, fue concebida en términos económicos acordes con las necesidades de una sociedad de grandes dimensiones y con muchos intereses fuera de fronteras (lo que en lenguaje tradicional se denominaba, imperiales). Consiste en la aplicación de grandes baterías de máquinas de gran porte, que cosechan y separan los granos; que requieren de grandes llanuras (el modelo fue diseñado en EE.UU. pensando precisamente, ‘en las praderas norteamericanas y las pampas argentinas’).[4]

En un país ondulado, como el nuestro, los rendimientos de tal modelo bajan sensiblemente (por eso el gobierno uruguayo se aviene a recibir sojeros agroindustriales argentinos y los tratan con guante de seda, para que no pierdan tanto de sus draconianas ganancias… lo hacen “regalando” nuestra tierra y agua, a precio vil). Es la misma razón por la cual los campos de concentración para vacunos que se han “popularizado” en Argentina (con el nombre, inglés, claro, de feed-lot) no han prosperado tanto en Uruguay.

Nuestro país podría lograr grandes rendimientos no adoptando la modalidad de escala de la agroindustria sino adaptándonos a nuestras propias dimensiones, apostando más a  establecimientos más pequeños y con cuidados más personalizados. Transformando la consigna turística “Uruguay natural” en un objetivo socioeconómico (y político, cultural y, sobre todo ambientalmente amigable).

El ejemplo de lo acontecido en 2017 en Canelón Chico, Canelones, donde un productor agroindustrial contaminó haciendo uso de “sus” herbicidas una corriente de agua que envenenó a todos los agricultores de medio porte aguas abajo, dedicados a la producción local de alimentos debería funcionar de contraejemplo para nosotros.

¿Qué sentido tiene apostar en Uruguay a commodities que Argentina o Brasil pueden decuplicar o centuplicar respecto de nuestros volúmenes casi sin esfuerzo? Apostar en cambio a specialities nos facilitaría los rendimientos, la calidad alimentaria  y nos aseguraría un mercado sabiendo que, por empezar, todo el mercado europeo está muy sensibilizado ante la contaminación alimentaria, y que pagan de muy buena gana precios mucho más altos con alimentos más sanos.

Claro que para eso, tendríamos que recuperar la calidad del agua que teníamos antes del ingreso “al mercado global”, cuando el agua en nuestro país era de buena calidad y el suelo uruguayo era uno de los territorios mejor irrigados del planeta (Uruguay tiene un porcentaje de fertilidad de la tierra entre un 84% y un 93%, según estimaciones; uno de los más altos del mundo; pensemos que a China se le atribuye un 10%).

La irrigación todavía, grosso modo, la tenemos. Pero, ya sabemos, no alcanza.

Apostar a las specialities no nos permitirá recibir los dólares que “abundan”, pero que en rigor suelen recaer en yates puntaesteños, en apartamentos neoyorquinos. Porque a la inmensa mayoría, apenas si nos llegan.

Dejar de beneficiar a la agroindustria es no apostar a que el dinero trabaje por nos, apostando al trabajo y de pequeña escala. Claro que eso nos impele al trabajo de calidad y, paso previo, a la formación profesional correspondiente.[5]

El precio político, cultural, que significa la apuesta a la agroindustria masiva es la satelización que, como sociedad uruguaya, sufrimos. No es en absoluto un fenómeno o un rasgo particular nuestro; es característico de las economías periféricas u subalternas.

La pregunta es si con el modelo globocolonial, podemos mejorar la calidad de vida de la mayoría, es decir de todos nosotros, los uruguayos. Si cada vez vivimos mejor, nos expresamos mejor, comemos mejor, tenemos mejor asistencia sanitaria.

O si por el contrario, se ensancha la brecha y estamos construyendo una sociedad con hiperricos y privilegiados (que son, cada vez más extranjeros) y una creciente porción de la población cada vez más segregada o excluida, con bajos ingresos, aun entre los que tienen trabajo…

Ya vimos que, por lo visto, no bebemos mejor.

 

[1] Julia Whitty, oceanógrafa estadounidense, “The Fate of the Ocean”.

[2]  En los ’70 en EE.UU. se inicia experimentación transgénica pero inicialmente para producir medicamentos en gran escala.

[3]  Argentina tiene el dudoso privilegio de haber sido el único estado nacional que acompañó a EE.UU. en la producción de alimentos transgénicos en el siglo XX.

[4]  Dennis Avery, Salvando el planeta con plásticos y plaguicidas, Hudson Institute. El título no encierra la menor ironía.

[5] El primer censo universitario del país, 1968, reveló una estructura profesional e “intelectual” que es suicida para un país integrado: Uruguay disponía entonces de 8000 estudiantes de abogacía (el ejercicio profesional daba trabajo a una octava o décima parte) y 300 estudiantes de agronomía, que era entonces, como ahora y tal vez más, el eje de nuestra actividad económica.

Publicado en Agronecrófilos, Centro / periferia, Globocolonización, Uruguay. Qué hacer

La brutalizaciòn de Israel: ley de hierro del colonialismo

Publicada el 08/01/2018 - 10/05/2018 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández

El Estado de Israel se encuentra en un proceso de brutalización progresiva y en expansión.

Muchos analistas han observado 1967, cuando el estado sionista decide ocupar el resto de la Palestina histórica que no había deglutido en 1948, como momento clave, de inflexión en  el proceso de despojo del territorio palestino, cuando el ejército de “Defensa” israelí pasa a ser el de ocupación. Un momento en el que Israel, la ocupación, el ejército, pasan a tener un papel mucho más asfixiante y abusivo, por tratarse sencillamente de una ocupación militar. Pero semejante agravamiento puede ser entendido únicamente si tenemos en cuenta que la verdadera ocupación empezó, al menos formalmente, en 1948 y que la población palestina fue desde entonces despojada,[1] a través de la expulsión de cientos de miles de habitantes, el asesinato, a menudo colectivo, de miles, la violación y la usurpación de sus hogares y habitaciones, a veces hasta con los juegos de té tendidos en las mesas de las casas invadidas y ocupadas.

Expulsiones, asesinatos, violaciones, motorizados por la idea de un  “colonialismo de asentamientos [que] ‘destruye para reemplazar’. La invasión del territorio indígena busca borrar la presencia indígena sobre la tierra de forma permanente.” [2]

1967 es aceptable como atroz mojón de la acentuación del despojo siempre que no caigamos en la tentación, socialdemócrata, de creer que allí empezó “el mal comportamiento”  israelí. Como si hasta entonces Israel hubiera sido “la democracia modelo” del Cercano Oriente que tantos occidentales aplaudieron.

Si mojones temporales significativos necesitáramos, podríamos invocar, por ejemplo, 1946, cuando el sionismo hace estallar el Hotel David en Jerusalén con decenas de muertos árabes, ingleses, palestinos, judíos, seres humanos de los más diversos orígenes (el ala sionista fascista a cargo de ese atentado es precisamente la que gobierna Israel en las últimas décadas y constituye el gobierno actual encabezado por Beniamin Netanyahu).

Pero tal vez, el más significativo es que cuando el sionismo recibe el espaldarazo del colonialismo británico, que opta por usar los pujos sionistas como ariete occidental contra el mundo árabe (el “bárbaro Oriente”), en 1917, el primer enemigo con que tropieza el sionismo ya “en el territorio”, son los judíos establecidos en Palestina desde tiempo inmemorial (lo que se denominaba el Antiguo Yishuv).

Porque los sionistas empiezan a establecerse creando una sociedad aparte, en rigor una sociedad encima de la existente. Y los judíos no sionistas, anteriores, vivían dentro de la sociedad palestina. Y resisten la consigna que reciben como judíos: ningún trato con “los árabes”.

Los sionistas zanjan esa resistencia con una modalidad que ya veremos se irá propagando en el siglo XX con el nazismo, el fascismo, el comunismo y que ha caracterizado a todas las dictaduras de todos los tiempos: asesinan a Jakob de Haan, un poeta judío refractario a los planes sionistas, que encabezara la resistencia judía al nuevo planteo. 1924. Primer asesinato político de la amarga historia de la sionización de Palestina. No será el único sino apenas el primero de una larga lista de asesinatos que vemos ensancharse continuamente.

El gobierno fascista actual de Israel (que evita esa denominación, que desde 1945 ha quedado “quemada”) no ha hecho sino profundizar esa senda. Pero no ha innovado nada, sustancialmente hablando. Israel, ya sea con gobiernos democráticos (pero sionistas) o con gobiernos sionistas menos diplomáticos, jamás ha variado en su proyecto histórico: “redimir” la tierra “sagrada”. ¿Ha sobrevenido alguna vez un convenio para reconocerle algo, a los palestinos? No se conocen. Ni una vez.

Con las “tratativas” de Oslo, desde 1993, cuando Israel decide evitar otro estallido como la intifada de 1987, la OLP se aviene a “conversaciones” con las que cede y termina reconociendo al EdI con la expectativa de que en un futuro más o menos próximo, el engendro sionista habría de reconocer “algo” palestino; para muchos una soberanía de las dimensiones de una cabina telefónica. La OLP, exhausta con su lucha de tipo vanguardista, sustituyendo la actividad de un pueblo por el de sus destacamentos-más-destacados, termina cediendo, con la esperanza de que a Arafat se le reconocería una presidencia virtual sobre un territorio o territorito… un bantustán, en suma.

Destruida su estrategia político-militar, Arafat, empero, no termina de claudicar porque cuando un levantamiento en las calles vuelva a revelar el sentimiento generalizado de tantos palestinos que se sienten robados, ultrajados, invadidos, desplazados, humillados −la intifada Al-Aqsa− que el régimen sionista reprime con mano durísima, Arafat, ya vencido en la mesa de negociaciones, no aceptará seguir siendo cómplice del poder sionista cada vez más ensoberbecido y denunciará el atropello militar con su infame cosecha de lisiados y muertos. Después de eso, Arafat dejará de ser “interlocutor válido”, quedará virtualmente cercado en La Mukata, en Ramallah, y tendrá una sospechosa muerte por irradiación de la cual que ya sabemos quiénes la administraron…[3] Israel buscará otro cipayo más confiable, y lo encontrará.

1936, 1947-1948, 1967, 1982, 1987, 2000, 2005, 2008-2009 y tantas otras fechas pesadillescas, donde cada vez más son los palestinos muertos, lisiados y prisioneros.

En ningún momento, desde el asentamiento sionista en Palestina, se puede reconocer a Israel cediendo. En todo caso, suspendiendo la presión, el embate, para luego reemprender la conquista con mayor énfasis si cabe: la ocupación ha sido un viaje de ida.

A medida que la relación de fuerzas se ha hecho más favorable al sionismo protegido como socio presuntamente menor del “amo geopolítico del planeta”, EE.UU., su desenfado para aherrojar a la población palestina se ha acrecentado.

Cada vez leyes más draconianas.

Los palestinos no tienen jamás, década tras década, un permiso para construir. Década tras década, las familias han tenido que ir redimensionando sus habitaciones para dar cabida a nuevos miembros, achicando el espacio familiar. Los palestinos no tienen la posibilidad de adquirir, readquirir tierras.

Han sido sistemáticamente reducidos, al mejor estilo del colonialismo español en las Américas (“reducciones de indios”).

La “reducción” territorial tiene otras causas: que un miembro de la familia haya actuado en alguna acción que el poder sionista califique como “terrorista” alcanza para derribar toda la vivienda familiar. Sin posibilidad de reconstrucción; que el estado sionista necesite un suelo para un emprendimiento alcanza para que se le confisque ese suelo a cualquier palestino.

La pérdida territorial es, por una razón u otra, continua.  Nunca falta un diferendo, la decisión de un nuevo aeropuerto, una carretera, la “necesidad” de un puesto de control, para proceder a recortar esos ya tan recortados territorios. Porque Israel jamás cede tierras “propias” para tales obras; siempre las hace a expensas de las tierras palestinas.

A veces, ni siquiera eso. Alcanza la llegada de una patota de colonos sionistas que, armados hasta los dientes y/o protegidos por el ejército de “Defensa”, proceden a arrancar de cuajo vides, olivos, higueras, plantas centenarias de la milenaria agricultura de la región.

En Palestina, los judíos pueden matar impunemente a cualquier palestino. Lo han declarado algunos con chutzpah,[4] como el ministro de Economía del actual gabinete; Naftali Bennet: “He matado a muchísimos árabes en mi vida, y no he tenido ningún problema por ello”. [5]

La historia del colonialismo siempre ha mostrado lo mismo: una penetración racista, basada en la presunta superioridad civilizatoria, que permite a los colonialistas actuar con desprecio por todas las reglas de convivencia y respeto, que, a lo sumo, preservan para “los suyos”.

Esa es la única, atroz explicación para que un soldado judío, que atendería solícito a su hermana, a su madre, a su esposa, a su vecina, en situación de preparto, se permita darle largas a tantas, tantas palestinas que llegan a los “check-points” angustiadas con pérdida de aguas o de sangre o con pujos y que se desentienden en lugar de franquearles el paso al hospital más próximo, o que les ordenan regresar a sus casas y consignas por el estilo y que se traducen en que esas palestinas, solas o acompañadas, se acuclillan lo más fuera de la vista del retén y den a luz, con falta total de atención y de higiene y que se registre tan alta cantidad de bebes  muertos en esas condiciones: el soldadito ha cumplido con su deber, impedir que “crezca” la población de la cual el colonialismo se quiere desembarazar.

Con el cambio de año (2017 a  2018) registramos otra forma de supresión de la población usurpada y negada: el gobierno fascista de Netanyahu, Bennet, Ayelet, Lieberman, propone instaurar la pena de muerte también para actos de resistencia a la ocupación.

Se los denomina terroristas por defenderse.

El disparador probablemente ha sido Ahed Tamimi, 16 años, la adolescente palestina que indignada por la balacera con que soldados israelíes habían matado y malherido a hermano y primo suyos (niños de 14 y 15 años), los increpó y procuró abofetearlos.

La pervertida opinión pública, a través de sus medios más oficialistas, ha admirado a esos “estoicos soldados judíos”  por su profesionalidad, por no haber respondido ametrallando, suponemos, a la joven. Y dado que dicha “profesionalidad” es replicada por jóvenes como Ahed y su prima Nur, para defenderlos de tales bofetadas, el Parlamento fascistizado israelí está tramitando el establecimiento de la pena de muerte ante actos “terroristas”. Con ese calificativo, el juez y el poder de ocupación pueden disponer la condena de muerte por todo acto de resistencia, incluidos los “vejámenes” que le habrían propinado Ahed y Nur a los soldados en el patio de su hogar.

Como dice una sucursal mediática del sionismo en Montevideo: “Los medios israelíes, por su parte, la describen como una ‘provocadora que sabe cómo publicitar sus actos” (El País, Montevideo, 29 dic. 2017). Un instructivo ejercicio de periodismo canalla.

[1]  Hubo desde antes un despojo, una política de despojo, solo que hasta 1948 mantuvo formas “legales”, como la compra de tierras a un propietario rentista ausente y “como consecuencia”, el desalojo por la policía (turca primero, inglesa después) de campesinos sin títulos…

[2]  Nadera Shalhoub-Kervorkian, Sarah Ihmoud y Suhad Dahir-Nashif, http://www.resumenlatinoamericano.org/2014/12/02/palestina-la-violencia-sexual-el-cuerpo-de-la-mujer-y-los-asentamientos-coloniales-de-israel/.

Por eso estas autoras nos dicen que: “La violencia sexual es fundamental en la estructura global del poder colonial, en su maquinaria de dominación de carácter racial. […]. David Ben Gurion, al igual que otros dirigentes sionistas, habló abiertamente sobre la violación y tortura sexual de las mujeres palestinas en las anotaciones que hizo en su diario durante 1948. Al mismo tiempo que abogaba por la matanza de mujeres y niños palestinos, les representaba como una amenaza para la política de asentamientos coloniales judíos y premiaba a todas las madres judías cuando tenían su décimo hijo.”

Las autores citan además a una joven judía que publicó en Facebook un mensaje sobre el placer sexual que se sentía contemplando el linchamiento colectivo: “¡Qué orgasmo ver a las Fuerzas de Defensa de Israel bombardear edificios en Gaza con niños y familias dentro. Boom, boom!”  [ibíd.]

[3]  La viuda verificó mediciones en las últimas ropas de Arafat envidas a control; una anormalísima intensidad de radiactividad.

[4]  Voz de origen hebreo, desplegada en el yiddish, que significa desenfado, descaro, insolencia.

[5] Publicado por Yediot Ahronot, periódico israelí y traducido y puesto en internet por http://www.palestinalibre.org/articulo.php?a=46297, 31 julio 2013.

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