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Categoría: Uruguay. Qué hacer

Uruguay: ¿modelo de qué?

Posted on 24/08/2021 - 24/08/2021 by ulises

La política es el arte de impedir que la gente se entrometa en las cuestiones que les atañen. Paul Valéry

por Luis E. Sabini Fernández –

Con una frecuencia que me resulta cada vez mayor, aparecen en “la prensa” tenida por seria grandes ditirambos al Uruguay, a su democraticidad, a su gobernanza, a su responsabilidad social, ambiental, política…

Conociendo, y ni siquiera profundamente al país, viviendo en él, pronto se capta que estas demasiadas periódicas exaltaciones de las excelencias del paisito responden a algo muy deliberado aunque no se sepa bien qué.

Que no es, ciertamente, descripción de la realidad.

Dificulta el diagnóstico a tanto elogio, cierta flaqueza de nuestra capacidad crítica. ¿A qué se debe semejante flaqueza en un país que dio muestras de tanta potencia intelectual como para haber dado formidables creadores, que no voy a enumerar para no olvidar a algunos, pero que hizo tan característico al Uruguay de fines del siglo XIX y buena parte del XX?

A mediados del s XX, con una crisis que ya no nos abandodó, luego de esfumadas “las vacas gordas” de la década del ’50, se fue configurando una corriente cada vez más pesante de “izquierda”, que deslumbrada por y apoyándose en la Revolución Cubana fue ganando peso hasta alcanzar el gobierno nacional en 2005, pero aquella conciencia crítica, que nucleó a la inmensa mayoría, no a todos, dentro de la intelectualidad uruguaya y sus elencos culturales, fue cumpliendo variaciones del llamado en Argentina  “Teorema de Baglini” (un senador radical de ese país), según el cual “a medida que un grupo se acerca al poder, va debilitando sus posiciones críticas” o, si se quiere, “que cuanto más cerca del gobierno está, más conservador se vuelve un grupo político”.

Y si el pensamiento crítico del Frente Amplio ya dejaba mucho que desear durante su proceso de formación, el abandono de la capacidad crítica cumplió con creces el mentado teorema.

Y con este panorama, el Uruguay fue empobreciendo desde hace años su “masa de pensamiento crítico”, ahora radicada a lo sumo en gente o grupos altamente politizados pero escasos de militancia e inserción, como decrecimientistas, ecologistas radicales, anarquistas, desengañados del Frente Amplio (caso Gustavo Salle), o entre quienes mantengan referencia a Guillermo Chifflet (1924-2018), cofundador del FA, pero con conciencia política propia, y algunos, a mi modo de ver militantes o críticos de la sociedad uruguaya, activos en nudos programáticos como la lucha contra la producción de alimentos con tóxicos, el enfrentamiento a la instalación de megaminería o celuloseras que recrean el país en función de intereses transnacionales, o en la brega por un referendo contra la privatización del agua o, últimamente, enfrentando la política de miedo de la OMS para tratar el Covid 19…

La enumeración de esas resistencias puede hacernos creer que la globalización galopante, tiene dificultades para adueñarse del país; nada sería más equivocado; las resistencias existen, ciertamente, pero los avances del gran capital transnacionalizado se llevan a cabo con mano bastante segura; es decir la entrega del país, de sus tierras o aguas, y de su soberanía, se hace con relativa impunidad.

La impudicia de un diario argentino, oficioso de la Embajada de EE.UU., califica al Uruguay como el sexto país del mundo por su grado de libertad y como el segundo mejor en el continente americano en “calidad de vida y oportunidad de los jóvenes uruguayos”.[1]

Sabemos que la exaltación de libertad del primer ejemplo se refiere a la libertad de los grandes privilegiados, pero una visión ingenua puede no ver nada negativo en el cuidado de esa libertad; el segundo ejemplo es un poco más indecente por cuanto la juventud uruguaya tiene que enfrentar no sólo las privaciones de la pobreza creciente y el angostamiento progresivo de los ingresos sino además la tasa de suicidio más alta del continente y de las más altas del mundo. Contra semejante trasfondo, alardear de oportunidades para jóvenes resulta otra vez impúdico.

Y nos obliga a inquirir por los autores de tamañas afirmaciones.

Los autores; –la firma es de Rosendo Fraga, la carga mediática de infobae– han extraído tales números de Freedom House, una oenegé que tiene su historia. Inmejorable. FH se dedica a medir el grado de acceso de la población a derechos políticos; allí ubicó FH al Uruguay con solo 5 estados en el mundo entero con un índice mejor.

Fraga ha recurrido a diversas instituciones, todas de EE.UU., para corroborar ese envidiable lugar de Uruguay en las tablas mundiales. Nos muestra que el Chandler Institute of Government, muy “prestigioso”, ubica a Uruguay segundo en las Américas, después de Chile en gobernanza. Es decir, en la capacidad de gobierno para que todo siga “tranqui”,  para que los inversores trasnacionales manejen sus negocios sin sobresaltos. ¿Qué más aplaude Fraga?  “Espectacular impulso del sector de los servicios financieros”.

Pero, ¿algunos de estos índices favorecen a la población local? Eso ni se menciona. Ni se observa. Se va a “lo que importa”. A las finanzas mundializadas.

La fuente que ha manejado Fraga para sus elogios generalizados no es, ciertamente, neutra. Freedom House fue fundada en 1941 para incentivar el apoyo del ingreso de EE.UU. a la 2GM. En la posguerra, con  el señorío mundial de EE.UU., que por un momento se creyó único y permanente, FH empezó a operar como polea del poder en la sombra en una creciente red de instituciones y organizaciones dedicadas al mismo fin sin formularlo nunca explícitamente: estuvo así en la fundación de la radio Free Europe y ya en los ’80 en la de la NED (National Endowment for Democracy [Fundación Nacional para la Democracia], donde “nacional” refiere a EE.UU.) y ha financiado muchas “democracias”, como con los cientos de miles de dólares regados en Ucrania tras el colapso soviético, para instaurar allí un régimen aceptable (para EE.UU., no para la gente). Luego del descalabro vietnamita, también participó en el manejo discrecional  de las maltrechas democracias centroamericanas, regadas por asesores estadounidenses con los que asesinaron a centenares de miles de habitantes, particularmente mayas en Guatemala.[2]

FH ha sido muy activo dentro de EE.UU. criticando duramente a legisladores antimonopolistas defendiendo así  “a grandes empresas de medios.” [3]

Resume Shan Jie el juicio que a China le merece: “Freedom House, una organización no gubernamental que juzga el nivel de libertad en países alrededor de todo el mundo es, en los hechos, una herramienta del gobierno de EE.UU. para interferir en los asuntos de otros gobiernos.” [4]

Si algo faltaba para medir la caradurez en la “objetividad” de FH: no se le conocen críticas a violaciones de derechos humanos dentro de EE.UU.

Uruguay recibe plácemes de diversos organismos, casi todos de la esfera de poder estadounidense, pero no son gratis.

Hace unos años, el Financial Times, el vocero principal de la City londinense, hizo “su” encuesta y “comprobó” que el entonces ministro de Economía uruguayo, Danilo Astori, era el mejor ministro del ramo del mundo. Es decir, etimológicamente, el mejor servidor del ramo en el mundo. ¿Y a qué se refería el FT para tamaño calificativo? En Uruguay, en la cofradía de don Danilo hubo una pequeña confusión: se pensó que ese título se depositaba en el país ad majorem gloriam. Pero el FT agradecía a Danilo Astori la benevolencia con que en Uruguay se trataba al capital trasnacional, al capital de cualquier parte del mundo… Uruguay era el modelo a seguir entre las economías periféricas y dependientes, rebautizadas, más eufemísticamente como “emergentes”.

Uruguay tiene desde mucho tiempo atrás una relación no conflictiva con el capital extranjero. Debemos recordar la actitud que por diccionario cabe calificar de cipaya, del batllismo, ante el capital estadounidense y su penetración y asentamiento en el país. Que se hizo pretextando un marcado anticolonialismo británico (como siglos atrás se llegara a desplazar lo que quedaba de influencia española mediante la colaboración con el nuevo colonialismo de entonces, el británico…)

Uruguay supo acompasarse a las zonas francas que el capital transnacional empezó a expandir particularmente a partir de la segunda mitad del s XX. Pero en ese tiempo inicial, el desarrollo de esos ‘islotes de desarrollo capitalista apátrida’ se aplicó a territorios que interesaban más al capital crecientemente mundializado, como regiones con excelencias mineras o mano de obra cuasiesclava (así se produce el destrozo del Sudeste asiático, las Filipinas, buena parte de África, América Central,  Ecuador). En Uruguay, entonces, apenas se erigieron zonas francas para el tráfico de vehículos o los ingredientes concentrados de Coca-Cola. Pero poco a poco fueron ingresando más y más rubros en régimen de zona franca y hoy, la producción íntegra de celulosa que se realiza en suelo uruguayo, por ejemplo, se tramita toda mediante zonas francas. Producción que, por tanto, no aporta casi nada al país, privado de su exportación y los impuestos consiguientes (aunque no de los deterioros ambientales y sociales que la producción transnacional descarga localmente).

Contrasta el laudatorio informe de FH sobre Uruguay con lo que el FMI expresara, por ejemplo, en un informe suyo sobre lavado de dinero e incluso financiación del terrorismo. En su informe de diciembre de 2006 establecía que: “Uruguay es un centro financiero offshore y un riesgo para el  lavado  de  dinero  y  la  financiación  de  terrorismo,  particularmente  a  partir  de operaciones  de  no  residentes  y trasnacionales.  Tiene […]  un significativo   componente   offshore   que   abastece   mercados  latinoamericanos, incluyendo Argentina y Brasil. [y] una  importante  concentración  de  clientes  no  residentes  y  una  economía altamente  dolarizada.”

[…] ″Jerarcas  policiales  y  judiciales  uruguayos  evalúan  que organizaciones  criminales  colombianas,  mexicanas  y  rusas  están  operando en Uruguay. Hay una sostenida preocupación sobre el crimen organizado trasnacional desde Brasil.”

[…] ″Uruguay también permite la incorporación relativamente sencilla de bancos offshore”, que se conocen localmente como “instituciones financieras externas”, o IFE. Su  capital  mínimo  es  de  500  mil  dólares.  […]  exceptuado  de  cualquier impuesto a cualquiera de sus actividades, líneas de negocio, ingresos o bienes. “Es interesante  que  no  requieran  un  agente  bancario  registrado  localmente.” Así resume Andrés Alsina la política de “manos abiertas” del Uruguay frente al capital financiero, que más que golondrina habría que llamar de rapiña.[5]

Y el puerto de Montevideo goza del triste título de ser el segundo puerto con más trasiego de pesca ilegal del mundo entero.[6]

Esta triste aseveración surge de la aplicación de la “doctrina María Julia Alsogaray”, una funcionara de la “era Menem” en Argentina que postulaba la confianza plena en las declaraciones juradas de los consorcios transnacionales.[7]

A esto hay que agregar que la empresa belga Katoen Natie acaba de recibir la prórroga de su concesión en el puerto por 60 años más –hasta 2081– a sola firma presidencial, pese a que el mismísimo Tribunal de lo Contencioso Administrativo había dictaminado en contra de la prioridad de esta empresa en el puerto.

Pero el domino del capital financiero va mucho más allá de que nos gobierne y/o exprima extramuros o dentro de nuestras fronteras.

Lo acontecido en los primeros años de gobierno del Frente Amplio con algunos titulares de las finanzas nonsanctas nos muestra que ese gobierno extranacional en las sombras se atreve incluso a desplegarse a la luz, con las debidas asistencias políticas. El caso de  Rolando Rozenblum lo ilustra.

Remitimos a los artículos de Sergio Secinaro [8] y a las esclarecedoras notas de Mónica Robaina (desde Brecha). Muy sintéticamente, un par de empresarios uruguayos, activos en Curitiba, Brasil, fueron enjuiciados por la justicia de ese país como grandes evasores fiscales y por delito de estafas reiteradas fueron llevados a la cárcel. Bajo la acusación de robo al fisco de 80 millones de dólares (en ese momento, 2006).

Allí, al mejor estilo Alec Guiness como perdulario que trasmuta mediante soborno una pena de muerte en una liberación, los Rozenblum evaden la prisión acusados de haber sobornado a los guardias. Isidoro, el padre, con un infarto masivo, no vivirá mucho para contarlo, pero Rolando, el hijo, retorna al Uruguay con los millones de dólares en resguardo, y de inmediato procede a hacer inversiones, promesas o contactos en su sitio de residencia, Punta del Este. Entra rápido al círculo áulico del gobernador local, Enrique Antía y brega, ¡oh paradojas!, por implantar una red de cámaras antidelito en las calles, ofreciendo el know how de una empresa israelí que le cobrará al gobierno fernandino (no, claro, al proponente) unos 20 millones de dólares por instalar un millar de tales cámaras. Nuestro hombre se constituye en pivot del CIPEMU, Comunidad Israelita de Punta del Este, Maldonado, Uruguay, y, a mediados de la segunda década del siglo XXI, en fundador del International College, de Punta del Este.

Rozenblum es el arquetipo, sólo que no de las virtudes sino de los defectos, de los contactos, las “gauchadas”, los sobornos, y de la ligereza con que una sociedad frívola y corrompida admite como virtuoso un verdadero círculo vicioso.[9]

Los Financial Times, los International College, los Freedom House cantan loas al Uruguay. Para mejor asentar sus privilegios.

Pero la realidad es terca y nos dice otra cosa, prácticamente su opuesto: el país se endeuda, y muchos habitantes se endeudan, los desalojos forzosos aumentan. La contaminación, cada vez más generalizada; el agua es un trágico exponente de esa situación, de ese deterioro.

La carestía es inclemente y creciente, los costos de los servicios (agua, luz) cargan a los habitantes, y con descaro exoneran a las empresas; aumenta la desocupación o la ocupación que no permite un autosustento digno, aumenta la tugurización y la población en asentamientos “informales”, aumenta la emigración, baja la tasa de natalidad, sigue la expulsión de los pobres del campo y el desmembramiento de lo rural. Ahora se proyecta hasta eliminar el ya casi fantasmal Instituto de Colonización.

Y el aumento de los suicidios nos revela, como escuché en alguna radio, “enormes falencias comunitarias”.

La situación real del Uruguay es problemática. Por cierto que tiene muchas luces, que aquí ni mencionamos, al lado de las muchas sombras que apenas hemos espigado.

Pero lo que llama la atención es la insistencia desde usinas estadounidenses en pintar al paisito como modelo. Y surge brutal la pregunta del título… y una más: ¿por qué?

notas:

[1]  Rosendo Fraga, “La nación presidida por Luis Lacalle Pou fue calificada como la sexta más libre del mundo por octavo año consecutivo”, https://www.infobae.com/america/opinion/2021/08/14/uruguay-un-pais-donde-pasan-cosas.

[2] El escándalo de los asesinatos masivos en la década de los ’80 en América Central fue tal que el Congreso de EE.UU. se vio necesitado a retirar sus interventores militares y policiales en varios de esos países (El Salvador, Guatemala, Honduras y hasta de la Nicaragua flamante neosandinista); los mandos estadounidenses delegaron en oficiales argentinos de la dictadura de entonces y en oficiales israelíes, de la democracia de entonces, la prosecución de semejante asesoramiento en represión y tortura (Noam Chomsky, La quinta libertad).

[3] Global Times, 28 oct. 2020, Freedom House. https://www.globaltimes.cn/page202010120497.sthlm.

[4]  https://www.globaltimes.cn/content/1204976.page212110120497.sthlm.

[5] “Uruguay, la Suiza de América”, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=211619. Difundido inicialmente desde Brecha, Montevideo.

[6] https://revistapuerto.com.ar/2019/01/nadie-controla-la-pesca-en-el-atlantico-sur, Mar del Plata, ene 2019.

[7] De ese modo, Argentina llegó a recibir en los ’90 contenedores con restos inclasificables  e irreciclables, se dijo que hasta con mierda, declarados como de papel.

[8] http://cronicasdeleste.com.uy/Noticias/ex-recluso-y-profugo-de-carcel-brasil-es-el-catalizador-de-las-camaras-de-la-idm.html

[9]  La constelación del CIPEMU no se limita a lo social o económico; interviene políticamente, como verdadero lobby ideológico: dispuso que el intendente Antía negara los locales de reunión a la asociación de docentes de historia del Uruguay para su congreso, hace pocos años, alegando antisemitismo en filas docentes; un calificativo falso pero efectivo.

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Automplacencia uruguaya: ¿Idiosincrasia o mera propaganda?

Posted on 21/06/2021 - 23/05/2022 by ulises

por Luis E. Sabini Fernández –

«[…] sin lugar a dudas, la capacidad de reacción, la celeridad con que se tomaron las medidas, lo adecuada que fue la respuesta al desafío […] Esto es un logro del Sistema Nacional Integrado de Salud. […] justamente el eje es la atención a la comunidad y en la comunidad.

Teleconsulta más dispositivos de primer nivel, más una cultura de consulta domiciliaria que había en el país  permitieron esta respuesta desde el primer nivel de atención potenciado por estas herramientas.

No quiero pecar de decir ¡qué bueno el coronavirus!, pero qué bueno porque ahora estamos teniendo mayor accesibilidad a nuestros usuarios y a los sistemas.» [1]

Este escupitajo hacia arriba ha caído ahora sobre los índices que maneja la OMS, ubicando al Uruguay entre los más afectados por la pandemia Covid 19 declarada por la OMS.

La idealización del país y su realidad sanitaria por parte de OPS,  la Organización Panamericana de la Salud, filial continental de OMS, refleja en cierto modo, una percepción difundida en los medios masivos, en las declaraciones de los principales partidos políticos y resortes institucionales del país. Que tiene fundamentos reales, aunque el sentido de su gloria se ha ido cuestionando con el tiempo y el ascenso de otros seres humanos, no ya solo “los europeos”.

Uruguay “blanqueó” prestamente su población. Gracias a lo poco denso de las redes nómades de aborígenes y una mortalidad francamente mayor de la población afro respecto de la europea (porque tenían peores condiciones de vida, pese al interés señorial de cuidar a sus esclavos; y porque en las guerras los mandos militares hacían un “buen negocio”: ofrecían la manumisión a quienes se presentaban a pelear, pero se los ponía en primera fila y eran pocos los que regresaban, maltrechos aunque libertos, del campo de batalla).

Pero esos factores, que diferencian notoriamente la región platense de buena parte del sur americano, no alcanzan para convertir al Uruguay (y a su modo, a la Argentina) en países “de primera”. Ni tampoco a exonerarlos del racismo, tan evidentes en otras sociedades indoafrolatinoamericanas con mayor presencia no-blanca, como Chile, Bolivia, Brasil…

Por eso una descripción como la que aparece en el “relato” de OPS no es sino la contracara patética de la realidad, es decir lo opuesto de lo que vive en general la población en su vida cotidiana.

Cualquiera que no tenga privilegios, ya sea de contactos o de medios materiales, sabe lo que cuesta conseguir una atención que no sea sucinta y telefónica, las miserables amansadoras para conseguir un turno, una consulta, una atención, en tiempos normales, ahora todo agravado con la pandemia.

Volvemos a lo mismo: no es que falsee radicalmente la situación. Dentro del área de la OPS es posible que Uruguay se destaque por mayor y mejor nivel de atención domiciliaria, por ejemplo.

Pero es triste conformarse con esa comparación en un continente donde el nivel sanitario es paupérrimo a causa de la condición tan generalizada de economías tributarias a un sistema económico ajeno que les extrae los bienes que necesita y les deja sobrantes a la economía local. Siempre escasos.

Y lo peor, es que ese culto hacia sí, este cultivo de la suficiencia, no sólo es tramposo y se desplaza hacia la falsedad con extraordinaria celeridad, sino que opera como freno para mejorar; para querer mejorar.

Acrecienta la dificultad para  enfrentar el deterioro progresivo generado por la condición periférica.

El principal freno a un cambio, a una meta nueva, es considerar que no se la necesita.

Uruguay soporta el peso de una glorificación de su ser y su historia que dificulta a ojos vistas el autoconocimiento y todo empuje transformador.  Si fuera cierto que estamos en el mejor de los mundos, sería inaceptable y hasta inconveniente toda necesidad o intento de cambio. Pero estamos lejos de eso.

Más bien al contrario; a medida que nos hemos ido periferizando y alejándonos de un potencial cauce propio, ha brotado con más fuerza la imagen de perfección, ya no sólo su perfectibilidad, se nos ocurre que como compensación simbólica de nuestra realidad.

Si algo hemos desarrollado en el país es su dependencia.

Cuando la colonización inglesa –heredera de la española a través de un proceso independentista heterónomo–, empieza a retroceder y a retirarse, exhausta –no por la resistencia que le impusieran desde la periferia, sino por el desgaste de la 2GM– se trasladó el eje imperial dentro de Occidente, del Reino Unido a Estados Unidos.

Nuestro país no supo aprovechar la retirada de “los ingleses”. Gananciosa con los productos del país bien cotizados durante la guerra, nuestra elite no tuvo ojos sino para ver sus ganancias, y el paisito entró en una época de vacas gordas y  derroche.

Durante los ‘40 y hasta fines de los ’50, hubo legislación para importar por decreto autos baratos –los tristemente famosos colachatas–, que terminaron desvencijándose porque las carreteras no habían acompañado, en su construcción y diseño, esas derrochonas modernidades madeinUSA.

Se generó  con las divisas de exportación una “fiesta del importado” (que implica un proceso de modernización no elegido sino asumido como único y necesario). El país, apoyado en las mieles de los ingresos altos no resolvió, ni siquiera se planteó qué hacer con el tendido ferroviario que los ingleses  habían construido diseñando una red como una mano para que a través de todos sus “dedos” confluyeran vías al puerto de Montevideo, para llevarse desde allí, la lana, la carne, el cuero que tanto necesitaban. Terminada la 2GM, los ingleses prácticamente la abandonaron. Como el gas. Y como el agua corriente.[2]

Si no pasó lo mismo con la luz fue porque el estatismo batllista había tomado la posta de un servicio tan imprescindible (la primera red eléctrica nacional se inicia en 1906, primera presidencia de Batlle y Ordóñez).

El país procesó el cambio de “amo” orquestado por el batllismo que, proclamando un anticolonialismo británico en rigor se acompasó a la ya vieja política de Monroe (“América para los americanos”, donde sobra la o de la última palabra). Por eso, en lugar de resolver qué hacer con la vieja red ferroviaria, sencillamente se la abandonó al tenor del nuevo medio de transporte motorizado por EE.UU., –los camiones y los autos en rutas–, hasta que, pasadas las décadas, no se pudo sino ir cerrando uno a uno todos los circuitos, llevar al museo, en la medida de lo posible, locomotoras y vagones (o venderlos incluso como viviendas, que se ven en varios puntos del país, generando los típicos “negocios” residuales de las sociedades periféricas).

Los ciclos ganaderos  otorgaron al país un papel a veces protagónico, como con el enfriamiento e industrialización de los productos cárnicos en la Liebig’s alemana de Fray Bentos (desde la década del ’70, siglo XIX hasta la 1GM, entonces ya dominados tales procesos industriales por los ingleses, ganadores de esa guerra). Con el tiempo, la producción cárnica uruguaya se fue primarizando,  con los frigoríficos ingleses y estadounidenses  en Montevideo (Cerro), primera mitad del s XX).

En los ’60, con el auge agrícola simultáneo de lo biológico (híbridos) y lo químico (futura contaminación), bautizado Revolución Verde, Uruguay entrará de lleno en la órbita estadounidense, cumpliendo el sueño neocolonial del batllismo (que denominaba dicho proceso panamericanismo, que seguramente suena mejor que dependentismo).[3]

Y en los ’70, un nuevo ciclo económico general, bautizado globalización aunque con buen tino Frei Betto lo rebautiza globocolonización, nos “incluye” más periféricamente, si cabe con cambios sustanciales en nuestra economía adaptándose a “las necesidades del mundo” (en rigor, de la red transnacional de consorcios): el mar uruguayo, por ejemplo, ya perdido todo afán de forjar una marina propia, es cada vez más sitio de saqueo de barcos chinos, taiwaneses, coreanos, españoles y de otras nacionalidades. El puerto de Montevideo cumple ante esa virtual invasión el triste papel de monos sabios, que no ven ni oyen ni siquiera musitan. [4]

Pero el mar es apenas una de las zonas de despojo.

Uruguay ha sido visualizado junto con Chile, Mozambique y Filipinas como propicio para plantar y cosechar árboles para producir celulosa, la base actual de la producción papelera. Uruguay por su escasa superficie relativa es, por lejos, el más perjudicado de esos “candidatos”. Las condiciones para los implantes globocolonizadores son totalmente lesivas para nuestro ambiente, nuestro hábitat, nuestra población.

Hasta ingenieros agrónomos, profesionalmente vinculados a la industria forestal, admiten la deficiencia estructural del destino celulósico, advirtiendo contra “un progreso industrial exclusivamente pulpero” y “que no es posible seguir [sic] apoyando un proyecto pulpero ¡desmadrado’, no sostenible.” [5]

Confróntese con “la información” de un vocero celulósico,[6] que nos chamuya “la celulosa se perfila como el principal producto de exportación del Uruguay”, en donde la exaltación de una irrealidad, como dicha exportación, nos da la pauta del sesgo.

Mojones de una nueva dependencia, de un nuevo empobrecimiento, tienen una profundidad sin precedentes, porque el sistema de depredación planetario no hace sino acentuarse, arrasando economías periféricas, como la nuestra.

Pensemos, siquiera por un instante, en la contaminación. Que escarnece la engañosa consigna “Uruguay natural”, cuando hacemos una escasa y tardía resistencia a la expansión de los plásticos, cuando apenas si recuperamos materia orgánica (que sirva para producir alimentos, por ejemplo, no sólo vegetación decorativa), cuando el país apenas hace separación de residuos, cuando nuestras aguas están totalmente invadidas por plásticos y microplásticos (los mismos, desmenuzados por la erosión).

Tenemos tierras cada vez más envenenadas y la consiguiente escasez, también creciente de agua potable, una tolerancia digna de mejor causa con agrotóxicos, ya prohibidos en muchos otros países del mundo.

Pero también pensemos en ficciones económicofinancieras, como la pretensión de juzgar como exportación uruguaya lo que se procesa desde zonas francas, instaladas en territorio uruguayo, extraterritorializado. Tengamos presente que el capital transnacional, hace ya décadas, concluyó que se adaptaba a su conveniencia la reinstalación de lo que en los albores de la expansión imperial se llamaban “economías de enclave”.[7]  Mediante una nueva designación; “zonas francas” hicieron realidad ese sueño del gran capital.[8]  Eso significa que si Uruguay exporta a una zona franca, no recibe ni un peso de impuestos, por ejemplo, porque la zona franca está exonerada de las leyes del país en que se asienta. ¿Para qué sirve entonces incluir esos trasiegos de mercancía como exportación si no rinde lo que rinde una exportación?

Basta ver el crecimiento de nuestra deuda externa (mejor sería denominarla eterna), así como el aumento de nuestra población llamada “informal”; de asentamientos, con trabajos precarios (desocupada o subocupada), la disminución permanente, ininterrumpida de nuestra población rural (que para algunos expresa modernización, urbanización, pero es solo un adueñamiento de la tierra, nuestro territorio, por capitales de explotación agroindustrial y consiguiente contaminación); el nivel cada vez más asfixiante de las tarifas de los servicios básicos; la crisis cada vez más profunda y extendida de un recurso que fue gloria de nuestro país; el agua, todos ello índice de un lento deterioro de nuestra calidad de vida.

Pero luego de esta sucinta recorrida por nuestras deficiencias y retrocesos, ¿cómo puede uno sentirse satisfecho con nuestra democracia supuestamente de primera calidad?

notas:

[1]  https://www.paho.org/es/uruguay/asi-es-como-sistema-salud-uruguay-responde-covid-19, s/f.

[2]  Durante un siglo aproximadamente “los ingleses” administraron agua y ferrocarriles. Aunque se trató de servicios no iniciados por los colonialistas sino mediante proyectos de gestión nacional, que, empero, al cabo de algunos años fueron adquiridos por inversores de Su Majestad británica (el agua fue “inglesa” de 1862 a 1950; y época análoga hubo para los trenes).

[3]  En 1889 tiene lugar la primera “conferencia panamericana”, una segunda habrá en 1901 y el Uruguay será el asiento de la séptima que coincide con “la política de buena vecindad” promovida por F. D. Roosevelt, sustituyendo la anterior “política del garrote” de otro Roosevelt, Theodore.  La política de buena vecindad entró en nuestro país hasta desde las escuelas donde los niños aprendían el himno correspondiente como prioridad educativa. Como curiosidad o paradoja el autor de dicho himno fue un argentino, peronista, que tuvo que abandonar su país en 1955 (Rodolfo Sciamarella lo escribió antes de ser peronista, puesto que  el Canto de Amistad, circulaba antes de que el peronismo surgiera a la palestra política).

[4]  Se sabe, por ejemplo, la alarmante frecuencia con que bajan de los pesqueros cadáveres, lo cual hace pensar en pésimas condiciones laborales. El puerto de Montevideo tiene el dudoso honor de figurar como el segundo puerto con mayor trasiego de pesca ilegal del mundo entero (https://revistapuerto.com.ar/2019/01/nadie-controla-la-pesca-en-el-atlantico-sur/).

[5]  Alejandro Borche, Dardo Esponda, Eduardo Cotto, Eduardo Dilandro, Gustavo Guarino, Héctor Arbiza, Manuel Chabalgoity en POSTURAS, La Diaria, Mtdeo., 29 de mayo de 2021.

[6]  El País, Mtdeo., 27 mayo 2021.

[7]  Asentamientos, generalmente costeros, desde donde la metrópolis recibía las mercancías extraídas del territorio circundante en una relación absolutamente desigual; de la colonia a la metrópolis, ida y vuelta.

[8]  Otras designaciones para el mismo fenómeno: «zonas económicas especiales», «zonas de libre comercio», «zonas libres», «zonas de proceso exportador», «zonas de libertad comercial», «zonas de producción de exportación». En Túnez, todo el país ha adquirido el «nuevo estatuto» de zona franca. En México, su región norte, lindante con EE. UU., tiene lo que llaman «maquiladoras».

Posted in Cultura dominante, Poder, Política, Sociedad e ideología, Uruguay, Uruguay. Qué hacer

¡Menos altivez institucional y más vergüenza ecológica!

Posted on 28/07/2020 by ulises

URUGUAY ANTE LO AMBIENTAL

por Luis E. Sabini Fernández –

Destacamos las fortalezas que tiene Uruguay: transparencia institucional, promoción de la cultura de la calidad y de la competitividad mediante el impulso del desarrollo y de la sostenibilidad, con calidad institucional y eficiencia política implementando procesos de innovación y mejora continua, empleando buenas prácticas de preservación del medio ambiente [colaje de frases extraídas de documentación y papers varios]

 

Decía el formidable Mahatma Gandhi, «Más que los actos de los malos, me horroriza la indiferencia de los buenos», análogamente podríamos decir que el horror desplegado es mucho menos frecuente, siendo más repulsivo que el mal que se cuela en nuestra sociedad, como dicen los gallegos, “a la chita callando”.

El horror, entonces, no de los devastadores activos, de los asesinos seriales, sino de los que dejan hacer o de los que cómodamente  ignoran que la devastación es mucho más frecuente de lo que se asume.

Uruguay es visualizado desde la UE como un referente ambiental. Se le atribuye al actual presidente la tarea del cuidado ambiental regional.

¿De dónde sale tamaña idea? Del cuidadoso cultivo de mentiras y escamoteos que tantos uruguayos han hecho con la cuestión ambiental.

“Uruguay natural”

Para no remontarnos demasiado vayamos apenas a la consigna “Uruguay natural” que fue nada más que una “frase gancho” para promover turismo, a la que se le dio con el tiempo un nuevo significado de conciencia ambiental. Estupendo si fuera real, no oportunista.

Un ejemplo, apenas: la entonces ministra de Medio Ambiente, Eneida de León, perorando sobre la pureza del agua  corriente nuestra: “los últimos resultados de las muestras obtenidas arrojaron un porcentaje de agua potable superior al 99 %, […] [1] «más que admisible» al compararlo con Europa y América Latina, donde el promedio se sitúa en el 93 % y el 76 %, respectivamente.” Una pena que De León no hubiera revelado las fuentes de semejantes afirmaciones y comparaciones. Y lo más grave, que una visión tan sesgada tuviera oídos pueriles que lo creyeran.

Que crean eso o el discurso del año pasado de la misma “ecologista”, entonces ministra del gobierno que nos ha embretado en secreto con UPM, hipotecando tierras y aguas de nuestro país; en marzo de 2019 De León hizo su speech en Nairobi,[2] en el cónclave de la UNEA4 y manifestó que, aunque usted tal vez no esté enterado,  “Uruguay está profundamente comprometido con el cuidado del ambiente y la gestión de los ecosistemas” y que los desafíos correspondientes resultan “producto de un proceso de consulta ciudadana”, por el cual imagino al lector exprimiendo infructuosamente la memoria para ubicar dicho proceso, en algún lugar del país, en algún momento de su historia.

Agroindustria y contaminación

Jamás ingresó tanto en nuestro territorio la agroindustria como hoy, que hace que el campo se siga despoblando aceleradamente.

Como la agroindustria que se autocalifica de “agricultura inteligente” está a la vez contaminando a diestra y siniestra los campos, el aire y las aguas, no sólo se despuebla el campo sino que se afecta toda la biodiversidad; cada vez hay menos fauna y flora silvestres, naturales; nuestros arroyos ya casi no tienen peces;  nuestras colinas y bajíos ya casi no tienen mulitas o liebres y es ya “tarea imposible” salir a cazar perdices. Pero en rigor el exterminio masivo va mucho más allá, porque la fauna menuda, de insectos −la que solía estamparse en los parabrisas y radiadores a la vista de los autos de antaño− también ha disminuido enormemente su presencia.

Jamás, tampoco, se ha cedido tanto espacio a las grandes corporaciones transnacionales, particularmente a las factorías de celulosa (de las mineras, hemos zafado no por mérito propio sino por pérdida de interés empresario, por la baja cotización). La forestación se ensancha como una mancha venenosa; con los ingresos ofrecidos por las empresas transnacionales, logran que se planten eucaliptos en todos lados, arrebatando tierras aptas para otros usos y cultivos,  violentando las regulaciones públicas al respecto.

Jamás habíamos registrado tamaños índices de contaminación. Y nuestros estudios al respecto son increíblemente débiles, embrionarios.

El agua, otrora nuestro tesoro

Tenemos el agua de prácticamente todo el país comprometida con tóxicos.

El uso irrestricto, o casi, de agrotóxicos, tiene la mirada corta; su mirada comercial incluida. Toleramos “entre casa” venenos que el mercado mundial va desechando cada vez más; ¿por qué Italia rechazó naranjas uruguayas?, ¿por qué la miel, otrora orgullo de calidad uruguaya,  ha sido rechazada por las autoridades bromatológicas alemanas?

Ahora se ha obtenido una nueva línea exportadora de miel, a Arabia Saudita. No conocemos sus exigencias bromatológicas, pero sí sabemos que sus pautas de calidad son más bajas que las suecas.[3] Porque hoy también en Uruguay, se coloca azúcar al lado de las colmenas debido a la pérdida de prados naturales; ¡hasta el trabajo de las abejas ha devenido trabajo esclavo!

Y con la carne, el principal destino de los últimos años ha sido China. Pero en 2016 hubo rechazo de carne considerada no apta. Ya había pasado algo similar, el año anterior, con grasa animal, evaluada como en mal estado. Y en 2019, otra vez rechazo de  carne.

Hablamos de pérdida de mercados. Otra faceta relevante es la primarización de nuestra economía. Ya tenemos el caso, en plena expansión, de la forestación totalmente al servicio de pulpos celuloseros que se llevan la humedad del país y nos dejan los detritos, y todo ello casi sin pagar, usando el régimen de zonas francas, que es una reedición de la vieja extracción material que hicieron los imperios europeos en los siglos XVII, XVIII y XIX con las “economías de enclave”.

Pero hemos “avanzado” más todavía. En los ’80, Uruguay llegó a exportar ganado en pie, unas 80 mil cabezas. Si eso es negación de trabajo propio, este año la exportación de ese tipo sobrepasa las 400 mil cabezas. Cero valor agregado, cero trabajo en lechería, en carnicería, en conservación. Apenas la crianza la queda al país. Una radiografía del despojo. De otro despojo.

Cito resoluciones del MVOTMA:  “acordaron garantizar una vida sana y un planeta sostenible y seguro para todos; crear conciencia sobre la urgencia de actuar sobre los productos químicos y los desechos en todos los niveles […] lograr un sólido marco propicio para la gestión para ser respaldado por órganos políticos […] a unirse a la Alianza de Alta Ambición para fortalecer la aspiración […] un marco habilitador sólido que generará beneficio

[…] y un desarrollo sostenible para todos en todas partes.” [4]

Esperemos que esta Triple A no sea tan atroz como la argentina de los ’70, pero escuchemos el eco de estos versos: “[…] no pierden ocasión / de declarar públicamente su empeño / en propiciar un diálogo de franca distensión / que les permita hallar un marco previo / que garantice unas premisas mínimas / que faciliten crear los resortes / que impulsen un punto de partida sólido y capaz / de este a oeste y de sur a norte, / donde establecer las bases de un tratado de amistad / que contribuya a poner los cimientos / de una plataforma donde edificar / un hermoso futuro de amor y paz.” Joan M. Serrat, “Entre esos tipos y yo hay algo personal“. Tal cual.

[1]  Ag. EFE,  11 mayo 2015.

[2]  https://presidencia.gub.uy/comunicacion/comunicacionnoticias/eneida-interpelacion-agua-potable, 2019.

[3]  En los ’80, cadenas de comercialización suecas promovían miel uruguaya proveniente de prados, como muy superior a las mieles provenientes de apiarios que colocaban azúcar al lado de colmenas.

[4]   https://www.mvotma.gub.uy/novedades/noticias/item/10012222-uruguay-comprometido-ante-el-mundo-con-el-cuidado-del-ambiente.

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Destino de país. Uruguay 2018, Qué comienzo!…

Posted on 02/03/2018 - 03/04/2018 by ulises

por Luis E. Sabini Fernández –

Esquemáticamente, hay dos formas de enfrentar las dificultades que se han presentado “inopinadamente” este enero y febrero; el cuestionamiento a la política del gobierno hacia “el campo” y el recrudecimiento de violencia en las calles.

El gobierno ha desechado los reclamos inicialmente y luego se avino a alivios fiscales en el primer caso y en el segundo, ha sopesado cómo atender y/o enfrentar a pobres embravecidos por las privaciones o estropeados por la droga.

Otra opción es rastrear orígenes. Ver así la clave de estos dos problemas en una causa. Casi todos los habitantes de barrios empobrecidos de la capital, vienen o han venido “del campo”. “−Mi viejo laburaba con ovejas, las esquilaba, las cuereaba… pero quedó sin trabajo… se  acabaron los asados de cordero y anduvimos yirando… en Guichón, en Paysandú y ahora en el Manga…

Con el sacudón de Durazno en enero se ha repetido hasta el cansancio: en los últimos diez años  han desaparecido 11 000 producciones agropecuarias; el 90% pequeñas y con ello, han desaparecido entre 100 000 y 200 000 pobladores rurales.

¿Dónde están? En Montevideo, en Casavalle, Piedras Blancas, Manga, Conciliación, Casabó, Maroñas, Marconi, Malvín Norte…

¿Qué es lo que expulsa la población del campo? Desde tiempo inmemorial: la gran propiedad. Antes era el latifundio. Ahora, las agroindustrias. Aquél, alambrando campos, expulsaba población que no “necesitaba”; éstas, mediante tecnificación, globalización, mercado mundial.

Pero ahora se ha presentado un nuevo factor en juego: la agroindustria acrecienta productividades “racionalizando” mano de obra, pero sobre todo, contaminando suelos y aguas.

Es el estado actual del Uruguay: uno de los países mejor irrigados del planeta, pero como un reconverso rey Midas, la agroindustria hace mierda el agua que toca.

Pero no es mierda. La mierda, en un organismo sano, es apenas el residuo del cual se desprenden los organismos vivos; la tierra agrícola se prepara como potrero de vacas, cabras u ovejas: ese estiércol favorecerá los cultivos.

La agroindustria es un rey Midas que no hace ni mierda ni oro; hace dólares y veneno. Lo segundo es un subproducto inevitable. Por eso es tan peligroso exaltar “las virtudes” de “la revolución tecnológica”: como con las vaquitas de Yupanqui, los dólares son para los agroindustriales y el estado; el veneno, para el pobrerío.

De los acontecimientos sonados en enero y en febrero de 2018 pasar a causas mediatas no significa ignorar eslabones intermedios, desde los cuales a menudo hay que operar sobre la realidad. Pero con este abordaje optamos por tratar de ir al fondo de los problemas, no arar en el mar.

 

 

La intensificación decisiva de la agroindustria fue impulsada desde las usinas ideológicas del USDA (Ministerio de Agricultura de EE.UU., por su sigla en inglés), a mediados de los ’90 para, “las praderas norteamericanas y las pampas argentinas”.[1] Ésa es la razón por la cual durante el siglo XX hubo solo dos países con cultivos “industriales” de soja transgénica en todo el mundo; EE.UU. y Argentina, en ese orden. La bandera de sumisión pirata fue la de Monsanto.

La alta rentabilidad que tanto seduce a productores modernos y gobiernos ávidos de dólares tiene, tiene esa gravosa contracara: la contaminación, un verdadero pacto fáustico.

¿No vemos acaso cada vez más niños, o adultos, en la calle, en paradas de ómnibus, con deformaciones óseas, pelo ralo, niños con manos sin dedos? ¿No vemos acaso cada vez más seres humanos con miradas erráticas, extraviadas (las enfermedades mentales también figuran entre las producidas por la contaminación)? Si los que aquí vivimos no nos damos cuenta, basta preguntar a forasteros, que se asombran de la frecuencia de tales presencias.

Los que vivimos permanentemente en un sitio normalizamos situaciones que pueden resultar absolutamente anormales; el periodista italiano Gaetano Pecoraro visitó a fines de 2016 las zonas sojeras argentinas y ha vuelto a Italia espantado haciendo un informe sobre las atroces secuelas de la agroindustria.[2] En Argentina, los medios de incomunicación de masas apenas si lo han registrado.

Ese proceso, que vimos desarrollado por el USDA, ese círculo vicioso, empezó en Argentina en 1996. En Uruguay, en 2002. Ya estamos ingresando al  mismo espanto.

Junto con ese proceso de “desarrollo tecnológico” tenemos también la tasa de suicidio más alta de América Latina. Los suicidios no brotan de la depresión sino de la exclusión, el desarraigo, la crisis de las relaciones socio-afectivas (y en muchos casos, también causados por  la contaminación).

La alternativa, entonces,  no es incrementar la agroindustria con monocultivos forestales o sojeros, con su acompañamiento inevitable de fertilizantes y plaguicidas. Algo que vemos como “solución”, para tantos referentes de los nucleados en Durazno, en enero. Para éstos, las “mochilas” pasan por los costos altos, los ahogos crediticios, los endeudamientos, el precio asfixiante de la energía. Todas esas objeciones son certeras, pero hay que asumir que encarar tales “mochilas” sirve para afianzar la agroindustria; seguir contaminando y despoblando el campo.

El éxito de los feed-lot en Argentina, donde se puede producir carne concentrando mil vacas en 1 ha convertida en un lago de excrementos las 24 hs., con las consiguientes enfermedades y matanza de vaquillonas (porque la sobrevida en esas condiciones es corta), no ha podido reproducirse (con tanto éxito) en Uruguay. Alegrémonos. Tenemos óptimas condiciones naturales para apostar a otro tipo de producción en lugar de commodities. Están las specialities, que exigen mucha mano de obra y no necesitan contaminación, ni tanto suelo.[3]

El FAEPNM acentuó la política de “modernización” y extranjerización de la tierra de la mano de una filosofía presuntamente científica, en rigor regida por los desarrollos de emporios tecnológicos transnacionales.

Durante los últimos años de la primera década del s. XXI la Bolsa Agrícola de Chicago mantuvo como estrella a la soja transgénica− su “viento de cola” aparejó un cierto éxito para gobiernos inclusionistas, como el FAEPNM, el kirchnerismo, el PT y su “hambre cero”. Ese ciclo se ha evaporado.

El FAEPNM acentuó la geopolítica de dependencia al capital monopólico transnacional que llevaban adelante los partidos “tradicionales”, en particular el Colorado, tan identificado con el centro geopolítico estadounidense. El imperio, globalizador, es insaciable.

En los ’70 se expandieron las zonas francas, reencarnación de las economías de enclave del viejo colonialismo. Otra forma  de “prestar” o ceder población a empresas extranjeras. Y no solo población. Ahora también rolos…

¿Tenemos que aceptar el avance de enfermedades por contaminación, el de la locura de los frustrados, el de la pobreza sobre los desplazados del proceso de concentración económica, quebrando el espinazo del proyecto de país que, como sociedad, tanto hemos valorado?

[1]  Dennis Avery, Salvando el planeta con plásticos y plaguicidas, Hudson Institute, Indianapolis, Indiana, EE.UU., 1995.

[2]  Hay traducción: “Italia difunde la tragedia argentina de los agroquímicos”, El Federal, Bs. As., 3/11/2016.

[3]  Ya lo explicó César Vega, agrónomo: plantando ajo se gana tanto como con soja o maíz transgénicos, pero con la centésima parte de la tierra.

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Lo que está en juego con el 23 enero 2018

Posted on 06/02/2018 by ulises

por Luis E. Sabini Fernández –

DETONANTE

Como era inevitable los reclamos planteados en Durazno alrededor de la cuestión agropecuaria han disparado enfrentamientos ya conocidos y rastreables a través de los partidos políticos.

Aunque sea con otros enroques, es indudable que se ha manifestado la puja interpartidaria. Hay incluso pasajes del documento final (“Un solo Uruguay. Proclama y propuesta”) que la abona, como referirse a “ideologías absurdas” o a “razones ideológicas de otros tiempos” en obvia referencia al entramado ideológico del Frente Amplio Encuentro Progresista Nueva Mayoría (en adelante FAEPNM). En ese aspecto, un cierto apoyo de Unidad Popular al encuentro rompe tales simetrías porque ese agrupamiento, escindido del FAEPNM, se reivindica aún más puro heredero de esa “ideología de otros tiempos”…

Pero no es la puja ni la chicana político-partidaria lo que importa de lo acontecido el 23 de enero en Durazno.

A mi modo de ver, lo sustantivo es en primer término el afloramiento social de una crítica a la política del gobierno, algo sin precedentes, socialmente hablando con el FAEPNM y –lo más relevante− no tanto la crítica que ha salido a la luz sino el perfil de la crítica ausente. Porque de los Reclamos solo queda claro que los movilizados del 23/1 han percibido el achique de sus ingresos y ganancias. Los que “la hacían con pala” advierten baja en la tasa de ganancias; los que pelechaban con lo justo, están cada vez más ahorcados, pasándola insoportablemente mal.

El documento final centra su crítica en el estado manirroto e ineficiente con que cuenta el Uruguay, y cómo esos rasgos se habrían acentuado, precisamente con el FAEPNM que se supone venía a no repetir los desgobiernos blanquicolorados sino a ejercer un gobierno más racional, técnico y más justiciero y con mejor tonicidad democrática.

Los sucesivos gobiernos frenteamplistas han cometido demasiados errores para no percibirlos como una política. Como sus aciertos. Ha habido, por ejemplo, una persistente política de inclusión social, que ha permitido mejorar niveles de vida de algún sector de la población; para lo que se ha valido de blanquear ingresos, lo que ha permitido, con lo recaudado extender prestaciones. Buena parte de los aciertos de esa política ha sido fruto de una coyuntura de buenos precios para commodities producidas en el país.[1] Pero esa bonanza que desde 2014 se ha ido haciendo cada vez más precaria y reversible, ha sido acompañada por su contracara. Como todo pacto con Mefistófeles, tenía un reverso: creciente satelización de la economía del país, creciente contaminación, creciente extranjerización de la tierra, creciente expulsión de población rural, aumento sostenido de empleos públicos como reiteración de una trama cultural del país; la de hacer “la fácil”. Por algo Benedetti designó a nuestro país como “la primera oficina pública elevada al rango de república.” En este aspecto, el FAEPNM apenas continuó al batllismo, en todo caso superando sus marcas.

Entendemos que los grandes fiascos de SOYP-FRIPUR, PLUNA, la gasificadora, Aratirí, para mencionar apenas las más recientes, más la hipoteca de soberanía que significa la entrega de zonas  francas o la concesión a papeleras, no hacen sino proseguir una política que nos viene de “afuera”, que no inició el FAEPNM, pero que continuó y acentuó. Una política  pautada desde el centro planetario ante el cual hemos sido sumisos y sin chistar (algo que podría parecer paradójico pensando en el origen del FAEPNM. Pero solo parecer).

Por algo el Financial Times hace pocos años designó al ministro Danilo Astori como el “mejor ministro de Hacienda del mundo entero”. Más allá de lo llamativo que semejante designación se la lleve el ministro de un estado con las dimensiones económicas mínimas del Uruguay, lo cierto es que eso revela lo conforme que ha estado el gran capital globalizador[2] (en adelante, globocolonizador) con nuestro país y el papel modélico que le asigna.

Sin negar que la queja del 23/1 contra el estado despilfarrador sea comprensible y correcta, lo que falta es la crítica, no a la superestructura estatal sino a la política económica. Que sigue punto por punto lo que decide e impulsa el consorcio globocolonizador.

Ese poder mundializado opera con redes transnacionales “asesoras” y “lazarillos” como el BM, la OMC, el FMI, la USAID.[3] Y los estados nacionales  más acordes o más integrados con esa globocolonización y los que con su legislación la llevan adelante, constituyen, a nuestro entender, un eje supracontinental; EE.UU., Reino Unido e Israel. Todo ese conglomerado de fuerzas, estrictamente organizadas, tiene diversas entidades operativas, como el USDA (Dpto. de Agricultura de EE.UU.), la FDA y la EPA, entidades reguladoras de ese mismo origen, y la red de laboratorios que han pasado a ser primordiales en los nuevos modelos agrícolas, como Monsanto, Bayer, Syngenta, Nidera y pocos más.

 

LAS HERRAMIENTAS DEL ENEMIGO NO PERMITEN HACER CAMINO AMIGO

El llamado del 23 de enero arrastra una dificultad originaria y es elaborar un planteo, crítico, con las ideas contra las que precisamente, al menos algunos,  quieren rebelarse. Pensar con categorías prestadas justamente del pensamiento globocolonizador. Algo que inevitablemente embarulla (claro que eso puede responder a motivos muy diversos, contradictorios entre sí: algunos bien pudieran querer seguir usando el “diccionario” de la agroindustria rampante porque no tienen ningún interés en abandonarla y toda la fricción proviene de ver menguada su otrora altísima rentabilidad que reclaman recuperar; otros, en cambio están movidos por el endeudamiento y la desesperación).

Vayamos a ejemplos para evaluar estas escaramuzas semánticas. El uso del concepto de «agricultura inteligente». Es una consigna acuñada por la agroindustria y los emporios del «último grito tecnológico» con el que se quiere significar, aunque no se lo diga expresamente, que la agricultura, que lleva milenios, ha sido hecha por gente no inteligente. Campesinos.

Como si el campesinado no hubiese tenido inteligencia. Como si hubiera podido desarrollar la agricultura que conocimos hasta mediados del siglo XX sin inteligencia. Como si los injertos, las rotaciones, los cruzamientos, el control biológico de plagas, el conocimiento de siembras, cultivos y cosechas, el de las fases lunares, el ciclo de las estaciones, se pudiera haber hecho tontamente, sin conocimiento, sin racionalidad, sin ciencia, en suma.

Hay un desprecio tácito hacia el conocimiento campesino en las “cocinas ideológicas” del actual centro planetario. Por eso prosigue una campaña y un empeño campesinicida, en nuestro tiempo. Aterciopelado en la modalidad uruguaya, mucho más rústico y militarizado en el Paraguay, y en muchas regiones africanas o del sudeste asiático.[4]

Mencionar algo tan atroz, como un campesinicidio merece una explicación. Aunque no se diga la verdadera razón, el motivo del gran cambio en los usos y costumbres agrícolas y ganaderos que caracteriza nuestra contemporaneidad  −que nos permite decir que hay más diferencias en su ejercicio entre lo que se hacía un siglo atrás y hoy que lo que se hacía en milenios anteriores hasta hace menos de cien años−  obedece no tanto al alegado progreso y superación de ignorancias que toda propaganda institucional nos insufla, sino a la autonomía rural, ésa que permite que un ser humano pueda alimentarse por sí mismo o con intercambios locales. Una autonomía que conspira contra el mercado global a través de las góndolas, articulado con los desarrollos tecnocientíficos.[5]

Otro ejemplo: cuando se alcanza la capacidad tecnocientífica para reconocer y operar con e  incidir en genes con diferentes agentes modificadores, se habló, lógicamente, de «ingeniería genética». Es lo que fue prosperando entre las décadas del ’70 y del ’90, cuando finalmente esta disciplina arriba a los alimentos. Entonces, se advierte la resonancia seca, rechazable, de lo ingenieril aplicado a alimentos, a vegetales o animales que habrán de ser presentados, y embellecidos, en las góndolas.

Y con los debidos asesoramientos de Public Relations se rebautiza la ingeniería genética como biotecnología. Aunque su significado sea mucho menos exacto. Porque la humanidad se valía de recursos biotecnológicos desde tiempo inmemorial: todos los fermentos, los hongos, las levaduras, los mohos con que la humanidad aprendió a hacer vinos, panes, cervezas, quesos, como el roquefort, emplean procesos biotecnológicos. Pero no transgénicos, claro.

Pero el USDA, Monsanto y demás piezas del conglomerado globocolonizador usurparon esa denominación como propia,  por cuestiones de imagen.

 

LA AGROINDUSTRIA NO NOS LLEVA AL PARAÍSO SINO AL DESPEÑADERO PLANETARIO

Lo que hay que entender es que los titulares de la autoproclamada «agricultura inteligente», los partidarios del uso de biotecnología (biotech) son los titulares de la «agroindustria».

La agroindustria pretende ser una forma de «modernizar» la agricultura. Ostenta lo que brilla, no su contracara. Escamotea que hay una cierta irreductibilidad entre lo industrial, fabricación de productos inertes, y el cuidado de seres vivos. No es lo mismo atender ladrillos que peces o tomates. Hay semejanzas, claro, pero la calidad de viviente es una diferencia cualitativa para tener en cuenta.

Con la agroindustria se acentúa lo industrial y languidece lo agrícola o agricultural.

¿Sobre qué basa su fuerza de persuasión lo agroindustrial? En los rendimientos a gran escala. El primer diseño de ingeniería genética para alimentos programada por el USDA (mediados de los ’90) fue “para las praderas norteamericanas y las pampas argentinas” (textual, en el Hudson Institute).[6]

La agroindustria se basa en dos aspectos decisivos e íntimamente relacionados: 1) ahorro de mano de obra y 2) uso irrestricto de plaguicidas y de “fertilizantes” químicos (que justamente por su uso intensivo devienen también agrotóxicos; las aguas de nuestros ríos son el más claro aunque mudo testigo.

En este punto se revela la sabiduría de los tercos campesinos de la India de la década de los ’60 que reseñamos en la nota 1. Cuando Rachel Carson, bióloga estadounidense, escribe Primavera silenciosa (1962), estaba advirtiendo, finalmente, el resultado de soluciones sobre la base de muertes generalizadas: la de los pájaros (y de la minifauna que los nutría).

 

Luego de ese sucinto recorrido planetario, volvamos al Reclamo del 23 de enero.

SIGNIFICADO DE LA SUPRESION “MODERNA” DE LA MANO DE OBRA

En Uruguay se habla de “pequeños productores” agrarios como titulares de, pongamos,  500 ha. Es la más feroz comprobación que más allá de las chácharas campesinistas del FAEPNM (como las de la vicepresidenta Lucía Topolansky), estamos inmersos en la agroindustria. Que se va “comiendo” a los productores pequeños, a los campesinos. Que en el mejor de los casos los renta y en el peor, los despoja y arrumba en los cordones periféricos urbanos.

El proceso de agroindustrialización es un proceso donde “el pez grande se come al chico”. Porque basa su rentabilidad en los grandes números. Las grandes extensiones uniformizables (el campo uruguayo, acuchillado, no se presta por cierto tanto como las pampas argentinas, pero igual, algo se logra…).

Ese aumento de escala y de aparente productividad externaliza los verdaderos costos planetarios, ambientales: la contaminación, cada vez más generalizada. El patético asunto de nuestras aguas debería ser un buen punto de referencia. ¡Y eso que todavía no hemos entrado en la espiral de contaminación progresiva e incontenible con la “tercera celulosera”!

¿Por qué el Uruguay tiene los índices más altos de cáncer en el continente americano? Junto con EE.UU. y Canadá (en ese patético primer grupo están, fuera de las Tres Américas, prácticamente toda Europa Occidental y Australia). Esa franja primera se constituye con países que tienen más de 243 enfermos por cada cien mil habitantes por año. Una segunda franja, constituida en América por Argentina y Brasil y que tiene otros países como Rusia y Polonia, se establece con quienes tienen una tasa de cánceres entre 172 y 243 casos por cada cien mil hab.

Sin embargo, en los índices de mortalidad por cáncer la situación de Uruguay empeora: en el grupo con los índices más altos solo queda un país americano: Uruguay (junto con Rusia, Polonia, Turquía y otros, por encima de 116 muertos anuales por cada cien mil habitantes). Los otros dos países americanos que señalábamos con la mayor tasa de casos de cáncer, se sitúan un escalón más bajo, junto con Argentina y Brasil; entre 100 y 116 muertos por cada cien mil hab. Hay otras franjas con tasas de mortalidad menores: una con muertes entre 90 y 100, donde se sitúa Bolivia, Suecia, Noruega, Australia, etcétera. Y otra franja de menor tasa de mortalidad (entre 73 y 90) donde se sitúa Venezuela y Finlandia, por ejemplo.[7]

Más grave, si cabe: ¿Por qué Uruguay tiene la tasa de suicidios más alta de las Américas (a la par de Cuba)? En tablas mundiales anda por el vigésimo puesto entre los cien estados que declaran cifras al respecto. Existen estudios que asocian suicidios con ciertos grados de conta-minación por agrotóxicos que afectan nuestros cerebros. Otra hipótesis sombría: la plombemia, reconocida en un sector tan amplio de la población uruguaya, también podría estar relacionada.

LA ESCALA Y LA DISPONIBLIDAD TERRITORIAL

Los commodities,  como eje productivo necesitan de grandes extensiones. Así mirada, Argentina o Brasil tienen potencialidades (aunque también en esos casos, los costos y pasivos ambientales aumenten proporcionalmente).

Pero no es el caso nuestro. En ese sentido, la apuesta a la agroindustria tiene, para nuestro país, patas cortas. Porque no sólo se contaminan los suelos y todos los seres vivos que sobre (o dentro de) él vivimos, y lo hace con relativa velocidad, sino porque el suelo del Uruguay es limitado… 16 millones de ha.

Por eso, una apuesta que procure ser realmente inteligente tendería a lo que en economía hoy se llaman specialities y no commodities.

Porque las specialities sí tienen un mercado seguro, creciente y bien pago. Así como ha ido entrando en crisis la comida chatarra, la comida rápida y demás versiones gastronómicas made in USA, análoga y correspondientemente crece un movimiento a favor de la comida saludable (p. ej. búsqueda de dietas sanas, demanda por alimentos orgánicos, la moda del slow food). Europa está ávida de esos alimentos. Y no sólo Europa (la salud, diríamos, está ávida).

Y Uruguay tiene, al menos tenía, uno de los territorios mejor irrigados del planeta. Con lo cual, si evitáramos descalabros y atrocidades como las producidas por la contaminación agroindustrial, tendríamos potencialidades óptimas.

Ya lo explicó el agrario orgánico César Vega, que plantando ajos en apenas una centésima del área que se usa para commodities se podía obtener más dinero (y mejores cultivos). Pero, para ello, hay que trabajar. Y ésa es una dificultad para un país adormecido con dólares y electrodomésticos, reales o ilusorios.

PAPEL AUSENTE DEL ESTADO

Como algo lacerante tenemos el episodio en la cuenca del Canelón Chico de hace un año, en Sauce: un agroindustrial derramando ponzoña por toda la región, arruinando cultivos para el consumo local. Y cómo esos agroindustriales, que probablemente en su país de origen pudieran tener alguna dificultad para seguir contaminando, aquí con “el estado bobo” que deja y deja y deja hacer, no tienen problema en reincidir: acaba de ser denunciado un segundo episodio con similares características, con los mismos actores haciendo el daño, con los mismos agrotóxicos; sólo se han renovado las víctimas y apenas el escenario; ahora en Mangangá, Tala (informe de Tania Ferreira y Betania Nuñez).

El nervio motor que une a la agroindustria con la contaminación y la difusión fuera de control de enfermedades graves pasa por la difusión de agrotóxicos y por la escala.

Con la gran escala, se pierden los cuidados, se pierde la noción de los tachos con agrotóxicos  (o con restos de), por ejemplo, se hace muy difícil “cuidar los desechos con respeto” (Mae-Wan Ho), reabsorberlos cuando son reabsorbibles, hacerse cargo de lo irrecuperable y darle un destino aceptable.

La gran escala constituye una escuela de irresponsabilidad, de pagadiós; que la naturaleza se haga cargo. Sabemos que no es cierto. Que eso significa lisa y llanamente contaminar-nos.

¿Cómo afrontar los mensajes masivos que nos invitan al consumo inmediato y permanente, como si el dinero fuera maná?

Apostar a las specialities significa trabajar. Trabajar con las manos, con empeño. Pero, sobre todo, con conocimiento. Reemprender el cuidado de los suelos implica recuperar los estudios agronómicos que muestran qué plaga es espantada por cuál aroma, qué especie es predador benéfico de plagas nuestras… Sobre todo eso hay mucha cultura acumulada (hoy en día en vías de desaparición, porque los laboratorios resuelven “todos” los problemas con agentes químicos, salvo los problemas que ellos han generado: enfermedades nuevas, debilitamiento de la riqueza biológica de los suelos, extinción masiva de especies, pérdida de biodiversidad, alteraciones climáticas, malformaciones congénitas.

Nuestra apuesta, pensamos, debería ser, contar con menos dólares y aprender a vivir con menos enfermedades. Preparados –como sociedad− no estamos. ¿Dispuestos?

[1]  Pese al rechazo terminante de todo parentesco entre kirchnerismo y vazque-mujiquismo que se observa en Uruguay, los recientes gobiernos simultáneos del Plata han aprovechado la misma coyuntura de buenos precios internacionales de commodities,  impulsados desde el centro planetario, para sus respectivas políticas distribucionistas… coincidentes.

[2]  En francés a la modalidad económica actual, dominante, se la denomina mondialisation. Entendemos que el ajuste semántico de Frei Betto mejora la comprensión del fenómeno: globocolonización.

[3]  En la periferia los análisis suelen distinguir organizaciones supranacionales como la OMC o el BM de organizaciones directamente estadounidenses como USAID. Pero los manuales del centro planetario no hacen tan “innecesarios” distingos.

[4]  En la década del ’60, cuando irrumpen los plaguicidas químicos, los grandes laboratorios líderes enfilaron sus baterías hacia la India, uno de los países con mayor cantidad de campesinos de todo el mundo.  Y se tropezaron con inesperada dificultad para colocar sus soluciones “maravillosas”: que los campesinos, se negaban a querer matar a los insectos que predaban sus cultivos. “Un 10% de lo que producimos es para ellos”, alegaban. Los promotores de la solución tóxica a la presencia de insectos y plagas en general trataban de persuadir que lo mejor era quedarse también con ese 10%. Claro que no tomaban en cuenta para esa ganancia extra, el costo que habría de salirle a los campesinos la compra y la administración de tales venenos. Ni hablar del costo social, sanitario, ambiental, que hace medio siglo no estimaban ni los laboratorios ni el estado ni los políticos… (cit. p. Frances Moore Lappé y Joseph Collins, L’industrie de la faim, 1977).

[5]  Que tiene por cierto su contracara; el consabido y opresivo peso de lo tradicional. Esa difícil dialéctica que nos permite ver a la vez lo progresivo y lo regresivo en una misma situación.

[6] Al capital mundializado le importa poco diferencias nacionales, fronteras de soberanía y esa batería de leyes nacionales “obsoletas”…  Por eso diseñaron un modelo agrícola para –simultáneamente− EE.UU. y Argentina. Que entonces hubiera un presidente argentino partidario de “las relaciones carnales” facilitaba, claro, el ensamble…

[7]   http://www.bbc.com/mundo/noticias/2016/02/160203_cancer_graficos_impacto_men

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