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Categoría: Centro / periferia

Transgénicos: veinte años después [1]

Publicada el 03/06/2018 - 08/06/2018 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández –

Han pasado casi veinte años, un período considerable para enjuiciar efectos, y podríamos ser optimistas si pensamos en la impunidad con que a fines del siglo pasado se exaltaba en el periodismo comercial argentino, en los medios de incomunicación de masas en general, el “tecnodesarrollo” de productos transgénicos; la inocencia y/o la “docta ignorancia” con que se hablaba entonces de las fórmulas de la agroindustria y de las virtudes “milagrosas” del glifosato  –el herbicida apto para la sobrevida de plantas transgénicas, mejor dicho el ‘matatodo’ salvo la planta que tiene un gen protector propio u obtenido mediante transgénesis que es lo más común─, y lo que dio lugar a una nueva industria; la ingeniería genética, prestamente rebautizada biotecnología; el prefijo “vida” vende mucho, los laboratorios  bien lo saben.

Seguimos acumulando “bombas de tiempo”; el papel de Argentina como el de la inmensa mayoría de los estados “nacionales” sigue siendo nefando, anodino o cómplice en las conferencias mundiales sobre biodiversidad u otras de índole similar organizadas desde la ONU, para atender la problemática ambiental.[2]

Durante los primeros quince años del nuevo siglose registra un avance sostenido, aunque persistan los bolsones de resistencia. Es el ingreso paso a paso de más y más estados, de más y más regiones al universo de la siembra directa, de la quimiquización de los campos, al reino de la agroindustria.

En América del Sur, luego del aposentamiento de las transnacionales agroindustriales en la “República Unida de la Soja” (Argentina Brasil, Paraguay, Uruguay, Bolivia), avanza lentamente la sojización  y la transgenetización en el norte sudamericano. Es cuando Gustavo Grobocopatel, un campesino ”sin tierra” y políticamente chavista según sus propias definiciones, inicia su operación de implante del modelo agroindustrial en Venezuela. Conflicto a la vista, porque Chávez, políticamente advertido de los procesos del capitalismo globocolonizador se había opuesto terminantemente al ingreso de OGM en el campo venezolano.

Colombia y su gobierno, orientado desde Israel y EE.UU., acepta sin mayores dificultades la modernización rampante que nos sigue revelando que la tecnología de gran escala es parte del problema, no de la solución, como procuran hacernos creer desde las usinas ideológicas del régimen, incluidos  los personales regulatorios públicos.

En este aspecto seguimos como hace veinte años. La FDA, por ejemplo, prosigue su política prescindente, su cesión de responsabilidad, depositándola en las empresas, que ya sabemos no se rigen por la responsabilidad social sino por la rentabilidad y a secas.

En 2010 se forja una red en Argentina, la de Médicos de Pueblos Fumigados. La actividad, la investigación y la denuncia de médicos comprometidos ante la contaminación ambiental y la consiguiente producción de enfermedades venía de tiempo atrás, pero en ese año se concreta la red, en buen medida como resultado de la valiente gesta vecinal en Barrio Ituzaingo, en la provincia de Córdoba, que logra se compruebe finalmente  la acción contaminante de la agroindustria.

Una coyuntura territorial, física, hizo una diferencia decisiva como para que el aparato judicial pudiera actuar (o no tuviera más remedio que hacerlo): muchas ciudades han ido perdiendo su cinturón de quintas, las que proveían tradicionalmente de verdura y fruta a las ciudades; la agroindustrialización ha ido desplazando y desmontando la pequeña producción rural y la ciudad se provee así desde megacircuitos; por ello se produce a menudo el fenómeno de que la producción rural en base a baterías químicas llega hasta los lindes de una ciudad; eso fue lo que pasó con Barrio Ituzaingo en Córdoba. Al principio, eso significó la risueña novedad para los niños de ver sobrevolar las avionetas descargando… su veneno. Pero muy pronto los vecinos más perspicaces empezaron a unir la ola de enfermedades que arreciaba entre ellos con aquellos sobrevuelos. Finalmente se pudo verificar que, por ejemplo, el agua de los depósitos hogareños estaba totalmente contaminada con los herbicidas con los que rociaban y “preservaban” los cultivos de soja. Se logró finalmente, 2012, una ordenanza prohibiendo el vuelo rasante o incluso el uso de mosquitos fumigadores a menos de 500 metros para glifosato y 1500 m. para endosulfán. Además fueron procesados productores y aviadores por daño consciente.

De más está señalar la insuficiencia patética de tales restricciones.

En 2015 han sobrevenido algunos hitos que podrían tener significación mundial para la implantación de OGM (o su prohibición);  Steven Druker, un estadounidense que viene bregando por frenar la transgenetización acrítica de los cultivos,  publica, en EE.UU., un nuevo libro, Altered Genes, Twisted Truth (Genes alterados, verdades en entredicho). Druker representa una red de refractarios a los alimentos GM que mantiene un juicio contra la FDA desde hace por lo menos 15 años.

En marzo de ese mismo año  la OMS declara, a través de su IARC (International Agency for Research on Cancer, Agencia Internacional para la investigación sobre cáncer)  que el glifosato es “probablemente cancerígeno”. Estamos hablando del herbicida que ha sido desde mediados de la década de los ’90 hasta ahora la llave maestra para la implantación de vegetales transgénicos. Cuya toxicidad fue advertida hace mucho. Veinte años demorando el juicio.

Monsanto-Bayer no quedó conforme, claro está, con el dictamen del IARC, que pateaba en contra de los intereses de las transnacionales y  sus apoyos gubernamentales.  No bien salido el informe de la IARC, los comentarios desde los laboratorios afectados fueron del tipo: ‘No es tan peligroso, el alcohol lo es más”. Con lo cual no negaban ─observemos esto─ la toxicidad del herbicida pero a la vez le daban algo así como el rostro risueño de “una copita”. Magistral maniobra, habría comentado Macchiavello.

Entonces, otro ente asesor, el JMPR (Joint Meeting FAO-WHO of Pesticide Residues, Comité Conjunto  sobre Residuos de Pesticidas), otro ente asesor de la OMS, devolvió la tranquilidad a los fabricantes de glifosato y a la agroindustria en general, dictaminando que  “es poco probable que haya riesgo de que el glifosato sea carcinógeno para los seres humanos, en una exposición a través de la dieta.”  En mayo de 2016, entonces, es decir 14 meses después, la OMS da marcha atrás con su dictamen de un año antes: el sistema de “puertas giratorias” revelaba su funcionamiento (una vez más, obviamente).

El JMPR desplaza el foco de atención: estima las “ingestas diarias admisibles” (IDA) de plaguicidas para las personas, dejando a un lado la atención sobre quienes trabajan y trajinan a diario con un veneno, concentrando la atención en los consumidores. Y respecto de éstos, se establece una suerte de “hacer de necesidad virtud”: los laboratorios no sólo emplean, y abundantemente, tóxicos para ofrecernos alimentos sino que nos quieren hacer creer que eso es admisible (es la jerga que emplean), aceptable, acercándonos peligrosamente a la idea de lo saludable.

Observe el lector cuáles son las funciones que la misma JMPR presenta como propias; “recomendar límites máximos para residuos de plaguicidas […].” Está fuera del análisis si puede haber producción de alimentos sin plaguicidas.

Cuando declaran que “es poco probable que haya riesgo […] en una exposición a través de una dieta”,  no sólo ignoran a los que trabajan con dicha sustancia, sino también a los miles de campesinos que se han suicidado (especialmente en India) con  un vaso de glifosato (porque las políticas crediticias los han fundido).

“Ingesta diaria admisible” IDA. Ingesta diaria resultado de una determinada forma de producir alimentos. Que si fuera necesaria, en todo caso habría que reconocer que es tóxica, pero con Public Relations nos quieren hacer creer que no genera enfermedad.

Esta comisión, JMPR asesora a la FAO,  a la OMS y a sus estados miembros. Tal vez lo más significativo esté en cómo se integra la JMPR.

Dice su folletería oficial en internet: “Selección de los miembros. Los expertos desempeñan sus funciones a título personal, y no como representantes de su país u organización.” En una palabra, no responden sino a su visión e interés personal, que es seguramente muy, pero muy bien atendido por laboratorios que ganan miles de millones de dólares anuales. Constituido entonces  el JMPR por una casta de profesionales cooptados.

Se trata de una comisión organizada desde el mundo empresario,  pero investida de autoridad a través de las redes de la ONU como para que se presenten como “ciencia”. En rigor, se dedica a calibrar cuanto veneno, cuántos tóxicos podemos ingerir… sin caer fulminados tan de inmediato como para que se rastree la causa.

Con el minué del IARC-JMPR, podemos verificar que estamos lejos de haber superado el tecnooptimismo con el cual se implantara la agroindustria basada en productos químicos. No sólo la de alimentos transgénicos, ciertamente, sino desde antes  la llamada agricultura a gran escala.

Este movimiento del capital (de la industria y de la  tecnología) sigue, al parecer, gozando de buena salud, valga la paradoja de usar tamaña expresión para agentes de las más extendidas y atroces enfermedades fuera de control.

De cualquier modo, en estos veinte años el ensanche de la resistencia a la invasión química parece haber crecido, porque se advierten más los ‘efectos no buscados’ de tantos desarrollos “promisorios”.

La advertencia de Rachel Carson, de hace más de medio siglo, Primavera silenciosa, sigue en pie.

Porque ya conocemos el origen de algunas manifestaciones de esa invasión química, porque hemos verificado transformaciones relevantes a nivel planetario, como la temible plastificación de los mares y el depósito de milimétricas o micrométricas partículas de plástico sobre los fondos marinos, ahogando los ciclos vitales allí existentes (tengamos presente que el fondo oceánico es ─tal vez era─ el mayor almácigo planetario…).

Porque la humanidad se está adueñando, mejor dicho haciéndose esclava de toda una gama de enfermedades nuevas ─como las autoinmunes─ a las cuales muchas hipótesis asocian con productos químicos desconocidos actuando en nuestros cuerpos.

Porque la cuestión de los alimentos transgénicos y su implantación depende de agentes químicos protectores de tales cultivos mediante la eliminación del resto de “la competencia” (un crudo mentís agrícola al liberalismo filosófico, por cierto…).

En 2015 sobreviene la prohibición total de OGM en Filipinas. Ignoramos cómo se procesará esta última política con un presidente filipino como el actual, partidario acérrimo del asesinato público de narcotraficantes y de mano dura contra el delito, con acentos xenófobos. Claro ejemplo que los transgénicos sirven para un barrido o para un fregado. En ese mismo año registramos la lucha por ingresar con OGM en “el granero de Europa”, la rica tierra ucraniana. Europa ha sido hasta ahora el continente con menor producción transgénica, a partir de una resistencia social bastante amplia (muy pocos países han autorizado OGM, como España).

En 2016, al lado del escalofriante retroceso en el ámbito de la OMS que ya vimos, sobrevino otro episodio de potencial amplitud y posible alcance mundial: los militares de la provincia china de Heilongjiang han dispuesto la prohibición de soja GM durante cinco años. Es “apenas” una provincia, pero china, es decir, se trata de una población de más de 40 millones de habitantes.

No queda claro si la prohibición de soja GM rige únicamente para sus militares o cubre el consumo provincial. La decisión proviene de la sospecha que tienen sus investigadores de que una serie de enfermedades nuevas o multiplicadas tienen que ver con el hasta ahora intenso consumo de soja GM o de alimentos confeccionados con dicha soja (origen EE.UU., Brasil, Argentina).

Aunque transitoria  y parcial la medida, coloca un gran interrogante sobre el porvenir de la soja GM. Fundamentalmente, porque se suma a otras muchas advertencias.

Aunque por las latitudes platenses sigamos ajenos y en el mejor de los mundos. Los 20 millones de ton. del 2000 son ahora más de 50 y los 70 millones de lts. de glfosato de entonces son ahora unos 350 millones (la diferente proporción en los aumentos de cultivo y herbicida revelan que cada vez se aplica más agrotóxico por unidad de suelo).

Esa impavidez es fronteras adentro. Estuvo de visita en febrero de 2017 un periodista italiano, Gaetano Pecoraro,[3] que quedó asombrado y atemorizado por el estado sanitario del país en las zonas fumigadas (un tercio aproximado de toda la Argentina), donde registró una inusitada cantidad de casos de cánceres, malformaciones congénitas, anencefalias y otras enfermedades vinculadas con toxicidad.

Pero de esto hablará Pecoraro en Italia. Porque aquí ni nos enteramos.

notas:

[1] Este texto se presentó como prólogo a la segunda ediciòn de Transgénicos: la guerra en el plato, Buenos Aires, 2000 y 2017.

[2] Vale la pena recordar que en dichos encuentros ha habido algunas voces de alerta como aconteció con la delegación boliviana que no acordó en la cumbre mundial de cambio climático de 2010, en Cancún la aceptación del límite de 2 grados centígrados para el calentamiento planetario recordándonos que ya 1 constituía una alteración de consecuencias gravísimas.

[3]  https://youtu.be/ZFzmkI8I5iE.

Publicado en Agronecrófilos, Argentina, Centro / periferia, Ciencia, Globocolonización, Nuestros alimentos

Destino de país. Uruguay 2018, Qué comienzo!…

Publicada el 02/03/2018 - 03/04/2018 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández –

Esquemáticamente, hay dos formas de enfrentar las dificultades que se han presentado “inopinadamente” este enero y febrero; el cuestionamiento a la política del gobierno hacia “el campo” y el recrudecimiento de violencia en las calles.

El gobierno ha desechado los reclamos inicialmente y luego se avino a alivios fiscales en el primer caso y en el segundo, ha sopesado cómo atender y/o enfrentar a pobres embravecidos por las privaciones o estropeados por la droga.

Otra opción es rastrear orígenes. Ver así la clave de estos dos problemas en una causa. Casi todos los habitantes de barrios empobrecidos de la capital, vienen o han venido “del campo”. “−Mi viejo laburaba con ovejas, las esquilaba, las cuereaba… pero quedó sin trabajo… se  acabaron los asados de cordero y anduvimos yirando… en Guichón, en Paysandú y ahora en el Manga…

Con el sacudón de Durazno en enero se ha repetido hasta el cansancio: en los últimos diez años  han desaparecido 11 000 producciones agropecuarias; el 90% pequeñas y con ello, han desaparecido entre 100 000 y 200 000 pobladores rurales.

¿Dónde están? En Montevideo, en Casavalle, Piedras Blancas, Manga, Conciliación, Casabó, Maroñas, Marconi, Malvín Norte…

¿Qué es lo que expulsa la población del campo? Desde tiempo inmemorial: la gran propiedad. Antes era el latifundio. Ahora, las agroindustrias. Aquél, alambrando campos, expulsaba población que no “necesitaba”; éstas, mediante tecnificación, globalización, mercado mundial.

Pero ahora se ha presentado un nuevo factor en juego: la agroindustria acrecienta productividades “racionalizando” mano de obra, pero sobre todo, contaminando suelos y aguas.

Es el estado actual del Uruguay: uno de los países mejor irrigados del planeta, pero como un reconverso rey Midas, la agroindustria hace mierda el agua que toca.

Pero no es mierda. La mierda, en un organismo sano, es apenas el residuo del cual se desprenden los organismos vivos; la tierra agrícola se prepara como potrero de vacas, cabras u ovejas: ese estiércol favorecerá los cultivos.

La agroindustria es un rey Midas que no hace ni mierda ni oro; hace dólares y veneno. Lo segundo es un subproducto inevitable. Por eso es tan peligroso exaltar “las virtudes” de “la revolución tecnológica”: como con las vaquitas de Yupanqui, los dólares son para los agroindustriales y el estado; el veneno, para el pobrerío.

De los acontecimientos sonados en enero y en febrero de 2018 pasar a causas mediatas no significa ignorar eslabones intermedios, desde los cuales a menudo hay que operar sobre la realidad. Pero con este abordaje optamos por tratar de ir al fondo de los problemas, no arar en el mar.

 

 

La intensificación decisiva de la agroindustria fue impulsada desde las usinas ideológicas del USDA (Ministerio de Agricultura de EE.UU., por su sigla en inglés), a mediados de los ’90 para, “las praderas norteamericanas y las pampas argentinas”.[1] Ésa es la razón por la cual durante el siglo XX hubo solo dos países con cultivos “industriales” de soja transgénica en todo el mundo; EE.UU. y Argentina, en ese orden. La bandera de sumisión pirata fue la de Monsanto.

La alta rentabilidad que tanto seduce a productores modernos y gobiernos ávidos de dólares tiene, tiene esa gravosa contracara: la contaminación, un verdadero pacto fáustico.

¿No vemos acaso cada vez más niños, o adultos, en la calle, en paradas de ómnibus, con deformaciones óseas, pelo ralo, niños con manos sin dedos? ¿No vemos acaso cada vez más seres humanos con miradas erráticas, extraviadas (las enfermedades mentales también figuran entre las producidas por la contaminación)? Si los que aquí vivimos no nos damos cuenta, basta preguntar a forasteros, que se asombran de la frecuencia de tales presencias.

Los que vivimos permanentemente en un sitio normalizamos situaciones que pueden resultar absolutamente anormales; el periodista italiano Gaetano Pecoraro visitó a fines de 2016 las zonas sojeras argentinas y ha vuelto a Italia espantado haciendo un informe sobre las atroces secuelas de la agroindustria.[2] En Argentina, los medios de incomunicación de masas apenas si lo han registrado.

Ese proceso, que vimos desarrollado por el USDA, ese círculo vicioso, empezó en Argentina en 1996. En Uruguay, en 2002. Ya estamos ingresando al  mismo espanto.

Junto con ese proceso de “desarrollo tecnológico” tenemos también la tasa de suicidio más alta de América Latina. Los suicidios no brotan de la depresión sino de la exclusión, el desarraigo, la crisis de las relaciones socio-afectivas (y en muchos casos, también causados por  la contaminación).

La alternativa, entonces,  no es incrementar la agroindustria con monocultivos forestales o sojeros, con su acompañamiento inevitable de fertilizantes y plaguicidas. Algo que vemos como “solución”, para tantos referentes de los nucleados en Durazno, en enero. Para éstos, las “mochilas” pasan por los costos altos, los ahogos crediticios, los endeudamientos, el precio asfixiante de la energía. Todas esas objeciones son certeras, pero hay que asumir que encarar tales “mochilas” sirve para afianzar la agroindustria; seguir contaminando y despoblando el campo.

El éxito de los feed-lot en Argentina, donde se puede producir carne concentrando mil vacas en 1 ha convertida en un lago de excrementos las 24 hs., con las consiguientes enfermedades y matanza de vaquillonas (porque la sobrevida en esas condiciones es corta), no ha podido reproducirse (con tanto éxito) en Uruguay. Alegrémonos. Tenemos óptimas condiciones naturales para apostar a otro tipo de producción en lugar de commodities. Están las specialities, que exigen mucha mano de obra y no necesitan contaminación, ni tanto suelo.[3]

El FAEPNM acentuó la política de “modernización” y extranjerización de la tierra de la mano de una filosofía presuntamente científica, en rigor regida por los desarrollos de emporios tecnológicos transnacionales.

Durante los últimos años de la primera década del s. XXI la Bolsa Agrícola de Chicago mantuvo como estrella a la soja transgénica− su “viento de cola” aparejó un cierto éxito para gobiernos inclusionistas, como el FAEPNM, el kirchnerismo, el PT y su “hambre cero”. Ese ciclo se ha evaporado.

El FAEPNM acentuó la geopolítica de dependencia al capital monopólico transnacional que llevaban adelante los partidos “tradicionales”, en particular el Colorado, tan identificado con el centro geopolítico estadounidense. El imperio, globalizador, es insaciable.

En los ’70 se expandieron las zonas francas, reencarnación de las economías de enclave del viejo colonialismo. Otra forma  de “prestar” o ceder población a empresas extranjeras. Y no solo población. Ahora también rolos…

¿Tenemos que aceptar el avance de enfermedades por contaminación, el de la locura de los frustrados, el de la pobreza sobre los desplazados del proceso de concentración económica, quebrando el espinazo del proyecto de país que, como sociedad, tanto hemos valorado?

[1]  Dennis Avery, Salvando el planeta con plásticos y plaguicidas, Hudson Institute, Indianapolis, Indiana, EE.UU., 1995.

[2]  Hay traducción: “Italia difunde la tragedia argentina de los agroquímicos”, El Federal, Bs. As., 3/11/2016.

[3]  Ya lo explicó César Vega, agrónomo: plantando ajo se gana tanto como con soja o maíz transgénicos, pero con la centésima parte de la tierra.

Publicado en Agronecrófilos, Centro / periferia, Uruguay. Qué hacer

La filosofía no dicha de Alejandro Nario

Publicada el 19/01/2018 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández

Alejandro Nario: aprobación de nuevos transgénicos fue «un error importante». Montevideo Portal.

El director de DINAMA, Alejandro Nario, ha lamentado la aprobación de algunos nuevas variedades transgénicas sin aplicar el principio precautorio, sin atender necesidades propias del país, como p. ej. en el caso de la aprobación de un maíz que se sembrará solo para atender un mercado exterior, que poco y nada dejará al Uruguay, salvo, eso sí, los residuos químicos propios de los cultivos agroindustriales.

Nario lamenta pero aclara, apresurado, que él no está en contra de los transgénicos. Análoga actitud cuando habla de la calidad del agua, por ejemplo en el río Negro, ante el uso proyectado de UPM de esa corriente; quiere estar atento a la calidad del agua, y aclara que lo hace porque se trata de una corriente pequeña, que si se tratara de una celulosera al borde del Atlántico, no le importaría −lo dice risueñamente− que vertiera al océano la cantidad de tóxicos sin preocuparse de ello.

Nario nos aclara así que no es ecologista ni lo quiere ser. Y que es, en cambio,  un partidario de los desarrollos de la agroindustria. Acepta dicho desarrollo pero lo quiere hacer con cierta prolijidad. Sus fundamentos ideológicos, los del FA, no le permiten ni vislumbrar la trampa ecológica en que la tecnoindustria, ésa sí fundamentalista, nos ha ido encajonando a prácticamente a toda la humanidad y muy particularmente a nuestro país.

Ni se le pasa por las mientes que la catástrofe ambiental que el planeta está viviendo, con una pérdida de biodiversidad planetaria ya muy perceptible, que el daño generalizado al mar océano que todos los investigadores y oceanógrafos testimonian con dolor y desesperación,[1] con todos los trastornos climáticos (como que nieve en el Sahara y que el casquete polar ártico esté a punto de desaparecer), que todo el aumento de radiactividad que está afectando a todos los seres biológicos, incluidos los humanos; que la aparición de enfermedades nuevas o la expansión de otra no nuevas; que la ya comprobada crisis de fertilidad de incontables especies incluida la humana, no son bendiciones bíblicas como algún optimista quisiera creer, tampoco son todas medidas arbitrables y dominables mediante los avances tecnológicos (que existen, ciertamente, y mejoran muchos aspectos, pero que son totalmente insuficientes y hasta contraproducentes ante otros).

Nuestro hombre quiere mejorar los procedimientos productivos. Pero en rigor, sus recaudos no resultan sino una coartada para poder aceptar con elegancia la ofensiva de la agroindustria. Que no es por cierto, local; proviene del centro planetario.

Concretamente los cultivos transgénicos se implantan a mediados de los ’90[2] y eso se lleva a cabo por el USDA, el Ministerio de Agricultura de EE.UU. (con su gerente de tareas, Monsanto). Y desde allí se difunde la orientación general, universal. Desde esa red de organizaciones tecnocientíficas surgirá la cantidad de papers suficientes para atiborrar los recaudos de Nario.

 

Un buen ejemplo es lo que ha pasado con cierta toxicidad del glifosato, el herbicida más usado del mundo entero. Durante años, desde fines del s. XX, diversos investigadores han estado advirtiendo sobre su toxicidad, carácter cancerígeno incluido. Finalmente, en marzo de 2015 el IARC (Agencia Internacional para la Investigación sobre Cáncer, por su sigla en inglés) que es un ente asesor de la OMS, declara: “que el glifosato es probablemente cancerígeno”. Con esa medida observación se le quita al glifosato su aura de inocuidad tan cuidadosamente cultivada por Monsanto y el USDA durante tantos años.

¡Para qué! Monsanto salió de inmediato –pese a que se ha comprobado judicialmente que varias de sus aserciones han resultado falsas o más bien fraudulentas− con el comentario que el glifosato era menos peligroso que el alcohol (una curiosa manera de hablar de su inocuidad).

Observe el lector: la OMS aceptó tipificar al glifosato como peligroso luego de más de 15 años de reclamos fundamentados en diversas investigaciones. Un año más tarde –apenas uno− la OMS da marcha atrás con su dictamen.

¿Cómo es posible?  Porque en los meses posteriores a la bendita declaración de no inocuidad, un Comité Conjunto sobre Residuos de Pesticidas (JMPR, por su sigla en inglés), que también es un ente asesor de la OMS, desechó el dictamen de IARC.

Pero ¿qué es el JMPR? Un ente reconocido por la OMS,  constituido por técnicos a título personal, que se dedican a “recomendar límites máximos para residuos de plaguicidas” [sic]. Reparemos en cuán lejos estamos de una agricultura que promueva la salud: el  JMPR se limita a promover, en todo caso, el menor envenenamiento posible.

JMPR es la coartada que tiene la industria para contaminar legalmente. De ella se vale, ciertamente Monsanto (y tantos otros consorcios con envenenamiento “bajo control”). Con técnicos reconocidos institucionalmente pero designados por su interés o posición personal.

No podemos dudar de su funcionalidad. Y de la fineza auditiva del USDA para remolonear con las críticas al glifosato y tener tanta presteza ante los “sobreseimientos”…

 

Con el avance de la globalización, que reconoció un fuerte empuje con el colapso soviético, la orientación general y las particulares de cada estado nacional han quedado cada vez más incluidas, o sumidas, en lo que algunos llamamos globocolonización.

Basta ver cómo los alimentos transgénicos entraron manu militari en Paraguay o en Brasil para reconocer la escasa autonomía política que hemos tenido en la periferia para decidir. El llamado a la modernización, a la tecnificación, a la integración, implica el pasaje de una agricultura de pequeña o mediana escala a una de grandes dimensiones.  Y el apuro para esa conversión ha sido tanto que, por ejemplo, en Argentina, en 1996, se aprueban los primeros “eventos transgénicos” en idioma inglés, aunque el idioma oficial del país seguía siendo  –oh maravilla− el castellano.[3]

La agroindustria, el fruto más ponderado de la modernización, fue concebida en términos económicos acordes con las necesidades de una sociedad de grandes dimensiones y con muchos intereses fuera de fronteras (lo que en lenguaje tradicional se denominaba, imperiales). Consiste en la aplicación de grandes baterías de máquinas de gran porte, que cosechan y separan los granos; que requieren de grandes llanuras (el modelo fue diseñado en EE.UU. pensando precisamente, ‘en las praderas norteamericanas y las pampas argentinas’).[4]

En un país ondulado, como el nuestro, los rendimientos de tal modelo bajan sensiblemente (por eso el gobierno uruguayo se aviene a recibir sojeros agroindustriales argentinos y los tratan con guante de seda, para que no pierdan tanto de sus draconianas ganancias… lo hacen “regalando” nuestra tierra y agua, a precio vil). Es la misma razón por la cual los campos de concentración para vacunos que se han “popularizado” en Argentina (con el nombre, inglés, claro, de feed-lot) no han prosperado tanto en Uruguay.

Nuestro país podría lograr grandes rendimientos no adoptando la modalidad de escala de la agroindustria sino adaptándonos a nuestras propias dimensiones, apostando más a  establecimientos más pequeños y con cuidados más personalizados. Transformando la consigna turística “Uruguay natural” en un objetivo socioeconómico (y político, cultural y, sobre todo ambientalmente amigable).

El ejemplo de lo acontecido en 2017 en Canelón Chico, Canelones, donde un productor agroindustrial contaminó haciendo uso de “sus” herbicidas una corriente de agua que envenenó a todos los agricultores de medio porte aguas abajo, dedicados a la producción local de alimentos debería funcionar de contraejemplo para nosotros.

¿Qué sentido tiene apostar en Uruguay a commodities que Argentina o Brasil pueden decuplicar o centuplicar respecto de nuestros volúmenes casi sin esfuerzo? Apostar en cambio a specialities nos facilitaría los rendimientos, la calidad alimentaria  y nos aseguraría un mercado sabiendo que, por empezar, todo el mercado europeo está muy sensibilizado ante la contaminación alimentaria, y que pagan de muy buena gana precios mucho más altos con alimentos más sanos.

Claro que para eso, tendríamos que recuperar la calidad del agua que teníamos antes del ingreso “al mercado global”, cuando el agua en nuestro país era de buena calidad y el suelo uruguayo era uno de los territorios mejor irrigados del planeta (Uruguay tiene un porcentaje de fertilidad de la tierra entre un 84% y un 93%, según estimaciones; uno de los más altos del mundo; pensemos que a China se le atribuye un 10%).

La irrigación todavía, grosso modo, la tenemos. Pero, ya sabemos, no alcanza.

Apostar a las specialities no nos permitirá recibir los dólares que “abundan”, pero que en rigor suelen recaer en yates puntaesteños, en apartamentos neoyorquinos. Porque a la inmensa mayoría, apenas si nos llegan.

Dejar de beneficiar a la agroindustria es no apostar a que el dinero trabaje por nos, apostando al trabajo y de pequeña escala. Claro que eso nos impele al trabajo de calidad y, paso previo, a la formación profesional correspondiente.[5]

El precio político, cultural, que significa la apuesta a la agroindustria masiva es la satelización que, como sociedad uruguaya, sufrimos. No es en absoluto un fenómeno o un rasgo particular nuestro; es característico de las economías periféricas u subalternas.

La pregunta es si con el modelo globocolonial, podemos mejorar la calidad de vida de la mayoría, es decir de todos nosotros, los uruguayos. Si cada vez vivimos mejor, nos expresamos mejor, comemos mejor, tenemos mejor asistencia sanitaria.

O si por el contrario, se ensancha la brecha y estamos construyendo una sociedad con hiperricos y privilegiados (que son, cada vez más extranjeros) y una creciente porción de la población cada vez más segregada o excluida, con bajos ingresos, aun entre los que tienen trabajo…

Ya vimos que, por lo visto, no bebemos mejor.

 

[1] Julia Whitty, oceanógrafa estadounidense, “The Fate of the Ocean”.

[2]  En los ’70 en EE.UU. se inicia experimentación transgénica pero inicialmente para producir medicamentos en gran escala.

[3]  Argentina tiene el dudoso privilegio de haber sido el único estado nacional que acompañó a EE.UU. en la producción de alimentos transgénicos en el siglo XX.

[4]  Dennis Avery, Salvando el planeta con plásticos y plaguicidas, Hudson Institute. El título no encierra la menor ironía.

[5] El primer censo universitario del país, 1968, reveló una estructura profesional e “intelectual” que es suicida para un país integrado: Uruguay disponía entonces de 8000 estudiantes de abogacía (el ejercicio profesional daba trabajo a una octava o décima parte) y 300 estudiantes de agronomía, que era entonces, como ahora y tal vez más, el eje de nuestra actividad económica.

Publicado en Agronecrófilos, Centro / periferia, Globocolonización, Uruguay. Qué hacer

La brutalizaciòn de Israel: ley de hierro del colonialismo

Publicada el 08/01/2018 - 10/05/2018 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández

El Estado de Israel se encuentra en un proceso de brutalización progresiva y en expansión.

Muchos analistas han observado 1967, cuando el estado sionista decide ocupar el resto de la Palestina histórica que no había deglutido en 1948, como momento clave, de inflexión en  el proceso de despojo del territorio palestino, cuando el ejército de “Defensa” israelí pasa a ser el de ocupación. Un momento en el que Israel, la ocupación, el ejército, pasan a tener un papel mucho más asfixiante y abusivo, por tratarse sencillamente de una ocupación militar. Pero semejante agravamiento puede ser entendido únicamente si tenemos en cuenta que la verdadera ocupación empezó, al menos formalmente, en 1948 y que la población palestina fue desde entonces despojada,[1] a través de la expulsión de cientos de miles de habitantes, el asesinato, a menudo colectivo, de miles, la violación y la usurpación de sus hogares y habitaciones, a veces hasta con los juegos de té tendidos en las mesas de las casas invadidas y ocupadas.

Expulsiones, asesinatos, violaciones, motorizados por la idea de un  “colonialismo de asentamientos [que] ‘destruye para reemplazar’. La invasión del territorio indígena busca borrar la presencia indígena sobre la tierra de forma permanente.” [2]

1967 es aceptable como atroz mojón de la acentuación del despojo siempre que no caigamos en la tentación, socialdemócrata, de creer que allí empezó “el mal comportamiento”  israelí. Como si hasta entonces Israel hubiera sido “la democracia modelo” del Cercano Oriente que tantos occidentales aplaudieron.

Si mojones temporales significativos necesitáramos, podríamos invocar, por ejemplo, 1946, cuando el sionismo hace estallar el Hotel David en Jerusalén con decenas de muertos árabes, ingleses, palestinos, judíos, seres humanos de los más diversos orígenes (el ala sionista fascista a cargo de ese atentado es precisamente la que gobierna Israel en las últimas décadas y constituye el gobierno actual encabezado por Beniamin Netanyahu).

Pero tal vez, el más significativo es que cuando el sionismo recibe el espaldarazo del colonialismo británico, que opta por usar los pujos sionistas como ariete occidental contra el mundo árabe (el “bárbaro Oriente”), en 1917, el primer enemigo con que tropieza el sionismo ya “en el territorio”, son los judíos establecidos en Palestina desde tiempo inmemorial (lo que se denominaba el Antiguo Yishuv).

Porque los sionistas empiezan a establecerse creando una sociedad aparte, en rigor una sociedad encima de la existente. Y los judíos no sionistas, anteriores, vivían dentro de la sociedad palestina. Y resisten la consigna que reciben como judíos: ningún trato con “los árabes”.

Los sionistas zanjan esa resistencia con una modalidad que ya veremos se irá propagando en el siglo XX con el nazismo, el fascismo, el comunismo y que ha caracterizado a todas las dictaduras de todos los tiempos: asesinan a Jakob de Haan, un poeta judío refractario a los planes sionistas, que encabezara la resistencia judía al nuevo planteo. 1924. Primer asesinato político de la amarga historia de la sionización de Palestina. No será el único sino apenas el primero de una larga lista de asesinatos que vemos ensancharse continuamente.

El gobierno fascista actual de Israel (que evita esa denominación, que desde 1945 ha quedado “quemada”) no ha hecho sino profundizar esa senda. Pero no ha innovado nada, sustancialmente hablando. Israel, ya sea con gobiernos democráticos (pero sionistas) o con gobiernos sionistas menos diplomáticos, jamás ha variado en su proyecto histórico: “redimir” la tierra “sagrada”. ¿Ha sobrevenido alguna vez un convenio para reconocerle algo, a los palestinos? No se conocen. Ni una vez.

Con las “tratativas” de Oslo, desde 1993, cuando Israel decide evitar otro estallido como la intifada de 1987, la OLP se aviene a “conversaciones” con las que cede y termina reconociendo al EdI con la expectativa de que en un futuro más o menos próximo, el engendro sionista habría de reconocer “algo” palestino; para muchos una soberanía de las dimensiones de una cabina telefónica. La OLP, exhausta con su lucha de tipo vanguardista, sustituyendo la actividad de un pueblo por el de sus destacamentos-más-destacados, termina cediendo, con la esperanza de que a Arafat se le reconocería una presidencia virtual sobre un territorio o territorito… un bantustán, en suma.

Destruida su estrategia político-militar, Arafat, empero, no termina de claudicar porque cuando un levantamiento en las calles vuelva a revelar el sentimiento generalizado de tantos palestinos que se sienten robados, ultrajados, invadidos, desplazados, humillados −la intifada Al-Aqsa− que el régimen sionista reprime con mano durísima, Arafat, ya vencido en la mesa de negociaciones, no aceptará seguir siendo cómplice del poder sionista cada vez más ensoberbecido y denunciará el atropello militar con su infame cosecha de lisiados y muertos. Después de eso, Arafat dejará de ser “interlocutor válido”, quedará virtualmente cercado en La Mukata, en Ramallah, y tendrá una sospechosa muerte por irradiación de la cual que ya sabemos quiénes la administraron…[3] Israel buscará otro cipayo más confiable, y lo encontrará.

1936, 1947-1948, 1967, 1982, 1987, 2000, 2005, 2008-2009 y tantas otras fechas pesadillescas, donde cada vez más son los palestinos muertos, lisiados y prisioneros.

En ningún momento, desde el asentamiento sionista en Palestina, se puede reconocer a Israel cediendo. En todo caso, suspendiendo la presión, el embate, para luego reemprender la conquista con mayor énfasis si cabe: la ocupación ha sido un viaje de ida.

A medida que la relación de fuerzas se ha hecho más favorable al sionismo protegido como socio presuntamente menor del “amo geopolítico del planeta”, EE.UU., su desenfado para aherrojar a la población palestina se ha acrecentado.

Cada vez leyes más draconianas.

Los palestinos no tienen jamás, década tras década, un permiso para construir. Década tras década, las familias han tenido que ir redimensionando sus habitaciones para dar cabida a nuevos miembros, achicando el espacio familiar. Los palestinos no tienen la posibilidad de adquirir, readquirir tierras.

Han sido sistemáticamente reducidos, al mejor estilo del colonialismo español en las Américas (“reducciones de indios”).

La “reducción” territorial tiene otras causas: que un miembro de la familia haya actuado en alguna acción que el poder sionista califique como “terrorista” alcanza para derribar toda la vivienda familiar. Sin posibilidad de reconstrucción; que el estado sionista necesite un suelo para un emprendimiento alcanza para que se le confisque ese suelo a cualquier palestino.

La pérdida territorial es, por una razón u otra, continua.  Nunca falta un diferendo, la decisión de un nuevo aeropuerto, una carretera, la “necesidad” de un puesto de control, para proceder a recortar esos ya tan recortados territorios. Porque Israel jamás cede tierras “propias” para tales obras; siempre las hace a expensas de las tierras palestinas.

A veces, ni siquiera eso. Alcanza la llegada de una patota de colonos sionistas que, armados hasta los dientes y/o protegidos por el ejército de “Defensa”, proceden a arrancar de cuajo vides, olivos, higueras, plantas centenarias de la milenaria agricultura de la región.

En Palestina, los judíos pueden matar impunemente a cualquier palestino. Lo han declarado algunos con chutzpah,[4] como el ministro de Economía del actual gabinete; Naftali Bennet: “He matado a muchísimos árabes en mi vida, y no he tenido ningún problema por ello”. [5]

La historia del colonialismo siempre ha mostrado lo mismo: una penetración racista, basada en la presunta superioridad civilizatoria, que permite a los colonialistas actuar con desprecio por todas las reglas de convivencia y respeto, que, a lo sumo, preservan para “los suyos”.

Esa es la única, atroz explicación para que un soldado judío, que atendería solícito a su hermana, a su madre, a su esposa, a su vecina, en situación de preparto, se permita darle largas a tantas, tantas palestinas que llegan a los “check-points” angustiadas con pérdida de aguas o de sangre o con pujos y que se desentienden en lugar de franquearles el paso al hospital más próximo, o que les ordenan regresar a sus casas y consignas por el estilo y que se traducen en que esas palestinas, solas o acompañadas, se acuclillan lo más fuera de la vista del retén y den a luz, con falta total de atención y de higiene y que se registre tan alta cantidad de bebes  muertos en esas condiciones: el soldadito ha cumplido con su deber, impedir que “crezca” la población de la cual el colonialismo se quiere desembarazar.

Con el cambio de año (2017 a  2018) registramos otra forma de supresión de la población usurpada y negada: el gobierno fascista de Netanyahu, Bennet, Ayelet, Lieberman, propone instaurar la pena de muerte también para actos de resistencia a la ocupación.

Se los denomina terroristas por defenderse.

El disparador probablemente ha sido Ahed Tamimi, 16 años, la adolescente palestina que indignada por la balacera con que soldados israelíes habían matado y malherido a hermano y primo suyos (niños de 14 y 15 años), los increpó y procuró abofetearlos.

La pervertida opinión pública, a través de sus medios más oficialistas, ha admirado a esos “estoicos soldados judíos”  por su profesionalidad, por no haber respondido ametrallando, suponemos, a la joven. Y dado que dicha “profesionalidad” es replicada por jóvenes como Ahed y su prima Nur, para defenderlos de tales bofetadas, el Parlamento fascistizado israelí está tramitando el establecimiento de la pena de muerte ante actos “terroristas”. Con ese calificativo, el juez y el poder de ocupación pueden disponer la condena de muerte por todo acto de resistencia, incluidos los “vejámenes” que le habrían propinado Ahed y Nur a los soldados en el patio de su hogar.

Como dice una sucursal mediática del sionismo en Montevideo: “Los medios israelíes, por su parte, la describen como una ‘provocadora que sabe cómo publicitar sus actos” (El País, Montevideo, 29 dic. 2017). Un instructivo ejercicio de periodismo canalla.

[1]  Hubo desde antes un despojo, una política de despojo, solo que hasta 1948 mantuvo formas “legales”, como la compra de tierras a un propietario rentista ausente y “como consecuencia”, el desalojo por la policía (turca primero, inglesa después) de campesinos sin títulos…

[2]  Nadera Shalhoub-Kervorkian, Sarah Ihmoud y Suhad Dahir-Nashif, http://www.resumenlatinoamericano.org/2014/12/02/palestina-la-violencia-sexual-el-cuerpo-de-la-mujer-y-los-asentamientos-coloniales-de-israel/.

Por eso estas autoras nos dicen que: “La violencia sexual es fundamental en la estructura global del poder colonial, en su maquinaria de dominación de carácter racial. […]. David Ben Gurion, al igual que otros dirigentes sionistas, habló abiertamente sobre la violación y tortura sexual de las mujeres palestinas en las anotaciones que hizo en su diario durante 1948. Al mismo tiempo que abogaba por la matanza de mujeres y niños palestinos, les representaba como una amenaza para la política de asentamientos coloniales judíos y premiaba a todas las madres judías cuando tenían su décimo hijo.”

Las autores citan además a una joven judía que publicó en Facebook un mensaje sobre el placer sexual que se sentía contemplando el linchamiento colectivo: “¡Qué orgasmo ver a las Fuerzas de Defensa de Israel bombardear edificios en Gaza con niños y familias dentro. Boom, boom!”  [ibíd.]

[3]  La viuda verificó mediciones en las últimas ropas de Arafat envidas a control; una anormalísima intensidad de radiactividad.

[4]  Voz de origen hebreo, desplegada en el yiddish, que significa desenfado, descaro, insolencia.

[5] Publicado por Yediot Ahronot, periódico israelí y traducido y puesto en internet por http://www.palestinalibre.org/articulo.php?a=46297, 31 julio 2013.

Publicado en Centro / periferia, Globocolonización, Palestinos / israelíes, Poder

Majfud invoca los 50 años del asesinato del Che desde EE.UU.

Publicada el 13/10/2017 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández –

Jorge Majfud ha hecho una recordatoria del Ché a los 50 años de su asesinato.

Viviendo en EE.UU. ha hecho una comprensible recordatoria comparando, como él dice “el carácter radical y violento” del Che aclarando con precisión y justicia que “lo fue mil veces menos que la CIA, que el gobierno estadounidense de la época.”

Majfud pasa revista, inevitablemente incompleta, de los atropellos, abusos, saqueos a los que EE.UU. ha sometido al resto del Nuevo Continente “en nombre de Dios, la Patria, la Familia y la Libertad”. Es tal vez una pizca demasiado optimista cuando se refiere al gobierno de Arbenz y antes Arévalo, como “una de las pocas democracias en América Latina en 1954.” [1] EE.UU. arrasa Guatemala con la CIA y una banda de mercenarios como grupo de tareas de la United Fruit ─una empresa transnacional de origen norteamericano─ porque el gobierno nacionalista guatemalteco se atrevió a cuestionar las ganancias ilimitadas de los esclavistas estadounidenses (Arbenz propuso expropiar, nos lo recuerda Majfud, a la compañía por su valor de aforo, ridículamente bajo para no pagar impuestos, y eso les colmó la paciencia, no los pujos democráticos que cuando son dentro del establishment, bienvenidos).

Majfud nos recuerda cómo reaccionó Guevara contra semejante estado de cosas.

Y repasa el bajísimo umbral de tolerancia de la “American Democracy” a cualquier atisbo de resistencia como el guatemalteco ya señalado o, más tarde, el chileno, con Allende o incluso, recientemente, el hondureño con Zelaya.

Todo esto es entendible y constituye una verdadera lección de historia política para el universo madeinUSA,  para el lector medio estadounidense, con su nivel de ignorancia supina. Para la sociedad que habita y conoce Majfud.

Pero el universo al sur del río Bravo necesita, necesitamos, otra cosa. Al cabo de 50 años, más reflexión y menos pleitesía.

Aquí nosotros vivimos, convivimos, con las tesis de Guevara, con su prédica y su acción. Los que vivimos al sur del Río Bravo, incluso algunos al norte, y humanos en todos los continentes, no necesitamos [2] este memorial para estadounidenses cuidadosamente infantilizados gozando sus privilegios “eternos”.

Aquí estuvieron las guerrillas guevaristas, los asesinados y los desaparecidos, las sociedades truncas y los sufrimientos.

Entre nosotros, necesitamos entender a Guevara no desde los atropellos yanquis sino desde las rebeliones y responsabilidades propias en nuestras sociedades. En ese sentido, Majfud se la hizo fácil con  semejante “biografía”. Aparecida en info/alai, en comcosur (y no sé en cuántas otras publicaciones “del sur”).

¿Ayudó Guevara a forjar un nuevo mundo sin el capital como mando supremo?

Mi respuesta inicial es que no. Que al contrario. Contra su voluntad, claro. Con un heroísmo y un idealismo que nadie discute, pagó con su vida… ¿lo qué? ¿la obtención de una sociedad mejor? En todo caso, su sacrificio no permitió la liberación, pero tras su asesinato, las redes imperiales represivas tendieron a consolidarse.

Con vaivenes históricos, como siempre. Ya entrado el siglo XXI, con Chávez al frente, la constelación del poder transnacional con eje en EE.UU., pareció si no trastabillar, al menos retroceder; el ALCA no se concreta. Pero ya estábamos lejos de la estela guevarista.

De lo que se trata, a cincuenta años de su muerte, es examinar qué pasó con sus pasos políticos, con su programa y con la oleada guerrillera que lo tuvo como norte.

Entiendo que una anécdota que ha contado Osvaldo Bayer, un contemporáneo del Che (incluso una pizca mayor), es muy ilustrativa: triunfante la Revolución Cubana con su levantamiento y consiguiente “guerrita” ─como bien la denomina Jorge Masetti (hijo de un lugarteniente dilecto de Guevara)─ Guevara recibe una (de las tantas) delegación de argentinos más o menos deslumbrados (y deslumbradas, acota Bayer). Guevara entonces, ofrece una pequeña clase magistral: de pie entre sentados pasa a explicar los pasos a dar para alcanzar la revolución: que hay que disponerse, un par digamos, a desarmar un policía aquí, otro allí, que en posesión de un puñado de armas hay que decidir entre una media docena de bravos, el copamiento de una comisaría y así, ir acumulando fuerzas, hasta sentirse en condiciones de copar un cuartel luego de elegir y sopesar cuidadosamente el más vulnerable… e cosi via.

Bayer recordaba que en una pequeña pausa, le preguntó a Guevara, extrañado por su monólogo “armado”, si acaso “los contrarios” no jugaban. Guevara se dio vuelta ante tan inoportuna pregunta y desde su altura, le contestó con desdén: “son todos mercenarios”. 1960.

Bayer no lo dice, pero la contestación revela una profunda ignorancia del alma humana. No eran todos mercenarios, o en todo caso, si lo eran, ni lo sabían. Puesto que muchos militares, y hasta policías, se hicieron matar “defendiendo las instituciones”.

Dejando la anécdota con Bayer y los deslumbramientos de delegaciones con progresiva guerrillodependencia, lo cierto es que en Cuba fue relativamente fácil (se ganaron batallas incluso sobornando a jefes del corrupto régimen de Batista), al menos en comparación con el resto de América Latina, con la trágica gesta de sacrificios heroicos que se llevaron decenas de miles de muertos, sobre todo jóvenes, en América Central [3] y en el sur americano.

Toda, casi toda esa lucha cumpliendo cabalmente los preceptos guerrilleros terminó, ya sabemos cómo terminó. De eso tendríamos que rendir cuentas.

Pero cuesta muchísimo hacerlo. Porque Guevara dio la vida por sus ideas. Y cada uno, comprometido, militante, se pregunta sobre dar su propia vida o que no la dio. Y eso menosca-ba. Hace incriticable al sacrificado. Aunque él haya contribuido con su intemperancia, con su dogmatismo fácil, con su pretensión de mando político y militar, con su consigna sencilla y segura (como la Ley de Murhpy que nos recuerda que “los problemas complejos tienen solucio-nes falsas que son sencillas de aplicar”) a la derrota que le costara su vida. Cuesta entonces reconocer que su “camino” era irreal,  con dosis fuerte de delirio. Se mezcla ese juicio de reali-dad con el hecho indudable que no era nada fácil de seguir por la dosis de valor requerido. La imitación a Cuba que Guevara y sus adláteres postularan fue finalmente abandonada luego de que miles, decenas de miles de militantes, guerrilleros, abnegados seres humanos, fueran destrozados por la represión en casi todos los estados de la mal llamada América Latina.

¿Tuvo sentido? Me permito dudarlo. Y eso sin entrar al fin perseguido: el hipotético mundo socialista, celosamente construido por la vanguardia que “a todos nos guía”. Que en vida del Che conservaba su presencia fáctica, que era una pesadilla en la mayoría de los “estados socialistas”, aunque para muchos era todavía un sueño.

Hoy estamos más desnudos, más en harapos. Pero también con menos velos.

¿Cuánto tiempo necesitaremos para abordar esta problemática? ¿O el sistema cleptocorporocrático globocolonizado se saldrá con la suya construyendo zoológicos humanos bioingenieriles? “Felices” en el centro planetario; adormecidos y hundidos en la periferia?

[1]  Omite decir que se trataba de una democracia “blanca”, eurocentrada, ajena y hostil a la población aborigen, mayoritaria en el país.

[2]  Nunca hay cortes absolutos entre sociedades; EE.UU. tuvo también sus “desaparecidos” a causa de la política genocida de la dirección norteamericana en el sur; me viene a la memoria el periodista Charles Horman (The Nation) que encaró su trabajo con responsabilidad y veracidad, pecados mortales para los invasores estadounidenses.

[3]  Hubo, sí, una excepción: veinte años de lucha guerrillera en Nicaragua, con el país destrozado, logró acabar con la dictadura títere de los Somoza.

Publicado en Centro / periferia, Poder, Política

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