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Etiqueta: OMS

La comedia triste de Ucrania

Publicada el 23/03/2022 - 23/03/2022 por raas

Por Hoenir Sarthou
Voces
9 marzo de 2022

Todos los focos mediáticos del mundo, que durante dos años estuvieron dirigidos hacia la pandemia, apuntan hoy a la guerra entre Rusia y Ucrania. Pero no es esa la única similitud entre dos temas que aparentan ser completamente independientes entre sí.

Para los organismos internacionales y para los gobernantes y la prensa occidentales, Rusia, y particularmente Vladimir Putin, han ocupado el lugar demoníaco que hasta ayer tenía el coronavirus.

Con sus advertencias sobre el posible uso de armas nucleares, Rusia y Putin se convirtieron de pronto en la mayor amenaza para la Humanidad. Las lupas mediáticas, que antes se concentraban en escenas dantescas filmadas en los hospitales, apuntan ahora hacia las tragedias individuales que toda guerra genera, presentándolas como resultado de una inaudita maldad del gobierno ruso y de su Presidente.

Las apelaciones a “unir al mundo contra el virus” pasaron a tener como enemigo a Rusia y a Putin.

El resto no ha cambiado. Lo mismos gobernantes, los mismos organismos internacionales, las mismas agencias de información y las mismas empresas administradoras de redes sociales, hoy sólo hablan de la guerra, censuran a las fuentes informativas rusas y silencian cualquier opinión que insinúe que lo que está ocurriendo en Ucrania tiene otras causas que no sean el azar, la maldad insondable de Putin y la inocencia infinita de Ucrania y de su presidente, el mediático y financierizado comediante Volodímir Zelenski.

Desde luego, eso no es lo que está ocurriendo. Porque, para empezar, es muy difícil encontrar a algún Estado que se beneficie con esa guerra. Obviamente, la guerra no le sirve a Ucrania, que se verá inevitablemente arrasada, teniendo además casi un 40% de su población de origen ruso y con simpatía hacia Rusia. No le sirve a Europa, que depende energéticamente del gas de Rusia y vuelve a vivir conflictos militares muy cercanos, con amenazas nucleares, encarecimiento y escasez de recursos, y migraciones provocadas por la guerra.

Tampoco le sirve a Rusia, que en realidad fue forzada a reaccionar por la iniciativa de incorporar a Ucrania a la OTAN, y no sólo soporta el costo de la campaña militar sino sanciones económicas que están dañando su economía y su moneda, mientras que su eventual éxito es ante todo negativo, el de evitar que la OTAN se instale con potencial nuclear junto a sus fronteras, reduciendo así su status de potencia mundial.

Por último, no le sirve al Estado ni al pueblo de los EEUU, que, si no se involucran, podrían ver menguada su imagen de liderazgo occidental, pero, en caso de involucrarse militarmente, podrían verse arrastrados a un conflicto de consecuencias atroces, en el que, al igual que Rusia, tienen poco para ganar y mucho para perder. China es, quizá, la única potencia que, si no interviene más que declarativamente, como hasta ahora, podría beneficiarse de un conflicto serio que involucrara a Rusia, a los EEUU y a Europa, aunque tampoco eso es seguro, al menos a corto plazo, porque habría que considerar cómo se verían afectados sus mercados.

¿Quién se beneficia, entonces, con la guerra de Ucrania?

Para responder, es necesario superar los análisis de tipo decimonónico, que explicaban las guerras como consecuencia de los intereses nacionales de los Estados involucrados.

Que los intereses económicos privados son determinantes de las guerras no es ninguna novedad. Siempre lo fueron. La historia está llena de gobiernos que fueron instigados a la guerra por los sectores industriales, financieros e incluso agrícolas de sus respectivos países, interesados en ampliar mercados o eliminar la competencia extranjera. Incluso es conocido el papel de intereses financieros supranacionales, dirigidos a levantar o a hacer caer a cierta potencia en su propio beneficio.

La novedad de este Siglo XXI es que los capitales privados más grandes han alcanzado un nivel de acumulación, de desarrollo tecnológico, de desterritorialización y de coordinación de sus objetivos (es una de las funciones de lo “Fondos de Inversión”, que hoy controlan la mayor parte de la riqueza mundial), que les permite presentarle al mundo, ya no una serie de jugadas económicas más o menos disimuladas basadas en la corrupción de los gobernantes, sino un proyecto político global, que comprende la reorganización económica, política, jurídica, científica, sanitaria, ambiental, cultural y educativa del mundo.

Cualquiera que siga las declaraciones de los voceros más locuaces de ese poder económico (el Foro Económico Mundial, el Foro de Davos, la obra de Klaus Schwab, las declaraciones de Bill Gates, e incluso declaraciones de miembros prominentes de familias como los Rothschild y los Rockefeller) percibe que hay un proyecto muy claro detrás de lo que dicen.

Ese proyecto se expresa también, ya sin muchos ambages, en los documentos oficiales de los organismos internacionales (ONU, OMS, FMI, OEA, Banco Mundial, etc.) y en los tratados internacionales que se están cocinando y firmando en los últimos años.

Una noción medular del proyecto es que el mundo no puede quedar librado a las veleidades de los gobernantes nacionales, ni a la voluntad demagógicamente manejada de sus habitantes.

La idea es que el mundo enfrenta desafíos globales, epidemias, crisis ambientales, guerras, cambio climático, escasez energética y de recursos, crisis monetarias, etc.,y, como afirma Klaus Schwab en su obra “El gran reinicio”: “Los problemas globales requieren soluciones globales”.

La propuesta de un gobierno mundial es constante. Un gobierno que, obviamente, no es concebido como expresión de la voluntad democrática global, sino como un régimen tecnocrático y meritocrático, en el que el mérito parece equivaler al éxito económico y al poder que deviene de él.

¿Qué otro título tienen los autoproclamados profetas del futuro, Klaus Schwab, Bill Gates, Elon Musk, George Soros y hasta el incipiente Mark Zuckerberg, que sin embargo vaticinan y a la vez ejecutan políticas que afectan al mundo entero?

Lo que digo puede verificarse con hechos contundentes. Todos hemos visto cómo la pandemia fue manejada por –y en beneficio de – una conjunción de intereses financieros, farmacéuticos y de telecomunicacionales, usando para ello a organismos internacionales, a gobiernos y a funcionarios financieramente manejados.

Ahora, a través de la OMS y de un enigmático organismo denominado “Junta de Vigilancia de la Preparación”, se está elaborando un tratado internacional relativo a futuras pandemias, en el que se asigna a la OMS un papel vinculante, es decir con capacidad de mando a nivel mundial en casos de pandemias.

Por otro lado, en 2018 se suscribió el llamado “Acuerdo de Escazú”, suscripto por Uruguay y en vigencia desde hace un año, que permite a cualquier entidad con la capacidad económica suficiente, no sólo reclamar información, sino llevar a los Estados ante la Corte Internacional de Justicia para responder sobre sus políticas de gestión de los recursos naturales existentes en sus territorios. Es obvia la implicancia de ese acuerdo para países como Brasil, que posee la mayor parte de la Amazonia, y para Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay, que poseen el Acuífero Guaraní.

Menciono esos dos ejemplos para ilustrar cómo se va trenzando la estructura, en parte jurídica y en parte fáctica, de una “gobernanza” mundial nada democrática, que apunta a reemplazar a los gobiernos nacionales en la toma de decisiones respecto a los asuntos más importantes.

¿Es posible leer la guerra ruso-ucraniana prescindiendo de ese fenómeno?

Creo que no. Básicamente porque ninguno de los Estados involucrados obtendrá beneficios, y tampoco lo obtendrán sus economías locales.

Las guerras son buen negocio para quienes prestan dinero para financiarlas, para quienes fabrican y venden armas, y para quienes, luego de ellas, obtienen contratos ventajosos. Hablamos entonces de intereses y empresas supranacionales, para las que las guerras significan grandes traspasos de dinero y recursos públicos hacia sus arcas privadas.

Pero hay algo más. Una guerra a gran escala, que pudiese afectar nada menos que a los EEUU, a Rusia y a los países europeos, va absolutamente en línea con la idea de un gobierno mundial. Por un lado, se debilitan y desprestigian Estados poderosos (el caso de la autocrática Rusia, que no responde demasiado al poder económico occidental ni a su proyecto de gobernanza, sería paradigmático). Por otro lado, cuanto más cruenta y extendida sea la guerra, sobre todo si hay amenaza nuclear, más volcará a la opinión pública mundial a aceptar cualquier estructura de poder que prometa orden y seguridad.

Banqueros como el ucraniano-israelí- chipriota Ihor Kolomoisky, que, inspirado por otros banqueros, promovió y financió la carrera del comediante Volodímir Zelenski a la presidencia de Ucrania, sabían lo que hacían. Nadie mejor que un comediante para protagonizar una obra de enredos en que nada es lo que parece.

fuente: https://infoposta.com.ar/notas/12307/la-comedia-triste-de-ucrania

Publicado en EE.UU., General, Medios de incomunicación de masas, Poder mundializado, PolíticaEtiquetado como Banco Mundial, El gran reinici, Elon Musk, familia Rockefeller, familia Rothschild, focos mediáticos del mundo, Foro de Davos, Foro Económico Mundial, gas de Rusia, George Soros, Guerra en Ucrania, Klaus Schwab, OMS, OTAN, pueblo de los EE, Rusia invade Ucrania, Siglo XXI, UU, Vladimir Putin, Volodímir Zelenski

COVID 19: La medicalización de la sociedad

Publicada el 04/12/2020 - 29/12/2020 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández

Tenemos una declarada pandemia que colorea todo el planeta con un problema nuevo.

Las pandemias históricas justamente no son un problema nuevo. Lo que ha sido nuevo ha sido el establecimiento de cuarentena sobre población no enferma, ni siquiera sospechable o candidata a. En casi todo el planeta. Ese rasgo configura, realmente, un problema nuevo, una pandemia sui generis.

Lo decretado por la OMS como pandemia y su peculiar tratamiento ha revelado rasgos sociales básicos.

En primer lugar, el cambio de naturaleza de la OMS: una organización pública engendrada por organismos públicos −estados− financiada y orientada desde organismos privados, como laboratorios y fundaciones…, es decir, de hecho privatizada. En la órbita de las empresas transnacionales (farmacéuticas) y apenas formalmente en la de los estados nacionales.

Otro aspecto, ya no organizativo y político sino social y psíquico, es que volvemos a ver al miedo como gran consejero de nuestros comportamientos.  Y la OMS se ha dedicado a insuflarlo cotidianamente. Dando cifras de muertos, contagiados y cuarentenados. Ha sido sobre la base de sus propios informes y autoridades científicas  conexas que se ha logrado implantar en la mayor parte del mundo una cuarentena sobre la población sana.

En base a una enfermedad virósica de aparentemente muy alta contagiosidad aunque baja mortalidad. Los agoreros anunciaron la muerte de decenas de millones de humanos en los primeros meses; al día de hoy, estamos muy lejos de eso y  la mortalidad sigue rondando el 2% (algo más que la gripe común, que se estima en el 0,5% y algo menos que la mortalidad de las neumonías, que anda más próxima al 8%).

Se ha evitado toda información que integre los datos del Covid 19 con el de otras enfermedades, que sin embargo, también siguen provocando morbilidad y mortalidad humanas y expandiendo lo que hoy, con el avance de la desocupación, se denomina el precariado mundial…

Cada vez hay más estudiosos, sanitaristas, que consideran que es mayor el perjuicio provocado por las medidas de respuesta a la pandemia –aislamiento, suspensión de actividades y relaciones económicas y de sustento, suspensión o bloqueo de otros tratamientos médicos, de actividades pedagógicas y socioafectivas, tensión y sobrecarga psíquica como consecuencia de los aislamientos− que el perjuicio directo de la llamada pandemia.

También el desconocimiento inicial de su enorme contagiosidad hizo dar palos de ciego. Y hay quienes insisten que ése es su peligro; una enfermedad  tipo “pez diablo”, que dispara falencias del cuerpo contagiado, a veces  con desenlace mortal. Pero allí, el quid está en la falencia del cuerpo contagiado. Por eso es tan falaz invocar que este virus es “democrático”, alcanza a todos…

Hoenir Sarthou en sus notas semanales en Uruguay sostiene que tenemos que ver esta declarada pandemia, bajo un cuádruple eje: financiero, sanitario, mediático y represivo.

Y Heiko Schöning, médico alemán fundador de Médicos por la Verdad, afirma a su vez que ésta es una pandemia de índole política, no médica.

Desde antes del Covid 19 se percibían rasgos crecientes de medicalización de nuestra sociedad y al respecto nos ha señalado el filósofo Iván Illich: » «La medicalización de la vida no es sino un solo aspecto del dominio destructor de la industria sobre nuestra sociedad».[1]

Y a la vista de esta declarada pandemia Giorgio Agamben nos advirtió que: «se está convirtiendo en el campo de batalla de una guerra civil mundial.” Aunque el concepto de “guerra” nos lleve a pensar en el uso generalizado de armas, las secuelas que se están gestando y consolidando nos hablan de transformaciones propias de una guerra civil, aunque sin empleo de armas tradicionales; tan significativos resultan los trastornos que estamos observando.

Esta mezcla entre política y salud (o enfermedad) da pie a muy problemáticos planteos. Por más que se haya encarado una muy saludable reacción a encontrar conspiraciones en todas partes, los sesgos que entendemos que se ven claramente en las políticas institucionales establecidas ante la pandemia, dan pie a, por ejemplo, un documentado trabajo de Ron Unz, periodista y editor estadounidense, que ha analizado con detalle la siguiente secuencia:[2] laboratorios estadounidenses investigando sobre biología sintética (formadora de las llamadas quimeras mediante ingeniería genética) para aplicarlas a la guerra biológica; han logrado diseminar partículas infectadas en Wuhan, mediante una delegación militar que fue allí por certámenes deportivos en 2019, oportunidad en que alguien o algunos de la delegación hicieron el “sembrado” en el momento pico de flujo de personas; poco antes del Año Nuevo Lunar chino, con población desplazándose de un lugar a otro del país. El régimen chino logró domeñar la expansión de la patogenia, que parece francamente reducida en toda China, mientras las cepas diseminadas se filtran hacia Occidente, donde sociedades como la de EE.UU. o Italia, por ejemplo, son tomadas por sorpresa y sus autoridades sanitarias encaran con ignorancia el problema produciendo algo cercano a un colapso económico, sanitario y hasta político.

¿Podemos decir que la visión de Unz está totalmente alejada de la realidad, que es meramente conspiranoica? Las investigaciones sobre quimeras son atrozmente ciertas.

Mientras no se hagan “bien las cuentas” de los muertos y no se reconozca que contagiados sanados son un plus, no un minus, no estaremos acercándonos con claridad  a la realidad.

Sostiene el biólogo español Máximo Sandin, que la historia médica oficial está sesgada ideológicamente para ver “la lucha contra la naturaleza”, no nuestra asociación y dependencia de ella, por disponer de “una concepción competitiva de una Naturaleza poblada de enemigos que domina la biología desde hace 200 años.”  Como dice Sandin, “los virus están en nosotros, protegen el equilibrio de nuestro organismo y son parte (la mayor parte) de nuestro genoma.” [3]

Al parecer la competencia darwiniana ha dominado el imaginario biológico y sanitario más que el asociacionismo kropotkiniano.[4]

Quiero rematar estas líneas con una afirmación, que desecha, una vez más, lo conspiranoico como hilo conductor: los palos de ciego dados durante estos 8 o 10 meses alrededor del ¿qué hacer? con el Covid 19 nos muestran claramente que la ignorancia guía (o desnortea) nuestros pasos. Basta ver la cantidad de avances y retrocesos, de vueltas y revueltas que las autoridades investidas para enfrentar la llamada pandemia han tenido: barbijos, sí; barbijos, no; barbijos a la intemperie, barbijos en habitaciones cerradas; vacunas o inmunidad natural, distancias de uno, de metro y medio, de dos metros; que los niños no contraen Covid 19, que son los más expuestos…

La definición de la OMS de pandemia es peculiar, lo mismo que las definiciones de enfermos o muertos por el Covid 19.

Los simulacros antipandémicos previos son por lo menos llamativos.

La recurrencia −de la que tan nítidamente se burla Máximo Sandin (ibíd.)− a los murciélagos, que han devenido el deus ex machina de todos los brotes epidémicos de los últimos años, nos haría reír si no fuera asunto tan grave.

La política informacional nunca muestra los muertos por todas las causas y siempre los del Covid 19; al margen de su definición sesgada, si se mostrara la mortalidad multicausal de cada sociedad, se debilitaría el concepto de pandemia Covid 19 o al menos el miedo consiguiente.

Porque una pandemia, para que merezca el nombre de tal, tiene que ocasionar muchas más muertes que la mortalidad “normal”. Y esa cuenta, cuesta hacerla…

Sobre vacunas, que suelen procesarse en por lo menos 8 años, y se están procesando para “poner en el mercado” en 8 meses,  prefiero no abrir juicio; anoto esto nomás.

notas:

[1]  Némesis médica. La expropiación de la salud, Barral, 1975.

[2]  https://www.unz.com/runz/american-pravda-our-coronavirus-catastrophe-as-biowarfare-blowback

[3]  https://ecotropia.noblogs.org/files/2020/05/Coronavirus-sobre-asesinos-y-estrategias.pdf

[4]  A fines del s. XIX y comienzos del XX, Piotr Kropotkin recopiló datos de integración biológica entre  especies, confrontando con el darwinismo, entonces, como ahora, dominante. El apoyo mutuo, 1902.

Publicado en Conocimiento, Destrozando el sentido común, Globocolonización, Medios de incomunicación de masas, Nuestro planeta, Poder mundializado, Salud. Y enfermedadEtiquetado como Covid-19, Ivan Illich, Máximo Sandin, OMS, Organización Mundial de la Salud, precariado mundial

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