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Categoría: Agronecrófilos

Abuso, saqueo y crecimiento deformado

Publicada el 27/06/2021 - 23/05/2022 por ulises

URUGUAY: ¿MODERNIZACIÓN O ENTREGA?

por Luis E. Sabini Fernández –

Entre los exportadores mundiales de celulosa, en 2019, cuando todavía no está produciendo UPM, que será la mayor productora de celulosa en Uruguay, es decir, apenas con las dos fábricas de celulosa ya instaladas (Montes del Plata y Botnia), Uruguay ostenta el tercer lugar de producción entre los países del mundo entero.

1o. Brasil  (c:a 15 mill. ton); 2o., Indonesia (c:a 5 mill. ton); 3o. Uruguay (c:a 3 mill. ton.).[1]

¿Honroso podio o, por el contrario, reconocimiento a una neoesclavitud rampante?

La lista de países productores de celulosa continúa (en orden decreciente de los volúmenes producidos en 2019: Chile, Portugal, Canadá, España, Finlandia, EE.UU., Holanda, Rusia, Bélgica Alemania, Eslovaquia; todos ellos con menos de 1 millón de ton. anuales (salvo Chile, con una producción similar a la de Uruguay). La lista de países productores podría ampliarse con países que producen montos aun menores (Suecia, Argentina, Marruecos, Francia, Japón, Bulgaria, etcétera).

Volvamos a los primeros puestos. Y establezcamos las necesarias proporciones por la producción indicada, con otros parámetros, como extensión del país y población general.

Brasil,       210    mill. hab.  –  8,5   mill. km2   –  15 mill. ton. celulosa

Indonesia  270    mill. hab   –  2      mill. km2   –    5 mill. ton. celulosa

Uruguay       3,3  mill. hab.  –  0,18 mill. km2    –    3 mill. ton. celulosa

Veamos las dimensiones de la producción a partir de las del  número de habitantes; producción de celulosa por habitante.

Si tomamos de base a Brasil, tenemos una producción de 15 000 000 ton. por 210 millones de habitantes, que devienen 75 k. por habitante. En el caso indonesio; el otro gran productor celulosero mundial, produciendo 5 mill. ton. de celulosa  con 270 millones de habitantes, tenemos unos 19 k por hab.

Veamos Uruguay: 3 300 000 habitantes para 3 000 000 kilos, resulta casi una tonelada por habitante; algo menos, 900 k. per capita.

Interrelacionando los datos que acabamos de presentar, podemos decir que cada uruguayo carga sobre sus ambientales espaldas 12 veces más celulosa que cada indonesio  y 47 veces que más que cada brasileño.

Si consideramos la superficie de los mismos países, tenemos: Brasil, 8 500 000 km2 para 15 mill. de ton., tiene una carga de  una tonelada por 1,76  por  km2; Indonesia, con su producción de 5 mill. de ton. en 2 mill. de km2, tiene una carga de 2,5 tonelada por  por km2.

Pero Uruguay debe acomodar sus 3 millones de toneladas de celulosa en apenas 175 000 km2; debe soportar unas 18 ton. por km2.

Diez veces más que Brasil,  unas 7 veces más que Indonesia.

Finlandia, por ejemplo, que está en “el pelotón” de productores, registra en 2019, casi 800 mil toneladas de producción. Finlandia ronda los 5 millones de habitantes y unos 440 mil km2; por ende, su producción de celulosa ronda 2 toneladas por km2 (9 veces menos que Uruguay, si lo estimamos por superficie), y si la estimamos por población, no más de 7 k por hab… contra nuestros 900 k per capita.

Si ajustamos entonces las respectivas producciones de los países celuloseros, vemos que Uruguay es por lejos el país más sobrecargado con producción de celulosa en el mundo entero.

Ese tercer puesto de la tabla de ABTCP, entonces, es engañoso porque no registra la real incidencia de la producción sobre la vida cotidiana de nuestro país, ni nos orienta sobre su peso relativo y su influencia, sobre la vida (y la muerte) de sus habitantes, nosotros, por ejemplo, a partir de los desechos industriales que quedan.

Queda así patentizado el destino ajeno que sufre en este caso nuestro país. Si no hubiera otros tantos signos de lo que es la condición de país periférico, heterónomo, esta recarga desproporcional en la producción mundial de celulosa y en las secuelas que provienen de su producción, lo atestiguaría.

No pretendemos con eso excluir la responsabilidad del propio país en su condición de enajenado a intereses ajenos. A lo sumo, ver si situamos una de tantas problemáticas que nos condicionan, deforman, configuran… Porque todo país periférico y adaptado al mercado ajeno, cuenta con sectores a veces muy minoritarios, pero claves para semejantes relaciones.

Con todas las limitaciones del pensar por analogía, me voy a permitir un par de ejemplos que espero ilustren nuestra situación; esperemos que no nuestro destino.

En tiempos medievales, algunas cortes europeas se proveían de bufones “criados” por secuestradores o compradores de niños que situaban a los pequeños en, por ejemplo, jarrones.[2] Los cuerpecitos se iban  adaptando a la forma en que estaban alojados. A medida que crecían, se rompían los jarrones, los niños era realojados en nuevos más grandes para ir configurando cuerpos suficientemente deformados. Para ser “colocados” como bufones, por ejemplo, en cortes que los adquirían para risa y solaz de los cortesanos.

Un diáfano ejemplo de crecimiento heterónomo.

Hace no muchos años EE.UU. envió como su embajador de colonias a un tal James Cheek a la Argentina.

Con su tortuga extraviada, fue la comidilla entre los súbditos que ignoraban su condición. Con su simpatía, totalmente profesional, nos transmitió una imagen que grafica elocuentemente una relación de poder, hoy en día afortunadamente alterada por el avance de los derechos femeninos.

Cheek, encargado de defender y propagar los diversos derechos de pernada del imperio sobre sus colonias, hablando geopolíticamente dijo: ‘Argentina es como una adolescente de 16 años, muuuy bonita, que debemos auxiliar y guiar hacia su vida adulta.’

El sexo, la edad y el donaire que el embajador atribuye a “la chiquilla” son diáfa-nos para intuir la relación que el Sr. Cheek buscaba al cuidar a esa adolescente.

Las relaciones centro/periferia traducen hoy las viejas relaciones imperiales; en todo caso con un ajuste expresivo; centros económica, política o militarmente dinámicos se adueñan de palancas políticas o recursos económicos, jurídicos, mílitopoliciales, para asegurarse “los suministros” desde ese ancho mundo que no les es ajeno; la periferia.

Allí estamos nosotros, creyéndonos ombligo de algún mundo, pero haciendo de niño de los mandados, para que, por ejemplo, flotas pesqueras ajenas se lleven la riqueza ictícola de nuestras aguas territoriales, la agroindustria corporativizada, extranacional se lleve de nuestros campos su humedad en forma de porotos transgénicos de soja; la industria del papel se apropie de campos otrora de excelente calidad, por su irrigación, para agricultura y ganadería, alimentos sanos, para reconvertirlos en monocultivos forestales; el puerto de Montevideo, en algún momento un sitio pivot excelente, para dinamizar nuestra economía, devenido en asiento de redes privadas poco menos que inamovibles, fagocitando toda circulación de bienes para su exclusivo provecho despojando al puerto de su función benéfica para la economía local, nuestra.

Una total indefensión ante la contaminación. Más cierta complicidad por pasiva.

Todos esto, desde corporaciones ajenas a nuestra estructura económica, política y cultural local, que cosechan los beneficios que derivan a sus entidades matrices más las pequeñas comisiones para el “personal de apoyo” local.

Para el paisito, como ley de hierro, queda sólo el empobrecimiento y el envenenamiento progresivos.

notas:

[1]  fte.: ABTCP, Associaçao  Brasileira Tecnica de Celulose e Papel, 2019.

[2] Victor Hugo en El hombre que ríe se refiere a dicha “industria”.

Publicado en Agronecrófilos, Centro / periferia, Destrozando el sentido común, Nuestro planeta, Para salir del repollo, Poder mundializado, UruguayEtiquetado como contaminación ambiental, modernización, neoesclavitud

¡Menos altivez institucional y más vergüenza ecológica!

Publicada el 28/07/2020 por ulises

URUGUAY ANTE LO AMBIENTAL

por Luis E. Sabini Fernández –

Destacamos las fortalezas que tiene Uruguay: transparencia institucional, promoción de la cultura de la calidad y de la competitividad mediante el impulso del desarrollo y de la sostenibilidad, con calidad institucional y eficiencia política implementando procesos de innovación y mejora continua, empleando buenas prácticas de preservación del medio ambiente [colaje de frases extraídas de documentación y papers varios]

 

Decía el formidable Mahatma Gandhi, «Más que los actos de los malos, me horroriza la indiferencia de los buenos», análogamente podríamos decir que el horror desplegado es mucho menos frecuente, siendo más repulsivo que el mal que se cuela en nuestra sociedad, como dicen los gallegos, “a la chita callando”.

El horror, entonces, no de los devastadores activos, de los asesinos seriales, sino de los que dejan hacer o de los que cómodamente  ignoran que la devastación es mucho más frecuente de lo que se asume.

Uruguay es visualizado desde la UE como un referente ambiental. Se le atribuye al actual presidente la tarea del cuidado ambiental regional.

¿De dónde sale tamaña idea? Del cuidadoso cultivo de mentiras y escamoteos que tantos uruguayos han hecho con la cuestión ambiental.

“Uruguay natural”

Para no remontarnos demasiado vayamos apenas a la consigna “Uruguay natural” que fue nada más que una “frase gancho” para promover turismo, a la que se le dio con el tiempo un nuevo significado de conciencia ambiental. Estupendo si fuera real, no oportunista.

Un ejemplo, apenas: la entonces ministra de Medio Ambiente, Eneida de León, perorando sobre la pureza del agua  corriente nuestra: “los últimos resultados de las muestras obtenidas arrojaron un porcentaje de agua potable superior al 99 %, […] [1] «más que admisible» al compararlo con Europa y América Latina, donde el promedio se sitúa en el 93 % y el 76 %, respectivamente.” Una pena que De León no hubiera revelado las fuentes de semejantes afirmaciones y comparaciones. Y lo más grave, que una visión tan sesgada tuviera oídos pueriles que lo creyeran.

Que crean eso o el discurso del año pasado de la misma “ecologista”, entonces ministra del gobierno que nos ha embretado en secreto con UPM, hipotecando tierras y aguas de nuestro país; en marzo de 2019 De León hizo su speech en Nairobi,[2] en el cónclave de la UNEA4 y manifestó que, aunque usted tal vez no esté enterado,  “Uruguay está profundamente comprometido con el cuidado del ambiente y la gestión de los ecosistemas” y que los desafíos correspondientes resultan “producto de un proceso de consulta ciudadana”, por el cual imagino al lector exprimiendo infructuosamente la memoria para ubicar dicho proceso, en algún lugar del país, en algún momento de su historia.

Agroindustria y contaminación

Jamás ingresó tanto en nuestro territorio la agroindustria como hoy, que hace que el campo se siga despoblando aceleradamente.

Como la agroindustria que se autocalifica de “agricultura inteligente” está a la vez contaminando a diestra y siniestra los campos, el aire y las aguas, no sólo se despuebla el campo sino que se afecta toda la biodiversidad; cada vez hay menos fauna y flora silvestres, naturales; nuestros arroyos ya casi no tienen peces;  nuestras colinas y bajíos ya casi no tienen mulitas o liebres y es ya “tarea imposible” salir a cazar perdices. Pero en rigor el exterminio masivo va mucho más allá, porque la fauna menuda, de insectos −la que solía estamparse en los parabrisas y radiadores a la vista de los autos de antaño− también ha disminuido enormemente su presencia.

Jamás, tampoco, se ha cedido tanto espacio a las grandes corporaciones transnacionales, particularmente a las factorías de celulosa (de las mineras, hemos zafado no por mérito propio sino por pérdida de interés empresario, por la baja cotización). La forestación se ensancha como una mancha venenosa; con los ingresos ofrecidos por las empresas transnacionales, logran que se planten eucaliptos en todos lados, arrebatando tierras aptas para otros usos y cultivos,  violentando las regulaciones públicas al respecto.

Jamás habíamos registrado tamaños índices de contaminación. Y nuestros estudios al respecto son increíblemente débiles, embrionarios.

El agua, otrora nuestro tesoro

Tenemos el agua de prácticamente todo el país comprometida con tóxicos.

El uso irrestricto, o casi, de agrotóxicos, tiene la mirada corta; su mirada comercial incluida. Toleramos “entre casa” venenos que el mercado mundial va desechando cada vez más; ¿por qué Italia rechazó naranjas uruguayas?, ¿por qué la miel, otrora orgullo de calidad uruguaya,  ha sido rechazada por las autoridades bromatológicas alemanas?

Ahora se ha obtenido una nueva línea exportadora de miel, a Arabia Saudita. No conocemos sus exigencias bromatológicas, pero sí sabemos que sus pautas de calidad son más bajas que las suecas.[3] Porque hoy también en Uruguay, se coloca azúcar al lado de las colmenas debido a la pérdida de prados naturales; ¡hasta el trabajo de las abejas ha devenido trabajo esclavo!

Y con la carne, el principal destino de los últimos años ha sido China. Pero en 2016 hubo rechazo de carne considerada no apta. Ya había pasado algo similar, el año anterior, con grasa animal, evaluada como en mal estado. Y en 2019, otra vez rechazo de  carne.

Hablamos de pérdida de mercados. Otra faceta relevante es la primarización de nuestra economía. Ya tenemos el caso, en plena expansión, de la forestación totalmente al servicio de pulpos celuloseros que se llevan la humedad del país y nos dejan los detritos, y todo ello casi sin pagar, usando el régimen de zonas francas, que es una reedición de la vieja extracción material que hicieron los imperios europeos en los siglos XVII, XVIII y XIX con las “economías de enclave”.

Pero hemos “avanzado” más todavía. En los ’80, Uruguay llegó a exportar ganado en pie, unas 80 mil cabezas. Si eso es negación de trabajo propio, este año la exportación de ese tipo sobrepasa las 400 mil cabezas. Cero valor agregado, cero trabajo en lechería, en carnicería, en conservación. Apenas la crianza la queda al país. Una radiografía del despojo. De otro despojo.

Cito resoluciones del MVOTMA:  “acordaron garantizar una vida sana y un planeta sostenible y seguro para todos; crear conciencia sobre la urgencia de actuar sobre los productos químicos y los desechos en todos los niveles […] lograr un sólido marco propicio para la gestión para ser respaldado por órganos políticos […] a unirse a la Alianza de Alta Ambición para fortalecer la aspiración […] un marco habilitador sólido que generará beneficio

[…] y un desarrollo sostenible para todos en todas partes.” [4]

Esperemos que esta Triple A no sea tan atroz como la argentina de los ’70, pero escuchemos el eco de estos versos: “[…] no pierden ocasión / de declarar públicamente su empeño / en propiciar un diálogo de franca distensión / que les permita hallar un marco previo / que garantice unas premisas mínimas / que faciliten crear los resortes / que impulsen un punto de partida sólido y capaz / de este a oeste y de sur a norte, / donde establecer las bases de un tratado de amistad / que contribuya a poner los cimientos / de una plataforma donde edificar / un hermoso futuro de amor y paz.” Joan M. Serrat, “Entre esos tipos y yo hay algo personal“. Tal cual.

[1]  Ag. EFE,  11 mayo 2015.

[2]  https://presidencia.gub.uy/comunicacion/comunicacionnoticias/eneida-interpelacion-agua-potable, 2019.

[3]  En los ’80, cadenas de comercialización suecas promovían miel uruguaya proveniente de prados, como muy superior a las mieles provenientes de apiarios que colocaban azúcar al lado de colmenas.

[4]   https://www.mvotma.gub.uy/novedades/noticias/item/10012222-uruguay-comprometido-ante-el-mundo-con-el-cuidado-del-ambiente.

Publicado en Agronecrófilos, Destrozando el sentido común, Nuestros alimentos, Uruguay. Qué hacer

Comentario a pregunta de Eduardo Blasina. Forestación importada: ¿Beneficio nuestro, recíproco o del que la ha programado?

Publicada el 11/06/2020 por ulises

por  Luis E. Sabini Fernández                                                                     

¿Cuántas plantas de celulosa son sostenibles en Uruguay?

                                        a Ricardo Carrere, in memoriam

El ingeniero agrónomo y consultor Eduardo Blasina hace esta pregunta (título de su nota del 24 mayo ppdo.), una interrogante que tiene un partido tomado, puesto que presupone la sostenibilidad; una pregunta menos condicionada, más radical, más pregunta, podría ser si es acaso sostenible.

Pero entiendo más fructífero que responder a la pregunta de Blasina el formularnos otra pregunta, más histórica: ¿cómo han advenido las celuloseras a nuestro país, ahora que ya se empieza a hablar de una cuarta y una quinta…

En los ’60, ’70, ’80 se inicia un proceso de deslocalización de industrias del llamado primer mundo o «países centrales»: los efectos contaminantes de la industrialización progresivamente acelerada se estaban haciendo sentir. Es el tiempo cuando la bióloga estadounidense Rachel Carson se da cuenta que no hay más pájaros, aniquilados con los biocidas de la industrialización rural (Silent Spring, Primavera silenciosa, 1962).

Larry Summers, un funcionario clave que participó de numerosas administraciones demócratas estadounidenses, dio el fundamento estratégico a las deslocalizaciones: la expectativa de vida es mucho mayor en los países del Primer Mundo que en la periferia planetaria; por eso los primeros países tienen tantos adultos mayores y los países periféricos no tantos.

Por su parte, la contaminación industrial en progresión, sostenida con la tecnologización, provoca, de acuerdo con el diseño bosquejado por Summers,  sobre todo cánceres que tienen un proceso de décadas antes del desenlace: si dejamos las industrias en los países centrales, ‘van a arrasar a nuestros viejos’; si llevamos tales industrias, es decir su contaminación, a los países periféricos, apenas se va a notar el daño puesto que por muy diversas razones, mucha población allí no llega a vieja.

Así aparecen “como grandes oportunidades” las industrias del Primer Mundo en el tercero; en zonas francas, en zonas de producción de exportación, en maquilas, en zonas libres…

En esa misma época, recordarán los memoriosos que ya son veteranos, se inició en Uruguay toda una propaganda muy persuasiva, “plante un árbol, haga un libro, tenga un hijo”, que tuvo una segunda fase: invertir pequeñas sumas en plantaciones, que, se decía, eran inversiones saludables, en pro de la natura…

Costó años ir dándose cuenta de la jugada en la cual lo ambiental era lo que menos se cuidaba…

Poco después de la implantación de las zonas francas  −un fruto posdictadura− que es en rigor un retorno, pero en otro aro de la misma espiral, a las economías de enclave del colonialismo puro y duro de altri tempi, llegamos a las primeras pasteras.

Luego de este sucinto recorrido, regresemos a la pregunta de Blasina.

Blasina se confiesa un tecnooptimista. Sería bueno que mantenga la precisión en el lenguaje porque la frase: “Mantener buena calidad de aguas” para nuestro Uruguay, para nuestro presente, es casi indecente. Si algo hemos perdido con la agroindustrialización galopante es la calidad de las aguas. En prácticamente todo el país. El Santa Lucía es mudo testimonio de esa pérdida. Pero el río Negro, también y todavía falta la descarga monumental criminalmente proyectada con UPM 2 (no paso cifras, acojonantes, porque estimo que ya son públicas y Blasina las conoce).

Para Blasina: “Es bueno que el Uruguay agregue a sus exportaciones nuevos rubros de gran escala […].” Esta pretensión de jugar “entre los cuadros grandes”, que es un gran mérito del fútbol uruguayo, no funciona igual, si pasamos del deporte a la economía. Uruguay no puede apostar, aunque lo hace y lo ha hecho, a usar los suelos como Argentina o Brasil, Canadá, Australia o EE.UU. por la sencilla razón que muestra un mapa. No hacemos mella en el mercado de la commodities.

Pero algo más grave y ya no táctico: la apuesta a la “gran escala” tiene otros inconvenientes, graves: 1) la gran escala contamina también a gran escala; la contaminación repercute mucho peor en territorios chicos que en grandes territorios despoblados, como tienen, con sus millones de km2, los grandes países mencionados, Australia, Canadá, Brasil.

La actividad agropecuaria en escala mediana o pequeña permite mejor cuidado ambiental. Y da más empleos. Trabajada inteligentemente, puede dar mucho mayor rinde que el de los commodities (a un país de las dimensiones del nuestro, reitero). Argentina, por ejemplo, el segundo estado en cultivar transgénicos luego de EE.UU en el siglo XX, logró, mediante la producción bruta a principios de este siglo de unos 50 millones de toneladas anuales, “cosechar” como pocas veces antes una montaña de dólares que explican la adhesión (o falta de) al kirchnerismo (dejamos al margen el costo en salud).

Porque un país de grandes superficies se puede dar el lujo de aplicar gran escala para alguna producción y le queda superficie para otro tipo de producción más intensiva o artesanal; como ser frutales, viñas, diversos granos, huerta. Y el daño ambiental que pueda producirse con el empuje agroindustrial no tiene porque abarcar a todo el estado. Pero un país de dimensiones pequeñas recibe un posible daño ambiental en “todos lados” y puede, al contrario, agrandar su superficie dando variedad biológica a sus suelos; el clásico modelo granjero, por ejemplo.

¿Qué nos falta gente? Ciertamente. La gran producción, el latifundio, el monocultivo, si algo han hecho es despoblar el campo. Un operario alcanza para cubrir varios cientos de hectáreas tanto de soja transgénica como de árboles plantados en  hilera. Cualquier cultivo, por ejemplo, agrícola demanda muchísimo más mano de obra. Y las specialities son muy bien pagadas en diversos mercados, cada vez más atentos a la cuestión alimentaria.

El tecnooptimismo de Blasina lo lleva a abrigar expectativas a mi modo de ver meramente especulativas, sobre el papel del desarrollo tecnológico de países “centrales” sobre la periferia planetaria.

No conozco hechos reales que abonen ese optimismo, que calificaría de ingenuo. Veamos un ejemplo de esas aplicaciones tecnológicas del primero al tercer mundo, y dejando a un lado la repugnante actitud Summers: los noruegos cultivaron durante décadas “escaleras” para facilitar a los salmones su desove que, como se conoce, es enormemente esforzado, río arriba. Ese ciclo biológico natural sin duda les otorga a los salmones una extraordinaria fuerza vital. Pero el interés económico de los humanos, “es más fuerte”, y por eso se construyen esas escaleras para salmones, visibles en varios ríos de montaña noruegos.

Más tarde, Noruega encaró la producción de salmones mediante estanques. Alimentados. Feed lot de peces. E inmediatamente, empezaron a poner en los estanques antiparasitarios, antibióticos, y toda una seria de “antis” para evitar que los planteles fueran arrasados por pestes.

Eso, en Noruega. Pero los noruegos instalaron en el sur chileno el mismo tipo de producción, y si ya era alarmante la toxicidad hallada en los salmones de criaderos noruegos, la toxicidad en los chilenos, denunciada en diversas investigaciones, resultó aún peor. Y los noruegos, como los finlandeses, no tienen ninguna tradición imperial que forja una psicología potencialmente más abusiva, invasora. Al contrario, finlandeses y noruegos han sido siempre “hermanitos menores” de las potencias de la región; Suecia, Rusia, Alemania, Gran Bretaña…  Pero su historia no imperial al parecer no ha sido suficiente para establecer relaciones igualitarias con ”el tercer o cuarto mundo”.

RECUADRO


Comentario de un cuidador del Dique Laviña en la provincia de Córdoba: “−las truchas del río se quedan chiquitas; las de los jaulones, en cambio, crecen hasta mucho más del doble… eso sí, las del criadero mueren jóvenes y las silvestres son mucho más longevas.” El hombre registraba las diferencias más bien asombrado sin atinar siquiera una explicación. Pero registraba una realidad, indudablemente ligada a una dosis de sobrealimentos, engordar sacrificando salud…


Volviendo a UPM 2, la cuestión no es sólo decidir si quienes se presentan como “aportantes de capital” no procuran exactamente lo opuesto a lo predicado. Hay otra aspecto, y ése es nuestro: el proceso por el cual se aprueban esas megainversiones. En total secreto, so pretexto de “cuidarse de la competencia”. Más allá de un posible daño a “los dividendos empresariales”, para nuestra sociedad el secreto en estas negociaciones y contratos significa lisa y llanamente que la gente, la población, no importa un ápice.

No le importa ni a los gobernantes ni a los inversionistas. Con lo cual aquella expectativa de Blasina de encontrarse con “la cultura finlandesa” tal vez no resulte lo que él imagina.

Blasina plantea algo correcto, precautorio, hablando de los proyectos de gran escala  y las inversiones correspondientes: “Estos emprendimientos suponen un fuerte desafío ambiental. El ecosistema soporta cierta presión, pero no más que una determinada presión. Si cruzamos el umbral de carga soportable el sistema colapsa.”

Su optimismo le permite creer que estamos todavía lejos, pero que con las posibles 4ª. y 5ª, podríamos estar peligrosamente cerca.

Lamento comunicarle que ya estamos  allí. Usted, Blasina, lo debería saber mejor que yo: los ganaderos que se quejan de reses muertas luego de beber el agua del Río Negro; la cantidad de cianobacterias que arrecian en nuestro país y ya no solo en verano. El Río de la Plata está contaminadísimo. Aunque contemos con el viento y las corrientes marinas como aliados que nos sacan cada tanto la presión y el escarnio…

La contaminación del agua en nuestro país es uno −junto con la plombemia en su momento; la plastificación de campos y aguas que tiende un futuro ominoso para nuestra pesca; la bomba de aditivos para mejorar el rendimiento empresario o abaratar la comercialización− de los serios problemas que tenemos y que tendremos que afrontar.

Tenemos puntos a favor, a veces ni siquiera elaborados por nosotros: el carácter ondulado de nuestro suelo, sus colinas, que tanto difieren de la pampa del centro argentino, no ha permitido prosperar feed-lot que tanto habrían deseado algunos. Ese mismo rasgo permite al Uruguay tener de las mejores carnes. Gracias Hernandarias.

Tenemos uno de los suelos más irrigados de la tierra, y consiguientemente un porcentaje de suelo cultivable de los más altos del mundo.  Cultivable, que no cultivados. Y hoy se halla comprometido, como dijimos, por la contaminación química y agroquímica- ¿Recuperable? No con pasteras que tragan ingentes cantidad de m3 de agua y devuelven un efluente a mayor temperatura y contaminado.

Tenemos una franja climática envidiable. Y es insensato que si el promedio de áreas protegidas anda internacionalmente en el 17% y Argentina tiene un 8%, Cuba un 30%, Venezuela un 55%, Chile un 20%, Uruguay tenga 1% y fracción. Y esos tristes números hablan de nuestro estado cultural.

Y de la ofensiva de la agroindustria.

Y explica cómo no hemos aprendido a ser autónomos. Penosa confusión porque nos sentimos autónomos. Y en cierto sentido sí lo somos. Pero en las grandes líneas somos heterónomos, y la celulosa es un penoso ejemplo.

Publicado en Agronecrófilos, Centro / periferia, Globocolonización, Nuestro planeta, Nuestros alimentos, Uruguay

Agroindustria, contaminación generalizada, alimentación vegana, lucro y calentamiento global: Un plato indigesto

Publicada el 19/01/2020 - 20/01/2020 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández –

En un mundo cada vez más interconectado, donde los dispositivos tecnológicos nos han achicado cada país, cada región y el mismo planeta y donde el poder está concentrado como antes jamás, de un modo que ni siquiera entrevieron los mayores déspotas de nuestra humana historia, es indudable que la heteronomía se ha ido asentando en la mayor parte de las acciones humanas.

El proceso de computarización forzosa a que somos sometidos y que cada vez más nos lleva, con ahínco, hacia presuntos paraísos cibernéticos, opera al mismo tiempo que la naturaleza se está haciendo pedazos delante nuestro en cada vez más lugares del planeta. En medio de tanta ignorancia e indiferencia… humana, precisamente.

Es tal el descaecimiento cultural y conceptual que algunos amigos de la naturaleza, a través por ejemplo de Paisajes Multifuncionales[1] nos revelan un “cambio de mentalidad” y un “cuidado ambiental” brindándonos la “novedad” de que los insectos polinizan las plantas.

Como lo oye. Un campesino viejo y analfabeto, siempre supo que los insectos polinizan y que sin ellos, no fructificaría buena parte del reino vegetal. Pero ahora hay una empresa que se dedica a hacernos conscientes de semejante realidad. El ejemplo expresa la penosa realidad de la crisis cultural en que la sociedad moderna, hipermoderna, nos ha situado. Comunidad Científica sabe de qué habla. Se han enterado que los monocultivos atrofian la polinización por el sencillo y crudo expediente de achicar la diversidad biológica del medio.

¿Habrá que hacer cursos y universitarios de larga duración, para saberlo? Algo que un par de ojos (y la consiguiente mirada, claro) han visto desde tiempo inmemorial.

Hay que integrar este tipo de retrocesos culturales en la suma algebraica de todo lo que la modernidad nos ha dado en tantos rubros y a la vez quitado en otros.

Mientras nos enteramos de la “novedad” de la polinización con insectos, pájaros y otros “transportistas” del polen, vale la pena recordar que, cuando los agrotóxicos estaban diezmando cada vez más la microfauna, un laboratorio de vanguardia en la apuesta química y transgénica a las producciones agrarias, Monsanto, ofreció –luego de reconocer tácitamente el abejicidio en marcha− drones para hacer la tarea de polinización. Un ejemplo de sofisticación tecnológica e idiotez intelectual en ingeniería y costos; pensemos nomás lo que cuesta el viaje de la abejas y el de los drones…

Hay un conflicto que parece tomar centralidad en esta cuestión de la vida, los alimentos, los cultivos y la escala de producción.

Desde que las elites de poder, primordialmente de EE.UU., han decidido el empleo de los alimentos como “armas de destrucción masiva”, para usar la acertada frase de Paul Nicholson,[2] la agroindustria ha ido ampliando sus ya enormes dimensiones. Junto con ese aumento de las unidades productivas, se puede observar el aumento consiguiente de la contaminación planetaria, cada vez, precisamente, más fuera de control.

Martin Cohen y  Frédéric Leroy[3] señalan la relación entre agroindustria y auge de la dieta vegana; un ascenso ideológico que parece indisolublemente unido a la expansión agrotóxica.

Y eso, pese a que hay muchos veganos totalmente empeñados en una producción a pequeña escala y tendencias autosustentables. ¿De qué modo entonces, la fiebre vegana se ha convertido en el aliado primordial de la agroindustria?

La opción vegana plantea, con aritmética razón, que salteando la alimentación animal, los vegetales producen diez veces más alimentos. La humanidad creciente, sobrepoblada, agradecida.

En lugar de aplicar 10 k. de maíz o soja para alimentar un cerdo o una vaca, con lo cual se podrá consumir un kilo de carne, es decir un décimo del peso de los vegetales que la “aprontaron” para el consumo humano, salteando al animal, entonces, tendríamos diez veces, aproximadamente, su producción en alimentos directamente para humanos.

Este cálculo es maná del cielo para los grandes productores agroindustriales. Existe una tendencia “que deja de lado a los productores pequeños y medianos en favor de la producción agropecuaria a escala industrial y un mercado de alimentos global en el que los alimentos se producen a partir de ingredientes baratos comprados en un mercado de commodities.”[4]

Cohen y Leroy asocian esta línea de acción con un mercado creciente de «carnes falsas» (falsos lácteos, falsos huevos) en EE.UU. y Europa, que a menudo se celebra por ayudar al auge del movimiento vegano.” Otro factor, entonces, que induce el avance de lo vegetal sobre lo animal.

La producción rural y granjera tradicional estaba, en rigor, al, servicio de una alimentación omnívora. Frutas y frutos de la tierra, claro, pero también huevos, miel, carne de los animales de granja.

La humanidad, por otra parte, siempre fue omnívora, con variaciones, a veces grandes variaciones regionales, pero los humanos nos hemos nutrido siempre omnívoramente. Como algunas especies mamíferas; osos, coatíes, cerdos, ratones, y otros animales como lagartos o pirañas, por ejemplo.

Pero el régimen actual de alimentación, crecientemente regulado desde las góndolas nos está llevando a un universo de productos sintéticos y ultraprocesados, cada vez más lejanos de los alimentos que la naturaleza nos proveyera desde tiempo inmemorial. Tiempo en el cual nuestros cuerpos se construyeron, a lo largo de milenios y tal vez cientos de miles de años.

Hace unos quince mil años se produjo una revolución alimentaria; del nomadismo a la sedentarización; de la recolección y la pesca a la agricultura y la cría de animales domésticos. Según algunos historiadores, perdimos altura; ganamos prolificidad. La pregunta es si esta actual “revolución alimentaria”, que nos azucara y engrasa la vida como nunca antes y que ahora nos provee de productos ultraprocesados en lugar de naturales, tendrá efectos beneficiosos o perjudiciales. Los datos sobre aumento casi incontrolado de cánceres, afecciones a la piel, alteraciones endócrinas, floración de mialgias y un largo, penoso etcétera, nos está denunciando que vamos por mal camino, pese a indudables avances del saber médico. Camino aquel muy redituable para los grandes pulpos alimentarios mundiales, tipo Nestlé (penosamente famoso por su genocidio africano en los ’60), Coca-cola (devenida de productor de agua azucarada estimulante a secuestradora de agua potable en países y regiones con escasez de agua, como la India), Unilever con su apuesta vegana, Monsanto-Bayer, campeones mundiales de la transgénesis y los monopolios consiguientes a costa de los campesinos… No me parece que tales emporios hagan algo bueno, para nosotros… los humanos cualquiera.[5]

La alimentación vegana es uno de los movimientos ideológicos más recientes y, tal vez precisamente por su corta edad, se caracteriza por un culto intenso y dogmático por parte de sus practicantes. Su postura “pro vida” esconde el hecho de su significado profundo en el concierto de la alimentación humana; borrar, por ejemplo, la idea de granja y consiguientemente la de una producción polivalente y a pequeña escala. Y más en general desechar o ignorar todo nuestro pasado humano, omnívoro.

Aunque sus cultores sean a menudo militantes empeñados en pequeñas parcelas de producción vegetal y se nieguen a atender  que el reclamo vegano encaja como un guante en la mano con la monoproducción agrícola a gran escala. Que postula ser la más barata, aunque para ese cálculo se deseche toda externalización de costos relacionados con la contaminación con agrotóxicos, por ejemplo, característica de la producción agroindustrial.

Porque, ¿cómo calcula la agroindustria los costos? Dijimos, externalizando. Las cuentas que ofrecen son del tipo: la hectárea monocultivada genera 3 toneladas, pongamos de maíz; la del agricultor tradicional a gatas produce 2 toneladas, tal vez una y media…

Ya Vandana Shiva explicó la falacia de ese razonamiento: el campesino en pequeña escala, en primer lugar cuida su tierra y espontáneamente, contamina menos. Pero además de las diferencias cualitativas, en ese predio –sigamos con la hectárea− produce al cabo del año una serie de cultivos cuya suma material, física, excede largamente las 3 toneladas que son orgullo del monocultivo: el campesino produce para el mercado o para el autoconsumo las verduras de estación, diversos frutales, el sustento para la cría de animales domésticos o silvestres, como cabras, ovejas o ranas… plantas medicinales y hasta flores, aclara Shiva. Todo ello, sumado a la producción que teníamos para comparar, maíz, alcanza volumen y peso muy superior al de la producción falsamente récor de la agroindustria.

Agroindustria que, por otra parte, aumenta la dependencia y estrecha los márgenes de ingresos para el trabajador rural, el campesino, el productor, que, encerrado en su línea de producción, carece de otras vías de subsistencia y resistencia. Ya sabemos que una extrema dependencia no conduce sino a la servidumbre.

Cohen y Leroy señalan a Unilever, tal vez la mayor empresa alimentaria del planeta, apostando fuertemente a alimentos vegetales ultraprocesados (aceites, almidones, proteínas) “ofreciendo cerca de 700 productos veganos en Europa”.

A esta altura no sabemos si el veganismo aprovecha la producción agroindustrial o si ésta, agente de la mayor contaminación planetaria (como la competencia con una serie de ramas industriales altamente contaminantes, es enorme, tal vez sea más prudente señalar que es una de las mayores contaminaciones planetarias) fogonea y utiliza el veganismo en su tarea de arrancar la producción de alimentos de las manos campesinas.

Pero tanto en uno como en otro caso, se trata de una producción con fuerte contenido  ideológico, no necesaria ni objetiva ni fatal. Que construye un mundo más lineal y homogéneo. Y consiguientemente más frágil. Y dependiente.

Basta pensar en una población que extraiga de una granja sus principales suministros y de una población que dependa de las góndolas. Que es el tipo de sociedad que estamos forjando, o mejor dicho que nos están construyendo proveedores cada vez más enormes, los que, luego de que “dejáramos de usar la caña”, se empeñan en darnos “el pescado, fritito y asado”, y cada vez más a menudo, algo que es fritito y asado, pero ni es pescado…

Si alguna prueba necesitábamos de la peligrosidad de las góndolas, del mundo servido en bandeja y con trabajo escondido, altamente automatizado, las estamos teniendo por doquier: la generación de alimentos mediante una agricultura basada en venenos; la contaminación de todo el mar océano planetario con los plásticos; la presencia cada vez más amenazadora de los incendios, antes en California, Portugal o Brasil, ahora en Australia…  

Hemos entrado, en los últimos meses en un frenesí de alarma por los microplásticos, que aparecen literalmente hasta en la sopa… Pero tenemos que saber que dichas partículas fueron denunciadas durante años sin mayores respuestas. Nuestro estado de conciencia no sigue al conocimiento sino a la veleidosa opinión mediática, configurada de acuerdo con los intereses del gran capital.

La peripecia australiana es muy significativa puesto que se trata de un estado atado a la producción carbonífera de la cual sus titulares, privilegiados en Australia con su poder industrial, no se quieren retirar.[6]

Argentina tiene el triste privilegio de haber sido, junto con EE.UU., los únicos estados produciendo transgénicos en el s XX: y ese período (ya de un cuarto de siglo) ha ido permitiendo verificar a investigadores dispuestos a romper con el discurso oficial y dominante, como la Red de Médicos de Pueblos Fumigados y otros resistentes[7] que el avance de cánceres en zonas por ejemplo sojeras es innegable y que, por ejemplo, la celiaquía se ha extendido como nunca antes; varios investigadores asocian esta frecuencia con el glifosato; el herbicida estrella de los cultivos transgénicos.[8]

Habría que rastrear los motivos del aumento desproporcionado de escuelas diferenciales para niños “con capacidades diferentes”, por ejemplo en la provincia argentina de Misiones, porque hay muchos indicios de alteraciones del sistema nervioso  y de todos nuestros cuerpos, como lo expone la sobrecogedora muestra fotográfica de Pablo Piovano.[9]

La mesa está servida. Pero con la guerra en el plato.

notas:

[1]  Lucía Gandolfi, Comunidad Científica, 12 dic. 2019.

[2]  En el cambio de siglo secretario de la Vía Campesina (internacional rural enfrentada al campesinicidio en marcha).

[3]  “Veganos en guerra. El lado oscuro de los alimentos a base de plantas”, lanacion.com, 4 ene 2020.

[4]  Cohen y Leroy, ob. cit.

[5]  Excelente semblanza la de Ignacio Conde en “Comida replicante”, Convivir, no. 289, Buenos Aires, mayo 2018.

[6]  Jerome Small, “Las ganancias en Australia conducen al apocalipsis”, Socialist Alternative.

[7]  Darìo Gianfelici, “El impacto del monocultivo de soja y los agroquímicos sobre la salud”, futuros, no.12, Río de la Plata, primavera 2008; Hugo Gómez Demaio, “Agrotóxicos: niños con retraso mental grave y malformaciones”, futuros, no. 13, Río de la Plata, verano 2009/2010.

[8]  Samsel, A. y Seneff, S, cit. p. Heyes, J. D., “Peligros y daños causado por el glifosato”.

[9]  Exposición fotográfica “La agricultura a base de venenos”, Buenos Aires, 2014.

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La peste plástica está tomando nuestros órganos

Publicada el 17/06/2019 - 25/06/2019 por ulises

Por Luis E. Sabini Fernández.

Monsanto… hasta de sus últimas sílabas se podría extraer una filosofía de la inversión de la verdad, de que todo resulta opuesto a lo proclamado…

Monsanto es el agente clave para la expansión de la agrondustria que le ha signficado a la humanidad, el campesinicidio más generalizado (lo cual en cifras no tiene parangón con ningún otro trastorno demográfico y ocupacional en la historia humana; baste pensar que hace un siglo las sociedades podían tener un 75% o un 90% de población dedicada a tareas rurales y hoy se estima en 2%, 4%, 10% la población “dedicada al campo” en la inmensa mayoría de los estados del orbe).

Esa “extirpación” del campesinado no es el mero avance de la humanidad; no es el canto al progreso-siempre-mejor que nos insuflan desde los centros de poder; es una suma algebraica de avances y retrocesos de los cuales la historia oficial solo nos muestra, siempre, “los avances”.

Hay un formidable avance en los medios de comunicación y en los de transporte, pero también una pérdida de experiencia y conocmiento para tratar a la naturaleza, por ejemplo.

Pero Monsanto dista mucho de haber sido –y seguir siendo− únicamente  el pivlote de la “La Revolución Verde”, la agroindustria y la contaminación de los campos.

Durante la guerra que EE.UU. desencadenó para imponer la democracia en Vietnam  (y que tras 14 años tuviera que abandonar), por métodos, no precisa-mente  muy democráticos, el papel de Monsanto fue protagónico: proveedor, aunque no exclusivo, de Agente Naranja; el agrotóxico que la aviación de EE.UU. diseminó masivamente en los campos vietnamitas para  “quitar el agua al pez”.[1]

Pero las contribuciones monsantianas vienen de tiempo atrás. Fundada en 1901 para elaborar productos químicos inicialmente dedicados a sustituir alimentos naturales,  −los cada vez más conocidos y difundidos aditivos alimentarios−  como, por ejemplo, vainilina para cortar la dependencia culinaria hacia las islas Célebes de donde se la extraía tradicionalmente.

Tal comienzo debía haber abierto los ojos de los contemporaáneos. La sacarina, uno de los primeros producos de Monsanto, de la primera década del s.XX, ha sido desechada por tóxica. Con su extremo dulzor con dejo amargo.

Con el paso del tiempo, su capacidad de incidir en el “desarrollo tecnológico” se fue ampliando y la consiguiente toxicidad de su producción también. Desde la década del ’20 produce PCBs, los temidos polibifenilclorados que luego de décadas de uso “inocente”, o más bien impune, se iban a revelar con una altísma toxicidad generando innumerables cánceres infantiles.

 En la década del ’30, significativa y sintomáticamente Monsanto se convierte en productor de primera línea de otro gran triunfo de la modernidad ciega y soberbia, derrochando venenos en el planeta, expandiendo el uso de los termoplásticos, encontrándose así en los puestos de “vanguardia” para el envenenamiento planetario.  Estos plásticos, como los anteriores (rígidos) tenían un rasgo que debía haber hecho reflexionar un tanto: eran materiales no biodegradables. El idioma humano no tenía siquiera una palabra para enunciar semejante realidad. Hasta los “logros” de la petroquímica, nuestros materiales, nuestros objetos, eran naturaleza. Y por lo tanto, a la corta o a la larga, “volvían” a ella; una suerte de reciclado (a veces muy complejo, pero siempre total). Pero con los plásticos se rompen los ciclos naturales (para no mencionar los bióticos, ahora amenazados). La naturaleza no puede reabsorber, reasimilar productos engendrados de tal modo que han perdido todo parentesco con el mundo natural.

Lo que podía haber sido una advertencia sobre un camino ominoso fue en cambio muy bien recibido para abaratar costos, mejor dicho para abaratar los costos del capital. Que prefiere productos baratos en lugar de buenos. Una cuestión de rentabilidad, pero empresaria, no social, aunque todos sus argumentos se basan en que se trataría de rentabilidades de la sociedad.

Con el horizonte de una guerra inminente y el recuerdo de la anterior con sus peripecias en las trincheras, los soldados asolados por chinches y piojos, investigadores se dedicaron a pergeniar insecticidas. Así Monsanto trajo al mercado el DDT (descubierto por un técnico suizo alemán en 1939), una solución radical a las vicisitudes provocadas por insectos. Sin embargo, la guerra que se desata en 1939 no tendrá trincheras;  la aviación y los bombardeos cambiarán el panorama y la estructura de las guerras, y los insecticidas quedarán arrumbados. Por eso, en la posguerra, los laboratorios buscarán empecinadamente nuevos usos a sus investigaciones y aplicaciones  y empezará así la aplicación de insecticidas a la agricultura. Será el momento del combate químico a “las plagas”. Que hasta entonces se atendían y enfrentaban mediante usos físicos o biológicos. Así llegaremos a la Revolución Verde.

Monsanto resultó, una vez más, pieza clave, pivot del Ministerio de Agricultura de EE.UU. (USDA) cuando en los ’90 el gobierno norteamericano decide un plan alimentario mundial, “basado en las pampas argentinas y las praderas norteamiericanas”.[2]  Cuando  los emporios de la agroindustria  estadounidense se sintieron fuertes como para adminstrar los alimentos del planeta.[3] Este plan se desencadena a partir del recurso de la ingeniería genética aplicada a alimentos, con la producción masiva y en permanente expansión de alimentos transgénicos.

Antes, Monsanto había tenido el dudoso honor de patentar otro edulcorante, probablemente más tóxico que la problemática sacarina: el aspartame.

Son varios, entonces, los “aportes” a una alimentación degradada, tóxica, como por ejemplo la somatotropina bovina, una hormona que ha sido rechazada de plano en los mercados europeos, por ejemplo (aunque en EE.UU. se la consume libremente). Fue diseñada para aumentar la produccion de leche y los reparos provienen de que diversas investigaciones la asocian fuertemente con cánceres de mama y de próstata.

La “perla” de tantos nefastos aportes, siempre tolerados por la autoridades sanitarias de EE.UU. y sus satélites y claramente adoptados y aplaudidos por el mundo empresarial “moderno”, ha sido el tratamiento y el procesamiento de los plásticos que no son alimento pero que tienen una  insidiosa cualidad y están muy vinculados a los alimentos.  Como ya es de público conocimiento, las montañas de plásticos; los basureros gigantescos compuestos en un 90% de material plástico, las islas oceánicas, flotantes, con superficies mayores a las de los más grandes países del planeta, constituyen un problema de creciente actualidad.

Pero se trata de un problema menor, pese a su envergadura, ante la cuestión de otro aspecto descuidado de los desechos plásticos: sus micropartículas. Que están urbi et orbi.

Como lo plástico, ya dijimos, no es biodegradable, la erosión va achicando, rompiendo, despedazando los envases,  las bolsas, hasta perderse de vista. Pero así, microscópicas, siguen siendo partículas. Que no se biodegradan, que respiramos e ingerimos a diario.

Una cancha de fútbol de pasto sintérico, debido a la fricción a que su superficie es sometida, es un sitio “ideal” para la producción de micropartículas plásticas.

La erosión en general; el agua y el viento producen permanentemente micropartículas plásticas.

Hay quienes empiezan a preguntarse a dónde van las partículas que se desprenden permanentemente de los materiales plásticos que están prácticamente en toda nuestra vida cotidiana. La pregunta es, como siempre, tardía. Porque el sentido común ha cedido el paso al lavado de cerebro que nos encanta y cautiva con lo novedoso, lo moderno.

Finalmente, la Universidad de Newcastle, Australia, tras laboriosos conteos de material “iivisible a los ojos” ha establecido magnitudes aproximadas de consumo involuntario de micropartículas plásticas: unas cien mil al año, que traducido  en peso equivaldría a unos 250 gramos. Otra estimación que han hecho con semejante ingestión: unas 50 tarjetas de crédito al año (a razón de un peso de 5 gr. por tarjeta, lo que equivale a una tarjeta ingerida por semana, por vías respiratoria y disgestiva).[4]  Porque las principales fuentes de ingreso a nuestros cuerpos de tales micropartículas es mediante alimentos, agua y aire.

Se ha verificado, por ejemplo, que el agua potable en EE.UU. tiene el doble de tales micropartículas respecto de la correspondiente europea. (ibídem)  Pensemos, un minuto apenas, cuántas de tales partículas  puede haber en las aguas potables de países como Uruguay, Argentina, Brasil…

El mundo médico ha sido más bien remiso en informar qué puede ocurrir en nuestros cuerpos con los microplásticos. Y sin embargo, hay investigaciones de biológos como los norteamericanos  Théo Colborn, John Peterson Myers y Diane Dumanovsky[5] , por ejemplo, que a mediados de los ’90 relevaron la presencia de partículas plásticas invisibles de policarbonato (PC), de polivinilcloruro (PVC), en numerosos animales que presentaban, junto con estos “alteradores endócrinos” diversas malformaciones o trastornos en la vida sexual y reproductiva. Y, por ejemplo, rastrearon la presencia de Bisfenol A (ingrediente del PC), un reconocido alterador endócrino, en bebes (sus biberones estaban hechos de PC).

Nuestra estulticia, no sabemos si tiene precio, nos tememos que sí. Pero lo que es indudable es que es inmensa.

notas:

[1]  Técnica de las llamadas contrainsurgentes empeñadas en debilitar los apoyos a los guerrilleros clandestinos. Eliminar naturaleza y boscajes para quitar lugares de escondites y protección. De paso, arruinar también la provisión de alimentos…

[2] Dennis Avery, Salvando el planeta con plásticos y plaguicidas, Hudson Institute, Washington, 1995.

[3]  El plan, por suerte, resultó insuficiente, sobrepasado por un planeta y una población indudablemente mayor y más compleja que el diseño del USDA. Poco después, los pretendidos diseñadores norteamericanos de la alimentación mundial iban a tener que incluir a Canadá, Australia y finalmente Brasil más zonas menores en el diseño del plan mundial de control alimentario. (Véase Paul Nicholson, “Los alimentos son un arma de destrucción masiva”, 2008, www.rebelion.org/noticia.php?id=178160).

[4] Kala Senathiarajah y Thava Palanisami, “How Much Micropolastics Are We Ingesting”, 11 junio 2019. Cit. p. J. Elcacho, kaosenlared, 13 jun. 2019.

[5]  Our Stolen Future, Dutton, Nueva York, 1996. Hay edición en castellano, España, 2006.

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