por Luis E. Sabini Fernández
19 MAY 2023
Así cómo a lo largo del siglo 20 las décadas de los ’60 y ’70 fueron tiempos de izquierda o hacia la izquierda –mostrando así el hastío, la desconfianza y la resistencia al abuso que había caracterizado al régimen más generalizado e institucionalizado; llámese democracia, liberalismo o capital−, así antes todavía, durante la década del ’30 había habido un empuje de derecha o hacia la derecha por el ascenso de visiones a la vez restauracionistas y futuristas ante valores hollados u “hollados” por la prédica socialista y revolucionara, desde la última década de ese siglo, hasta ahora con veinte largos años en el s 21, podemos verificar un movimiento del “espíritu social” otra vez pendulando hacia la derecha, y cada vez de modo más acusado.
Algo que indudablemente comienza con la quiebra de “el país de la gran mentira”, al decir del lúcido croata Anton Ciliga,[1] que tuvo la osadía de enfrentar al estalinismo, ya férreamente establecido en la URSS y a su vez la suerte de estar “apenas” cinco años preso y luego expulsado del “paraíso soviético”.
La quiebra de la URSS tuvo una modalidad de colapso; un desmoronamiento institucional y la conversión rápida y expeditiva de las tan invocadas propiedades sociales o del estado soviético a coto de caza y apropiación descarada por parte de titulares de la gran burocracia que antes administraba “en nombre del proletariado” y ahora lo hará en su propio nombre, entrelazándose con capitostes de mafias que se habían ido enquistando en la institucionalidad soviética. Nueva conversión, entonces, a una nueva, santificada propiedad privada, antes tan denostada desde las usinas propagandísticas del “comunismo”.
Con el colapso soviético, los núcleos dirigentes occidentales, armados del aparato represivo norteamericano constituido en policía planetaria, entrevieron un reverdecimiento de viejos proyectos hegemónicos. Que fueran tejiendo cuando la URSS todavía existía formalmente, aunque ya con crisis reconocida, como durante el período de Mijail Gorbachov.
Para entender lo que sobreviene en todo el mundo con la desaparición de la URSS, en una fase todavía hoy presente, hay que recordar además cómo “salimos” de la llamada Segunda Guerra Mundial, 1945, con el triunfo militar aplastante de Los Aliados sobre El Eje, con su tendal de destrucción y muerte sobre casi todos sus participantes.
Se estima que la URSS perdió durante la guerra entre 10 y 20 millones de seres humanos; Polonia con una población mucho menor, entre 4 y 6 millones, Alemania, entre unos 5 y 10 millones.[2] Los países mencionados, perdieron grosso modo un décimo de su población, con la excepción de Alemania, mucho más castigada. También Hungría, que entonces tenía una población estimada en 8 millones de habitantes, perdió un décimo durante la 2GM. Japón, unos 2 millones. Gran Bretaña, Francia, Italia perdieron cada una más de medio millón de personas, es decir alrededor del 1% de sus poblaciones.
EE.UU., en cambio, con una población entonces de 130 millones de habitantes, perdió en la 2GM alrededor de 300 000 hombres, 0,2 % de su población. Y ni un camino, fábrica o vivienda, destrozada, ni siquiera afectada por dicha guerra.
Por eso, como bien anotara James Burnham,[3] cuando aún no había terminado la 2GM, EE.UU. ya se adueñaba o tendía su manto protector –los lectores elegirán la versión− sobre todas las redes industriales grandes y fuertes del planeta; la cuenca del Ruhr, el cordón atlántico norteamericano, la costa japonesa Tokyo-Kyoto. Y las sociedades de “todo el mundo”.
Antes de que acabara formalmente la 2GM (en el segundo semestre de 1945), ya los núcleos del poder american estaban diseñando el “gobierno mundial”, del cual son síntomas, el FMI (1944) que, desde Bretton Woods, viene a sustituir el proyecto nazi de Zentralclearing, con el cual los nazis habían procurado establecer su propia red imperial.[4] Es interesante e instructivo advertir que en pocos años fueron destrozados diversos proyectos imperiales, en beneficio de uno “de nuevo tipo”; el de EE.UU. Que no se promueve como imperio, como los anteriores, sino como democracia.[5]
Esa apropiación del “mundo entero” desde la década de los ’40 por parte de los titulares del poder norteamericano, se empañó con la bomba de hidrógeno soviética de 1950 y el establecimiento de una suerte de planeta esquizo, con dos superpotencias.
Por eso, en 1990, la craneoteca estadounidense canta otra vez victoria, tras cuatro décadas de interregno.
Este momento, el del crac soviético, y con ello la difuminación del horizonte ideológico del socialismo, trajo una nueva tríada política; EE.UU., Reino Unido e Israel. Que a su vez proviene, aunque no sea lo mismo, de los “5 Ojos” de 1948 (una entente de control planetario de toda información: telegráfica, de teletipo, telefónica y correspondencia), estructurada entre países anglófonos blancos; EE.UU., R.U., Canadá, Nueva Zelandia y Australia.[6]
Eso le permitió a la dirección ideológica estadounidense (mejor dicho, judeo-estadounidense, porque entre los firmantes de sus documentos liminares, hay una amplia sobrerrepresentación de judíos y particularmente de sionistas),[7] volver a diseñar la perspectiva del proyecto “para un nuevo siglo american”.[8]
Aunque momentáneamente la desaparición de la URSS permitió pensar en una generalización del mundo-tal-cual-debe-ser, todo mercado, todo capital, que incluía la “colonización” capitalista de los bienes ahora rusos y mostrencos (al menos respecto del socialismo), ese enorme conglomerado étnico, idiomático, religioso; lo ruso, no fue anulado ni absorbido por el capitalismo triunfante. Un hecho, tal vez capital, es que el estado ruso
–ya no soviético– quedó propietario del segundo arsenal más grande del mundo (incluido lo atómico). Otro, la propia identidad, rusa. Rusia no fue así asimilada a una única constelación de poder. Tal vez tampoco China, gran incógnita. Y así se fueron procesando y expresando nuevas contradicciones que han arreciado alrededor de los bienes y/o recursos planetarios,[9] y en puntos nodales, como las cuestiones de género, clave en la cuestión demográfica; la crisis de recursos naturales,; la contaminación progresiva del planeta.
Tal vez, siguiendo leyes ancestrales de los imperios, de sus ejercicios de poder, siempre tendientes a la expansión y a su plenitud, lo que vemos es, con un desarrollo cada vez más tecnologizado, con un alcance macro y micro sin precedentes, la implantación de un nuevo orden bajo diversas denominaciones; “ingeniería social”, “democratización generalizada”, “gobernanza global”, digitalización universal, incluso “gobierno mundial”, en el cual viejos odres se “llenan” del vino sintético que nos quieren hacer saborear a todos e irreversiblemente.
Ya sea una revolución alimentaria para suprimir ganado vacuno (bajo el fútil pretexto de la generación de metano por los vacunos), ya sea una nueva definición de salud, enfermedad y prevención sobre enfermedades graves o leves, garantizando a la vez control poblacional y altos dividendos al Big Pharma. Y con ello, la estabilización de pandemias, como un factor normal de nuestras vidas; con vacunas incluidas pese a todas las interrogantes que ha sembrado la vacunación masiva con las mal llamadas vacunas experimentales (terapias génicas) en el episodio Covid 19; la gestación de “distritos de 15 minutos”, un proyecto urbanizador para que todo habitante “satisfaga todas” sus necesidades sin emplear auto o medio de transporte costoso (una suerte de retorno a la vida de villorrio o de aldea); la ofensiva presuntamente progresista de la cultura de género, de la identidad de género, “superando” la antigua, “animal” división, de sexos; los planes aparentemente en las principales administraciones, digamos todavía nacionales de Occidente, de instaurar dinero-e, las tan publicitadas monedas virtuales, erigiendo un mundo de mayor fugacidad todavía que el del actual circulante que ha perdido todo amarre material hace por lo menos medio siglo, los anhelos de vida sin muerte de muchos privilegiados que consideran llegado el nivel tecnológico suficiente para encarar lo que el programador Yuval Harari califica “amortalidad” de nuestros cuerpos (ya que pretender la inmortalidad resulta a todas luces insensato), que sería la posibilidad de recauchutaje reiterado e indefinido de partes de nuestros cuerpos que, para Harari, se puede conseguir con nuestro nivel tecnocientífico actual (en todo caso, si fuere posible, para una escasísima minoría de humanos. Obviamente, ese aspecto no está siquiera dilucidado por Harari).
Todos estos últimos anuncios nos dan algunas pautas: que los titulares de los poderes tecnoindustriales advierten la imposibilidad de continuar “como hasta ahora”; ni el más mínimo atisbo de autocrítica o que hemos errado o malversado el mundo en que nos es dado vivir (sin incursionar en si se trata de propiedad nuestra, humana o si también nosotros somos “inquilinos” como las hormigas, los canguros o los tiburones).
Y que dada la conciencia creciente de los límites del planeta en que vivimos, se impone cada vez más una salida a la inviabilidad creciente. De nuestra especie, que ‘malversando la energía acumulada en millones de años en forma de minerales; carbón y petróleo, la estamos gastando o malgastando en pocos, poquísimos siglos’, como muy bien recordaba Fredrick Soddy, el Nobel de Química que abjuró de su profesión al verla aplicada a fabricar gases tóxicos durante la 1GM y que por ello se hizo (formidable) economista (repudiado, también, hay que decirlo, por el gremio de académicos economistas “ofendido” por críticas de un “ajeno”; certeras y por ello hirientes).
Tengo mis dudas que podamos solucionar nuestra situación y destino, mediante la profundización del mismo tecnomodelo que nos ha planteado las presentes dificultades; es decir “mejorando” las fórmulas en uso, complaciéndonos en la hybris tecnológica.
[1] Detenido en 1930 y finalmente expulsado de la URSS en 1935. En 1938 publica su alegato El país de la gran mentira, en París, que poco después será secuestrado por los nazis y reeditará el mismo Ciliga, otra vez en París, en 1949.
[2] El caso de Alemania es único, porque se estima que puedan haber muerto más alemanes después del fin oficial de la guerra que durante ella. Por el hambre y las privaciones de posguerra, más la emigración forzosa de millones (13 a 15) de alemanes de tierras que habitaban a veces desde siglos atrás, reasignadas a otros estados (caso de los alemanes del Volga, los Sudetes, Silesia, Prusia Oriental, etc.), territorios de las cuales fueron arrancados a veces con una hora o con solo 10 minutos de preaviso para irse, a pie y a marchas forzadas, abandonando sus pertenencias (salvo lo puesto). Todo lo cual significó la muerte de muchos de tales desplazados, gran parte mujeres, viejos y viejas e infantes, porque los hombres fueron muy a menudo concentrados en “batallones de trabajo”. Ron Unz, American Pravda: comprensión de la Segunda Guerra Mundial, 2019.
[3] La revolución de los directores, 1942. Diversas traducciones al castellano.
[4] El fin de la 2GM fue un momento de suma fluidez institucional y los dominios imperiales se sucedieron en plazos cortísimos. Cuando los nazis pierden pie con la derrota en “el frente oriental”, el Foreign Office británico procura cosechar una red supranacional con una Clearing Union, pero agotados, son rápidamente desplazados por EE.UU. con el FMI (véase p. ej., Detlef Hartmann, “Bretton Woods y la relación entre desarrollo y genocidio”, futuros, nro.1, Río de la Plata, set. 2000).
[5] Remito a mi nota reciente, “Universalización de los dispositivos de control”, de algún modo complementaria.
[6] Red Echelon.
[7] La población judía en EE.UU. se estima en un 2%, aprox. Entre los constructores de los documentos básicos de la estrategia del new american century, los judíos son el 50%, aproximadamente.
[8] Project for the New American Century, Washington, setiembre 2000. Hay una reedición de 2017.
[9] La primera cuestión es dilucidar qué es el planeta, su superficie, si es una existencia por sí misma como abona la tesis Gaia, por ejemplo, o si son bienes a disposición de la humanidad, o de los humanos con poder suficiente para ejercer dicha disposición, convirtiéndolos en recursos, que es el planteo del empresariado occidental del primerísimo mundo.