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Categoría: Sociedad e ideología

PANDEMIA 2020: ¿CAMINO DEL OLVIDO O DE SU RESTABLECIMIENTO?

Publicada el 12/07/2022 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández –

La pandemia de la OMS, no ha concluido y si escucháramos a sus “sacerdotes”, Bill Gates, Klaus Schwab, tenemos otra en puerta, peor.

Entretanto, nos aconsejan ir por la cuarta y la quinta dosis de la vacuna experimental que precisamente por su nivel (insuficiente)  de verificación no pudo hacerse obligatoria, aunque muchas autoridades administrativas nacionales y sanitarias la han promovido e inoculado como si lo fuera.

Por eso ha resultado tan preciso el dictamen del juez uruguayo Alejandro Recarey que acaba de exigirle a los laboratorios del Big Pharma que declaren finalmente de qué están compuestas las muy secretas vacunas e informen de las secuelas que, con preocupación creciente se han ido acumulando (si es que se han preocupado en registrar  tales secuelas) y entretanto dispensar de toda vacuna, «desconocida» en sus efectos, a menores de 13 años. En buen romance, negarse a emplear a nuestros niños como conejillos de Indias.

Un diálogo, apócrifo, tan bien actuado que nos parece estar reviviendo la vieja serie del Chavo del Ocho, es muy ilustrativo del estado actual de situación: a nuestro protagonista, una suerte de Tin tin del subdesarrollo, el Flaco Don Ramón y Doña Florinda lo acosan a preguntas:

DR – A ver, ¿cuáles son las órdenes del gobierno?

DF – ¿Para los vacunados?

DR – ¿Y para los no vacunados?

Ch – Mandaron a que los no vacunados tienen que usar máscaras de ahora en adelante…

DF – ¿Y los vacunados?

Ch – También.

DR – Oye, oye, quiere decir que ahora también se contagian?

Ch – ¿Los vacunados o los no vacunados?

DR – ¡los no vacunados!

Ch – Los no vacunados, si no se cuidan, pueden contagiarse…

DF – ¿Y los vacunados?

Ch – También.

DF – Oye, pues, entonces los no vacunados pueden contagiar a otros…

DF – ¡Y los vacunados?

Ch – También.

DF – Entonces se pueden enfermar y hasta morir…

Ch – ¿los vacunados o los no vacunados?

DR – Bueno…

DF – Un momento, ¿pero no le pasa lo mismo a ambos?

Ch – Sí…

DF – Entonces [con aire de ganadora], ¿por qué entonces dices vacunados y no vacunados?

Ch – Porque aunque pueden enfermarse y morirse, los vacunados tienen hasta un 98% de posibilidad de sobrevivir al covid…

DF – [mira extasiada y suspira aliviada]  Ahhhhh…

DR – ¿Y los no vacunados?

Ch – También…

Al mismo tiempo, la sociedad ha entrado en una suerte de hastío o cansancio magistralmente registrado en el sketch que transcribimos textualmente. Y tanto la población como la prensa han ido desinteresándose del significado, la trascendencia, y sobre todo, las causas, del tratamiento a que hemos sido sometidos.

El investigador, conocido en países del Primer Mundo (aunque muchos menos entre nos) Nicholas Wade lo dijo hace más de un año: no se puede creer que el brote del Covid-19 se deba a algo espontáneo o natural, interpretación promovida no sólo por quienes podían tener interés en oscurecer la etiología del Covid-19, como el Big Pharma, sino también por parte de algunos muy críticos del mundo de los negocios transnacionales, pero que –no sabemos si para evitar que les endilgaran el sambenito de conspiranoicos– insistieron en el desencadenamiento espontáneo de un contagio mediante murciélagos, civetas, pangolines y otros eslabones naturales y casuales que, a causa de la invasión permanente –ésa sí real y progresiva de la sociedad humana, básicamente depredadora, sobre los entornos naturales y silvestres, vegetales y animales, habría provocado la epidemia generalizada, decretada por la OMS como pandemia.

La tesis del origen fortuito, casual, del Covid19 fue convenientemente fogoneada a comienzos de la “era covid” –más oportuna imposible– con una carta firmada el 19 de febrero de 2020, por 27 científicos en la prestigiosa revista médica The Lancet que afirmaron rotundamente, con aire de “cruzados”, que se unían “para condenar enérgicamente las teorías de la conspiración que sugieren que COVID-19 no tiene un origen natural” y concluían sin ninguna duda, ni metódica ni científica, que “este coronavirus se originó en la vida silvestre».

 

REAPARECE EL BIOWARFARE

Han pasado más de dos años. Ahora, mediados de 2022, con la pandemia aparentemente en nítida regresión, tenemos el testimonio de Jeffrey Sachs, que preside, precisamente la comisión editorial  de  la misma The Lancet que está a cargo del asunto pandemia y que es probablemente la principal revista científica del mundo (y no precisamente por su edad cuasi bicentenaria), quien califica a la pandemia como “un error garrafal de la biotecnología”, “no un accidente de un desbordamiento natural”. Con semejante calificación, reaparecen en escena los laboratorios estadounidenses dedicados al biowarfare, la continuación de la guerra por medio de la biología sintética, elaboración de formas de vida con diseño a cargo de humanos, que varios autores habían entrevisto desde el mismísimo comienzo tan peculiar de la pandemia,[1] y ratificara en su momento el referente Wade.

En rigor, Sachs verifica lo que ya entendíamos como más plausible los que no quisimos confiar en los dictámenes de la ciencia oficial, cuyos muy interesados malpasos vienen desde hace mucho. El comercio siempre fue mal consejero de la salud, pero los intereses y la perspectiva de poder, aumentaron con botas de siete leguas con la biología sintética; elaboración de formas de vida manipulada y diseñada por el hombre.

El biowarfare no fue invento de los yanquis, por más que hayan sido sus principales cultores tras la 2GM; en realidad responde a todo sistema de poder, para acompañar ese ejercicio desde los laboratorios, con la ciencia aplicada. La “Gran Guerra” (como se llamó a la de 1914-1918) se hizo mucho desde la química; tras la 2GM, HAARP fue un intento de aplicar meteorología y física a la guerra y a la lucha contra “enemigos”.

El virus mortal, “no se produjo de forma natural” (véase mi vetusta nota  “COVID-19: miedo, calidad de vida, pánico, profilaxis… extraño bamboleo”, 20 marzo 2021).

Hemos vivido este tiempo, advirtiendo la enorme concentración de poder, desde el Big Pharma en medio de una lógica ignorancia generalizada (de cómo actuar ante un problema nuevo) y desde la OMS, con un mecenazgo medieval remozado en pleno siglo XXI, y cómo los mensajes de estos emisores investidos del papel de “la ciencia”, han estado modelando a través de copiosos medios de incomunicación de masas, las imágenes habituales y más trilladas, basándose en el miedo y en nombre de la ciencia.

Aunque los medios de incomunicación de masas han optado sistemáticamente por acallar las voces discordantes o escépticas a la política establecida con la pandemia decretada por la OMS, la sospecha de motivos crematísticos para impulsar una rápida y extendida vacunación ha subsistido como una sombra a la apuesta casi exclusiva a la vacunación para recuperar salud ante el Covid 19.

 

CIENCIA Y CREENCIA

Nuestra cultura actual se caracteriza por un alto desarrollo científico y, a la vez, por una alta confianza y creencia en la ciencia. El primer rasgo abre las mentes; el segundo las cierra. En nuestro presente existen ambas actitudes; la de investigación y duda ante problemas nuevos y sobre todo sus soluciones (necesariamente nuevas), y la creencia ciega en la ciencia. Esto último, realmente no es ciencia; incluso esa creencia puede ser penosamente anticientífica. Y es sobre estas creencias que organizaciones con poder ideológico conquistan “las almas”, la confianza en amplios sectores sociales.

Y la combinación de creencia en la ciencia y miedo se ha demostrado decisiva y muy difícil de apelar.

VOLVAMOS AL CAPÍTULO URUGUAY

Ante la extraordinaria intimación dispuesta en nuestro país por el juez Alejandro Recarey, dado el cúmulo de factores sociales e ideológicos que hemos sucintamente reseñado, la  reacción no se ha hecho esperar. Una Santa Alianza de frenteamplistas y multicolores se ha lanzado, proclamando la defensa de la ciencia (en rigor, la defensa de la creencia en la ciencia).

Ciencia que en ningún momento el juez ha cuestionado en sus actos. Más bien al contrario, el juez está, con su veredicto, reclamando más ciencia, no menos, en el peculiar trámite de esta pandemia con tantos interesados.

“Un juez de Uruguay decidió este jueves ‘la suspensión inmediata’ de la vacunación contra el coronavirus a niños menores de 13 años, hasta que se conozcan los contratos entre el Estado y la farmacéutica Pfizer y la ‘composición de las sustancias’ contenidas en el medicamento.” (Montevideo, AFP, 7 jul. 2022)

Recarey tomó la determinación tras un pedido de amparo para “suspender la vacunación a niños”.

Obsérvese el lenguaje con que había sido aprobado por el gobierno, con el presidente Lacalle y su ministro Salinas al frente, la vacunación para menores: habían dispuesto “la inoculación de la vacuna a niños, prevista en el país a partir de los 5 años de edad, aunque de forma voluntaria.”

Lenguaje melifluo, si cabe. Se dice al final que es voluntaria pero con el peso de todos los condicionamientos mediáticos, ideológicos, profesionales, médicos, sanitarios, se le hace muy difícil a la población supuestamente en riesgo declinar el uso de una vacuna prácticamente legitimada por el apuro.

Nos tenemos que alegrar que el presidente, con su profesión de fe liberal no pretenda inoculaciones obligatorias o forzosas, pero sabemos que en nuestro país, el apego a la legalidad, cierta confianza en las autoridades y la ignorancia que campea ante algo inesperado y desconocido (al menos para la generalidad de la población planetaria, aunque haya habido sectores selectos, muy minoritarios, que parecían estar muy al tanto de lo por venir.[2]

La suspensión en nuestro país, dispuesta Recarey, comunicada en su fallo emitido el 7 de julio, estará vigente hasta que «se publique o publiquen íntegros […] todos los contratos de compra de estas vacunas» y los documentos que «detallen la composición de las sustancias a inocular«, reza la resolución.

Chocante es tener que recordar, una vez más que las trajinadas vacunas fueron aprobadas sin tener en cuenta tales recaudos.

Sin embargo, la precautoria decisión del juez sigue siendo impugnada. Uno de los cuestionamientos gubernamentales es que no ha sido imparcial. Como si se tratara de un arbitraje futbolístico, ¿a qué viene lo de imparcial en la cuestión de vacunar con vacunas que ni siquiera la OMS considera aprobadas y al menos por ahora ni siquiera aprobables? Como con los embarazos, no se puede estar “un poco con embarazo y un poco no”; no se puede plantear que no se sabe qué ingredientes tiene la vacuna, pero son un poco aprobados y otro poco no.

De todos modos, el juez tuvo que salir a defender su conducta, expresando que  “no se involucra en discutir aspectos científicos” ni en “la necesidad o conveniencia de la vacunación a menores”. Algo que ya podía leerse así en su dictamen.

El juez ha alterado la tranquilidad burocrática del gobierno, cierta impunidad en sus actos. Nos parece saludable.

Recarey nos recordó que “ningún gobierno puede firmar contratos secretos, en el desconocimiento de la opinión pública”, con lo cual su dictamen excede, políticamente, y con acierto, el estilo de los gobiernos que ha tenido este país firmando a espaldas de la población convenios y acuerdos que llaman la atención por la hipoteca que significan para el futuro de los orientales o uruguayos. [3]

También destaca que no atender el principio precautorio, atenta contra el futuro de individuos, muchos hoy menores de edad. Y establece, o mejor dicho nos recuerda un saludable principio, de no estar atado a la versión del fabricante comercial, bajo el especioso argumento de la confianza científica (Pfizer, por ejemplo, está incurso en una serie de delitos  en su producción farmacéutica, que han sido conocidos gracias a escándalos sanitarios y a periodismo de investigación, lo que nos obliga a desconfiar de todos sus “aportes”, de todos sus compromisos, programados para escamotear todo control público de sus  acciones, como, por ejemplo, el uso despiadado de conejillos de Indias humanos pertenecientes a la periferia planetaria, a “los nadies” (práctica generalizada en grandes laboratorios, no es monopolio de Pfizer, que conocemos por haberse judicializado).

Tenemos que alegrarnos que en nuestro pequeño país haya surgido una conciencia crítica y actuante al respecto.

[1]   La primera noticia mundial de Covid 19 se registró, ya con varios casos en Wuhan, ciudad multimillonaria china; un segundo brote, semanas después, en Teherán, la capital de Irán y un tercer brote poco después, en el norte de Italia. ¿Continuidad geográfica que habilte la hipótesis de contagios en cruces fronterizos? Igual a cero. Lo único común que a fines de 2019 y principios del 20 alcancé a ver, buscando unir semejantes casos fue el itinerario diseñado por China para su proyecto de Ruta de la Seda; una globalización terrestre de origen chino de este a oeste, con destino final en Europa Occidental. Otro aspecto que lleva a pensar en causas humanas, demasiado humanas, de la peripecia china con Covid 19 es que precisamente en años previos, China sufrió una seguidilla de trastornos con enfermedades de origen desconocido en sus enormes planteles de pollos, cerdos y otros animales domésticos que constituyen alimentos básicos de la dieta del país. Cuesta creer en casualidades, y menos si son permanentes…

[2]  Pocos meses antes de declarada la pandemia con alcance universal, estos advertidos habían hecho un simulacro para ver cómo actuar ante la ”inminente” pandemia, que, efectivamente la OMS declarara muy poco después (el simulacro de OMS fue de octubre 2019; la pandemia se oficializó en marzo 2020, pero los primeros rastreos de casos la llevaron a diciembre 2019). Llama poderosamente la atención la contigüidad.

[3]  Apenas un par de ejemplos, amén del firmado por el actual presidente con Pfizer, para advertir que se trata de un estilo gerencial en que nuestros gobiernos no se deben a la población sino a los consorcios transnacionales en cuyo beneficio se dictan convenios y acuerdos totalmente inaceptables desde el punto de vista de la vida de la población y de las formas democráticas: acuerdo de presidencia (Lacalle) con Katoen Natie para el uso de nuestro puerto principal por 60 años asegurados de antemano; acuerdo de presidencia (Vázquez) con UPM por 30 años implantándose en una superficie cada vez mayor de un territorio escaso, como el nuestro; resoluciones todas ellas tomadas al margen de sentires y conocimientos de la población.

 

Publicado en Destrozando el sentido común, Medios de incomunicación de masas, Salud. Y enfermedad, Sociedad e ideología, Uruguay

Transnacionalización rampante: la globocolonización y el despeñadero planetario

Publicada el 21/06/2022 - 22/06/2022 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández –

¿A qué se debe que a fines del s. XX Argentina, con su gobierno elegido en elecciones constitucionales, aprobara, con los pasos formalmente requeridos, el ingreso de alimentos transgénicos a la mesa  de los argentinos y sobre todo a los campos de cultivo de Argentina y que todo el proceso diz que democrático de aprobaciones legales contara con los fundamentos en inglés (tan apurados los mandantes que ni a traducción recurrieran)?

¿A qué se debe que a comienzos del s. XXI, Uruguay con su gobierno, también  él perfectamente elegido en elecciones legales, aprobara un proyecto de industrialización venido desde medio planeta de distancia a aplicar sobre una producción por lo menos “recién llegada”, rubricado, el convenio, con una coda digna de Marx, pero Groucho: escrito el convenio en inglés y en castellano, se establece que en caso de duda  prevalecerá la versión en castellano, y cuando sobreviene una diferencia en los respectivos textos, prevalece la versión inglesa?

Cualquiera de esos episodios, llamémosle avanzadas del centro planetario mundial sobre la periferia,  esbozos de un gobierno transnacional mundializado, revelan el desplazamiento de las soberanías nacionales, por definición locales y limitadas. Mencioné apenas un par de ejemplos que conozco sobradamente pero me consta que no son exclusivos de la región platense. Lo mismo, con el denominador común de estas “vergüenzas” locales; el idioma inglés.

Estos episodios no son novedosos. Están íntimamente ligados a la periferia planetaria y prácticamente desde su constitución. Sólo que han ido cambiando “los envoltorios”; de las economías de extracción bruta de materia prima en los albores del industrialismo metropolitano al desarrollo, más cerca nuestro, de industrias adventicias, periféricas, las zonas francas, y en los últimos tiempos, a la computarización más o menos forzosa, más o menos universalizada.

Todo ese proceso de formación de un mercado mundializado fue acompañado de progresos reales o supuestos, en la legislación, en la cultura, en la vida cotidiana, a menudo presentándose el mercado mundial como protector de lo que legislaciones nacionales habían ignorado.

El proceso de traspaso de políticas desde un ámbito nacional a entornos supranacionales ha operado en varios niveles: empresas locales “igualadas” con consorcios transnacionales, que no soportan dicha competencia, porque esos grandes consorcios bajan costos mediante una manopla de recursos mucho mayor (y en general, de menor calidad). Y porque la tendencia a acumular poder engarza mejor con unidades económicas mayores.

Por eso, los grandes aglomerados agroindustriales han ido despedazando a campesinos, productores familiares o cooperativos de alcance local. Sin mejorar la calidad alimentaria, en rigor empeorándola (pese a la propaganda en contrario). Apelando a aditivos casi siempre tóxicos, pero consiguiendo con ellos estimular la demanda y aumentar la escala de producción. En ese deterioro alimentario, cada vez más generalizado, los transgénicos ocupan un lugar relevante, como décadas antes lo hicieran los biocidas, bajo el perverso nombre de “revolución verde”.

Tal vez, resumiendo, el rasgo más característico, estructuralmente necesario, para la rentabilidad verificable en este último medio milenio, sea el de la tendencia sostenida al aumento de escala para la producción junto con la expansión de los mercados; ambivalente situación, porque el aumento de escala deteriora calidad, pero la expansión mercantil permite el acceso a más seres humanos. Se trata de una expansión no lineal sino progresiva, que va expandiendo no sólo la producción, los mercados y sus modalidades, sino también el ritmo con que se produce la misma expansión.

– unidades productivas, de aprovisionamiento y procesamiento, cada vez más grandes y consiguiente consumo creciente de materias primas y recursos,

– inversión de las relaciones entre economía y finanzas y entre ciencia y tecnología; las finanzas toman preeminencia sobre la economía y la tecnología y sus centros de producción sobre la ciencia,

– contrarreforma agraria en marcha, expulsión o ahogo de campesinos, despoblando campos, formando unidades de producción agraria o agropecuaria cada vez mayores e industrializantes (borrando diferencias entre la elaboración de ropas o vajilla, por ejemplo, con la crianza de patos y plantas),

– megalopolización urbana y contaminación cada vez más fuera de control,

– recambio más o menos permanentemente acelerado de objetos de producción y consumo; obsolescencia programada.

Tomemos un único ejemplo.

PESCA. La humanidad se ha nutrido desde tiempo inmemorial de peces y seres vivos acuáticos. Se estima que el 60% de las proteínas animales consumidas por la humanidad ha provenido, históricamente, de la pesca. El otro tercio de proteínas animales ha sido provisto por los animales de tierra o aire. Aves, cérvidos, liebres, cabras, cerdos, vacas, cuises, y el larguísimo etcétera que va variando de región en región. La pesca se ha estado industrializando desde hace siglos. Y “perfeccionando” sus técnicas al punto que al día de hoy, con sus redes de arrastre, sus bombas de profundidad y tantos otros recursos, los pescadores están en condiciones técnicas de vaciar el mar. Cada mar que “visitan”.

Sería un éxito deslumbrante si no fuera por el pequeño detalle de que la pesquería está logrando así serruchar la rama donde está asentada.

Sus técnicas de arrastre son tan “perfectas” como para no dejar intocado los fondos marinos. Que son, precisamente, la base nutricia de muchísimos circuitos vitales. Las redes son tan rendidoras que no perdonan ni siquiera a los más pequeños peces, puesto que los barcos engullen los peces grandes para comida humana y los pequeños como masa nutricia para animales criados o cultivados por el hombre, peces en estanque incluidos.

Tanta calidad técnica y ceguera natural o crisis del sentido común, ha hecho que la pesca haya desaparecido por ejemplo de todo el entorno europeo. El Mar Mediterráneo,  otrora asiento de apetitosos atunes y tantas otras especies que han alimentado milenariamente a las poblaciones costeras, es ahora poco más que el sumidero de los desechos de los países que lo circundan. El Báltico, por ejemplo, está tan contaminado que sus especies marinas han disminuido dramáticamente su fecundidad. Por estar interconectado no desaparece, como el mal llamado Mar de Aral (el sexto lago más grande del planeta, hoy reducido a una charca salobre gracias al “milagro soviético”): permanece entonces, pero cada vez más sin vida, como tantos otros mares o lagos en el mundo.

Desde hace unos años, las dotaciones pesqueras europeas se dedican a saquear las costas africanas, como la somalí, donde la impunidad es grande por la falta de un estado local en condiciones de defenderse.

Si revisáramos la actividad avícola o suina, veríamos el mismo cuadro, desolador; pollos o cerdos agigantados que no pueden tenerse sobre sus patas; las deyecciones gigantescas de establecimientos avícolas con millones de cabezas no permiten ya incorporarlas como abono y –gran festín para laboratorios que suministrarán “el fertilizante”– se depositan en lagos que apestan kilómetros a la redonda.

Así remataba la oenegé GRAIN un informe donde desnudaba el verdadero origen de la gripe aviar de 2011 y el sistema industrial de cría de animales:

“Una interrogante candente es por qué los gobiernos y las agencias internacionales como la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) no hacen nada para investigar cómo las granjas industriales y sus productos, tales como estiércol y raciones, extienden el virus. Por el contrario, están usando la crisis como una oportunidad para profundizar la industrialización del sector. Se multiplican las iniciativas para prohibir la producción de pollos al aire libre y eliminar a los pequeños productores, y reponer las granjas con pollos genéticamente modificados. La red de complicidad con una industria involucrada en una sarta de mentiras y encubrimientos parece completa.”

«Los campesinos están perdiendo sus medios de vida, sus razas de pollos nativos están siendo expulsadas del mercado, y algunos expertos dicen que estamos al borde de una pandemia humana que podría matar millones de personas […]. ¿Cuándo se darán cuenta los gobiernos que para proteger a los pollos y a las personas de la gripe aviar, necesitamos protegerles de la industria avícola mundial?»

¿Por qué los humanos hemos descubierto e inventado tantas cosas formidables que nos han ayudado, como la molienda o el pulido y las consiguientes herramientas que lo habilitaron, estamos ahora con esta problemática? El vidrio, por ejemplo, inventado hace miles de años mantiene la propiedad de su reversibilidad; hecho con arena y agua, puede volver a sus elementos originarios; como pasa con los elementos vivos; “renace”, en cierta forma (mediante “la muerte” de lo previo).

Con la modernidad, poco a poco, parece haberse roto esa doble vía entre lo elaborado por humanos y su entorno.

Demos un ejemplo de lo que quiero decir con “modernidad” y sin atarnos en modo alguno con medievalistas ultramontanos. En el esplendor romano, hace más de dos mil años, los privilegiados de entonces querían disponer de agua en abundancia. En Roma y en la Punta del Este de entonces, en Pompeya. Marco Vitruvio Polión, un arquitecto romano de entonces, planeó las canalizaciones correspondientes. Eligiendo, según tramos y otras características físicas, hacerlas en piedra, mampostería, cerámica y madera. Descartó el plomo, que era toda una tentación por su maleabilidad fundible a relativamente pocos grados (300). Vitruvio desaconsejó su uso  porque la frecuencia de saturnismo entre los mineros que extraían tan codiciado metal, lo puso alerta.[1]

Técnicos entonces de la era precristiana no aceptaron el plomo para las cañerías de agua.[2]  Una situación no lineal, ciertamente. Otra gran ciudad de la época, como Mohenjo-Daro, en el actual Paquistán, usó para el tendido de las redes de agua potable barro cocido, cerámica, madera, cemento, roca, plomo, bronce…

La negativa al uso de plomo en Roma y Pompeya se realza en el marco cultural de entonces, por la resistencia al uso meramente pragmático de un material.

Peguemos un salto de más de milenio y medio…

Si hace dos mil años, era insensato hacerlo, ¿qué pasó en los siglos de despliegue industrial y colonial (vienen juntos) con el Reino Unido y Europa Occidental a la cabeza?  A comienzos del s. XIX, Glasgow, en Escocia, comienza el tendido de redes de agua potable para toda la ciudad; la primera ciudad europea moderna que despliega esa ingeniería… y lo hace con plomo.

La advertencia sanitaria de los romanos dos mil años antes se había esfumado en el galope tendido de la civilización occidental, europea, moderna. Y cuando hace menos de cien años las redes de cañerías de plomo extienden masivamente su uso al agua también caliente, cuando todos los hogares de alta sociedad y cada vez más los de las capas medias, pasan a disponer como algo normal de “agua corriente y caliente” en las viviendas, Vitruvio parecía definitivamente olvidado.

Pero no había pasado ni otro siglo, con el agua caliente “perfectamente instalada”, que la realidad empezó a descargarse sobre la sociedad, sus habitantes. El agua caliente “se come” el plomo, y es fácil imaginar quién  “come” realmente el plomo de cañerías perdiendo grosor. Pensemos que esa agua, “en casa” se usa como ingrediente alimentario. La insensatez había tomado dimensiones demenciales. Nunca se sabrá, y los sistemas médicos se cuidan mucho de investigarlo, si una serie de dolencias, como atrasos madurativos, dolores de cabeza, déficit intelectuales, calambres, atrofias musculares, no son sino manifestaciones de la temida plombemia. Que Vitruvio evitó a propietarios romanos.

Esto es lo que ha pasado en las ciudades occidentales a lo largo del siglo XX.

Como para mostrarnos que no aprendemos nada, en ese mismo momento histórico, de crisis de los caños de plomo y sustitución por otros materiales,[3] muy específicos conglomerados empresariales, administradores del agua, como Coca-Cola, optan por persuadir a la gente que la solución más cómoda es tener siempre agua consigo y para ello… botellitas de plástico. Muy marcadas excepciones hubo, como Roma y su gobierno municipal, que se empeñó en evitar botellitas de plástico ofreciendo en todas sus plazas bebederos públicos en buen estado. Estábamos alrededor del 2000.  Veinte años después, con la paranoia por el Covid, sólo quedaría la botellita “para sí”.

Cómo ingresa en nuestras vidas el “tren” de la modernización tecnocrática

Jonathan  Cook[4] nos da una explicación que nos parece muy digna para tener en cuenta: que el sistema de construcción tecnocrático se ha convertido en religión, con la sacralización consiguiente.

Eso es lo que nos pasó: fuimos entrando en una nueva religión, casi sin darnos cuenta por más que se lo haya dicho tantas veces; una religión del progreso, con sus sacerdocios mayores; la ciencia y la tecnología.

El mundo empresario, apurando ganancias, estimulado por una escala siempre creciente, pivoteando sobre el colonialismo, el despojo de tierras y materias primas y el más abyecto racismo, hizo prevalecer la ganancia sobre la calidad alimentaria y el poder sobre la naturaleza. Los alimentos fueron cambiando, con empleo de  mejoradores, colorantes, floculantes, conservantes,  emulsionantes, espesantes… fosfato monosódico, polisorbatos, grasas hidrogenadas, jarabe de maíz transgénico de alta fructosa, y mil aditivos más de los que apenas se conoce una propiedad (refrigerante o antioxidante, por ejemplo) y se desconocen todas sus otras potencialidades (benignas o tóxicas) dando sin más rienda suelta a  una producción cada vez más contaminante.

Ante semejante invasión literal de modernidad galopante, la división entre conservadores y progresistas se redujo en la mayor parte de los casos, a que los primeros querían la apropiación privada y los últimos, la estatal. Pero todos, casi todos, aceptando alegremente (o al menos sin chistar), en este caso, la contaminación alimentaria.

Para asegurarse, el mundo empresario, cada vez más transnacionalizado, se valió de la designación de oficinas –provinciales, nacionales, regionales, internacionales– de control, supervisión o evaluación, públicas; “para todos”. Una esfera estatal que se hizo rápidamente cómplice de los “progresos”.

Así entraron, por ejemplo, los alimentos transgénicos a nuestras mesas. Por resolución ministerial, pero por decisión de grandes consorcios transnacionales.

Luddismo

Algunos académicos se han preguntado  si los conflictos sudamericanos no están teñidos de luddismo.[5] Por la oposición a la tecnología nuclear, a los transgénicos, a los gasoductos, a la minería a cielo abierto…

Nada más equivocado. No ha habido ni rastros de luddismo; en todo caso, luddismo es lo que nos ha faltado atemorizados por una izquierda tecnocrática que ha tipificado a los ludditas como meros rompedores de máquinas,  de puro retardatarios. Porque esa izquierda, progresista, jamás quiso salirse de la “senda del progreso”, empeñados en ver un único y necesario devenir histórico. Han apostado al agua corriente en plomo antes que a la sabiduría y sensatez de milenios atrás, con el progreso perdidas.

Y todos esos conflictos señalados por académicos provienen del daño, el malestar y el rechazo que provoca el despojo que ejercen los núcleos poderosos sobre  las sociedades periféricas (a las centrales, hasta ahora al menos, se las distraía con otros recursos). Se sabe que esas mismas “realizaciones técnicas” se desarrollan en países “industrializados” con menos abuso que el que las mismas empresas se arrogan en tierras periféricas.

Como explica Dorothy Nelkin,[6] los titulares de esos megaproyectos “trabajan en términos de un cálculo de eficiencia que sólo incorpora costos” que estos titulares evalúan, y dejan de lado “otros” costos que en todo caso afecten a poblaciones civiles y a sus entornos sociales, ambientales, sanitarios.

En buen romance, que a las empresas las tiene sin cuidado que sus proyectos productivos enfermen a criaturas ajenas a la empresa, contaminen agua ajena a la de sus circuitos, perjudiquen el hábitat donde se asientan exclusivamente para extraer una producción.

Todo este cuadro de situación nos impele a preguntarnos porqué, pese a una crisis cada vez mayor; sanitaria, alimentaria, psíquica, ambiental, a la conciencia social creciente de que los políticos no son sino “firmaplanos” que otros dibujan, el pensamiento y la acción, críticas, vuelan tan bajo, sin atreverse a “sacar los pies del plato”.

Están, “estamos” los objetores de este curso, carentes de “masa crítica”. Y están “los optimistas de siempre” que tratan de persuadirnos que estamos en el mejor de los mundos, en todo caso peor que el que vendrá mañana.

Eppur si muove; hay muchas señales sobre una crisis terráquea…

La contaminación avanza, está generalizada y fuera de todo control.

La idea de pocos años atrás de lanzar al mar océano enormes barcos “tragaplásticos” para retirar las toneladas de tales arrojados a los mares del planeta ha caído en la más penosa obsolescencia desde que se sabe, hace ya muchos años, que los plásticos sufren una erosión marítima permanente que no los biodegrada pero sí los desmenuza, convirtiendo los trozos plásticos en unidades cada vez más pequeñas, hasta alcanzar dimensiones microscópicas. Así, sin biodegradarse, esas partículas reciben la adherencia de seres vivos microscópicos, de los que se sabe que algunos al menos generan un fuerte atractivo hacia peces. Que engullen tales micropartículas con sus colonias como manjares.

Nos falta saber qué funciones podrán cumplir tales micropartículas en los cuerpos anfitriones. De peces, mamíferos, humanos incluidos. Sabemos sí, que algunas de dichas partículas son cancerígenas.

Pero antes de incursionar en la problemática sanitaria y los posibles efectos adversos de semejante metástasis, sobreviene una pregunta previa: ¿cómo pudo concebirse y aprobarse la “construcción” de sustancias no biodegradables? Porque no es un descubrimiento, es una invención ante la cual ni el idioma tiene una palabra para describirlas: no biodegradables. ¿Cómo no darse cuenta que construyendo tal tipo de sustancia corrompíamos la naturaleza, generábamos una dificultad irresoluble? ¿Qué imaginaban ser los científicos, técnicos, gerentes de los grandes laboratorios inventándolo? ¿Dioses? Se podría replicar: ¿Quién no conoce una formidable aplicación del material plástico? Claro que las hay, y muchas. Pero su peculiar “naturaleza”, que no es tal, nos debería haber advertido y ser cautos. Pero, otra vez, como jugando a ser dioses, si algo hemos expandido fuera de control en todo el planeta ha sido, precisamente, el material plástico.

De todos modos, lo de las micropartículas plásticas hoy repartidas en toda la superficie planetaria es apenas un ejemplo del sistema de construcción que una modernidad cada vez más ciega a la naturaleza nos ha generalizado.

Nuestro futuro robado

Dos  biólogos y una periodista especializada, estadounidenses, a fines del siglo XX redactaron un informe sobrecogedor: Our Stolen Future [7] (con que titulamos nuestro subcapítulo). En que demuestran, a través de un enorme despliegue de trabajo de campo, una crisis de la sexualidad, animal y humana en progresivo avance, sin ninguna duda asociada a la contaminación. En el caso de varones (las mediciones están hechas solo con estadounidenses, pero las causas traspasan claramente fronteras, aunque puedan tener diversa intensidad en distintas latitudes y regiones), las mediciones revelan que década a década durante la segunda mitad del s XX, la capacidad espermática ha disminuido. Sin excepciones, sin curva alguna “hacia arriba”. Entre animales, las investigaciones también resultaron desasosegantes; desde cocodrilos con penes tan pequeños que no podían acceder, propiamente copular con la hembra; a gaviotas hembras que cumplían funciones proveedoras (que suelen hacer los machos, aquí faltantes) a hembras que cloquean; hasta peces que naturalmente son sexuados, machos y hembras, pero que se presentaban bisexuados…

Nos parece que la investigación de los nombrados biólogos nos da otra faceta de la problemática, que entendemos crítica del “estado de las cosas”.

Y uno de los fenómenos que cada vez vemos más claramente: cada avance tecnológico trae consigo un debilitamiento de nuestras raíces, tanto las sociales como las biológicas.  Y ese proceso parece únicamente acentuarse, avanzando. y multiplicándose ocupando cada vez más áreas de nuestras vidas y el planeta.

El arqueólogo e historiador chileno, Miguel Fuentes lo dice nítidamente. Refiriéndose a un motivo de preocupación de la ecología oficial y la burocracia internacional, que es el avance, al parecer imparable, de la presencia de dióxido de carbono en nuestra atmósfera (recalentamiento de la corteza terrestre entre otras manifestaciones) afirma:

“La magnitud de este problema habría rebasado ya hace mucho tiempo, […], la ‘esfera de competencia’ de los sistemas económicos y tecnológicos para desplazarse al ámbito de las relaciones geológicas y biofísicas del planeta en su conjunto, poniendo desde aquí en entredicho las propias capacidades tecnocientíficas […] de la civilización contemporánea. […] El problema que representarían los actuales niveles de dióxido de carbono en la atmósfera (cercanos ya a los 420 ppm), no vistos en millones de años en la Tierra, o bien los relacionados a los avances sin precedentes de la acidificación marina, del deshielo del Ártico o de las tasas de derretimiento del permafrost, constituirían hoy desafíos cuya solución escaparía en gran medida a cualquiera de nuestros desarrollos técnico-científicos y capacidades técnicas.” [8]

La tesis de Fuentes advierte la gravedad del camino emprendido por la humanidad, por un sector apenas, pero es el que ha resultado decisivo para imprimir el destino a nuestra especie; al haber convertido, como recuerda Cook, a la ciencia en religión y sobre todo, a su capítulo utilitario; la tecnología devenida tecnociencia, una suerte de tecnosacralización. Y lo más penoso: las más de las veces ha sido el lucro o e éxito el motor que impulsó esos desarrollos.

Con una coda al parecer inevitable: convertida en religión, la humanidad pierde capacidad crítica, se siente desautorizada para hacer cualquier crítica. Y así sí somos pasto de los consorcios transnacionales de presunta o presumida vanguardia.

Fuentes da otros datos afligentes; con todos los despliegues tecnológicos con que nos atosigan los medios de incomunicación de masas un día sí y otro también; el control  y hasta la disminución de CO2 atmosférico está muy lejos de alcanzarse: “las llamadas “plantas de absorción” de CO2, […] no han sido capaces todavía de remover ni siquiera una pequeña fracción […] de las más de 40 mil millones de ton. de CO2 emitidas cada año por la sociedad industrial.” (ibíd.) Y Fuentes nos recuerda que lo del CO2 no es un caso aislado; lo mismo pasa con la acidificación de los mares o con la chatarra espacial. Y que en general es tonto recurrir al auxilio tecnológico cuando es precisamente lo tecnológico invasivamente desplegado lo que nos ha situado en la crisis ambiental en que estamos.

Con imaginación casi poética Fuentes sostiene que enfrentamos problemas tan insolucionables como los que se le plantean a quien busque  “restaurar a su estado original una olla de arcilla o una botella de vidrio luego de que ésta haya sido rota en mil pedazos […]. ¿Restaurar una copa del más fino cristal luego de ser molida en pedazos? ¡Ni siquiera con la inversión de diez, cien mil PIB mundiales sería posible! ¡Esto es justamente lo que hemos hecho con el mundo, el más bello de los cristales planetarios de nuestro sistema solar, volado en mil pedazos por el industrialismo ecocida!” (con lo cual, de paso, se burla, y con razón, de quienes especulan acerca del porcentaje, 2%, 3%, 4% del PBI mundial, que alcanzaría para reencauzar el estado planetario (como si se tratara de solucionar los desajustes ambientales con unos pocos remiendos de circunstancias).

Nos vemos en camino a un mundo cada vez más desmejorado en condiciones vitales. Ya se estima, en nuestro presente, que la generación de nuestros hijos recibe un mundo peor que el que recibiéramos de nuestros progenitores…

Tendremos que reaccionar ante un fideísmo ante la ciencia como en su momento, hubo quienes pudieron y supieron reaccionar contra el fideísmo religioso medieval, validos de un pensamiento laico, pero crítico.

El sobreuso de nuestros medios materiales, alegremente “cubierto” con ardides tecnológicos, nos ha cegado para poder ver que estamos agotando literalmente el planeta; su aire, agua, suelo.

Que la construcción de megalópolis, por ejemplo, resulta suicida, aunque de modo mediato. Lo mismo podríamos decir de los desplazamientos de las capas con alto poder adquisitivo, quienes se sienten, y son “locales” en todo el planeta.

La civilización rampante que “perfeccionó” nuestra ruina cada vez más a la vista fue, a mi modo de ver una variante de lo que llamamos Occidente, para muchos, la culminación o vanguardia civilizatoria mundial. Su expresión más acabada. Una sociedad que extremó tales rasgos hasta hacerlos patéticos, carentes de todo equilibrio, de toda complejidad; de ying y yang, dirían los orientales: la cultura dominante de EE.UU., el american way of life.

Con este “sistema” o “estilo de vida”  los humanos perdimos sabiduría ganando eficacia. Perdimos la noción de escasez, intoxicados culturalmente (y sobre todo, mediáticamente) por una abundancia apabullante.

Pero esta derrota cultural no proviene de este último capítulo; ya estaba incubada en el pensamiento de la modernidad burguesa, occidental.

Una eficacia altanera, autosuficiente. Indiferente, insensible, por ejemplo a la contaminación. Cegados, como dirían antiguos dioses si existieran, hasta que resulta demasiado tarde. Porque, como dice Fuentes, no podemos ahora recuperar “el paraíso viviente”, perdido.

Apenas ver si podremos salvar “partes del naufragio” planetario.

Es con este desarrollo arrasador del industrialismo, la colonización generalizada, el racismo acaparador, nuevas invasiones (semánticamente salvaguardadas como “avances de la frontera del progreso”), exterminando flora y fauna sin pausa y sometiendo con diversas modalidades, esos otros humanos tan a menudo considerados subhumanos (aunque la fraseología democrática ha ido corriendo las exclusiones hasta hacerlas desaparecer literalmente, al menos si no de la realidad, de la cosmovisión ideológica oficial).

Y seguimos, cada vez más de prisa, construyendo una tecnosfera que imaginábamos salvadora y paradisíaca, aunque cada mañana percibimos, oscuramente, que es la nave mayor, la nave insignia, la que está averiada…

Por eso dijimos inicialmente que lo que nos faltó fueron ludditas y, que en lugar de ello, arropados en ideologías progresistas o literalmente egoístas, amparadas en la modernidad,  nos fuimos entregando o fuimos entregados, siempre deslumbrados ante “los cada vez más impresionantes desarrollos tecnocientíficos”.

Vayan unas grajeas ilustrativas de ese pensamiento dominante:

· Ante la ya indubitable crisis de las abejas, alterada su orientación, no sabemos si por la creciente carga electromagnética atmosférica, por la presencia cada vez más pesante de agrotóxicos o por la invasión de “soluciones” biocidas, Monsanto se puso “a disposición”, invitándonos a usar drones que ellos confeccionarían para hacer “el trabajo” que las especies amenazadas o exterminadas iban a dejar de hacer, creyendo o haciéndonos creer que drones podrían cubrir la formidable y menudísima tarea que llevan a cabo los insectos libadores.

No  tuvieron, no expresaron, claro, el más mínimo pensamiento hacia los costos. Si el costo de esa neopolinización imposible llegara a salir mil veces mayor que la clásica, “natural”, Monsanto podría frotarse las manos a la vista de esos miles de millones…

· Oceanógrafos comprobaron el derretimiento del casquete polar ártico y  que dicho casquete es cada vez menos grueso. Algunas compañías navieras de transporte de combustibles festejaron ese adelgazamiento porque calcularon que bajaban sus fletes… La interdependencia, bien gracias.

· Trabajos de megaminería en  algunas laderas andinas afectaron glaciares. Caballerosamente, algunas compañías mineras se ofrecieron a cambiarlos de sitio… ¿Cómo se imaginan que se forman los glaciares? ¿Qué alguien dibuja en alguna oficina de diseño el sitio y luego se lleva allí un poco de hielo?

Cualquiera de esos tres ejemplos nos muestra que la relación del mundo empresario con la naturaleza es ya, no pobre, esquemática, sino de una ignorancia insondable… La podríamos llamar fideísmo hacia la ciencia (en rigor, hacia la tecnología, que es lo que el capital y sus titulares tienen interés supremo en dominar).

Pero ese fideísmo (como cualquier otro) presenta un enorme peligro a nuestra especie: somos seres vivos y esa condición vital es radicalmente distinta a los rasgos de los objetos, que carecen de vida.

Hay grandes investigaciones que están superando esa dicotomía. Con buenas razones, porque se trata de una muy esquiva frontera. El panteísmo nos ha mostrado cómo todo, de algún modo, vive.

Pero aun así, lo orgánico tiene cualidades que no tiene lo inorgánico.

Y la modernización en sus últimos tramos, la cibernética derramándose sobre todas o casi todas nuestras actividades; el celular como un alter ego; la saturación como un proceso invertido al del viejo mundo de la escasez, nos está haciendo relacionar a los humanos con objetos, como nunca antes. Sin la mediación con otro, cada vez más directamente mediante “diálogo” con la aparatología cibernética. Alcanzando objetivos ya no “a dos voces”, como tradicionalmente, sino “a una sola voz”. Moverse en un mundo de inteligencia artificial, de objetos. Claro que todo “mucho mejor y más rápido”. ¿Significa algo la pérdida del diálogo, voces entre humanos? Tengo para mí que, toda esta invasión cada vez mayor de dots, trolls, spots, algoritmos-e, ocupando la mayor parte del nuestro tiempo humano debilita el diálogo entre humanos, y que, consiguientemente al llevar adelante objetivos “a una sola voz”, vamos, nosotros también, resultando objetos (esto pasa y desde “siempre” con “los nadies”, los desheredados “de siempre”). Como vemos, la condición de objeto no es novedad para buena parte del género humano; la pregunta es qué significa su generalización.

Un dato reciente: hasta hace muy pocos años, el teléfono era el nexo entre el particular y la empresa. El mundo empresario computarizó ese nexo, obteniendo una serie de ventajas materiales; de tiempo, precisión. Y de ahorro, de personal. Pero en tales cálculos no entra el tiempo social perdido por “los particulares” abriéndose paso, o no en los sitios-e. Aunque es mucho mayor que el ahorro empresarial, ese tiempo, desperdiciado, carece de valor para el mundo empresario. El tempo de Los nadies.

Todo el seguidismo que atribuíamos en otras civilizaciones a los dioses, en la laica civilización moderna lo atribuimos a la ciencia (y su hija dilecta, la tecnología). Pero aquella ceguera, que “veíamos” en culturas destrozadas por la civilización occidental se reprodujo entre nosotros, sólo alegando otras falsas certezas y nuevas fidelidades.

Ya lo anunció hace medio siglo el psicólogo Stanley Milgram con su pícara experimentación sobre dolor: la gente acepta casi cualquier monstruosidad si le dicen que es “por la ciencia”. Así fue como “enfrentamos” la pandemia decretada por la OMS.

Si no nos sacudimos de este nuevo fideísmo tan generalizado, estamos aen camino de perder no ya una elección, no las comodidades cibernéticas que tanto nos han complacido, sino  el mundo, tal cual lo conocemos. □

notas:

[1] Los aportes de Vitruvio fueron muy considerados hasta la modernidad, aunque al parecer por allí caducan; su hombre cósmico fue todavía retomado por Leonardo de Vinci, convirtiéndolo en pintura inolvidable con sus brazos y piernas duplicados y extendidos y armando con ellos un círculo y un cuadrado perfectos.

[2] Aunque agotada, hubo una ficha de mi autoría en la Facultad de Filosofía y Letras, (UBA); ¿Ecología en la política o para otra política?, ¿crisis ambiental o crisis civilizatoria?, 2014.

[3] Hubo un material muy usado que validó la máxima “La enmienda resultó peor que el soneto: el PVC.

[4] “En nuestro apuro por conquistar la naturaleza y la muerte, hemos creado una nueva religión de la  ciencia“. https://ecotropia.noblogs.org/2022/05/6290. 19 abril 2021.

[5] Se asocia al luddismo con un sabotaje mediante “violencia a las cosas”; rompían telares industriales. Sin entrar a analizar todos sus rasgos, entiendo decisivo uno: su lucha encarnizada contra el aumento de la escala de producción. En cierto sentido, fueron muy perceptivos. Y los titulares de los poderes mayores y centrales, también, puesto que encararon su exterminio. Legalmente: todos ellos fueron condenados a la horca.

[6] Cit. p. Ana M. Vara, ”¿Una ola del ludismo en América Latina?”, UNSAM, 28 ago 2009.

[7] Theo Colborn, John Peterson Myers y Dianne Dumanoski.

[8] Miguel Fuentes, https://latamerica-journal.ru/s0044748x0018353-7-1.

Publicado en Ciencia, Cultura dominante, Globocolonización, Nuestro planeta, Poder mundializado, Sociedad e ideología

Imagen, palabra: ¿extinción de la mente crítica o del diálogo humano?

Publicada el 22/06/2021 - 03/08/2021 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández –

Franco Bifo Berardi anota una cuestión clave de nuestra modernidad: “la extinción de la mente crítica”.[1]

Su sola enunciación nos da la pauta de la trascendencia de su planteo.

Berardi observa con sagacidad y precisión una serie de pautas que ilustran ese proceso de extinción.

Fundamentalmente, registra “la saturación de la atención social” dada por “la velocidad y la intensidad de la infoestimulación” que nos absorbe casi permanentemente.

Mirado etimológicamente, el fenómeno desnuda toda su gravedad: eso que nos absorbe, so pretexto de nutrirnos informacionalmente, nos deja absortos. Y por lo tanto anonadados. Y esa absorción a que somos sometidos capta nuestra mente casi ininterrumpidamente; y es lo que nos elabora ya no sólo absortos sino mentecatos. Porque el origen de esa palabreja es tener la mente captada: mente captus, mente captada. Mentecato.

imagen y/o palabra

Aun bien diagnosticado el fenómeno, entiendo hay un fallo en el abordaje de Berardi: en todo caso, observa una vía de extinción de la mente crítica, pero entiendo deja a un lado por lo menos otra, no menos importante: la sustitución de la palabra por la imagen en nuestra relación con la realidad (y su insoslayable temporalidad). Sustitución o desplazamiento que implica la presentización de nuestra relación con el mundo.

Cuando sobreviene el auge de la imagen, a mediados del s XX, había un motto que abonaba esa expansión formidable de lo comunicacional: “una imagen vale, otorga el conocimiento vivencial, más que mil palabras”.

Y es cierto. Lo que obviábamos entonces es que una palabra, la palabra, también puede brindarnos mil imágenes, enriquecer nuestro interior, mediante asociaciones, derivaciones. A diferencia de la imagen que nos impacta y a menudo nos deja “sin palabras”, la palabra no nos da la imagen sino que nos permite a nosotros “hacerla”; véase por ejemplo, esta frasecita (atribuida a Eduardo Galeano): “La realidad imita a la tele.” Todo el mundo que se abre a nuestro discurrir…

Una buena verificación de la elaboración de imágenes desde la palabra nos la da la lectura de, por ejemplo, una novela que, después de nuestra lectura, se pasa al cine y alcanzamos a ver dicha versión. Vemos entonces  cómo habíamos hecho “la película” antes, en nuestro interior; a menudo mucho más rica y variada que la confección cinematográfica.

La palabra, entonces, despierta nuestras reflexiones y consiguientes imágenes, y en los mejores casos, nos embarca en nuevas búsquedas. Abre nuestras mentes.

La imagen tiene todo el atractivo de lo visual, y por eso mismo no necesita tanto de la palabra como de la emoción desnuda. Es más elemental. Tiene enorme carga emocional, evocativa.

La palabra, en cambio, es la que caracteriza nuestra humanidad. Somos humanos porque tenemos la palabra. La imagen es algo compartido con buena parte del mundo animal.

Pero los animales viven en el puro presente porque la temporalidad, hasta donde sabemos, les es ajena, al menos relativamente ajena. Los animales que llamamos “superiores” tienen por ejemplo pasado, porque es lo que revela el ejercicio de la memoria, tan presente. Que revela su experiencia.

Pero nuestra temporalidad; pasado, presente, futuro, es algo específicamente humano. Que podemos plasmar en imagen y en palabra.

Esas dimensiones temporales, totalmente asimétricas, –por cuanto lo pasado ya no existe y lo futuro, precisamente por su condición futura, tampoco existe y por lo tanto es totalmente inasible– no nos permiten ninguna norma o ardid de simetría.

La palabra apenas si nos permite acercarnos (a lo más, asintóticamente) al pasado y, respecto de lo futuro, ni siquiera eso; ni acercarnos (salvo mediante el viejo oficio –tan atractivo– de adivinar, intuir, apostar, y en general, errar).

Berardi se concentra en el muy real fenómeno de la saturación informativa y cómo eso nos dificulta la capacidad crítica mediante el anegamiento de nuestra conciencia.

La invasión de la imagen, opera, a mi modo de ver, como otro fuerte distractor, y encierra, además, un peligro todavía mayor, porque de algún modo establece otro camino de intelección cargado emocionalmente pero empobrecido en palabras, en conceptos.

Y ante el problema que plantea Berardi como principal; “la descomposición de la mente crítica, cuyos efectos incluyen la credulidad entre las muchedumbres y la agresividad autoconfirmatoria de la multitud”, la descomposición del discurso  y su sustitución por la imagen, constituyen elementos a tener muy en cuenta.

Porque está comprobado que la falta de palabras genera una enorme frustración e irritación, y veo, precisamente en lo que Berardi califica “agresividad autoconfirmatoria de la multitud” una debilidad o ausencia de la palabra, del discurso. Debilidad o ausencia de cierta abstracción, inevitable ”cuando nos faltan las palabras”.[2]

fiebre de chequeado, verificado, comprobado

Berardi lidia en su artículo con otro fenómeno actualmente insoslayable; la proliferación de las fake news.

Y es muy escéptico ante la tarea de crear guardias o aduana conceptuales de “lo verdadero”. Coincidimos con su escaso entusiasmo ante la idea policial de preservación de la verdad, aunque no compartamos la irrelevancia que le atribuye a la verdad. De cualquier modo, no necesitamos guardias sino criterios.

La preeminencia de la imagen nos plantea otra dificultad. Relacionada con una crisis del diálogo.

El diálogo es condición sine qua non de toda posibilidad crítica.

Entendemos que la extinción de la mente crítica puede estar muy relacionada, también, con una crisis del diálogo.

Innegable el proceso de tecnologización galopante de nuestras sociedades. Con distintos ritmos e intensidades, en el mundo entero.

Este proceso coincide, se solapa o se expresa de diversos modos; modernización, automación, miniaturización, computarización, entre otros.

La crisis a que me refiero sobreviene lentamente, de manera no expresa, incluso como si se tratara de ventajas y mejoras en la comunicación humana, generalmente esgrimidas sobre la base de ventajas que se ofrecen al usuario, al particular, al comprador, al consumidor, al cliente.

Examinemos una de estas manifestaciones. Las empresas buscan siempre abaratar costos. Factor que suele tener preeminencia sobre otras consideraciones.

Ejemplo. TELEFONISTA vs. CINTA GRABADA

El complejísimo mundo de las comunicaciones telefónicas, increíblemente expandido en las últimas décadas, estuvo basado hasta hace pocas décadas, en una red de teléfonos, internos y derivados, atendidos por equipos de telefonistas.

En el mundo empresario, el cliente llamaba a un número; el telefonista lo derivaba a la sección respectiva.

Tecnologización mediante, se fueron instalando centrales o centralitas telefónicas que respondían sin voz humana, con programas de opciones. Con enorme abundancia informativa sobre una serie de puntos a aspectos totalmente ajenos e irrelevantes para quien ha intentado el contacto telefónico.

Un ejemplo prístino de “la sociedad del cansancio” del filósofo coreano Byung-Chul Han: uno tiene que gastar su tiempo escuchando opciones que de nada le sirven; una fluidez extraordinaria no garantiza movimiento real.

La oferta de opciones frente al intento de comunicación telefónica con el mundo empresario puede llevar minutos, cuartos de hora que, tratándose de llamadas internacionales pueden ser además muy onerosas para el particular. Todo ese esfuerzo  y tiempo aplicado por el cliente, el particular, el paciente        –que se ahorra la empresa– tiene un costo psíquico, no sólo material. Muy a menudo el menú ofrecido no satisface al demandante, quien en todo caso, deberá repetir la intentona comunicacional para ver con qué se queda. Porque se trata de aceptar lo que se le ofrece. Cuando uno repasa las 6, 7 u 8 opciones brindadas, a veces con habilidad logra la opción de hablar con una voz humana, y en ese caso es probable que la demora se agigante y deba prepararse psíquicamente para oír que hay 16 personas antes que él o que la demora estimada es de 35 minutos…

El mundo empresario, cada vez más atrincherado ha ido sustituyendo cualquier relación más o menos espontánea por una relación de poder.

Basado en términos comunicacionales, que procuran funcionalizar las relaciones, pero que afectan el estado anímico de los particulares, de aquellos que todavía responden con su humanidad.

Desigual, el presunto diálogo entre el particular y el robot, la cinta grabada o el dispositivo electrónico movido con algoritmos.

Los presupuestos comunicacionales de las cintas grabadas y del lenguaje-e reposan en que la intercomunicación se puede hacer con exactitud. Pero la comunicación humana no es una ciencia exacta. Por eso, por ejemplo, no existen, prácticamente sinónimos, al menos totales, totalmente equivalentes, en las lenguas que hablamos los humanos.

El lenguaje, como entidad intercomunicadora, es como un trabajo de orfebrería, se puede siempre pulir y tallar, para apenas aproximarnos. A diferencia de la comunicación electrónica, que busca, y expresa, la exactitud.

Atender a la clientela de las empresas mediante un contestador automático, con sus opciones, revela el desprecio del diseñador por el alma humana (y por los tiempos de los humanos, objeto de las empresas), frustrada en un porcentaje de casos y situaciones.

No en la mayoría, ciertamente, si el contestador automático ha sido medianamente bien programado: Podrá responder, con efectividad al 60% o al 85% o, pongamos, al 92 % de las consultas. Pero “cansará” a unos cuantos.

¿Por qué este afán tecnocratizador?

Para tener todo (cada vez más) bajo control. Para que todo lo que los humanos podamos hacer, resulte cognoscible y por lo tanto, predecible.

La erección de tales centros comunicacionales implica, aunque no se lo diga expresamente, erradicar toda comunicación no computarizable, es decir, ajena al control.

¿Qué control? El establecido por la creciente red de algoritmos, registros, opciones que ofrecen los sistemas cibernéticos para que nos movamos en una suerte de parque zoológico humano, al decir de Peter Sloterdijk.[3]

El “todo bajo control” de nuestra era cibernética deja como proyecto rudimentario un diseño como el 1984 de George Orwell.

A la vez, los gigantes GAFA,[4] titulares de las conexiones neurales de nuestro novel “cuerpo social”, han generado, con la tecnologización galopante, un negocio de dimensiones jamás entrevistas. Y una adhesión incondicional de todas las redes y los individuos que creen a pie juntillas en el poder establecido o se sienten gananciosos con ello.

Con lo cual, en última instancia, el interés crematístico y el político recaen en el mismo núcleo de poder.

Debilitamiento del  diálogo humano,  saturación progresiva de la mente crítica,  los seres humanos vamos teniendo que enfrentar  modos cada vez más complejos de dominio, cada vez más alejados de lo que tradicionalmente se había considerado el poder sobre mentes y pueblos.

El sistema de la hipermodernidad cibernética sin límites ni fronteras nos ofrece todas las ventajas, todos los placeres,  todas las oportunidades como nunca antes.

Los motores de nuestra hipertecnologizada sociedad pasan por la velocidad, el traslado, el goce. Y el desvanecimiento  de toda idea de opresión, injusticia, y rebeldías consiguientes.

La cuestión es, apenas, si a la vuelta inesperada de alguna esquina, nos toparemos con la realidad de nuestra heteronomía, cansancio, saturación, y una ya inocultable contaminación generalizada, extinguida nuestra capacidad crítica, como denunciara Franco Berardi.

notas:

[1]   “La extinción de la mente crítica”, Caja Negra, Difundido desde PostaPorteña, no. 2200, 24 abr. 2021.

[2]  Hay ejemplos dramáticos de cómo la escasez o falta de vocabulario genera irritación, frustración y de allí la violencia está a un paso: los niños que procesan una muy baja instrucción y educación, y llegan a la adolescencia con escaso vocabulario; por ejemplo, analfabetos en una sociedad alfabetizada, sufren un doble impulso a la delincuencia: carecen de las herramientas intelectuales básicas para las tareas “normales” de una sociedad y el recurso del robo se les hace casi único modo de sobrevivencia.

Y los extranjeros habitando un país con idioma desconocido, quedan mudos ante observaciones o reconvenciones de la sociedad que viven, y las sufren en un idioma que no entienden; eso, despierta enorme frustración  y agresividad.

[3]   Normas para el parque humano, Ediciones Siruela, Madrid, 2000.

[4]   “Google, Apple, Facebook y Amazon: cómo funciona el ‘grupo GAFA’». https://www.bbc.com/mundo/noticias-48542153 6 jun 2019.

Publicado en Conocimiento, Cultura dominante, Medios de incomunicación de masas, Poder, Sociedad e ideologíaEtiquetado como conocimiento vivencial, Eduardo Galeano, Franco Berardi

Automplacencia uruguaya: ¿Idiosincrasia o mera propaganda?

Publicada el 21/06/2021 - 23/05/2022 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández –

«[…] sin lugar a dudas, la capacidad de reacción, la celeridad con que se tomaron las medidas, lo adecuada que fue la respuesta al desafío […] Esto es un logro del Sistema Nacional Integrado de Salud. […] justamente el eje es la atención a la comunidad y en la comunidad.

Teleconsulta más dispositivos de primer nivel, más una cultura de consulta domiciliaria que había en el país  permitieron esta respuesta desde el primer nivel de atención potenciado por estas herramientas.

No quiero pecar de decir ¡qué bueno el coronavirus!, pero qué bueno porque ahora estamos teniendo mayor accesibilidad a nuestros usuarios y a los sistemas.» [1]

Este escupitajo hacia arriba ha caído ahora sobre los índices que maneja la OMS, ubicando al Uruguay entre los más afectados por la pandemia Covid 19 declarada por la OMS.

La idealización del país y su realidad sanitaria por parte de OPS,  la Organización Panamericana de la Salud, filial continental de OMS, refleja en cierto modo, una percepción difundida en los medios masivos, en las declaraciones de los principales partidos políticos y resortes institucionales del país. Que tiene fundamentos reales, aunque el sentido de su gloria se ha ido cuestionando con el tiempo y el ascenso de otros seres humanos, no ya solo “los europeos”.

Uruguay “blanqueó” prestamente su población. Gracias a lo poco denso de las redes nómades de aborígenes y una mortalidad francamente mayor de la población afro respecto de la europea (porque tenían peores condiciones de vida, pese al interés señorial de cuidar a sus esclavos; y porque en las guerras los mandos militares hacían un “buen negocio”: ofrecían la manumisión a quienes se presentaban a pelear, pero se los ponía en primera fila y eran pocos los que regresaban, maltrechos aunque libertos, del campo de batalla).

Pero esos factores, que diferencian notoriamente la región platense de buena parte del sur americano, no alcanzan para convertir al Uruguay (y a su modo, a la Argentina) en países “de primera”. Ni tampoco a exonerarlos del racismo, tan evidentes en otras sociedades indoafrolatinoamericanas con mayor presencia no-blanca, como Chile, Bolivia, Brasil…

Por eso una descripción como la que aparece en el “relato” de OPS no es sino la contracara patética de la realidad, es decir lo opuesto de lo que vive en general la población en su vida cotidiana.

Cualquiera que no tenga privilegios, ya sea de contactos o de medios materiales, sabe lo que cuesta conseguir una atención que no sea sucinta y telefónica, las miserables amansadoras para conseguir un turno, una consulta, una atención, en tiempos normales, ahora todo agravado con la pandemia.

Volvemos a lo mismo: no es que falsee radicalmente la situación. Dentro del área de la OPS es posible que Uruguay se destaque por mayor y mejor nivel de atención domiciliaria, por ejemplo.

Pero es triste conformarse con esa comparación en un continente donde el nivel sanitario es paupérrimo a causa de la condición tan generalizada de economías tributarias a un sistema económico ajeno que les extrae los bienes que necesita y les deja sobrantes a la economía local. Siempre escasos.

Y lo peor, es que ese culto hacia sí, este cultivo de la suficiencia, no sólo es tramposo y se desplaza hacia la falsedad con extraordinaria celeridad, sino que opera como freno para mejorar; para querer mejorar.

Acrecienta la dificultad para  enfrentar el deterioro progresivo generado por la condición periférica.

El principal freno a un cambio, a una meta nueva, es considerar que no se la necesita.

Uruguay soporta el peso de una glorificación de su ser y su historia que dificulta a ojos vistas el autoconocimiento y todo empuje transformador.  Si fuera cierto que estamos en el mejor de los mundos, sería inaceptable y hasta inconveniente toda necesidad o intento de cambio. Pero estamos lejos de eso.

Más bien al contrario; a medida que nos hemos ido periferizando y alejándonos de un potencial cauce propio, ha brotado con más fuerza la imagen de perfección, ya no sólo su perfectibilidad, se nos ocurre que como compensación simbólica de nuestra realidad.

Si algo hemos desarrollado en el país es su dependencia.

Cuando la colonización inglesa –heredera de la española a través de un proceso independentista heterónomo–, empieza a retroceder y a retirarse, exhausta –no por la resistencia que le impusieran desde la periferia, sino por el desgaste de la 2GM– se trasladó el eje imperial dentro de Occidente, del Reino Unido a Estados Unidos.

Nuestro país no supo aprovechar la retirada de “los ingleses”. Gananciosa con los productos del país bien cotizados durante la guerra, nuestra elite no tuvo ojos sino para ver sus ganancias, y el paisito entró en una época de vacas gordas y  derroche.

Durante los ‘40 y hasta fines de los ’50, hubo legislación para importar por decreto autos baratos –los tristemente famosos colachatas–, que terminaron desvencijándose porque las carreteras no habían acompañado, en su construcción y diseño, esas derrochonas modernidades madeinUSA.

Se generó  con las divisas de exportación una “fiesta del importado” (que implica un proceso de modernización no elegido sino asumido como único y necesario). El país, apoyado en las mieles de los ingresos altos no resolvió, ni siquiera se planteó qué hacer con el tendido ferroviario que los ingleses  habían construido diseñando una red como una mano para que a través de todos sus “dedos” confluyeran vías al puerto de Montevideo, para llevarse desde allí, la lana, la carne, el cuero que tanto necesitaban. Terminada la 2GM, los ingleses prácticamente la abandonaron. Como el gas. Y como el agua corriente.[2]

Si no pasó lo mismo con la luz fue porque el estatismo batllista había tomado la posta de un servicio tan imprescindible (la primera red eléctrica nacional se inicia en 1906, primera presidencia de Batlle y Ordóñez).

El país procesó el cambio de “amo” orquestado por el batllismo que, proclamando un anticolonialismo británico en rigor se acompasó a la ya vieja política de Monroe (“América para los americanos”, donde sobra la o de la última palabra). Por eso, en lugar de resolver qué hacer con la vieja red ferroviaria, sencillamente se la abandonó al tenor del nuevo medio de transporte motorizado por EE.UU., –los camiones y los autos en rutas–, hasta que, pasadas las décadas, no se pudo sino ir cerrando uno a uno todos los circuitos, llevar al museo, en la medida de lo posible, locomotoras y vagones (o venderlos incluso como viviendas, que se ven en varios puntos del país, generando los típicos “negocios” residuales de las sociedades periféricas).

Los ciclos ganaderos  otorgaron al país un papel a veces protagónico, como con el enfriamiento e industrialización de los productos cárnicos en la Liebig’s alemana de Fray Bentos (desde la década del ’70, siglo XIX hasta la 1GM, entonces ya dominados tales procesos industriales por los ingleses, ganadores de esa guerra). Con el tiempo, la producción cárnica uruguaya se fue primarizando,  con los frigoríficos ingleses y estadounidenses  en Montevideo (Cerro), primera mitad del s XX).

En los ’60, con el auge agrícola simultáneo de lo biológico (híbridos) y lo químico (futura contaminación), bautizado Revolución Verde, Uruguay entrará de lleno en la órbita estadounidense, cumpliendo el sueño neocolonial del batllismo (que denominaba dicho proceso panamericanismo, que seguramente suena mejor que dependentismo).[3]

Y en los ’70, un nuevo ciclo económico general, bautizado globalización aunque con buen tino Frei Betto lo rebautiza globocolonización, nos “incluye” más periféricamente, si cabe con cambios sustanciales en nuestra economía adaptándose a “las necesidades del mundo” (en rigor, de la red transnacional de consorcios): el mar uruguayo, por ejemplo, ya perdido todo afán de forjar una marina propia, es cada vez más sitio de saqueo de barcos chinos, taiwaneses, coreanos, españoles y de otras nacionalidades. El puerto de Montevideo cumple ante esa virtual invasión el triste papel de monos sabios, que no ven ni oyen ni siquiera musitan. [4]

Pero el mar es apenas una de las zonas de despojo.

Uruguay ha sido visualizado junto con Chile, Mozambique y Filipinas como propicio para plantar y cosechar árboles para producir celulosa, la base actual de la producción papelera. Uruguay por su escasa superficie relativa es, por lejos, el más perjudicado de esos “candidatos”. Las condiciones para los implantes globocolonizadores son totalmente lesivas para nuestro ambiente, nuestro hábitat, nuestra población.

Hasta ingenieros agrónomos, profesionalmente vinculados a la industria forestal, admiten la deficiencia estructural del destino celulósico, advirtiendo contra “un progreso industrial exclusivamente pulpero” y “que no es posible seguir [sic] apoyando un proyecto pulpero ¡desmadrado’, no sostenible.” [5]

Confróntese con “la información” de un vocero celulósico,[6] que nos chamuya “la celulosa se perfila como el principal producto de exportación del Uruguay”, en donde la exaltación de una irrealidad, como dicha exportación, nos da la pauta del sesgo.

Mojones de una nueva dependencia, de un nuevo empobrecimiento, tienen una profundidad sin precedentes, porque el sistema de depredación planetario no hace sino acentuarse, arrasando economías periféricas, como la nuestra.

Pensemos, siquiera por un instante, en la contaminación. Que escarnece la engañosa consigna “Uruguay natural”, cuando hacemos una escasa y tardía resistencia a la expansión de los plásticos, cuando apenas si recuperamos materia orgánica (que sirva para producir alimentos, por ejemplo, no sólo vegetación decorativa), cuando el país apenas hace separación de residuos, cuando nuestras aguas están totalmente invadidas por plásticos y microplásticos (los mismos, desmenuzados por la erosión).

Tenemos tierras cada vez más envenenadas y la consiguiente escasez, también creciente de agua potable, una tolerancia digna de mejor causa con agrotóxicos, ya prohibidos en muchos otros países del mundo.

Pero también pensemos en ficciones económicofinancieras, como la pretensión de juzgar como exportación uruguaya lo que se procesa desde zonas francas, instaladas en territorio uruguayo, extraterritorializado. Tengamos presente que el capital transnacional, hace ya décadas, concluyó que se adaptaba a su conveniencia la reinstalación de lo que en los albores de la expansión imperial se llamaban “economías de enclave”.[7]  Mediante una nueva designación; “zonas francas” hicieron realidad ese sueño del gran capital.[8]  Eso significa que si Uruguay exporta a una zona franca, no recibe ni un peso de impuestos, por ejemplo, porque la zona franca está exonerada de las leyes del país en que se asienta. ¿Para qué sirve entonces incluir esos trasiegos de mercancía como exportación si no rinde lo que rinde una exportación?

Basta ver el crecimiento de nuestra deuda externa (mejor sería denominarla eterna), así como el aumento de nuestra población llamada “informal”; de asentamientos, con trabajos precarios (desocupada o subocupada), la disminución permanente, ininterrumpida de nuestra población rural (que para algunos expresa modernización, urbanización, pero es solo un adueñamiento de la tierra, nuestro territorio, por capitales de explotación agroindustrial y consiguiente contaminación); el nivel cada vez más asfixiante de las tarifas de los servicios básicos; la crisis cada vez más profunda y extendida de un recurso que fue gloria de nuestro país; el agua, todos ello índice de un lento deterioro de nuestra calidad de vida.

Pero luego de esta sucinta recorrida por nuestras deficiencias y retrocesos, ¿cómo puede uno sentirse satisfecho con nuestra democracia supuestamente de primera calidad?

notas:

[1]  https://www.paho.org/es/uruguay/asi-es-como-sistema-salud-uruguay-responde-covid-19, s/f.

[2]  Durante un siglo aproximadamente “los ingleses” administraron agua y ferrocarriles. Aunque se trató de servicios no iniciados por los colonialistas sino mediante proyectos de gestión nacional, que, empero, al cabo de algunos años fueron adquiridos por inversores de Su Majestad británica (el agua fue “inglesa” de 1862 a 1950; y época análoga hubo para los trenes).

[3]  En 1889 tiene lugar la primera “conferencia panamericana”, una segunda habrá en 1901 y el Uruguay será el asiento de la séptima que coincide con “la política de buena vecindad” promovida por F. D. Roosevelt, sustituyendo la anterior “política del garrote” de otro Roosevelt, Theodore.  La política de buena vecindad entró en nuestro país hasta desde las escuelas donde los niños aprendían el himno correspondiente como prioridad educativa. Como curiosidad o paradoja el autor de dicho himno fue un argentino, peronista, que tuvo que abandonar su país en 1955 (Rodolfo Sciamarella lo escribió antes de ser peronista, puesto que  el Canto de Amistad, circulaba antes de que el peronismo surgiera a la palestra política).

[4]  Se sabe, por ejemplo, la alarmante frecuencia con que bajan de los pesqueros cadáveres, lo cual hace pensar en pésimas condiciones laborales. El puerto de Montevideo tiene el dudoso honor de figurar como el segundo puerto con mayor trasiego de pesca ilegal del mundo entero (https://revistapuerto.com.ar/2019/01/nadie-controla-la-pesca-en-el-atlantico-sur/).

[5]  Alejandro Borche, Dardo Esponda, Eduardo Cotto, Eduardo Dilandro, Gustavo Guarino, Héctor Arbiza, Manuel Chabalgoity en POSTURAS, La Diaria, Mtdeo., 29 de mayo de 2021.

[6]  El País, Mtdeo., 27 mayo 2021.

[7]  Asentamientos, generalmente costeros, desde donde la metrópolis recibía las mercancías extraídas del territorio circundante en una relación absolutamente desigual; de la colonia a la metrópolis, ida y vuelta.

[8]  Otras designaciones para el mismo fenómeno: «zonas económicas especiales», «zonas de libre comercio», «zonas libres», «zonas de proceso exportador», «zonas de libertad comercial», «zonas de producción de exportación». En Túnez, todo el país ha adquirido el «nuevo estatuto» de zona franca. En México, su región norte, lindante con EE. UU., tiene lo que llaman «maquiladoras».

Publicado en Cultura dominante, Poder, Política, Sociedad e ideología, Uruguay, Uruguay. Qué hacer

Neolengua covídea

Publicada el 13/04/2021 - 15/04/2021 por raas

Por Luis E. Sabini Fernández

Llamativo, aunque esperable, el auge de la neolengua con esta ofensiva para suprimir los contactos directos interhumanos, haciéndonos pasar toda relación a través de tamices, opciones preestablecidas, coladores, controles, registros cibernéticos, algoritmos y aplicaciones que se nos “ofrecen” para mejorar los contactos, los saberes, las calidades.

Es decir, para hacerlo “todo” mejor, y uno se pregunta sobre aquella sabia advertencia de Blas Pascal, “El hombre es medio ángel y medio bestia, y cada vez que pretende convertirse totalmente en ángel, se convierte, totalmente, en bestia.” Su dualismo cristiano le permitió tener semejante mirada.

Pero diversos optimismos han abolido esa mirada problemática y dialéctica: el optimismo tecnológico, encarnado en el American Way of Life, postulando el acceso al paraíso en la Tierra, cuyas plasmaciones se han revelado siempre pesadillescas.

Eso, dentro del optimismo burgués. Pero su presunta contracara, tan vigente a lo largo de los siglos XIX y XX; el socialismo, a su vez encarnado en experiencias como la soviética, nos mostraron igualmente los peligros de las excesivas buenas intenciones, y sobre todo, de la hybris del control absoluto. Con el estalinismo, el fascismo, el nazismo, y referentes máximos tipo Hitler, Stalin, Mao o Fidel Castro, de líderes que nunca se equivocan, hemos “cocinado” lo opuesto a lo pretendido.

Otra ideología prometiendo el bien absoluto, desplegada a lo largo del siglo XX con una mezcla de misticismo y socialismo materialista –que significativamente se conserva mucho menos cuestionada–, es el sionismo, hoy en día convertido en guía y referencia de algunos de los principales centros de poder planetario, como el Reino Unido y EE.UU., e Israel, obviamente.

El sionismo, que ha prometido el paraíso y la bienaventuranza a los judíos, forjando un infierno para los palestinos. Cumpliendo una vez más la advertencia de Pascal. Las consecuencias de todas estas ideologías de salvación han sido, son desoladoras. Unas han prometido la libertad más absoluta; otras la igualdad más radical. De todas ellas extrajo George Orwell su neolengua articulando un lenguaje del que nos presentó ejemplos, como aquel de que: “todos los animales son iguales, aunque algunos son más iguales que otros”. Estos antecedentes de la modernidad son preocupantes.

¿Estamos fuera de ellas o por el contrario resurgen con nuevos ropajes? Como bien amojona Aldo Mazzucchelli, (1) el nuevo siglo, el XXI, empieza en febrero de 2020, con la implantación de ese reinado de lo mediato, con la supresión de lo directo, lo afectivo. Y lo mediado, a través de artilugios electrónicos. Es la suspensión, o más bien la erradicación del diálogo humano, que a trancas y barrancas, caracterizó siempre a la especie; a la humanidad, como se dice habitualmente.

Desde febrero de 2020 con una pandemia decretada en “las alturas” y un miedo generalizado consiguiente, el diálogo, tan vapuleado y menospreciado por los selfmademen y por el rigor “objetivo” de los proyectos socialistas (que necesitaban hacerse, no discutirse), desapareció ahora sí, como proyecto explícito, del tejido social o fue limitado a espacios intersticiales.

Se impuso, se trató de imponer, con suerte variada, una realidad oficial como “nueva normalidad” al servicio, claro, de las mejores intenciones. Es difícil, por ejemplo, encontrar “textos de autor” más buenos que los de Bill Gates, arquetipo de filántropo contemporáneo. Hacer el bien, incondicionadamente, poniendo “toda” su fortuna y su empeño en ayudar a los pobres, los débiles, los marginados, ese otro mundo… tan ajeno al del filántropo.

Alguien se puede permitir dañar únicamente si lo hace al servicio de las mejores intenciones. Solo munidos de la mayor excelencia imaginable se puede exterminar nativos de una tierra, torturar elementos considerados subversivos; solo un “enviado” de algún dios, totalmente convencido de su bondad y de la bondad de su presunto creador, se podía permitir echarle plomo derretido en las cuencas de los ojos de un negacionista, un incrédulo, un hereje, que no “veía” la verdad. Eso, en tiempos inquisitoriales.

Ahora no se usa plomo: soldaditos norteamericanos que llevaban a Vietnam en su mochila coca-cola –como si fuera “lo más”– junto con la democracia, se permitían incendiar todos los bosques locales para quemar vivos a los guerrilleros allí escondidos.

Solamente un Padre amantísimo le hacía confesar a casi toda la vieja guardia bolchevique que tenían que aceptar la responsabilidad por delitos varios –la mayor parte inexistentes– porque era la forma de preservar la pureza, la solidez, la verdad del partido que habían forjado juntos. Ad maiorem PC gloriam.

Así, nuestros más neutros periodistas y comunicadores, brindándonos sus mejores perspectivas, nos ofrecen una pujante neolengua según la cual postulan, esperan, ansían un “pasaporte sanitario”, para reponer, dicen, “la libertad”. Portación obligatoria de vacunas (tradicionales o génicas, poco importa) contra o sobre Covid 19 para poder trabajar, ir al teatro, viajar, estudiar… en fin, ¿por qué no para salir a la plaza o a la frutería?

Nuestros periodistas a sueldo –a veces privilegiados económicos de los medios de incomunicación de masas–, nos aclaran que así evitaríamos toda limitación a nuestras libertades y alcanzaríamos la ansiada normalidad perdida.

Claro que estos periodistas, a menudo progresistas, no nos dicen que esa presunta libertad tiene que ser pagada con recibir una vacuna de la cual, lo menos que puede decirse es el diálogo de dos ratones: ¿Te vas a vacunar? –¿Estás loco?, ¿no ves que los humanos todavía están experimentando? (2) Esa nueva normalidad quiere imponerse mediante un pasaporte sanitario. Con una vacuna que fue hecha apresuradamente y significa, objetivamente el mayor negocio de la Big Pharma en las últimas décadas.

¿Cómo podemos evitar la sospecha que la problemática pandemia de la cual no se conoce ni la magnitud de los muertos reales, no fue nada más que la excusa de un gran negocio, o, aún algo más probable; la palanca de un enorme poder cuyo alcance no tiene antecedentes?

Para rematar la neolengua, se sigue hablando de que la vacuna es voluntaria. Hay una sorda impresión de que es verdaderamente resistida aunque oficialmente poco y nada se menciona en los corrillos mediáticos del periodismo televisivo.

Claro que es voluntaria, faltaba más, pero sin vacunarse nuestros paniaguados periodistas sólo nos ofrecen la parálisis y el aislamiento.

notas:
1) “El año que quisieron editar lo real desde arriba”, eXtramuros, Montevideo, marzo 2021.

2) Afortunadamente cada vez hay más médicos y profesionales de la salud que concluyen que es más dañino, y por lo tanto menos hipocrático, vacunarse que atender directamente el contagio con recursos médicos: medicación contra trombosis, por ejemplo. Véase los aportes y planteos de Thomas Dalton, Máximo Sandín, Luc Montaigner, A. Martínez Belchi, Christian Carrera, Nick Kollerstrom, Yanny Gu, Pablo Goldschmidt, Reiner Fuellmich, Joseph Mercola y tantos otros, amén de pensadores y analistas sociales como nuestro Hoenir Sarthou, Jeremy Hammond, Michel Chossudovsky, Mike Whitney, Vandana Shiva y una enorme cantidad de cabezas pensantes y voces literalmente acalladas en los medios masivos, los recintos institucionales y hasta en algunas trincheras culturales, otrora críticas y rebeldes, por lo visto totalmente cooptadas por nuestros “benefactores” pandémicos.

fuente: https://revistafuturos.noblogs.org

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