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Categoría: Nuestro planeta

¿Quo vadis COVID-19?

Publicada el 18/05/2020 - 30/05/2020 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández – 

La pandemia ha generado con su sola irrupción, una nueva interrogante sobre el mundo, la realidad, la verdad.

Su peso es tal y tan perceptible que de inmediato advertimos que estábamos en un parteaguas; antes de y después de.

Como cuando el 11 de setiembre de 2001.

La primera interrogante, claramente, es sobre su advenimiento. Si natural, dado por la “fuerza de las cosas” o promovido, es decir como expresión de una política.

Optar por considerarlo estrictamente político nos pone de inmediato bajo la acusación  de lo conspiranoico, en el mismo sentido que cualquier crítica a la crueldad y el desprecio racista del establishment israelí contra lo palestino nos pone bajo la acusación, radicalmente falsa, de antisemitismo.

Esto significa que nuestra cultura o mejor dicho que los titulares de nuestra cultura tienen una línea precisa de lo políticamente correcto, que no pasa por algunos territorios, vedados.

Sobre el neologismo conspiranoico y su relación con “la pandemia”, remito al lector al análisis que Antonio Martínez Belchi ha desplegado en “El COVID19 y el problema de la verdad” (28 04 20), quien, postulando ser escéptico metódico ante toda conspiración por suscribir “el principio de simplicidad” (Navaja de Ockham), desarrolla, como la más convincente de las posiciones, “la tesis de la propagación intencionada”.

Por mi parte, he leído una larga exposición de Bill Gates, “The First Modern Pandemic” (23 04 20) que constituye un despliegue de identificación con los desamparados, los ancianos, los niños, los enfermos, que despertaría la envidia de la Madre Teresa de Calcuta.

Bill Gates es el mismo que patrocina a la OMS con aportes incomparablemente mayores a los de cualquier estado (con lo que eso significa de condicionamiento), es el mismo que organizara un simulacro de pandemia que tuvo lugar precisamente antes de la encarnación, de la puesta en acto que ahora nos condiciona en todo el mundo.

OBJETIVO DECLARADO Y APARENTE; OBJETIVOS REALES

Así como el alegato de Gates destilando bondad a raudales resulta incongruente, así la cobertura mediática parece también incongruente; so pretexto de informar, tiene un único resultado (¿u objetivo?): atemorizar, por no decir aterrorizar a la población humana.

Todo el registro de lo que se suponen los estragos de la pandemia se hacen con estadísticas que parecen partir de la amortalidad humana: no que los humanos sean inmortales, porque sería una ñoñez, que ni un filósofo partidario de la constsrucción de humanos como Yuval Harari pretende, pero sí que los humanos no mueren… salvo por coronavirus.

Tuvo que salir un infectólogo archirreconocido, jefe de Protección Civil italiano, Angello Borrelli, estimando que estamos ante “fallecidos con coronavirus y no por coronavirus” [1]

Si los voceros e intermediarios de “la info” de nuestro presente maltratan así a la verdad, tenemos que suponer tontería sin límites o calculadas estrategias de engaño, disfraz o confusión. Aunque sepamos el alcance casi ilimitado de lo tonto, nos parece que hay otros elementos que nos llevan a pensar que no se trata de tontería o torpeza alguna.

Hagamos somera recorrida cronológica: cuando la epidemia de COVID-19 parecía instalada en China, concretamente en Wuhan, ciudad clave por sus laboratorios  vinculados a la investigación y producción de quimeras, y poco más en estados vecinos o circundantes, como Corea del Sur (nada se sabe de la del Norte), Singapur, Taiwan, cuando todavía no se había establecido la corriente de contagio con países de Europa Occidental, el segundo brote de lo que se iba a configurar como pandémico, aparece en Irán; un estado, una sociedad con mucho más bajo intercambio turístico y humano que todo el asiento del tercer empuje; Europa Occidental, y relativamente aislada de las zonas tanto del primer brote como del tercero.

En Irán, el efecto fue conmocionante, con una tasa sorprendentemente alta de mortalidad, y los pocos datos que se conocen dan a entender que se trata de una avalancha de muertos en la dirección política del estado persa, donde los gerontes tienen o tenían asaz significación.

¿Cómo explicar el brote iraní? Conociendo el empeño de Israel en conseguir que EE.UU. le haga la tarea sucia de borrar a Irán o al menos a toda su dirección militar y política de la faz de la tierra, mi hipótesis es que el COVID-19 fue plantado en Irán, como poco antes en Wuhan y extensivamente en toda China, usando con aparente (porque no podemos decir evidente) sincronización el momento de mayores traslados dentro de China por el año nuevo nacional. Para evitar el recurso de “las casualidades permanentes”.

El gobierno de EE.UU. ha acusado a China de la difusión del virus maldecido y temido.

El gobierno chino ha acusado a EE.UU. de su implantación en Wuhan: sabemos sí que esa ciudad recibió una delegación de 300 militares estadounidenses muy poco antes del estallido pandémico, para celebrar juegos olímpicos militares. Aunque no constituya prueba en sí, no se puede desdeñar la cronología de lo acontecido: los militares se retiran “fraternalmente” de Wuhan a fines de octubre de 2019. Pocas semanas después, se inicia la cadena de contagios…

Se supo, lo informó un equipo periodístico de la RAI italiana, que en 2015 laboratorios estadounidenses y chinos trabajaban viendo cómo forjar quimeras; seres vivos de origen sintético. Con la técnica que ha permitido forjar seres vivos transgénicos. Según los periodistas italianos, el laboratorio estadounidense embarcado en el proyecto se habría bajado. No así el colega chino. Pero nada hay certero, cuando sabemos que los comportamientos pueden ser o parecer. Que las negativas pueden ser de renuncia o de elusión, manteniendo oculto lo que se desecha públicamente.

Martínez Belchi ha incursionado en una serie de signos o claves que podrían reflejar el carácter premeditado y secreto de acciones como el origen de esta pandemia. Lo hace bordeando toda teoría conspirativa, no por vocación paranoica sino por necesidad interpretativa. Porque no encuentra otra forma de explicar datos “inexplicables”. Se refiere, por ejemplo, al valor esotérico del 666; “el 26 de marzo de 2020 Microsoft, la megacorporación de Bill Gates, ha registrado en la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual de Naciones Unidas, una nueva patente para obtener criptomonedas usando datos de actividad corporal humana: es decir, un dispositivo digital que coincide, punto por punto, con lo que la cultura popular ya conoce como el “microchip [subcutáneo] 666”. ¿Y adivina el lector cuál es el número oficial de la patente? Pues nada menos que “2020/060606”.

Martínez Belchi también se pregunta si es una pista, una clave…

De éstos, enlaces, coincidencias, rastros, hay muchos que en general no hacen sino inflamar las teorías conspirativas. Pero algunos de estos elementos, como la aparición en la tapa de la revista The Economist de diciembre de 2018 de un pangolín, que trae a colación también Martínez Belchi parece ser como un juego de señas; el mismo armadillo que un año después –con razón o sin ella– iba a ser considerado clave en la difuminación del COVID-19.

Martínez Belchi presenta varios de estos ligamentos o referencias, que parecen más bien claves entre conjurados, dueños de un secreto que intercomunican con indisimulable regocijo u orgullo.

¿Qué papel nos queda a nosotros los ajenos a tales mostraciones, o más bien objetos de ellas?

Hannah Arendt tiene algo para decirnos: recuerda que el nazismo iniciò medidas cada vez más “gruesas” basándose en la “necesidad de sensatez”, “imperio del sentido común” que suele albergar la población. De modo tal que, cuestiones muy aberrantes suelen generar incredulidad y descrédito. La gente se resiste a pensar en lo abominable. En lo que suena “demasiado”. Y eso le otorga impunidad a quienes sí ejercen tales acciones culturalmente excedidas.

Todos los estados mayores, no sólo los nazis, se defienden. El ejército israelí que masacra palestinos desarmados, mujeres, niños, se denomina “Ejército de Defensa”. Cuando tales ejércitos cometen atrocidades (es decir, “normalmente”) tienen buen amparo en “su” población que no imagina ciertamente que se puedan cometer horrores (la prensa adicta “ayuda”, mostrando siempre los horrores del contrario).

Si tenemos un pandemia generada políticamente, tendríamos que inteligir: 1) las razones; 2) los alcances.

  1. Estamos ante un calentamiento global cada vez menos escamoteable; ante una crisis energética cada vez más compleja, ante una contaminación cada vez más palpable, ante una crisis alimentaria que pasa por la calidad de nuestros alimentos pero que, explosión demográfica mediante, puede afectar también la cantidad.

Para muchos, la bomba demográfica es la primera a desmontar. Que la población humana está recargando insensatamente al planeta es una observación correcta, pero como el enfoque limitacionista proviene de los privilegiados del planeta, la idea es  disminuir fuertemente no la población de rubios y ricos sino la de morochos y pobres. Éste es el cariz racista de la cuestión.

Pero hay otro, desfachatadamente desnudado hace pocos años por un ministro japonés: los viejos viven  demasiado. Una cosa es jubilarse e “irse” al poco tiempo y otra es ir generando una cuarta edad cada vez más longeva.

Así que, medidas correctivas, “soluciones de achique poblacional” podrían enfocar a los grandes suburbios planetarios (sobre todo, los radicados en la periferia) pero también a los adultos muy mayores; una “guerra del cerdo” innombrable.

Y antes de encarar los alcances –los fines estratégicos, siguiendo en la senda de que esta situación planetaria es política– tenemos que señalar el fundamental papel de lo mediático, los grandes socializadores del miedo, el pensamiento dominante, los auspicios.

El conteo permanente y cotidiano de muertos, algo de por sí comprensiblen necesario,  ha sido hecho con la misma desprolijidad y parcialidad con que los medios de incomunicación de masas tratan todas las cuestiones: cegando zonas, mezclando otras, omitiendo, ignorando  lo que no se adapta a los fines de la info que se “produce”.

No podemos saber cuáles son los verdaderos muertos del COVID 19, ni siquiera los contagiados Porque el establishment sanitario ha hecho una escotomización para ver la realidad y solo atiende a “la pandemia”. 

¿Dónde están los miles de muertos de gripe o neumonía cada año en Italia, Reino Unido o España? ¿Dónde las decenas de miles de muertos por la misma razón, año a año, en EE.UU. En 2018 y solo de gripe, murieron en EE.UU. 14 mil. Sobre 26 millones de contagiados.

  1. El virus de esta pandemia parece muy direccionado hacia los mayores entre los mayores (aunque esa patogenicidad parece, con toda lógica, ingobernable; hay secuelas problemáticas entre infantes, por ejemplo, y entre el personal sanitario hay una mortalidad incomparablemente mayor que en toda la población y eso significa que no ataca solo a los mayores entre los mayores).

A su vez, la organización que ha provocado el miedo al COVID-19 (pese a su baja o muy baja letalidad), nos ha introducido en un universo de controles y desconfianzas totalmente generalizado: el miedo y los barbijos, por ejemplo, nos convierten, sin pensarlo, a todos en sospechosos.

Sospechas (siempre) hacia los otros: una mujer hace cola; se le acerca (a preguntar) otra persona sin barbijo y la mujer retrocede como si se tratara de la Muerte Roja: se trataba de dos vecinos sin fiebre, más o menos sanos. Pero el miedo se canaliza  aferrándose al barbijo, como clave de seguridad.

La regimentación que se está aplicando es funcionalísima a todo proyecto de control social (de aun mayor control social del que ya tenemos implantado, obviamente): La represión bajo razones científicas suele ser de las más admisibles y que permiten mayores avances (y atrocidades); ya, en los ’60, el experimento de Stanley Milgram[2] nos lo recuerda.

Queda por entender qué ha pasado en Bérgamo y Lombardía con su tan alta mortalidad; qué ha pasado, está pasando en Nueva York, ante cuyo drama tiemblan y cede todo conspiracionismo sencillo dictado desde los titulares más proverbiales del poder mundializado.

Estamos convencidos que con todos “los adelantos tecnológicos y comunicacionales” dedicados a combatir la pandemia se procurará reconfigurar nuestra cotidianidad bajo nuevos controles y planificaciones, siempre ajenos. Porque provienen de centros de poder, por más que muchos de tales “adelantos” nos conquisten por su comodidad y ciertas aplicaciones faciliten nuestra vida cotidiana.

Por eso, tendremos que ser muy vigorosos si queremos evitar una oleada de regimentación, control y miedo introyectado, que irá “autorizando” medidas de intromisión en nuestras vidas, cada vez mayores.

Un mero ejemplo; nos venden las ventajas, alcances y comodidades del 5G, y la capacidad que otorga a los centros de conocimiento sobre cada vez más rasgos de nuestras vidas. Pero los que impulsan la implantación del 5G no atienden a lo que significa para nuestro hábitat, es decir para todo el planeta, semejante despliegue y recarga de ondas electromagnéticas.

Sería tonto que estemos dentro de unos 15 años doliéndonos del daño producido y por entonces irreversible. Como se ha probado que existe ya con los plásticos en el mar océano de nuestro planeta, de nuestra única nave espacial.

notas:

[1]     Hoenir Sarthou: “La información sobre muertes “por” o “con” coronavirus, incluso en Italia, España y EE.UU.,  así como los pronósticos sobre letalidad, velocidad de contagio, efectos físicos de la enfermedad  y tratamiento, parecen haber sido erróneos o deliberadamente exagerados”, “Coronagates: La revolución del sentido común”, Voces, Mtdeo., 6/5/2020.

[2] Estudio del comportamiento de la obediencia, 1964: en el Occidente moderno y civilizado, solo una escuálida minoría resiste por sí misma a producir daño en nombre de la ciencia.

Publicado en Centro / periferia, Ciencia, Medios de incomunicación de masas, Nuestro planeta, Poder

Agroindustria, contaminación generalizada, alimentación vegana, lucro y calentamiento global: Un plato indigesto

Publicada el 19/01/2020 - 20/01/2020 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández –

En un mundo cada vez más interconectado, donde los dispositivos tecnológicos nos han achicado cada país, cada región y el mismo planeta y donde el poder está concentrado como antes jamás, de un modo que ni siquiera entrevieron los mayores déspotas de nuestra humana historia, es indudable que la heteronomía se ha ido asentando en la mayor parte de las acciones humanas.

El proceso de computarización forzosa a que somos sometidos y que cada vez más nos lleva, con ahínco, hacia presuntos paraísos cibernéticos, opera al mismo tiempo que la naturaleza se está haciendo pedazos delante nuestro en cada vez más lugares del planeta. En medio de tanta ignorancia e indiferencia… humana, precisamente.

Es tal el descaecimiento cultural y conceptual que algunos amigos de la naturaleza, a través por ejemplo de Paisajes Multifuncionales[1] nos revelan un “cambio de mentalidad” y un “cuidado ambiental” brindándonos la “novedad” de que los insectos polinizan las plantas.

Como lo oye. Un campesino viejo y analfabeto, siempre supo que los insectos polinizan y que sin ellos, no fructificaría buena parte del reino vegetal. Pero ahora hay una empresa que se dedica a hacernos conscientes de semejante realidad. El ejemplo expresa la penosa realidad de la crisis cultural en que la sociedad moderna, hipermoderna, nos ha situado. Comunidad Científica sabe de qué habla. Se han enterado que los monocultivos atrofian la polinización por el sencillo y crudo expediente de achicar la diversidad biológica del medio.

¿Habrá que hacer cursos y universitarios de larga duración, para saberlo? Algo que un par de ojos (y la consiguiente mirada, claro) han visto desde tiempo inmemorial.

Hay que integrar este tipo de retrocesos culturales en la suma algebraica de todo lo que la modernidad nos ha dado en tantos rubros y a la vez quitado en otros.

Mientras nos enteramos de la “novedad” de la polinización con insectos, pájaros y otros “transportistas” del polen, vale la pena recordar que, cuando los agrotóxicos estaban diezmando cada vez más la microfauna, un laboratorio de vanguardia en la apuesta química y transgénica a las producciones agrarias, Monsanto, ofreció –luego de reconocer tácitamente el abejicidio en marcha− drones para hacer la tarea de polinización. Un ejemplo de sofisticación tecnológica e idiotez intelectual en ingeniería y costos; pensemos nomás lo que cuesta el viaje de la abejas y el de los drones…

Hay un conflicto que parece tomar centralidad en esta cuestión de la vida, los alimentos, los cultivos y la escala de producción.

Desde que las elites de poder, primordialmente de EE.UU., han decidido el empleo de los alimentos como “armas de destrucción masiva”, para usar la acertada frase de Paul Nicholson,[2] la agroindustria ha ido ampliando sus ya enormes dimensiones. Junto con ese aumento de las unidades productivas, se puede observar el aumento consiguiente de la contaminación planetaria, cada vez, precisamente, más fuera de control.

Martin Cohen y  Frédéric Leroy[3] señalan la relación entre agroindustria y auge de la dieta vegana; un ascenso ideológico que parece indisolublemente unido a la expansión agrotóxica.

Y eso, pese a que hay muchos veganos totalmente empeñados en una producción a pequeña escala y tendencias autosustentables. ¿De qué modo entonces, la fiebre vegana se ha convertido en el aliado primordial de la agroindustria?

La opción vegana plantea, con aritmética razón, que salteando la alimentación animal, los vegetales producen diez veces más alimentos. La humanidad creciente, sobrepoblada, agradecida.

En lugar de aplicar 10 k. de maíz o soja para alimentar un cerdo o una vaca, con lo cual se podrá consumir un kilo de carne, es decir un décimo del peso de los vegetales que la “aprontaron” para el consumo humano, salteando al animal, entonces, tendríamos diez veces, aproximadamente, su producción en alimentos directamente para humanos.

Este cálculo es maná del cielo para los grandes productores agroindustriales. Existe una tendencia “que deja de lado a los productores pequeños y medianos en favor de la producción agropecuaria a escala industrial y un mercado de alimentos global en el que los alimentos se producen a partir de ingredientes baratos comprados en un mercado de commodities.”[4]

Cohen y Leroy asocian esta línea de acción con un mercado creciente de «carnes falsas» (falsos lácteos, falsos huevos) en EE.UU. y Europa, que a menudo se celebra por ayudar al auge del movimiento vegano.” Otro factor, entonces, que induce el avance de lo vegetal sobre lo animal.

La producción rural y granjera tradicional estaba, en rigor, al, servicio de una alimentación omnívora. Frutas y frutos de la tierra, claro, pero también huevos, miel, carne de los animales de granja.

La humanidad, por otra parte, siempre fue omnívora, con variaciones, a veces grandes variaciones regionales, pero los humanos nos hemos nutrido siempre omnívoramente. Como algunas especies mamíferas; osos, coatíes, cerdos, ratones, y otros animales como lagartos o pirañas, por ejemplo.

Pero el régimen actual de alimentación, crecientemente regulado desde las góndolas nos está llevando a un universo de productos sintéticos y ultraprocesados, cada vez más lejanos de los alimentos que la naturaleza nos proveyera desde tiempo inmemorial. Tiempo en el cual nuestros cuerpos se construyeron, a lo largo de milenios y tal vez cientos de miles de años.

Hace unos quince mil años se produjo una revolución alimentaria; del nomadismo a la sedentarización; de la recolección y la pesca a la agricultura y la cría de animales domésticos. Según algunos historiadores, perdimos altura; ganamos prolificidad. La pregunta es si esta actual “revolución alimentaria”, que nos azucara y engrasa la vida como nunca antes y que ahora nos provee de productos ultraprocesados en lugar de naturales, tendrá efectos beneficiosos o perjudiciales. Los datos sobre aumento casi incontrolado de cánceres, afecciones a la piel, alteraciones endócrinas, floración de mialgias y un largo, penoso etcétera, nos está denunciando que vamos por mal camino, pese a indudables avances del saber médico. Camino aquel muy redituable para los grandes pulpos alimentarios mundiales, tipo Nestlé (penosamente famoso por su genocidio africano en los ’60), Coca-cola (devenida de productor de agua azucarada estimulante a secuestradora de agua potable en países y regiones con escasez de agua, como la India), Unilever con su apuesta vegana, Monsanto-Bayer, campeones mundiales de la transgénesis y los monopolios consiguientes a costa de los campesinos… No me parece que tales emporios hagan algo bueno, para nosotros… los humanos cualquiera.[5]

La alimentación vegana es uno de los movimientos ideológicos más recientes y, tal vez precisamente por su corta edad, se caracteriza por un culto intenso y dogmático por parte de sus practicantes. Su postura “pro vida” esconde el hecho de su significado profundo en el concierto de la alimentación humana; borrar, por ejemplo, la idea de granja y consiguientemente la de una producción polivalente y a pequeña escala. Y más en general desechar o ignorar todo nuestro pasado humano, omnívoro.

Aunque sus cultores sean a menudo militantes empeñados en pequeñas parcelas de producción vegetal y se nieguen a atender  que el reclamo vegano encaja como un guante en la mano con la monoproducción agrícola a gran escala. Que postula ser la más barata, aunque para ese cálculo se deseche toda externalización de costos relacionados con la contaminación con agrotóxicos, por ejemplo, característica de la producción agroindustrial.

Porque, ¿cómo calcula la agroindustria los costos? Dijimos, externalizando. Las cuentas que ofrecen son del tipo: la hectárea monocultivada genera 3 toneladas, pongamos de maíz; la del agricultor tradicional a gatas produce 2 toneladas, tal vez una y media…

Ya Vandana Shiva explicó la falacia de ese razonamiento: el campesino en pequeña escala, en primer lugar cuida su tierra y espontáneamente, contamina menos. Pero además de las diferencias cualitativas, en ese predio –sigamos con la hectárea− produce al cabo del año una serie de cultivos cuya suma material, física, excede largamente las 3 toneladas que son orgullo del monocultivo: el campesino produce para el mercado o para el autoconsumo las verduras de estación, diversos frutales, el sustento para la cría de animales domésticos o silvestres, como cabras, ovejas o ranas… plantas medicinales y hasta flores, aclara Shiva. Todo ello, sumado a la producción que teníamos para comparar, maíz, alcanza volumen y peso muy superior al de la producción falsamente récor de la agroindustria.

Agroindustria que, por otra parte, aumenta la dependencia y estrecha los márgenes de ingresos para el trabajador rural, el campesino, el productor, que, encerrado en su línea de producción, carece de otras vías de subsistencia y resistencia. Ya sabemos que una extrema dependencia no conduce sino a la servidumbre.

Cohen y Leroy señalan a Unilever, tal vez la mayor empresa alimentaria del planeta, apostando fuertemente a alimentos vegetales ultraprocesados (aceites, almidones, proteínas) “ofreciendo cerca de 700 productos veganos en Europa”.

A esta altura no sabemos si el veganismo aprovecha la producción agroindustrial o si ésta, agente de la mayor contaminación planetaria (como la competencia con una serie de ramas industriales altamente contaminantes, es enorme, tal vez sea más prudente señalar que es una de las mayores contaminaciones planetarias) fogonea y utiliza el veganismo en su tarea de arrancar la producción de alimentos de las manos campesinas.

Pero tanto en uno como en otro caso, se trata de una producción con fuerte contenido  ideológico, no necesaria ni objetiva ni fatal. Que construye un mundo más lineal y homogéneo. Y consiguientemente más frágil. Y dependiente.

Basta pensar en una población que extraiga de una granja sus principales suministros y de una población que dependa de las góndolas. Que es el tipo de sociedad que estamos forjando, o mejor dicho que nos están construyendo proveedores cada vez más enormes, los que, luego de que “dejáramos de usar la caña”, se empeñan en darnos “el pescado, fritito y asado”, y cada vez más a menudo, algo que es fritito y asado, pero ni es pescado…

Si alguna prueba necesitábamos de la peligrosidad de las góndolas, del mundo servido en bandeja y con trabajo escondido, altamente automatizado, las estamos teniendo por doquier: la generación de alimentos mediante una agricultura basada en venenos; la contaminación de todo el mar océano planetario con los plásticos; la presencia cada vez más amenazadora de los incendios, antes en California, Portugal o Brasil, ahora en Australia…  

Hemos entrado, en los últimos meses en un frenesí de alarma por los microplásticos, que aparecen literalmente hasta en la sopa… Pero tenemos que saber que dichas partículas fueron denunciadas durante años sin mayores respuestas. Nuestro estado de conciencia no sigue al conocimiento sino a la veleidosa opinión mediática, configurada de acuerdo con los intereses del gran capital.

La peripecia australiana es muy significativa puesto que se trata de un estado atado a la producción carbonífera de la cual sus titulares, privilegiados en Australia con su poder industrial, no se quieren retirar.[6]

Argentina tiene el triste privilegio de haber sido, junto con EE.UU., los únicos estados produciendo transgénicos en el s XX: y ese período (ya de un cuarto de siglo) ha ido permitiendo verificar a investigadores dispuestos a romper con el discurso oficial y dominante, como la Red de Médicos de Pueblos Fumigados y otros resistentes[7] que el avance de cánceres en zonas por ejemplo sojeras es innegable y que, por ejemplo, la celiaquía se ha extendido como nunca antes; varios investigadores asocian esta frecuencia con el glifosato; el herbicida estrella de los cultivos transgénicos.[8]

Habría que rastrear los motivos del aumento desproporcionado de escuelas diferenciales para niños “con capacidades diferentes”, por ejemplo en la provincia argentina de Misiones, porque hay muchos indicios de alteraciones del sistema nervioso  y de todos nuestros cuerpos, como lo expone la sobrecogedora muestra fotográfica de Pablo Piovano.[9]

La mesa está servida. Pero con la guerra en el plato.

notas:

[1]  Lucía Gandolfi, Comunidad Científica, 12 dic. 2019.

[2]  En el cambio de siglo secretario de la Vía Campesina (internacional rural enfrentada al campesinicidio en marcha).

[3]  “Veganos en guerra. El lado oscuro de los alimentos a base de plantas”, lanacion.com, 4 ene 2020.

[4]  Cohen y Leroy, ob. cit.

[5]  Excelente semblanza la de Ignacio Conde en “Comida replicante”, Convivir, no. 289, Buenos Aires, mayo 2018.

[6]  Jerome Small, “Las ganancias en Australia conducen al apocalipsis”, Socialist Alternative.

[7]  Darìo Gianfelici, “El impacto del monocultivo de soja y los agroquímicos sobre la salud”, futuros, no.12, Río de la Plata, primavera 2008; Hugo Gómez Demaio, “Agrotóxicos: niños con retraso mental grave y malformaciones”, futuros, no. 13, Río de la Plata, verano 2009/2010.

[8]  Samsel, A. y Seneff, S, cit. p. Heyes, J. D., “Peligros y daños causado por el glifosato”.

[9]  Exposición fotográfica “La agricultura a base de venenos”, Buenos Aires, 2014.

Publicado en Agronecrófilos, Centro / periferia, Cultura dominante, Destrozando el sentido común, Globocolonización, Nuestro planeta, Nuestros alimentos, Poder mundializado, Sociedad e ideología

“Salvar al planeta o salvar a los seres humanos” Una disyuntiva errada presentada por Pablo Hernández Parra

Publicada el 26/12/2019 - 07/01/2020 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández – 

”Los problemas complejos tienen soluciones erróneas que son sencillas y fáciles de comprender.” Ley de Murphy.

Pese a que todos conocemos el humor de las famosas “leyes de Murphy”, hay que reconocerles algo muy serio; en este caso, evitar caer en el maniqueísmo de dos posiciones únicas.

O algo peor: llegar a la presunta solución de un problema mediante otro, en rigor mediante el recurso de quitarle problematicidad a uno concentrando el asunto en otro.

Es indudable que Pablo Hernández Parra, en adelante PHP, aborda dos cuestiones tremendas y con las derivaciones correspondientes, más ominosas todavía.

Hay una contaminación planetaria que está atentando contra nuestra propia vida y la vida en general en el planeta y de la cual, las sociedades humanas sobre todo las que más han contribuido a esta calamidad, están adquiriendo, tarde y mal, conciencia (incorporo a esta nota, con mínimos ajustes de léxico, un comentario que ya le había formulado al mismo PHP con motivo de otra nota suya criticando, con razón, cierto profetismo ecologista, que envié entonces a una publicación abierta, postaportenia, anteponiendo aquí la fecha de ese texto).

14 OCT. 2019 – Aunque yo no soy amigo suyo ni defensor del cambio climático, me permito señalar ciertas falencias a su comentario.

Muy bien elegidas las profecías. Todas equivocadas, como era de esperar. ¿Es que cuando alguien es tan necio como para “establecer” una presunta realidad futura, y le pone fecha, puede acaso acertar?

La idea de lo profético, entrañable a toda religión, se casa poco y mal con nuestro concepto, humano, de temporalidad. Algo más racional y menos místico.

El positivismo y el marxismo mezclaron las cartas, pretendiendo conocer “científicamente” lo futuro. Lucubraron planes “racionales” para ese futuro. Trataron de fundamentarlos filosóficamente.

Pero luego del revolcón sufrido por el socialismo, el científico; el colapso soviético,  precisamente, parece difícil pretender seguir conociendo y preestableciendo lo que vendrá.

Lo que hay que evitar −algo que no veo en Hernández Parra− es negar una cuestión porque ha sido mal vista una y cien veces.

Todo profetismo histórico, climático e incluso ramplonamente personal es no solo falso, sino insensato.

Es decir, volviendo a términos de temporalidad, lo futuro es incognoscible. Por eso es estúpido o necio hablar de “el” futuro.

El pasado, en cambio, es, irreversiblemente, único. Solo que no es tan fácil de conocer como estar seguro de qué existió. Es tan arduo conocerlo, que nunca terminamos de saber qué es lo que existió. Pero esto es un problema del conocer, no del ser.

Y el presente, siempre fugaz, siempre deviniendo pasado, es lo suficientemente complejo como para que nunca terminemos de adueñarnos de él.

Podemos a gatas conocer el pasado. Y más a gatas, todavía, nuestro presente.

Y en estas condiciones, entiendo podemos hablar de cierto conocimiento: la fauna del planeta, salvo la estrechamente  conectada con la especie humana, como cerdos, vacas, ovejas, cabras, gatos, perros, cucarachas, ratas, está siendo exterminada.

Lo mismo pasa con la flora planetaria; salvo trigo, soja, arroz, eucaliptos y algunas pocas especies también vinculadas con la actividad humana, el tan diverso mundo vegetal, está siendo masivamente raleado, exterminado.

El agua planetaria está siendo progresivamente contaminada. Están los filtros purificadores de carbono, pero para el 5% de la población privilegiada, o tal vez apenas para el 5 o/oo…

Estamos ingiriendo plásticos, sin precedentes en nuestros tubos digestivos, ni en los de todas las especies que están ingiriendo lo mismo, particularmente las marinas que lo están haciendo cotidiana y permanentemente (en tierra, ingerimos partículas plásticas a menudo en la comida, pero no siempre; mediante la ingestión aérea, estamos “adquiriendo” plásticos más permanentemente, aunque tal vez ni siquiera así tanto como lo que “brinda” hoy el mar…).

Estamos desequilibrando el planeta como nunca antes. Toda sobrepoblación biológica “lograba”, dentro de la naturaleza, el correspondiente mazazo biológico, para perder población. La especie humana ha aprendido a defenderse, de hambrunas, de enfermedades, de guerras, y aumentar su tamaño cada vez más ininterrumpidamente, cada vez abarcando más territorio, más biota, más circuitos de recuperación y renovación.

Pero ¿cómo ensamblar un crecimiento indefinido y progresivo con un hábitat limitado (el planeta Tierra)?

No lo veo. Y eso me parece problemático. Y algunos gritos ecológicos, no necesariamente los más estúpidos, provienen de ese estado de situación.

También es cierto que la especie humana ha invadido casi toda la biosfera, la ha contaminado y la ha reducido haciendo cada vez más certera la advertencia del cacique suwamish, Seattle (que en realidad no fue sólo de él, en 1855, sino también de quien le actualizó la filípica, un ecologista estadounidense del s XX): “¿Qué será del hombre sin los animales? Si todos los animales desaparecieran, el hombre  moriría  de  una  gran  soledad  espiritual,  porque  cualquier  cosa  que  le  pase  a  los animales también le pasa al hombre. Todas las cosas están relacionadas. Todo lo que hiere a la  tierra,  herirá  también  a  los  hijos  de  la  tierra.” 

Pero este estado de cosas, apenas esbozado, porque se trata de muchos factores críticos; el aumento del CO2, el destrozo del ozono estratosférico, las plastificación de los mares, la destrucción de la biodiversidad, no le otorga ningún derecho a las élites planetarias; el Grupo Bliderberg, la Reserva Federal (de EE.UU.), la OTAN, el foro de Davos, la Casa Blanca, la City de Londres, el Pentágono, o alguna otra más o menos secreta red de grandes corporaciones, a resolver nada, puesto que son los principales causantes de este progresivo deterioro planetario, como bien apunta PHP.

Es inadmisible que los principales causantes de la crisis planetaria quieran disponer de las políticas para enfrentarla y solucionar lo solucionable; conociendo sus rasgos –los de los poderosos del planeta– nos consta que, como afirma  PHP, descargarán en “el resto de la humanidad” el sacrificio y la muerte para viabilizar una solución a escala para ellos. como la minoría privilegiada de siempre.

Pero una atroz política promovida por estos think tanks, no significa que no exista el problema que estos privilegiados visualizan. O que no haya que encararlo políticamente. O pretender que ni siquiera existe puesto que quienes lo muestran son los grandes y atroces privilegiados de la humanidad y el planeta. O que se trate de un “fraude del cambio climático […] de falsa bandera”. 

O antojadizamente atribuir, como hace PHP a algunos investigadores “formas de solución” de la cuestión demográfica que al menos esos autores no plantean como tales. MPM atribuye a  Corel Bradshaw y Barry Brook considerar “el impacto de guerras mundiales y pandemias globales que acaben con la vida de 6 mil millones de personas, como posibles métodos de lucha contra la superpoblación que amenaza el medio ambiente”, cuando lo que afirman los mencionados es que ni siquiera tales cataclismos llevarían a la población humana a reducciones demográficas significativas, y en ningún momento lo sugieren como método “de reducción”.[1]

Esta problemática sobreviene con la modernidad, solo que al principio nadie la imaginó. La modernidad se afirmó como un optimismo tecnológico, porque un desarrollo progresivamente acelerado otorgó una serie de ventajas y comodidades  jamás conocidas antes por la humanidad, y a nadie le dio por estimar entonces la suma algebraica de lo que se ganaba y se perdía.

Mejor  dicho, nadie entre los cultores gananciosos del nuevo rumbo, porque muchos humanos de las sociedades tradicionales “atrasadas” percibieron una problematicidad.

Hubo tenaz resistencia. Por ejemplo, ante un crecimiento de la miseria humana con las nuevas maquinarias del industrialismo moderno, los ludditas ensayaron una fuerte crítica y una resistencia, bien material, por cierto. No se negaban a todas las máquinas como reza el pensamiento dominante, sino a aquellas que destrozaban sus formas de vida social. Ahogada a sangre y fuego por el capitalismo abriéndose paso.

Y antes, aun, con el proceso cruento de la conquista y la colonización europea de territorios habitados por sociedades como las africanas y las americanas, hubo también procesos de resistencia. Guerra de guerrillas. A muerte. Porque el nuevo mundo industrial, occidental, venía con ella, precisamente, con la muerte bajo el brazo, para rehacer “un nuevo mundo”.

Sus armas fueron, las “máquinas de matar”, por cierto, las que usaron indiscriminadamente en la América del Norte, por ejemplo, para acabar con nativos y búfalos. Pero también el desarrollo tecnocientífico “pacífico”, la Biblia y un cambio de mirada. En lugar de la vieja mirada panteísta hacia la Madre Naturaleza, por ejemplo, la mirada hacia lo muy pequeño y lo muy grande, valido de bastones visuales; el telescopio y el microscopio (ambos forjados en el s. XVII). El hombre moderno llegará ver un mundo hasta entonces radicalmente desconocido. Lo cual es indudablemente un  avance, un adelanto, una ventaja de la modernidad ante todo el ensamble tradicional.

Salvo en un sentido: que el hombre moderno, el de la mirada micro- y telescópica, perdió la mirada, llamemos tradicional. Una mirada que sabía ver interrelaciones.

Porque de modo insensible dejaron de ver seres vivos, con la carga emocional y de empatía que a ello le es inherente, y empezaron a ver dimensiones físicas, manifestaciones químicas. Confiado cada vez más en su acrecentado instrumental, el hombre moderno confió en esas miradas para examinar el mundo, el universo y su propia huella. El epítome de esta actitud es la de René Descartes preguntándose si el animal es una máquina, y concluyendo categóricamente, que sí.

En lugar de una suerte de panteísmo viendo vida en todas partes, la mirada occidental moderna se hizo inerte, y ajena al mundo observado. Empezó a ver componentes físicos y químicos y a actuar sobre ellos. De allí, estamos a un paso de la contaminación planetaria. Este último giro de mi frase es excesivo: ya estamos en plena contaminación.

Un ejemplo histórico, ilustrativo. Cuando las compañías fabricantes de plaguicidas, en la década del ’60, habían ya asentado sus reales en todo Occidente, en pleno proceso de agroindustrialización, les faltaba, empero, mundializar “la demanda”. La India tenía entonces unos 500 millones de campesinos… tradicionales. Allá fueron los equipos de venta de tales laboratorios, y luego los think tanks, sorprendidos, para ver de perforar la caparazón cultural de ese campesinado retardatario… que se negaba a usar venenos contra sabandijas. Arguían que los bichitos también tenìan derechos. Y que ya estaba más o menos establecido, que se llevaban un 10% de las cosechas.

Los vendedores trataban de convencerlos, tramposamente, de quedarse con ese 10% para mejorar ganancias. Tramposamente, porque los venenos ofrecidos iban a costar algo, tal vez más que ese mismo 10% plus… Con el diario del lunes podemos afirmar que los campesinos indios analfabetos eran sabios y los vendedores transnacionales estúpidos, necios y miopes.

El desarrollo tecnocientífico

La modernización, entonces, trasmutó el desarrollo tecnocientífico con una escala de valores que no es en absoluto objetiva, aunque prefiera verse a sí misma como tal; laica, ecuánime, racional, científica: el optimismo tecnológico.

Y es gracias a este proceso de modernización, occidental, que hemos desencadenado un proceso monstruoso y metastásico de contaminación planetaria.

Con el cual, ahora llegamos a un estado de imposible ignorancia.

Los ojos de la soberbia fáustica fueron los ojos ciegos que creían ver tanto. Que efectivamente vieron tanto de lo que no se conocía antes, pero  no vieron  algunas relaciones entre las cosas de la naturaleza que sí se conocía… y se olvidaron.

Durante un par de siglos, por lo menos, avanzamos arrasando tradiciones, creencias (las más de ellas, es cierto, falsas). El hombre de la modernidad, fundamentalmente varón, blanco, europeo,  arrasó formas de vida y, dentro de la especie, vidas concretas de, sobre todo, varones no blancos no europeos.

Mejoras casi fortuitas, como la higiene aplicada a la salud y la enfermedad, permitió un crecimiento vegetativo sin precedentes y consiguientemente un aumento formidable de población, de modo totalmente imprevisto.

Mediante la soberbia occidental y su ignorancia supina (y el racismo, que ha acompañado como su sombra a la occidentalización del mundo), hemos introducido en la biosfera planetaria una crisis sin precedentes. El mar océano, planetario, está totalmente contaminado. Las grandes embarcaciones “recuperadoras” que el ambientalismo tardío y remendón encara,  operan a un nivel absolutamente ineficiente, porque el daño está más “adentro” de una mancillada naturaleza.

Pero a PHP esta cuestión le parece ajena por completo, concentrado en denunciar ‘los planes políticos del imperialismo’. Su optimismo tecnológico lo lleva a denunciar a la burocracia de la ONU con un argumento peculiar: “Uno de cada 20 habitantes del planeta debe ser echado al mar […]  en el momento que la producción de bienes materiales esenciales para la vida y la prestación de servicios a todos los habitantes del mundo supera con creces las necesidades de los 7500 millones de habitantes de este planeta.” [2]

PHP nos está presentando la producción actual como si se tratara del mejor de los mundos. Como si “la prestación de servicios a todos los habitantes del mundo” se hiciera sin daño ni contaminación; como si el sistema de poder de las transnacionales en el mundo al cual predan dañando a los oscuros del planeta y beneficiando con consumos rumbosos a minorías, fuera un proceso normal, ecuánime. Todo el acero crítico que pone PHP para hablar de Trump o la ONU, lo abandona para tragarse el cuento del desarrollo económico que proviene de ese mismo sitio.

La especie y nosotros, sus individualidades conscientes, está cada vez más incapacitada para medir sus propios pasos. Quienes están a cargo de las verdades oficiales del calentamiento global, por ejemplo, advierten que somos demasiados. Muchos datos abonan esa hipótesis, aunque PHP se escandalice.

Sabemos que hay una sociedad, al menos, la china, que encara el control vegetativo. Y China no es ni la red de los privilegiados, asentados en Manhattan, San Francisco, Londres o Montreal, ni tampoco la población de las urbes megalopolizadas, despojadas, arrasadas, de Dacca, Manila, Djakarta, Sao Paulo, Lagos, Calcuta o Mumbai.

Alguna forma de control, autorregulación poblacional, deberemos encarar. Desde abajo hacia arriba, desde afuera hacia adentro. 

Si no encaramos políticas con nuestras conciencias, magras conciencias… lo harán los poderosos por nosotros… o el calentamiento global, sin avisar y pese a negacionistas contumaces, empeñados en ver solo un ardid de los poderosos en la cuestión.

notas:

[1] “Human population reduction is not a quick fix for environmental problems”, https://www.pnas.org/content/111/46/16610.short, 18 nov. 2014. El hecho que este abordaje de universitarios australianos haya sido publicado por el más oficialista canal en EE.UU., da pie a la suspicacia de MPM. Pero hay que atenerse a los hechos para establecer causales.

[2] Pablo Hernández Parra, “2020: el verdadero dilema de la humanidad. Salvar al planeta o salvar a los seres humanos / 1”, 19 jul.2019, < http://infoposta.com.ar/notas/10663/2020-el-verdadero-dilema-de-la-humanidad-salvar-al-planeta-o-salvar-a-los-seres-humanos/>

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UPM decide, Uruguay acata

Publicada el 30/07/2019 - 30/07/2019 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández –

El 24 de julio en el programa En perspectiva se emitió la entrevista que el periodista Emiliano Cotelo le hizo al director principal de la OPP, contador Álvaro García.

Cotelo inicia su entrevista con el anuncio de la decisión de UPM de operar en el país.

Esto es de por sí peculiar porque tratándose de un acuerdo o convenio entre dos partes, llama la atención que veamos la decisión de una sola parte. Decisión que tomara UPM cuando lo consideró oportuno y conveniente. En rigor, no se concretó un acuerdo (p. ej., de inversiones) sino que el paisito ya estaba a disposición y UPM decide entonces hoy, 24 julio 2019, iniciar su acción sobre ese “objeto de deseo” que es en este momento, Uruguay.

El vicepresidente local de UPM, reproducido en el programa de Cotelo, nos dice que “éste es el día en que hemos decidido compartir (con ustedes) la noticia de esta nueva inversión”.

Cotelo, presentándose como transmisor de datos y no de opiniones, nos habla de un incremento esperado del 2% en el PBI y de otro, del 12% en las exportaciones. Llama la atención la invocación a los números, que indudablemente gozan de buena prensa. Cualquier análisis no debería quedarse con los números desnudos, presentados tan positivamente: porque el aumento de PBI no garantiza aumento de calidad de vida y puede incluso, reflejar su contrario (p. ej., si se contamina más o si aumenta la población carcelaria, el PBI aumenta). Y el valor de las exportaciones es muy distiinto si se trata de exportaciones del país o de una zona franca que, instalada en el territorio, retiene para sus propietarios los beneficios, si no la totalidad al menos gran parte. Por eso es tan impropio hablar de exportaciones uruguayas cuando salen desde sus zonas francas.

Hay que entender que las “zonas francas” reviven las clásicas “economías de enclave” que el colonialismo llevó a cabo en los albores de la “modernidad” apropiándose de los recursos de tantas zonas convertidas en colonias. Las zonas francas no son un recurso de progreso ni de independencia  nacional, sino apenas una solución económica para el capitalismo  transnacional que no quiere costear en la periferia planetaria los derechos que la democracia ha reconocido a las poblaciones metropolitanas.

Cotelo, asumiendo el papel de emisario de buenas noticias nos alienta con “los 6000 empleos” que UPM promete desplegar en el periodo de construcción.  Lo que no se nos dice es lo que significa como trastorno ocupacional y económico  dicha construcción basada en “trabajadores golondrinas”: es muy significativo que la primera noticia del mercado laboral tras la de los 6000 puestos de trabajo haya sido las expectativas de albergues y sitios de prostitución y bebidas alcohólicas en la zona de asentamiento, concretamente en Pueblo Centenario (que cuenta apenas con unos 1500 habitantes)…

El director  de la OPP expresa que esta decisión de UPM genera “consecuencias muy positivas”. Algo que está por verse puesto que se refiere a algo por venir. Él puede estar seguro, otros podemos disentir, pero en todo caso, todavía es pura especulación…. se refiere a consecuencias a futuro; una ligera trampa de lenguaje; en castellano para hablar de lo futuro corresponde: expectativas.

Entre los varios aspectos abordados en la entrevista, García señala la importancia de pasar de un ferrocarril del s XIX a uno del s XXI. Es realista en la descripción de nuestra realidad ferroviaria; queda por ver si semejante salto se hará sin daño. Por lo pronto, las cifras que dio García son sorprendentemente altas. El habla de un costo para el estado uruguayo de 2200 millones de dólares, cuando en instancias previas el gobierno había anunciado unos 1000 millones…

Pero hay algo todavía más grave. El ferrocarril en danza, que García toma –a futuro− como uruguayo (al darle ilación entre el siglo XIX y XXI), es un tren puramente finlandés. No sólo por las exoneraciones fiscales que brinda el Uruguay sino porque lo trae la empresa finlandesa y lo emplazará en ese trayecto de unos 300 km con solo dos sitios de conexión: en Pueblo Centenario, junto a la planta y en el puerto de Montevideo, en la Aguada, en la terminal de embarque. El camino es pura vía, sin conexiones (algo que puede llegar a ser problemático en caso de accidente). Pero que muestra acabadamente la finalidad del tren, exclusivo para la celulosera; transporte de troncos y celulosa y de ingredientes quimicos que la empresa  vaya proveyendo a su procesadora.

Cotelo, siguiendo el trabajo de un colega, Nelson Fernández, hace un recorrido por los distiintos gobiernos de las últimas décadas, de los tres partidos principales, y ve cómo, comenzando con las leyes de zonas francas y la de incentivo forestal del gobierno colorado de Sanguinetti en los ’80 (posdictadura), todos los gobiernos de los últimos 30 años largos han ido adaptando el país a las necesidades de  la transnacionalización del capital y las inversiones, achicando o abandonando un desarrollo endógeno en aras de otro exógeno.

Pérez lo ratifica con orgullo aclarando que ahora la matriz productiva del pais ha variado para devenir territorio forestal, es decir para adaptarse a los planes de empresas transnacionales. El ordenamiento territorial ya había sido usado para diversos emprendimientos trasnacionales, como otras pasteras o la empresa minera  Zamin Ferrous, en Aratirí, que finalmente no hizo su negocio a costa del suelo uruguayo por una cuestión de rentabilidad en el mercado internacional, que si hubiera prosperado habria contado con el aval de un dirigente como el entonces presidente José Mujica que no tuvo empacho para sostener que asi como el país había sido ganadero durante dos siglos, bien podía ahora devenir minero. Como si el cambio de matrices productivas fuera  de la misma envergadura que un cambio de camisas.

Lo que el técnico Álvaro García no dice es que con el desarrollo agroindustrial (que no es solo forestal sino también de soja transgénica, por ejemplo), el país ha perdido –se fue por el caño del tecnodesarrrollo− una de las riquezas naturales principales, el agua,[1] convirtiéndose, ya todo el territorio en “feliz poseedor” de agua contaminada.

“La razón es que una negociación con las complica… complicidades [sic] que tiene y la cantidad de aspectos que tiene no es posible realizarla de manera pública… creo que es algo evidente.  Cualquier información pública es extremadamente delicada porque mueve los precios de las acciones […]. El tema de la confidencialidad  es algo absolutamente normal en este tipo de cosas.”.

Una vez más se destaca el aporte de Freud sobre las trampas del inconsciente en los lapsus, aquí con un agravante, porque García empezó refiriéndose a algo que podría haber sido “complicaciones” pero se enmendó a sí mismo diciendo complicidades.

No tenemos más remedio que asociar este traspié idiomático con otro, bastante más largo, del convenio ROU-UPM, puesto a luz por el catedrático Eduardo Lutz, en el cual el texto aclara que nadie en este convenio ha recibido sobornos, prebendas, viajes, hospedajes  o comidas de la empresa, ni ninguna otra forma de pago bajo cuerda. El texto es cargosamente taxativo y uno se pregunta el motivo de semejante “aclaración”. Es evidente que no hubo coimas , eso está claro. Pero ¿por qué tanta autodefensa por adelantado? Alguien, canchero, podrá alegar; porque conocemos a los criticones.

Pero yo abono otra hipótesis: la entrega, las concesiones son tantas, “la agachada” gubernamental es tan ostensible (y combinada de varios gobiernos, y vemos que no solo frenteamplistas sino de los tres partidos mayores), que hay que explicar que no ha sido “por interés personal”, pecuniario o similar.

Y no hay duda. Lo que hay es una feroz coincidencia ideológica. Porque los reaccionarios, por seguidismo geopolitico al eje globalizador, aceptan estos entreguismos como “el precio del progreso” y los progresistas, legión dentro del FAEPNM, porque sacralizan el tecnoprogreso, con lo cual terminan hermanados en el proyecto social con los reaccionarios más modernosos.

La cuestión es si tenemos el coraje, el tesón para promover crecimientos de nuestra sociedad, endógenos, o si sólo nos adaptamos a la mirada ajena y a sus necesidades y “alquilando”, a precio de remate, el territorio para sus ensayos, proyectos y realizaciones. Ejemplos como el de British Petroleum en el golfo de México o la Texaco en la Amazonia ecuatoriana o el desastre pesquero en Chiloé provocado por la angurria noruega que, con los mismos rubros de producción en su propio país, cuidaron bastante más, o mejor dicho descuidaron algo menos el hábitat que el devastado territorio chileno en su isla principal, deberían funcionar como advertencia de lo que suele suceder con tales maridajes.

Basta recordar la “doctrina” Larry Summers, que con justicia ha esgrimido César Vega, para entender la “racionalidad” primermundiana.[2] Algunos tecnócratas del Tercer Mundo hacen propia la estrategia del centro planetario, no a causa de sobornos sino aceptando cobrar las migajas que el centro económico dinamizador ofrece porque temen que si no aceptamos eso, caeremos en alguna noche medieval…

Revelando que ésa es la apuesta, García, con orgullo que en realidad es estulticia, aclara: “Uruguay no discrimina por empresario nacional o extranjero. Sí hay una diferencia en cuanto al volumen de la inversión… y a la necesidad de poner beneficio.” [sic].

García da por bueno apostar a las economías de escala. Por eso este gobierno, como los anteriores, ha apostado a la agroindustria y a los commodities, y no a la producción de specialities. Algo que sería mucho más acorde con nuestras dimensiones. Porque jugar en la cancha de los grandes números, podría tener sentido (si es que lo tiene) para estados como Brasil, Australia, Canadá, Rusia, con muchos millones de km2 pero se convierte en economía insensata para estados de dimensiones pequeñas, más fácilmente contaminables, inundables, alterables y básicamente limitados por sus dimensiones.

Y con otro agravante: la gran escala es la causa principal de contaminación. De maltrato al planeta (y eso le cabe también a los estados con millones de km2).

Y por último, un aspecto  estratégico: cuando el mercado europeo está absorbiendo cada vez más specialities, porque ha advertido la baja calidad alimentaria (y mucho peor, la toxicidad) de los commodities, y el Uruguay podría haber sido un vergel dada nuestra irrigacion natural, quienes invierten en Uruguay, nos han llevado a la modernidad tecnológica cada vez más en entredicho…

¿Cómo enfrenta García los reparos y críticas de orden ambiental al proyecto que tanto impulsa’: “El Uruguay tiene una institucionalidad muy fuerte en este tema.”

Es una afirmación que acaricia los oídos institucionales del área, que resulta tristemente falsa, por no decir desfachatada.

El país tiene, en la realidad  un pésimo nivel de conciencia ecológica. Vivimos alegremente en un mundo plastificado, cuando ya es vox populi el daño, inmenso, que provoca sus residuos, ante los cuales Uruguay ha sido uno de los últmos estados en encarar una política de limitación a su uso. Una limitación muy limitada –y no es un juego de palabras−, puesto que su uso está extendidísimo. Baste recordar que Uruguay llegó a apostar, siguiendo las pautas de las empresas transnacionales, a quedarse sin vidrio, sin industria del vidrio, que en Uruguay tenía un desarrollo apreciable, y que es ambiental y sanitariamente mucho más confiable.

La institucionalidad ambiental que proclama García no nos ha permitido evitar la contaminación de nuestras aguas, fundamentalmente por la agroindustria. Aun peor: los organismos reguladores de lo ambiental han ensayado permanentemente disculpas y negaciones al estado de contaminación. Tampoco nos permitió resguardarnos de una plombemia generalizada (y habría que examinar su huella social; una cuenta pendiente).

“La Iniciativa del Río Negro prevé todo esto. Y atender de manera integral el estado de las aguas del Rio Negro. En la mirada de desarrollo sostenible que veníamos hablando, y en esa mirada de desarrollo sostenible también UPM de Finlandia. […]. Porque los países nórdicos, en cualquier ranking mundial están en el Top 4 de desarrollo sostenible en el mundo.”

Con el ranking nórdico ambiental García nos quiere tranquilizar. Ignorando vergonzosas situaciones como la ya mencionada del cultivo de salmón noruego en Chile.

Respecto de la “dilución de los vertidos”, García habla de asegurarse un caudal suficiente para hacer aceptable esa dilución, pero se apresura a aclarar que casi casi ni va a hacer falta atender ese aspecto, porque la dilución apenas  va a existir puesto que los nórdicos trabajan con normas de muy alta calidad ambiental.

‘La confianza mata al hombre y contamina al crédulo’. Que me disculpe García con su infantil dependencia.

Por cierto, ni una palabra por el cambio en el texto del acuerdo ROU-UPM, que en lugar de respetar el texto principal, se corrigió siguiendo el texto secundario que perjudica, oh casualidad, al Uruguay  (en un pasaje con traducción defectuosa que otorgaba 0,5 o 0,05 de canon, causando una diferencia de varios millones de dólares anuales).

García (Cotelo tampoco) no habló de lo principal: ¿Qué se llevan del Uruguay, qué usan del Uruguay? Agua. Que no pagan. Eso se llama en economia “externalización de costos”.

No pagan el agua. Y la contaminan.  Por lo tanto, tampoco pagan la salud que el país y sus habitantes, humanos y seres vivos en general, perdemos.

De eso, de lo decisivo, apenas se habla.◊

[1]  Uruguay ha sido tradicionalmente uno de los países con mayor porcentaje de tierras cultivables del mundo entero. Entre 80 y 90 %. Un dato valioso, lógicamente, hablando de agua potable, no contaminada.

[2]  Larry Summers, un apparatchik de la red de dominio del eje principal del poder global (EE.UU., Israel, Reino Unido) tuvo diversos cargos claves; director del Banco Mundial, secretario del Tesoro de EE.UU., director del Consejo Nacional de Economía de EE.UU. Muy racionalmente, estimó la conveniencia de llevar las industrias contaminantes del Primero al Tercer Mundo puesto que causarían mucho menos daño allí sobre una población ya devastada por la pobreza, con escasos ancianos, mientras que esas mismas industrias, contaminantes, causan estragos en el Primer Mundo con una población de adultos mayores mucho más numerosa, que son el blanco mayoritario de las enfermedades de largo plazo, como los cánceres, causadas primordialmente por dicha contaminación.

Publicado en Centro / periferia, Globocolonización, Nuestro planeta, Uruguay

La peste plástica está tomando nuestros órganos

Publicada el 17/06/2019 - 25/06/2019 por ulises

Por Luis E. Sabini Fernández.

Monsanto… hasta de sus últimas sílabas se podría extraer una filosofía de la inversión de la verdad, de que todo resulta opuesto a lo proclamado…

Monsanto es el agente clave para la expansión de la agrondustria que le ha signficado a la humanidad, el campesinicidio más generalizado (lo cual en cifras no tiene parangón con ningún otro trastorno demográfico y ocupacional en la historia humana; baste pensar que hace un siglo las sociedades podían tener un 75% o un 90% de población dedicada a tareas rurales y hoy se estima en 2%, 4%, 10% la población “dedicada al campo” en la inmensa mayoría de los estados del orbe).

Esa “extirpación” del campesinado no es el mero avance de la humanidad; no es el canto al progreso-siempre-mejor que nos insuflan desde los centros de poder; es una suma algebraica de avances y retrocesos de los cuales la historia oficial solo nos muestra, siempre, “los avances”.

Hay un formidable avance en los medios de comunicación y en los de transporte, pero también una pérdida de experiencia y conocmiento para tratar a la naturaleza, por ejemplo.

Pero Monsanto dista mucho de haber sido –y seguir siendo− únicamente  el pivlote de la “La Revolución Verde”, la agroindustria y la contaminación de los campos.

Durante la guerra que EE.UU. desencadenó para imponer la democracia en Vietnam  (y que tras 14 años tuviera que abandonar), por métodos, no precisa-mente  muy democráticos, el papel de Monsanto fue protagónico: proveedor, aunque no exclusivo, de Agente Naranja; el agrotóxico que la aviación de EE.UU. diseminó masivamente en los campos vietnamitas para  “quitar el agua al pez”.[1]

Pero las contribuciones monsantianas vienen de tiempo atrás. Fundada en 1901 para elaborar productos químicos inicialmente dedicados a sustituir alimentos naturales,  −los cada vez más conocidos y difundidos aditivos alimentarios−  como, por ejemplo, vainilina para cortar la dependencia culinaria hacia las islas Célebes de donde se la extraía tradicionalmente.

Tal comienzo debía haber abierto los ojos de los contemporaáneos. La sacarina, uno de los primeros producos de Monsanto, de la primera década del s.XX, ha sido desechada por tóxica. Con su extremo dulzor con dejo amargo.

Con el paso del tiempo, su capacidad de incidir en el “desarrollo tecnológico” se fue ampliando y la consiguiente toxicidad de su producción también. Desde la década del ’20 produce PCBs, los temidos polibifenilclorados que luego de décadas de uso “inocente”, o más bien impune, se iban a revelar con una altísma toxicidad generando innumerables cánceres infantiles.

 En la década del ’30, significativa y sintomáticamente Monsanto se convierte en productor de primera línea de otro gran triunfo de la modernidad ciega y soberbia, derrochando venenos en el planeta, expandiendo el uso de los termoplásticos, encontrándose así en los puestos de “vanguardia” para el envenenamiento planetario.  Estos plásticos, como los anteriores (rígidos) tenían un rasgo que debía haber hecho reflexionar un tanto: eran materiales no biodegradables. El idioma humano no tenía siquiera una palabra para enunciar semejante realidad. Hasta los “logros” de la petroquímica, nuestros materiales, nuestros objetos, eran naturaleza. Y por lo tanto, a la corta o a la larga, “volvían” a ella; una suerte de reciclado (a veces muy complejo, pero siempre total). Pero con los plásticos se rompen los ciclos naturales (para no mencionar los bióticos, ahora amenazados). La naturaleza no puede reabsorber, reasimilar productos engendrados de tal modo que han perdido todo parentesco con el mundo natural.

Lo que podía haber sido una advertencia sobre un camino ominoso fue en cambio muy bien recibido para abaratar costos, mejor dicho para abaratar los costos del capital. Que prefiere productos baratos en lugar de buenos. Una cuestión de rentabilidad, pero empresaria, no social, aunque todos sus argumentos se basan en que se trataría de rentabilidades de la sociedad.

Con el horizonte de una guerra inminente y el recuerdo de la anterior con sus peripecias en las trincheras, los soldados asolados por chinches y piojos, investigadores se dedicaron a pergeniar insecticidas. Así Monsanto trajo al mercado el DDT (descubierto por un técnico suizo alemán en 1939), una solución radical a las vicisitudes provocadas por insectos. Sin embargo, la guerra que se desata en 1939 no tendrá trincheras;  la aviación y los bombardeos cambiarán el panorama y la estructura de las guerras, y los insecticidas quedarán arrumbados. Por eso, en la posguerra, los laboratorios buscarán empecinadamente nuevos usos a sus investigaciones y aplicaciones  y empezará así la aplicación de insecticidas a la agricultura. Será el momento del combate químico a “las plagas”. Que hasta entonces se atendían y enfrentaban mediante usos físicos o biológicos. Así llegaremos a la Revolución Verde.

Monsanto resultó, una vez más, pieza clave, pivot del Ministerio de Agricultura de EE.UU. (USDA) cuando en los ’90 el gobierno norteamericano decide un plan alimentario mundial, “basado en las pampas argentinas y las praderas norteamiericanas”.[2]  Cuando  los emporios de la agroindustria  estadounidense se sintieron fuertes como para adminstrar los alimentos del planeta.[3] Este plan se desencadena a partir del recurso de la ingeniería genética aplicada a alimentos, con la producción masiva y en permanente expansión de alimentos transgénicos.

Antes, Monsanto había tenido el dudoso honor de patentar otro edulcorante, probablemente más tóxico que la problemática sacarina: el aspartame.

Son varios, entonces, los “aportes” a una alimentación degradada, tóxica, como por ejemplo la somatotropina bovina, una hormona que ha sido rechazada de plano en los mercados europeos, por ejemplo (aunque en EE.UU. se la consume libremente). Fue diseñada para aumentar la produccion de leche y los reparos provienen de que diversas investigaciones la asocian fuertemente con cánceres de mama y de próstata.

La “perla” de tantos nefastos aportes, siempre tolerados por la autoridades sanitarias de EE.UU. y sus satélites y claramente adoptados y aplaudidos por el mundo empresarial “moderno”, ha sido el tratamiento y el procesamiento de los plásticos que no son alimento pero que tienen una  insidiosa cualidad y están muy vinculados a los alimentos.  Como ya es de público conocimiento, las montañas de plásticos; los basureros gigantescos compuestos en un 90% de material plástico, las islas oceánicas, flotantes, con superficies mayores a las de los más grandes países del planeta, constituyen un problema de creciente actualidad.

Pero se trata de un problema menor, pese a su envergadura, ante la cuestión de otro aspecto descuidado de los desechos plásticos: sus micropartículas. Que están urbi et orbi.

Como lo plástico, ya dijimos, no es biodegradable, la erosión va achicando, rompiendo, despedazando los envases,  las bolsas, hasta perderse de vista. Pero así, microscópicas, siguen siendo partículas. Que no se biodegradan, que respiramos e ingerimos a diario.

Una cancha de fútbol de pasto sintérico, debido a la fricción a que su superficie es sometida, es un sitio “ideal” para la producción de micropartículas plásticas.

La erosión en general; el agua y el viento producen permanentemente micropartículas plásticas.

Hay quienes empiezan a preguntarse a dónde van las partículas que se desprenden permanentemente de los materiales plásticos que están prácticamente en toda nuestra vida cotidiana. La pregunta es, como siempre, tardía. Porque el sentido común ha cedido el paso al lavado de cerebro que nos encanta y cautiva con lo novedoso, lo moderno.

Finalmente, la Universidad de Newcastle, Australia, tras laboriosos conteos de material “iivisible a los ojos” ha establecido magnitudes aproximadas de consumo involuntario de micropartículas plásticas: unas cien mil al año, que traducido  en peso equivaldría a unos 250 gramos. Otra estimación que han hecho con semejante ingestión: unas 50 tarjetas de crédito al año (a razón de un peso de 5 gr. por tarjeta, lo que equivale a una tarjeta ingerida por semana, por vías respiratoria y disgestiva).[4]  Porque las principales fuentes de ingreso a nuestros cuerpos de tales micropartículas es mediante alimentos, agua y aire.

Se ha verificado, por ejemplo, que el agua potable en EE.UU. tiene el doble de tales micropartículas respecto de la correspondiente europea. (ibídem)  Pensemos, un minuto apenas, cuántas de tales partículas  puede haber en las aguas potables de países como Uruguay, Argentina, Brasil…

El mundo médico ha sido más bien remiso en informar qué puede ocurrir en nuestros cuerpos con los microplásticos. Y sin embargo, hay investigaciones de biológos como los norteamericanos  Théo Colborn, John Peterson Myers y Diane Dumanovsky[5] , por ejemplo, que a mediados de los ’90 relevaron la presencia de partículas plásticas invisibles de policarbonato (PC), de polivinilcloruro (PVC), en numerosos animales que presentaban, junto con estos “alteradores endócrinos” diversas malformaciones o trastornos en la vida sexual y reproductiva. Y, por ejemplo, rastrearon la presencia de Bisfenol A (ingrediente del PC), un reconocido alterador endócrino, en bebes (sus biberones estaban hechos de PC).

Nuestra estulticia, no sabemos si tiene precio, nos tememos que sí. Pero lo que es indudable es que es inmensa.

notas:

[1]  Técnica de las llamadas contrainsurgentes empeñadas en debilitar los apoyos a los guerrilleros clandestinos. Eliminar naturaleza y boscajes para quitar lugares de escondites y protección. De paso, arruinar también la provisión de alimentos…

[2] Dennis Avery, Salvando el planeta con plásticos y plaguicidas, Hudson Institute, Washington, 1995.

[3]  El plan, por suerte, resultó insuficiente, sobrepasado por un planeta y una población indudablemente mayor y más compleja que el diseño del USDA. Poco después, los pretendidos diseñadores norteamericanos de la alimentación mundial iban a tener que incluir a Canadá, Australia y finalmente Brasil más zonas menores en el diseño del plan mundial de control alimentario. (Véase Paul Nicholson, “Los alimentos son un arma de destrucción masiva”, 2008, www.rebelion.org/noticia.php?id=178160).

[4] Kala Senathiarajah y Thava Palanisami, “How Much Micropolastics Are We Ingesting”, 11 junio 2019. Cit. p. J. Elcacho, kaosenlared, 13 jun. 2019.

[5]  Our Stolen Future, Dutton, Nueva York, 1996. Hay edición en castellano, España, 2006.

Publicado en Agronecrófilos, Centro / periferia, Ciencia, Conocimiento, Destrozando el sentido común, Globocolonización, Nuestro planeta, Nuestros alimentos, Para salir del repollo, Poder mundializado, Sociedad e ideología

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