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Categoría: Nuestros alimentos

Catástrofe alimentaria: ¿indeseada o ansiada?

Publicada el 07/06/2022 - 07/06/2022 por raas

Se anuncia, un día sí y otro también, que se avecina una crisis alimentaria sin precedentes. Lo hacen analistas explicitando las dificultades para el transporte de producción, ocasionadas por los bloqueos marítimos de la guerra en y alrededor de Ucrania, y lo hacen incluso comunicadores que ni siquiera se toman el trabajo de presentar porqués, verdaderos o falsos. Estos últimos se limitan a la agorería; viene el lobo… que cada uno se parapete…

Por Luis E. Sabini Fernández
25-05-2022

Cuando uno trata de rastrear orígenes de este anuncio o preanuncio, surge claro que Putin deviene principal responsable. Porque la movida militar por él desencadenada ha ido desenvolviendo sus pasos, poniendo en peligro los transportes de alimentos, bloqueando rutas y mares:

“Vladimir Putin destruirá las vidas de muchas más personas que las que mueran en el campo de batalla, y a una escala que el mismo presidente ruso terminará lamentando.” 1 Llegados a este punto, empezamos a otear “de qué va la cosa”.

El anuncio de la hambruna universal no es sino otra forma de “echarle la culpa” de lo que pase, lo que está pasando y lo que esté pasando, a Vladimir Putin. Habiendo desencadenado semejante máquina de guerra, procurando “poner en vereda” a un estado de proporciones más que medianas, con enorme potencial económico y humano, Putin hizo una muy arriesgada movida. No es lo mismo “ordenar” Osetia del Sur, con su no más de cien mil de habitantes, incluso Chechenia, otra entidad de proporciones muy menores ante “el oso ruso” (se estima una población chechena de un millón de habitantes).

Rusia está o estaría entonces “enderezando” a la usanza tradicional al socio mayor de la Gran Rus en la vieja Federación Rusa, nada menos. Y cuando nos referimos a densidades y magnitudes, dejamos exprofeso al margen el sentido o sinsentido de los “correctivos”. Porque la ecuación tampoco es tan sencilla como para hablar de la batuta rusa procurando dirigir el concierto de “todas las Rusias”.

Es indudable que Putin sintió el embate geopolítico y directamente militar desde Ucrania, y que lo sufrió durante años. En un sangriento toma y daca, porque Rusia también aplicó tarascones al territorio ucraniano. Pero el conflicto es mucho más que uno ruso, dirimiéndose entre la Gran Rusia y la Pequeña Rusia (denominaciones tradicionales de Rusia y Ucrania)

Si algo está ya más que suficientemente probado es la actividad de los “servicios” estadounidenses e israelíes (tan imbricados entre sí) dentro de entidades “fracturables”, al decir de Samuel Huntington,2 como Ucrania.

Ya ha quedado ampliamente demostrado que Victoria Nuland, una de las capitanas de EE.UU., coautora del Project for the New American Century (set. 2000), fue la que diseñó un nuevo equipo de gobierno para una Ucrania prooccidental, para divorciarla decisivamente de Rusia (2014). Nuland, provista de miles de millones de dólares, dibujando el nuevo gobierno ucraniano, como si se tratara de designaciones de autoridades con los ediles de su barrio….). Doña Victoria no sólo distribuyó cargos y dólares (o dólares y cargos); fue decisiva en la instauración de una red de laboratorios de biología sintética en Ucrania, arma por excelencia de las nuevas guerras proyectadas –biowarfare– administrada y guiada bajo control estadounidense.

El “pasaje” de la soberanía rusa a la occidental ha sido tan alevoso y decisivo que ha generado, inevitablemente, resistencia. La que expresara Putin. Si vemos entonces el cuadro más completo, aun con los errores y horrores del modo ruso, no podemos dejar de advertir que con el colapso soviético de comienzos de la década del ’90, el mundo anglosajón recuperó la confianza en su poder mundializado que se venía asentando desde siglos atrás. Y que la URSS había puesto, siquiera apenas, en entredicho.

Con la Caída del Muro y el agotamiento soviético, el eje Londres-Tel Aviv-Pentágono volvía por sus fueros. Por eso, la OTAN, por ejemplo, no parece conformarse con nada. Actúa como un pac-man. Lo quiere “todo”.

Volviendo entonces a los insistentes anuncios de hambruna mundializada, hay que aprender a leer esos mensajes.

Lo que nos dicen los que nos hablan de lo porvenir, a veces incluso como si supieran, es que la continuación de la guerra y las acciones militares conexas, los bloqueos marítimos y las interrupciones de suministros ocasionadas por los despliegues militares, terminarán castigando poblaciones aisladas, sin provisiones, sin medios para alimentarse…

Pero esa falta de medios para alimentarse está supeditada a la guerra. La cual no sólo desencadenó Putin sino que con todo empeño y ardor la OTAN se ha dedicado a insuflar, prolongar, ensalzar. La OTAN en general, y particularmente EE.UU.

Si “estalla” la paz, quedaríamos sin guerra. Y consiguientemente, sin hambruna. Y esto sí, entendemos sería un problema para quienes apuestan al biowarfare, al dominio generalizado. En resumen, si llegamos a la hambruna prometida”, no será responsabilidad exclusiva de Putin, como nos dan a entender.

La hambruna será entonces, el fruto de los guerreristas. Y hay algo previo, ahora muy oscurecido. Y es la fragilidad del sistema alimentario mundial y en general de nuestro mundo actual, tan interrelacionado, tan interdependiente. Poblaciones que queden sin cultivos, sin granos, sin fertilizantes, sin agua, pasarán hambre, nos dicen.

Lo que no nos cuentan es el capítulo anterior, cuando esos campesinos contaban con sus medios de subsistencia que les fueron arrebatados para implantar la globalización rampante, generalizada, en que el campesinado tradicional debía desaparecer, sustituido por planteles agroindustriales mucho menores… y mucho más dependientes de los suministros de las corporaciones transnacionales (a la vez, recibiendo alimentos de mucho menor calidad alimentaria).

Y no sólo no resolviendo los problemas de la contaminación, sino agravándolos en temeraria escala geométrica. Estos eslabones de la complejidad económica no te lo cuentan.Ω

fuente: https://revistafuturos.noblogs.org

1 https://es-us.finanzas.yahoo.com/noticias/inminente-cat%C3%A1strofe-alimentaria-202932599.html, La Nación, Bs. As., 20 mayo 2022.

2 The Clash of Civilizations and the Remakingo of World Order, Simon & Shuster, 1993.

Publicado en Destrozando el sentido común, EE.UU., General, Globocolonización, Medios de incomunicación de masas, Nuestro planeta, Nuestros alimentos, Poder mundializado, PolíticaEtiquetado como biowarfare, catástrofe alimentaria, complejidad económica, EE.UU., Estados Unidos, Federación Rusa, guerreristas, hambruna, la Caída del Muro, Luis E. Sabini Fernández, menor calidad alimentaria, OTAN, Project for the New American Century, Samuel Huntington, territorio ucraniano, Vladimir Putin

Tanto gra gra para decir gro

Publicada el 01/05/2022 por ulises

En la Universidad Nacional de Córdoba hubo, alrededor del 20 de abril, una mesa o panel de discusión y presentación de un proyecto, con sus oradores principales o de fondo, Juan Grabois y Gustavo Grobocopatel.

Por Luis E. Sabini Fernández

Presentándose uno como pobrista y el otro como sin tierras. Ambos encarando temas angustiantes como la situación de los desamparados, de cincuenta mil campesinos la mayoría sin tierra propia pero que, según las estimaciones de Juan Grabois, son quienes alimentan cotidianamente a los cuarenta o cuarenta y cinco millones de habitantes de Argentina.

Sorprendió sin duda el diálogo de semejantes dos voces. Uno de los asistentes al encuentro, que precisó era docente en esa misma universidad, recordó la actividad de Gustavo Grobocopatel vinculada con la cantidad de enfermos y muertos que ‘cualquiera que vive en el interior del país conoce en su cercanía’.

Recogió el señalamiento Grabois, airado: “-¿Dónde está la pistola? El interviniente no atinó con una repuesta. −¿Pistola? –Sí, ¿trajiste la pistola para matar a Grobocopatel? insistió Grabois.

Quien recordara el tendal sanitario de la soja y consiguientemente de la acción del “rey de la soja”, sentado allí en la tarima de expositores, aclaró que él no venía a matar a nadie, pero sí a preguntar y/o denunciar situaciones…

La intemperancia de Grabois −que mucho debe haber agradecido Grobocopatel para no tener que dar cuenta del daño sanitario, biológico, ambiental, hereditario que el “chavista” agropecuario argentino ha “sembrado” en este país por lo menos a lo largo de todo el siglo XXI, junto con la soja transgénica−, esa intemperancia que pretendía abrir una discusión (matar al sojero o algo así) de hecho malogró toda discusión valiosa y le permitió a Grabois “patotear” el discurso y llevarlo… a ninguna parte.

Porque si de pistola podría haberse hablado, y no en sentido psicoanalítico sino crudamente material, la pistola humeante en ese encuentro era la de Grobocopatel.

Porque la agroindustria no es Gandhi en acción o carmelitas descalzas. La agroindustria mata. Y mata en forma de exterminio masivo. Pregúntenle a abejorros, guitarreros, mariposas, langostas, grillos, cascarudos, abejas, lepidópteros en general e insectos, más en general. Y a ranas, lombrices, roedores. Y miren el atroz registro fotográfico que un investigador, sin pistola y con cámara, ha hecho del destrozo ambiental humano de la soja transgénica; Pablo Piovano, un fotógrafo que honra su producción y su sociedad.

Así que la representación de estos dos figurines ha sido solo acorde con el grado de impunidad con que el capital, destrozando el planeta, sigue “adelante”.

Grobocopatel con su progresismo a cuesta, procura preservar su negocio (negoción) sin negarle a los invocados cincuenta mil campesinos de Grabois (ésos sí que sin tierra o muy poca) un mendrugo de suelo para que sigan alimentando al país.

Y muchos parecen no darse cuenta que una industria agropecuaria en gran escala contaminante no “se casa” con una agricultura orgánica de pequeña o pequenísima escala, no contaminante. No hay coexistencia fructífera, a largo plazo. O se envenena o se cuida la salud y la vida. Porque no se trata de volúmenes estancos. Porque todos vivimos en el mismo aire.

Hace un par de décadas, cuando la revolución “agroindustrial” ya arrasaba Argentina (entonces eran apenas dos los estados ”nacionales” que habían habilitado el “ingreso” de plantaciones transgénicas en gran escala en el mundo entero; EE.UU. y Argentina, algunos otros, tentaban experimentar apenas con siembras bajo control), el MAPO, Movimiento Argentino de Producción Orgánica, viendo el ensanche arrasador de plantaciones transgénicas, que “contagiaban” fácilmente, viento mediante, a los cultivos orgánicos que perdían así la certificación, propuso ante el Congreso crear dos superficies delimitadas en el territorio nacional, una para producción con contaminantes, otra sin ellos. Y que un paralelo, latitud 36, 38 o 40, sirviera como frontera interior entre ambos espacios.

Semejante proyecto jamás fue aprobado. Creo que ni siquiera considerado. Y la producción con veneno, pero más cómoda, avanzó rauda. Permitiendo ingresar al país dentro de la modernidad más moderna.

Si una ausencia resultó atroz de ese encuentro de “titanes” en la UNC para hablar de soluciones para los pobres y de comida para los habitantes de este país, es la de la contaminación.

fuente: https://revistafuturos.noblogs.org

Publicado en Agronecrófilos, Argentina, Destrozando el sentido común, Nuestros alimentos, Salud. Y enfermedad

¡Menos altivez institucional y más vergüenza ecológica!

Publicada el 28/07/2020 por ulises

URUGUAY ANTE LO AMBIENTAL

por Luis E. Sabini Fernández –

Destacamos las fortalezas que tiene Uruguay: transparencia institucional, promoción de la cultura de la calidad y de la competitividad mediante el impulso del desarrollo y de la sostenibilidad, con calidad institucional y eficiencia política implementando procesos de innovación y mejora continua, empleando buenas prácticas de preservación del medio ambiente [colaje de frases extraídas de documentación y papers varios]

 

Decía el formidable Mahatma Gandhi, «Más que los actos de los malos, me horroriza la indiferencia de los buenos», análogamente podríamos decir que el horror desplegado es mucho menos frecuente, siendo más repulsivo que el mal que se cuela en nuestra sociedad, como dicen los gallegos, “a la chita callando”.

El horror, entonces, no de los devastadores activos, de los asesinos seriales, sino de los que dejan hacer o de los que cómodamente  ignoran que la devastación es mucho más frecuente de lo que se asume.

Uruguay es visualizado desde la UE como un referente ambiental. Se le atribuye al actual presidente la tarea del cuidado ambiental regional.

¿De dónde sale tamaña idea? Del cuidadoso cultivo de mentiras y escamoteos que tantos uruguayos han hecho con la cuestión ambiental.

“Uruguay natural”

Para no remontarnos demasiado vayamos apenas a la consigna “Uruguay natural” que fue nada más que una “frase gancho” para promover turismo, a la que se le dio con el tiempo un nuevo significado de conciencia ambiental. Estupendo si fuera real, no oportunista.

Un ejemplo, apenas: la entonces ministra de Medio Ambiente, Eneida de León, perorando sobre la pureza del agua  corriente nuestra: “los últimos resultados de las muestras obtenidas arrojaron un porcentaje de agua potable superior al 99 %, […] [1] «más que admisible» al compararlo con Europa y América Latina, donde el promedio se sitúa en el 93 % y el 76 %, respectivamente.” Una pena que De León no hubiera revelado las fuentes de semejantes afirmaciones y comparaciones. Y lo más grave, que una visión tan sesgada tuviera oídos pueriles que lo creyeran.

Que crean eso o el discurso del año pasado de la misma “ecologista”, entonces ministra del gobierno que nos ha embretado en secreto con UPM, hipotecando tierras y aguas de nuestro país; en marzo de 2019 De León hizo su speech en Nairobi,[2] en el cónclave de la UNEA4 y manifestó que, aunque usted tal vez no esté enterado,  “Uruguay está profundamente comprometido con el cuidado del ambiente y la gestión de los ecosistemas” y que los desafíos correspondientes resultan “producto de un proceso de consulta ciudadana”, por el cual imagino al lector exprimiendo infructuosamente la memoria para ubicar dicho proceso, en algún lugar del país, en algún momento de su historia.

Agroindustria y contaminación

Jamás ingresó tanto en nuestro territorio la agroindustria como hoy, que hace que el campo se siga despoblando aceleradamente.

Como la agroindustria que se autocalifica de “agricultura inteligente” está a la vez contaminando a diestra y siniestra los campos, el aire y las aguas, no sólo se despuebla el campo sino que se afecta toda la biodiversidad; cada vez hay menos fauna y flora silvestres, naturales; nuestros arroyos ya casi no tienen peces;  nuestras colinas y bajíos ya casi no tienen mulitas o liebres y es ya “tarea imposible” salir a cazar perdices. Pero en rigor el exterminio masivo va mucho más allá, porque la fauna menuda, de insectos −la que solía estamparse en los parabrisas y radiadores a la vista de los autos de antaño− también ha disminuido enormemente su presencia.

Jamás, tampoco, se ha cedido tanto espacio a las grandes corporaciones transnacionales, particularmente a las factorías de celulosa (de las mineras, hemos zafado no por mérito propio sino por pérdida de interés empresario, por la baja cotización). La forestación se ensancha como una mancha venenosa; con los ingresos ofrecidos por las empresas transnacionales, logran que se planten eucaliptos en todos lados, arrebatando tierras aptas para otros usos y cultivos,  violentando las regulaciones públicas al respecto.

Jamás habíamos registrado tamaños índices de contaminación. Y nuestros estudios al respecto son increíblemente débiles, embrionarios.

El agua, otrora nuestro tesoro

Tenemos el agua de prácticamente todo el país comprometida con tóxicos.

El uso irrestricto, o casi, de agrotóxicos, tiene la mirada corta; su mirada comercial incluida. Toleramos “entre casa” venenos que el mercado mundial va desechando cada vez más; ¿por qué Italia rechazó naranjas uruguayas?, ¿por qué la miel, otrora orgullo de calidad uruguaya,  ha sido rechazada por las autoridades bromatológicas alemanas?

Ahora se ha obtenido una nueva línea exportadora de miel, a Arabia Saudita. No conocemos sus exigencias bromatológicas, pero sí sabemos que sus pautas de calidad son más bajas que las suecas.[3] Porque hoy también en Uruguay, se coloca azúcar al lado de las colmenas debido a la pérdida de prados naturales; ¡hasta el trabajo de las abejas ha devenido trabajo esclavo!

Y con la carne, el principal destino de los últimos años ha sido China. Pero en 2016 hubo rechazo de carne considerada no apta. Ya había pasado algo similar, el año anterior, con grasa animal, evaluada como en mal estado. Y en 2019, otra vez rechazo de  carne.

Hablamos de pérdida de mercados. Otra faceta relevante es la primarización de nuestra economía. Ya tenemos el caso, en plena expansión, de la forestación totalmente al servicio de pulpos celuloseros que se llevan la humedad del país y nos dejan los detritos, y todo ello casi sin pagar, usando el régimen de zonas francas, que es una reedición de la vieja extracción material que hicieron los imperios europeos en los siglos XVII, XVIII y XIX con las “economías de enclave”.

Pero hemos “avanzado” más todavía. En los ’80, Uruguay llegó a exportar ganado en pie, unas 80 mil cabezas. Si eso es negación de trabajo propio, este año la exportación de ese tipo sobrepasa las 400 mil cabezas. Cero valor agregado, cero trabajo en lechería, en carnicería, en conservación. Apenas la crianza la queda al país. Una radiografía del despojo. De otro despojo.

Cito resoluciones del MVOTMA:  “acordaron garantizar una vida sana y un planeta sostenible y seguro para todos; crear conciencia sobre la urgencia de actuar sobre los productos químicos y los desechos en todos los niveles […] lograr un sólido marco propicio para la gestión para ser respaldado por órganos políticos […] a unirse a la Alianza de Alta Ambición para fortalecer la aspiración […] un marco habilitador sólido que generará beneficio

[…] y un desarrollo sostenible para todos en todas partes.” [4]

Esperemos que esta Triple A no sea tan atroz como la argentina de los ’70, pero escuchemos el eco de estos versos: “[…] no pierden ocasión / de declarar públicamente su empeño / en propiciar un diálogo de franca distensión / que les permita hallar un marco previo / que garantice unas premisas mínimas / que faciliten crear los resortes / que impulsen un punto de partida sólido y capaz / de este a oeste y de sur a norte, / donde establecer las bases de un tratado de amistad / que contribuya a poner los cimientos / de una plataforma donde edificar / un hermoso futuro de amor y paz.” Joan M. Serrat, “Entre esos tipos y yo hay algo personal“. Tal cual.

[1]  Ag. EFE,  11 mayo 2015.

[2]  https://presidencia.gub.uy/comunicacion/comunicacionnoticias/eneida-interpelacion-agua-potable, 2019.

[3]  En los ’80, cadenas de comercialización suecas promovían miel uruguaya proveniente de prados, como muy superior a las mieles provenientes de apiarios que colocaban azúcar al lado de colmenas.

[4]   https://www.mvotma.gub.uy/novedades/noticias/item/10012222-uruguay-comprometido-ante-el-mundo-con-el-cuidado-del-ambiente.

Publicado en Agronecrófilos, Destrozando el sentido común, Nuestros alimentos, Uruguay. Qué hacer

Comentario a pregunta de Eduardo Blasina. Forestación importada: ¿Beneficio nuestro, recíproco o del que la ha programado?

Publicada el 11/06/2020 por ulises

por  Luis E. Sabini Fernández                                                                     

¿Cuántas plantas de celulosa son sostenibles en Uruguay?

                                        a Ricardo Carrere, in memoriam

El ingeniero agrónomo y consultor Eduardo Blasina hace esta pregunta (título de su nota del 24 mayo ppdo.), una interrogante que tiene un partido tomado, puesto que presupone la sostenibilidad; una pregunta menos condicionada, más radical, más pregunta, podría ser si es acaso sostenible.

Pero entiendo más fructífero que responder a la pregunta de Blasina el formularnos otra pregunta, más histórica: ¿cómo han advenido las celuloseras a nuestro país, ahora que ya se empieza a hablar de una cuarta y una quinta…

En los ’60, ’70, ’80 se inicia un proceso de deslocalización de industrias del llamado primer mundo o «países centrales»: los efectos contaminantes de la industrialización progresivamente acelerada se estaban haciendo sentir. Es el tiempo cuando la bióloga estadounidense Rachel Carson se da cuenta que no hay más pájaros, aniquilados con los biocidas de la industrialización rural (Silent Spring, Primavera silenciosa, 1962).

Larry Summers, un funcionario clave que participó de numerosas administraciones demócratas estadounidenses, dio el fundamento estratégico a las deslocalizaciones: la expectativa de vida es mucho mayor en los países del Primer Mundo que en la periferia planetaria; por eso los primeros países tienen tantos adultos mayores y los países periféricos no tantos.

Por su parte, la contaminación industrial en progresión, sostenida con la tecnologización, provoca, de acuerdo con el diseño bosquejado por Summers,  sobre todo cánceres que tienen un proceso de décadas antes del desenlace: si dejamos las industrias en los países centrales, ‘van a arrasar a nuestros viejos’; si llevamos tales industrias, es decir su contaminación, a los países periféricos, apenas se va a notar el daño puesto que por muy diversas razones, mucha población allí no llega a vieja.

Así aparecen “como grandes oportunidades” las industrias del Primer Mundo en el tercero; en zonas francas, en zonas de producción de exportación, en maquilas, en zonas libres…

En esa misma época, recordarán los memoriosos que ya son veteranos, se inició en Uruguay toda una propaganda muy persuasiva, “plante un árbol, haga un libro, tenga un hijo”, que tuvo una segunda fase: invertir pequeñas sumas en plantaciones, que, se decía, eran inversiones saludables, en pro de la natura…

Costó años ir dándose cuenta de la jugada en la cual lo ambiental era lo que menos se cuidaba…

Poco después de la implantación de las zonas francas  −un fruto posdictadura− que es en rigor un retorno, pero en otro aro de la misma espiral, a las economías de enclave del colonialismo puro y duro de altri tempi, llegamos a las primeras pasteras.

Luego de este sucinto recorrido, regresemos a la pregunta de Blasina.

Blasina se confiesa un tecnooptimista. Sería bueno que mantenga la precisión en el lenguaje porque la frase: “Mantener buena calidad de aguas” para nuestro Uruguay, para nuestro presente, es casi indecente. Si algo hemos perdido con la agroindustrialización galopante es la calidad de las aguas. En prácticamente todo el país. El Santa Lucía es mudo testimonio de esa pérdida. Pero el río Negro, también y todavía falta la descarga monumental criminalmente proyectada con UPM 2 (no paso cifras, acojonantes, porque estimo que ya son públicas y Blasina las conoce).

Para Blasina: “Es bueno que el Uruguay agregue a sus exportaciones nuevos rubros de gran escala […].” Esta pretensión de jugar “entre los cuadros grandes”, que es un gran mérito del fútbol uruguayo, no funciona igual, si pasamos del deporte a la economía. Uruguay no puede apostar, aunque lo hace y lo ha hecho, a usar los suelos como Argentina o Brasil, Canadá, Australia o EE.UU. por la sencilla razón que muestra un mapa. No hacemos mella en el mercado de la commodities.

Pero algo más grave y ya no táctico: la apuesta a la “gran escala” tiene otros inconvenientes, graves: 1) la gran escala contamina también a gran escala; la contaminación repercute mucho peor en territorios chicos que en grandes territorios despoblados, como tienen, con sus millones de km2, los grandes países mencionados, Australia, Canadá, Brasil.

La actividad agropecuaria en escala mediana o pequeña permite mejor cuidado ambiental. Y da más empleos. Trabajada inteligentemente, puede dar mucho mayor rinde que el de los commodities (a un país de las dimensiones del nuestro, reitero). Argentina, por ejemplo, el segundo estado en cultivar transgénicos luego de EE.UU en el siglo XX, logró, mediante la producción bruta a principios de este siglo de unos 50 millones de toneladas anuales, “cosechar” como pocas veces antes una montaña de dólares que explican la adhesión (o falta de) al kirchnerismo (dejamos al margen el costo en salud).

Porque un país de grandes superficies se puede dar el lujo de aplicar gran escala para alguna producción y le queda superficie para otro tipo de producción más intensiva o artesanal; como ser frutales, viñas, diversos granos, huerta. Y el daño ambiental que pueda producirse con el empuje agroindustrial no tiene porque abarcar a todo el estado. Pero un país de dimensiones pequeñas recibe un posible daño ambiental en “todos lados” y puede, al contrario, agrandar su superficie dando variedad biológica a sus suelos; el clásico modelo granjero, por ejemplo.

¿Qué nos falta gente? Ciertamente. La gran producción, el latifundio, el monocultivo, si algo han hecho es despoblar el campo. Un operario alcanza para cubrir varios cientos de hectáreas tanto de soja transgénica como de árboles plantados en  hilera. Cualquier cultivo, por ejemplo, agrícola demanda muchísimo más mano de obra. Y las specialities son muy bien pagadas en diversos mercados, cada vez más atentos a la cuestión alimentaria.

El tecnooptimismo de Blasina lo lleva a abrigar expectativas a mi modo de ver meramente especulativas, sobre el papel del desarrollo tecnológico de países “centrales” sobre la periferia planetaria.

No conozco hechos reales que abonen ese optimismo, que calificaría de ingenuo. Veamos un ejemplo de esas aplicaciones tecnológicas del primero al tercer mundo, y dejando a un lado la repugnante actitud Summers: los noruegos cultivaron durante décadas “escaleras” para facilitar a los salmones su desove que, como se conoce, es enormemente esforzado, río arriba. Ese ciclo biológico natural sin duda les otorga a los salmones una extraordinaria fuerza vital. Pero el interés económico de los humanos, “es más fuerte”, y por eso se construyen esas escaleras para salmones, visibles en varios ríos de montaña noruegos.

Más tarde, Noruega encaró la producción de salmones mediante estanques. Alimentados. Feed lot de peces. E inmediatamente, empezaron a poner en los estanques antiparasitarios, antibióticos, y toda una seria de “antis” para evitar que los planteles fueran arrasados por pestes.

Eso, en Noruega. Pero los noruegos instalaron en el sur chileno el mismo tipo de producción, y si ya era alarmante la toxicidad hallada en los salmones de criaderos noruegos, la toxicidad en los chilenos, denunciada en diversas investigaciones, resultó aún peor. Y los noruegos, como los finlandeses, no tienen ninguna tradición imperial que forja una psicología potencialmente más abusiva, invasora. Al contrario, finlandeses y noruegos han sido siempre “hermanitos menores” de las potencias de la región; Suecia, Rusia, Alemania, Gran Bretaña…  Pero su historia no imperial al parecer no ha sido suficiente para establecer relaciones igualitarias con ”el tercer o cuarto mundo”.

RECUADRO


Comentario de un cuidador del Dique Laviña en la provincia de Córdoba: “−las truchas del río se quedan chiquitas; las de los jaulones, en cambio, crecen hasta mucho más del doble… eso sí, las del criadero mueren jóvenes y las silvestres son mucho más longevas.” El hombre registraba las diferencias más bien asombrado sin atinar siquiera una explicación. Pero registraba una realidad, indudablemente ligada a una dosis de sobrealimentos, engordar sacrificando salud…


Volviendo a UPM 2, la cuestión no es sólo decidir si quienes se presentan como “aportantes de capital” no procuran exactamente lo opuesto a lo predicado. Hay otra aspecto, y ése es nuestro: el proceso por el cual se aprueban esas megainversiones. En total secreto, so pretexto de “cuidarse de la competencia”. Más allá de un posible daño a “los dividendos empresariales”, para nuestra sociedad el secreto en estas negociaciones y contratos significa lisa y llanamente que la gente, la población, no importa un ápice.

No le importa ni a los gobernantes ni a los inversionistas. Con lo cual aquella expectativa de Blasina de encontrarse con “la cultura finlandesa” tal vez no resulte lo que él imagina.

Blasina plantea algo correcto, precautorio, hablando de los proyectos de gran escala  y las inversiones correspondientes: “Estos emprendimientos suponen un fuerte desafío ambiental. El ecosistema soporta cierta presión, pero no más que una determinada presión. Si cruzamos el umbral de carga soportable el sistema colapsa.”

Su optimismo le permite creer que estamos todavía lejos, pero que con las posibles 4ª. y 5ª, podríamos estar peligrosamente cerca.

Lamento comunicarle que ya estamos  allí. Usted, Blasina, lo debería saber mejor que yo: los ganaderos que se quejan de reses muertas luego de beber el agua del Río Negro; la cantidad de cianobacterias que arrecian en nuestro país y ya no solo en verano. El Río de la Plata está contaminadísimo. Aunque contemos con el viento y las corrientes marinas como aliados que nos sacan cada tanto la presión y el escarnio…

La contaminación del agua en nuestro país es uno −junto con la plombemia en su momento; la plastificación de campos y aguas que tiende un futuro ominoso para nuestra pesca; la bomba de aditivos para mejorar el rendimiento empresario o abaratar la comercialización− de los serios problemas que tenemos y que tendremos que afrontar.

Tenemos puntos a favor, a veces ni siquiera elaborados por nosotros: el carácter ondulado de nuestro suelo, sus colinas, que tanto difieren de la pampa del centro argentino, no ha permitido prosperar feed-lot que tanto habrían deseado algunos. Ese mismo rasgo permite al Uruguay tener de las mejores carnes. Gracias Hernandarias.

Tenemos uno de los suelos más irrigados de la tierra, y consiguientemente un porcentaje de suelo cultivable de los más altos del mundo.  Cultivable, que no cultivados. Y hoy se halla comprometido, como dijimos, por la contaminación química y agroquímica- ¿Recuperable? No con pasteras que tragan ingentes cantidad de m3 de agua y devuelven un efluente a mayor temperatura y contaminado.

Tenemos una franja climática envidiable. Y es insensato que si el promedio de áreas protegidas anda internacionalmente en el 17% y Argentina tiene un 8%, Cuba un 30%, Venezuela un 55%, Chile un 20%, Uruguay tenga 1% y fracción. Y esos tristes números hablan de nuestro estado cultural.

Y de la ofensiva de la agroindustria.

Y explica cómo no hemos aprendido a ser autónomos. Penosa confusión porque nos sentimos autónomos. Y en cierto sentido sí lo somos. Pero en las grandes líneas somos heterónomos, y la celulosa es un penoso ejemplo.

Publicado en Agronecrófilos, Centro / periferia, Globocolonización, Nuestro planeta, Nuestros alimentos, Uruguay

Agroindustria, contaminación generalizada, alimentación vegana, lucro y calentamiento global: Un plato indigesto

Publicada el 19/01/2020 - 20/01/2020 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández –

En un mundo cada vez más interconectado, donde los dispositivos tecnológicos nos han achicado cada país, cada región y el mismo planeta y donde el poder está concentrado como antes jamás, de un modo que ni siquiera entrevieron los mayores déspotas de nuestra humana historia, es indudable que la heteronomía se ha ido asentando en la mayor parte de las acciones humanas.

El proceso de computarización forzosa a que somos sometidos y que cada vez más nos lleva, con ahínco, hacia presuntos paraísos cibernéticos, opera al mismo tiempo que la naturaleza se está haciendo pedazos delante nuestro en cada vez más lugares del planeta. En medio de tanta ignorancia e indiferencia… humana, precisamente.

Es tal el descaecimiento cultural y conceptual que algunos amigos de la naturaleza, a través por ejemplo de Paisajes Multifuncionales[1] nos revelan un “cambio de mentalidad” y un “cuidado ambiental” brindándonos la “novedad” de que los insectos polinizan las plantas.

Como lo oye. Un campesino viejo y analfabeto, siempre supo que los insectos polinizan y que sin ellos, no fructificaría buena parte del reino vegetal. Pero ahora hay una empresa que se dedica a hacernos conscientes de semejante realidad. El ejemplo expresa la penosa realidad de la crisis cultural en que la sociedad moderna, hipermoderna, nos ha situado. Comunidad Científica sabe de qué habla. Se han enterado que los monocultivos atrofian la polinización por el sencillo y crudo expediente de achicar la diversidad biológica del medio.

¿Habrá que hacer cursos y universitarios de larga duración, para saberlo? Algo que un par de ojos (y la consiguiente mirada, claro) han visto desde tiempo inmemorial.

Hay que integrar este tipo de retrocesos culturales en la suma algebraica de todo lo que la modernidad nos ha dado en tantos rubros y a la vez quitado en otros.

Mientras nos enteramos de la “novedad” de la polinización con insectos, pájaros y otros “transportistas” del polen, vale la pena recordar que, cuando los agrotóxicos estaban diezmando cada vez más la microfauna, un laboratorio de vanguardia en la apuesta química y transgénica a las producciones agrarias, Monsanto, ofreció –luego de reconocer tácitamente el abejicidio en marcha− drones para hacer la tarea de polinización. Un ejemplo de sofisticación tecnológica e idiotez intelectual en ingeniería y costos; pensemos nomás lo que cuesta el viaje de la abejas y el de los drones…

Hay un conflicto que parece tomar centralidad en esta cuestión de la vida, los alimentos, los cultivos y la escala de producción.

Desde que las elites de poder, primordialmente de EE.UU., han decidido el empleo de los alimentos como “armas de destrucción masiva”, para usar la acertada frase de Paul Nicholson,[2] la agroindustria ha ido ampliando sus ya enormes dimensiones. Junto con ese aumento de las unidades productivas, se puede observar el aumento consiguiente de la contaminación planetaria, cada vez, precisamente, más fuera de control.

Martin Cohen y  Frédéric Leroy[3] señalan la relación entre agroindustria y auge de la dieta vegana; un ascenso ideológico que parece indisolublemente unido a la expansión agrotóxica.

Y eso, pese a que hay muchos veganos totalmente empeñados en una producción a pequeña escala y tendencias autosustentables. ¿De qué modo entonces, la fiebre vegana se ha convertido en el aliado primordial de la agroindustria?

La opción vegana plantea, con aritmética razón, que salteando la alimentación animal, los vegetales producen diez veces más alimentos. La humanidad creciente, sobrepoblada, agradecida.

En lugar de aplicar 10 k. de maíz o soja para alimentar un cerdo o una vaca, con lo cual se podrá consumir un kilo de carne, es decir un décimo del peso de los vegetales que la “aprontaron” para el consumo humano, salteando al animal, entonces, tendríamos diez veces, aproximadamente, su producción en alimentos directamente para humanos.

Este cálculo es maná del cielo para los grandes productores agroindustriales. Existe una tendencia “que deja de lado a los productores pequeños y medianos en favor de la producción agropecuaria a escala industrial y un mercado de alimentos global en el que los alimentos se producen a partir de ingredientes baratos comprados en un mercado de commodities.”[4]

Cohen y Leroy asocian esta línea de acción con un mercado creciente de «carnes falsas» (falsos lácteos, falsos huevos) en EE.UU. y Europa, que a menudo se celebra por ayudar al auge del movimiento vegano.” Otro factor, entonces, que induce el avance de lo vegetal sobre lo animal.

La producción rural y granjera tradicional estaba, en rigor, al, servicio de una alimentación omnívora. Frutas y frutos de la tierra, claro, pero también huevos, miel, carne de los animales de granja.

La humanidad, por otra parte, siempre fue omnívora, con variaciones, a veces grandes variaciones regionales, pero los humanos nos hemos nutrido siempre omnívoramente. Como algunas especies mamíferas; osos, coatíes, cerdos, ratones, y otros animales como lagartos o pirañas, por ejemplo.

Pero el régimen actual de alimentación, crecientemente regulado desde las góndolas nos está llevando a un universo de productos sintéticos y ultraprocesados, cada vez más lejanos de los alimentos que la naturaleza nos proveyera desde tiempo inmemorial. Tiempo en el cual nuestros cuerpos se construyeron, a lo largo de milenios y tal vez cientos de miles de años.

Hace unos quince mil años se produjo una revolución alimentaria; del nomadismo a la sedentarización; de la recolección y la pesca a la agricultura y la cría de animales domésticos. Según algunos historiadores, perdimos altura; ganamos prolificidad. La pregunta es si esta actual “revolución alimentaria”, que nos azucara y engrasa la vida como nunca antes y que ahora nos provee de productos ultraprocesados en lugar de naturales, tendrá efectos beneficiosos o perjudiciales. Los datos sobre aumento casi incontrolado de cánceres, afecciones a la piel, alteraciones endócrinas, floración de mialgias y un largo, penoso etcétera, nos está denunciando que vamos por mal camino, pese a indudables avances del saber médico. Camino aquel muy redituable para los grandes pulpos alimentarios mundiales, tipo Nestlé (penosamente famoso por su genocidio africano en los ’60), Coca-cola (devenida de productor de agua azucarada estimulante a secuestradora de agua potable en países y regiones con escasez de agua, como la India), Unilever con su apuesta vegana, Monsanto-Bayer, campeones mundiales de la transgénesis y los monopolios consiguientes a costa de los campesinos… No me parece que tales emporios hagan algo bueno, para nosotros… los humanos cualquiera.[5]

La alimentación vegana es uno de los movimientos ideológicos más recientes y, tal vez precisamente por su corta edad, se caracteriza por un culto intenso y dogmático por parte de sus practicantes. Su postura “pro vida” esconde el hecho de su significado profundo en el concierto de la alimentación humana; borrar, por ejemplo, la idea de granja y consiguientemente la de una producción polivalente y a pequeña escala. Y más en general desechar o ignorar todo nuestro pasado humano, omnívoro.

Aunque sus cultores sean a menudo militantes empeñados en pequeñas parcelas de producción vegetal y se nieguen a atender  que el reclamo vegano encaja como un guante en la mano con la monoproducción agrícola a gran escala. Que postula ser la más barata, aunque para ese cálculo se deseche toda externalización de costos relacionados con la contaminación con agrotóxicos, por ejemplo, característica de la producción agroindustrial.

Porque, ¿cómo calcula la agroindustria los costos? Dijimos, externalizando. Las cuentas que ofrecen son del tipo: la hectárea monocultivada genera 3 toneladas, pongamos de maíz; la del agricultor tradicional a gatas produce 2 toneladas, tal vez una y media…

Ya Vandana Shiva explicó la falacia de ese razonamiento: el campesino en pequeña escala, en primer lugar cuida su tierra y espontáneamente, contamina menos. Pero además de las diferencias cualitativas, en ese predio –sigamos con la hectárea− produce al cabo del año una serie de cultivos cuya suma material, física, excede largamente las 3 toneladas que son orgullo del monocultivo: el campesino produce para el mercado o para el autoconsumo las verduras de estación, diversos frutales, el sustento para la cría de animales domésticos o silvestres, como cabras, ovejas o ranas… plantas medicinales y hasta flores, aclara Shiva. Todo ello, sumado a la producción que teníamos para comparar, maíz, alcanza volumen y peso muy superior al de la producción falsamente récor de la agroindustria.

Agroindustria que, por otra parte, aumenta la dependencia y estrecha los márgenes de ingresos para el trabajador rural, el campesino, el productor, que, encerrado en su línea de producción, carece de otras vías de subsistencia y resistencia. Ya sabemos que una extrema dependencia no conduce sino a la servidumbre.

Cohen y Leroy señalan a Unilever, tal vez la mayor empresa alimentaria del planeta, apostando fuertemente a alimentos vegetales ultraprocesados (aceites, almidones, proteínas) “ofreciendo cerca de 700 productos veganos en Europa”.

A esta altura no sabemos si el veganismo aprovecha la producción agroindustrial o si ésta, agente de la mayor contaminación planetaria (como la competencia con una serie de ramas industriales altamente contaminantes, es enorme, tal vez sea más prudente señalar que es una de las mayores contaminaciones planetarias) fogonea y utiliza el veganismo en su tarea de arrancar la producción de alimentos de las manos campesinas.

Pero tanto en uno como en otro caso, se trata de una producción con fuerte contenido  ideológico, no necesaria ni objetiva ni fatal. Que construye un mundo más lineal y homogéneo. Y consiguientemente más frágil. Y dependiente.

Basta pensar en una población que extraiga de una granja sus principales suministros y de una población que dependa de las góndolas. Que es el tipo de sociedad que estamos forjando, o mejor dicho que nos están construyendo proveedores cada vez más enormes, los que, luego de que “dejáramos de usar la caña”, se empeñan en darnos “el pescado, fritito y asado”, y cada vez más a menudo, algo que es fritito y asado, pero ni es pescado…

Si alguna prueba necesitábamos de la peligrosidad de las góndolas, del mundo servido en bandeja y con trabajo escondido, altamente automatizado, las estamos teniendo por doquier: la generación de alimentos mediante una agricultura basada en venenos; la contaminación de todo el mar océano planetario con los plásticos; la presencia cada vez más amenazadora de los incendios, antes en California, Portugal o Brasil, ahora en Australia…  

Hemos entrado, en los últimos meses en un frenesí de alarma por los microplásticos, que aparecen literalmente hasta en la sopa… Pero tenemos que saber que dichas partículas fueron denunciadas durante años sin mayores respuestas. Nuestro estado de conciencia no sigue al conocimiento sino a la veleidosa opinión mediática, configurada de acuerdo con los intereses del gran capital.

La peripecia australiana es muy significativa puesto que se trata de un estado atado a la producción carbonífera de la cual sus titulares, privilegiados en Australia con su poder industrial, no se quieren retirar.[6]

Argentina tiene el triste privilegio de haber sido, junto con EE.UU., los únicos estados produciendo transgénicos en el s XX: y ese período (ya de un cuarto de siglo) ha ido permitiendo verificar a investigadores dispuestos a romper con el discurso oficial y dominante, como la Red de Médicos de Pueblos Fumigados y otros resistentes[7] que el avance de cánceres en zonas por ejemplo sojeras es innegable y que, por ejemplo, la celiaquía se ha extendido como nunca antes; varios investigadores asocian esta frecuencia con el glifosato; el herbicida estrella de los cultivos transgénicos.[8]

Habría que rastrear los motivos del aumento desproporcionado de escuelas diferenciales para niños “con capacidades diferentes”, por ejemplo en la provincia argentina de Misiones, porque hay muchos indicios de alteraciones del sistema nervioso  y de todos nuestros cuerpos, como lo expone la sobrecogedora muestra fotográfica de Pablo Piovano.[9]

La mesa está servida. Pero con la guerra en el plato.

notas:

[1]  Lucía Gandolfi, Comunidad Científica, 12 dic. 2019.

[2]  En el cambio de siglo secretario de la Vía Campesina (internacional rural enfrentada al campesinicidio en marcha).

[3]  “Veganos en guerra. El lado oscuro de los alimentos a base de plantas”, lanacion.com, 4 ene 2020.

[4]  Cohen y Leroy, ob. cit.

[5]  Excelente semblanza la de Ignacio Conde en “Comida replicante”, Convivir, no. 289, Buenos Aires, mayo 2018.

[6]  Jerome Small, “Las ganancias en Australia conducen al apocalipsis”, Socialist Alternative.

[7]  Darìo Gianfelici, “El impacto del monocultivo de soja y los agroquímicos sobre la salud”, futuros, no.12, Río de la Plata, primavera 2008; Hugo Gómez Demaio, “Agrotóxicos: niños con retraso mental grave y malformaciones”, futuros, no. 13, Río de la Plata, verano 2009/2010.

[8]  Samsel, A. y Seneff, S, cit. p. Heyes, J. D., “Peligros y daños causado por el glifosato”.

[9]  Exposición fotográfica “La agricultura a base de venenos”, Buenos Aires, 2014.

Publicado en Agronecrófilos, Centro / periferia, Cultura dominante, Destrozando el sentido común, Globocolonización, Nuestro planeta, Nuestros alimentos, Poder mundializado, Sociedad e ideología

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