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Categoría: Para salir del repollo

Ofensivas espirituales

Publicada el 07/02/2020 - 01/03/2020 por ulises

Hace ya muchos años, para presentar un pequeño libro sus editores me invitaron a un stand de la feria anual del libro de la capital federal. Durante una semana tenía la editorial, y sus autores, un pequeño espacio compartido con otras editoriales. Las editoriales grandes, tenían, ciertamente, un puesto exclusivo, pero para nuestra Imago Mundo no era el caso.

Me tocó compartir el espacio con tres o cuatro editoriales o sellos; uno de ellos era el de la embajada saudí, que presentaba toda su propaganda oficial.

El encargado era un joven árabe, morrocotudo, con apariencia mucho más de boxeador peso pesado o lanzador de martillo, pero que paradójicamente estaba allí para difundir las páginas de la cultura saudí.

Con una convivencia continua de horas, cruzamos pareceres, envites; al fin y al cabo en nuestro tenderete estaba más el tiempo vacío que con candidatos a lectores.

Conservo un recuerdo  imborrable: del enorme orgullo, la vehemencia, que el saudí ponía para explicar, destacar que en su país los adolescentes, los jóvenes de 13 o 14 años hasta terminar la década, aprendían de memoria el Corán. Que estaban años ejercitándose y que era la señal…

No me pregunten a mí de qué. Porque lo considero de empobrecimiento conceptual (aunque a la vez se hicieran eruditos coránicos), de triste y superflua memoria, de falta de creatividad, de discernimiento, en una palabra de seguidismo mental…

Esa preparación saudí a principios del s. XXI calzaba como el guante en la mano con una teocracia retardataria, represora, hiperautoritaria, parásita (del universo del petróleo…).

Eso, Arabia Saudí  año 2000.

Echemos una mirada al Uruguay 2020. Su espectro radial se “nutre” de un par o tal vez tres emisoras que repiten una letanía, rezos católicos… llena eres de gracia, el señor es contigo… a la mañana, a la tarde, al anochecer.

Las mentes que así se crean, o forman, son como las de los saudíes a que hice referencia. Aunque los contenidos sean distintos.  Y uno hable de Allah y otro de Jehová…

Pero sigamos en el dial. Más de tres, ciertamente, a distintas horas, emiten, a los gritos, el “mensaje de Jesús”, “de nuestro señor”. Aquí el tono es distinto. No es el monocorde, lineal de la oración católica sino el grito arrebatado para que el radioescucha reaccione y atienda los llamados de la prosperidad. Porque estos mensajes, muy cristianos nos dicen, provienen de pastores que procuran llevar a su rebaño a la prosperidad. La invocación, continua, a la prosperidad revela que se dirige a gente escasa de recursos. Y lo suficientemente sencilla o simple como para atender esa posibilidad de conseguir plata.

En rigor, lo que hace el pastor, diezmo mediante, es conseguir dinero para sí. Con el resultado, aritméticamente inevitable, que el reclutado, el converso, el ‘elegido por dios’ tendrá algo menos de dinero que antes de dar el diezmo… pero es un asunto de fe.

No se trata sólo de iglesias o sectas protestantes. Tenemos en ascenso también el culto pagano a Iemanjá, que junto con el umbandismo provienen de Brasil (de África, vía Brasil) , y por más que ahora tratemos de acentuar su carácter ecológico, lo cierto que históricamente se formó en nuestro país en tiempos duros, políticamente hablando, como contracara de la realidad. Y que, como la floración de sectas protestantes, se amplía con la pauperización de la sociedad.

Y  vayamos un poco más recorriendo el dial. Más audiciones que las religiosas, que ya son numerosas, tanto “como para oprimir el cerebro de los vivos”, tenemos, en determinados horarios, las audiciones de fútbol…

Son tantas, que habría que instaurar competencias y torneos entre ellas para elegir la peor o la menos mala. O la mejor, porque queremos creer que también existen. Y son tan intensas, emocionalmente fanatizantes, que no puede uno menos que pensar que también el fútbol ha devenido opio de los pueblos. Con sus santos y sus sacerdotes más o menos supremos…

Como broche de un estado de nuestras mentalidades en Uruguay, tenemos, cada vez más,  la enorme difusión de iglesias de las llamadas cristianas (protestantes): pentecostales, nazarenas,  calvinistas, apostólicas, universales, espectaculares, mormonas, metodistas, anabaptistas, episcopales, bautistas, luteranas, sabatistas…

Por cualquier acceso acercándonos a Montevideo uno ve aparecer pequeñas capillas de diversos  credos protestantes, cada pocas cuadras.

Y una iglesia como la Iglesia Universal del Reino de Dios, fundada en Brasil, asociada a Jair Bolsonaro y con viajes de “superación espiritual” a Israel, cuenta con tanto dinero, como para que podamos ver una ostentosa sede central en Montevideo (también en Buenos Aires), y los mejores locales disponibles en las pequeñas ciudades uruguayas, arrendados por la IURD. Locales que apenas se abren y convierten en “templo” algunas horas al mes, pagando sin problema tamaños alquileres…

Tenemos así una ofensiva “espiritual” fuerte sobre “el paisito”. Aunque podamos alegrarnos viendo sus locales casi vacíos, tenemos que saber que un país succionado, exprimido rematando for export sus bienes naturales, como el agua, crecientemente enajenado, como lo podemos verificar con la cantidad de tierra comprada por extranjeros (fundamentalmente consorcios transnacionales) es un país introducido en un proceso de empobrecimiento, sanitario, alimentario, material, lento pero sostenido.

Y la contracara de lo que los capitales de inversión transnacional se llevan sobre la base de invocadas inversiones es, precisamente, nuestro empobrecimiento. Y este proceso, bien material,  conlleva, ya lo hemos visto en muchos lados, un vuelco cada vez mayor a soluciones  espirituales, religiosas, salvacionistas; lo que yo definiría como la capacidad humana de autoengaño.

Publicado en Cultura dominante, Globocolonización, Para salir del repollo, Uruguay

¿Terrorismo terrorista o terrorismo democrático?

Publicada el 07/12/2019 - 09/12/2019 por ulises

por LUIS E. SABINI FERNÁNDEZ

¿Por qué un estado terrorista puede ocupar los titulares de la prensa “seria” pidiendo encasillar como terrorista a un contendiente suyo?

Suena bizarro.

Sin embargo es lo habitual y la ONU ha preservado ese esquizocomportamiento por décadas.

A las manifestaciones pacíficas, sin armas, que los habitantes de la Franja de Gaza vienen haciendo desde el 30 de marzo de 2018, conmemorando los 70 años de la expulsión en 1948 mediante terror, violaciones y asesinatos (de un territorio milenariamente suyo), el Estado de Israel ha retomado, una  vez más, su poder terrorista: mediante francotiradores cómodamente instalados, ha cosechado más de 200 muertos y unos 8000 heridos (las más de las veces con heridas irrecuperables por varias razones, entre ellas porque los francotiradores juegan al blanco con los cuerpos palestinos, generando daños irrecuperables). Dichas manifestaciones han arrojado hasta ahora cero muerto israelí, cero herido, con lo cual “la explicación” de las armas autotituladas ”de Defensa” israelí de que actúan combatiendo al terrorismo deviene una burda mentira digna de los regímenes políticos más execrables.

Tengamos en cuenta que la población de la Franja de Gaza ronda el millón tres cuartos. Si lo ponderamos demográficamente en “uruguayo” tendríamos que hablar, proporcionalmente, de unos 400 muertos y 16 mil heridos. En año y medio. Y en “argentino” estaríamos hablando, como quien oye llover, de más de 5000 muertos y cien mil heridos. En un año y medio de marchas pacíficas. Leyó bien. Ni un policía israelí rasguñado. “Saben” conservar la distancia.

Esto se repite desde 1948 y antes, con diferencias en las reacciones palestinas. En rigor, desde la implantación sionista, que no judía, en Palestina, desde el 1900, aproximadamente.  Una implantación violenta, que tuvo su primera víctima entre judíos, no sionistas.

Una comunidad judía había convivido pacíficamente con la mayoría musulmana y otra minoría cristiana, desde tiempo inmemorial en Palestina. Esos judíos fueron designados como el Antiguo Yishuv cuando arriban los sionistas que se definirán como el Nuevo Yishuv.

Por poco tiempo, porque los sionistas no admiten competencia. Ni externa, por sus rasgos fascistas, ni mucho menos interna, por sus pretensiones absolutistas. Así que cuando dan la orden a los judíos palestinos de cortar todo vínculo con árabes y musulmanes, brota cierta resistencia en el Antiguo Yishuv que había convivido  desde mucho tiempo atrás con las otras comunidades religiosas. Cuando un poeta judío, Jakob de Haan, referente de muchos judíos allí instalados, resiste la orden de no tener ya contacto con los árabes, y sigue actuando como lo había hecho siempre, un comando sionista lo asesina a sangre fría, con pretensiones pedagógicas, sin duda. Haganah, año 1924.

Un régimen, el israelí que, empeñado en vaciar, vencer, borrar, eliminar a quienes vivieron por milenios en Palestina ha envilecido el suelo, el mar. Ha fabricado carreteras modernas y ágiles para israelíes y caminos decrépitos para palestinos, lo mismo con la medicina, la alimentación –miles de olivos centenarios arrancados por el ejército israelí−, la edificación ¡y el agua! Cinco o seis veces más por habitante israelí que palestino. Con la diferencia cualitativa entre agua potable y agua pestilente, por añadidura.

Los niños palestinos tienen cada vez más, cada vez más niños, terrores nocturnos, tendencias suicidas. Fruto del trato que reciben. Basta ver la desolación de calles, casas, mercados palestinos, las ruinas que quedan de ello, tan a menudo arrasados,  bombardeados.

Esto viene de décadas, pero no existen casi preguntas siquiera al estado miembro Israel en la ONU.  Todo tolerado bajo el chantaje de no ser considerado antisemita criticando a Israel. Como si no hubiera, ¡afortunadamente hay! judíos antisionistas.

Pero la impunidad es mucho más que esta penosa complicidad generalizada. Israel plantea la lucha “contra el terrorismo internacional” (¿tal vez eso exceptúe el terrorismo nacional israelí? Pero no, porque a la vez el Estado de Israel ha cooperado y coopera y muy activamente con armas y entrenamiento con diversos regímenes terroristas, como en la década del ’80 con diversas dictaduras centraomericanas, o más recientemente con estados terroristas como Arabia Saudita).

Veamos un ejemplo de esta proceder israeli contra el terror (ajeno): para ir marcándole la cancha al próximo gobierno de los Fernández en Argentina, los alfiles diplomáticos israelíes le reclaman al nuevo gobierno que conserve la tipificación de terrorista que hiciera el gobierno de Macri para Hezbolah, una agrupación política libanesa, perfectamente legal en El Líbano, que cuenta con el problemático antecedente de haber expulsado tropas israelíes que ocupaban El Líbano a principios de este siglo. Pecado inolvidable para la memoria sionista, que me hace pensar que lo de terrorista es el sambenito que mejor escamotea los verdaderos motivos para el resentimiento y la condena.

Pero no incursionemos en la política intervencionista israelí mediante cabildeo o lobby; volvamos a nuestro punto nodal; la pregunta es cómo se puede condenar el terrorismo cuando a la vez se lo ejerce.

Claro que son dos terrorismos distintos, e incluso habría que probar que lo son. El caso israelí, apenas contando víctimas, entiendo que quedan pocas dudas.

La pregunta entonces es qué criterios, qué definiciones de “terrorismo” emplea la ONU. Con cualquier definición de terror y de terrorismo que se emplee, queda en pie la impunidad de un gobierno como el israelí, para matar a centenares y herir a miles de población autóctona desarmada. Una y otra vez. Y que nadie diga, institucionalmente, nada. Porque el dictador filipino sale a la calle a matar personalmente narcotraficantes y/o drogadictos y existe alguna condena, y cuando en Colombia o México se mata decenas, centenares de luchadores civiles o ambientales, se trata de enormes redes de paramilitares  o redes que ocultan su origen y procedencia, con lo cual una critica al estado respectivo es más ardua, y cuando en Bolivia es el mismo estado con Evo desalojado de la presidencia el que desencadena una matanza de indígenas al mejor estilo de “La Conquista de América”, surgen voces críticas. Pero en Israel, si bien mucha de la violencia es “particular” (de los colonos, a su vez promovidos y protegidos por el Estado de Israel), son en general los cuerpos represivos institucionales los que diezman, hieren y matan en la mayoría de los casos.

Por eso el silencio internacional es ensordecedor. Y habla de una miseria moral, política muy generalizada. En estado de metástasis.*

 

 

Publicado en Medios de incomunicación de masas, Palestinos / israelíes, Para salir del repollo, Poder

La peste plástica está tomando nuestros órganos

Publicada el 17/06/2019 - 25/06/2019 por ulises

Por Luis E. Sabini Fernández.

Monsanto… hasta de sus últimas sílabas se podría extraer una filosofía de la inversión de la verdad, de que todo resulta opuesto a lo proclamado…

Monsanto es el agente clave para la expansión de la agrondustria que le ha signficado a la humanidad, el campesinicidio más generalizado (lo cual en cifras no tiene parangón con ningún otro trastorno demográfico y ocupacional en la historia humana; baste pensar que hace un siglo las sociedades podían tener un 75% o un 90% de población dedicada a tareas rurales y hoy se estima en 2%, 4%, 10% la población “dedicada al campo” en la inmensa mayoría de los estados del orbe).

Esa “extirpación” del campesinado no es el mero avance de la humanidad; no es el canto al progreso-siempre-mejor que nos insuflan desde los centros de poder; es una suma algebraica de avances y retrocesos de los cuales la historia oficial solo nos muestra, siempre, “los avances”.

Hay un formidable avance en los medios de comunicación y en los de transporte, pero también una pérdida de experiencia y conocmiento para tratar a la naturaleza, por ejemplo.

Pero Monsanto dista mucho de haber sido –y seguir siendo− únicamente  el pivlote de la “La Revolución Verde”, la agroindustria y la contaminación de los campos.

Durante la guerra que EE.UU. desencadenó para imponer la democracia en Vietnam  (y que tras 14 años tuviera que abandonar), por métodos, no precisa-mente  muy democráticos, el papel de Monsanto fue protagónico: proveedor, aunque no exclusivo, de Agente Naranja; el agrotóxico que la aviación de EE.UU. diseminó masivamente en los campos vietnamitas para  “quitar el agua al pez”.[1]

Pero las contribuciones monsantianas vienen de tiempo atrás. Fundada en 1901 para elaborar productos químicos inicialmente dedicados a sustituir alimentos naturales,  −los cada vez más conocidos y difundidos aditivos alimentarios−  como, por ejemplo, vainilina para cortar la dependencia culinaria hacia las islas Célebes de donde se la extraía tradicionalmente.

Tal comienzo debía haber abierto los ojos de los contemporaáneos. La sacarina, uno de los primeros producos de Monsanto, de la primera década del s.XX, ha sido desechada por tóxica. Con su extremo dulzor con dejo amargo.

Con el paso del tiempo, su capacidad de incidir en el “desarrollo tecnológico” se fue ampliando y la consiguiente toxicidad de su producción también. Desde la década del ’20 produce PCBs, los temidos polibifenilclorados que luego de décadas de uso “inocente”, o más bien impune, se iban a revelar con una altísma toxicidad generando innumerables cánceres infantiles.

 En la década del ’30, significativa y sintomáticamente Monsanto se convierte en productor de primera línea de otro gran triunfo de la modernidad ciega y soberbia, derrochando venenos en el planeta, expandiendo el uso de los termoplásticos, encontrándose así en los puestos de “vanguardia” para el envenenamiento planetario.  Estos plásticos, como los anteriores (rígidos) tenían un rasgo que debía haber hecho reflexionar un tanto: eran materiales no biodegradables. El idioma humano no tenía siquiera una palabra para enunciar semejante realidad. Hasta los “logros” de la petroquímica, nuestros materiales, nuestros objetos, eran naturaleza. Y por lo tanto, a la corta o a la larga, “volvían” a ella; una suerte de reciclado (a veces muy complejo, pero siempre total). Pero con los plásticos se rompen los ciclos naturales (para no mencionar los bióticos, ahora amenazados). La naturaleza no puede reabsorber, reasimilar productos engendrados de tal modo que han perdido todo parentesco con el mundo natural.

Lo que podía haber sido una advertencia sobre un camino ominoso fue en cambio muy bien recibido para abaratar costos, mejor dicho para abaratar los costos del capital. Que prefiere productos baratos en lugar de buenos. Una cuestión de rentabilidad, pero empresaria, no social, aunque todos sus argumentos se basan en que se trataría de rentabilidades de la sociedad.

Con el horizonte de una guerra inminente y el recuerdo de la anterior con sus peripecias en las trincheras, los soldados asolados por chinches y piojos, investigadores se dedicaron a pergeniar insecticidas. Así Monsanto trajo al mercado el DDT (descubierto por un técnico suizo alemán en 1939), una solución radical a las vicisitudes provocadas por insectos. Sin embargo, la guerra que se desata en 1939 no tendrá trincheras;  la aviación y los bombardeos cambiarán el panorama y la estructura de las guerras, y los insecticidas quedarán arrumbados. Por eso, en la posguerra, los laboratorios buscarán empecinadamente nuevos usos a sus investigaciones y aplicaciones  y empezará así la aplicación de insecticidas a la agricultura. Será el momento del combate químico a “las plagas”. Que hasta entonces se atendían y enfrentaban mediante usos físicos o biológicos. Así llegaremos a la Revolución Verde.

Monsanto resultó, una vez más, pieza clave, pivot del Ministerio de Agricultura de EE.UU. (USDA) cuando en los ’90 el gobierno norteamericano decide un plan alimentario mundial, “basado en las pampas argentinas y las praderas norteamiericanas”.[2]  Cuando  los emporios de la agroindustria  estadounidense se sintieron fuertes como para adminstrar los alimentos del planeta.[3] Este plan se desencadena a partir del recurso de la ingeniería genética aplicada a alimentos, con la producción masiva y en permanente expansión de alimentos transgénicos.

Antes, Monsanto había tenido el dudoso honor de patentar otro edulcorante, probablemente más tóxico que la problemática sacarina: el aspartame.

Son varios, entonces, los “aportes” a una alimentación degradada, tóxica, como por ejemplo la somatotropina bovina, una hormona que ha sido rechazada de plano en los mercados europeos, por ejemplo (aunque en EE.UU. se la consume libremente). Fue diseñada para aumentar la produccion de leche y los reparos provienen de que diversas investigaciones la asocian fuertemente con cánceres de mama y de próstata.

La “perla” de tantos nefastos aportes, siempre tolerados por la autoridades sanitarias de EE.UU. y sus satélites y claramente adoptados y aplaudidos por el mundo empresarial “moderno”, ha sido el tratamiento y el procesamiento de los plásticos que no son alimento pero que tienen una  insidiosa cualidad y están muy vinculados a los alimentos.  Como ya es de público conocimiento, las montañas de plásticos; los basureros gigantescos compuestos en un 90% de material plástico, las islas oceánicas, flotantes, con superficies mayores a las de los más grandes países del planeta, constituyen un problema de creciente actualidad.

Pero se trata de un problema menor, pese a su envergadura, ante la cuestión de otro aspecto descuidado de los desechos plásticos: sus micropartículas. Que están urbi et orbi.

Como lo plástico, ya dijimos, no es biodegradable, la erosión va achicando, rompiendo, despedazando los envases,  las bolsas, hasta perderse de vista. Pero así, microscópicas, siguen siendo partículas. Que no se biodegradan, que respiramos e ingerimos a diario.

Una cancha de fútbol de pasto sintérico, debido a la fricción a que su superficie es sometida, es un sitio “ideal” para la producción de micropartículas plásticas.

La erosión en general; el agua y el viento producen permanentemente micropartículas plásticas.

Hay quienes empiezan a preguntarse a dónde van las partículas que se desprenden permanentemente de los materiales plásticos que están prácticamente en toda nuestra vida cotidiana. La pregunta es, como siempre, tardía. Porque el sentido común ha cedido el paso al lavado de cerebro que nos encanta y cautiva con lo novedoso, lo moderno.

Finalmente, la Universidad de Newcastle, Australia, tras laboriosos conteos de material “iivisible a los ojos” ha establecido magnitudes aproximadas de consumo involuntario de micropartículas plásticas: unas cien mil al año, que traducido  en peso equivaldría a unos 250 gramos. Otra estimación que han hecho con semejante ingestión: unas 50 tarjetas de crédito al año (a razón de un peso de 5 gr. por tarjeta, lo que equivale a una tarjeta ingerida por semana, por vías respiratoria y disgestiva).[4]  Porque las principales fuentes de ingreso a nuestros cuerpos de tales micropartículas es mediante alimentos, agua y aire.

Se ha verificado, por ejemplo, que el agua potable en EE.UU. tiene el doble de tales micropartículas respecto de la correspondiente europea. (ibídem)  Pensemos, un minuto apenas, cuántas de tales partículas  puede haber en las aguas potables de países como Uruguay, Argentina, Brasil…

El mundo médico ha sido más bien remiso en informar qué puede ocurrir en nuestros cuerpos con los microplásticos. Y sin embargo, hay investigaciones de biológos como los norteamericanos  Théo Colborn, John Peterson Myers y Diane Dumanovsky[5] , por ejemplo, que a mediados de los ’90 relevaron la presencia de partículas plásticas invisibles de policarbonato (PC), de polivinilcloruro (PVC), en numerosos animales que presentaban, junto con estos “alteradores endócrinos” diversas malformaciones o trastornos en la vida sexual y reproductiva. Y, por ejemplo, rastrearon la presencia de Bisfenol A (ingrediente del PC), un reconocido alterador endócrino, en bebes (sus biberones estaban hechos de PC).

Nuestra estulticia, no sabemos si tiene precio, nos tememos que sí. Pero lo que es indudable es que es inmensa.

notas:

[1]  Técnica de las llamadas contrainsurgentes empeñadas en debilitar los apoyos a los guerrilleros clandestinos. Eliminar naturaleza y boscajes para quitar lugares de escondites y protección. De paso, arruinar también la provisión de alimentos…

[2] Dennis Avery, Salvando el planeta con plásticos y plaguicidas, Hudson Institute, Washington, 1995.

[3]  El plan, por suerte, resultó insuficiente, sobrepasado por un planeta y una población indudablemente mayor y más compleja que el diseño del USDA. Poco después, los pretendidos diseñadores norteamericanos de la alimentación mundial iban a tener que incluir a Canadá, Australia y finalmente Brasil más zonas menores en el diseño del plan mundial de control alimentario. (Véase Paul Nicholson, “Los alimentos son un arma de destrucción masiva”, 2008, www.rebelion.org/noticia.php?id=178160).

[4] Kala Senathiarajah y Thava Palanisami, “How Much Micropolastics Are We Ingesting”, 11 junio 2019. Cit. p. J. Elcacho, kaosenlared, 13 jun. 2019.

[5]  Our Stolen Future, Dutton, Nueva York, 1996. Hay edición en castellano, España, 2006.

Publicado en Agronecrófilos, Centro / periferia, Ciencia, Conocimiento, Destrozando el sentido común, Globocolonización, Nuestro planeta, Nuestros alimentos, Para salir del repollo, Poder mundializado, Sociedad e ideología

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