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Categoría: Poder mundializado

Corte Penal Internacional: ¿enjuiciar crímenes de lesa humanidad o programar acuerdos interestatales?

Publicada el 06/07/2020 por ulises

DERECHOS DE LOS PUEBLOS, SOBERANÍAS DE LOS ESTADOS

por Luis E. Sabini Fernández –

La CPI fundada en el cambio de siglo (se inician instancias en 1998 y se concreta un estatuto de funcionamiento en 2002) vino a resolver zonas de derecho que la ONU no había logrado despejar.

El mundo vio que a lo largo de la segunda mitad del s XX, con la ONU, una serie de violaciones se escabulleron de los marcos de la organización internacional que en 1945 se suponía iba a evitarlos. Pensemos en la atroz Operación Djakarta (1965), en la campaña del gobierno argelino contra el FIS (1995), en la limpieza étnica de la etnia hutu contra la de los tutsis en Rwanda (1994),…

La CPI se concibe entonces como el instrumento adecuado para tratar de juzgar a personas acusadas de cometer ‘crímenes de genocidio, de guerra, de agresión y de lesa humanidad’.

Sin embargo, pese a las expectativas, el decurso de la CPI durante estos años del s XXI ha sido más bien deslucido.

Mejor dicho, había sido más bien deslucido. Hasta que en enero del corriente año la CPI decidió considerar los crímenes de lesa humanidad habidos  desde principios de siglo en Afganistán (invasión militar de EE.UU., en 2001), devastando al país, generando, por ejemplo, una emigración desesperada que se estimó en 4 millones de habitantes, la cuarta parte de su población, imagínese la magnitud del arrasamiento), y , a la vez, considerar lo acaecido  en territorio palestino, su población despojada, diezmada y asesinada inmisericordemente por el Estado de Israel.

Estos dos pasos significan “meterse” con EE.UU. e Israel, nada menos.

Desde entonces, han sobrevenido una serie de advertencias, amenazas, desplantes.[1]

Buena parte de las fricciones con apenas los comienzos de investigaciones, tanto en el caso afgano como en el palestino; ponen a prueba el sentido y existencia de la CPI.

 

ONU, CPI cuidan la justicia, pero ¿para quiénes?

Procuremos aproximarnos al estado llamemos filosófico de la cuestión.

La discusión para otorgar o negar jurisdicción a la CPI gira alrededor de si, por ejemplo, en el caso palestino, existe un país, un estado, demandante y por lo mismo potencial receptor de una sentencia reparatoria de lo que la CPI juzgue apropiado.

Los argumentos así van y vienen; sobre la existencia presunta, virtual, real, ficticia de un estado palestino (y si, p. ej., tal no existe porque precisamente la política del EdI coarta todo esfuerzo de reconocimiento de tal).

Cabe recordar que cuando en 1947 la flamante ONU, orquestada desde EE.UU. con la victoria “aliada” en la Segunda Guerra Mundial, encara el destino de Palestina (cuatro siglos bajo domino otomano y con la inminente derrota turca, desde 1917 “administrada” por el Reino Unido, que  con la Declaración Balfour revelará el proyecto de entregar dicho territorio a la entidad judía sionista a través del  Barón de Rothschild, pese a la resistencia encarnizada  −con miles de muertos sacrificados en esa resistencia− de la población palestina que sentía así cómo era despojada de su territorio, de su país.

Entonces, se planteó la misma discusión en la UNSCOP (Comité de la ONU para la cuestión palestina, por su sigla en inglés) en 1947 que ahora con la CPI. Jorge García Granados, jurisconsulto “de abolengo jurídico” guatemalteco, y figura clave entre los elegidos por EE.UU. para orientar el destino de Palestina, fijó nítidamente la línea. Valido de su nombradía se permitió escribir todo un libro The Birth of Israel [2] en idioma inglés sin siquiera en un pasaje distinguir, conceptualmente, judeidad, sionismo e israelidad.

Ese penoso hándicap intelectual, como era previsible, no enriqueció ni matizó su visión, antes bien lo confirmó en su incondicionalidad al servicio del sionismo. Por ejemplo, contemporizando con los terroristas judíos, que llegó a entrevistar reiteradamente, tanto era su embeleso.

JGG, en la UNSCOP, examinando qué hacer con las tierras que el Imperio Otomano derrotado, cedía, apostrofa: “Los árabes sostenían que Palestina fue cedida a la parte interesada: la población del país, para ellos. Pero el artículo 1 del Tratado de Lausana [el del reparto de los territorios turcos despojados] establecía la renuncia de los turcos a todos sus derechos. No existe ninguna referencia que sugiera la cesión  en favor de los habitantes […] Si buscamos una interpretación en los principios generales del derecho internacional, nos hallamos con que solo los estados soberanos pueden ser sujetos de derecho internacional. Los individuos y los pueblos que no gozan del estatuto legal de gobierno soberano sólo pueden ser objetos del derecho internacional.” [3]

Observe el lector que es una magnífica defensa del colonialismo y el imperialismo: bantúes, mayas, rohingya, zulúes, cheyenes, navajos, charrúas, mapuches, muor, nung, cheroquis, kalakalpacos, inuit, saharauis, yanomamis, jíbaros, arawak, abjasios, osetios, los habitantes ancestrales de todas las tierras del planeta carecen de derechos propios; son transportables, negociables, y ‘si no hay más remedio’, sacrificables.

El doctor en leyes, guatemalteco, latinoamericano, sabía bien de qué hablaba, particularmente en un país con mayoría absoluta indígena, es decir en un país donde la condición de ocupante de los europeos era más patente…

El universo jurídico que expresa este autor, que es el que le importa a EE.UU. al Reino Unido y a Israel, es el de las figuras jurídicas.  Lo que considere “la población árabe” respecto de su propio destino lo tiene sin cuidado; los seres humanos somos objetos del derecho internacional; son los estados los sujetos.

Por eso, el interés de Trump de no aceptar la personería jurídica a un (más presunto que real) estado palestino que la ONU finalmente concediera.

Con la aprobación de la ONU, la CPI entendió legítimo encarar estas violaciones a los derechos humanos. Tanto las violaciones palestinas sobre Israel e israelíes, como las violaciones de israelíes a palestinos y a Palestina. Es por esto que “ardió Troya” cuando la fiscal de la CPI, Fatou Bensouda, habilitó ese procedimiento (el caso afgano es más sencillo, porque lisa y llanamente EE.UU. invadió un estado constituido).

Mirado con mínima ecuanimidad se ve que el daño israelí sobre la sociedad palestina es devastador y el daño palestino sobre Israel es incomparablemente menor.[4]

La CPI ingresa entonces  a la liza con el punto de la estatalidad palestina. Discusión entre estados. Que Israel procura rehuir, negándole ese estatuto a los palestinos.

Eso significa de todos modos, que no sólo la ONU no es sede para reclamo de pueblos del tercer y cuarto mundo, tan a menudo despojados; tampoco la CPI se arroga ese ámbito.

Los palestinos han tenido un calvario de bastante más de un siglo y, como dice Mads Gilbert, el médico noruego que los ha asistido en algunos campamentos y está maravillado por su enorme capacidad de resistencia, Palestina existe y la CPI podría significar un paso hacia su reconocimiento como entidad, eso que la prensa occidental en general les ha negado durante décadas.

Pero a la vez, nos queda la pregunta de cómo la civilización dominante en el planeta, la que concierta encuentros planetarios, la que propala derechos humanos urbi et orbi, podrá atender a los seres humanos ya mencionados en el comienzo de este escrito… y tantos otros centenares de etnias despojadas…

Parece por lo tanto que el ordenamiento internacional, el derecho internacional en el siglo XXI sigue tan eurocentrado, moderno, democrático formal como en el siglo XIX, cuando con total descaro los blancos europeos no  reconocían derecho alguno a las poblaciones de las tierras que les interesaba conquistar; así la tradicional hospitalidad de pueblos primitivos ante recién llegados, a menudo con penurias tras agotadores viajes oceánicos, era “retribuida” como lo hicieron los anglos en la América del Norte con la consigna “acaben con los bosques y los indios”, mediante mantas contagiadas con virus de viruela, destrucción de cultivos, matanza de “cultores del diablo” y otros ardides que, nos recuerda Noam Chomsky, que los anglos ya habían cultivado arrasando la vecina isla de Irlanda.[5] Lo mismo pasó con la llegada del latino, genovés, Cristoforo Columbus, a la isla que bautizó La Española (hoy asiento de República Dominicana y Haití). Un siglo antes. En busca de oro. Por el oro, obligó a los habitantes arawak a trabajar, deslomándose en minas buscando lo que lo obsesionaba.  Sabía que corría con ventaja. Había advertido que los oriundos no manejaban armas metálicas y por lo tanto no podían competir con la parafernalia de lanzas de hierro y trabucos con que contaban los exploradores, muy pronto devenidos conquistadores.

 

Los siglos han pasado. Pero no las asimetrías ni las desigualdades

Las formaciones especiales de la seguridad sionista, los grupos de tareas, los mistarviim,[6] los destacamentos militares dedicados a la represión y los militares israelíes en general dedicados a sembrar la muerte entre palestinos, “se facilitaban” la tarea: dado que son apenas pueblo y no tienen entidad jurídica, no merecen territorio alguno. Ni vida siquiera.

Han pasado 70 años, tres cuartos de siglo, y los argumentos jurídicos no han cambiado.

Y la situación tampoco: si con el taparrabos estatal, los palestinos siguen siendo arrasados, encarcelados sin juicio, violados, torturados, baleados a quemarropa, eligiendo las partes de los cuerpos para administrar el daño, pensemos por un instante el lugar y el destino que “el mundo moderno y civilizado” le deja a las etnias que no se identifican con estado alguno.

Pero si éste es el destino que la globocolonización le sigue dejando a las poblaciones no elegidas, veamos, finalmente le reacción de los que se sienten dueños eternos del mundo, y entero).

EE.UU. E ISRAEL REACCIONAN CONTRA LA CPI

La decisión de Fatou Bensouda alteró “el juego” que “el mediador deshonesto” [7] llevaba a cabo para salirse con la suya; “El Acuerdo del Siglo”.

Y quienes se consideran dueños del planeta (con considerable dosis de realismo) han mostrado rápidamente los dientes:

Mike Pompeo, actual canciller de EE.UU., ha declarado que su gobierno “está decidido a impedir que los estadounidenses o nuestros amigos [sic] y aliados en Israel [sic sic] […] sean cuestionados por esta corte corrupta [sic sic sic].”

EE.UU. e Israel arguyen que ninguno de esos dos estados ha firmado el acta constitutiva de la CPI. Cierto. Tampoco lo han hecho Cuba, China, Rusia y la India. Por diversas razones, en 2002 eso+s seis gobiernos se negaron a firmar la constitución de la CPI (aprobada por unos 120 estados; hay unos 60 que no se han pronunciado).

El analista Jonathan Cook desnuda la falencia de los improperios de Pence: “En Derecho Penal, los sospechosos de crímenes no deciden si su víctima puede denunciarle.” Cook extiende ese razonamiento hasta “el derecho internacional, si se quiere que sirva para algo”.[8]

Pero el matonismo está fuertemente asentado.

Netanyahu, por ejemplo, con cierta falta de originalidad, acusó a la CPI de “antisemitismo”.[9]

Y Maurice Hirsch, asesor militar israelí acusó en la prensa israelí a Bensouda de “desventurado peón de los terroristas palestinos”.[10] Obsérvese al pasar, el desdén contra la fiscal, afrogambiana.

EE.UU. ya le había anunciado a la CPI que usará “la fuerza para liberar a cualquier estadounidense a quien coloquen en el banquillo”.[11]

Al carecer la CPI en su membresía de EE.UU., Rusia, China e India, su alcance se raquitiza por la ausencia de tales “gigantes” geopolíticos (además de Cuba e Israel).

Los boicoteadores cuentan con otras armas, por ejemplo, el carácter transitorio de los funcionarios: Fatou Bensouda, estuvo sopesando acusar de delitos tan atroces a EE.UU. e Israel desde hace por lo menos 5 años. Pero su mandato caduca en un año. Por eso, muchos creen que ‘la sangre no llegará al río’, porque justo cuando el juicio se concrete, caducará el mandato de Bensouda y los que disponen del poder planetario mayor cuentan con poder sustituirla apropiadamente.

[1]  De los cuales da buena cuenta M. L. Ramos Urzagaste, “¿Se desata una guerra judicial? ¿Qué esconde la furia de EEUU con la CPI?”, www.rebelion.org, 20 jun 2020.

[2]  La primera edición en inglés tuvo rápidamente una traducción al castellano inmediatamente editada; Así nació Israel, con un sello editorial en Buenos Aires denominado Biblioteca Oriente. 1949.

[3]  Jorge García Granados, Así nació Israel, Buenos Aires, 1949, p. 76.

[4]   Se midan como se midan; en vidas humanas perdidas o afectadas, en daño sobre estructuras, la comparación pierde sentido por las diferencias de magnitudes. Y esto sin hablar del meollo histórico: ¿hay derecho a suprimir una sociedad para asentar otra en su lugar? (¿que esta última haya estado en esa tierra unos dos mil años antes, ¿es argumento suficiente o desquiciante?). Podríamos agregar otras preguntas: ¿la base religiosa de toda la reclamación es legítima, sensata? ¿podemos entender la Biblia como un documento histórico? Urticantes preguntas planteadas desde mediados del s XX por Mahatma Gandhi, Arnold Toynbee, Nelson Mandela entre tantos otros.

[5]  Noam Chomsky, Año 501: la conquista continúa, cap.1, del volumen Man kan inte mörda historien (No se puede asesinar la historia), Gotemburgo, 1995.

[6]  Judíos especialmente entrenados para hablar, vestir, comportarse como palestinos, dedicados a infiltrarse en las actividades de la sociedad palestina para producir el mayor daño. Un ejemplo entre tantos que registra el historiador judío Ilan Pappé: llega un palestino a un taller mecánico con una camioneta que anda mal. Pide el arreglo. Convienen plazo. El dueño o los dueños de la camioneta se retiran: unos minutos después vuela por el aire, la camioneta, el taller, los mecánicos, las casas circunvecinas, con un tendal de muertos y heridos que seguramente alcanza a decenas…

 [7]  Tipificación certera de Naseer Aruri para describir “el rol de EE.UU. en[tre] Israel y Palestina”, Editorial Canaán, Buenos Aires, 2006.

 [8]  J. Cook, “Israel y EE.UU. redoblan esfuerzos para intimidar a la C.P.I.”, www.rebelion.org, 20 jun 2020.

 [9]  Ibídem.

[10]  Ibídem.

[11]  Ibídem.

Publicado en EE.UU., Nuestro planeta, Palestinos / israelíes, Poder mundializado

Colonizando al colonizador

Publicada el 06/07/2020 - 06/07/2020 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández –

EL PORQUÉ DEL FRACASO PROGRESIVO Y CRECIENTE DE EE.UU.

En 1945 se consolida lo que con el tiempo llamaremos “el imperio”, “el imperialismo yanqui”, “el american empire”.

EE.UU. queda al frente entre todas las naciones del planeta. Su aparato industrial no sólo es el mayor y el menos dañado sino que además se aprovecha de los otros grandes nudos industriales existentes entonces, semidestruidos: el alemán y el japonés.

Los dirigentes estadounidenses empiezan a sentir que ahora sí cosechan un tiempo propio, vanguardizando el planeta, un american century. Y bien pragmáticamente, tendrán buena parte de razón: la segunda mitad del siglo XX tendrá como referencia al futuro lo que de EE.UU. provenga. Para bien, dirán sus panegiristas.

La resistencia cultural será muy débil, aunque la disputa política con la URSS y secundariamente con China estarán sí presentes y pesantes.[1]

Se impuso la tecnologización generalizada,  el “use y tire”, las rubias oxigenadas, el auto individual, la comida más dulce y más grasa  −la que con el tiempo se llamará chatarra− y los ojos que nos “prestaron”, en Hollywood.

Se tardó décadas en reaccionar y ver que los presupuestos de un mundo así artificial e infinito eran falsos; que nutrirnos con pastillas arruinaba nuestros intestinos, que “mejorar”  nuestros alimentos con aditivos era contaminante (y a menudo, directamente tóxico); que la energía no era infinita ni malgastable, que el aire acondicionado constituía una pesadilla; en suma, que la contaminación existe y es problemática (¡y en qué dimensiones!).

Los grupos y constelaciones de poder en EE.UU. absorbieron esos “golpes” al optimismo radical, y gracias al empuje cultural, la disponibilidad material y la superioridad militar, retuvieron el control político-ideológico de nuestro presente. La crisis del “estado de bienestar” en la Europa de los ’70 y ’80, que era la carta socialdemócrata alternativa al dominio american, y el colapso soviético a comienzos de la última década de ese siglo, parecieron reafirmar el dominio cultural indiscutible, aunque crecientemente discutido, de EE.UU.

Así que cuando en el año 2000, con su informe, “REBUILDING AMERICA’S  DEFENSES. Strategy, Forces and Resources For a New Century” (Reconstruyendo la defensa de EE.UU. Estrategia, fuerzas y recursos para un nuevo siglo) la craneoteca demócrata estadounidense anuncia reiterativamente “A Report of the Project for the New American Century” (Informe del Proyecto para un nuevo siglo de EE.UU), firmado por Eliot Cohen (Nitze School of Advanced International Studies, Johns Hopkins University); Thomas Donnelly (Project for the New American Century); Gary Schmitt (Project for the New American Century); Paul Wolfowitz (Nitze School of Advanced International Studies, Johns Hopkins University) y una treintena más de conspicuos intelectuales del establishment, muchos entendimos que los grupos dirigentes de EE.UU. pensaban superar con creces la preponderancia gozada en aquella segunda mitad del siglo XX, en beneficio ahora de un predominio mucho más radical y absoluto que lo que ya habíamos vivido en el siglo pasado.

Y sin embargo, apenas a dos décadas de semejante comienzo, estamos ante una situación conflictiva que pocas veces hemos visto en EE.UU. con el grado de conmoción y desajuste que entiendo vemos hoy.

Un presidente que prometió acabar con la globalización que estaba arruinando las economías locales, estaduales, a partir de todas las deslocalizaciones de las industrias, quebrando la tendencia y prometiendo el retorno de industrias “a casa”;

un presidente que se entusiasmó patrocinando un “Acuerdo del siglo” entre EE.UU. e Israel, aunque se trate del conflicto entre Israel y los palestinos a quienes ni siquiera se les consultó en instancia alguna, porque efectivamente era un acuerdo entre Israel y EE.UU.;

un presidente que vio llegar el covid 19 como lo vería un cowboy desde su caballo, sin miedo y con desprecio, aunque “el recién llegado” no pudo ser domeñado ni confundido como pretendió insistentemente el presidente que cosechó en pocas semanas el total de muertos de 14 años de asistencia e intervención militar de EE.UU. en Vietnam (1962-1975),[2] y que a las pocas siguientes semanas, ya había duplicado ese registro oficial de muertos;[3]

un presidente que al mismo tiempo que critica de la globalización la pérdida de puestos de trabajo dentro de fronteras, la afirma en términos político-militares con sus alianzas y rechazos y un intervencionismo activo en el Cercano Oriente, así como en el Caribe, patrocinando, por ejemplo, una marioneta como el seudopresidente venezolano Juan Guaidó;

un presidente empeñado en reproducir conflictos entre “grandes potencias” para dirimir el alcance del imperio global, en  relación con China o Rusia;

un presidente que reafirmó un giro a la derecha con el cual despreció  atender uno más de  esos “pequeños asesinatos” que la policía estadounidense parece complacerse en ejercer asfixiando a detenidos en la calle, preferentemente negros, claro.

 

Pero la situación parece complicarse aún más. Lo que señalamos al principio: pocas veces se ve tan fuerte el deterioro institucional de “la primera potencia mundial”, como se la suele designar desde la evaporación de la URSS.

La vocación de policía mundial no ha cedido; basta ver a lo largo de este año, el desembozado asesinato de Quassem Suleimani en Irak, iniciando el 2020: un militar iraní  considerado en nro. 2 del estado persa y clave en sus funciones dentro de su país y en el intervenido Irak, y el desembarco poco afortunado de algún soldier of fortune de origen estadounidense en Venezuela hace apenas un mes, reeditando una deslucida Bahía de los Cochinos (no con miles sino apenas con decenas), como para probar que no todo proyecto mejora o supera su precedente.

Pero el decurso del covid 19 y su alta contagiosidad parecen haber disparado otra serie de cuestiones hasta hoy fuera de los focos mediáticos, y por lo tanto hasta hoy dadas como inexistentes.

En los últimos años, décadas en EE.UU., la globalización galopante y la atomización social consiguiente ha ido destruyendo las estructuras alimentarias basada en la familia, porque las tareas, las dificultades temporales, la pérdida de autonomía económica, el aumento de familias monoparentales, fue llevando a que un porcentaje cada vez mayor de niños se alimentara en las escuelas y centros de enseñanza, reforzando la tendencia “a comer afuera de casa”. Con el aislamiento dispuesto ante “la pandemia”, en EE.UU. hay millones de niños y menores de 18 años que no tienen lo necesario para alimentarse. Se estima que un quinto de  la población menor está ahora subalimentada. Lea bien: de unos 70 millones de menores de 16 años que viven en EE.UU., el déficit alimentario se estima para unos 14 millones…

Consultadas madres de menores de 12 años, un 40% declaró “padecer inseguridad alimentaria”.[4]

La situación, empero, viene de lejos. No Kid Hungry [sin niños con hambre] es una organización dedicada a combatir el hambre infantil, de 2010 (ibídem).

Este cuadro de situación para un estado reputado como principal del mundo, considerado dentro de los países enriquecidos, centrales, del “Primer Mundo”, y que presenta índices que se asemejan tanto a los de países dependientes, empobrecidos, satelitarios, como por ejemplo Uruguay o Argentina, considerados indisputablemente como del todavía llamado Tercer Mundo (aunque gocen Argentina y Uruguay de algunas ventajas respecto de otros países empobrecidos, aún más carenciados, tantos caribeños o africanos), expresa una situación anómala.

 

Procuremos caracterizar, siquiera preliminarmente, la condición de país dependiente, neocolonizado (es decir con bandera nacional propia pero con mundo empresario ajeno), como los que se han ido configurando desde fines de la 2GM y durante toda la segunda mitad del s XX, con el “proceso de descolonización” promovido por la ONU, con globalización creciente y  expansión presunta permanente.

  • la política exterior es definida fuera de fronteras (desde un estado condicionador o desde instancias supranacionales),
  • la política económica es definida desde el mundo empresario transnacional y global que va adaptando la economía del país neocolonial a las necesidades globales, generalmente ajenas y contrarias a las del país que estamos tomando de ejemplo: extranjerización y sujeción de la economía local a las necesidades y perspectivas globales;
  • la política militar, lo que llamamos ahora con un anglicismo, securitaria, también abandona el marco y las referencias locales, nacionales, y va siendo configurada al servicio de estrategias globales, en todo caso asentadas en el interés de un poder ajeno.

 

RECUADRO 1

LOS 5 OJOS

Desde 1948, luego de la guerra que aplastó al nazismo y al imperio japonés, EE.UU., Australia, Nueva Zelandia, Reino Unido y Canadá tejieron un acuerdo de alcance planetario llamado Echelon, que pasó a controlar toda la información circulante en el planeta; entonces, la de teléfonos, telegramas, teletipos, correspondencia, radios de toda onda y posteriormente de frecuencia modulada. La Red Echelon fue instalada, se supone, para asegurar la democracia y evitar el terrorismo. Pero quejas de empresarios alemanes y franceses, permiten suponer un control comunicacional generalizado que  les ha permitido a sus cinco estados constituyentes, “Los 5 Ojos”, anudar jugosos negocios y convenios validos de la interceptación de mensajes,  salvo los de palomas mensajeras.

Echelon ha procesado ampliaciones:  Israel, por ejemplo,   ha sido designado como «el observador oficial» de los 5 ojos. Los 5 Ojos son 6.

 

 

Si revisamos someramente  la situación de EE.UU, ¿qué vemos?

El presidente Trump, como cualquier presidente de país dependiente, pero no globalista, como las elites colonizadas de países dependientes, sino nacionalista, como una élite que resiste satelizarse, esforzándose para frenar la desaparición de puestos de trabajo que el capital transnacional lleva a cabo para mejorar su rentabilidad (siempre es preferible para el dueño del capital pagar mano de obra y servicios en un país empobrecido que pagar mano de obra y servicios “caros” en su propio país). Es decir, actúa como élite de país dependiente, resistiendo la globalización.

Veamos, un poco más detalladamente, el papel de Israel dentro de EE.UU. Y correlativamente, de los judíos, que se estima son entre 6 y 7 millones en el país, más que la propia población judía en el Estado de Israel.

El papel de supervisión del Estado de Israel sobre la política de seguridad de EE.UU. se expresa en multitud de factores, generalmente no muy explícitos.[5]

Un ejemplo bien fresquito: EE.UU. presenta “El Acuerdo del Siglo” que ya hemos señalado que Israel viene diseñando para acabar con la resistencia palestina y apropiarse definitiva y totalmente de la Palestina histórica.[6]

¿Por qué es EE.UU. el estado que presenta este plan como solución final con los palestinos?

Llamativamente en 1947, cuando EE.UU. estaba rehaciendo geopolíticamente el mundo de posguerra, sustituyendo al Reino Unido, agotado, en aquella función, fue decisivo en la ONU, por su peso específico para entregarle al sionismo el territorio palestino. Cumplía así una promesa británica al barón de Rothschild, pero sobre todo, mantenía la geopolítica occidentalista de control sobre el Cercano Oriente. Para aquella tarea EE.UU. contó con la UNSCOP (Comité Especial de la ONU sobre Palestina).

EE.UU. quiere ahora cerrar el ciclo con su “Acuerdo del Siglo”. El chico de los mandados quiere terminar la tarea encomendada.

El control de Israel sobre EE.UU. se expresa de muchas otras maneras. El Congreso de EE.UU. tiene hoy 435 representantes; unos 300 al menos de entre ellos se consideran amigos y/o aliados del Estado de Israel. En realidad, reciben jugosas partidas de apoyo de AIPAC (American Israel Public Affairs Committee, Comité de Negocios Públicos de EE.UU. e Israel, también autodenominado con indudable precisión, “America’s Pro-Israel Lobby”, El lobby pro-israelí de EE.UU.), que engrosan el presupuesto de tales legisladores. En rioplatense tendríamos que decir que la inmensa mayoría de tales “representantes del pueblo” están untados.

Pero el lobby está sacralizado en EE.UU. Es la razón por la cual, cuando Beniamin Netanyahu quiso abofetear en términos de ceremonial al presidente de EE.UU., a la sazón Barack Obama, a causa del enojo que le produjo la negociación de EE.UU. con Irán, marzo 2015, para regular la producción nuclear de este último, hizo una visita directamente al Congreso de EE.UU., salteando una visita “entre pares”,  para “explicarles” a los legisladores el peligro en que EE.UU. se encontraba, “bajo la amenaza iraní”.

Como EE.UU. no es un país bananero típico, tiene en sus estructuras sociales e intelectuales sectores totalmente conscientes del papel de chirolita que su país cumple ante las presiones y los condicionamientos israelíes y los del poderoso lobby judío norteamericano.

Hay intelectuales y políticos que no aceptan esa dependencia; algunos desde el Partido Republicano, como Paul Craig Roberts; otros desde la izquierda como Noam Chomsky, James Petras, Jeremy Hammond, o periodistas de investigación que llegan a verdades siem-pre incómodas para los poderes constituidos, como Nick Turse o Whitney Webb; otros final-mente, denuncian esa sumisión de la estructura política norteamericana a la batuta israelí como periodistas críticos, pese a su origen conservador, como Philip Giraldi o Ron Unz.

Los manejos israelíes de políticas ajenas vienen de tiempo atrás. Dedicados a quitarle la tierra a la población palestina, allí asentada milenariamente, el sionismo se articuló con mucho secreteo, lobby y bambalinas. Algunos episodios, como El escándalo Lavon pudieron ser descubiertos porque Israel era todavía “principiante”. En 1954, para lograr que el Reino Unido frenara la expansión de Egipto dirigido por Gamal Abdel Nasser, los aparatos clandestinos sionistas no encontraron nada mejor que instalar bombas en cines y bibliotecas egipcias, estadounidenses y británicas en territorio egipcio, para que estallaran luego del horario de cierre. Es decir, no querían matar a nadie (¿salvo serenos?), como sí habían hecho en reiterados atentados años atrás; ahora querían generar pánico y acusar “del intento asesino” a la Hermandad Musulmana, a comunistas egipcios y otros nacionalistas árabes. Probablemente porque todavía no estaban tan afiatados como luego se los podrá observar, al ser descubiertos, dos de los saboteadores se suicidaron y otros dos, detenidos por la policía egipcia fueron ejecutados. Aun sin constituir una acción expresamente asesina, quedó claro el uso de cualquier mentira como procedimiento del servicio secreto israelí.

 

 

RECUADRO 2

Esa dependencia del coloso estadounidense a la batuta israelí es lo único que puede explicar secuencias como las vividas con el barco de la marina de EE.UU. Liberty, en 1967, durante la llamada “Guerra de los 6 Días”.

Apostada entonces la Marina de Guerra de EE.UU. en el Mediterráneo,  el  Liberty se desplazaba por el Mediterráneo Oriental, y fue de pronto atacado por aviación israelí, ocasionándole grandes daños y decenas de muertos en su tripulación. Israel pidió disculpas alegando haberlo confundido con un navío egipcio. Versión intragable por la cantidad (habitual) de banderas norteamericanas en el barco y porque la identificación del barco está en abecedario occidental a diferencia de la de los navíos egipcios. Tan inaceptables resultaron las excusas que hasta Wikipedia con su sesgo occidentalista y proisraelí, defendiendo cierta objetividad, asumió investigaciones que “sostienen que los israelíes no querían que el buque interceptara sus propias comunicaciones y ése habría sido el motivo del ataque. Además, el historiador Gabby Bron afirma haber presenciado ejecuciones de prisioneros egipcios por parte de la milicia israelí en la ciudad El Arish, mientras el USS Liberty se encontraba a menos de 13 millas del lugar […] podrían haber escuchado las comunicaciones de los oficiales israelíes ordenando ejecutar a los prisioneros de guerra. Por otro lado, el analista Adrián Salbuchi sostiene [que] dicho ataque constituyó una operación de bandera falsa del ejército israelí en un intento por tratar de hundir el buque para poder culpar a Gamal Abdel Nasser y así arrastrar a EE.UU. a la guerra del lado israelí contra Egipto.​[7]

Hay que tener en cuenta que en la guerra anterior en la región,  1956, desencadenada por Israel, EE.UU. obligó a los atacantes (Israel, Francia y el Reino Unido) a retirarse de lo conquistado. Y es precisamente luego de la guerra de “los 6 días” que EE.UU. inicia un plegamiento absoluto a la voluntad israelí. Por eso, cuando el Liberty fue avistado  cerca de los fusilamientos israelíes a egipcios, que violaban todas las normas de guerra auspiciadas por la ONU, se puede suponer que los mandos israelíes no querían que los estadounidenses se enteraran; todavía entonces, 1967, los militares de EE.UU. guardaban ciertas formas democráticas (el proceso de degradación y brutalización  empezaba justo entonces, en Vietnam).

 

 

Cuando Ariel Sharon, el que organizó la matanza de miles de mujeres, niños y ancianos en los campamentos palestinos de Sabra y Shatila, en 1982,[8] decidió, en 2005, como comandante en jefe del ejército israelí, la evacuación de la Franja de Gaza, hasta entonces ocupada por  fuerzas represivas israelíes y por unos 8 000 colonos sionistas, instaurando una nueva “agenda de combate”, ahora sitiando a la Franja por aire, mar y tierra (con apoyo de los militares egipcios), hubo israelíes que temieron la reacción de EE.UU. ante tanta independencia. Sharon solía tranquilizarlos: “Nosotros, el pueblo judío, controlamos Estados Unidos y los estadounidenses lo saben”.[9]

Testimonios de esa dependencia de EE.UU. hacia Israel hay muchos. Solo que los medios de incomunicación de masas se cuidan de espigarlas (y cuando hablamos de este secreto a voces, nos referimos tanto a la prensa más derechosa, racista y clasista como a mucha prensa progresista).

Veamos apenas un ejemplo, descrito por el actual periodista de investigación, en otro tiempo agente de la CIA, Philip Giraldi: “EE.UU. está muy preocupado con ‘su mejor amigo y aliado’ que lo ha espiado, le ha robado tecnología, ha corrompido procesos gubernamentales y mentido sistemáticamente acerca de sus vecinos para generar un casus belli, de modo tal que los estadounidenses puedan morir en innumerables guerras en lugar de hacerlo los israelíes.”[10]

Giraldi da como ejemplo de la dependencia, en este caso del presidente Trump a Israel, el de haber designado como embajador en Israel a David Friedman, “un archisionista que ve como su misión promover los intereses de Israel más que los de EE.UU.” Ejemplifica como Friedman ha adoptado el lenguaje israelí en casos en que EE.UU., al menos teóricamente, sigue el lenguaje de la ONU. Por ejemplo, la Margen Occidental (palestina) oficialmente “ocupada” por Israel ha devenido en las palabras del nuevo embajador un “territorio en disputa” (frase de batalla de la diplomacia israelí). Como frutilla del postre, Giraldi nos recuerda que el embajador norteamericano ha aprobado el “trabajo” de los francotiradores israelíes durante las Marchas por la Tierra que desde 2018 llevan adelante los palestinos sin armas, ni siquiera piedras, que ha significado la muerte de varios cientos de palestinos y las heridas de balas (certeras) de francotiradores sobre miles de manifestantes pacíficos.[11] Un récor prácticamente mundial.

Examinemos como frutilla del postre, los planteos de JINSA, Jewish Institute for National Security of America (Instituto Judío para la Seguridad Nacional de EE.UU.)

Dicen ser “profesionales de la defensa de EE.UU. y como tales ven los acontecimientos en el Cercano Oriente a través del prisma de los intereses de la seguridad de EE.UU.” Exactamente lo opuesto que Giraldi detallaba como la política real del embajador, judío, de EE.UU. en Israel. ¿Tenemos que creer que el embajador de EE.UU., defiende a Israel y que los del Instituto Judío para la Seguridad de EE.UU. defienden a EE.UU. y no a Israel?

Prosigue JINSA: EE.UU. e Israel han establecido una cooperación en seguridad  durante la Guerra Fría y hoy ambos países enfrentan la amenaza común del terrorismo de quienes temen la  libertad y las libertades. […] Compartimos los servicios de inteligencia y los entrenamientos militares bilaterales […] La policía de EE.UU. y sus oficiales han recibido el beneficio de una estrecha cooperación con profesionales israelíes en las áreas de contraterrorismo doméstico.” No hay sino que alegrarse; los israelíes instruyen a los bisoños norteamericanos; y les enseñan que toda protesta es terrorismo.

Humildemente, “Israel comparte [con EE.UU.] nuestra vocación de libertad, por la libertad personal y la vigencia de la ley.”  ¿Se incluirá en ese reinado de la ley y la igualdad a los palestinos? Tal vez, como a los nativoamericanos y a los afros…

ADDENDA. Con este trabajo realizado me llega el muy documentado artículo de Max Blumenthal, “La ‘israelificación’ de la seguridad interna de EE.UU.” reeditado el 9 jun 2020  pero originalmente escrito en 2011, que no hace sino ratificar mis observaciones.

[1]  El unicato de 1945 perdurará apenas media década; en 1951, la URSS pasa al frente en la navegación espacial y desde entonces se empezará a hablar de “las dos superpotencias”, del conflicto Este-Oeste, de las dos Coreas, las dos Alemanias, los dos Vietnam…

[2]  58 mil.

[3]  Al 10 de junio, 112 mil.

[4]  Eleanor Bader, “Fracaso americano”, Brecha, 29 mayo, 2020.

[5]  Para examinar más ejemplos del llamativo amorío y dependencia de algunos dirigentes estadounidenses hacia Israel hay que reparar en el fondo doctrinario común del Antiguo Testamento o Torah. Véase, por ejemplo, mi nota: “Amor, desprecio, poder entre EE.UU. e Israel”.

[6]   Vale la pena tener en cuenta que las dirigencias sionistas tienen su propio lenguaje que no coincide con el del cotidiano presente: los forjadores del Estado de Israel entienden que deben satisfacer el mandato divino de asentarse en la vieja Sion; el Génesis define un territorio del Nilo al Éufrates, que abarca prácticamente el oriente egipcio, Palestina, Jordania, buena parte de Irak y áreas de Siria y Arabia. Hay que suponer que la proverbial resistencia de Israel a fijar fronteras se vincula con aspiraciones territoriales bíblicas.

[7]  https://es.wikipedia.org/wiki/USS_Liberty_(AGTR-5)

[8]  El papel de los mandos israelíes en la matanza perpetrada por cristianos fanáticos fue tan insoslayable que finalmente, se abrió un juicio contra Ariel Sharon en Bélgica, en un tribunal de “Jurisdicción Universal para el Castigo de las Violaciones Graves del Derecho Internacional Humanitario”. Un militar libanés, declaró públicamente su intención de atestiguar contra Ariel Sharon por su responsabilidad en las matanzas. Elie Hobeika, que fuera comandante de la fuerza exterminadora, estaba al parecer indignado de que sólo los fanáticos cristianos hayan tenido que soportar el peso de las condenas (varios ejecutantes están en cadena perpetua) por las masacres en Sabra y Shatila, actos tipificados como crímenes de lesa humanidad.

Hobeika murió días después de su anuncio, junto a su hijo y a tres guardaespaldas volando con su auto. 24 de enero de 2002.  El tribunal, careciendo de otras pruebas, canceló el juicio. El periódico francés L’Humanité informó que Hobeika disponía de pruebas contra Sharon. El presidente libanés Émile Lahoud, sin citar a Israel, hizo implícitamente responsable a Ariel Sharon del asesinato. La frutilla del postre: “Según fuentes israelíes, la decisión de eliminar a Hobeika partió de Damasco.” Los israelíes le tiran el muerto a los sirios… fte.: https://es.wikipedia.org/wiki/Elie_Hobeika.

[9]   Germán Gorraiz López, “¿Es EE.UU. un simple vasallo de Israel?”, 8/5/2018.

[10]   “Israel to Annex the United States”, 12/5/2020.

[11]  Sobre la Marcha por la Tierra, léase por ejemplo, Pablo Jofré Leal, “Israel, el mundo al revés de una sociedad enferma”, 2 abril 2018. Y por la cuestión palestino-israelí, más general, mi artículo “Sionismo: de la emancipación judía a nación de amos”, abril 2019.

 

Publicado en EE.UU., Palestinos / israelíes, Poder mundializado

Amor, desprecio, poder, entre EE.UU. e Israel

Publicada el 03/05/2020 - 12/05/2020 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández –

Las relaciones existentes entre EE.UU. e Israel en el siglo XXI, pero más en general las de la estructura política de EE.UU. con lo judío, tienen una larga y muy compleja historia (y un hilo conductor a través de la creencia en el valor histórico de la Biblia), pero en este apunte nos vamos a limitar a lo acontecido en los últimos años, siglo XXI, para apreciar el doble movimiento que las caracteriza.

Por un lado, vemos la erección de “lo norteamericano”, o mejor dicho estadounidense, a la cúspide de lo humano; por otro, vemos la permanente “nota al pie” señalando la dependencia y sujeción de EE.UU. a una voluntad omnímoda, que “casualmente” es la misma que ensalza en el primer momento señalado a los EE.UU. como el más alto escalón de lo humano. Hay que aclarar desde ya que, cuando se ensalza el american way of life se aclara que esa cúspide significa precisamente la coincidencia total con las creencias del ensalzador…

 

EE.UU.: ¿meca judía?

Empecemos con el primer rasgo señalado, con el cual tenemos un ejemplo paradigmático. El rabino Shmuley Boteach tipifica a la sociedad estadounidense como “el nuevo pueblo elegido”, es decir, identificándolo con un rasgo básico del llamado pueblo judío: su designación por una deidad como el elegido.[1]

Nuestro rabino explica esa privilegiada posición de EE.UU: “Los estadounidenses se han convertido en los nuevos judíos del mundo. No son muy apreciados. Estados Unidos está viviendo lo que los judíos han vivido a través de su historia: un odio irracional”. Y aunque “Los eruditos dirán que todo esto se debe a la envidia de EE.UU.” nuestro rabino sabe que el antiamericanismo  tiene causas “más profundas”.

Y aunque nos parezca un texto de Barcelona,[2] en 2004 Shmuley  despliega su visión sobre las vicisitudes de EE.UU. en el mundo: “EE.UU. es odiado sobre todo porque bajo George W. Bush ha llegado a abrazar una política externa moral orientada a la lucha contra déspotas y a derrocar dictadores, y estos nobles esfuerzos han hecho que el resto del mundo aparezca egoísta, absorto en sí mismo, moralmente ciego, y cobarde. A nosotros, los estadounidenses, no nos odian por nuestra fuerza, sino más bien por los buenos propósitos a los que hemos dedicado esa fuerza.”  [3] Shmuley nos habla de cuando G. W. Bush arrasa Afganistán, Irak, pese a la resistencia civil en varios países. “Justa ira” invocada por la banda de diseñadores de “el nuevo siglo american.” que ejerce el mando entonces en EE.UU., con Cheney a la cabeza, que aprovechan el peculiar derribo de las dos torres gemelas (que violan hasta la aritmética porque los edificios derribados fueron tres…) para instaurar “el nuevo enemigo” (muerto el perro comunista apareció las rabia musulmana), quitar un espantajo mediático como Bin Laden y llevar a cabo las destrucciones señaladas (a las que seguirán otras, en Pakistán, Sudán, Siria, y en el caso de la sociedad palestina, un recrudecimiento de su aniquilamiento a partir de 2005-2006…).

Shmuley es por momento penoso. Vapulea a Michael Moore, un cineasta estadounidense tan característicamente estadounidense pero no puede sustraerse a la secuencia de su documental Farenheit 9/11, en que se ve a Bush como congelado y ridículo mientras le comunican lo del atentado “a las torres”, con un libro patas arriba. Se trata de un documental donde Moore desnuda las vinculaciones petroleras y gangsteriles entre la familia Laden y la familia Bush, entre otras muchas tareas de strip-tease político.

Shmuley no atiende ni le importa el significado sobrecogedor de la secuencia. Pega un salto mortal para confrontar esa penosa escena… con Chirac (¿qué tiene que ver Chirac?):  “El momento más impresionante de esta película es cuando acusa a G. W. Bush de quedarse sentado sin hacer nada durante siete minutos mientras ardían las torres gemelas. ¡Caramba! A los franceses les encantó esa escena, lo que es curioso ya que Jacques Chirac permitió en el verano de 2003 que 10.000 franceses y francesas murieran de insolación mientras él pasaba sus vacaciones.” Sic.

Con lógica tan escasa, se hace difícil captar porqués. Pero para Shmuley el cuadro de situación es sencillo: no es envidia; es odio. Hombre de pasiones netas, nuestro rabino.

Humildemente, Shmuley aclara que los estadounidenses deben “aprender algo de los judíos. Durante casi medio siglo, EE.UU. ha sido el guardián de la libertad en todo el mundo. Pero los estadounidenses que esperan gratitud debieran recordar que no hay buena acción que no reciba su castigo. Los judíos le dieron su Dios al mundo, sólo para ser masacrados en Su nombre.”

Repare el lector: EE.UU. ha sido el guardián de la libertad: según su datado, tenemos que suponer que desde la década de los ’60: en la Guatemala de La Mano Blanca, red paramilitar, con su cosecha de muerte de varios centenares de miles de habitantes, sobre todo mayas; en el Chile de Pinochet a miles de chilenos masacrados por el ejército asesorado por cuerpos de seguridad de EE.UU.; con la “operación Jakarta” de “limpieza” en 1966, con el Pinochet indonesio; Suharto; con el genocidio selectivo de la Doctrina de la Seguridad (exportación de torturadores incluida) en Argentina, Uruguay, Colombia, El Salvador, y por mi ignorancia dejo a un lado el papel represor de EE.UU. en el continente más devastado del planeta, África, aunque sí recuerdo la “moralizante” política de G. W. Bush en el cambio de siglo dificultando o impidiendo el uso de anticonceptivos en África, empeñado en una campaña “moralizadora” contra relaciones sexuales fuera de parejas constituidas que, ¡oh casualidad!, se tradujo en un avance atroz del SADI/SIDA (y las muertes consiguientes, porque en África no es tan fácil como en EE.UU. disponer de tratamientos antirretrovirósicos).

Los “gloriosos sesenta” de la policía planetaria estadounidense tienen cientos de miles de arrasados y asesinados en el Sudeste asiático (Cambodia, Laos, como campos libres para experimentación de la aviación militar estadounidense), particularmente en Vietnam con 14 años de intervención, con  2 o 4 millones de vietnamitas matados, pero con la muerte de 58 mil estadounidenses que convenció a los dirigentes de ese país de que no se podía seguir ese camino: dado el valor de la vida de un estadounidense, no se puede intercambiarla, “derrocharla”, por 40 o 50 vidas, en este caso vietnamitas (y como frutilla del postre, retirarse con el rabo entre las patas).

Para desconsuelo, o tal vez regocijo de Shmuley, EE.UU. tiene varios “méritos”; no sólo el papel de policía planetario, con toda su especialización en interrogatorios y torturas que no tienen nada que envidiarle a los montados por la España inquisitorial hace siglos o el comunismo soviético hace décadas.

EE.UU. ha emponzoñado el mundo entero, con su agroindustrialización basada en la industria y en una rama particular de sus desarrollos químicos: el uso de venenos para aumentar la producción agropecuaria, eliminando “sabandijas”, insectos, roedores, parásitos, mediante el necio mecanismo de contaminarlo todo.[4]

EE.UU., precisamente en el período exaltado por Shmuley, ha sido un gran envenenador universal (aunque no único). Otro capítulo, decisivo, de ese envenenamiento planetario ha sido la plastificación de la vida cotidiana, asumida con más comodidad que instinto de conservación.

Hasta aquí, unas pinceladas por el papel de EE.UU. en la época ensalzada por Shmuley; policía del mundo y gran laboratorio, de borrachos de optimismo tecnológico.

Sigamos con la segunda parte de la cita del inefable. Shmuley: “[…] estadounidenses que esperan gratitud debieran recordar que no hay buena acción que no reciba su castigo.” No precisa, claro, para quien resulta “buena acción”: si alguien se aprovecha de una acción que considera buena, excelente –despojar a los indios, por ejemplo– no puede pretender ser gratificado por ello, al menos por los indios.

Shmuley ejemplifica: “Los judíos le dieron su Dios al mundo, sólo para ser masacrados en Su nombre.” Humildemente.

No entendemos cómo Shmuley declara que ese dios es del mundo, cuando todo el aparato doctrinario judío insiste en la relación entre ese dios y  “el pueblo elegido” (y que por esa razón, no debe atender a todos por igual). Shmuley tiene que decidirse: o su religión es universal, dios del mundo, o su religión es tribual; dios de la tribu de Israel, de Yahvé.  Las dos cosas a la vez lesionan la lógica más básica.

Algunos judíos han procurado entender esa presunta incomprensión o rechazo a los judíos, no precisamente por “los buenos propósitos” (Abraham Léon, Ber Bojorov, Karl Marx) sino por las funciones cumplidas por muchos judíos en la sociedad (predominantemente cristiana).

Pero a Shmuley lo tiene sin cuidado la búsqueda de razones y verdades. Ya las tiene, claro. Y en lugar de pasar revista a todas las escuelas de tortura que EE.UU. ha desparramado en la posguerra, de observar el desmantelamiento de economías para readaptarlas a sus necesidades  (el Caribe, África, el Sudeste asiático, son buenos ejemplos), Shmuley se dedica a mostrar la hipocresía de otras partes del mundo rico, particularmente Francia, en el descuido de las miserias periféricas. Ignorando que el mundo enriquecido saquea a manos llenas la periferia planetaria, con las minorías poderosas de EE.UU., R.U., Francia, Japón, etcétera, pero siempre EE.UU como el primer succionador…

“A nosotros, los estadounidenses, no nos odian por nuestra fuerza, sino más bien por los buenos propósitos a los que hemos dedicado esa fuerza. Irónico, ¿no es así? Que nos odien porque somos buenos.” La increíble ceguera de los excelentes, de los que son “siempre” los mejores. Tikkanen, un Quino finlandés, tiene el pensamiento que los describe: “Mi moral es tan pero tan buena, que haga yo lo que haga, jamás se daña.”

Y Shmuley prosigue con su proverbial humildad: “Pero, sean bienvenidos al club. Los judíos han sido miembros desde hace tiempo.” Hoy nos enteramos de las bondades de los mejores: “Dios nos salve de los salvadores porque aquí, los salvados son los únicos crucificados y los salvadores, los únicos que se salvan.” [anónimo] Ave Shmuley.

En la misma exhortación, como a lo largo de toda su alocución Shmuley se ubica, se trata a sí mismo como estadounidense; su condición de judío descansa en la tercera persona: “los judíos han sido miembros”, “los judíos le dieron su dios al…”

Expresa de modo prístino su voluntad de identificación con EE.UU.

Su grado de intolerancia a la diferencia es mayúsculo: cuando la miembro del Consejo de Seguridad Nacional de EE.UU. Susan Rice, a la sazón embajadora de EE.UU. ante la ONU, consideró un desacierto, un malpaso, un error, una desconsideración, que el premier Netanyahu hubiese hablado en el Congreso de EE.UU. sin tener siquiera una coordinación con el presidente Barack Obama, Shmuley consideró que Rice “no es capaz de ver un genocidio”.[5]  Estamos hablando de una de las primeras espadas de los Clinton, pero sepamos que, además, Rice es afrodescendiente.

Shmuley es de aquellos a los que hay que comprar por lo que vale y venderlo por lo que cree que vale. Aquí nos brinda humildemente dos perlas de ejemplo: “La causa subyacente de todo el antisemitismo es que los judíos han emergido como la conciencia del mundo.” Para qué esforzarse en buscar raíces griegas o bárbaras, si los judíos ya nos dieron todo. Adiós Homero, Adiós Gilgamesh, adiós Séneca, adiós nubios…

Y en la instauración de lo judío como gobierno mundial, Shmuley nos recuerda que “los judíos se convirtieron automáticamente en árbitros del bien y del mal.” Y continúa, ligando destinos de grandeza: “EE.UU. ha emergido igualmente hoy en día como la conciencia moral de un mundo cada vez más amoral […].”

Ya vimos lo que nos ha “exportado” EE.UU.: el use-y-tire, la comodidad a costa de lo que sea, la rubiez, la contaminación; Hollywood cómo fábrica de realidad y culto a la frivolidad, consumismo y todo ese “paquete cultural” bien adobado en racismo  y confianza ciega en la tecnologización del mundo.

Shmuley critica a la vieja Europa y su aristocracia de sangre. Tiene razón. Pero confunde la lógica elemental creyendo que oponerse a los valores eurocentristas alcanza para hacer algo no ya mejor sino excelente. Cuando algunos consideramos que la enmienda ha resultado todavía peor que el soneto…

Y falsifica. La realidad: “Los líderes judíos y los primeros ministros israelíes han sido continuamente acusados de intentar de apoderarse de M. Oriente y del mundo.” Aquí nos topamos con manifiesta mala fe o supina ignorancia. Existen los documentos que prueban eso que niega: el “Informe Yinon” [6] describe como Israel se irá adueñando del Cercano Oriente y “Rebuilding America’s Defenses. Strategy, Forces and Resources For a New Century”,[7] nos muestra “el camino” de EE.UU. para adueñarse del mundo entero en el siglo XXI.

Llegado a este punto donde queda de manifiesto el analfabetismo o la mala fe, poco más hay que comentar.

Salvo, comentar la estrategia de unificar destinos entre EE.UU. e Israel: “Igual como los judíos fueron difamados como pequeños demonios, a George W. Bush lo odian como el gran demonio […] En lugar de unirse a la visión de Bush de librar al mundo de malvados tiranos y terroristas, el mundo ha preferido el camino mucho más fácil de declarar que el propio Bush es malvado, un charlatán cuyo verdadero propósito es enriquecer a sus amigos en Enron y Halliburton.

Son sorprendentes los paralelos [..]” e insiste.

Y Shmuley se mueve, según él mismo, en el terreno de lo moral: “La moralidad y la decencia determinan que las bendiciones del dinero y del poder obligan al más fuerte a proteger al más débil. El uso de nuestro gran poderío para imponer un orden moral en el mundo es la responsabilidad de una gran sociedad.”

No como los ingleses: “Cuando Gran Bretaña era la gran superpotencia mundial, utilizó su gran poderío para colonizar a otras naciones y saquear sus recursos. Cuando la Unión Soviética era una superpotencia, se tragó a otros países y los escupió en trozos. Nosotros, los estadounidenses, utilizamos nuestro gran poderío para liberar a las naciones oprimidas. Creo que esta demostración de la bondad estadounidense es lo que causa el patriotismo estadounidense sin igual. […]”

En la referencia a la liberación de naciones oprimidas, no capto si se refiere a seminolas, sioux, portorriqueños, mexicas, iraquíes, leoneses, haitianos…

Líbranos, no sé qué dios del destino de grandeza de EE.UU.: “El verdadero destino manifiesto de Estados Unidos es su rol providencial, como primera república democrática del mundo, de dirigir al mundo en libertad.

En la escena política mundial, los estadounidenses son el nuevo pueblo elegido. Dios ha favorecido la causa de EE.UU. hasta el punto en que ahora se ha convertido en la nación más rica y próspera de la historia.” Aquí tenemos la parejita formada para un largo matrimonio…

Y como lo policial es siempre primordial, Shmuley aclara: “Los estadounidenses también sufren ahora, especialmente nuestros valientes soldados en Irak que están en la primera línea en la batalla contra la tiranía.” [8]

“El futuro de EE.UU. reside en ser audaz y valeroso, hacer caso omiso de los ignorantes que nos odian y en trazar un futuro estadounidense único que sea leal a nuestra historia […]”. Nos llama la atención que las cualidades que Shmuley ensalza de los norteamericanos no pasan por ningún atributo espiritual o intelectual; audaz y valeroso podrían ser un perro, un caballo, en fin. Pero de cualquier modo, Shmuley se refiere a algo propio  de EE.UU.

EE.UU: ¿criatura judía?

Porque, sobre todo en las últimas décadas (aunque no nos sorprendería que lo que vamos a caracterizar provenga de tiempo atrás) existe otro enfoque de judíos prominentes respecto de EE.UU. Algo que se ilustra por una confesión desfachatada, de Ariel Sharon: “Nosotros, el pueblo judío, controlamos América, y los americanos lo saben.” [9]

Es una cita tan grosera y sólo radial, que no podríamos invocarla si no se repitiera el mismo perfil en tantas otras instancias y situaciones.

En su momento secretario del presidente R. Reagan, Paul Craig Roberts ha señalado: “EE.UU. ha caído muy bajo, a nivel moral y económico, a causa de su obediencia y seguimiento respecto al lobby de Israel. Incluso Jimmy Carter, ex presidente de EEUU y gobernador de Georgia, tuvo recientemente que pedir disculpas ante el lobby de Israel por sus honestas críticas al trato inhumano de Israel hacia los ocupados palestinos, para que su nieto pudiera presentarse a un escaño al senado por el estado de Georgia.” [10]

En 2010, Gideon Levy escribió: «[…]el señor Netanyahu es un “estafador… quien piensa que tiene a Washington metido en el bolsillo y que puede engañarlo”.» Basándose en un video que se filtró.

Comentando el mismo video, un documental hogareño donde B. Netanyahu, entonces ministro de Finanzas de Ariel Sharon, se despacha privadamente, Jonathan Cook comenta:: “Sentado en un sofá, dice a la familia que engañó al presidente de EE.UU. de entonces, Bill Clinton, para que creyera que estaba ayudando a implementar los acuerdos de Oslo, el proceso de paz patrocinado por EE.UU. entre Israel y los palestinos, realizando pequeñas retiradas de Cisjordania mientras en realidad estaba fortaleciendo la ocupación. Alardea de que al hacerlo destruyó el proceso de Oslo.

Y Cook remata: “Desdeña a EE.UU. al decir que “se le mueve fácilmente en la dirección correcta […].” (ibíd.) “Correcta”, quiere decir, claramente, en sentido favorable a Israel.

Los testimonios de la atroz dependencia de EE.UU. del control judeo-israelí son múltiples y lapidarios y buena parte de los casos son denunciados por judíos que se desmarcan del sionismo pro-israelí, como Norman Birnbaum: “EE. UU. está totalmente sometido al lobby israelí. Recordemos la absurda escena vivida en el Congreso de Estados Unidos durante la intervención de Netanyahu: cuanto más se alejaban de la verdad sus manifestaciones, más frenéticos eran los aplausos.” [11]

Más cerca nuestro, en el tiempo, leamos las declaraciones de Yonathan Stern, por un tiempo ocupante de territorio palestino (lo que la prensa pro-israelí llama colonos), norteamericano judío, entrevistado, vuelto a “Occidente”: “Estamos ahora a la cabeza de la sociedad. El yerno de Trump es judío, los judíos son los banqueros más grandes, controlamos la Reserva Federal,[12] controlamos Hollywood, todos esos abogados, los mejores contadores y financistas, los doctores de más prestigio, tenemos bienestar, poder, sobre todo teniendo en cuenta que somos apenas el 2% de la población de EE.UU.[13]

Hace mucho debió abandonarse la idea maniquea del tiempo del conflicto EE.UU-URSS que veía a Israel como “el portaaviones” de EE.UU. en el Cercano Oriente. Y darnos cuenta que EE.UU. es una sociedad, enorme, totalmente heterónoma, controlada por una minoría judeoisraelí con enorme poder sobre los resortes principales del país, como el Congreso, la Casa Blanca, Hollywood, el USDA y varias otras reparticiones.

Precisamente, esta neocolonización de EE.UU. desde adentro y desde afuera por el cabildeo señalado, ha ido forjando una sociedad dependiente, de tipo colonial, aunque muy sui generis porque retiene enormes dispositivos de poder propios. Pero cada vez con menos capacidad de decisión.

La sociedad estadounidense es tan compleja que esa relación de sumisión con los dictados judeosionistas ha despertado también en su seno, enormes resistencias. Es lo que se puede ver desde el GOP, el Partido Republicano, con alas totalmente disconformes con la heteronomía imperante. Hay además una prensa insumisa; Counterpunch, Global Research, Democracy Now, UNZ Review, Foreign Policy Journal, The Nation y muchísimos más que enfrentan este copamiento del país desde la Biblia, el AIPAC y la estrategia israelí.

Ésa es la explicación por la cual EE.UU. no ha actuado contra Irán pese a todos los esfuerzos desplegados desde Israel para que EE.UU. “ponga en vereda” a ese enemigo irreductible del hecho israelí. En las fuerzas armadas, en las instancias de seguridad, hay quienes resisten seguir sencillamente las instrucciones israelíes.

Existe en EE.UU. toda una potencia intelectual que no se ha asimilado ni rendido pese a la ofensiva política, cultural y mediática de Netanyahu, Trump, Jared Kushner, Jason Greenblatt, David Friedman, Eliot Cohen, David Epstein, Robert Kagan, Irving Kristol y todos los dispositivos mediáticos, legislativos, securitarios e institucionales a disposición.

Pero el creciente papel dependiente de EE.UU., teledirigido por fuerzas políticoideológicas referenciadas a Israel, está realmente colonizando lo que muchos ven como el Gran Imperio actual, trastornando sus decisiones y autonomía.

Por otra parte, con un racismo que hermana la historia de EE.UU. con la de Israel  –así como los hermana el fondo bíblico común–[14] vemos que ambas formaciones políticas se reconocen como fundadas por inmigrantes, con un odio y/o un desprecio radical hacia los originarios:

“Dejen que yo haga el trabajo sucio; dejen que con mi cañón y mi napalm quite a los indios las ganas de arrancar las cabelleras de nuestros hijos”  decía “El Carnicero”, en 1982,[15] cuando decidió invadir la tierra libanesa persiguiendo a los palestinos expulsados de su tierra, que a su vez se habían estado armando para resistir (técnica guerrillera de ese tiempo, que erigió héroes pero que a los palestinos no les sirvió).

Sharon se ve como matador de indios. Con ese plus canalla: no sólo invasores, sino indignados, porque los invadidos resisten… el perfil ético de esta configuración se define solo.

notas:

[1]   somethingjewish.co.uk, 10 octubre 2004.

[2]   Revista satírica, Buenos Aires.

[3]  “El “caso” Shmuley es atingente puesto que su alocución, que espigamos, circuló profusamente en EE.UU., en decenas de grandes periódicos como el NYT, en enormes cadenas televisivas como CBS y un largo etcétera.

[4]  Su nombre de propaganda fue “La Revolución Verde”.

[5]  “Susan Rice has a blind spot: Genocide” (NYT, fte. Wikipedia).

[6] Oded Yinon, “Una estrategia para Israel en la década del 80”, Kivunim, febrero 1982. Traducción de Israel Shahak (edición argentina de Editorial Canaán, Buenos Aires, 2007.

[7] A Report of The Project for the New American Century, Washington, 2000.

[8]  Escrito, como se recordará, durante la segunda invasión de EE.UU. a Irak (2003), con centenares de miles o millones de iraquíes muertos: EE.UU. reportará 4600 bajas; en la “Primera Guerra del Golfo”, 1991, había pasado algo similar; 300 soldados yanquis muertos respecto de unos 30 000 soldados iraquíes (Wikipedia).

[9]   Declaraciones radiofónicas del ex primer ministro de Israel, el 3 de octubre del 2001.

[10]   “Israel es quien gobierna en Estados Unidos”, CounterPunch, Patrolia, Calif., 30 dic. 2009.

[11]   “Estados Unidos, impotente ante Israel”, El País, Madrid, 27 jun 2011.

[12]    La organización, privada, que emite los dólares, públicos, en EE.UU.

[13]    Los últimos censos de EE.UU. dan unos 6 o 7 millones de judíos en el país. Entrevistado por Gilad Atzmon, “Impeachment and Antisemitism”, 14 ene 2020.

[14]  Grosso modo, me permito sostener que el judaísmo se basa en el Antiguo Testamento, como su biblia, particularmente, la Torah y el Tanaj. Y la Iglesia Católica, se apoya fundamentalmente en el Nuevo Testamento, alrededor de Cristo, aunque no desdeña y menos rechaza el Antiguo. Pero los protestantes, si bien cristianos, en al menos algunas de sus sectas, se apoyan mucho más en el Antiguo Testamento que en el Nuevo. Esa coincidencia en “las fuentes ideológicas” de tantos protestantes y judíos se traduce en una mayor cercanía política, y en una mucho mayor “libertad” para el destrato, incluso genocida, de otros pueblos (no fieles).

[15]  Ariel Sharon, cit. p. kaosenlared, 18 mayo 2006.

Publicado en EE.UU., Palestinos / israelíes, Poder mundializado

Agroindustria, contaminación generalizada, alimentación vegana, lucro y calentamiento global: Un plato indigesto

Publicada el 19/01/2020 - 20/01/2020 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández –

En un mundo cada vez más interconectado, donde los dispositivos tecnológicos nos han achicado cada país, cada región y el mismo planeta y donde el poder está concentrado como antes jamás, de un modo que ni siquiera entrevieron los mayores déspotas de nuestra humana historia, es indudable que la heteronomía se ha ido asentando en la mayor parte de las acciones humanas.

El proceso de computarización forzosa a que somos sometidos y que cada vez más nos lleva, con ahínco, hacia presuntos paraísos cibernéticos, opera al mismo tiempo que la naturaleza se está haciendo pedazos delante nuestro en cada vez más lugares del planeta. En medio de tanta ignorancia e indiferencia… humana, precisamente.

Es tal el descaecimiento cultural y conceptual que algunos amigos de la naturaleza, a través por ejemplo de Paisajes Multifuncionales[1] nos revelan un “cambio de mentalidad” y un “cuidado ambiental” brindándonos la “novedad” de que los insectos polinizan las plantas.

Como lo oye. Un campesino viejo y analfabeto, siempre supo que los insectos polinizan y que sin ellos, no fructificaría buena parte del reino vegetal. Pero ahora hay una empresa que se dedica a hacernos conscientes de semejante realidad. El ejemplo expresa la penosa realidad de la crisis cultural en que la sociedad moderna, hipermoderna, nos ha situado. Comunidad Científica sabe de qué habla. Se han enterado que los monocultivos atrofian la polinización por el sencillo y crudo expediente de achicar la diversidad biológica del medio.

¿Habrá que hacer cursos y universitarios de larga duración, para saberlo? Algo que un par de ojos (y la consiguiente mirada, claro) han visto desde tiempo inmemorial.

Hay que integrar este tipo de retrocesos culturales en la suma algebraica de todo lo que la modernidad nos ha dado en tantos rubros y a la vez quitado en otros.

Mientras nos enteramos de la “novedad” de la polinización con insectos, pájaros y otros “transportistas” del polen, vale la pena recordar que, cuando los agrotóxicos estaban diezmando cada vez más la microfauna, un laboratorio de vanguardia en la apuesta química y transgénica a las producciones agrarias, Monsanto, ofreció –luego de reconocer tácitamente el abejicidio en marcha− drones para hacer la tarea de polinización. Un ejemplo de sofisticación tecnológica e idiotez intelectual en ingeniería y costos; pensemos nomás lo que cuesta el viaje de la abejas y el de los drones…

Hay un conflicto que parece tomar centralidad en esta cuestión de la vida, los alimentos, los cultivos y la escala de producción.

Desde que las elites de poder, primordialmente de EE.UU., han decidido el empleo de los alimentos como “armas de destrucción masiva”, para usar la acertada frase de Paul Nicholson,[2] la agroindustria ha ido ampliando sus ya enormes dimensiones. Junto con ese aumento de las unidades productivas, se puede observar el aumento consiguiente de la contaminación planetaria, cada vez, precisamente, más fuera de control.

Martin Cohen y  Frédéric Leroy[3] señalan la relación entre agroindustria y auge de la dieta vegana; un ascenso ideológico que parece indisolublemente unido a la expansión agrotóxica.

Y eso, pese a que hay muchos veganos totalmente empeñados en una producción a pequeña escala y tendencias autosustentables. ¿De qué modo entonces, la fiebre vegana se ha convertido en el aliado primordial de la agroindustria?

La opción vegana plantea, con aritmética razón, que salteando la alimentación animal, los vegetales producen diez veces más alimentos. La humanidad creciente, sobrepoblada, agradecida.

En lugar de aplicar 10 k. de maíz o soja para alimentar un cerdo o una vaca, con lo cual se podrá consumir un kilo de carne, es decir un décimo del peso de los vegetales que la “aprontaron” para el consumo humano, salteando al animal, entonces, tendríamos diez veces, aproximadamente, su producción en alimentos directamente para humanos.

Este cálculo es maná del cielo para los grandes productores agroindustriales. Existe una tendencia “que deja de lado a los productores pequeños y medianos en favor de la producción agropecuaria a escala industrial y un mercado de alimentos global en el que los alimentos se producen a partir de ingredientes baratos comprados en un mercado de commodities.”[4]

Cohen y Leroy asocian esta línea de acción con un mercado creciente de «carnes falsas» (falsos lácteos, falsos huevos) en EE.UU. y Europa, que a menudo se celebra por ayudar al auge del movimiento vegano.” Otro factor, entonces, que induce el avance de lo vegetal sobre lo animal.

La producción rural y granjera tradicional estaba, en rigor, al, servicio de una alimentación omnívora. Frutas y frutos de la tierra, claro, pero también huevos, miel, carne de los animales de granja.

La humanidad, por otra parte, siempre fue omnívora, con variaciones, a veces grandes variaciones regionales, pero los humanos nos hemos nutrido siempre omnívoramente. Como algunas especies mamíferas; osos, coatíes, cerdos, ratones, y otros animales como lagartos o pirañas, por ejemplo.

Pero el régimen actual de alimentación, crecientemente regulado desde las góndolas nos está llevando a un universo de productos sintéticos y ultraprocesados, cada vez más lejanos de los alimentos que la naturaleza nos proveyera desde tiempo inmemorial. Tiempo en el cual nuestros cuerpos se construyeron, a lo largo de milenios y tal vez cientos de miles de años.

Hace unos quince mil años se produjo una revolución alimentaria; del nomadismo a la sedentarización; de la recolección y la pesca a la agricultura y la cría de animales domésticos. Según algunos historiadores, perdimos altura; ganamos prolificidad. La pregunta es si esta actual “revolución alimentaria”, que nos azucara y engrasa la vida como nunca antes y que ahora nos provee de productos ultraprocesados en lugar de naturales, tendrá efectos beneficiosos o perjudiciales. Los datos sobre aumento casi incontrolado de cánceres, afecciones a la piel, alteraciones endócrinas, floración de mialgias y un largo, penoso etcétera, nos está denunciando que vamos por mal camino, pese a indudables avances del saber médico. Camino aquel muy redituable para los grandes pulpos alimentarios mundiales, tipo Nestlé (penosamente famoso por su genocidio africano en los ’60), Coca-cola (devenida de productor de agua azucarada estimulante a secuestradora de agua potable en países y regiones con escasez de agua, como la India), Unilever con su apuesta vegana, Monsanto-Bayer, campeones mundiales de la transgénesis y los monopolios consiguientes a costa de los campesinos… No me parece que tales emporios hagan algo bueno, para nosotros… los humanos cualquiera.[5]

La alimentación vegana es uno de los movimientos ideológicos más recientes y, tal vez precisamente por su corta edad, se caracteriza por un culto intenso y dogmático por parte de sus practicantes. Su postura “pro vida” esconde el hecho de su significado profundo en el concierto de la alimentación humana; borrar, por ejemplo, la idea de granja y consiguientemente la de una producción polivalente y a pequeña escala. Y más en general desechar o ignorar todo nuestro pasado humano, omnívoro.

Aunque sus cultores sean a menudo militantes empeñados en pequeñas parcelas de producción vegetal y se nieguen a atender  que el reclamo vegano encaja como un guante en la mano con la monoproducción agrícola a gran escala. Que postula ser la más barata, aunque para ese cálculo se deseche toda externalización de costos relacionados con la contaminación con agrotóxicos, por ejemplo, característica de la producción agroindustrial.

Porque, ¿cómo calcula la agroindustria los costos? Dijimos, externalizando. Las cuentas que ofrecen son del tipo: la hectárea monocultivada genera 3 toneladas, pongamos de maíz; la del agricultor tradicional a gatas produce 2 toneladas, tal vez una y media…

Ya Vandana Shiva explicó la falacia de ese razonamiento: el campesino en pequeña escala, en primer lugar cuida su tierra y espontáneamente, contamina menos. Pero además de las diferencias cualitativas, en ese predio –sigamos con la hectárea− produce al cabo del año una serie de cultivos cuya suma material, física, excede largamente las 3 toneladas que son orgullo del monocultivo: el campesino produce para el mercado o para el autoconsumo las verduras de estación, diversos frutales, el sustento para la cría de animales domésticos o silvestres, como cabras, ovejas o ranas… plantas medicinales y hasta flores, aclara Shiva. Todo ello, sumado a la producción que teníamos para comparar, maíz, alcanza volumen y peso muy superior al de la producción falsamente récor de la agroindustria.

Agroindustria que, por otra parte, aumenta la dependencia y estrecha los márgenes de ingresos para el trabajador rural, el campesino, el productor, que, encerrado en su línea de producción, carece de otras vías de subsistencia y resistencia. Ya sabemos que una extrema dependencia no conduce sino a la servidumbre.

Cohen y Leroy señalan a Unilever, tal vez la mayor empresa alimentaria del planeta, apostando fuertemente a alimentos vegetales ultraprocesados (aceites, almidones, proteínas) “ofreciendo cerca de 700 productos veganos en Europa”.

A esta altura no sabemos si el veganismo aprovecha la producción agroindustrial o si ésta, agente de la mayor contaminación planetaria (como la competencia con una serie de ramas industriales altamente contaminantes, es enorme, tal vez sea más prudente señalar que es una de las mayores contaminaciones planetarias) fogonea y utiliza el veganismo en su tarea de arrancar la producción de alimentos de las manos campesinas.

Pero tanto en uno como en otro caso, se trata de una producción con fuerte contenido  ideológico, no necesaria ni objetiva ni fatal. Que construye un mundo más lineal y homogéneo. Y consiguientemente más frágil. Y dependiente.

Basta pensar en una población que extraiga de una granja sus principales suministros y de una población que dependa de las góndolas. Que es el tipo de sociedad que estamos forjando, o mejor dicho que nos están construyendo proveedores cada vez más enormes, los que, luego de que “dejáramos de usar la caña”, se empeñan en darnos “el pescado, fritito y asado”, y cada vez más a menudo, algo que es fritito y asado, pero ni es pescado…

Si alguna prueba necesitábamos de la peligrosidad de las góndolas, del mundo servido en bandeja y con trabajo escondido, altamente automatizado, las estamos teniendo por doquier: la generación de alimentos mediante una agricultura basada en venenos; la contaminación de todo el mar océano planetario con los plásticos; la presencia cada vez más amenazadora de los incendios, antes en California, Portugal o Brasil, ahora en Australia…  

Hemos entrado, en los últimos meses en un frenesí de alarma por los microplásticos, que aparecen literalmente hasta en la sopa… Pero tenemos que saber que dichas partículas fueron denunciadas durante años sin mayores respuestas. Nuestro estado de conciencia no sigue al conocimiento sino a la veleidosa opinión mediática, configurada de acuerdo con los intereses del gran capital.

La peripecia australiana es muy significativa puesto que se trata de un estado atado a la producción carbonífera de la cual sus titulares, privilegiados en Australia con su poder industrial, no se quieren retirar.[6]

Argentina tiene el triste privilegio de haber sido, junto con EE.UU., los únicos estados produciendo transgénicos en el s XX: y ese período (ya de un cuarto de siglo) ha ido permitiendo verificar a investigadores dispuestos a romper con el discurso oficial y dominante, como la Red de Médicos de Pueblos Fumigados y otros resistentes[7] que el avance de cánceres en zonas por ejemplo sojeras es innegable y que, por ejemplo, la celiaquía se ha extendido como nunca antes; varios investigadores asocian esta frecuencia con el glifosato; el herbicida estrella de los cultivos transgénicos.[8]

Habría que rastrear los motivos del aumento desproporcionado de escuelas diferenciales para niños “con capacidades diferentes”, por ejemplo en la provincia argentina de Misiones, porque hay muchos indicios de alteraciones del sistema nervioso  y de todos nuestros cuerpos, como lo expone la sobrecogedora muestra fotográfica de Pablo Piovano.[9]

La mesa está servida. Pero con la guerra en el plato.

notas:

[1]  Lucía Gandolfi, Comunidad Científica, 12 dic. 2019.

[2]  En el cambio de siglo secretario de la Vía Campesina (internacional rural enfrentada al campesinicidio en marcha).

[3]  “Veganos en guerra. El lado oscuro de los alimentos a base de plantas”, lanacion.com, 4 ene 2020.

[4]  Cohen y Leroy, ob. cit.

[5]  Excelente semblanza la de Ignacio Conde en “Comida replicante”, Convivir, no. 289, Buenos Aires, mayo 2018.

[6]  Jerome Small, “Las ganancias en Australia conducen al apocalipsis”, Socialist Alternative.

[7]  Darìo Gianfelici, “El impacto del monocultivo de soja y los agroquímicos sobre la salud”, futuros, no.12, Río de la Plata, primavera 2008; Hugo Gómez Demaio, “Agrotóxicos: niños con retraso mental grave y malformaciones”, futuros, no. 13, Río de la Plata, verano 2009/2010.

[8]  Samsel, A. y Seneff, S, cit. p. Heyes, J. D., “Peligros y daños causado por el glifosato”.

[9]  Exposición fotográfica “La agricultura a base de venenos”, Buenos Aires, 2014.

Publicado en Agronecrófilos, Centro / periferia, Cultura dominante, Destrozando el sentido común, Globocolonización, Nuestro planeta, Nuestros alimentos, Poder mundializado, Sociedad e ideología

Uruguay, la MINUSTAH en Haití y la vieja política de los tres monos sabios

Publicada el 30/12/2019 - 12/02/2020 por ulises

por LUIS E. SABINI FERNÁNDEZ

Uruguay: mito civil. ¿Realidad civil o no tanto?

Con la dictadura los militares consolidaron una serie de privilegios que habrían sido inimaginables para muchos uruguayos de otro modo; como, por ejemplo, disponer de una presencia física dentro de la sociedad mucho mayor que la que los militares, proporcionalmente, tienen en nuestros vecinos, Argentina o Brasil (que no son, por cierto un dechado de civilidad). Tienen además un sistema jubilatorio o de retiro que es también inimaginable para cualquier trabajador civil uruguayo (jubilándose, según los grados obtenidos, a los cincuenta y pocos años o incluso antes de los 50, y hasta antes de los 40…). Y hablamos de jubilaciones muy jugosas, no sólo anticipadas… que son un verdadero dolor de cabeza para el presupuesto  público del Uruguay…

El informe sobre la ONU

Acaba de hacerse público un relevamiento llevado a cabo por dos investigadoras estadounidenses sobre los abusos sexuales llevados adelante por tropas de la ONU en el arrasado territorio de Haití.

La ONU se ha cuidado de investigar por sí los efectos de la presencia de “sus” tropas en las intervenciones en países en crisis, con lo cual no hace sino constituirse en cómplice de las actuaciones de “sus” subordinados, que ciertamente, tienen manos más que libres para ejercer sus poderes en esos desdichados territorios.

El informe de marras, que ha tomado estado público y conmocionado a buena parte del mundillo mediático (no tanto en Uruguay, en que apenas ha sido abordado y resultó prestamente olvidado), concebido inicialmente para atender diversos aspectos de la problemática de país ocupado por sus presuntos benefactores –valga la contradicción– tomó un giro inesperado cuando de las consultas y cuestionarios a la población cercana a las bases de los contingentes onusianos, surgió la cuestión de la presencia de los petits minustah, como se les llama a los vástagos de las relaciones sexuales entre mujeres, a menudo jovencitas de 15, 13 u 11 años, haitianas y soldados revistando como cuerpos armados en el país (cuerpos armados, dije; no cueros amados… como muchos de estos soldados se imaginan la historia).

En el inesperado giro de la encuesta, surgió un dato por demás significativo para el Uruguay: en la docena larga de países que ha enviado tropas a Haití bajo la MINUSTAH (2004-2017), Uruguay goza del indiscutido primer puesto en cantidad de violaciones, paternidades no asumidas y otras irresponsabilidades y abusos contra la población local.

Con algún otro país, hay que reconocer una dura competencia, pero de todos  modos Uruguay ha quedado indiscutido “oro” de tan  atroz certamen. Ya veremos porqué.

Pero antes, un pequeño relevamiento:

Uruguay fue registrado con el 28,3 % de los casos (alrededor de 75); Brasil con el 21,9% (alrededor de 60 casos); No sabe origen aprox. 20% de los casos (50-55 casos); Chile, con el 7% aprox. de los casos (cerca de 20); Argentina y Nepal, cada uno con un 5% de los casos aprox. (casi 20); Sri Lanka con el 3% de los casos (entre 7 y 8 casos) y luego con magnitudes menores (entre 1% y 2%), Senegal, Nigeria, Canadá, Bolivia, Jordania y Francia.

En este relevamiento falta conocer las dimensiones de los contingentes respectivos. Sabemos, sí, que Uruguay ha apostado fuertemente al conchabo tipo MINUSTAH en la ONU por razones crudamente económicas, aunque institucionalmente se invoque el deber moral de participar en pacificaciones. A la luz de esta investigación, así como el motivo idealista palidece hasta el ridículo, habría que ver si amén de las ventajas económicas no subyace otro motivo para apostar tan fuerte a la participación en la MINUSTAH; que interese a muchos como ejercicio de poder, en este caso emocional… Sentirse macho ha sido muy gratificador para muchos hombres, demasiado tiempo, como para ignorarlo.

El nauseabundo olor de este escándalo, para remate bastante escamoteado tanto por el gobierno uruguayo como por círculos que se reputan informativos o informados, expresa claramente que algo había podrido y no en Dinamarca, precisamente, sino en nuestro Uruguay.

Rastreando

El dechado de servicios llevado adelante por los militares uruguayos en Haití, mientras cobraban suculentos ingresos de la ONU, nos retrotrae a la siembra dejada por el Pacto del Club Naval, entre otras lindezas que nos han caracterizado. Este pacto, suscrito por la dirección militar en pleno retroceso político y las direcciones del Partido Colorado, el Frente Amplio y la hiperconservadora Unión Cívica garantizaba la impunidad a los militares por los abusos, atentados, apropiaciones, torturas que pudieran haber hecho, que realmente hicieron, durante el período dictatorial.

El Pacto del CN dejó a los militares sin hipoteca política ni ética alguna. Fue una fiesta de la impunidad (saldada con una amnistía generalizada a “la subversión”, sólo que            –significativa diferencia– en la generalidad de los casos sus titulares se habían “comido” alrededor de 13 años de penitenciería). Y empleando una jerga, también ella significativa: “Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva”.

El abusivo, racista, despreciativo comportamiento de los militares protegidos por la ONU, permite verificar varios rasgos pervivientes del Pacto del CN: los militares uruguayos se han permitido mantener sus modos de comportamiento del tiempo dictatorial, lo cual constituye una prueba de que el Pacto del Club Naval goza de muy buena salud y prolonga la caducidad que nos ha asolado dentro de fronteras, con la MINUSTAH llevada al exterior.

Defender lo indefendible

Con un pequeño agravante. Las atrocidades del tiempo de la dictadura eran rechazadas por demócratas y progresistas (al menos de palabra). Pasada la dictadura, por lo visto, no solo jefes militares disculpan atrocidades de sus cofrades; desde hace años muchos demócratas y progresistas  también las disculpan.

Para sustraerse a la presión militar, se la empuja fuera de fronteras. Para que traigan ingresos. Y ahora, como bien dice la Coordinadora por el Retiro de Tropas de Haití/Uruguay, nos traen este primer premio.

El ministro de Defensa José Bayardi y otros defensores de la actuación militar uruguaya fuera de fronteras nos dicen que se trata apenas de una minoría (de violadores, de abusadores).

Este argumento, abyecto, merece varias precisiones:

1) nadie dice que si MINUSTAH tuviera, por ejemplo, mil miembros uruguayos, hubiera mil delincuentes. Ni siquiera durante la dictadura y la impunidad consiguiente, todos los militares estaban dedicados a delinquir;

2) el que, sistemáticamente cada soldado ligado a un embarazo (con violación, amorío o seducción) fuera retirado del plantel y “enviado a casa” habla de una política: ruin, cobarde, corporativa, no sabemos si procedente del mando onusiano o del mando nacional, uruguayo en nuestro caso. Pero en cualquiera de los casos, revela el comportamiento de “ejército de ocupación” de la ONU, con total desaprensión y desprecio por la población local; concretamente, sus mujeres y niños/as;

3) esta investigación se refiere a 265 casos documentados. Pero todos sabemos que podrían ser más, muchos más. Porque se trata de hechos escamoteados, burlados, ocultos. Así que no deberíamos hablar de cantidad, sino de calidad.

El desprecio y el uso de la población local femenina (e incluso, excepcionalmente, masculina; los uruguayos también en esto se “lucen”) es un aspecto fundamental del maltrato sufrido en este caso por Haití a manos de la ONU. Pero no es de ninguna manera el único maltrato: el destacamento senegalés de la MINUSTAH llegó al país portando cólera y a causa de las gravísimas falencias ambientales y sanitarias, “lograron” contagiar e implantar la epidemia en el devastado primer país americano no anglo independiente (Haití tuvo que independizarse de su metrópolis colonialista que era la Francia revolucionaria, en 1804, cuando ya había devenido napoleónica). Se estima que ”gracias” al descuido de la ONU con los controles sanitarios hubo alrededor de un millón de contagiados y ¡varias decenas de miles de muertos! ¡La ONU no ha sentido ninguna obligación por semejante mensaje de muerte bajo pretexto de pacificar, educar, “enderezar” al país!

Pero volvamos a los militares uruguayos y al Uruguay.

No sólo vuelven al país con un “primer puesto” en violaciones y paternidades no asumidas. Pensemos en la inolvidable canción de Jaime Roos cuando nos recuerda que en los ’20 deslumbrábamos con un fútbol insuperable y que en los ’70 salíamos a pichulear y que “si te agarran sin papeles te meten en un avión” de vuelta al paisito…

Triste imagen la de Roos, pero ¿qué decir de estos nuevos uruguayos “exportados” oficialmente, fruto de la dictadura, el Ejército y la ONU?

Tal vez nos demos cuenta que hemos perdido calidad. Humana. Aunque estos últimos uruguayos tengan defensores por doquier. Vale la pena un mínimo repaso para ver nuestros abismos psíquicos y éticos:

  • El ministro de Defensa Jorge Menéndez: “No hay cuestiones azarosas para este país cuando representamos nuestra bandera y nuestro pueblo bajo mandato de Naciones Unidas. Hay trabajo, preparación, respeto al mando y a la legislación que determinan lo que debemos hacer, cuándo vamos, cuándo volvemos y cuántos somos.” (Presidencia, 9 mayo 2017)
  • El presidente Tabaré Vázquez hizo referencia en ese mismo año a “tolerancia cero” a los abusos. Menos mal. (cit. p. Coordinadora)
  • El ministro de Defensa José Bayardi, 2019, se refirió al episodio que nos ocupa como que se trababa de “porcentualmente pocos” casos de paternidad comprobada. Escamoteando que a estas tropas les está vedado todo abuso contra la población local…
  • Estas expresiones coinciden con la neolengua onusiana, según la cual lo que hace la MINUSTAH (y otros contingentes análogos) es ”estabilizar” el país sometido a intervención.

Con la caducidad dentro de casa, lo que han aprendido los militares es la impunidad. Rendir culto a la impunidad ha sido tarea nacional y mayúscula. Basta ver si alguna vez ha ido a juicio o a prisión algún estafador de rango.

Lo que ha pasado con PLUNA, FRIPUR, ANCAP es impunidad civil. La impunidad militar es un poco más dramática, porque se trata de cuerpos humanos rotos. Maltratados, violados, torturados, masacrados.

Y la impunidad se ha mantenido a pie firme. Claro que no bajo responsabilidad exclusivamente militar. A ella han contribuido, de modo decisivo, ilustres civiles como Julio M. Sanguinetti, Tabaré Vázquez, con el apoyo de “intelectuales” como Vivian Trías y en general los civiles desarmados firmantes del Pacto del CN, y también los civiles armados (más o menos ex), tipo José Mujica, Mauricio Rosencof y el namberguán de todos ellos, que se apresuró a escribir “la historia”: Eleuterio Fernández Huidobro.

El problema es mucho mayor que el tradicionalmente imaginado

Con esos amparos a derecha e izquierda, los militares han adquirido un “abandono de la pretensión punitiva”, casi inalterable. Y mediante la circulación de currículos, recomendaciones, etcétera, han ido consiguiendo atribuciones como batallones “de paz” en ese teatro de operaciones mundial, que es la ONU, la mesa de negociaciones de las grandes potencias, gubernamentales, militares o económicas, para hacer como que funciona una democracia planetaria.

En Haití, junto con militares brasileños, y de otras nacionalidades, los destacamentos uruguayos han ido haciendo sus pequeños grandes negocios: ganar “mil veces más que en casa” y conseguir extras, sexuales, por ejemplo, con mayor libertad y discrecionalidad.

La expansión de la militarización de nuestro país no pasa indemne: la imaginación militar no tuvo nada mejor que erigir un árbol de navidad con granadas de mano, balas de alto calibre, cascos militares, cajas de municiones, cañones, fusiles.

La decisión política, ministerial, de mandar desmontar semejante culto castrense a lo navideño sirvió para ver la estatura ideológica de la intendenta minuana, al parecer del Partido Nacional, negándose a cumplimentar la orden ministerial de desmonte inmediato del árbol “milico”.

Ese gesto de desobediencia podría revelar una acusada independencia mental o resistencia a la autoridad. Lo cual puede ser realmente una virtud. Pero su adhesión a lo militar la ubica como una partidaria cerrada e incondicional de la autoridad. Que sin embargo no cumple… ¡oh intendenta!, ¿en qué quedamos, ¿institucional o de facto?

Tanto el episodio “mayor” de la MINUSTAH como el menor del arbolito de navidad están sacando a luz una realidad, al menos inesperada para el horizonte civil que parece caracterizar a nuestro país. Al menos en la arena internacional.

El surgimiento de un partido de clara raigambre militar, como Cabildo Abierto y su extraordinario éxito electoral, poniéndose a la par de uno de los tres grandes agrupamientos políticos vigentes, revela que la imagen de civilismo de que Uruguay goza hoy en día no tiene porqué corresponder con la realidad.

La prolongada participación uruguaya en la MINUSTAH revela quiénes y cómo somos a comienzos del s XXI; lo mismo el arbolito navideño; lo mismo la pujanza de un partido militar y militarista; lo mismo la presunción de inocencia en todo acto de control o represivo por parte de fuerzas de seguridad… todo ello expresa el grado de ideologización militar en que estamos sumidos.

Publicado en Poder mundializado, Uruguay

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