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Categoría: Cultura dominante

El “Acuerdo del Siglo” sigue siendo un arreglo entre pueblos señoriales

Publicada el 18/05/2022 por luissabini

Por Luis E. Sabini Fernández

LOS VALORES DOMINANTES EN EL COLONIALISMO Y LA CONQUISTA NO HAN CAMBIADO

Las representaciones mentales que expresan relaciones de poder son sumamente persistentes y logran perpetuarse aun con cambios de época. Veremos lo que está pasando con la cuestión palestina, ya muy entrado el s. XXI, para lo cual es importante abordar otros momentos, culturales y geopolíticos, que imaginamos muy distintos.

Tras la derrota del Eje en 1945 o, mejor dicho tras el entronizamiento de EE.UU. como primera potencia mundial −sin demora alguna y a diferencia con el intento “internacional” anterior; la Sociedad de Naciones−, dispuso de inmediato, “sobre caliente”, la creación de una red internacional asentada en su propio territorio; la ONU.

Entre sus muchos asuntos, como el del desarme alemán, estaba la disputa territorial palestina. EE.UU. se convierte así en juez universal. Con fingida humildad −los dueños de casa han aprendido la lección que sufriera un racismo estentóreo− designan a varias representaciones nacionales para que dictaminen el destino palestino. Todo tendrá que hacerse “democráticamente”, bajo la sacralidad del voto.

Hay allí jurisconsultos, como el guatemalteco Jorge García Granados y el uruguayo Enrique Rodríguez Fabregat, y es precisamente el guatemalteco quien encara el problema en términos jurídicos generales para dar una solución de cátedra. En su libro, Así nació Israel 1 lo fundamenta: −“[…] los árabes sostenían que Palestina fue cedida a la parte interesada: la población del país para ellos. Pero el artículo 1 del Tratado de Lausana [que redibuja fronteras de ganadores y perdedores, como Turquía y Alemania] establecía la renuncia de los turcos a todos sus derechos. No existe ninguna referencia que sugiera la cesión en favor de los habitantes, ni en parte alguna se establece que ellos son la parte interesada; ni se especifica tampoco quién es la parte interesada […] en los principios generales del derecho internacional nos hallamos con que sólo los estados soberanos pueden ser sujetos en el derecho internacional. Los individuos y los pueblos que no gozan del estatuto legal de gobierno soberano sólo pueden ser objetos del derecho internacional.”

Me permito subrayar la “fundamentación” del despojo a poblaciones. García Giménez nos ilumina sobre los principios generales del derecho. ¿De gentes? Ni soñarlo. ¿De seres humanos? Tampoco parece atendible. García Giménez atiende a los únicos sujetos de derecho que visualiza: los estados soberanos.

Habrá que hacer buenas cabriolas para que brote del asentamiento sionista en Palestina con el rechazo terminante de buena parte de la población allí asentada, un “derecho soberano” surgido, como de la nacarada concha de Venus, pero no la de la diosa de la belleza sino de la del dios de la guerra.

Pero a los herrefolk del momento les alcanza y les sobra. Había caído el nazismo, una ideología racista expresa, podríamos decir hoy, tontamente orgullosa de su racismo. Porque con 1945, la humanidad entró en un nuevo rulo conceptual e ideológico: las razas no existen, ergo el racismo pierde su razón de ser. Pero los herrefolk siguen existiendo, ¡oh paradoja! aunque no sean todos los que estaban antes de 1939 (al pueblo alemán se lo degradó por haber exigido coprotagonismo), y los pueblos señoriales siguen distribuyendo las cartas del juego mundial, solo que ahora sin ser ostensiblemente racistas.

Así fue que en 1947, el destino del territorio palestino fue decidido por los sionistas, EE.UU. y en general el mundo occidental y victorioso: en ningún caso, se tomó en cuenta la opinión de la mayoría de la población del territorio “en disputa”.

Sabemos la ristra dramática de secuelas de aquella resolución de la ONU (una resolución convertida en papel mojado de inmediato, que proponía partir el territorio en disputa en tres sectores, uno judío, otro árabe y un tercero internacionalizado como ‘asiento de las tres religiones monoteístas mayores’, resolución que jamás fue acompañada por parte alguna).

Sobrevinieron así otros setenta años de angustia, muerte, terror, ataques suicidas, bombardeos, desmantelamiento supervigilado para hacer invivible la FdG, estropeando cultivos, hospitales, mezquitas, escuelas, usinas de potabilización, puertos, barcas de pesca, vías de comunicación, aeropuertos…

A lo largo de estas décadas, nunca entrevimos solución. Apenas tratativas. Y finalmente, en funciones presidenciales, Donald Trump dispuso hacer un “Acuerdo del Siglo”, en 2020. Y en eso “estamos” desde hace ya casi dos años. Un “acuerdo final” para resolver el diferendo palestino-israelí. Un acuerdo presupone por lo menos dos partes en conflicto, ¿no? El Acuerdo del Siglo se firma, efectivamente, entre dos gobiernos, de EE.UU. e Israel. ¿Pero, ¿cómo? ¿Y lo palestino, dónde anda?

El Acuerdo del Siglo ignora total, radicalmente, a los palestinos, a su sociedad, su cultura, sus seres de carne y hueso. No les otorga ninguna significación ni validez política. Seguimos con la teoría enarbolada en su momento por el jurisconsulto Jorge García Giménez que hemos recordado inicialmente. Los palestinos son objeto de tratativas, de negociaciones de otros. Por eso, el Acuerdo del Siglo dispone de miles de millones de dólares, para desarrollar emprendimientos. En el territorio que se acuerda despojar a los palestinos.

Es muy llamativo: nos vemos inclinados a pensar que el panorama político de la segunda posguerra, hace casi 80 años, tendría que ser distinto del actual. La gran diferencia, cultural sobrevino entonces, con el aplastamiento del nazismo, y con ello, quedaba así “fuera de juego” toda política racista expresa, que campeaba en todos los colonialismos, sobre todo los de origen europeo occidental.

Que era característica. En los primerísimos años del s XX, el Káiser dispone el exterminio de la nación herero, por su resistencia a la colonización alemana (en la actual Namibia). A fines del s XIX y comienzos del s XX; el rey Leopoldo de Bélgica, convirtió al Congo en un verdadero infierno de esclavizados (se estima que los asesinados rondan los 10 millones, en muchos casos mediante el escalofriante recurso de cortarles pies y/o manos, condenándolos a una vida miserable y a una muerte lenta y atroz. También en la primera década del s XX, los colonialistas ingleses internan a sus competidores boers en Sudáfrica en campos de concentración con el resultado de decenas de miles de muertos, alto porcentaje de niños, diezmados por la falta de higiene y alimentos.

Pero en 1945, luego de que EE.UU. descargara dos bombas atómicas contra el enemigo jap, el mundo occidental descubre que el racismo nazi es inaceptable. La imponencia prusiana cede el paso ante la simpatía norteamericana. Y por extensión, todo racismo se hace inexpresable. Pero el racismo permanece incambiado. Es lo que explica el despojo generalizado y bestial de la periferia devastada; Nigeria, Honduras, Laos…

Pero eso, la resolución de la ONU sobre Palestina, 1947, sin atender los reclamos palestinos sólo puede entenderse como un reclamo de pueblos señoriales a pueblos señoriales.

Y cuando en 2020 los mismos titulares de aquel entonces, EE.UU. e Israel, convocan a un nuevo acuerdo, lo hacen otra vez ignorando a los palestinos. La pelota se sigue jugando entre herrefolk.

fuente: https://revistafuturos.noblogs.org

1 Biblioteca Oriente, Bs. As, 1949, p. 76.
Publicado en Cultura dominante, EE.UU., General, Globocolonización, Palestinos / israelíes, Poder, Poder mundializado

Imagen, palabra: ¿extinción de la mente crítica o del diálogo humano?

Publicada el 22/06/2021 - 03/08/2021 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández –

Franco Bifo Berardi anota una cuestión clave de nuestra modernidad: “la extinción de la mente crítica”.[1]

Su sola enunciación nos da la pauta de la trascendencia de su planteo.

Berardi observa con sagacidad y precisión una serie de pautas que ilustran ese proceso de extinción.

Fundamentalmente, registra “la saturación de la atención social” dada por “la velocidad y la intensidad de la infoestimulación” que nos absorbe casi permanentemente.

Mirado etimológicamente, el fenómeno desnuda toda su gravedad: eso que nos absorbe, so pretexto de nutrirnos informacionalmente, nos deja absortos. Y por lo tanto anonadados. Y esa absorción a que somos sometidos capta nuestra mente casi ininterrumpidamente; y es lo que nos elabora ya no sólo absortos sino mentecatos. Porque el origen de esa palabreja es tener la mente captada: mente captus, mente captada. Mentecato.

imagen y/o palabra

Aun bien diagnosticado el fenómeno, entiendo hay un fallo en el abordaje de Berardi: en todo caso, observa una vía de extinción de la mente crítica, pero entiendo deja a un lado por lo menos otra, no menos importante: la sustitución de la palabra por la imagen en nuestra relación con la realidad (y su insoslayable temporalidad). Sustitución o desplazamiento que implica la presentización de nuestra relación con el mundo.

Cuando sobreviene el auge de la imagen, a mediados del s XX, había un motto que abonaba esa expansión formidable de lo comunicacional: “una imagen vale, otorga el conocimiento vivencial, más que mil palabras”.

Y es cierto. Lo que obviábamos entonces es que una palabra, la palabra, también puede brindarnos mil imágenes, enriquecer nuestro interior, mediante asociaciones, derivaciones. A diferencia de la imagen que nos impacta y a menudo nos deja “sin palabras”, la palabra no nos da la imagen sino que nos permite a nosotros “hacerla”; véase por ejemplo, esta frasecita (atribuida a Eduardo Galeano): “La realidad imita a la tele.” Todo el mundo que se abre a nuestro discurrir…

Una buena verificación de la elaboración de imágenes desde la palabra nos la da la lectura de, por ejemplo, una novela que, después de nuestra lectura, se pasa al cine y alcanzamos a ver dicha versión. Vemos entonces  cómo habíamos hecho “la película” antes, en nuestro interior; a menudo mucho más rica y variada que la confección cinematográfica.

La palabra, entonces, despierta nuestras reflexiones y consiguientes imágenes, y en los mejores casos, nos embarca en nuevas búsquedas. Abre nuestras mentes.

La imagen tiene todo el atractivo de lo visual, y por eso mismo no necesita tanto de la palabra como de la emoción desnuda. Es más elemental. Tiene enorme carga emocional, evocativa.

La palabra, en cambio, es la que caracteriza nuestra humanidad. Somos humanos porque tenemos la palabra. La imagen es algo compartido con buena parte del mundo animal.

Pero los animales viven en el puro presente porque la temporalidad, hasta donde sabemos, les es ajena, al menos relativamente ajena. Los animales que llamamos “superiores” tienen por ejemplo pasado, porque es lo que revela el ejercicio de la memoria, tan presente. Que revela su experiencia.

Pero nuestra temporalidad; pasado, presente, futuro, es algo específicamente humano. Que podemos plasmar en imagen y en palabra.

Esas dimensiones temporales, totalmente asimétricas, –por cuanto lo pasado ya no existe y lo futuro, precisamente por su condición futura, tampoco existe y por lo tanto es totalmente inasible– no nos permiten ninguna norma o ardid de simetría.

La palabra apenas si nos permite acercarnos (a lo más, asintóticamente) al pasado y, respecto de lo futuro, ni siquiera eso; ni acercarnos (salvo mediante el viejo oficio –tan atractivo– de adivinar, intuir, apostar, y en general, errar).

Berardi se concentra en el muy real fenómeno de la saturación informativa y cómo eso nos dificulta la capacidad crítica mediante el anegamiento de nuestra conciencia.

La invasión de la imagen, opera, a mi modo de ver, como otro fuerte distractor, y encierra, además, un peligro todavía mayor, porque de algún modo establece otro camino de intelección cargado emocionalmente pero empobrecido en palabras, en conceptos.

Y ante el problema que plantea Berardi como principal; “la descomposición de la mente crítica, cuyos efectos incluyen la credulidad entre las muchedumbres y la agresividad autoconfirmatoria de la multitud”, la descomposición del discurso  y su sustitución por la imagen, constituyen elementos a tener muy en cuenta.

Porque está comprobado que la falta de palabras genera una enorme frustración e irritación, y veo, precisamente en lo que Berardi califica “agresividad autoconfirmatoria de la multitud” una debilidad o ausencia de la palabra, del discurso. Debilidad o ausencia de cierta abstracción, inevitable ”cuando nos faltan las palabras”.[2]

fiebre de chequeado, verificado, comprobado

Berardi lidia en su artículo con otro fenómeno actualmente insoslayable; la proliferación de las fake news.

Y es muy escéptico ante la tarea de crear guardias o aduana conceptuales de “lo verdadero”. Coincidimos con su escaso entusiasmo ante la idea policial de preservación de la verdad, aunque no compartamos la irrelevancia que le atribuye a la verdad. De cualquier modo, no necesitamos guardias sino criterios.

La preeminencia de la imagen nos plantea otra dificultad. Relacionada con una crisis del diálogo.

El diálogo es condición sine qua non de toda posibilidad crítica.

Entendemos que la extinción de la mente crítica puede estar muy relacionada, también, con una crisis del diálogo.

Innegable el proceso de tecnologización galopante de nuestras sociedades. Con distintos ritmos e intensidades, en el mundo entero.

Este proceso coincide, se solapa o se expresa de diversos modos; modernización, automación, miniaturización, computarización, entre otros.

La crisis a que me refiero sobreviene lentamente, de manera no expresa, incluso como si se tratara de ventajas y mejoras en la comunicación humana, generalmente esgrimidas sobre la base de ventajas que se ofrecen al usuario, al particular, al comprador, al consumidor, al cliente.

Examinemos una de estas manifestaciones. Las empresas buscan siempre abaratar costos. Factor que suele tener preeminencia sobre otras consideraciones.

Ejemplo. TELEFONISTA vs. CINTA GRABADA

El complejísimo mundo de las comunicaciones telefónicas, increíblemente expandido en las últimas décadas, estuvo basado hasta hace pocas décadas, en una red de teléfonos, internos y derivados, atendidos por equipos de telefonistas.

En el mundo empresario, el cliente llamaba a un número; el telefonista lo derivaba a la sección respectiva.

Tecnologización mediante, se fueron instalando centrales o centralitas telefónicas que respondían sin voz humana, con programas de opciones. Con enorme abundancia informativa sobre una serie de puntos a aspectos totalmente ajenos e irrelevantes para quien ha intentado el contacto telefónico.

Un ejemplo prístino de “la sociedad del cansancio” del filósofo coreano Byung-Chul Han: uno tiene que gastar su tiempo escuchando opciones que de nada le sirven; una fluidez extraordinaria no garantiza movimiento real.

La oferta de opciones frente al intento de comunicación telefónica con el mundo empresario puede llevar minutos, cuartos de hora que, tratándose de llamadas internacionales pueden ser además muy onerosas para el particular. Todo ese esfuerzo  y tiempo aplicado por el cliente, el particular, el paciente        –que se ahorra la empresa– tiene un costo psíquico, no sólo material. Muy a menudo el menú ofrecido no satisface al demandante, quien en todo caso, deberá repetir la intentona comunicacional para ver con qué se queda. Porque se trata de aceptar lo que se le ofrece. Cuando uno repasa las 6, 7 u 8 opciones brindadas, a veces con habilidad logra la opción de hablar con una voz humana, y en ese caso es probable que la demora se agigante y deba prepararse psíquicamente para oír que hay 16 personas antes que él o que la demora estimada es de 35 minutos…

El mundo empresario, cada vez más atrincherado ha ido sustituyendo cualquier relación más o menos espontánea por una relación de poder.

Basado en términos comunicacionales, que procuran funcionalizar las relaciones, pero que afectan el estado anímico de los particulares, de aquellos que todavía responden con su humanidad.

Desigual, el presunto diálogo entre el particular y el robot, la cinta grabada o el dispositivo electrónico movido con algoritmos.

Los presupuestos comunicacionales de las cintas grabadas y del lenguaje-e reposan en que la intercomunicación se puede hacer con exactitud. Pero la comunicación humana no es una ciencia exacta. Por eso, por ejemplo, no existen, prácticamente sinónimos, al menos totales, totalmente equivalentes, en las lenguas que hablamos los humanos.

El lenguaje, como entidad intercomunicadora, es como un trabajo de orfebrería, se puede siempre pulir y tallar, para apenas aproximarnos. A diferencia de la comunicación electrónica, que busca, y expresa, la exactitud.

Atender a la clientela de las empresas mediante un contestador automático, con sus opciones, revela el desprecio del diseñador por el alma humana (y por los tiempos de los humanos, objeto de las empresas), frustrada en un porcentaje de casos y situaciones.

No en la mayoría, ciertamente, si el contestador automático ha sido medianamente bien programado: Podrá responder, con efectividad al 60% o al 85% o, pongamos, al 92 % de las consultas. Pero “cansará” a unos cuantos.

¿Por qué este afán tecnocratizador?

Para tener todo (cada vez más) bajo control. Para que todo lo que los humanos podamos hacer, resulte cognoscible y por lo tanto, predecible.

La erección de tales centros comunicacionales implica, aunque no se lo diga expresamente, erradicar toda comunicación no computarizable, es decir, ajena al control.

¿Qué control? El establecido por la creciente red de algoritmos, registros, opciones que ofrecen los sistemas cibernéticos para que nos movamos en una suerte de parque zoológico humano, al decir de Peter Sloterdijk.[3]

El “todo bajo control” de nuestra era cibernética deja como proyecto rudimentario un diseño como el 1984 de George Orwell.

A la vez, los gigantes GAFA,[4] titulares de las conexiones neurales de nuestro novel “cuerpo social”, han generado, con la tecnologización galopante, un negocio de dimensiones jamás entrevistas. Y una adhesión incondicional de todas las redes y los individuos que creen a pie juntillas en el poder establecido o se sienten gananciosos con ello.

Con lo cual, en última instancia, el interés crematístico y el político recaen en el mismo núcleo de poder.

Debilitamiento del  diálogo humano,  saturación progresiva de la mente crítica,  los seres humanos vamos teniendo que enfrentar  modos cada vez más complejos de dominio, cada vez más alejados de lo que tradicionalmente se había considerado el poder sobre mentes y pueblos.

El sistema de la hipermodernidad cibernética sin límites ni fronteras nos ofrece todas las ventajas, todos los placeres,  todas las oportunidades como nunca antes.

Los motores de nuestra hipertecnologizada sociedad pasan por la velocidad, el traslado, el goce. Y el desvanecimiento  de toda idea de opresión, injusticia, y rebeldías consiguientes.

La cuestión es, apenas, si a la vuelta inesperada de alguna esquina, nos toparemos con la realidad de nuestra heteronomía, cansancio, saturación, y una ya inocultable contaminación generalizada, extinguida nuestra capacidad crítica, como denunciara Franco Berardi.

notas:

[1]   “La extinción de la mente crítica”, Caja Negra, Difundido desde PostaPorteña, no. 2200, 24 abr. 2021.

[2]  Hay ejemplos dramáticos de cómo la escasez o falta de vocabulario genera irritación, frustración y de allí la violencia está a un paso: los niños que procesan una muy baja instrucción y educación, y llegan a la adolescencia con escaso vocabulario; por ejemplo, analfabetos en una sociedad alfabetizada, sufren un doble impulso a la delincuencia: carecen de las herramientas intelectuales básicas para las tareas “normales” de una sociedad y el recurso del robo se les hace casi único modo de sobrevivencia.

Y los extranjeros habitando un país con idioma desconocido, quedan mudos ante observaciones o reconvenciones de la sociedad que viven, y las sufren en un idioma que no entienden; eso, despierta enorme frustración  y agresividad.

[3]   Normas para el parque humano, Ediciones Siruela, Madrid, 2000.

[4]   “Google, Apple, Facebook y Amazon: cómo funciona el ‘grupo GAFA’». https://www.bbc.com/mundo/noticias-48542153 6 jun 2019.

Publicado en Conocimiento, Cultura dominante, Medios de incomunicación de masas, Poder, Sociedad e ideologíaEtiquetado como conocimiento vivencial, Eduardo Galeano, Franco Berardi

Automplacencia uruguaya: ¿Idiosincrasia o mera propaganda?

Publicada el 21/06/2021 - 23/05/2022 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández –

«[…] sin lugar a dudas, la capacidad de reacción, la celeridad con que se tomaron las medidas, lo adecuada que fue la respuesta al desafío […] Esto es un logro del Sistema Nacional Integrado de Salud. […] justamente el eje es la atención a la comunidad y en la comunidad.

Teleconsulta más dispositivos de primer nivel, más una cultura de consulta domiciliaria que había en el país  permitieron esta respuesta desde el primer nivel de atención potenciado por estas herramientas.

No quiero pecar de decir ¡qué bueno el coronavirus!, pero qué bueno porque ahora estamos teniendo mayor accesibilidad a nuestros usuarios y a los sistemas.» [1]

Este escupitajo hacia arriba ha caído ahora sobre los índices que maneja la OMS, ubicando al Uruguay entre los más afectados por la pandemia Covid 19 declarada por la OMS.

La idealización del país y su realidad sanitaria por parte de OPS,  la Organización Panamericana de la Salud, filial continental de OMS, refleja en cierto modo, una percepción difundida en los medios masivos, en las declaraciones de los principales partidos políticos y resortes institucionales del país. Que tiene fundamentos reales, aunque el sentido de su gloria se ha ido cuestionando con el tiempo y el ascenso de otros seres humanos, no ya solo “los europeos”.

Uruguay “blanqueó” prestamente su población. Gracias a lo poco denso de las redes nómades de aborígenes y una mortalidad francamente mayor de la población afro respecto de la europea (porque tenían peores condiciones de vida, pese al interés señorial de cuidar a sus esclavos; y porque en las guerras los mandos militares hacían un “buen negocio”: ofrecían la manumisión a quienes se presentaban a pelear, pero se los ponía en primera fila y eran pocos los que regresaban, maltrechos aunque libertos, del campo de batalla).

Pero esos factores, que diferencian notoriamente la región platense de buena parte del sur americano, no alcanzan para convertir al Uruguay (y a su modo, a la Argentina) en países “de primera”. Ni tampoco a exonerarlos del racismo, tan evidentes en otras sociedades indoafrolatinoamericanas con mayor presencia no-blanca, como Chile, Bolivia, Brasil…

Por eso una descripción como la que aparece en el “relato” de OPS no es sino la contracara patética de la realidad, es decir lo opuesto de lo que vive en general la población en su vida cotidiana.

Cualquiera que no tenga privilegios, ya sea de contactos o de medios materiales, sabe lo que cuesta conseguir una atención que no sea sucinta y telefónica, las miserables amansadoras para conseguir un turno, una consulta, una atención, en tiempos normales, ahora todo agravado con la pandemia.

Volvemos a lo mismo: no es que falsee radicalmente la situación. Dentro del área de la OPS es posible que Uruguay se destaque por mayor y mejor nivel de atención domiciliaria, por ejemplo.

Pero es triste conformarse con esa comparación en un continente donde el nivel sanitario es paupérrimo a causa de la condición tan generalizada de economías tributarias a un sistema económico ajeno que les extrae los bienes que necesita y les deja sobrantes a la economía local. Siempre escasos.

Y lo peor, es que ese culto hacia sí, este cultivo de la suficiencia, no sólo es tramposo y se desplaza hacia la falsedad con extraordinaria celeridad, sino que opera como freno para mejorar; para querer mejorar.

Acrecienta la dificultad para  enfrentar el deterioro progresivo generado por la condición periférica.

El principal freno a un cambio, a una meta nueva, es considerar que no se la necesita.

Uruguay soporta el peso de una glorificación de su ser y su historia que dificulta a ojos vistas el autoconocimiento y todo empuje transformador.  Si fuera cierto que estamos en el mejor de los mundos, sería inaceptable y hasta inconveniente toda necesidad o intento de cambio. Pero estamos lejos de eso.

Más bien al contrario; a medida que nos hemos ido periferizando y alejándonos de un potencial cauce propio, ha brotado con más fuerza la imagen de perfección, ya no sólo su perfectibilidad, se nos ocurre que como compensación simbólica de nuestra realidad.

Si algo hemos desarrollado en el país es su dependencia.

Cuando la colonización inglesa –heredera de la española a través de un proceso independentista heterónomo–, empieza a retroceder y a retirarse, exhausta –no por la resistencia que le impusieran desde la periferia, sino por el desgaste de la 2GM– se trasladó el eje imperial dentro de Occidente, del Reino Unido a Estados Unidos.

Nuestro país no supo aprovechar la retirada de “los ingleses”. Gananciosa con los productos del país bien cotizados durante la guerra, nuestra elite no tuvo ojos sino para ver sus ganancias, y el paisito entró en una época de vacas gordas y  derroche.

Durante los ‘40 y hasta fines de los ’50, hubo legislación para importar por decreto autos baratos –los tristemente famosos colachatas–, que terminaron desvencijándose porque las carreteras no habían acompañado, en su construcción y diseño, esas derrochonas modernidades madeinUSA.

Se generó  con las divisas de exportación una “fiesta del importado” (que implica un proceso de modernización no elegido sino asumido como único y necesario). El país, apoyado en las mieles de los ingresos altos no resolvió, ni siquiera se planteó qué hacer con el tendido ferroviario que los ingleses  habían construido diseñando una red como una mano para que a través de todos sus “dedos” confluyeran vías al puerto de Montevideo, para llevarse desde allí, la lana, la carne, el cuero que tanto necesitaban. Terminada la 2GM, los ingleses prácticamente la abandonaron. Como el gas. Y como el agua corriente.[2]

Si no pasó lo mismo con la luz fue porque el estatismo batllista había tomado la posta de un servicio tan imprescindible (la primera red eléctrica nacional se inicia en 1906, primera presidencia de Batlle y Ordóñez).

El país procesó el cambio de “amo” orquestado por el batllismo que, proclamando un anticolonialismo británico en rigor se acompasó a la ya vieja política de Monroe (“América para los americanos”, donde sobra la o de la última palabra). Por eso, en lugar de resolver qué hacer con la vieja red ferroviaria, sencillamente se la abandonó al tenor del nuevo medio de transporte motorizado por EE.UU., –los camiones y los autos en rutas–, hasta que, pasadas las décadas, no se pudo sino ir cerrando uno a uno todos los circuitos, llevar al museo, en la medida de lo posible, locomotoras y vagones (o venderlos incluso como viviendas, que se ven en varios puntos del país, generando los típicos “negocios” residuales de las sociedades periféricas).

Los ciclos ganaderos  otorgaron al país un papel a veces protagónico, como con el enfriamiento e industrialización de los productos cárnicos en la Liebig’s alemana de Fray Bentos (desde la década del ’70, siglo XIX hasta la 1GM, entonces ya dominados tales procesos industriales por los ingleses, ganadores de esa guerra). Con el tiempo, la producción cárnica uruguaya se fue primarizando,  con los frigoríficos ingleses y estadounidenses  en Montevideo (Cerro), primera mitad del s XX).

En los ’60, con el auge agrícola simultáneo de lo biológico (híbridos) y lo químico (futura contaminación), bautizado Revolución Verde, Uruguay entrará de lleno en la órbita estadounidense, cumpliendo el sueño neocolonial del batllismo (que denominaba dicho proceso panamericanismo, que seguramente suena mejor que dependentismo).[3]

Y en los ’70, un nuevo ciclo económico general, bautizado globalización aunque con buen tino Frei Betto lo rebautiza globocolonización, nos “incluye” más periféricamente, si cabe con cambios sustanciales en nuestra economía adaptándose a “las necesidades del mundo” (en rigor, de la red transnacional de consorcios): el mar uruguayo, por ejemplo, ya perdido todo afán de forjar una marina propia, es cada vez más sitio de saqueo de barcos chinos, taiwaneses, coreanos, españoles y de otras nacionalidades. El puerto de Montevideo cumple ante esa virtual invasión el triste papel de monos sabios, que no ven ni oyen ni siquiera musitan. [4]

Pero el mar es apenas una de las zonas de despojo.

Uruguay ha sido visualizado junto con Chile, Mozambique y Filipinas como propicio para plantar y cosechar árboles para producir celulosa, la base actual de la producción papelera. Uruguay por su escasa superficie relativa es, por lejos, el más perjudicado de esos “candidatos”. Las condiciones para los implantes globocolonizadores son totalmente lesivas para nuestro ambiente, nuestro hábitat, nuestra población.

Hasta ingenieros agrónomos, profesionalmente vinculados a la industria forestal, admiten la deficiencia estructural del destino celulósico, advirtiendo contra “un progreso industrial exclusivamente pulpero” y “que no es posible seguir [sic] apoyando un proyecto pulpero ¡desmadrado’, no sostenible.” [5]

Confróntese con “la información” de un vocero celulósico,[6] que nos chamuya “la celulosa se perfila como el principal producto de exportación del Uruguay”, en donde la exaltación de una irrealidad, como dicha exportación, nos da la pauta del sesgo.

Mojones de una nueva dependencia, de un nuevo empobrecimiento, tienen una profundidad sin precedentes, porque el sistema de depredación planetario no hace sino acentuarse, arrasando economías periféricas, como la nuestra.

Pensemos, siquiera por un instante, en la contaminación. Que escarnece la engañosa consigna “Uruguay natural”, cuando hacemos una escasa y tardía resistencia a la expansión de los plásticos, cuando apenas si recuperamos materia orgánica (que sirva para producir alimentos, por ejemplo, no sólo vegetación decorativa), cuando el país apenas hace separación de residuos, cuando nuestras aguas están totalmente invadidas por plásticos y microplásticos (los mismos, desmenuzados por la erosión).

Tenemos tierras cada vez más envenenadas y la consiguiente escasez, también creciente de agua potable, una tolerancia digna de mejor causa con agrotóxicos, ya prohibidos en muchos otros países del mundo.

Pero también pensemos en ficciones económicofinancieras, como la pretensión de juzgar como exportación uruguaya lo que se procesa desde zonas francas, instaladas en territorio uruguayo, extraterritorializado. Tengamos presente que el capital transnacional, hace ya décadas, concluyó que se adaptaba a su conveniencia la reinstalación de lo que en los albores de la expansión imperial se llamaban “economías de enclave”.[7]  Mediante una nueva designación; “zonas francas” hicieron realidad ese sueño del gran capital.[8]  Eso significa que si Uruguay exporta a una zona franca, no recibe ni un peso de impuestos, por ejemplo, porque la zona franca está exonerada de las leyes del país en que se asienta. ¿Para qué sirve entonces incluir esos trasiegos de mercancía como exportación si no rinde lo que rinde una exportación?

Basta ver el crecimiento de nuestra deuda externa (mejor sería denominarla eterna), así como el aumento de nuestra población llamada “informal”; de asentamientos, con trabajos precarios (desocupada o subocupada), la disminución permanente, ininterrumpida de nuestra población rural (que para algunos expresa modernización, urbanización, pero es solo un adueñamiento de la tierra, nuestro territorio, por capitales de explotación agroindustrial y consiguiente contaminación); el nivel cada vez más asfixiante de las tarifas de los servicios básicos; la crisis cada vez más profunda y extendida de un recurso que fue gloria de nuestro país; el agua, todos ello índice de un lento deterioro de nuestra calidad de vida.

Pero luego de esta sucinta recorrida por nuestras deficiencias y retrocesos, ¿cómo puede uno sentirse satisfecho con nuestra democracia supuestamente de primera calidad?

notas:

[1]  https://www.paho.org/es/uruguay/asi-es-como-sistema-salud-uruguay-responde-covid-19, s/f.

[2]  Durante un siglo aproximadamente “los ingleses” administraron agua y ferrocarriles. Aunque se trató de servicios no iniciados por los colonialistas sino mediante proyectos de gestión nacional, que, empero, al cabo de algunos años fueron adquiridos por inversores de Su Majestad británica (el agua fue “inglesa” de 1862 a 1950; y época análoga hubo para los trenes).

[3]  En 1889 tiene lugar la primera “conferencia panamericana”, una segunda habrá en 1901 y el Uruguay será el asiento de la séptima que coincide con “la política de buena vecindad” promovida por F. D. Roosevelt, sustituyendo la anterior “política del garrote” de otro Roosevelt, Theodore.  La política de buena vecindad entró en nuestro país hasta desde las escuelas donde los niños aprendían el himno correspondiente como prioridad educativa. Como curiosidad o paradoja el autor de dicho himno fue un argentino, peronista, que tuvo que abandonar su país en 1955 (Rodolfo Sciamarella lo escribió antes de ser peronista, puesto que  el Canto de Amistad, circulaba antes de que el peronismo surgiera a la palestra política).

[4]  Se sabe, por ejemplo, la alarmante frecuencia con que bajan de los pesqueros cadáveres, lo cual hace pensar en pésimas condiciones laborales. El puerto de Montevideo tiene el dudoso honor de figurar como el segundo puerto con mayor trasiego de pesca ilegal del mundo entero (https://revistapuerto.com.ar/2019/01/nadie-controla-la-pesca-en-el-atlantico-sur/).

[5]  Alejandro Borche, Dardo Esponda, Eduardo Cotto, Eduardo Dilandro, Gustavo Guarino, Héctor Arbiza, Manuel Chabalgoity en POSTURAS, La Diaria, Mtdeo., 29 de mayo de 2021.

[6]  El País, Mtdeo., 27 mayo 2021.

[7]  Asentamientos, generalmente costeros, desde donde la metrópolis recibía las mercancías extraídas del territorio circundante en una relación absolutamente desigual; de la colonia a la metrópolis, ida y vuelta.

[8]  Otras designaciones para el mismo fenómeno: «zonas económicas especiales», «zonas de libre comercio», «zonas libres», «zonas de proceso exportador», «zonas de libertad comercial», «zonas de producción de exportación». En Túnez, todo el país ha adquirido el «nuevo estatuto» de zona franca. En México, su región norte, lindante con EE. UU., tiene lo que llaman «maquiladoras».

Publicado en Cultura dominante, Poder, Política, Sociedad e ideología, Uruguay, Uruguay. Qué hacer

Neolengua covídea

Publicada el 13/04/2021 - 15/04/2021 por raas

Por Luis E. Sabini Fernández

Llamativo, aunque esperable, el auge de la neolengua con esta ofensiva para suprimir los contactos directos interhumanos, haciéndonos pasar toda relación a través de tamices, opciones preestablecidas, coladores, controles, registros cibernéticos, algoritmos y aplicaciones que se nos “ofrecen” para mejorar los contactos, los saberes, las calidades.

Es decir, para hacerlo “todo” mejor, y uno se pregunta sobre aquella sabia advertencia de Blas Pascal, “El hombre es medio ángel y medio bestia, y cada vez que pretende convertirse totalmente en ángel, se convierte, totalmente, en bestia.” Su dualismo cristiano le permitió tener semejante mirada.

Pero diversos optimismos han abolido esa mirada problemática y dialéctica: el optimismo tecnológico, encarnado en el American Way of Life, postulando el acceso al paraíso en la Tierra, cuyas plasmaciones se han revelado siempre pesadillescas.

Eso, dentro del optimismo burgués. Pero su presunta contracara, tan vigente a lo largo de los siglos XIX y XX; el socialismo, a su vez encarnado en experiencias como la soviética, nos mostraron igualmente los peligros de las excesivas buenas intenciones, y sobre todo, de la hybris del control absoluto. Con el estalinismo, el fascismo, el nazismo, y referentes máximos tipo Hitler, Stalin, Mao o Fidel Castro, de líderes que nunca se equivocan, hemos “cocinado” lo opuesto a lo pretendido.

Otra ideología prometiendo el bien absoluto, desplegada a lo largo del siglo XX con una mezcla de misticismo y socialismo materialista –que significativamente se conserva mucho menos cuestionada–, es el sionismo, hoy en día convertido en guía y referencia de algunos de los principales centros de poder planetario, como el Reino Unido y EE.UU., e Israel, obviamente.

El sionismo, que ha prometido el paraíso y la bienaventuranza a los judíos, forjando un infierno para los palestinos. Cumpliendo una vez más la advertencia de Pascal. Las consecuencias de todas estas ideologías de salvación han sido, son desoladoras. Unas han prometido la libertad más absoluta; otras la igualdad más radical. De todas ellas extrajo George Orwell su neolengua articulando un lenguaje del que nos presentó ejemplos, como aquel de que: “todos los animales son iguales, aunque algunos son más iguales que otros”. Estos antecedentes de la modernidad son preocupantes.

¿Estamos fuera de ellas o por el contrario resurgen con nuevos ropajes? Como bien amojona Aldo Mazzucchelli, (1) el nuevo siglo, el XXI, empieza en febrero de 2020, con la implantación de ese reinado de lo mediato, con la supresión de lo directo, lo afectivo. Y lo mediado, a través de artilugios electrónicos. Es la suspensión, o más bien la erradicación del diálogo humano, que a trancas y barrancas, caracterizó siempre a la especie; a la humanidad, como se dice habitualmente.

Desde febrero de 2020 con una pandemia decretada en “las alturas” y un miedo generalizado consiguiente, el diálogo, tan vapuleado y menospreciado por los selfmademen y por el rigor “objetivo” de los proyectos socialistas (que necesitaban hacerse, no discutirse), desapareció ahora sí, como proyecto explícito, del tejido social o fue limitado a espacios intersticiales.

Se impuso, se trató de imponer, con suerte variada, una realidad oficial como “nueva normalidad” al servicio, claro, de las mejores intenciones. Es difícil, por ejemplo, encontrar “textos de autor” más buenos que los de Bill Gates, arquetipo de filántropo contemporáneo. Hacer el bien, incondicionadamente, poniendo “toda” su fortuna y su empeño en ayudar a los pobres, los débiles, los marginados, ese otro mundo… tan ajeno al del filántropo.

Alguien se puede permitir dañar únicamente si lo hace al servicio de las mejores intenciones. Solo munidos de la mayor excelencia imaginable se puede exterminar nativos de una tierra, torturar elementos considerados subversivos; solo un “enviado” de algún dios, totalmente convencido de su bondad y de la bondad de su presunto creador, se podía permitir echarle plomo derretido en las cuencas de los ojos de un negacionista, un incrédulo, un hereje, que no “veía” la verdad. Eso, en tiempos inquisitoriales.

Ahora no se usa plomo: soldaditos norteamericanos que llevaban a Vietnam en su mochila coca-cola –como si fuera “lo más”– junto con la democracia, se permitían incendiar todos los bosques locales para quemar vivos a los guerrilleros allí escondidos.

Solamente un Padre amantísimo le hacía confesar a casi toda la vieja guardia bolchevique que tenían que aceptar la responsabilidad por delitos varios –la mayor parte inexistentes– porque era la forma de preservar la pureza, la solidez, la verdad del partido que habían forjado juntos. Ad maiorem PC gloriam.

Así, nuestros más neutros periodistas y comunicadores, brindándonos sus mejores perspectivas, nos ofrecen una pujante neolengua según la cual postulan, esperan, ansían un “pasaporte sanitario”, para reponer, dicen, “la libertad”. Portación obligatoria de vacunas (tradicionales o génicas, poco importa) contra o sobre Covid 19 para poder trabajar, ir al teatro, viajar, estudiar… en fin, ¿por qué no para salir a la plaza o a la frutería?

Nuestros periodistas a sueldo –a veces privilegiados económicos de los medios de incomunicación de masas–, nos aclaran que así evitaríamos toda limitación a nuestras libertades y alcanzaríamos la ansiada normalidad perdida.

Claro que estos periodistas, a menudo progresistas, no nos dicen que esa presunta libertad tiene que ser pagada con recibir una vacuna de la cual, lo menos que puede decirse es el diálogo de dos ratones: ¿Te vas a vacunar? –¿Estás loco?, ¿no ves que los humanos todavía están experimentando? (2) Esa nueva normalidad quiere imponerse mediante un pasaporte sanitario. Con una vacuna que fue hecha apresuradamente y significa, objetivamente el mayor negocio de la Big Pharma en las últimas décadas.

¿Cómo podemos evitar la sospecha que la problemática pandemia de la cual no se conoce ni la magnitud de los muertos reales, no fue nada más que la excusa de un gran negocio, o, aún algo más probable; la palanca de un enorme poder cuyo alcance no tiene antecedentes?

Para rematar la neolengua, se sigue hablando de que la vacuna es voluntaria. Hay una sorda impresión de que es verdaderamente resistida aunque oficialmente poco y nada se menciona en los corrillos mediáticos del periodismo televisivo.

Claro que es voluntaria, faltaba más, pero sin vacunarse nuestros paniaguados periodistas sólo nos ofrecen la parálisis y el aislamiento.

notas:
1) “El año que quisieron editar lo real desde arriba”, eXtramuros, Montevideo, marzo 2021.

2) Afortunadamente cada vez hay más médicos y profesionales de la salud que concluyen que es más dañino, y por lo tanto menos hipocrático, vacunarse que atender directamente el contagio con recursos médicos: medicación contra trombosis, por ejemplo. Véase los aportes y planteos de Thomas Dalton, Máximo Sandín, Luc Montaigner, A. Martínez Belchi, Christian Carrera, Nick Kollerstrom, Yanny Gu, Pablo Goldschmidt, Reiner Fuellmich, Joseph Mercola y tantos otros, amén de pensadores y analistas sociales como nuestro Hoenir Sarthou, Jeremy Hammond, Michel Chossudovsky, Mike Whitney, Vandana Shiva y una enorme cantidad de cabezas pensantes y voces literalmente acalladas en los medios masivos, los recintos institucionales y hasta en algunas trincheras culturales, otrora críticas y rebeldes, por lo visto totalmente cooptadas por nuestros “benefactores” pandémicos.

fuente: https://revistafuturos.noblogs.org

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Pluralidad electrónica sesgada y el retorno permanente al pensamiento dominante

Publicada el 29/02/2020 - 01/03/2020 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández –

La experiencia histórica nos ha enseñado que ”todo es relativo”, que toda comprobación debe resistir la prueba del tiempo (es decir, que a la corta o a  larga falla, cede), que no hay verdades eternas, ‘el reino de lo efímero’…

Sin embargo, hay algo que despierta nuestra confianza, nuestra fe: resolver cualquier duda, cualquier bache del conocimiento, en internet.

La falta de diálogo, −por otra parte obvia entre un máquina cibernética y una mente humana− no ha resultado, sin embargo, bastante para aminorar aquella confianza de “encontrarlo todo” en internet.

Sin embargo, cualquier usuario sabe  que “internet” responde a mucho más que a lo que se le pregunta.

O a mucho menos.

He puesto en internet:

«Bruno Bauer, La cuestión judía, publicado en 1843″, para ser remitido, obviamente,  a Bruno Bauer.

La devolución, en décimas de segundos, me ofrece como cinco mil entradas.

He aquí la primera:

Sobre la cuestión judía (traducido del alemán: Zur Judenfrage), es un ensayo escrito por Karl Marx en el otoño de 1843, y publicado por primera vez en febrero de 1844 en el Deutsch-Französische Jahrbücher.

Diálogo de sordos. Buscaba en internet a Bauer, no a Marx. Yhvé Marx, que parece estar en todas partes.

Otra entrada reza: Sobre la cuestión judía – Wikipedia, la enciclopedia libre». El detallecito del calificativo libre es particularmente significativo.

La entrada siguiente: «Sobre La cuestión judía. Karl Marx. Escrito en otoño de 1843, y publicado en febrero de 1844 en el Deutsch-Französische Jahrbücher.

Otra entrada: «La Cuestión Judía | Marx desde Cero»

Otra: «Sobre la cuestión judía es un texto filosófico donde Marx discute con Bruno … el error de Bruno Bauer». Agradecido. Pero me gustaría conocer «el error» de Bauer… de puño y letra del mismísimo Bauer, y con mis ojos.

Y siguen otra entradas: «Marx y el antisemitismo en la izquierda | Letras Libres.

«www.letraslibres.com › mexico-espana › marx-y-el-antisemitismo-en-l…30 mar. 2015 – En 1843, […]

la cuestión judía – Revista da Faculdade de Direito

www.revistadireito.ufc.br

por P. Aragão – ‎2013 – ‎Artículos relacionados

los hermanos Bauer, de los cuales Bruno es el autor del escrito sobre la cuestión … perfecto, un sueño embasado teóricamente, (Marx lo escribió en 1843, a fin…[…]. Y ya encarrilamos para Marx.

Otra entrada: «figurando entre ellos los hermanos Bauer, de los cuales Bruno es el autor del escrito sobre la cuestión judaica, el que dio origen a la obra título de este breve trabajo»… ya nos dimos cuenta; el de Karl Marx.

En entrada de books: «Karl Marx. PARTE I [Respuesta a Bruno Bauer]-.Etcétera.

Y más abajo, Ñángara y la cuestión judía (de Marx, obviamente)…

El Frente Amplio y la cuestión judía (ídem)

«¿Para qué sirve la filosofía?” – Página 123 – Resultado de Google Booksbooks.google.com.uy › books

Paco Fernández Mengual – 2005 – ‎Philosophy

Sobre la cuestión judía, texto redactado en el invierno de 1843-1844, es un comentario crítico al texto de Bruno Bauer […] Obviamente, sin remitir a fuente alguna. Ya tenemos «la» fuente…

Bajo la misma entrada aparece (a continuación): «La libertad en el pensamiento de Marx». books.google.com.uy › books

Ángel Prior Olmos – 1988

Parecería que es importante defender la libertad de pensamiento. La de Marx, obviamente, no la de Bauer o la nuestra.

«Marx utiliza el ensayo de Bauer como una ocasión para su propio análisis de los derechos liberales», dice otra entrada. Chocolate por la noticia.

…

Sobre la cuestión judía – UVwww.uv.es › ivorra › Historia › SXIX › CuestionJudia

La mayor parte del ensayo está dedicada a exponer las ideas que Bruno Bauer presenta en su trabajo «La cuestión judía» según las entiende Marx, junto con …

Después de decenas o centenas de entradas “marxianas” encontré una con la obra de Bruno Bauer. Pero en alemán.

Primera comprobación, ya archisabida: internet no contesta, no dialoga.

En castellano no apareció el texto buscado, pero sí, a trancas y barrancas, en alemán (su lengua original).

¿Qué apreciamos aquí? ¿Límites culturales o límites electrónicos de nuestra comarca hispanohablante (que sin embargo no es tan pequeña…)?

¿Será que a los que leemos castellano nos alcanza con llegar a Marx?

La búsqueda no era baladí o erudita: leyendo a Laurent Guyènot surgía una diferencia, un contraste entre Marx y Bauer por demás signficativo (véase mi apunte “A vueltas y revueltas con la cuestión judía”).

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