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Categoría: Teoría del conocimiento

CONTAMINACIÓN: ¿RASGO PRINCIPAL DE NUESTRA CIVILIZACIÓN?

Publicada el 01/12/2024 - 01/12/2024 por luissabini

por Luis E. Sabini Fernández  /  28 noviembre 2024

 

Una vez cada tanto recibimos “el golpe” de una noticia que trastorna nuestro universo cotidiano.

El concepto del título puede tener muy variables significados, materiales, espirituales, pero estas líneas van a discurrir exclusivamente en el plano físico; vinculado con nuestros cuerpos (aunque no exclusivamente; ya sabemos todo es uno).

Con los alimentos, nuestras comidas cotidianas, las advertencias han sido reiteradas. Pero al parecer el papel persuasivo de los emporios que controlan la producción, circulación, y disposición de los alimentos que constituyen nuestra dieta habitual, es lo suficientemente poderoso como para que sigamos consumiendo lo que el mercado ofrece, independientemente de si tales alimentos son saludables o no.

Si nuestra hipótesis es certera se nos abre un abismo a causa de nuestra impotencia.

Los hábitos alimentarios de la humanidad han cambiado en el último siglo, o más acentuadamente todavía, desde la segunda mitad del siglo XX, a un ritmo que no tiene precedentes: durante siglos y hasta milenios se comió con menos modificaciones en los alimentos que todas las que se han sucedido en los últimos cien años.

¿Pasó algo entonces para haberse generado tantos cambios y modificaciones en nuestros  hábitos alimentarios?

Ciertamente. Resumidamente lo titularía: AWOL. American Way of Life.

Lo que llamamos modernidad (los historiadores suelen hacer coincidir su surgimiento con el Renacimiento, siglo xv) vino desarrollándose cada vez más intensamente a través del laicismo, la industrialización, los despliegues científicos y tecnológicos, los grandes inventos consiguientes (y la aplicación de viejos inventos, sobre todo chinos) aplicados a la producción y circulación de bienes materiales, el ensanche del mundo incorporando las Américas a la vieja globalización mediterránea (ahora atlántica), y con el paso de los siglos, una tecnificación progresivamente acelerada.

A mediados del s xx, tras el tendal dejado por la 2GM, nos encontramos con una potencia que ha ido tomando más y más poder mundial, desplazando a los parcialmente perimidos colonialismos británico y francés; EE.UU., que vanguardiza prácticamente casi todos los rubros de la modernidad. La influencia american se extiende por todo el mundo, y se afianza: energía a petróleo en lugar de carbón, abundancia en lugar de escasez, democracia en lugar de monarquías y “viejo orden”. Automóviles para los desplazamientos; y no en topolinos sino en colachatas; las ciudades norteamericanas se diseñan con más espacio del que disponía la campiña italiana, por ejemplo, para sus vides, limones, aceites. Ciudades tan “estiradas” necesitaban un vehículo de conexión como el automóvil. Y la americanization se fue globalizando.

EE.UU. siente llegada su hora. Su cultura. Diseñadores dietéticos postulan la aplicación de la ciencia a nuestras comidas; se diseñan pastillas que otorgan a cada humano todas sus nutrientes, de un modo científico, más preciso que cualquier menú tradicional.[1]

Pero si no íbamos a superar lo alimentario, íbamos sí a superar los alimentos. En EE.UU. comienza una revolución culinaria: basta de agua, vino o cerveza para acompañar comidas; un brebaje diseñado a comienzos del s xx, con algún estimulante y azucarado, será el estandarte líquido de la comida estadounidense. Y el aumento de grasas y azúcares será otro. Como el American Way of Llife tiene siempre un ojo puesto en la billetera, se ensancharán los platos (llegarán a ser de 30 cm de diámetro) para servir porciones mayores, estimulando el consumo.

Todas estas medidas tendrán su coletazo imprevisto e indeseado: el aumento de peso de los cuerpos humanos, la obesidad como anomalía cada vez más presente.

Pero los alimentos no se procesan sólo en las cocinas y en las mesas. La agroganadería estadounidense revolucionará también los piensos suministrados a los animales de crianza: se desarrolla toda una ingeniería agronómica para producir más revolucionando todas las técnicas agronómicas: ya no será sólo el agua, las piedras de cal, y algunos otros caldos, como el  bordelés; ahora los laboratorios cada vez más a cargo de la industria alimentaria, irán produciendo toda una batería de sustancias llamadas fertilizantes –para que las plantas las absorban− y de otras sustancias denominados genéricamente “fitosanitarios” o “agrotóxicos”  –para que las plagas los absorban.

Solo que el “reparto” no es tan exacto como pretendían los técnicos y cada vez más, vamos a ir verificando que los venenos no sólo envenenan a los objetivos de las aplicaciones… sino también, a los mismos alimentos, a los que aplican y a sus comensales finales.

A lo largo de las últimas décadas, muchas ya, hemos ido recibiendo diversas llamadas de atención al respecto.

Muy sucintamente: en 1962, Rachel Carson, bióloga estadounidense, escribe como  alegato, Primavera silenciosa, donde explica como los agrotóxicos, cada vez más extendidos en el medio rural (entonces norteamericano) están acabando con los insectos y otra fauna menor, fundamentalmente muchas especies polinizadoras, y las aves de ese hábitat (a las que alude en su título).

Los grandes laboratorios indirectamente aludidos iniciaron una campaña de desprestigio y presión, cuestionándole su capacidad profesional. Para muchos significó arruinarle la vida a Carson que murió con 57 años, apenas un año y medio después de la aparición de su libro.

Toda una recordatoria de lo que cuesta investigar contra los intereses corporativos.

 

Matar a la naturaleza, para que mejore…

Luego de la denuncia de Carson, la quimiquización de los campos (y consiguientemente de las ciudades, de la sociedad humana) se expandió todavía más, mucho más, de modo imparable.

A la par, la sociedad, en primer lugar la norteamericana, pero por fenómenos de expansión imperial, la sociedad occidental inmediatamente después y progresivamente, el mundo entero, fue registrando así el pasaje de la “agricultura tradicional” a la agricultura “científica” o contaminante, según valoremos el rasgo que la caracteriza.

Se fueron sucediendo nuevos capítulos de esos avances científicos o contaminantes. O mejor dicho, científicos contaminantes.

La ciencia suele ser el eslabón para mejorar nuestros saberes operacionales y en ese sentido, la ciencia no tiene porque ser acompañada de contaminación. Pero en las circunstancias históricas que venimos reseñando, la ciencia no proviene de un saber curioso que ha alimentado nuevos aprendizajes para entender el mundo y modificarlo, sino de empresas que se han dedicado a  desarrollar ciencia y técnica, mejor dicho técnica y ciencia, para incrementar rendimientos. Crematísticamente. La utilidad pasa a ser primordial, no la calidad, en este caso alimentaria.

En concreto, lo que se suele llamar modernización de la agricultura, que incorpora nuevos saberes científicos, incorpora fundamentalmente nuevos recursos tecnológicos, donde la cuestión de los costos desempeña papel primordial. Pero no un abordaje real de los costos en todos sus aspectos, sino un abordaje funcional, pragmático, de los costos inmediatos de una modernización dada: si plantar y carpir sale 130 y plantar y tender un germicida (que no afecte la plantación principal, porque por ejemplo es transgénica y está así programada) sale 110, la “solución” es clara: se opta por el germicida, más “económico”.

Si incluyéramos en los costos las intoxicaciones y enfermedades derivadas del uso de semejante tóxico, la pérdida de calidad de vida de la población afectada por el cultivo con agrotóxicos, y la pérdida de calidad alimentaria de ingerir alimentos con venenos “incorporados”, y el costo de las afecciones resultantes, entonces los costos de la agricultura “moderna”, agroindustrial”, ”inteligente” (sic!), sería apreciablemente mayor que la vilipendiada agricultura tradicional.[2]

Pero así “no se hacen las cuentas”.

Los laboratorios y las empresas de semillas y “mejoradores” tienen otra contabilidad: que las enfermedades, los envenenamientos, lo paguen las familias particulares, víctimas, o las redes asistenciales (que lo harán, generalmente mal) sin que afecte la contabilidad del consorcio que ha ignorado la salud pública.

Éste es el “santo y seña” del mundo empresario cuando genera algún “problemita”.

Las décadas del fin del siglo xx verán el debate de las redes campesinas y rurales contra la creciente contaminación.

Que dista, y mucho, de ser exclusivamente alimentaria.

 

 

La plastificación de las sociedades humanas

En 1996, otros tres biólogos, también estadounidenses, tras un relevamiento de años por diversas zonas del subcontinente norteamericano, Dianne Dumanoski, John Peterson Myers y Theo Colborn, presentan un informe con el sugerente título Nuestro futuro robado.[3]

Donde muestran y demuestran como algunos materiales plásticos se han ido infiltrando en los cuerpos de los seres vivos (porque, por ejemplo, presentan similitudes con estrógenos) y están causando atroces alteraciones en los recién nacidos (pero no solamente). Logran en primer lugar ubicar algunos de esos plásticos y plastificantes generadores de tantos daños genéticos y a  sus víctimas en la fauna silvestre: gaviotas hembras que han cambiado su comportamiento, y contaminadas, adquieren el propio de machos; cocodrilos en la Florida cuyos penes se han atrofiado tanto  por contaminación plástica que ya no pueden fecundar a las hembras, y así sucesivamente.

Curiosamente, ni el sacudón de 1962, ni el de 1996 parecen haber tenido efecto duradero. Nuestra sociedad contemporánea resulta impermeable a desafíos que incluso afectan nuestras propias vidas.[4]

Con la fabricación de plásticos, inicialmente termorrígidos, como la  bakelita, pero a poco, termoplásticos que revelarán, como la palabra lo dice, enorme plasticidad comienza un proceso que hoy caracteriza a “todo el mundo”. Los termoplásticos, obtenidos a partir de la polimerización del petróleo, irán poco a poco introduciéndose en todo. Una cualidad, que la industria petroquímica encontró y que para esa industria significó fuente de ganancias; la no biodegradabilidad, es tan extraña y ajena a nuestro hábitat que carece de una palabra para expresarlo; y por eso usamos dos.

La petroquímica expandió por el planeta su “producción”, cuidándose muy bien de averiguar su destino o consecuencias. El optimismo tecnológico que ha funcionado como verdadero “opio de sus titulares” hizo que descuidaran semejantes implicaciones. ¿Cómo si era nuevo podía ser malo? ¿Acaso no es lo viejo, lo perimido, lo premoderno lo (único) que puede ser malo?

Por la misma razón, se evita advertir cómo contaminación puede producir trastornos en nuestra sexualidad y se prefiere, en cambio, “convertirlos” en ”nuevas visiones de la sexualidad”.

Y el volumen del daño fue creciendo incontenible. Los promotores de la industria petroquímica, como la de los “fitosanitarios”[5] para el mundo rural, optaron  por la política del “que me importa”. Y con esos parámetros, se convirtió en una de las ramas industriales de mayor rentabilidad en el mundo entero. En rigor, porque tenía tamaña rentabilidad, se desechó toda política restrictiva a agrotóxicos o a plásticos.

Quedaba sin resolver el destino de un material –los plásticos− que no desaparece nunca, que sólo va cambiando de forma (se intentó en los primeros momentos su incineración, pero la toxicidad hasta del aire se hizo tan gigantesca e insoslayable que se desistió). El optimismo tecnológico permitía no  hacerse responsable de sus actos; más valía desvincularse de ellos. El recurso  del pagadiós.

Como se trataban de adelantos e inventos tecnológicos, tenían licencia garantizada de antemano (aunque nadie imaginó, seguramente, que era para matar).

Porque ante cada avance tecnológico, el ensanche incontenible de los productos químicos –el hallazgo o invento de una nueva sustancia−, se trató siempre de ver el aporte (que fuera enfriador, conservante, ignífugo, suavizante, y la innumerable variedad de funciones atractivas, pero jamás examinando sus inconvenientes o desventajas (salvo que fueran tan patentes, como, por ejemplo, un lubricante excelente que resultara altamente inflamable). De ese modo, de decenas de miles de productos químicos característicos de nuestra sociedad actual, apenas un 10% tiene una ficha de relevamiento más bien completa con ventajas y desventajas;  la inmensa mayoría de productos químicos que usamos fueron ideados para cumplir una función estimada como deseable, ignorando las más de las veces  qué otros rasgos o características tenía; por ejemplo si era asimilable por cuerpos vivos, si era alojable en órganos de mamíferos (o de insectos). Tampoco se agregaban datos sobre otros rasgos, ajenos al hallazgo tecnológico diseñado para alguna tarea particular (rasgos que podrían revelarse altamente problemáticos, que es lo que ha estado pasando con tantos nuevos productos químicos).

 

De esa manera, la humanidad, y sus centros de documentación y relevamiento no supieron o pudieron o quisieron ver la lenta pero inocultable acumulación de plásticos en los mares del planeta.

Tampoco se visualizó que esos plásticos, erosión mediante, cambiaban totalmente de aspecto (pero no desaparecían porque no se biodegradan):  se iban convirtiendo en partículas cada vez más pequeñas, microplásticos.

Las investigaciones de Mathew Savoca[6] nos introdujeron en otro camino del que los desarrollos tecnocientíficos no tenían la menor idea: los microplásticos, poblados por organismos microscópicos, resultan apetitosos para peces.

Con lo cual estamos introduciendo plásticos, muchos ya comprobadamente disruptores endocrinos, que podían ser generadores de quistes, a menudo cancerígenos, en los peces que los engullían. Y siguiendo las cadenas tróficas, esas carnes afectadas terminaban a menudo en los eslabones más “altos” de dichas cadenas; los tiburones, los osos polares, los humanos…

Los plásticos han ido extendiendo su necrosis en los más recónditos sitios y cuerpos. Hay reacciones, pero hasta ahora limitadísimas, aunque significativas: en algunos hospitales han retornado a los envases de vidrio para sangre, que son mucho más costosos pero confiables. Análogamente, en algunos lugares se ha vuelto a las mamaderas de vidrio. Se ha verificado que las industrializadas por la petroquímica, de policarbonato −hasta entonces considerado un plástico de “superior calidad”− contienen, por ejemplo, Bisfenol A, un producto probadamente cancerígeno.

Pero no hay que sorprenderse de esos “retrocesos” puntuales. Más bien hay que asombrarse que la plastificación, así como la incorporación de productos químicos a los alimentos generados desde las grandes empresas, en calidad de edulcorantes, conservantes, gelificadores, estabilizadores, floculantes, reguladores de PH, y varias otras funciones, pudiera resultar algo saludable.

En rigor, cuando se implantó industrialmente se sabía que el edulcorante jmaf [7]  es obesogénico y está detrás de enorme cantidad de población obesa (que significa población que estadísticamente es mucho más costosa por la atención médica que requiere y la cantidad de intervenciones médicas o quirúrgicas que también requieren, amén de la destrozada calidad de vida de muchos de quienes la sufren).

Pero este desprecio por los destinos personales por parte de “las fuerzas que mueven el mundo” (por ejemplo, las de “el mercado”, pero también las instituciones “públicas”) no es nuevo. También se sabía que los alimentos hidrogenados (que facilitan al mundo empresario prolongar la “vida útil” de los alimentos) son en realidad tóxicos. Y hemos tenido, tenemos, margarinas hidrogenadas, para facilitar una reposición sin esfuerzo. Lo mismo tenemos que decir de los alimentos envasados en aluminio, a menudo calentados o cocinados así, que nos “brindan” un metal que no pertenece a nuestro organismo (es decir, es veneno).

 

Para enfrentar la catarata de venenos y tóxicos agregados a la “comida moderna” se ha recurrido a los “límites de seguridad”, presentados como verdadera tabla de salvación para evitar que un material se convierta en una amenaza a nuestra salud. En rigor, se trata de una coartada para sostener con tranquilidad de conciencia que si ingerimos por debajo de ese límite, no hay problema. Algo básicamente falso porque no se evalúa cuándo y cuánto ese límite se traspasa a lo largo de tiempo –algo que pasa siempre− y cómo se sobremontan límites de seguridad aplicados a alimentos distintos. La fábula de los límites de seguridad podría funcionar si sólo se tratara de un único alimento ingerido una única vez.

Las secuelas de tóxicos en nuestros alimentos no tienen porque ser siempre tan fuertes como con las del Nemagon, el nematicida que fue usado durante buena parte de la segunda mitad del siglo xx, particularmente en América Central, cuando ya la agroindustria y el negocio agroquímico habían sentado sus reales.

Es un nematicida aplicado a los cultivos de bananas, que fue envenenando a sus operarios, esterilizándolos. El dañó alcanzó a decenas de miles de trabajadores bananeros.[8] Y por tratarse de una intoxicación oculta, y desconocida para sus propias víctimas, tardó mucho tiempo en salir a luz, tras innumerables conflictos y penosas separaciones de parejas  basadas en suposiciones equivocadas. Nadie se imaginaba estéril.

Al mejor estilo imperio-colonia, el Nemagon resumió rasgos de esa histórica y asimétrica relación.

 

En 2017, otra vez, una investigadora, Shanna Swan, escribió otro texto atrozmente preocupante y anticipatorio: Count Down (Cuenta regresiva), que hace referencia al tiempo de fertilidad que le va quedando a la humanidad, con una calidad y cualidad reproductiva cada vez más cuestionada y alterada por lo presencia de sustancias plásticas que provienen de la difusión sin control ni medida de tales materiales en nuestra vida cotidiana. Que  alcanzan la leche materna, y todos nuestro flujos corporales. Y que, como ya lo habían visto Dumanoski, Peterson Myers y Colborn, afectan los cambios de género sexual, que con lenguaje progre llamamos “fluidez de género” para no herir “las llamadas nuevas sexualidades”.

Swan sostuvo, sostiene, que la especie humana se está destruyendo a sí misma por contaminaciones sucesivas, en medio de la mayor inopia. Volvemos al profético relato de Bradbury.

Y nos golpea el cerebro el porqué.

“Pero hay su dificultad”, como nos explicaba nuestro primer payador oriental, Bartolomé Hidalgo, “Dificultad en cuanto a su ejecución”.[9]

Porque estos efectos devastadores que hemos estado repasando muy sumariamente, constituyen la fuente de rentabilidad para grandes consorcios transnacionales que tiene sus sedes en Londres, Nueva York, Tel-Aviv y otras capitales financieras del mundo.

Como ejemplificáramos con la petroquímica, de hecho un desarrollo industrial genocida pero que jamás ha rendido cuentas de los desastres ambientales (y humanos) que ha provocado.

Nuestro presente no parece tampoco propicio para enfrentar tales emporios. Porque la red de control planetario  −mediática, económica, comunicacional− que abarca las más diversas áreas de la actividad humana, como la actividad banquera, universitaria, sanitaria, de transportes, noticiosa, constituye una trama  general con puntos de roce entre distintos personajes, pero con un alto grado de coincidencias, como se vieron cuando la pandemia decretada en 2020.

Por ejemplo, desde ONU, OMS, PNUD, PNUA, OIT, PMA, UNICEF, ONU-HÁBITAT, UNFPA, UNESCO, FAO, UPU, FIDA, UNRWA, ACNUR, ONUSIDA, OACI, OMPI, UIT, OMM, y muchas más comisiones de alcance planetario.

Cuentan con grandes aliados cooptados, por ejemplo, entre elencos políticos nacionales y locales que desde 1945 para aquí son guiados o asistidos por toda la  burocracia transnacional cuyas abreviaturas hemos reseñado.

Que trabajan además conjuntamente con otras redes supranacionales que no surgieron desde la ONU, pero están íntimamente entrelazadas: OMC, FMI, CPI, BM, CMNUCC, CTBTO, OIEA, CCI, OIM, OPAQ.

ONU y sus derivados no nos preservan de tóxicos ambientales; nos lo administran. Para que no resulten tan chocantes.

Así pasó con la OMS y la pandemia decretada en 2020 (previa redefiniciòn del concepto de “pandemia” a cargo de la mismísima OMS, que tiene además una configuracion peculiar; dejó de ser una instancia con funcionarios públicos para ser un mix de públicos y privados).

Así pasó también con la CPI (particulares) y la CIJ (estados), en La Haya, respecto de los asesinatos bajo la forma inexcusable de genocidio. Al Estado de Israel incurso en tales atrocidades se le advirtió, “amonestó”, pero se los ha dejado hacer. Mostrando lo qué valen, realmente, los derechos humanos; la carta ética de la ONU.□

[1]  El proyecto alimentario “científico” tuvo que ser abandonado porque los intestinos, desocupados, constituían una pena de muerte atroz. Podríamos haber salteado tan penosa advertencia con apenas recordar lo que nos señalara Francisco de Goya; “Los sueños de la razón producen monstruos”.

[2]   Sugiero la lectura de Vandana Shiva, formidable intelectual india sobre esta cuestión de costos.

[3]   Our Stolen Future. Traducción al castellano, Nuestro futuro robado, Ecoespaña Editorial, Madrid, 2001. Que jamás pude encontrar en CABA, Argentina.

[4]  Un cuento, corto, de Ray Bradbury, parece aludir a esa estolidez, a esa indiferencia o impotencia, a ese fatalismo de nuestro mundo actual: Bradbury cuenta que una pareja de veteranos, al fin del día, escucha en el informativo que ése es el último día del planeta, porque una catástrofe sin precedentes y de alcance mayúsculo acabará con esa transmisión, con esa radio, con esa ciudad, con ese mundo… La pareja escucha en silencio y uno de ellos entonces le pregunta a su cónyuge: ¿apagaste bien las hornallas?, ¿cerraste las llaves de paso?, ¿la puerta del fondo está bien cerrada?, poniendo cuidado en llevar a cabo las rutinas de todos los días. Pero incapaces de reaccionar ante algo incomparablemente mayor, sobrecogedor, pero ajeno a las rutinas…

[5]  Porque el desarrollo tecnocientífico impuso, como siempre, su propio vocabulario y los agrotóxicos fueron bautizados fitomejoradores. Así como el lenguaje popular designó “remedio para las hormigas” los insecticidas que se espolvoreaban para combatirlas. Algunos tan, pero tan tóxicos, que pese a la ortodoxia cientificista, debieron ser abandonados ; caso del DDT (expresarlo me valió un despido laboral, de un suplemento periodístico presuntamente científico, en rigor cientificista). Disculpe el lector esta digresión personal.

[6]   https://www.nationalgeographic.es/medio-ambiente/2017/08/nuevos-estudios-concluyen-que-peces-e-invertebrados-consumen-los-microplasticos-del-oceano.

[7]   Jarabe de maíz de alta fructosa.

[8]   El episodio se hizo particularmente odioso porque las empresas bananeras eran todas estadounidenses y el personal afectado, todo centroamericano. Porque además el agrotóxico empleado en Nicaragua, Panamá, Honduras, etcétera, había sido producido primero y prohibido después en EE.UU. , y se permitió seguir usándolo “fuera de fronteras”, y porque si el agrotóxico hubiese sido manipulado con más cuidado –máscaras, guantes−, tal vez no hubiese perjudicado a tanta población que desconocía las cualidades peligrosísimas del “curador” que usaban.

[9]   “La ley es tela de araña”, una poesía gauchesca escrita en las primeras décadas del s xix. Entre 1810 y 1820 (no pude precisar fecha).

Publicado en Agronecrófilos, Centro / periferia, Ciencia, ecología, EE.UU., General, Globocolonización, Nuestro planeta, Nuestros alimentos, Salud. Y enfermedad, Sociedad e ideología, Teoría del conocimiento

acercándonos a una catástrofe sin precedentes

Publicada el 10/08/2023 - 16/10/2023 por ulises

Por Luis E. Sabini Fernández

LAS MEGALÓPOLIS SE PRESENTAN COMO CULMEN DE NUESTRA CIVILIZACIÓN Y A LA VEZ COMO UNA DE LAS “MÁQUINAS INFERNALES” CON  CONTAMINACIÓN MASIVA Y GENERALIZADA.

Nos encontramos como humanidad, como planeta, cada vez más ante una serie de fenómenos nuevos, a la vez ominosos.

Cada vez son más los spots, los anuncios, los podcasts, los envíos, los pequeños clips, minivideos, que lo anuncian. Y ciertamente, todo el concierto ambiental onusiano también.

Lo que se observaba hace veinte o treinta años en Europa y en otras zonas industrializadas del planeta; incendios forestales, por ejemplo, cada vez más frecuentes y devastadores, o deslizamientos de tierra, temporales grado 5 a 250 km. por hora, o rotura de diques de cola, cualquiera de dichos fenómenos arrasando poblaciones, cultivos, están sufriendo una intensificación sin precedentes.

Siempre queda, empero, una duda. Como cada vez estamos más presentizados por vía de intercomunicaciones permanentes, cuesta mucho discriminar cuanto es aumento real de acontecimientos climáticos catastróficos y cuanto es el acceso a conocerlos lo que nos induce a considerar que han aumentado (catastróficamente).

Porque siempre hubo, por ejemplo, temperaturas insoportables. En el Sahara; a principios del s xx se había registrado 78 grados centígrados en Tripolitania (texto para escolares en Uruguay El mundo tal cual es) en tanto que en algunos lagos finlandeses se alcanzaban en invierno los 60 grados bajo cero, y la respiración debía hacerse muy contenidamente; permitir la entrada de mucho aire helado podía quebrar bronquiolos.

Los desajustes entre percepción y realidad son muy significativos. Porque si entendemos que se trata de una cuestión de percepción, no existe nada que pueda considerarse “calentamiento global” –y existe toda una pléyade o sarta [elija el lector] de negadores de semejante fenómeno– y si se trata de la realidad, estamos entonces ante una problemática de un alcance inigualado, de una gravedad sin precedentes. Ante lo cual el estallido del volcán Krakatoa (en 1883, alterando con sus olas el océano Índico y registrado sísmicamente en el mundo entero), las bombas atómicas que EE.UU. descargó en 1945 contra Japón acabando con la vida, asesinando a centenares de miles de humanos, las mismas “Guerras mundiales” (1914-1918 y 1939-1945, que en rigor es solo una, aunque con un significativo cambio de “personajes”), podrían resultar “pequeños acontecimientos”.

Las advertencias menudean. Y la percepción del auditorio planetario, sentado antes las pantallas cinematográficas, televisivas, de computadoras, de celulares– es machacada permanentemente.

No sabemos cuanto hay de verdad en cada una, pero sí que un tercer factor: el desarrollo tecnológico cada vez más extendido y sobre todo profundizado en las sociedades humanas está modificando cada vez más nuestro hábitat. ¿Seriamente o gravemente?. El consiguiente uso de energías y materias primas, siempre creciente sobre un fondo material, planetario, limitado, siempre el mismo, puede estar dando lugar a las complicaciones ambientales que se atribuye a los cambios climáticos. Recordemos la ácida comprobación del economista Frederick Soddy, que en los ’20 llegó a darse cuenta

–inigualada perspicacia– que los humanos (algunos) estaban usando en décadas o siglos lo que al planeta le había costado millones de años forjar (minerales, petróleo, gas).

El desequilibrio entre los despliegues tecnológicas y el fondo material en que vivimos; nuestro planeta, se va haciendo cada vez más patente; un vértice sobre el que se apoya la pirámide del edificio humano.

Muy diversos lugares registran trastornos sin precedentes: incendios en California, desprendimientos de hielos antárticos y árticos, inundaciones en Europa y Asia, sequías en África y América del Sur.

Frente a este estado de situación, suenan alarmas. Y precisamente en ese acto, cada vez más frecuente y plural, que es a su vez preocupante por el escamoteo permanente, podemos apreciar lo lejos que estamos de atender y entender la ecuación a la que estamos tratando de apuntar.

Tomemos un ejemplo que ha ingresado masivamente en nuestras pantallas y pantallitas: Hope. Uno videíto de tantos. De origen hispano que procura “concienciar”. [1]

Hope pasa revista a varios trastornos de tipo climático; un tornado que deshace una pequeña ciudad canadiense, mientras pesaba en el lugar una ola de calor de 50 grados, que arroja cientos de muertos en junio 2023; servicios eléctricos interrumpidos porque se han fundido los envoltorios plásticos de los cables; miles de millones de almejas y otros bivalvos literalmente cocinados con el calor en las costas; en California se ha quintuplicado la cantidad de incendios respecto del año pasado en estas mismas fechas, recordando que aquéllos habían sido ya mayúsculos entonces, y que la sequía había obligado a vender ganado imposible ya de cuidar. Ahora, los dueños de plantaciones están erradicando la mitad a ver si ante la escasez de agua se puede preservar siquiera la otra mitad (la tarea de arrancar árboles, a menudo frutales, resulta una pesadilla).

Junto con la sequía extraordinaria en  California, hay inundaciones en Detroit.

Otra sequía pavorosa en la isla de Madagascar arrasando un área africana toda ella ya muy golpeada y desde hace muchos siglos por el extractivismo feroz y permanente de la rica, moderna y civilizatoria Europa.

En Miami, la salinidad del agua ha corroído cimientos de edificios costeros que caen como castillos de naipes (suponemos –por las imágenes presentadas– que no son de temporada turística y están consiguientemente vacíos); monumentos del derroche american.

Luego de la atroz descripción de calamidades el video informa que todo esto apenas acaece con un grado centígrado de aumento de la temperatura global, pero que se teme lleguemos, con las políticas económicas vigentes, sin esfuerzo, a 3 grados.

¿Explicita en algún momento de qué se trata? Ni por asomo.

¿Plantea una vía de superación o salida? Para nada.

El video nos recuerda que “nos acercamos al punto de no retorno”. Pero entonces sobreviene la buena noticia (esperadísíma, claro, luego de la ristra de males): ¡oh maravilla!, que “estamos a tiempo” para revertir este proceso.

“Tenemos que reducir a cero las emisiones de efecto invernadero tan pronto como humanamente sea posible” [una frase vacía]  y a la vez avisa que habría que “restaurar a gran escala los ecosistemas que equilibran el sistema climático global.” Chocolate por la noticia.

Ni una palabra acerca de cómo. Con lo cual todo el repertorio de calamidades resulta un golpe de efecto, una amenaza artificiosa.

Porque Hope se cuida muy bien de indicar alguna medida concreta, alguna política a optar.

Exige “acción climática de emergencia para llegar a tiempo”.

Hope (modalidad dominante en todos estos mensajes de “advertencia” y descripciones catastróficas) ofrece datos escalofriantes, augura desastres todavía peores, y a la vez avisa –mensaje  esperanzador luego del sacudón– que estamos todavía a tiempo para conjurarlo. ¿La clave? Nos dicen: “reducir a cero las emisiones de efecto invernadero”. ¿Todo explicado entonces? No. Solo frases.

La humanidad, sin embargo,  viene encontrando que no hay cómo reducir casi nada “tan pronto como sea humanamente posible.”

Pensemos en nuestro modo de vida cotidiano.

Quien tira en una bolsa al efecto las cáscaras de la fruta, junto con la vajilla de use y tire, una camiseta raída, las cajas y estuches descartados tras un único uso, considera que actúa correctamente, incluso con orgullo ciudadano. Tal es el lavado de cerebro que tenemos.

Y quien recoge, a veces más mal que bien, con una bolsita de plástico la mierda de su perro o perrhijo que el can había depositado en tierra al lado de un árbol, y lleva luego esa bolsa malolienta a un recipiente de desperdicios (donde hay restos de pizza, vasos de helados, volantes de propaganda) cree a su vez que actúa con “responsabilidad cívica o ambiental”, exonerado de culpa y cargo tras haber claveteado un clavo más en el féretro planetario que estamos construyendo; y así el que contamina de  buena o mala gana con su auto cada día o con viajes de avión que puede repetir todas las veces que considere necesario…

Lo que habría que hacer es un diagnóstico más preciso, con todas las dificultades que encierra semejante tarea porque lo que vemos es que los sistemas y subsistemas planetarios están crecientemente alterados por la acción humana.

SUMIDEROS DE DESCARTE

El volcado ininterrumpido, anual, mensual, cotidiano de miles, millones de toneladas de detritus, a menudo contaminantes en áreas muy afectadas; los mares  y los vaciaderos en tierra a cielo abierto.[2] Se hace desde las costas, tierra adentro y desde los barcos.

La contaminación es al planeta lo que el cáncer a cualquier cuerpo. Un “crecimiento” inorgánico, una malformación fuera de control.  En algunas de sus formas suprime trabajo humano. Pero a un costo ambiental altísimo. Y a un costo social inaceptable, “permitiendo” o promoviendo epsilones (los de siempre o novedosos) que hagan las tareas sucias de toda la sociedad. Pero la cuestión es tan grave y generalizada que resulta  a la larga inviable, eso de limpiar con mano ajena.

Porque se trata de algo que nos atañe a todos.

Nuestro planeta es realmente inmenso. Nuestros viajes, nuestras comunicaciones, lo han puesto mucho más al alcance de nosotros, los humanos. Pero ha sido nuestra generación de contaminación,  la que lo ha achicado.

Porque la contaminación, como en otro tiempo dios, está en todas partes.

Tomemos nuestros viajes y desplazamientos. Nunca la humanidad ha tenido tantos viajes de recreo.

¿Qué desplazamientos? Hay quienes tienen miles de millas viajadas [3]

Ésa es otra de las bombas de tiempo que hemos emplazado entre nuestro esqueleto y nuestra sombra.

Detengámonos un momento en la distinción entre viajero y turista: siempre hubo viajeros y algunos han dejado sus testimonios imperecederos. El viajero abre un viaje, que puede tener retorno. Que incluso suele tenerlo. Pero ese viaje está abierto, en el espacio y en el tiempo: eruditos y filósofos medievales solían viajar hasta una de las principales bibliotecas de lo que llamamos antigüedad, en Timbuctú, en el actual Malí. Como se trataba de leer por lo menos, esos viajes, de por sí trabajosos, solían llevar un año como mínimo. El turista, lo dice la etimología, da una vuelta. Va pero con el retorno asegurado. Es un viaje cerrado. Al partir, ya sabe en qué hoteles se  hospedará, a qué hora saldrá de tal ciudad, para llegar con exactitud “calmante” a cada sitio previsto y cronometrado. Es otra idea de viaje. Cerrado. Predeterminado. Pérdida total de libertad. Pero atosigamiento de consumo en forma de fotos, imágenes, videos.

Habría que examinar si hemos ganado o perdido con la sustitución, bastante generalizada, de viajeros por turistas.

Pero tanto los desechos como los viajes contaminantes son apenas “grajeas” en el devenir planetario en que nos encontramos, como especie ensanchando la acción humana ¿muy por encima de qué? Ya conocemos la objeción: no tenemos marcos; nuestra marcha es infinita, como la vida.

Así y todo, vale la pena reparar en datos duros: la contaminación atmosférica, el aire en suma, ya no es el que conoció el planeta y la humanidad en el pasado: la radiactividad, por ejemplo, está cada vez más generalizada, la selva química está totalmente fuera de control,[4] alterando nuestro planeta de un modo cada vez más radical e imprevisible.

La inteligencia artificial, por su parte –otro paso de siete leguas en los desarrollos tecnológicos, –como la reproducción 3D– nos pone frente a una nueva problemática, ahora epistemológica, sobre los alcances de lo verdadero.

En rigor, siempre habíamos vivido en un mundo de escasez. Ésa es nuestra condición finita. La idea de omnipotencia, de amortalidad (definición de un filósofo del No Limits; Yuval Harari) ha empezado a inficionarse en nuestro mundo, y considero que es una confusión provocada por nuestra hybris tecnológica. O tal vez, apenas un paso más en la american way of life; el modelo de la cultura dominante, por doquier.

¿Vamos a seguir gastando el planeta como si fuera infinito? Nos parece ver en eso un significativa miopía abstracta; no ver los datos, sencillamente.

La modernidad hipertecnologizada nos ha impuesto la modalidad de No limits. Un rasgo cultural dominante en nuestra sociedad actual, fundamentalmente la de los países centrales, de las capas medias modernas y aggiornadas. La cuestión es dilucidar si tal presupuesto es fruto de la realidad (para todos  igual) o de cierto ombliguismo de la cultura dominante.

Tengo la impresión que la red cultural de nuestra modernidad es como una suerte de borrachera tecnológica, que nos impele, por ejemplo, a nuevos artilugios en los más variado ámbitos; la carrera del consumismo.

Llegar a entender que vivir bien, como viven los multibillonarios, es nocivo, ¿nos puede llevar a un ascetismo de tipo calvinista? Eso haría a la enmienda peor que el soneto.

Habrá que tenerlo en cuenta. Porque el calvinismo e ideologías de ese tenor han sido el fundamento para crear un confort aplastante para seres “elegidos” por encima de sus congéneres.

Y una pregunta, que anotamos como provisoriamente final: ¿cuál es la relación del mundo hiperdesarrollado de matriz occidental con China?

“Lo que sucedió en China durante muchos años es que invirtieron mucho y de manera inteligente en la capacidad de procesamiento para convertir ‘tierras raras’ desde la mina hasta el imán”, explica Allan Walton, profesor de metalurgia en la Universidad de Birmingham. [5]

Y Andrew Anglin, autor de la nota, recién citada, estima que “China abastece el 87% de las tierras raras [6] del mundo entero.

Que a su vez generarán nuevos problemas ambientales, probablemente agravados:

“Todo este proyecto verde es tan destructivo que incluso países del tercer mundo dicen «no podemos tener esta mierda en nuestro país, es demasiado venenosa».[7] (ibíd.)

Pero estamos lejos de agotar lo que tenemos en perspectiva: no hemos dicho ni una palabra de lo militar. Que nunca ha perdido protagonismo en la sociedad y que, con cierto aumento de las tensiones, de las escaseces, de los avances en conocimiento y conciencia, deviene un factor que puede ser primordial.

Baste recordar que el concepto de overkill se refiere a la “capacidad” que los arsenales de los países más pesantes –sobre todo los de armamento nuclear– tienen, para aniquilar a toda la humanidad. ¿Diez, cien o mil veces? Pero todos están contestes en que los armamentos ya existentes podrían eliminar TODA la vida humana… varias veces.

Nos consta que la vida vale más.

notas:

[1]  Suponemos que para ampliar su alcance empieza titulando el mensaje en inglés. La imposición del inglés como lingua franca se hace, como dicen los gallegos «a la chita callando”; conocen, conocemos,  la eficacia de tal método. Tenemos, por ejemplo,  a los veintitantos estados de la Unión Europea, ahora sin miembro anglófono alguno, que se intercomunican en inglés. Se sobreentiende que los europeos, la vanguardia cultural, tecnológica, idiomática, del mundo –así son percibidos por algunas tradiciones culturales y se perciben a sí mismos– no va a andar usando otra lengua.
[2]  La mitad de los desechos domiciliarios son restos alimentarios (que ya no son alimenticios). En una ciudad como el GBA son entre 8 000 y 15 000 toneladas diarias. Leyó bien. En  una como Montevideo, varios centenares de toneladas. Eso es lo que suele aglomerarse en montañas de restos (que en general son mucho más tóxicos, porque con los residuos alimentarios van los restos de plásticos, papeles, ropas, adminículos metálicos, cartones,  estuches, vidrios, medicamentos.

Una separación rescatando para compostar solo los restos alimentarios de origen vegetal, generaría un humus inmenso, fértil, que permitiría ganar tierra y consiguientemente afianzar cultivos. Era la tarea normal y cotidiana de casi todos nuestros abuelos viviendo no sólo “en el campo” sino en poblados pequeños.

[3]  Tendríamos que decir kilómetros –un acuerdo sobre medidas del siglo XVIII que se generalizó en Occidente– pero el mundo rico de habla inglesa y sus empresas, para hablar de profusión de viajes  lo hace en millas.

[4]  En las decenas de miles de productos químicos diseñados por humanos, apenas un bajo porcentaje, alrededor de un 10%, tiene lo que podría llamarse una ficha técnica, identitaria, acerca de sus cualidades. Todo el resto tiene apenas el reconocimiento de una función o el puñado de características por las cuales ha sido diseñado. Si ese producto tiene otros rasgos tóxicos o contraproducentes en algún sentido… se descubrirá en su aplicación. Que podría ser, así, catastrófica. Es lo que ha pasado con la talidomida o el Vioxx, con los clorofluorocarbonados, el teflón, el DDT y un largo etcétera.

[5] https://www.unz.com/aanglin/china-has-total-ability-to-thwart-the-idiotic-green-agenda-that-western-anti-china-lunatic-are-pushing.

[6] Se trata de materiales en general descubiertos recientemente, y devenidos básicos en celulares, turbinas de molinos de viento, lámparas fluorescentes que ahorran energía, vehículos híbridos, fibras ópticas…

[7] Ibíd. Aclaro que esta referencia al escepticismo del Tercer Mundo a implantar en sus territorios proyectos altamente contaminantes no se aplica al menos en dos países que conozco: Argentina y Uruguay. Cuyos dirigentes, diferentes entre sí, confían en las inversiones, promesas y apropiaciones del capital transnacional. En el despojo, en suma. Uruguay hace hoy un ejercicio práctico de esa entrega que deviene fácilmente en despojo: nuestro país carece, mejor dicho perdió el agua potable de toda la zona central del país, la capital incluida, por afanarse en hacer (pésimos) negocios con transnacionales que se adueñan del agua. Esas transnacionales siguen contando con agua potable o potabilizable en sus usinas, a diferencia de los habitantes comunes, que reciben un agua de pésima calidad sanitaria (no recomendada para hipertensos ni cardíacos ni con afecciones urinarias, que tampoco sirve para cocinar.

Publicado en Agronecrófilos, Centro / periferia, Ciencia, Destrozando el sentido común, Globocolonización, Salud. Y enfermedad, Sociedad e ideología, Teoría del conocimiento, Uruguay

La ANTI-DEFAMATION LEAGUE sale a construir la realidad perfecta (¿o ferpecta?)

Publicada el 08/06/2022 - 08/06/2022 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández

La Antidefamation League es una asociación judeonorteamericana que, según su nombre, se dedica a frenar la difamación, pero que un renglón sí, otro también, traduce su consigna en luchar contra el antisemitismo. Aunque coinciden ambos parcialmente; se puede sostener que el antisemitismo es difamatorio de los judíos, pero de ningún modo se puede sostener que toda difamación sea antisemita.

La ADL es un vástago de B’nai B’rith,  fundada a su vez en 1843 en EE.UU. Esta denominación se traduce como Hijos de la Luz, Hijos del Pacto, Hijos de la Alianza (sin ser versado en cuestiones religiosas deducimos de tales denominaciones la noción de un arreglo con dios, Dios, Yahvé, Yhwh o Él, aspecto este último que se nos escapa por completo).

Entonces, mediados del siglo XIX, el sionismo todavía no había cuajado políticamente, pero cuando B’nai B’rith gestiona una rama que con el tiempo desarrolla un camino propio, la ADL, en 1913, ya estamos en pleno desarrollo sionista dentro de la comunidad judía.

La ADL es entonces una red íntimamente ligada a las tesis sionistas.

La ADL acaba de anunciar un instrumental electrónico que permitirá controlar la difamación  que se manifiesta en las redes-e.

Su actual presidente, Jonathan Greenblatt, explica, muy orgulloso, que la ADL cuenta desde este año con un Index electrónico que detecta odios hacia “grupos marginados” en internet.

Para Greenblatt este instrumento  es la primera plataforma-e, independiente, para evaluar contenidos antisemitas en los medios. Es la primera herramienta que usa inteligencia artificial entrenada por “expertos en antisemitismo y por voluntarios judíos”.

Con sus primeros rastreos, Greenblatt nos informa que plataformas como Twitter y Reddit han fallado en ubicar emisiones antisemitas en 3 casos sobre 4.

Es decir que las propias redes de evaluación de estas plataformas serían muy deficientes para impedir la proliferación de difamaciones y antisemitismo.

“Por primera vez usamos poderes combinados de inteligencia artificial y expertos de la propia ADL que están especializados en descubrir contenidos antisemitas en gran escala.” Descubrir difamación y antisemitismo de modo instantáneo; ya no tiene porqué permanecer semanas un contenido con esos rasgos, nos aclara Greenblatt, como pasaba hasta ahora.

Incluso, sostiene ADL,  “advertidos por nosotros”, Twitter o Reddit podían demorar semanas en levantar un contenido y en general no se levantaban todos los así tipificados; por ejemplo, “en Reddit hemos observado que hasta un 74% de los comentarios antisemitas quedaban en la red.”

“Nosotros ahora, le brindamos a Reddit y Twitter las herramientas para mejor vérselas con mensajes de odio y antisemitismo.”  ‘Para ello ADL ha desarrollado una serie de recomendaciones para plataformas electrónicos y legisladores.’

ADL declama por la transparencia y por una política de apoyo a la investigación. Sostiene que su experiencia de todo un siglo está “dedicada a construir un mundo sin odio”.

Mediante un perfeccionamiento del lenguaje, de los mensajes.

En lugar del amén que reclama esta declaración final, me permito algunas observaciones.

1) el conflicto palestino-israelí lleva holgadamente más de un siglo.

Y ante las exhortaciones públicas y políticas de ADL, me pregunto: ¿qué falló en Palestina/Israel?

¿Luchar contra el odio, pero alimentar el desprecio?

El odio es lo que brota del débil, del resentido, del discriminado, del explotado, del exprimido. El desprecio es producido por quien se siente superior; el racista, el privilegiado…

¿Qué es lo que existe en Palestina/Israel a la luz de la enorme violencia allí presente? Entiendo que existe odio y desprecio.

El expremier israelí Naftalí Bennett tranquiliza a adolescentes que inician el servicio militar y que van a ejercer a diario el maltrato sistemático y la discriminación sobre la población palestina en los check-points [1] diciéndoles: “He matado a muchísimos palestinos, ¿y cuál es el problema?”

En muchos de esos puestos de control se arrean palestinos por redes metálicas tubulares (del mismo tipo de las que en los circos se usan para hacer mover a leones o tigres, para que vayan de sus recintos al jaulón de exhibición). ¿Será que muchos palestinos han sido llevados a odiar?

¿Será que los sionistas llevan adelante un proyecto con enorme desprecio por quienes ubican como obstáculos a su proyecto (mandato, pretensión…. táchese lo que no corresponda), palestinos que bregan por la misma tierra?

Me permito otra observación, lateral, pero muy persistente en todo fenómeno de colonización de tierras (o terrenal, si lo que queremos expresar más bíblicamente): toda colonización desmerece al habitante de la tierra conquistada; justamente es la coartada para poder colonizarla.

Ese menoscabo se expresa en desprecio. Es lo que en general siente el colonizador ante el colonizado; la colonizada, los colonizaditos… esas vidas valen para el nuevo ocupante mucho menos que la propia.

2)  Volvamos a la pregonada por ADL supresión del odio. ¿Suprimir su expresión suprime su existencia o apenas su manifestación? ¿Qué pretende ADL? ¿un mundo sin odio o un mundo odioso pero inexpresado?

Esta segunda observación se mezcla más que peligrosamente con el par odio-desprecio que bosquejamos en 1).

3)  Y bien: a las objeciones, de tipo psicoético, que entiendo decisivas, que acabo de enumerar sucintamente, le quiero agregar un cuestionamiento más, de orden epistemológico, y claramente político.

¿Adónde nos lleva la pretensión del control absoluto de la verdad, la corrección, la información?

Mediante una sofisticada construcción algorítmica, el sr. Greenblatt y toda su cohorte de guardianes de la verdad están dispuestos a quitar de en medio todo mensaje que consideran lesivo a la imagen que el sr. Greenblatt y toda su cohorte de guardianes tiene como válida, aceptable.

Retorno de un viejo recurso, siempre inútil: tapar el cielo con un arnero. En este caso, tan enorme de dimensiones –el arnero– como para que el operario sienta que sí, lo ha cubierto todo.

Pero, ¿mejoraría la realidad o su caligrafía?

nota:

[1]  Aunque no gozan de las mieles comunicacionales y cuesta encontrar sus testimonios, hay algunas decenas de jóvenes israelíes que han rechazado el manoseo sistemático y cotidiano a la población palestina. Son decenas en miles. Pero “salir de fila” en cualquier caso, en cualquier sociedad, implica un coraje civil, un arrojo social, que generalmente no abunda.

Publicado en Conocimiento, Destrozando el sentido común, General, Medios de incomunicación de masas, Palestinos / israelíes, Poder mundializado, Teoría del conocimientoEtiquetado como Antidefamation League, EE.UU., el sionismo, Estados Unidos, Hijos de la Alianza, Hijos del Pacto, Jonathan Greenblatt

Fidel Castro advierte cierta dificultad con lo porvenir

Publicada el 20/10/2016 por ulises

por Luis E. Sabini Fernández –

Nos parece valiosísimo y fermentario que Fidel Castro registre la incerteza radical de lo futuro.

En una nota corta, que titula “El destino incierto de la especie humana” [1] desarrolla esa idea. Ejemplifica con las huellas digitales de gemelos univitelinos que con el tiempo se van diferenciando entre sí. Con lo cual, entiendo, es el tiempo, el transcurso vital en sí mismo, el factor de diferenciación cuando se aplica a seres vivos.

Castro destaca así un rasgo vital, el de la incerteza, que diferencia, nos diferencia a los seres vivos, entre sí y respecto de cualquier abordaje cuantitativista, exacto, pronosticable.

Esa ‘incerteza de destino humano’ plantea toda una dificultad a las filosofías, presuntamente científicas, a la llamada “ciencia del marxismo” que proclamò el conocimiento del decurso histórico y que incluso ha desentrañado “leyes sociales” que nos aseguren que así como hubo una era medieval luego ha sobrevenido un mundo burgués que en realidad es apenas antesala de un glorioso socialismo.

Ese teleologismo ha sido característica fundamental de gran parte de los desarrollos intelectuales modernos, particularmente en el “campo socialista”

Esa visión de la historia, con capacidad predictiva para más que otear el futuro, tener certeza “científica” sobre su devenir, ha chocado empero, con la cruda realidad histórica concreta. El colapso soviético en la última década del s XX, al colocar aparentemente “patas arriba” tales presupuestos, ha fisurado hasta el fondo esa visión.

Presento aquí al paciente lector una escueta lista, sin duda incompleta, de pensamientos enfrentados a la idea de “el futuro que nos aguarda”.

Tzvetan Todorov: “No creo que la historia obedezca a un sistema, ni que sus supuestas ‘leyes’ permitan deducir las normas sociales futuras, o siquiera presentes.” (La conquista de América. El problema del otro, S. XXI, México, 1982, p. 264).

Zygmunt Bauman: “La «historia futura» no es susceptible de estudio científico y desafía hasta la más avanzada metodología de predicción científica”. (Vidas desperdiciadas, Paidós, Bs. As., 2005,  p. 60).

Ernest Garcia: hablando de “las sociedades humanas” escribe: “la impredictibilidad de sus estados futuros” (“El cambio social más allá de los límites al crecimiento: un nuevo referente para el realismo en la sociología ecológica” en  Luis E. Espinosa y Valentín Cabero (ed.), Sociedad y medio ambiente, Univ. de Salamanca, 2006. <www.revistateina.com>)

Joaquín Miras: “Las estrategias predefinidas siempre fracasan, la historia es impronosticable”, entrevistado por A. Carrodeguas en “La izquierda y la vida cotidiana”, 2012.

Podemos agregar que en el 2000, cuando iniciamos la edición de la revista futuros del planeta, la sociedad y cada uno, rematábamos su primer editorial dedicado a criticar la idea “presuntamente” científica de “el futuro”: “Porque lo futuro está abierto y nos pertenece a nosotros, los simplemente humanos.”

 

Este somero recordatorio debería ser contrastado con las innumerables frases, citas y pasajes con que los fundadores y guías del “socialismo científico” atiborraron a “las masas” durante décadas y algún siglo, al estilo:

“Toda la teoría de Marx es la aplicación de la tesis del desarrollo […] al capitalismo moderno. Era natural que a Marx se le plantease, por tanto, la cuestión de aplicar esta teoría también a la inminente bancarrota del capitalismo y al desarrollo futuro del comunismo futuro [sic…]. A base del hecho de que el comunismo procede del capitalismo, se desarrolla históricamente del capitalismo, es el resultado de la acción de una fuerza social engendrada por el capitalismo […] En ese sentido, cabe hablar  del ‘Estado actual’ por oposición al del porvenir, en el que su raíz de hoy, la sociedad burguesa, se extinguirá.” [2]

“Nuestra época, cuyo contenido fundamental lo constituye el paso del capitalismo al socialismo […] El sistema capitalista mundial ha entrado en una nueva etapa de desarrollo. La Unión Soviética lleva a cabo con éxito la construcción de la sociedad comunista en todos los frentes. Los otros países del  campo socialista sientan felizmente los cimientos del socialismo y algunos de ellos han entrado ya en el período de la construcción de la sociedad socialista desarrollada,” en Tres fundamentales documentos de nuestra época. [3]  Observe el lector que en la última frase se cuela una “nueva etapa” entre las “científicamente previstas” de socialismo y comunismo, jamás visualizada en los primeros delineamientos del advenimiento socialista.

La idea de una nueva sociedad hija prevista de la vigente significó el florecimiento de la noción de transición. La transición fue el motor que le permitió a los intelectuales socialistas pasar, al menos ideológicamente, del presente a “el futuro” ya conocido, al menos conocible. Un ejemplo:

«Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el periodo de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. Y a este período corresponde también un período político de transición cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado» (O. Marx [sic]). El período de transición se debe a las condiciones especiales en que surge y se desarrolla el modo comunista de producción. Cuando se produjo el tránsito del modo feudal de producción al modo capitalista, las relaciones de producción burguesas ya habían surgido en el seno del feudalismo, donde existían en forma de tipo económico; ello era posible gracias a que los dos modos de producción poseen una base económica común, del mismo tipo: la propiedad privada sobre los medios de producción. La sociedad socialista se diferencia, por principio, de la capitalista y no puede nacer en el seno del capitalismo.[…]

”El proceso de creación de la primera fase del comunismo, el socialismo, se basa en varias leves de carácter general, cuya necesidad se ve confirmada por la experiencia de la Unión Soviética y de los otros países socialistas. Estas leyes generales como se indicó en la Declaración formulada por la Conferencia de representantes de los partidos socialistas y obreros de los países socialistas, celebrada en 1957, son: dictadura del proletariado con partido marxista – leninista al frente; alianza de la clase obrera con la masa fundamental de los campesinos y con otras capas de trabajadores; liquidación de la propiedad capitalista y establecimiento de la propiedad social sobre los medios fundamentales de producción […]

”[…] formación de una numerosa intelectualidad fiel a la clase obrera […]

”Para llevar a cabo hasta el fin la revolución socialista y erigir una sociedad socialista es condición decisiva la existencia de la dictadura del proletariado.[…]

”La contradicción fundamental del período indicado [de transición] es la que se da entre el socialismo ascendente y el capitalismo agonizante.” [4]

La idea de transición en la Cuba actual: “El socialismo constituye una etapa dentro de la Formación Económica Social Comunista, caracterizado por la transición de formas y actuaciones propias del capitalismo a otras propias de una sociedad socialista, donde el factor subjetivo y las prácticas políticas, con reconocimiento del papel de la ética y la educación constituyen puntos esenciales en la formación de la base técnica y material necesaria para el surgimiento de una sociedad sin clases.» [5]

 

Volvamos a Fidel Castro. No hay sino que alegrarse porque quien fuera otrora señera guía del “socialismo científico” aplicado a un país periférico, enmarcado en la marcha victoriosa, ineluctable, de la humanidad desde el capitalismo burgués al socialismo proletario, nos confiese con modestia los límites del conocimiento humano en relación con la incerteza de nuestro destino, es decir futuro.

De ese modo se incorpora a lo que entiendo creciente caudal de quienes sospechamos de todo teleologismo y de todo pretendido conocimiento prospectivo de las sociedades humanas.

Un pequeño escozor: FC omite haber encarnado aquel pretendido saber acerca del devenir humano, del destino, para usar sus palabras. Con lo cual, por lo visto, pertenecería a esa clase de seres humanos sin tacha ni error, que jamás encuentran motivo para una autocrítica, que siempre  toman las mejores decisiones en los más acertados momentos, aunque el decurso de los acontecimientos y el torrente de vidas arrasadas a menudo nos revele que no ha sido brutal y sencillamente así.

 

[1] 8 de octubre de 2016 en varios sitios; diariodecuba, cubadebate, VTV y otros.

[2]  V. I. Lenin, El estado y la revolución, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín, 1975.

[3]  Ediciones de la Comisión Nacional de Propaganda del Comité Central del Partido Comunista, Montevideo, Uruguay, 1963, pp. 26 y 34.

[4]  Borísov, Zhamin y Makárova, Diccionario de economía política, s/f, http://www.eumed.net/cursecon/dic/bzm/p/periodotrans.htm / Málaga, 2016

[5]  ECURED, https://www.ecured.cu/Socialismo.

Publicado en Teoría del conocimiento

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